Asia

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IV

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I

V

LAS MUJERES Y LA VICTORIA[4]

La guerra representa una gran fuerza divisoria entre los hombres y las mujeres. Esto viene ocurriendo desde los tiempos en que las mujeres se quedaban a hilar en sus hogares mientras los caballeros partían para las Cruzadas. Porque hoy las mujeres sigan hilando en las fábricas y actuando en la defensa pasiva de las ciudades, no deja de existir esa separación ni tampoco ha desaparecido el hilar de antaño. Aunque en esta guerra las mujeres tienen mucho que hacer, ese trabajo implica asimismo la separación y sitúa a los hombres y a las mujeres en dos grupos distintos. Es inevitable, y mientras en el mundo haya guerras, siempre ocurrirá del mismo modo.

Pero, en la presente contienda, la separación es tal vez más pronunciada que nunca lo ha sido, y en los Estados Unidos más que en ninguna otra nación. Expongamos prácticamente el asunto.

Todos sabemos cuál es nuestro lugar en la presente guerra; se harán todos los sacrificios que deban hacerse y se harán gustosamente. Pero vamos a hablar particularmente del sacrificio de la mujer norteamericana.

Los hombres norteamericanos están siendo enviados y seguirán siendo enviados como fuerzas expedicionarias a distintos lugares del mundo. Es muy probable que perdamos en esta guerra, aun contando con que triunfemos, muchos más hombres que hemos perdido en ninguna otra. Pero estamos perfectamente preparados para hacer frente a esta fatalidad.

Ahora vamos a enfocar otro aspecto de la cuestión. En proporción al número de hombres que perderemos, será escasísimo el de las mujeres que corran la misma suerte, sobre todo, si nos comparamos con los demás países, excepción hecha del Canadá. Inglaterra, Australia, China y la India han sido y serán intensamente bombardeadas, y en esos bombardeos mueren conjuntamente hombres, mujeres y niños. No es probable que nosotros seamos bombardeados, y si lo somos, no en la medida de esas naciones. Nuestra población civil no sufrirá como las demás han sufrido o sufrirán, siendo el resultado inevitable de ello que al final nosotros dispondremos de mayor número de mujeres que de hombres en una proporción como jamás se ha dado en nuestro país y quizás en pueblo alguno.

Que las mujeres norteamericanas se enfrenten decididamente al futuro. El mayor sacrificio que se les pide no es el que realizan ahora, cuando envían a sus hombres a la guerra, porque tal es su deber, el mayor sacrificio para ellas no es el de hoy, que abandonan sus hogares para trabajar en las fábricas y en la defensa pasiva. El verdadero sacrificio para ellas en relación con esta guerra será el que cumplirán mañana, cuando miles de mujeres, completamente solas, tengan que enfrentarse con la vida porque los hombres con quienes se hubieran casado estén muertos.

Durante una generación existirán muchas mujeres que habrán de hacer frente a la vida en la más completa soledad y con una falta absoluta de hogar, entendiéndose que el hogar está formado por un hombre y una mujer. No hablo de las viudas de guerra. Hablo de las muchachas que ahora se encuentran en los colegios y en las instituciones de enseñanza media, de esas que todavía no están desarrolladas del todo o en parte para el matrimonio y que jamás tendrán la oportunidad de casarse. Probablemente habrá muchos empleos para ellas, pues al acabarse la guerra será enorme el trabajo. Dispondrán de comida y de bonitos vestidos que ponerse.

Pero vivirán solas.

Las mujeres inglesas conocieron algo de esta soledad al terminarse la pasada contienda. Mas esta vez no habrá tantos problemas para ellas. Los bombardeos han causado muchas víctimas femeninas y causarán muchas más antes de que se restablezca la paz. Cuando esto se produzca, será la mujer norteamericana a quien le llegue el turno de la soledad.

No preguntéis por qué hablo ahora de esto. Lo hago porque creo que la gente tiene que estar preparada para la vida. Las mayores oportunidades se pierden porque la gente no está preparada para darse cuenta de que existen y, en consecuencia, las dejan pasar de largo.

A mí me parece, por ejemplo, que la oportunidad más trágica que los Estados Unidos perdieron fue cuando, al terminarse la pasada guerra, tuvimos la oportunidad de entrar en la Liga de las Naciones representando un papel preponderante en el mundo. Nuestros dirigentes estaban preparados para ello. El Presidente Wilson vio en toda su magnitud la grandeza de la ocasión. Pero nuestro pueblo no estaba preparado. No se había percatado de lo que podría suceder al final de la lucha. Estaba absorbido intensamente por la guerra en sí misma, no preocupándose de otra cosa que de ganarla.

Y no la ganaron. La perdieron, pues de nuevo estamos en guerra hoy, una guerra más desesperada que la otra y que se ha producido por haber perdido la anterior.

¿Por qué perdimos? Perdimos porque nuestra gente no pensó en la paz hasta el instante mismo en que terminó la contienda, y entonces volvimos a las antiguas costumbres. Lo que ellos no sabían es lo que nosotros debemos saber ahora; es decir, que después de una guerra no debe volverse jamás a las viejas costumbres. Esto es así porque la gente que vive después de la guerra no es la misma que vivía antes. Muchos han muerto y los demás están cansados.

Si podemos extraer alguna enseñanza de la pasada guerra, y ciertamente nos debe haber enseñado mucho, pensemos que tal enseñanza consiste en que no debemos esperar después de una guerra un mundo idéntico al anterior y que debemos estar preparados para ese nuevo mundo, el cual no tardará en hacer acto de presencia.

La paz se presenta siempre de súbito, pero nunca estamos preparados para recibirla, lo mismo que nunca estamos preparados para recibir a la guerra. Pero, no obstante, resulta más fácil prepararse para la guerra. Las cosas que necesitamos para ella son en extremo concretas: cañones, barcos y aeroplanos, junto con la preparación de hombres en un único y simple sentido: el de que sean buenos soldados. Incluso la victoria guerrera es una cosa concreta, una cesación de la lucha tanto para el vencedor como para el vencido.

Pero la victoria en la paz es algo mucho más difícil. No es una cosa sencilla, no es una cosa concreta, no necesita armas materiales, y enseñar a la gente a pensar claramente y a sentir con rectitud, es mucho más difícil que enseñarla a realizar los movimientos militares y a hacer puntería.

Por todo lo expuesto, debemos llegar a la conclusión de que no nos será fácil obtener la victoria en la paz. Las mujeres, en especial, no deben confiarse. Cuando la guerra concluya, habrá muchas más mujeres que hombres. La victoria, pues, dependerá más de las mujeres que de los hombres.

Pero he de hacer constar que no sólo dependerá de las mujeres porque son mayoría en el mundo, sino también a causa de los peculiares problemas que se plantearán a las mujeres como resultado de la guerra, problemas que el hombre no compartirá debido a la gran separación de hombres y mujeres que la guerra trae consigo. Y si hablo de estas cosas ahora, lo hago porque las que somos madres hemos de empezar inmediatamente a preparar la vida de nuestras hijas para después de la guerra, así como las que son maestras deben empezar a preparar a sus jóvenes alumnas.

He aquí lo que debemos decir al prepararlas para la vida: la guerra hará imposible que muchas jóvenes puedan casarse y llevar la vida hogareña que tenemos admitida como normal. Después de la guerra, muchas mujeres deberán vivir sin hogar, sin marido, sin hijos. Éste es el hecho con el que deben enfrentarse las jóvenes.

Tienen que comprender que existen dos maneras de enfrentarse con el problema. Si sólo miran para sí, si son egoístas y prescinden de su deber para con los tiempos que les ha tocado vivir o para con su patria, y, además, ciegas ante las oportunidades humanitarias que se les ofrecen, si sólo desean coger lo que puedan para ellas, si no pasan de ahí, la vida de esas mujeres se reducirá a una lucha indigna para obtener marido. Ello no significará más que unas cuantas mujeres disputándose a un hombre. Ya conocéis aquel extraño pasaje de la Biblia, un pasaje que hirió mi imaginación cuando siendo niña lo escuché en casa de un sacerdote: «En tal día, dijo el viejo profeta, siete mujeres se precipitarán a la vez para apoderarse de un hombre». En la actualidad lo entiendo mejor. Significa que después de una guerra, las mujeres si se dejan llevar sólo de sus instintos, se procurarán a cualquier precio su normal relación con los hombres. Estos instintos son por completo normales y tienen sus derechos, pero yerran si no están gobernados por la razón.

¿Cuál será el resultado de esta competición para lograr un hombre y un casamiento el día en que las mujeres sean mucho más numerosas que los hombres? Representará una pérdida de toda cualidad personal y del valor de las mujeres como individuos.

Vosotras, lo mismo que yo, habéis visto, y deplorado al verlo, que esto sucede ya en pequeña escala en nuestra sociedad actual. Es una cosa cierta que ahora las mujeres desean el matrimonio mucho más que los hombres. Esto sucede, en parte, por los imperativos de la naturaleza, y, en parte, por razones económicas. He hablado muchas veces del despilfarro de energía y actividad que supone en la vida de las mujeres los años comprendidos entre los dieciocho y los treinta, un tiempo que los hombres emplean en procurarse un perfecto entrenamiento para el trabajo y que las mujeres utilizan exclusivamente en la tarea de cazar marido. Sólo cuando superan tal edad, es decir, cuando han contraído matrimonio o bien han perdido en más o menos escala la esperanza de casarse, vuelven a pensar en alguna suerte de trabajo para ellas.

No es que critique a las mujeres por esto, aunque piense que se equivocan un tanto. Y se equivocan porque la mayoría de ellas consideran el matrimonio como un beneficio económico, especialmente cuando se trata de mujeres no inteligentes, condenadas a fracasar en la lucha para triunfar en el trabajo. También se equivocan psicológicamente las que creen que el matrimonio es una seguridad para ellas.

Pero ahora no voy a hablar de todo esto. Sólo diré que ya sucedía en tiempos de paz, cuando los hombres y las mujeres estaban más o menos igualados en cuanto al número, o sea que entonces las mujeres gastaban los mejores años de su vida en la lucha por lograr casarse. ¿Qué sucederá cuando haya muchos menos hombres que mujeres? Como no eduquemos a nuestras mujeres en un sentido radicalmente distinto del empleado hasta ahora, al acabarse la guerra sobrevendrá un pésimo estado de cosas no sólo para las mujeres, sino incluso para la nación.

Porque lo que afecta a las mujeres, afecta profundamente a todos. Si muchas mujeres disputan entre sí por unos cuantos hombres —digamos las cosas tal como son—, la situación y el poder de los hombres será exaltado por encima de toda ponderación, y tendremos inevitablemente una relación fascista entre los hombres y las mujeres, esto es, un peso artificial en favor del hombre. Lo que diga un hombre será tenido mucho más en cuenta que lo que diga una mujer, a causa de los pocos hombres que habrá. Aunque un hombre sea rematadamente estúpido, será reverenciado y escuchado, pues ¿dejará de ser un hombre por ello?

Los instintos de la mujer son, aun en el caso más favorable, una fuerza poderosa. La naturaleza pone más fuerza en el sexo de la mujer que en el del hombre, pues la mujer es la que propaga la raza, y el hombre es para ella necesario a fin de completar el ciclo de su vida como mujer. Los hombres necesitan a las mujeres, en primer lugar, para sí mismos. Pero la mujer necesita al hombre para sí misma y para los hijos. La de ella es una necesidad doble. Cuando la sociedad añade a esta doble necesidad la tremenda de la seguridad económica en el hogar, cuando el hombre es el que sostiene a la mujer, le proporciona comida, techo y libertad, protegiéndola contra la lucha del exterior y librándola de responsabilidades, la necesidad que la mujer siente del hombre resulta evidente a todas luces, surgiendo entonces la competencia, los celos y todas las desgracias que acarrea el prescindir de la razón y dar rienda suelta a los instintos.

Eso sucederá entre las mujeres cuando se termine la guerra, lo que desmoralizará a la nación, a menos que desde ahora empecemos a preparar a las muchachas que habrán de vivir en semejante ambiente.

Esas muchachas ya han nacido, algunas de ellas asisten a la escuela, y son lo bastante crecidas para enterarse de las cosas.

Enseñemos a esas muchachas, que serán las jóvenes de la posguerra, las dificultades con que tendrán que enfrentarse, y de las que no podrán escapar precisamente a causa de la lucha que sostenemos en estos momentos. Digámosles que, si se enfrentan con esas dificultades en un plan de rebeldía, resueltas a no pensar más que en sí mismas, las consecuencias serán un caos social. Enseñemos valientemente la verdad a nuestras muchachas, diciéndoles que en tal sociedad ninguna de ellas podrá encontrar la felicidad doméstica, pues cotizándose los hombres con una prima muy alta, ninguna de ellas podrá estar segura de un hombre. La vida para la mujer será una continua lucha para conservar lo que haya podido coger, lucha indigna y degradante que durará tanto como ella viva.

La única solución a esto sería la poligamia, pero cualquiera que haya vivido en un país donde existe la poligamia sabe que ésta no es una solución para la felicidad de ninguna mujer ni de ningún hombre.

Sí, de las mujeres depende la victoria en la paz, mas las mujeres no pueden hacer perder esa paz.

Pero las mujeres están en condiciones de enfrentarse con el futuro de otra forma. Esa forma es el completo conocimiento y aceptación del sacrificio. Es comprender que la vida puede y debe ser vivida con dignidad y absoluto desprendimiento en circunstancias que impiden a las mujeres la satisfacción de los legítimos instintos del matrimonio y de la maternidad. Es la forma de aceptación y dedicación del individuo al mayor bien.

Si las mujeres lo desean, si están preparadas para ello mental y espiritualmente, pueden rendir en el curso de la época que siga a la terminación de la guerra su mayor contribución a la humanidad y a los asuntos humanos. Relevadas, aunque sea con disgusto de ellas, de los lazos y labores que mantienen a las mujeres unidas al hogar, existirá una gran cantidad de mujeres libres, esto es, de mujeres que podrán dedicarse a los asuntos nacionales e internacionales, corregir los males de nuestra sociedad, emprender negocios e implantar una nueva ética en el mundo de los mismos, mejorando su dirección e implantando una administración práctica y justa. Habrá mujeres que podrán intervenir en la vida del trabajo, asumiendo la dirección, mujeres libres para dedicarse a la ciencia, a la medicina y a las artes, y a todas esas cosas en que las mujeres han intervenido hasta ahora muy poco o no han intervenido nada.

Cuando termine la guerra, existirá, la oportunidad de que la mujer pueda hacerse un lugar en el mundo. Ha de percatarse de que su sacrificio va unido a esta oportunidad, y de esta manera glorificar su sacrificio y hacer que sirva de algo.

Yo no soy de las que desperdician su tiempo tratando de demostrar que la mujer es igual al hombre. Esto es una cuestión estúpida, a propósito para hacer chistes a su costa. El tema ha sido motivo de irónicas bromas en el mundo entero. Estoy segura de que conocéis los múltiples chistes norteamericanos hechos a este respecto, pero os aseguro que los hay muy parecidos en todos los países. Un antiguo proverbio chino afirma: «Un hombre piensa que sabe, pero una mujer sabe». Si los chinos se ríen con este proverbio, lo hacen con verdadera grandeza, pues la risa se la produce la admiración que sienten por la mujer.

Las mujeres son respetadas en China no porque sean como los hombres, sino porque como mujeres resultan unos admirables seres humanos. Los chinos, dando pruebas de su acostumbrada sabiduría, jamás discuten el asunto de la igualdad del hombre y de la mujer. Consideran la cuestión una estupidez de tipo académico, como lo es sin duda. ¿Cómo pueden darse dos entidades diferentes que resulten iguales entre sí? La valoración de la mujer es nula cuando resulta equivalente a la del hombre, y lo mismo sucede con la del hombre cuando equivale a la de la mujer. La sociedad verdaderamente equilibrada exige el trabajo de ambos, y la sociedad china se ha mantenido equilibrada durante muchos siglos.

La nuestra, por el contrario, no ha sido muy equilibrada. La vida norteamericana está basada en principios masculinos, y las mujeres son para nuestros hombres compañeros de trabajo. Haríamos un gran bien a nuestro carácter nacional glorificando la naturaleza de la mujer. El sabio chino Lin-Yutang dice:

El espíritu chino tiene en gran cantidad de aspectos muchos puntos de contacto con la mentalidad femenina… Las cualidades de la inteligencia y de la lógica femenina son exactamente las cualidades del espíritu chino. La inteligencia china, igual que la inteligencia femenina, rebosa de sentido común. Carece de términos abstractos, igual que el habla de la mujer. La manera de pensar es sintética, concreta, rica en proverbios, como la conversación de las mujeres… Éstas poseen un instinto de la vida mucho más certero que los hombres, y los chinos gozan de semejante cualidad en mayor grado que ningún otro pueblo. Los chinos dependen en gran manera de su intuición para resolver los misterios de la naturaleza, de esa misma intuición o sexto sentido que hace que muchas mujeres crean que una cosa es así porque así es. Y la lógica china es como la lógica de las mujeres… Un juez chino no piensa en la ley como en una entidad abstracta, sino como una cantidad flexible en cuanto a ser aplicada al señor Huang o al doctor Li. De acuerdo con esto, y siempre siguiendo el pensamiento chino, una ley que no sea lo bastante personal para responder a la personalidad del señor Huang o del doctor Li es por completo inhumana y, en consecuencia, no es ley. La justicia china es un arte y no una ciencia… El sentido común y el espíritu práctico son característicos de las mujeres más que de los hombres. Los hombres son más aptos para levantar los pies del suelo y volar hacia metas inaccesibles… En los chinos, como en las mujeres, las cosas concretas ocupan el lugar de lo abstracto.

He citado lo anteriormente expuesto porque demuestra que China es una nación que se ha dejado influir por las mujeres, lo que ha redundado en su beneficio. Y la prueba de esta influencia no se encuentra sólo en lo que dice el sabio Lin, sino en que para decirlo prescinde, de su egoísmo varonil.

Ningún hombre norteamericano sería capaz de decir que su patria poseía cualidades femeninas. Pero los chinos lo dicen sin el menor rubor, pues aprecian y admiran las cualidades de las mujeres chinas, y consideran tales cualidades del mismo valor que las suyas propias, e indispensables para su pueblo.

Un norteamericano pensaría, sin duda, que afirmar que Norteamérica era femenina en sus cualidades significaba debilidad, carencia de valor y de fuerza viril. Esto no sucede con los chinos, que conocen bien a sus mujeres, y China, que es la única potencia que hasta hoy ha luchado con éxito contra el Japón, no puede ser tenida por un pueblo débil ni carente de vigor.

Enseñemos, pues a nuestras jóvenes que deben contemplar el período que siga a la guerra como una gran oportunidad que se les ofrece como mujeres y al mismo tiempo como seres humanos. Si se les presenta el matrimonio de una manera normal, que lo acepten. Pero han de pensar que puede no presentárseles, y que no deben contar con él como una tarea a la que dedicar sus vidas ni como un recurso económico. Sobre todo, las mujeres no deben sentirse fracasadas en su femineidad porque no hayan logrado casarse. Puede que sea una ventaja para las mujeres en general vivir en un período en que el matrimonio es imposible para tantas de ellas, pues de esta manera ninguna debe tenerse por fracasada si no consigue contraer matrimonio. A menudo es tenido éste en nuestros días como un triunfo social y personal.

¿A qué deben dedicar su vida las mujeres durante el período que tarden en nacer los hombres, el período que necesitará la Naturaleza para suplir la siega de vidas humanas que la guerra ha hecho y seguirá haciendo en nuestra patria?

Existen ciertos puestos donde las mujeres pueden y deben trabajar tan pronto como sea posible, para aprovechar su experiencia práctica. Uno de ellos es la administración de los alimentos. La relación entre la oferta y la demanda en lo que concierne a los artículos alimenticios no ha sido estudiada hasta la fecha desde el punto de vista de las necesidades humanas. Se ha considerado siempre desde el punto de vista mercantil, como una fuente de hacer dinero, de obtener una ganancia, pero jamás anteponiendo en primer lugar las necesidades humanas. Existen amplias zonas en el mundo donde la gente no dispone habitualmente de bastante comida, o del adecuado alimento, mientras en otros lugares de la tierra son arrojadas al mar grandes cantidades de comida.

He aquí un problema bastante complicado y de suma importancia. En el mundo desaparecerían muchos descontentos si todos dispusieran de lo que necesitan para comer. La distribución de alimentos implica en la actualidad situaciones económicas y de lucro entrelazadas con el sistema nacional. Pero desde el punto de vista humano, la distribución de los alimentos significaría un importante acercamiento de unos pueblos a otros.

Después de la guerra, la educación de la juventud, ya en manos de las mujeres en su mayor parte, crecerá en importancia. Las mujeres planearán una nueva educación de la juventud, una educación que alternará ésta con el entrenamiento para la paz permanente y la eliminación de la guerra; en suma, una educación internacionalista. Si los espíritus no son reeducados, los niños alimentarán sus imaginaciones con pensamientos bélicos, hablarán de la guerra y conservarán en su memoria experiencias y recuerdos de la guerra, lo que daría con el tiempo el amargo fruto de siempre.

Pero lo que importa, sobre todo, es que la mujer trabaje en el campo donde posee más conocimientos y donde se requiere más habilidad: el de las relaciones humanas.

En la actualidad, los pueblos del mundo se ven impelidos a mantener entre sí una intimidad mucho mayor de la que pueden soportar. Ya antes de la presente contienda las comunicaciones mecánicas nos acercaban unos a otros más de lo que lo habíamos estado antes. Siete días entre la capital de nuestra patria y Chungking, la capital interior de China, distancia que estábamos acostumbrados a recorrer en varias semanas; diez días se tarda en llegar a la India, en lugar de meses; en dos días o en menos podemos plantarnos en Europa; en cuatro o cinco en Rusia…

Ni mental ni espiritualmente podemos considerarnos aptos para mantener tal intimidad. Los pueblos de esos países nos son extraños. Para colmo, vino la forzada intimidad de la guerra, y entre nuestros aliados hay gentes de las que apenas hemos oído hablar. A China la conocemos mejor que a ninguno de nuestros aliados asiáticos, y, sin embargo, no sabemos actualmente apenas nada del pueblo chino. No sabemos nada del Japón, hoy nuestro enemigo, y es tan importante conocer a un enemigo como a un amigo.

Esta ignorancia no puede prolongarse si queremos edificar un mundo estable después de la guerra. No nos está permitido continuar sin conocer a esos pueblos cuando estamos luchando unos al lado de otros. Debemos conocerlos para ganar con ellos la guerra. ¿Cuántos de nosotros saben algo de la India, por ejemplo, excepto las fútiles noticias de que dan cuenta los periódicos a través de fuentes inglesas? Estoy convencida de que la censura inglesa es, en general, muy benévola, pero la censura es siempre censura, y podéis estar seguros de que los dirigentes de la India no se hubieran unido como lo han hecho para protestar contra las proposiciones inglesas si no hubieran tenido poderosas razones para ello.

Saber por qué el pueblo hindú tomó las decisiones que tomó, enfrentarse con los efectos prácticos de tal resolución, desastrosa desde el punto de vista de nuestro esfuerzo de guerra, comprender que es necesario que se reanude la discusión sobre la India e intentar llegar de nuevo a una mutua comprensión y acuerdo, es lo que las mujeres deben hacer, puesto que están suficientemente capacitadas para ello.

No obstante, parece como si la mayoría de las mujeres de nuestro país ignorasen la existencia de la India, y mucho más que tenga alguna relación con la guerra y con nuestro mundo. Pero la tiene enormemente con la guerra que sostiene Norteamérica, con nuestra victoria y con nuestra vida en el mundo de mañana. La India tiene mucho más que ver con la guerra norteamericana, con nuestra victoria y nuestra vida en el mundo de mañana que la inacabable labor de punto a que nos dedicamos y los programas para divertir a los soldados que nos afanamos en ofrecerles, así como todos los bellos detalles de nuestra actual contribución a la guerra.

Estos detalles son importantes y excelentes, pero debemos realizarlos con nuestra mano izquierda, mientras nuestra mano derecha, nuestro cerebro y nuestra voluntad se consagren a esas grandes soluciones básicas, únicas que pondrán fin a los problemas de la guerra y de la paz.

La mujer debe ocupar un lugar preeminente en todo sitio donde sea necesario que un pueblo comprenda a otro, y para lograr esa preeminencia debe poseer los conocimientos necesarios y la correspondiente alteza de miras. La mujer ha de estar presente en todos los puestos de mando del mundo en que la aplicación de los dones propios de la mujer pueden ser de algún valor a los seres humanos.

Las mujeres universitarias gozan del privilegio de las mejores oportunidades gracias a su educación y su capacidad de comprensión. Debemos actuar, y no sólo en pequeñas organizaciones locales en que se empaquetan artículos sanitarios, se crean secciones de la Cruz Roja, se envían paquetes a la Gran Bretaña, se hacen colectas para la ayuda a China o se reclutan voluntarias para conducir los coches de los oficiales.

En este momento, por ejemplo, debemos demostrar nuestra capacidad y actuar activamente para lograr que nuestro país dé los pasos necesarios para que la India reanude sus conversaciones con la Gran Bretaña. Debemos procurar cimentar nuestras relaciones con China, nuestro más fuerte y esencial aliado en el Pacífico.

¿Cuántas americanas saben que las leyes de inmigración son más estrictas con los chinos que con los japoneses? Un chino de elevada posición me dijo el otro día que si modificáramos nuestras leyes de inmigración que fijan el cupo de inmigrantes chinos, aunque el cupo se aumentara tan sólo en unos cuantos centenares cada año, la impresión que esto produciría en China sería enorme. He aquí algo que deben tener muy en cuenta las mujeres.

En uno de nuestros Estados no les está permitido a los niños chinos asistir a la escuela de los niños blancos. Los chinos han protestado, pero de nada les ha servido su protesta. ¿Por qué? Algunos dicen que a causa de que saben que muchos niños son dependientes de tiendas de comestibles. Pero en los grandes almacenes de comestibles pertenecientes a hombres blancos no dejan intervenir a los chinos en el negocio, manteniéndolos en condiciones desventajosas.

No es conveniente establecer diferencias entre nuestros ciudadanos; pero ampliar estas diferencias hasta excluir a los hijos de nuestros aliados de nuestras escuelas, es amenazar nuestra unidad en el esfuerzo bélico. Y estad seguras de que todas esas injusticias son conocidas en el extranjero, no sólo por nuestra aliada China, sino también por nuestro enemigo el Japón. Estas injusticias han penetrado en el espíritu de los hindúes y han turbado a millones de ellos. Y ahora se preguntan a sí mismos si también los norteamericanos son un pueblo imperialista dispuesto a dominar a los pueblos de color.

¿Y qué hay sobre las relaciones entre árabes y judíos, entre los rusos y nuestro propio pueblo, entre las colonias africanas y sus gobernantes, y también entre los distintos grupos de nuestro propio país?

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