Aura

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Capítulo 27

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Madame Battery se despidió del último grupo de rebeldes, cerró la puerta con pestillo y se dejó caer sobre el diván de su despacho, agotada. Desde que Ray se había marchado con Jake a Dios sabía dónde y Dorian había desaparecido sin dejar rastro, tanto ella como Darwin se habían dedicado a reunirse con todos los que apoyaban la causa de los rebeldes en la Ciudadela. Tras asegurarse previamente de que eran de fiar, los habían ido llamando por grupos para revelarles la verdad sobre los brazaletes solares. Algunos habían tenido oportunidad de escuchar a Ray en la calle cuando se lo había mostrado, y esos ayudaban a otorgar verosimilitud a la historia.

Entonces, ¿era cierto? Aquella era la pregunta que más veces habían tenido que responder. Sí, era verdad. Todo era verdad. El gobierno escondía la respuesta a sus plegarias y no quería compartirla. Ni con moradores ni con leales. Por eso tenían que entregar a los ciudadanos lo que Bloodworth y sus hombres escondían para ellos solos.

Por desgracia, no todo había sido tan sencillo. Sin pruebas concluyentes que lo demostraran, no habían faltado quienes se habían negado a participar en lo que ellos auguraban sería el mayor exterminio de la Ciudadela. En esos casos, Darwin se había encargado de potenciar la devoción de los que se quedaban, poniendo a los que se marchaban como culpables de la situación en la que se encontraban en ese momento.

—Es igual de peligroso negarse a hacer algo como apoyar directamente al gobierno.

Y lo mejor era que había funcionado. Por primera vez en años, hasta los rebeldes más rasos, los que simplemente se habían limitado a apoyar alguna manifestación de vez en cuando o a ofrecer sus madrigueras para esconder a otros en situación de peligro, habían mostrado su apoyo al movimiento.

A todos y cada uno de ellos se les contó el plan de maniobra básico para el día que tuvieran que tomar la Torre. Darwin lo explicó con un mapa general de la Torre que se había ido ampliando y perfeccionando a lo largo de los últimos años con ayuda de Diésel. La información que aportó Logan tras su estancia en la Torre fue, sin duda, vital.

Por entonces, no sabían cuándo les haría falta y siempre se había mantenido oculto en una caja fuerte en los subterráneos del Batterie, en un escondite que solo Madame y Darwin conocían. Ahora, por fin, había llegado el momento de utilizarlo. Porque para asaltar la Torre sabían que necesitarían la ayuda de todos los rebeldes y ciudadanos que quisieran unirse a ellos.

La Torre tenía tres accesos secundarios que daban a las zonas norte, este y oeste, mientras que el cuarto y principal acceso se situaba de cara a la zona sur, al Zoco. En el plano, además, figuraban dos puntos que hacían referencia a las salidas de emergencia que daban directamente a la armería primordial del cuerpo de centinelas.

El objetivo principal era entrar en el edificio y hacerse con el control del centro de los centinelas. Si lo lograban, el gobierno no podría defenderse y, por tanto, caería. Para ello, Darwin había asignado a cada rebelde una zona de ataque en función del lugar al que pertenecía: si el rebelde era del Barrio Azul, entraría por el acceso norte; si era del Arrabal, por el oeste; si era del Distrito Trónico, por el este; y si era del Zoco, por el sur. De esta manera, podían llevar una cuenta repartida y equilibrada de los más de cien rebeldes que iban a atacar la Torre. Además, Darwin no escatimó en organización y asignó a cuatro de sus hombres más cercanos las riendas de cada zona para que el ataque estuviera lo mejor dirigido posible.

Mientras que estos rebeldes y el pueblo se encargarían de mantener a los centinelas entretenidos, la misión de Ray y del resto del núcleo rebelde era la de adentrarse en los laboratorios para llevarse los dispositivos solares ya terminados y los componentes necesarios para crear más. También debían rescatar a Samara de las fauces de Bloodworth, y a Aidan, por supuesto.

Ese era el plan inicial. El problema que todos tenían en mente, aunque nadie se atrevía a mencionarlo en voz alta, era que ninguno sabía cómo se desarrollaría en realidad la batalla. Estaban dando muchas cosas por hechas, cuando realmente no sabrían hasta el momento justo si todos los rebeldes se unirían a la lucha como habían prometido o si la valla eléctrica se desactivaría a tiempo. Lo único que tenían claro era la fecha de actuación: el día de Acción de Gracias.

—En el caso de que se tuerzan las cosas, improvisaremos sobre la marcha. No nos queda otra —le habían confesado a Madame Battery.

La situación estaba provocando tal ansiedad en la mujer que no había suficiente tabaco en el mundo para aplacársela. Había tantas posibilidades de que algo saliera mal, de que acabaran todos entre rejas o, peor, muertos; de que los traicionasen, de que alguien actuara por su cuenta antes de tiempo..., ¡incluso de que hubiera habido una confusión y en realidad aquellos brazaletes milagrosos no existieran!

La muñeca no le daba más de sí mientras se abanicaba para evitar los calores que le sobrevenían cada vez que pensaba en todo aquello. ¡Y encima se estaba quedando sin cigarros!

¿Por qué le tenía que pasar todo eso a ella? Se lamentaba para sus adentros. Desde siempre había creído que su destino sería residir en la Torre, no trabajar nunca más, rodearse de los hombres más poderosos, vivir sin preocuparse por aquel maldito brazalete que tanto se parecía a unas esposas que la anclaban a ese mundo. Ella había nacido para disfrutar de la opulencia y no para dirigir un tugurio como aquel. La suerte nunca había estado de su lado, y a pesar de ello, demasiado bien le habían ido las cosas.

En su juventud había sido tan inocente, tan incauta..., se había dejado engañar muchas veces, sobre todo por los hombres, sobre todo por amor. Uno tras otro la habían mentido, utilizado y rechazado una vez se cansaron de ella. Qué tonta había sido preocupándose por ello en lugar de prestar atención a lo que de verdad era importante... Por eso, para cuando quiso ponerse a construir su futuro, ya era tarde, y se había tenido que conformar con las migajas que representaba el Batterie.

Para no cometer el mismo error, se había jurado que no volvería a enamorarse. Y a pesar de los muchísimos pretendientes que la habían cortejado, no se había dejado convencer. Prefería dedicar el resto de su vida a ganarse el respeto del que una vez la habían despojado y a hacer pagar a los culpables todo el daño que le habían hecho. Por eso había comenzado a liderar a los rebeldes. No por las condiciones injustas que sufrían los moradores, ni tampoco por la tiranía del gobierno. Eso a ella le daba igual: el Batterie era una diminuta isla en mitad de la tormenta en la que ella estaba protegida y donde nunca le faltaba de nada. Ella lo hacía porque anhelaba por encima de todo la grandeza. El orgullo era su gasolina y gracias a él había llegado a donde estaba: una pieza clave para todos. Tanto para rebeldes, como para centinelas.

Y ahora todo amenazaba con derrumbarse. ¿Qué haría ella entonces? Ya no era tan joven como hace años, ya no tenía ni las fuerzas ni los ánimos de empezar de cero. Pero tampoco podía detener aquella ola. Lo único factible era estar preparada para salir de todo aquello lo más airosa posible.

Ganara quien ganase.

El picaporte de la puerta tembló en ese momento y la mujer dejó de abanicarse.

—¿Battery? —era Kore.

—¿Qué quieres?

—Entrar, pero está cerrado...

—Será porque he echado el pestillo. ¿Qué ocurre?

—Ha... ha llegado un paquete para ti. De la Torre.

La mujer estuvo a punto de romper a llorar. ¿Por qué no la dejaban tranquila? ¿Por qué?

—¿Battery...?

—¡Ya voy, ya voy! —se quejó, levantándose a abrir la puerta.

Se trataba de una caja, alargada y poco más grande que la palma de su mano.

—No tiene remitente, ya lo he buscado yo —dijo la chica—. Pero lo ha traído el mensajero de la Torre.

Ni siquiera se metió de vuelta en su despacho. Abrió el paquete ahí mismo y cuando lo volcó, sobre su mano cayó una carga de color morado lista para conectar a una batería.

—¿Es un regalo? —preguntó Kore—. ¿Blue-Power?

—No parece Blue-Power —respondió, estudiando la carga—. Es algo distinto.

—Quizás sea un aviso para que dejemos de comercializar con cargas ilegales...

—No seas ridícula: ¿de dónde te crees que nos llegan las reservas de Blue-Power?

—Bueno, ¿entonces qué es esto? ¿Un nuevo producto?

—Eso parece. Un regalo ahora que se acerca Acción de Gracias, supongo. O una prueba de lo que vendrá. En fin, da lo mismo. ¿Habéis abierto ya?

—Sí, pero hay muy poca gente: hoy anunciaban al ganador de la Rifa y ya sabes cómo se pone el centro con ese asunto...

Madame Battery intentó mantener la calma, pero una parte de ella se emocionó al escuchar aquello. Con todo el lío que había tenido se le había olvidado por completo. ¿Y si ese año los astros la habían agraciado a ella? Intentando aparentar tranquilidad, preguntó:

—¿Se sabe ya quién...?

Kore se encogió de hombros.

—Dicen que es un chico joven, no me he enterado de nada más...

—Bueno, da igual. Vendrán después, entonces, como siempre. A ahogar las penas por no haber ganado ese miserable concurso amañado.

Dicho aquello, apagó las luces de su despacho y se fue para el bar, con la batería aún en la mano. No entendía a qué venía ese regalo. Cuando le llegaba algo de la Torre siempre venía firmado por algún alto cargo de los centinelas que le agradecía su trato especial en el cabaret. Pero nunca le habían entregado una batería, y menos con ese color tan diferente. Quizás tuviera algún admirador secreto.

En la barra, los clientes habituales la saludaron al pasar y ella tuvo que volver a levantar una sonrisa entre ellos y su auténtico ánimo. Al fondo, en una esquina, uno de los primeros hombres que había entrado en el cabaret años atrás, cuando se inauguró, alzó su copa para desearle una feliz noche.

—¿Hoy vienes solo? —le preguntó la mujer, pasando el trapo por esa parte de la barra.

—Mi hermano ha sido uno de los elegidos para levantar la maldita valla esa y lo está celebrando con sus compañeros en algún sitio al que yo no tengo acceso. Panda de esnobs... —se quejó, y Madame Battery soltó una carcajada.

—Es increíble lo rápido que ha ocurrido todo.

—¡Cuestión de un día! ¿Y sabes qué es lo que más me molesta? Que les han regalado a todos los que han colaborado una maldita batería extra. ¡Y ni siquiera han elegido a los mejores! ¿Qué clase de justicia es esta? Al menos deberían haber permitido que todos los que pudiéramos estar interesados mandáramos una solicitud. Maldito gobierno...

—Bueno, bueno, no te cabrees tanto, Jimmy, que no hay motivo. ¿Tú quieres una batería extra? Pues anda, toma esta y disfrútala a mi salud —Battery le entregó la carga morada—. Es un nuevo producto: a ver qué te parece.

—Caramba..., menudo lujo. Muchas gracias —añadió, mientras comenzaba a desabotonarse la camisa.

Madame Battery lo dejó solo y comenzó a fregar las copas sucias que quedaban apiladas en el fregadero. Mientras tarareaba la música que salía por los altavoces, su mente se relajaba. Pasara lo que pasase, siempre le quedaría el Batterie, se decía. Las chicas irían y vendrían, los clientes también. Pero ella y ese condenado local seguirían en pie. Y aunque la guerra estallase, siempre...

De pronto escuchó un grito a su espalda. Jimmy se agarraba a la barra con una mano mientras que la otra la presionaba contra su pecho.

—¡Jimmy! —exclamó la mujer, corriendo a socorrerle.

El tipo se agitaba tan fuerte sobre el taburete en el que estaba sentado que antes de que llegara ella, se cayó al suelo.

—¡Ayudadle! —gritó al par de bailarinas que había más cerca.

Cuando llegaron, el hombre se convulsionaba en el suelo con los ojos cerrados mientras la carga morada se desvanecía. Madame Battery le dio un puntapié a la batería y los electrodos se despegaron del pecho del hombre.

—¡¡Id a por los reanimadores, no os quedéis ahí paradas!!

Se agachó junto a Jimmy e intentó despertarle, pero el hombre no reaccionó. Después se inclinó sobre él para intentar encontrarle el pulso, pero justo en ese momento la puerta principal del Batterie se abrió de par en par y una decena de soldados irrumpieron en el local con las pistolas en alto.

—¡Todo el mundo quieto! —gritó el centinela al mando.

Battery lo reconoció al instante: se trataba del general de Aidan, Ludor.

—¿Qué está pasando aquí? —quiso saber la mujer.

—Esto es una redada. ¡Que nadie se mueva!

La reacción fue la opuesta. Entre gritos, la gente que había en los sillones y en las mesas y también las bailarinas salieron corriendo de allí tan deprisa como pudieron, mientras los guardias se abalanzaban sobre ellos con las porras eléctricas en alto. En la marabunta que se generó, Madame Battery solo tuvo tiempo de guardarse la carga que acababa de dejar sin vida a Jimmy y de levantarse.

—¿A qué viene esto? ¡¿Qué permiso tienen para....?!

—¿Te crees que necesitamos permiso para desmantelarte este tugurio? —le espetó el centinela, derribando con el brazo todos los vasos que había sobre la barra—. Y tú te vienes con nosotros.

—¡Suéltame! —exclamó la mujer.

—Espero que estés preparada para pasar una larga temporada en los calabozos de...

La mujer, con toda su rabia, le pegó un pisotón al hombre y le soltó un escupitajo en la cara. Pero antes de que pudiera darse la vuelta y huir, el tipo se recuperó, la agarró del brazo y con la otra mano la abofeteó.

—¡Suéltala, Ludor!

El hombre se giró para ver quién había dicho aquello y se encontró con Kore al otro lado de la barra apuntándole con una de las armas que Logan había construido. No era la única. El propio Logan, Darwin, Eden y hasta Trixa habían surgido de la nada cargados con mochilas y con sus armas en alto.

—¿Pero qué te crees que...?

¡BAM!

Kore apretó el gatillo en ese momento y uno de los proyectiles eléctricos que el ingeniero había preparado se quedó clavado en la frente del centinela, que cayó al suelo entre convulsiones.

—¡Vamos, deprisa! ¡Tenemos que salir de aquí! —gritó Darwin.

Los demás centinelas intentaron cortarles el paso, pero mientras unos cubrían la huida a base de disparos, los otros abandonaron el local por la puerta trasera. Allí los esperaban dos de los rebeldes con los que se habían reunido horas antes.

—Diésel nos ha enviado. Seguidnos —les dijeron.

Sin más explicación, echaron a correr por los callejones menos transitados de camino al centro.

—¿Adónde vamos? —preguntó Battery, sin apenas aire e incapaz de creerse lo que acababa de suceder.

—A un lugar seguro —respondió Eden, a su derecha—. Diésel nos dio el aviso unos segundos antes de que llegaran. Dice que conoce un sitio donde podrán ocultarnos.

Unos gruesos goterones de sudor comenzaron a escurrírsele por la frente a Madame Battery mientras avanzaban. El maquillaje, su peinado, ¡el vestido! Si alguien la veía de esa guisa, ¡huyendo de los centinelas! Aquello no podía estar ocurriendo, y sin embargo...

—Oh, Dios mío...

El grupo se detuvo de golpe cuando llegaron a una bifurcación.

—Es allí —avisó uno de los dos hombres señalando un edificio con varios apartamentos con las ventanas tapiadas.

Madame Battery se agachó y apoyó las manos en las rodillas para recuperar el aliento.

—¿Qué... pasa? —preguntó, intentando controlar el mareo que le acababa de sobrevenir por el esfuerzo.

A su lado, Eden apretó los puños y dijo:

—Que ya sabemos dónde está Dorian.

La mujer, instigada por aquel comentario, se fue levantando poco a poco y alzó la vista hacia una de las pantallas de la acera contraria. En ella, Dorian saludaba con una sonrisa tímida a todo el mundo junto al gobernador Bloodworth.

—No puede ser... —dijo la mujer.

—Por aquí, Battery—le dijo Logan, sujetándola del brazo y escurriéndose entre la gente hasta la puerta que acababan de abrirles.

Antes de entrar, la mujer miró por última vez al niñato que sonreía desde las pantallas. Se sacó del sostén su boleto de la Rifa para hacer con él una bola arrugada y tirarlo al suelo; luego, lo pisoteó con saña.

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