Aura

Aura


Capítulo 28

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Había llegado Acción de Gracias y a Eden aún le costaba asimilar que no lo fueran a pasar todos en el Batterie, como había hecho desde niña cuando vivía allí.

Las horas en el piso franco parecían transcurrir mucho más despacio que en el exterior. Llevaban dos días encerrados y no lo soportaba más. Dos días en aquel sótano, durmiendo en los colchones que habían apilado junto a las paredes y subiendo solo para ir al cuarto de baño.

Los segundos de aviso que Diésel les había ofrecido antes de la redada habían sido cruciales para guardar todas las armas y huir del Batterie antes de que llegaran más centinelas. Era la primera vez que Eden se escondía en aquel edificio, pero conocía de vista a los hombres y la mujer que ahora cuidaban de ellos y que les traían noticias del exterior.

El primero se llamaba Carlton, era más bajo que ella y más delgado que un cuchillo, y desde la redada, Darwin lo había puesto al mando en el exterior. Su compañero se llamaba Houston y era un experto en armas que vivía fascinado con los inventos de Logan. Por último estaba Allegra, una mujer de pelo canoso que se pasaba las horas delante de varias pantallas de ordenador intentando hackear los sistemas informáticos del gobierno.

Gracias a ellos se habían enterado de que la valla se había activado la mañana en la que habían anunciado el ganador de la Rifa, después de que Dorian saludara al pueblo y desapareciera junto a Bloodworth en el interior de la fortaleza, hecho que había provocado muchísima confusión entre los rebeldes.

¿Cómo iban a contactar con él estando dentro? ¿Cuál era su misión mientras estuviera allí? A Darwin se le acababan las respuestas y los nervios comenzaban a hacer mella en ellos. Ver el rostro de Dorian en las pantallas de la calle había supuesto el mismo shock para los rebeldes que no lo conocían que para ellos. El problema era que los demás pensaban que se trataba de Ray, el joven que había prometido ayudarles en la revolución y que tenía el ansiado brazalete solar. Por eso finalmente habían optado por contarles la verdad a sus tres nuevos compañeros

—Entonces, ¿hay dos? —preguntó Carlton, tras escuchar la explicación.

Darwin asintió.

—Son gemelos. Nadie lo sabe. Y no tiene por qué saberse.

—¿Y cómo logró el otro chico, Dorian, que le tocara la papeleta ganadora de la Rifa?

—Me encantaría deciros que nosotros tuvimos algo que ver en ello... pero no es así. Estamos igual de desconcertados que vosotros. Solo esperamos que sea una casualidad y que podamos volver a ver al chico sano y salvo.

Las últimas palabras las pronunció mirando a Eden y ella asintió sin demasiadas esperanzas. No le había contado a nadie lo del beso que Dorian le había robado sin ningún escrúpulo en los subterráneos del Batterie, ni siquiera a Ray. Sin embargo, ese comportamiento la había hecho comprender que había algo extraño en él. Algo extraño que los demás no imaginaban. Aun así, lo ocurrido en la Rifa se escapaba de toda lógica. ¿Cómo se había dejado engañar y atrapar Dorian? ¿Qué creía que le harían en la Torre una vez cruzase las puertas? Podía entender que estuviera enfadado con Ray, con ellos, incluso con ella misma por alguna retorcida razón, pero ¿acaso no había visto lo que Bloodworth había hecho con Logan? ¿Lo que estaba haciendo con Aidan? ¿Lo que podrían hacerle a él?

Por suerte, había poco que el clon pudiera contar al gobierno sobre los planes de los rebeldes, ya que en las últimas reuniones ni siquiera había estado presente. Lo que sí le preocupaba era cómo le afectaría a Ray cuando se enterase.

—¿Y el gobierno? ¿Saben que son dos? —preguntó Houston, levantando los ojos de una de las pistolas de cargas que habían traído del Batterie y que ahora se repartían por toda la mesa central y las bolsas del suelo.

—No tengo ni idea. Puede que sí. Que Dorian haya ganado la Rifa me hace cuestionarme mil cosas... —confesó Darwin—. Allegra, cuando consigas entrar en el sistema, necesito que piratees la señal de emisión para retransmitir lo que grabe esta cámara —dijo mientras le daba el aparato.

—De acuerdo, pero una vez sintonice, solo dispondremos de unos segundos antes de que nos rastreen —advirtió la rebelde.

—¿Qué tienes en mente, Darwin? —preguntó Houston.

—Que Dorian esté ahí dentro nos da una oportunidad tremenda para movernos. Quiero que Ray destape todo, en directo, a través de todas las pantallas de la Ciudadela. La gente creerá que está emitiendo el mensaje desde dentro de la Torre y será mucho más efectivo.

—Me parece correcto, pero ¿dónde está el chico?

—Llegará pronto —respondió Darwin—. Confiad en mí.

Eden había propuesto contarles a los demás el plan de Ray, pero Darwin se había negado en rotundo: hasta que no estuvieran de vuelta, nadie mencionaría a los cristales. Temía que si lo hacía antes de tiempo, la gente no le creyese y hubiera una insubordinación. Eden pensaba que ni siquiera él confiaba del todo en la propuesta del chico. Y no podía culparle. Ella tampoco lo habría hecho de no haber estado presente en el momento en el que se encontraron con aquellos seres en el cañón.

Sin mucho más que hacer, la chica se acercó a Madame Battery y se acuclilló a su lado para hablar con ella. En cuarenta y ocho horas, la mujer parecía otra completamente distinta, con el pelo lacio y sin peinar, los ojos llorosos, el maquillaje corrido y la ropa arrugada.

—¿Cómo estás? —le preguntó la chica.

Ella tardó en advertir su presencia, y cuando lo hizo, respondió lo mismo que las otras veces:

—Mi bar... ¿Qué han hecho con él? —decía—. ¿Qué será ahora de Madame Battery?

—Todo irá bien —le aseguraba ella.

—Ese chico... nos ha engañado a todos... Robó la papeleta. Debería haber ganado yo... ¿Cómo podía tener una papeleta? ¿Quién se la dio? ¿A quién se la robó? ¡Era mi premio!

Tras aquel exabrupto, la mujer volvió a guardar silencio y a recostarse en el sofá a ver las horas pasar. Por mucho que a veces Eden la odiase, echaba de menos a la auténtica Madame Battery y esperaba que regresara pronto. Kore se acercó a ellas y preguntó:

—¿Sabemos algo nuevo de Ray?

La otra rebelde negó con la cabeza.

—Darwin me dijo que Jake conoce este lugar. Cuando vea que el bar ha sido desmantelado, vendrán aquí directamente.

No obstante, Eden cada vez se sentía más nerviosa. Ray tendría que haber llegado el día anterior por la noche. Desde que estaba allí, había calculado una y mil veces el tiempo que deberían haber tardado con el jeep hasta la guarida de los cristales y por mucho que se hubieran entretenido, los cálculos no cuadraban. A no ser que les hubiera pasado algo...

La chica se obligó a interrumpir aquel pensamiento. Ese era el problema de no poder entretenerse con nada más, que su cabeza le daba vueltas una y otra vez al mismo asunto.

Si al menos la dejaran salir para seguir intentando contactar con los centinelas amigos, como había hecho antes de la redada... Pero el riesgo era demasiado alto como para intentarlo siquiera.

Antes de que se les echaran encima, Eden había logrado hablar con algunos de sus antiguos compañeros centinelas sin apenas resultado. El único que se había dignado a escucharla sin amenazarla había sido un chico con el que había coincidido los últimos meses antes de que ella se marchara de la Ciudadela. También conocía a Aidan y sospechaba, como tantos otros, que el gobierno les estaba ocultando algo. Aun así, estaba asustado y solo tuvo oportunidad de hablar con él diez minutos en un cambio de guardia. Eden le confesó algunas de las cosas que sabían los rebeldes y le pidió que, llegado el momento, se atreviera a cuestionarse si de verdad merecía la pena proteger a la gente que intentaba castigarlos.

De pronto se abrió la trampilla del techo y todos alzaron la cabeza. Por ella se asomó uno de los subordinados de Carlton y dijo:

—Jake ha llegado.

Eden y Darwin se precipitaron hacia la escalera de mano, pero él les dijo que se esperasen para no correr riesgos.

—¿Está solo?

Antes de obtener ninguna respuesta, Jake bajó y ella fue la primera en acercarse.

—¿Cómo ha ido? ¿Y Ray?

Justo en ese momento, otra persona con la cabeza cubierta con un pasamontañas descendió por las escaleras. Ray se quitó el atuendo y fue directo a abrazar a Eden.

—¿Qué tal estáis? —preguntó, preocupado—. Cuando he visto el local así...

—Estamos bien. Tuvimos mucha suerte.

Una tercera persona bajó por la trampilla. Eden no tardó en reconocer a Gael, el jefe del clan de cristales.

—Chicos, os presento a Gael —dijo Ray—. Él y los suyos nos van a echar un cable.

Mientras Ray y Gael se presentaban a los nuevos rebeldes, Darwin procedió a revelar la verdadera naturaleza de su nuevo invitado y contar el plan para cruzar a la Torre.

—¿Cuántos sois? —preguntó Darwin dirigiéndose a Gael.

—He traído a mis cien mejores guerreros —respondió.

—¡¿Cien?! —exclamó el rebelde, sorprendido—. ¿Y dónde están?

Gael explicó que se habían quedado fuera de las murallas, camuflados, mientras él estudiaba la situación dentro de la Ciudadela y las características de la valla que tenían que atravesar. Confesó que le preocupaba especialmente el nivel de seguridad de la zona y que necesitaría apoyo en el momento en el que ellos desplegaran las alas y cruzaran al otro lado. Después, se giró hacia Ray y le entregó una pistola de bengalas que sacó del zurrón que portaba.

—Cuando sea nuestro momento, dispara al cielo y entraremos.

—Si os hacen falta armas, podemos dejaros —dijo Darwin.

—Por favor, electro. Hemos estado viviendo fuera toda la vida. Tenemos nuestras propias armas —le espetó Gael, para dirigirse de nuevo a Ray—. Estaremos preparados para atacar a lo largo de toda la noche. Si antes del alba no has lanzado la señal, nos iremos.

Y con aquellas últimas palabras, Gael se despidió de los rebeldes para volver con su gente.

—¿Por qué hay tanto jaleo fuera? ¿Y dónde está Dorian? —preguntó Ray.

—Es Acción de Gracias —dijo Eden—. Y respecto a Dorian..., será mejor que te sientes.

La chica comenzó a contarle todo lo que había ocurrido con su gemelo y la Rifa.

—Tiene que ser una trampa. Dorian nunca...

—Ray, nos ha traicionado. No sabemos por qué ni con qué intenciones, pero ahora está con Bloodworth.

—Eden, es mi hermano.

—No, no lo es: es tu clon. Y ha dejado claro que lo único en lo que os parecéis es en el aspecto.

—¿Te ocurre algo? —preguntó él.

Antes de que pudiera contestar, Darwin apareció y dijo que necesitaba a Ray para tratar el asunto del vídeo, pero él se quedó en el sitio, mirando a Eden y esperando su respuesta.

—Tranquilo, vete con Darwin, que es más importante —dijo ella acariciándole el rostro.

Eden era incapaz de contarle a Ray lo que había ocurrido con Dorian, el verdadero motivo por el que el chico huyó. Una parte de ella se sentía culpable de que ahora se encontrara en la Torre con Bloodworth. Sin embargo, no podía evitar sentirse también tremendamente utilizada y sucia tras aquel beso y sabía que, si pudiera volver atrás, habría reaccionado de la misma manera.

El agobio se apoderó de ella y decidió salir a dar una vuelta para ver cómo iban las cosas por la calle. Para ello, se cubrió el rostro con una bufanda y subió por la trampilla.

Afuera todo era música y alegría. La Ciudadela entera parecía estar reunida allí y en las pantallas de las paredes se anunciaba que el discurso de Acción de Gracias del gobernador Bloodworth comenzaría pronto. Prácticamente todo el mercado parecía haber emigrado allí y ahora los puestos atestaban las calles y las aceras.

Tanto moradores como leales se dirigían a toda prisa hacia el lugar en el que el gobernador hablaría en directo, en lugar de verlo por las pantallas. Ella se mantuvo pegada a la fachada, con el rostro cubierto. Al cabo de un rato, comenzaron a emitir la llegada de Bloodworth, su subida al escenario y los saludos.

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