Arizona

Arizona


Capítulo 20

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Capítulo 20

Estaba apuntándole directamente entre ceja y ceja, preparada para asustarlo, estaba claro que no lo mataría, eso él no lo sabía. Sonreí, viendo cómo intentaba coger aire para calmar los posibles nervios que estuvieran tomando el control de la situación.

—Arizona, por favor —me rogó.

—Ni Arizona ni nada. —Mi pecho subía y bajaba, llena de rabia, sentía el estrés que me estaba generando estar allí, intentando no titubear ante la situación—. Responde —gruñí—. ¿O es que ahora ya no tienes tantas normas y tantos valores de mierda?

Podía ver que estaba ansioso, no sabía qué decir y lo cierto era que agradecía que fuese así, ya que su voz se había convertido en una de mis mayores debilidades, y eso me enfurecía aún más.

—Arizona, no es lo que parece —aseguró.

—Ah, ¿no? —Alcé una ceja—. ¿Y qué es lo que crees que parece?

Tragó saliva, desvió la mirada hacia el suelo intentando pensar con claridad, no creía que fuese a ser posible. Arthur necesitaba tranquilidad para pensar y en ese momento no la tenía.

—¡Mírame! —le presioné. Su mirada azul plateada se fijó en la mía, no había rabia en ella, pero sí pena, tal vez decepción. Quería confiar en él, aunque no me lo estaba poniendo nada fácil y eso me destrozaba por dentro. Podía perdonar, sin embargo, ver cómo me había traicionado sería difícil de olvidar—. ¿Por qué crees que sé algo de lo que me estás ocultando? —le pregunté volviendo a desestabilizarle.

—Porque, si no, no estarías apuntándome con una pistola, ¿no crees?

—Bueno, creo que eso es más que obvio —murmuré.

—Arizona, este no es sitio para hablar de algo así.

—¿Qué quieres? —gruñí—. ¿Seguir engañándome?

Se acercó dando pequeños pasos, no quería que lo hiciera, necesitaba mantenerle lejos para poder pensar con claridad. Arthur era capaz de romper todas las barreras, deshacerse de los miedos y darme una paz distinta, en aquel momento no podía dejar que tomase el control. No si quería sacarle toda la información.

—Ven conmigo —me rogó.

—¡No quiero ir a ninguna parte con una sucia rata como tú! —le grité. Siguió caminando hacia mí, poniéndome aún más nerviosa de lo que estaba ya de por sí a causa de la situación—. ¡Para! —Alcé de nuevo la voz.

—Te lo ruego, Arizona —dijo con pesar—, marchémonos de aquí. Se acercó a donde me encontraba, hasta que posó ambas manos sobre el arma hasta quitármela con delicadeza. No iba a disparar, lo sabía tan bien como yo, jamás le habría hecho daño, aun así, necesitaba coaccionarle de alguna forma. Cerré los ojos, sintiendo cómo se llenaban de lágrimas de dolor, de tristeza amarga. Me di la vuelta y le vi, la luz apenas le incidía en el rostro, solo por un lado, dejando el otro a oscuras, no pude evitar pensar en la doble identidad que tenía y la cual me había escondido.

»Ven conmigo, por favor —me pidió tendiéndome la mano.

A mi mente vinieron cientos de imágenes, no podía dejar de pensar en la noche en la que intentaron abusar de mí en aquel mismo callejón. Pude ver al hombre que consiguió que el violador se alejara de mí, su voz, su estatura... Arthur era aquel hombre, coincidía todo, no había sido producto de mi imaginación, él había estado allí.

—Fuiste tú... —murmuré sintiendo cómo todo mi cuerpo temblaba.

—¿Qué? —preguntó confuso.

—Fuiste tú el hombre que me salvó la noche en la que quisieron violarme en este mismo callejón.

Asintió sin apartar la mirada de la mía, se acercó a donde me encontraba y posó sus manos sobre mis brazos. Aquel simple contacto hizo que mi corazón se encogiera, saber que me salvó, que gracias a él no volvió a ocurrir...

—Por favor, déjame que te explique toda la verdad —me rogó una vez más.

 

Llegamos a su apartamento, no supe por qué, me sorprendió el hecho de que realmente fuese al mismo en el que estuve una semana atrás. También me sorprendió encontrarme por allí encima cientos de papeles, todos desordenados, ya que siempre llevaba un control impoluto sobre todo. Era como si por un momento el caos se hubiera hecho con su vida, como cuando aceptaba que con sus normas no llegaría a nada conmigo.

—Arizona —llamó mi atención a la vez que se servía un vaso con agua.

—No, Arthur, o Paul, o como te llames —dije intentando mantener la compostura—. Ahora voy a hablar yo, las preguntas también las haré yo y no quiero ni una sola mentira.

—Arizona, yo...

Mi nombre sonaba tan distinto en sus labios en aquel momento, era como si no hablase con el mismo Arthur al que conocí unas semanas atrás. Cogí aire, la decepción se hizo conmigo, anulando cada sentimiento que pudiera tener por él.

—Estoy harta de mentiras, de que siempre que confío en alguien acabe todo mal... —empecé a decir al mismo tiempo que sentía cómo algo en mi interior se derrumbaba por su maldita culpa, porque sí... Había algo en él y en mí que nos hacía adictivos—. ¡Que harta estoy! —grité—. Confié en ti, cuando no debí haberlo hecho, estaba empezando a enamorarme, te abrí mi puto corazón, y tú me lo has pagado así, estrangulándolo entre tus manos —espeté con pesar—. ¡Joder! —Alcé la voz al mismo tiempo que me pasaba las manos por la cara y el cabello—. ¿Es que no puedo tener una puta vida normal?

—Claro que puedes.

—¡Que te calles! —exclamé—. Me has estado engañando desde el primer momento, dudo que algo de lo que me has dicho sea real.

—Me encantas y me vuelves loco —admitió—, más real que eso no hay nada.

Negué con la cabeza, era incapaz de creer lo que me estaba diciendo, me negaba a que volviera a embaucarme una vez más.

—Lo siento, pero no me lo creo, has jugado conmigo sin importarte nada.

—Sí que hay algo que me importa.

—Tú mismo, eso es lo único que te importa —vociferé—. Eres un capullo, Arthur.

—No, Arizona.

Se acercó a donde me encontraba, podía oírle a mi espalda. No me podía creer que me hubieran vuelto a engañar, estaba claro que no aprendía y no podía confiar en nadie salvo en mí misma, y tal vez en Jude. Negué con la cabeza, no quería tener que escuchar ninguna de las mentiras que estuvieran a punto de salir por su boca.

—No me toques —gruñí al notar que una de sus manos rozaba la mía.

—Por favor —me rogó. Estaba tan decepcionada y llena de rabia que ni siquiera podía pensar con la claridad suficiente. Cerré las manos en puños, estaba cansada de tanto cuento y pantomima—. Deja que te lo explique, todo tendrá sentido cuando sepas la verdad.

Abrí todos y cada uno de los armarios de la cocina, rebuscando en ellos, no había ni rastro de lo que buscaba. Dejé ir un gruñido y me di la vuelta para mirarle.

—¿Y el alcohol?

—No hay —respondió sin más.

—Pues voy a necesitarlo para escucharte —le dije—. ¿Es que no bebes?

—No, en casa no —contestó con sinceridad.

—Si quieres que te escuche, ya sabes —dije mirando hacia la puerta—. O me voy, tú mismo.

—Está bien —aceptó.

No tardó en volver, apenas diez minutos después entraba en ese apartamento tan aséptico en el que vivía y en el cual me había dejado encerrada para que no pudiera marcharme, aunque lo cierto era que lo hubiese hecho si hubiera tenido la oportunidad. Había aprovechado para observar todo lo que me rodeaba, rebusqué entre los papeles, estaba todo escrito en un idioma que no entendía, probablemente en ruso, por lo que no dudé en hacerle unas fotos. Tal vez Dara pudiera ayudarme a saber qué era lo que ponía. Salvo aquel montón de papeles, todo estaba ordenado y limpio, apenas había nada sobre las estanterías o muebles, ni una simple foto, cuadro, libro, nada... Tan solo lo imprescindible. La vista se me fue a la puerta tras la cual apareció Arthur con el semblante serio, incluso parecía molesto. En sus manos llevaba una bolsa de papel de la cual sacó una botella de Jägger. Estaba sentada en la cama, así que me puse en pie para coger dos vasos de chupito transparente que había encontrado en uno de los armarios y le invité a que se sentase junto a mí.

Serví un poco de la bebida en ambos vasos, al mismo tiempo que veía cómo se descalzaba y se deshacía de la pajarita que se anudaba a su cuello. Le pasé el pequeño vaso e hice que chocara con el mío y sin pensarlo ni un segundo se lo llevó a la boca y se lo bebió de un trago, igual que lo hice yo. Bajó la vista hacia sus manos, fue entonces cuando sin poder evitarlo mis manos volaron hacia el cuello de su camisa, desabrochando los primeros botones.

Arthur era capaz de despertar los instintos más salvajes que había en mi interior. Le di un largo trago a la botella de Jägger, igual que hizo él poco después. Sonreí maliciosa, dejé la botella sobre la cama y sin que pudiera hacer nada por evitarlo le besé. Lo hice con ansia, pero también con la rabia contenida que él mismo había creado a base de mentiras. Me senté a horcajadas sobre él, pasando sus manos sobre mi cintura, deseosa de sentirle como nunca antes. Adentré los dedos entre cada uno de los mechones de su cabello, impidiendo que se moviera. Arthur dejó ir un gruñido cuando mordí su labio inferior. No supe si de placer o de dolor, lo cierto fue que no hizo más que aumentar mi deseo.

Con un rápido movimiento me deshice de su camisa, y con ella de todas esas mentiras que me había dicho. Paseé las manos por su pecho y no fue hasta que me aparté de él que vi algo que me dejó paralizada.

Una cicatriz de una bala.

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