Arizona
Capítulo 19
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Capítulo 19
Después de la conversación con Francesca las dudas se hicieron cada vez más grandes, no podía entender por qué Arthur me había mentido así, sin darme opción a conocer esa verdad que tan escondía tenía. Cada vez estaba más segura de que lo que escondía no era nada bueno, ¿si no cómo había conseguido dejar esa maldita tarjeta en mi vestido? Negué con la cabeza, me estaba empezando a enamorar de ese capullo y a pesar de saber lo que había vivido decidió aprovecharse y prepararse para clavarme el puñal que ya sostenía entre sus manos, lleno de mentiras y traición.
Arthur subió las escaleras del hotel, le dije que aún no había llegado, que me esperase dentro, pero tenía el coche aparcado a unos pocos metros de la entrada, por suerte, los cristales estaban tintados y no pudo ver que me encontraba en el interior. Con ayuda de un viejo amigo, conseguí poner un micro en las escaleras, el cual recogería antes de entrar y que estaba conectado directamente con mi teléfono móvil.
—Buenas noches. —Escuché cómo le saludaba Frederick, uno de los gorilas que estaba en la entrada—. ¿Puede decirme su nombre?
—Paul Martins —dijo Arthur con total normalidad.
¿Quién coño era Paul Martins? ¿Es que realmente se llamaba así? La cabeza me iba a estallar, no comprendía nada, me alegraba de haber puesto el micro que Robert, mi amigo de la seguridad privada, me había prestado. Abrí mi pequeño bolso de fiesta y de él saqué el teléfono, estaba decidida a enfrentarme a él antes de que fuese demasiado tarde. No iba a pasar de esa noche, en realidad, ni siquiera entraría en la fiesta si no era con una verdad por delante. No me gustaban las medias tintas ni los engaños, y lo que aún me gustaba menos era la traición. Esa con la que Arthur estaba pagándome.
Arizona:
Te espero en la salida de atrás.
Necesito hablar contigo un momento.
Luego volvemos a la fiesta.
Arthur:
Claro, preciosa, llegaré en cinco minutos.
Estoy a un par de manzanas.
Arizona:
Aquí te espero.
Una vez más me había mentido, estaba dentro del hotel y, aun así, había decidido engañarme para que creyera que no había llegado. Por suerte, tenía ojos en todos lados y, cómo no, micros.
Dara:
Reina, está dentro.
Arizona:
Te debo una, amiga.
Dara:
Las que quieras, guapa.
Tenía suerte de poder contar con Dara como una pequeña espía en el interior del hotel, no le había contado nada sobre Arthur, tan solo le había pedido que vigilase hasta que estuviera dentro y me avisara para tener las espaldas cubiertas. Necesitaba que saliera y se encontrara conmigo en el callejón en el que me atacaron en la anterior fiesta. Era cierto que por norma general no se solían repetir las fiestas en los mismos sitios o por lo menos eso me comentó Francesca cuando estuvimos hablando, pero la gran mayoría de asistentes de la anterior decidieron que querían volver a estar en aquel hermoso lugar.
Estaba nerviosa, podía sentir cómo un cosquilleo nacía en mi estómago, por desgracia, no era para bien, sino que empezaban a reconcomerme. Las manos comenzaron a sudarme y el corazón se me aceleró a pesar de que aún estaba metida en el coche. Un terrible tic empezó a tomar el control de mis piernas, no podía parar de moverlas.
Dara:
Está hablando con un hombre con pintas un poco raras.
Por suerte, Dara iba avisándome para que Arthur no me encontrase antes de tiempo, quería sorprenderle y dejarle sin palabras. Me pasó una foto en la que Arthur aparecía hablando con un hombre, el cual tenía pinta de policía o algo similar, no parecía estar en la fiesta por casualidad, ni siquiera por gusto, al contrario, parecía estar bastante inquieto. Dejé el chat abierto, esperando a que me dijera que ya salía, pero tardó más de lo que me había dicho.
Arizona:
¿Sale?
Dara:
No, parece que va a coger una copa antes.
Se la ha bebido de golpe.
¿Qué coño estaba haciendo? ¿Es que acaso necesitaba estar bebido para poder hablar conmigo con claridad? Tal vez esa fuera la ayuda que necesitaba para dejar las normas a un lado, aunque, según él, conmigo no existían. Negué con la cabeza, llena de rabia, no sabía cómo había podido ser tan estúpida como para dejarme engañar así. «A la mínima que te tratan bien, te dejas engañar», me dije.
Arthur:
¿Ya estás fuera?
Llego ya.
Arizona:
Sí, te espero aquí.
Arthur:
No te he visto salir.
Arizona:
He salido por atrás.
¿Vas a tardar mucho?
No sabía qué me cabreaba más, si el hecho de que me hubiera mentido o haber sido tan tonta como para fiarme de nuevo de un hombre. Debería haberme aprovechado de él, me podría haber acostado con él y fuera. Nada de sentimientos ni dormir ni confesiones. Desde la parte de atrás del coche vi cómo saludaba de nuevo a Frederick, se encendía un cigarrillo y se lo llevaba a la boca. ¿Desde cuándo fumaba? Durante todo el tiempo que estuvimos juntos no fumó en ningún momento, por lo que me extrañó que lo hiciera esa noche, tal vez fuese otra pequeña ayudita y no fuese tabaco.
Salí del coche hecha un manojo de nervios, con un nudo en la garganta y las manos temblorosas. Cogí aire, a la vez que cerraba el coche con el mando, saludé al vigilante de seguridad y me mentalicé intentando que el estrés que estaba empezando a sentir no tomara el control de la situación y no me jodiera el momento.
Arthur:
No te veo, ¿dónde estás?
El corazón se me aceleró más de lo que ya estaba, no respondí al mensaje, guardé en el bolso el móvil y, cuando estuve a punto de girar la esquina, saqué mi pequeña pistola Sig Sauer P290 dispuesta a encararle con ella. Antes de asomarme volví a coger aire, sujeté con fuerza la pistola e intenté que las manos no me temblaran.
Cuando le vi en la lejanía algo en mí se rompió, la traición y el despecho tomaron mi interior formando una coraza más fuerte que cualquiera de las anteriores, ya no había marcha atrás. Había confiado en él y lo único que había hecho era joderme. Una y no más, no habría más oportunidades.
—¿Quién coño eres? —le pregunté enfadada apuntándole directamente a la cabeza.
—Arizona, yo... —Pude ver cómo en su cara se dibujó una mueca de sorpresa.
—Ni Arizona ni hostias —gruñí con rabia—. ¿Quién eres, Arthur? —Decir su nombre me dolía en el alma, sobre todo sabiendo que había empezado a enamorarme de él y ni siquiera había sido lo suficientemente hombre como para contarme sus mierdas—. ¿O tal vez debería decir Paul Martins?
—¿Cómo sabes eso? —preguntó confuso.
—¡Responde! —grité llena de ira—. ¿Quién cojones eres, maldito hijo de puta? ¡Mentiroso de mierda!