Arcadia

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Primera parte El Mercado del Jabón » 4

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Rook hizo el camino de vuelta al Gran Vic y, torpe y cargado como iba, no pudo disimular un amago de rayuela en su paso mientras caminaba sobre las baldosas de mármol de colores de la galería comercial vacía y barrida por el viento. A su alrededor, fuera de la vista, trabajaban los banqueros, expeditivos en todo momento del día; los dólares se convertían en liras que se convertían en marcos; las acciones y los futuros subían y bajaban rápidamente de valor sin ser observados; las pantallas conversaban en números por medio de cables de fibra óptica como chismosas en la valla del jardín. En lo alto, un inquieto panel luminoso, por el que corrían las luces como apresurados faros de coche, enviaba su información electrónica a la ciudad. Las cotizaciones de bolsa. Las noticias de la ciudad. Una inundación en Bangladesh. Una felicitación de cumpleaños para el jefe. Un anuncio de Fuji Film. Atascos de tráfico que había que evitar. Vuele a la Gran Manzana, vuele con Pan Am a Nueva York.

Rook alcanzó al fin la seguridad. Las puertas automáticas le transportaron al aire acondicionado. Enseñó su pase. Se apretó el nudo de la corbata y llamó al ascensor privado del viejo. Mientras esperaba que bajase los veintisiete pisos del Gran Vic, cogió una hermosa brazada de ramas de plástico del perfecto y reluciente follaje sin savia del vestíbulo. No tuvo que estirar ni cortar. Cada hoja, cada ramita y cada rama estaba sujeta por medio de manguitos. La corteza, auténtica, reciclada, estaba pegada con tiras de velcro a los troncos moldeados. La tierra era tierra sin mucho que hacer, excepto engañar a la gente de la ciudad.

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