Ally

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Título ALLY La Historia de Allison y Robert.

© 2016 A.G. Keller

Todos los derechos reservados

1ª Edición: Abril 2016

Safe Creative: 1604017126082

Diseño de Portada: China Yanly / locca26@gmail.com

 

Esta es una obra de ficción, los nombres, personajes, y sucesos descritos son productos de la imaginación del autor.

Cualquier semejanza con la realidad es pura coincidencia.

No está permitida la reproducción total o parcial de este libro, sin el permiso del autor.

 

 

Para mis lectores, sin ellos esta historia no tendría vida…

para ustedes, que valen tanto.

 

Tabla de Contenido

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Capítulo 18

Capítulo 19

Capítulo 20

Capítulo 21

Capítulo 22

Capítulo 23

Sobre el Autor

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—Señorita Allison, su taxi acaba de llegar.

Avisó la secretaria de la sucursal de California, con una sonrisa en los labios.

—Gracias —comenté con alegría cerrando el maletín.

Luego de tomar la pequeña valija de ruedas, comencé a caminar en dirección al taxi que me llevaría al aeropuerto.

Había pasado cuatro días en Los Ángeles, la oficina central de Nueva York, me había enviado a cerrar una importante negociación.

Trabajaba para: Complements, una empresa dedicada a la distribución de productos de belleza a nivel mundial. Yo me encargaba de adquirir nuevas cuentas y cerrar ambiciosos tratos.

Mi empleo me gustaba demasiado, disfrutaba de mi independencia, me había transformado en eso que llaman “Adicta al Trabajo”. Hasta podría asegurar que mi fascinación por cumplir mis metas en el campo laboral me había costado mi matrimonio con Josh Mccoy, el padre de mis gemelas: Tara y Amy. A las que trataba de brindarles calidad de tiempo, ya que me la pasaba viajando de una ciudad a otra, representando a la corporación.

Una vez que localicé mi asiento en el avión, un mensaje de texto de mi novio, perdón… prometido, me sacó de mis cavilaciones. Después de nuestro apresurado compromiso, sentía que los días estaban pasando muy deprisa, que el tiempo no me alcanzaba para nada, en especial para la planificación de una boda.

Sentí como una inmensa sonrisa se formó en mi rostro, al ver nuestra fotografía en el fondo de pantalla del móvil. Y es que Robert, no necesitaba inventar nada fuera de lo normal para hacerme suspirar.

 

Robert: Paso por ti al aeropuerto. Te extraño…

Allison: Y yo con ganas de arrancarte la ropa.

Robert: Jajaja. Es justo lo que espero que hagas. He arreglado una noche para dos, no te preocupes por las niñas que están en buenas manos.

Allison: Siempre pensando en todo, por eso te adoro.

 

—Señorita por favor tiene que apagar el teléfono, estamos a punto de despegar —me ordenó la azafata en tono cordial.

Le mandé un último mensaje a Robert de despedida, para luego relajarme imaginando las posibles sorpresas que estuviera preparando. Él era un hombre encantador, caballeroso, amable, respetuoso y muy paciente. Pero también tenía un carácter fuerte.

Aunque no se lo conocía de primera mano, había sido testigo con mi mejor amiga, Mía, de lo cruel que podía llegar a ser. Lo mejor sería no conocerlo nunca ¿cierto?

Abrí la ventanilla y fijé mis ojos en las nubes que rodeaban el avión. Era un vuelo de cinco horas veinte minutos. Suspiré sonriendo, cuando el recuerdo del día que nos conocimos cruzó por mi mente:

 

Fue una tarde de Agosto del 2013. Hace año y medio. Lo recuerdo muy bien, porque me estaba bajando del taxi frente al edificio de apartamentos donde recientemente me había mudado, cuando inesperadamente un hombre me arrebató la cartera.

Molesta y llena de angustia, salí corriendo tras el ladrón. No sé cómo logré alcanzarlo montada en mis zapatos de tacón de aguja de trece centímetros. Todo por recuperar mi exclusivo bolso Louis Vuitton, de la temporada. Me había costado una fortuna y no se lo dejaría llevar sin dar una buena pelea.

Forcejeamos por unos instantes, hasta que de la nada apareció una mano de hombre, que le propinó al rufián un puñetazo tan fuerte que lo mandó directo al suelo.

Me lancé como una gata a recoger mi bolso que cayó a un lado de la alcantarilla, todo su contenido había quedado esparcido a un lado en la acera: estuche de lentes de sol, bolsa de maquillaje, llaves del apartamento, móvil y por supuesto goma de mascar.

—¿Estas bien? ¿Te has hecho daño?

Fui interrumpida en medio de mi tarea de recolección, por una voz masculina, grave, pausada pero vibrante. Mientras el rufián salía corriendo despavorido.

Levanté la cabeza para encontrarme con un adonis frente a mí: Un metro ochenta y siete de pura perfección masculina. Piel bronceada, cabellos castaños. Poseía unos hermosos ojos azules, tan cristalinos como el cielo.

Se le notaba que rondaba los cuarenta y tantos, pero no se podía negar que el muy condenado se conservaba en una excelente condición física. Mis ojos, se detuvieron en lo que podía considerar como la más hermosa sonrisa que haya visto jamás. Y lo mejor de todo… estaba dirigida a mí.

Como una colegiala me sonrojé hasta el cuero cabelludo. Sin embargo traté de ignorar el nerviosismo de lo ocurrido y con manos hábiles, terminé de introducir mis pertenencias, para aceptar la mano que me tendía el desconocido, ayudándome a ponerme de pié frente a él.

Deseaba decir algo sensato, interesante tal vez, pero por desgracia lo único que modulé fue un simple:

—Gracias.

Para completar, las gafas de sol que sostenían mi cabello, se resbalaron. Pero antes de aterrizar en el suelo, este hombre que poseía un reflejo de felino, las atrapó en el aire. Sonreí con alegría, como si fuera una niña con helado, y hasta estuve a punto de aplaudir su hazaña… pero me controlé.

—Ray Ban Aviator —pronunció cada palabra con lentitud—.Escogió muy bien —añadió esbozando una sonrisa, mientras sus ojos se posaban en los míos.

—Yo… pues… —me volví torpe, cosa que me sorprendió y no logré encontrar las palabras para responder con propiedad.

«Si tan solo dejara de sonreír, quizá podría retomar el control de mí misma. Como también daría lo que fuera para poder verificar mi apariencia frente a un espejo, o por lo menos en el reflejo de una vitrina» pensé contrariada barriendo la estancia, pero la suerte no estaba de mi lado.

El timbre de su móvil sonó en alguna parte de su elegante vestimenta. Su mirada se desvió mientras lo buscaba. Dándome la oportunidad de observarlo por unos instantes: vestía un traje hecho a la medida de tres piezas, en un tono azul claro, corbata a juego y camisa blanca, nada extravagante, pero a él, le lucía fenomenal.

Con la calma ya recuperada, esperé a que terminara la llamada para presentarme y agradecerle su heroísmo.

—Allison Lowen.

—Robert Watts. Tenga sus gafas y no las pierda, estoy seguro que se le ven muy bien.

Estaba a punto de derretirme ante sus palabras, sin embargo me mantuve firme, para continuar con fuerza:

—Gracias por todo. No sé qué hubiese pasado si no hubieras llegado —solté un suspiro de satisfacción cuando las recibí de sus manos.

—Eres una mujer muy valiente, Allison, al enfrentarte con ese rufián.

Solté una risita un tanto irónica ante su educada observación, pero me contuve de decir un mal comentario al verlo aproximarse unos pasos, dejándome apreciar su agradable aroma que flotaba a mí alrededor. Suspiré… era suave, con notas de madera, una atrayente combinación.

Era evidente que él, no estaba al tanto de que yo era una chica débil ante una buena fragancia masculina. Y fue en ese momento cuando le di gracias al cielo, porque desvió su mirada para detenerla por un fracción de segundo en las gafas de sol, que todavía seguían en mis manos. Fue así como pude concentrarme para contestar:

—Me temo que en esta ciudad estamos rodeados de rufianes —asintió sin dejar de sonreír.

«¡Eh! Al fin recobré la cordura», pensé y proseguí más confiada.

—¿Vives en el edificio?

—Sí. ¿Tú también? —Parecía sorprendido, pero de todas formas continuó—.En el último piso —agregó entregándome una tarjeta de presentación, tocando suavemente mis dedos.

Al leerla me enteré que Robert Watts, era médico, como también que gozaba de una muy buena posición como jefe del departamento de cirugía, en uno de los hospitales más prestigiosos de la ciudad.

Seguimos hablando mientras ambos caminábamos en dirección al elevador. Le conté de los pocos días que tenía de haberme mudado al apartamento, incluso le confesé que aún estaba desempacando las últimas cajas. Lo cierto era que estaba intentando ignorar el efecto que había producido el roce de su mano sobre mi piel.

—¿Qué te parece si te invito una copa? —Me asombró su inesperada propuesta, pero lo que más me gustaba era el tono de su voz: cálido y penetrante—.A las siete, en mi apartamento —agregó sin dejar de sonreír.

Automáticamente un ardor me invadió cuando su mirada azul cielo atravesó la mía… ese hombre era irresistible. Conocer a Robert, me pareció tan intenso y al mismo tiempo tan natural, tan simple, que la sola idea de no volver a toparme con él, me horrorizaba.

—Iré —respondí, alegrándome al ver cómo se iluminaba su rostro al escucharme.

Nos despedimos al salir del elevador, con un simple gesto. Pero al pasar a su lado, mi brazo rozó el suyo, provocando una especie de suave quemadura que me inquietó en el buen sentido. Sin embargo salí arreglando mi cabello, haciéndole creer que no tenía importancia.

«Esa sería mi estrategia con Robert Watts. No parecer desesperada por su toque y mucho menos por su atención. Algo me decía que era un hombre acostumbrado a que las mujeres cayeran rendidas a sus pies» pensé al observar lo seguro, convincente y firme de su personalidad.

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Al llegar al apartamento, le pedí, rogué y hasta supliqué a Nana Moritz, la niñera que cuidaba de las gemelas a tiempo completo, para que se quedara esa noche con ellas, pero nuevamente la suerte me pateaba el trasero… su negativa fue inflexible.

Aunque era una mujer cariñosa, responsable y siempre dispuesta a ayudarme en casi todo lo que necesitaba, esa noche no lo hizo. Así que como una mujer práctica que soy y por supuesto para no atormentarme más de lo que estaba, decidí tomarlo como una señal del destino. No me quedó más remedio que excusarme con un mensaje de texto.

 

Allison: Lo siento Robert, gracias por la invitación, pero no podré asistir.

Robert: ¿Te puedo ayudar en algo, damisela en apuros?

Allison: ¿Damisela en apuros? Jajajajaja muy chistoso. Créeme, te lo hubiera pedido, caballero medieval.

Robert: Agradezco lo de caballero, siempre a tus órdenes. Espero lo podamos intentar en otra ocasión.

Allison: Yo también.

 

Suspiré ilusionada por sus palabras, aunque no significaran nada en lo absoluto, me pareció que le habían dado un toque especial, diferente y un tanto clásico a su estilo…

 

***

La azafata interrumpió mis recuerdos al colocar un plato de comida sobre la pequeña bandeja. Y después de mi segunda copa de champaña, me dispuse a responder unos correos electrónicos que tenía atrasados, desde la portátil.

No quería tener nada pendiente con respecto al trabajo, porque mi tiempo se lo dedicaría a Robert por completo. Sin embargo encargué una tercera y última copa, pretendía llegar en mis cinco sentidos, estaba dispuesta a comérmelo a besos y mordiscos. Así que trabajé el resto del vuelo sin parar, pero un segundo antes de apagar el ordenador, entró un correo electrónico de Mía.

 

De: Mía Watts

Para: Allison Lowen

Asunto: Fiesta de Pijamas

Te escribo rápido, ando con las gemelas y vamos de camino al apartamento de Connor. Tranquila que no soy la que conduce...

Hemos organizado una fiesta de pijamas para las niñas, no te preocupes por nada, porque la van a pasar genial, además contamos con la ayuda de Irma. Puedo imaginar la cara que tienes, de seguro has puesto tus ojos en blanco… está bien lo confieso sin ella la PIJAMADA, sería un fiasco.

No te quito más tiempo, nos vemos pronto y disfruta de tu noche a solas con mi padre.

Una cosita, antes que se me olvide, papá quiere fijar la fecha de la boda, dice que la última vez que lo intentaron algo sucedió.

De todas maneras no digas nada, hazte la sorprendida. En fin ya me contaras…

Mía.

 

Cerré la portátil sintiendo como la angustia cerraba la boca de mi estómago…

«¡Demonios Robert! ¿Por qué tanto apuro?» Pensé contrariada.

A lo lejos escuché la voz del piloto anunciando que estábamos a punto de aterrizar en Nueva York.

—Respira Ally, respira —me dije en voz baja tratando de tranquilizarme. No lograba entender su premura.

«¡Con lo bien que la estábamos pasando!» Suspiré resignada.

***

En cuanto atravesé las puertas mecánicas del aeropuerto, mis ojos se posaron en Robert. Quien esperaba recostado de su flamante Mercedes, negro, último modelo. Vestido con uno de sus habituales trajes de tres piezas. Este era de color gris plomo, camisa azul claro y corbata a juego, que se le ajustaba a su cuerpo como a nadie.

Nuestras miradas se encontraron, provocando que todas mis preocupaciones se esfumaran. Nada era importante, cuando estaba en la presencia de Robert Watts. Eso era lo que lo hacía tan especial, esa atracción animal que sentíamos era única para mí.

Una sonrisa socarrona le adornaba el rostro, extendió su mano y me arrastró a su pecho. Me dejé envolver por su perfume, como también por la dulzura de sus labios que se adueñaron de los míos. Fue un beso corto pero muy provocativo.

—Bienvenida, mi damisela en apuros, tengo una sorpresa para ti —susurró en mi oído provocándome un delicioso escalofrío.

—Robert… —dije haciendo un pequeño puchero—.Sabes que no me gusta que me llames damisela en apuros —murmuré con ojos risueños, pretendiendo estar dolida, para luego agregar—.¿Una sorpresa?, vaya… —y él sonriendo como de costumbre, decide no adelantarme sus planes.

—Te va a gustar —aseguró besándome antes de separarse de mí para guardar el equipaje en el maletero.

Con la educación de un caballero inglés, abrió la puerta del coche para luego ayudarme a entrar, volvió a besarme con ardor antes de retirase a ocupar su lugar detrás del volante.

—¿Dime que es? —intenté averiguar.

—Ya verás, no seas tan impaciente…

Palmeó mi pierna para tranquilizarme, sacando el diario que se encontraba en el asiento trasero. Mis ojos se ampliaron al corroborar que allí salíamos los dos, sonrientes, en la primera página de sociales del New York Times. Dónde anunciaban nuestro inminente compromiso.

—¡Oh, Dios! Aparecemos en la primera página de sociales —dije alarmada al vernos en la fotografía, que por cierto no era la mejor. Sin embargo, Robert soltó una carcajada.

—¿Qué te parece? —preguntó entre risas.

Mi mente me transportó a unos meses atrás, esa precisa noche en la que me pidió matrimonio, frente a sus familiares:

 

—¡Atención, por favor!

Robert se levantó de su puesto en la mesa y metió la mano dentro del bolsillo de su pantalón, sacando una cajita aterciopelada color negro. Mi corazón palpitaba desbocado dentro de mi pecho al maginar lo que sucedería a continuación.

—Gracias a todos por venir. Quiero aprovechar la oportunidad de que mis padres están presentes, así como mi buen amigo Connor, y por supuesto, mi hija. Que ha hecho de cupido en esta historia, la atención que les pido es para hacer una petición.

Se acercó, puso una rodilla en el piso y me tomó una mano, mientras me sonrojaba de tal manera que por un momento temía que me fuera a dar algo.

—Allison Lowen…

Me miró con tanta intensidad y amor que yo no pude evitar que mis ojos se empañaran por la alegría. De reojo vi cómo su madre, la señora Esther, secaba sus lágrimas con una servilleta mientras Mía, nos observaba con devoción.

—Desde que te vi en mi cocina con las gemelas haciendo galletas con chispas de chocolate, supe que había caído rendido a tus pies. No puedo vivir un día sin verlas. Te amo Allison —no soporté más, y con manos temblorosas traté de limpiar las lágrimas que rodaron por mi rostro—.Por favor, no llores mi vida, yo solo quiero hacerte feliz —procuré tranquilizarme—.¿Quieres casarte conmigo y hacerme el hombre más feliz del mundo?

Lo observé con una ternura indescriptible. El amor que nos teníamos era palpable. Robert, abrió la cajita para enseñarme la flamante roca de diamante montada en oro blanco que se hallaba dentro de ella… era exquisita y delicada.

—¡Sí!… Sí… Robert. Yo también te amo.

 

—No lo puedo creer, no sabía que me estaba comprometiendo con un hombre famoso —comenté sonriendo, con lo ojos empañados de la felicidad por el recuerdo.

—Y yo que pensaba que sabías con quien estas a punto de casarte. No dejas de sorprenderme preciosa —volvió a reír con entusiasmo.

—Todo Nueva York se ha enterado, me parece increíble —suspiré leyendo el artículo.

El doctor Robert Watts, finalmente deja de encabezar la lista de los solteros más codiciados de Nueva York, una chica de Denver, le ha tirado el anzuelo…

—¿El anzuelo? Vaya lo que hacen los diarios, se inventan cualquier cosa para vender —lo cerré tirándolo al asiento trasero, después de leer que se referían a mí como una oportunista—.Estoy cansada, hambrienta y con muchas ganas de descalzarme estos tacones torturadores —fue mi forma de finalizar ese tema.

—Vamos a casa entonces, no se diga más —sentenció acariciando mi mano.

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Al llegar al apartamento de Robert, un exquisito olor a rosas inundaba el ambiente, una luz tenue producida por un camino de velas, iluminaba todo el pasillo, desde la sala hasta su habitación… lo más tierno era el detalle de los pétalos de rosas, que cubrían el camino.

Abrumada por el romanticismo de mi adorado prometido, me llevé la mano al pecho emocionada por su gesto. Esa forma tan magnífica de ser conmigo, me tenía realmente embrujada.

Deslumbrada y sin saber que decir, me giré hacia Robert, cuya sonrisa había crecido aún más. En ese momento todo en él expresaba su entusiasmo y únicamente su voz ronca y suave llegaba hasta mí.

—¿Te gusta?

Recosté la cabeza en su pecho e inhale su fragancia.

—Es demasiado, es imposible que no me guste, además lo encuentro muy romántico y seductor.

—Quería sorprenderte. Me has hecho falta… te necesito —agregó casi sin voz, antes de que su boca se apoderara de la mía con desespero.

Con manos ansiosas, comencé a desabrochar los botones de su chaleco, mientras Robert lanzaba la chaqueta al aire. Para luego guiarme hasta su dormitorio.

—¿Y ahora? ¿Qué hacemos? —le pregunto mordiéndome el labio inferior, mientras soltaba los botones la blusa quedándome en mi sujetador de encaje violeta.

Él, me miró sin decir nada, dividido entre las ganas de tomarme por la cintura o volver a besarme.

Se acercó, clavando sus ojos en los míos, y levantando una de sus manos comenzó a acariciarme desde la base del cuello hasta mis pezones, con una sensualidad que me arrancó un largo suspiro.

—No te quites nada más… —me llevó hasta la cama, mientras yo obedecía encantada—.Aférrate al borde y alza las caderas… te quiero tomar desde atrás, con falda, tacones y esa diminuta ropa interior que te pretendo arrancar.

Mi ritmo cardiaco se aceleró y aunque cerré los ojos excitada, mi escasa desnudez me parecía vibrante, impúdica y peligrosamente sexy.

Robert, subió mi ajustada falda para arrancar de un tirón el pequeño pedazo de tela, que cubría mi sexo, y en seguida escuché cuando rasgó el empaque de la protección.

Esta era la primera vez que me tomaba en esta posición, me sentía a su merced, la idea de lo que estaba a punto de pasar me excitaba demasiado.

Sus dedos subieron con lentitud por la parte interna de mis muslos al encuentro con mi intimidad, no pude contener un gemido cuando uno de ellos alcanzó mi vulva ya empapada.

—Me vuelves loco —dijo con voz ronca acariciando lo redondo de mis nalgas—.Estás divina.

Robert, iba dejando húmedos besos desde la base del cuello, a lo largo de mi columna vertebral hasta llegar a la cintura, dejándome jadeante, con ganas de más, y el suave contacto de sus manos sobre mis caderas mientras me besaba, me quemaban literalmente.

Con los ojos aún cerrados me dejé invadir por un delicioso calor que me subía por el cuerpo. Sentí su mano soltar el broche de mi sostén, deslizando sobre mis hombros los delicados tirantes, descubriendo mis senos ya endurecidos por el deseo.

De un empuje introdujo su virilidad en mi sexo, haciéndome temblar bajo la oleada de deseo que me invadía. Estaba tan perturbada que no me atrevía abrir los ojos, mientras imaginaba su rostro devastador. Él era el único hombre con el que deseaba que esa intensa sensación durara una eternidad.

***

Después de tomar una ducha nos fuimos a la cocina para comernos un sándwich y tomaros una cerveza. Robert me contó lo que hizo en mi ausencia, cómo también me puso al corriente de las gemelas y la fiesta de pijamas programada a última hora en la casa de Connor. Luego nos fuimos a la cama a descansar, estábamos agotados.

—Tenemos que hablar, Ally.

—Lo estamos haciendo —le sonreí pasando un dedo por su mandíbula.

—Tenemos que ponerle fecha a la boda…

—Lo sé —respondí con dulzura, silenciándolo con un beso corto pero muy apasionado.

—No me distraigas —sonrió tomando mi barbilla, para separarme de él.

—No te distraigo cariño… ¿es un delito que quiera besarte?

—Sé lo persuasiva que puedes llegar a ser, mi querida damisela en apuros.

Resoplé con fastidio e intenté salir de entre sus brazos, pero Robert, me conoce demasiado bien, porque se carcajea para abrazarme con más fuerza.

—Sabes que no me gusta que me llames así —dije pretendiendo estar molesta, aunque con él, era imposible.

—Es una broma preciosa, adoro tu forma de reaccionar, no te molestes conmigo —rozó su nariz con la mía con tanta ternura, que era difícil no derretirme.

—Tenemos que pensar en una buena fecha —comenté viéndolo a sus profundos ojos azules.

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