Aura

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Capítulo 30

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Como Logan les había explicado, en el edificio de veinte plantas que rodeaba el Stratosphere se encontraban los alojamientos de las familias de los integrantes del gobierno, los trabajadores y las oficinas de gestión de la Ciudadela, mientras que en la parte subterránea se hallaban los calabozos y los laboratorios. En la azotea de la Torre se encontraba la presidencia del gobierno, así como la vivienda de Bloodworth.

El grupo rebelde se aproximó a la entrada, reventada durante el enfrentamiento, y advirtieron que allí tampoco quedaba apenas seguridad que la estuviera protegiendo.

—Mejor para nosotros —contestó Kore, ansiosa por entrar a buscar a Aidan—. ¿Nos movemos?

—Ray tiene razón —dijo Logan—. Esto parece otro lugar completamente distinto al que yo recuerdo, y tampoco hay cuerpos en el suelo que confirmen que los hayan matado.

—¿Qué insinúas? —preguntó uno de los rebeldes que los acompañaba—. ¿Que se han rendido?

—No, creo que se han marchado... Han huido.

—Puede que tengas razón —dijo Eden—. O puede que nos estén esperando dentro. Abandonar la Ciudadela no es tan fácil ahora que el pueblo se ha alzado en armas, ni siquiera para ellos. Además, ¿dónde irían?

—¡Estamos perdiendo el tiempo! —exclamó Kore, impaciente—. Dividámonos como habíamos acordado y salgamos de aquí cuanto antes. Esta zona se va a convertir en un campo de batalla aún más peligroso en poco tiempo.

La bailarina tenía razón: no dejaba de llegar gente con antorchas, linternas caseras, armas y el deseo de ver caer al gobierno de la Ciudadela. Y aunque hasta ese momento todos compartían el mismo fin, pronto comenzarían los saqueos y, con ellos, las peleas.

Kore partió en dirección a los calabozos acompañada por Carlton y sus hombres, mientras que Eden, Ray, Jake y Logan se dirigieron a la otra parte del edificio en busca de la pequeña espía. No había forma de mantenerse en contacto, por lo que acordaron huir de allí en cuanto cada uno hubiera completado su misión y reencontrarse en el piso franco con todos los demás.

El vestíbulo principal también estaba vacío y con las luces principales fundidas, aunque había otras muy tenues que alimentaba el generador externo, así como las de seguridad que bañaban todo con un halo rojizo. Los pocos muebles negros que se repartían por el inmenso espacio estaban tirados por el suelo, al igual que algunas macetas cuya tierra se había desparramado sobre las baldosas de mármol rosa.

El equipo cruzó a toda prisa hasta la mesa de recepción que había al fondo y allí volvió a reagruparse. Logan sacó el mapa que traía consigo y dijo:

—En esta parte del edificio están las habitaciones del servicio. Y por allí —añadió, señalando una de las puertas de los cinco ascensores que había—, los laboratorios.

—¿Los ascensores funcionan? —preguntó Ray, extrañado.

—Estos no. El único que se alimenta del generador es el de la Torre, así que... tocará utilizar las escaleras.

—Pues entonces habrá que volver a dividirse —sentenció Ray—. Jake y tú bajad a los laboratorios a por los dispositivos. Eden y yo buscaremos a Samara y a Dorian. Cuando terminéis, no nos esperéis. Salid de aquí y nos vemos directamente en el piso franco.

Ninguno discutió la decisión. Mientras que Jake y Logan tomaban la salida de emergencia que daba a las escaleras de la parte subterránea, Ray y Eden comenzaron a subir por las que tenían más cerca.

—Diésel me dijo que las habitaciones del servicio se encuentran en la tercera planta —apuntó Eden, mientras subían las escaleras de dos en dos hasta la puerta de emergencia que daba a los pasillos del tercer piso.

Se toparon con una inmensa sala que probablemente había estado repleta de máquinas tragaperras y mesas de cartas en el pasado. En su lugar, ahora había sillones y mesas bajas, y una gran barra de bar tan elegante como la de cualquier hotel de cinco estrellas.

—Creo que esto no tiene pinta de ser donde duerme el servicio... —dijo Ray.

Multitud de moradores, hombres y mujeres vestidos muchos de ellos con harapos, habían iniciado el saqueo de todos los objetos de valor que encontraban: lamparillas de mesa, cubertería, copas y vasos de cristal. Una pareja se abalanzó sobre un montón de bandejas brillantes y no dudaron en apartar a golpes a otras dos chicas que querían hacerse con ellas también.

—Ya ha empezado —dijo Eden, avanzando a toda prisa hasta la otra puerta de emergencia que había al fondo del inmenso salón.

—¡Vamos a ciegas! Tenemos que saber dónde están las habitaciones del servicio antes de seguir avanzando —exclamó Ray mientras agarraba a Eden del brazo.

—¿Y a quién preguntamos, genio?

Ray miró a su alrededor en busca de alguna pista... hasta dar con un joven de rasgos orientales que lucía un traje rojo y blanco y que se escondía debajo de una mesa con las manos en la cabeza, en estado de shock.

—¿Dónde están las habitaciones del servicio? —preguntó Ray en cuanto llegó a su lado. Al ver que no se inmutaba, tomó la decisión de activar el Detonador y acercárselo a la cara para amenazarle—. No me hagas repetirlo otra vez. Responde.

—D... dos plantas más arriba —dijo el chico, con los ojos llenos de miedo.

Ray le soltó y siguió a Eden, que ya iba de camino a las escaleras de emergencia.

En la planta indicada, se cruzaron con otros habitantes de la Ciudadela que salían de las habitaciones con bolsas llenas de sábanas, mantas y ropa que sus inquilinos habían dejado atrás. Logan estaba en lo cierto: la Torre estaba abandonada. Probablemente, dedujo Ray, lo habían hecho durante la noche anterior y habían esperado que con el regalo de Acción de Gracias nadie hubiera sobrevivido para ir en su busca.

—¡Samara! ¡Samara! —gritaba Eden, entrando en las habitaciones que ya estaban abiertas o echando abajo sus puertas a base de patadas y con la pistola de cargas.

Los pasillos eran muy largos y tenían numerosas bifurcaciones. A punto de llegar al otro extremo del edificio, escucharon un tiroteo procedente de una de las escaleras de emergencia y fueron directos a ella. Cuando abrieron la puerta, se encontraron con una reyerta entre varios moradores con pasamontañas y un grupo de centinelas. Eden cerró de golpe y empujó a Ray contra la pared antes de que alguna bala perdida les acabara hiriendo. Cuando los disparos cesaron, los chicos volvieron a abrir la puerta y se encontraron que solo dos de los moradores habían sobrevivido. Al escucharles acercase, se dieron la vuelta con sus armas en alto.

—¡No venimos a robar nada! —se apresuró a decir Ray—. Estamos buscando a alguien.

—Tú... —dijo uno de los dos tipos, bajando el cuchillo que llevaba—. ¿Cómo has bajado tan rápido?

—¿De qué hablas?

—Ray, vamos —le pidió Eden, dándose la vuelta.

—Te hemos visto antes y llevabas otra ropa y...

Ray se acercó a él a toda prisa.

—¿Me habéis visto antes? ¿Dónde?

Los rebeldes se miraron entre sí antes de contestar.

—En la décima planta, creo. Estabas inconsciente, ¿no? Te vimos y...

—¿Arriba? ¡Eden, vamos! —la llamó Ray, antes de regresar a la escalera para seguir subiendo.

La chica se quedó a revisar la siguiente planta pero él subió directamente a donde los tipos le habían dicho. La décima planta volvía a ser una sala diáfana con solo un par de ascensores y numerosos sillones y objetos de decoración entre los que encontró lo que buscaba.

Dorian estaba tirado encima de una mesa de cristal hecha añicos con una mancha de sangre en la frente. Lo primero que hizo fue agacharse y comprobar que respiraba. Acto seguido, lo sujetó por los hombros.

—¡Dorian, despierta! ¡Vamos, colega!

Como el chico no reaccionaba, Ray activó el Detonador al mínimo y le lanzó una pequeña descarga en el pecho. En cuanto lo hizo, su clon abrió los ojos de golpe.

—¿R... Ray?

—¡Dorian! —exclamó él, abrazándolo en cuanto se incorporó—. ¿Qué te ha pasado? ¿Dónde está todo el mundo?

—No... No lo sé. Yo... Los centinelas me estaban conduciendo a los calabozos y de repente se fue la luz y... Y no recuerdo más —dijo aturdido mientras se levantaba con ayuda de Ray—. ¿Qué ha pasado? ¿Por qué estás aquí?

El chico le explicó lo que había sucedido durante el discurso de Acción de Gracias mientras volvían a las escaleras, pero antes de abrir la puerta de emergencia, se detuvieron y Ray se volvió para mirarle.

—Dorian, te lo van a preguntar todos y necesito que me digas la verdad: ¿cómo conseguiste el boleto ganador de la Rifa?

Su clon le miró unos instantes, arrepentido.

—El boleto... me lo dio un hombre en un bar.

—¿Cómo que te lo dieron?

El chico bajó el rostro, avergonzado.

—Era todo una trampa... Yo hablé con ese viejo y me dijo que podía cambiar mi suerte y entonces me dio el boleto. Al principio pensé que era una tontería, pero cuando vi que había salido el número ganador... —el chico miró a Ray a los ojos—. Solo..., solo quería un cambio. O eso pensaba. Ya no estoy seguro...

—¿Una trampa? ¿O sea que sabían quién eras? —preguntó Ray, confuso.

—Sabían lo que soy, sí, pero Bloodworth te quería a ti...

—¿A mí? —preguntó extrañado—. ¿Qué estás diciendo?

—Saben que no necesitamos baterías, Ray. Y Bloodworth me quería llevar otra vez de vuelta con él, pero... —se intentaba explicar Dorian, aturdido.

—¿Con él? —preguntaba Ray—. Dorian, ¿cómo sabe Bloodworth que no necesitamos baterías?

En aquel instante, la puerta de emergencia se abrió y Eden se dirigió a ellos con cara de pocos amigos.

—¿Dónde está? —preguntó.

Dorian la miró sin entender.

—¿Samara?

La chica agarró entonces a Dorian por la camiseta y lo empotró contra la pared.

—Sé que sabes dónde la esconden. Vamos, habla y a lo mejor te perdonamos la vida cuando esto acabe.

—¡Eden! —exclamó Ray.

—¡Es un traidor! ¡Y está loco! ¿De verdad estás de su parte?

—Sí, lo estoy —replicó el otro, poniéndose entre medias de los dos—. Y no vuelvas a llamarlo así.

—Estás ciego —le espetó la otra—. Pero yo no.

Y antes de que Ray pudiera detenerla, Eden le lanzó a Dorian un puñetazo a la cara con el que cayó al suelo. Después se abalanzó sobre él, agarrándole de la camiseta de nuevo.

—¡Eden, para! —exclamó Ray, sujetándola por la espalda para separarla.

—¡Suéltame! —dijo la otra, con una furia tan desgarradora que parecía estar a punto de llorar—. ¡Se lo merece! ¡No es justo! Tendríamos que haberla encontrado a ella, ¡no a él! —y volvió a intentar escaparse, pero Ray no la dejó.

Dorian se levantó del suelo despacio y se limpió con el reverso de la mano el hilillo de sangre del labio.

—Creo que sé dónde puede estar... —dijo.

—¡Pues dilo! —le ordenó Eden.

El chico, por respuesta, se acercó a uno de los ventanales y señaló la enorme torre del Stratosphere que se cernía sobre ellos.

—¿Ahí arriba? —preguntó Ray, acercándose al cristal.

—Es donde están la residencia y el despacho de Bloodworth. Si la niña no está allí, se la han llevado.

Eden se dio la vuelta sin esperar más explicaciones y se lanzó escaleras abajo. Los dos chicos la siguieron unos pasos por detrás. Sin embargo, tuvieron que reducir la velocidad cuando, a partir del sexto piso, comenzaron a cruzarse con decenas y decenas de moradores y leales que se dirigían a las estancias superiores con bolsas cargadas con todo tipo de tesoros, empujando en su camino a cualquiera que se les pusiera por delante.

A punto de llegar abajo, el apelotonamiento era tal que la puerta había quedado colapsada por gente que gritaba enfurecida y suplicando que los dejaran salir, aplastados por la masa. Entre todos los alaridos, destacaba el de una niña pequeña, en el suelo, cerca de Ray.

—¡Eden, por el pasillo! —le gritó, antes de agacharse y recoger a la cría un segundo antes de que un hombre se tropezara y cayera justo donde ella había estado un instante antes.

Con la pequeña en brazos, Ray y Dorian siguieron a Eden por el pasillo de la planta baja hasta la cristalera que había al fondo. Intentaron abrirla, pero parecía atascada y el dispositivo que la abría, apagado. El cristal era demasiado duro como para romperlo a golpes y cada vez había más personas a su alrededor. Ray se sentía como en el camarote de un barco a punto de naufragar.

La gente seguía empujando y ya era imposible regresar por donde habían venido. Fue entonces cuando a Ray se le ocurrió algo. Dejó a la niña en el suelo y volvió a cargar el Detonador para después colocar la palma de su mano sobre el cristal.

—¡Apartaos! —gritó él.

Con un empujón, Ray liberó la carga eléctrica e hizo estallar el cristal en pedacitos, permitiendo que la gente saliera de aquella ratonera. La multitud comenzó a correr en estampida. Un grito de dolor hizo que Ray se girara después de recoger a la niña para ver cómo Eden caía y comenzaba a ser aplastada y pisoteada por la multitud. Antes de que lograra llegar, Dorian emergió de entre la marabunta y consiguió levantar a la chica aturdida por los golpes.

Juntos, avanzaron hasta la recepción y allí apoyó el cuerpo de la rebelde sobre una columna para comprobar la gravedad de sus heridas.

—¿Estás bien? —le preguntó Ray.

—Sí, solo me duele un poco el pie —dijo, sin apenas fuerza—. Sigamos.

Pero cuando fue a intentar moverse, volvió a soltar otro grito de dolor y Ray se agachó para comprobar el estado de la pierna.

—Creo que te has torcido el tobillo... —dijo, antes de mirarla—. Así no puedes continuar.

El rostro de la chica se desencajó al oír aquello, pero la voz de Jake surgió a sus espaldas antes de que pudiera añadir nada.

—¿Qué le ha pasado? —preguntó el chico, agachándose a su lado.

—Se ha torcido el tobillo —explicó Ray, justo cuando advirtió que tanto él como Logan llevaban las manos vacías—. ¿Y los brazaletes?

—No hay nada. Se han llevado absolutamente todo —dijo Logan.

—¡¿Qué?! —exclamó Ray.

En aquel momento, Kore apareció con Carlton y Aidan, que apenas se podía mantener en pie.

—¡Hay que salir de aquí! —dijo la bailarina.

—¡No! Tenemos que subir —contestó Eden, señalando el pirulí en las alturas—. ¡Samara puede estar allí!

—¿Y el resto? —preguntó Ray refiriéndose a los rebeldes que habían bajado con ellos a los calabozos.

Carlton apoyó el cuerpo de Aidan sobre Kore para descansar y apretarse el torniquete que se había hecho en el brazo.

—Solo quedamos nosotros, pero lo que tiene que preocuparos es la bomba que hay tres plantas por debajo de vosotros.

—¿Una bomba? ¿Quieren volar el edificio? ¿Su edificio? —preguntó Ray.

—No —dijo Dorian, y todos se volvieron para mirarle con desconfianza—. Quieren volar el paso subterráneo que hay entre la Ciudadela y otro lugar.

—¿Y tú cómo sabes eso? —preguntó Logan.

—Porque se lo escuché decir a Bloodworth antes de que se marchara con Kurtzman y varios más.

—¿Cómo sabemos que podemos fiarnos de ti? —preguntó Kore.

—No os queda otra.

Ray se dirigió a Jake.

—Vosotros sacad a todos de aquí. Yo subiré a la Torre a ver si está Samara.

—Voy contigo —musitó Eden.

—Eden, tienes que irte con ellos —le dijo Ray.

—¡No! —exclamó ella—. ¡No voy a salir de este edificio sin Samara!

—Me quedaré con ella —dijo Dorian—. Y esperaremos a que bajes.

—Yo también —dijo Logan.

—Está bien... —dijo Ray—. Jake, tú ayuda a Kore a llevar a Aidan al piso franco, y Carlton, vete con ellos a que te curen cuanto antes esa herida. Dorian y Logan os quedaréis con Eden hasta que vuelva, pero tenéis que prometerme que si se complican las cosas, os largaréis de aquí inmediatamente.

—¡No! ¡Voy contigo! —le insistió Eden, desesperada.

—Eden, yo iré a por ella. Te lo prometo.

—¡Ni se te ocurra dejarme aquí!

Después, echó a correr, y aunque los gritos de Eden lo persiguieron hasta que salió al exterior, no se dio la vuelta. Atravesó el patio hasta llegar al ascensor que subía a la azotea de la Torre. La máquina parecía funcionar con la electricidad del generador, sin embargo, requería de una tarjeta electrónica para su uso.

Tenía dos opciones: o intentar subir los miles de escalones a pie y probablemente perder el conocimiento en el intento, o probar suerte con el Detonador. Y eso hizo. Volvió a activar el aparato y liberó una pequeña descarga de energía que frio los componentes electrónicos de seguridad e hizo que la puerta se abriera.

—¡Bien! —se dijo a sí mismo, por fin un golpe de suerte.

Entró en el ascensor, pulsó el único botón que había y en poco más de treinta segundos las puertas volvieron a abrirse, esta vez en lo alto de la Torre. Allí, como Dorian le había dicho, se encontró a Samara. Pero no estaba sola: Philip Kurtzman agarraba a la pobre niña, mientras la apuntaba con una pistola en la sien.

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