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—Yo ya pensé en una, me gustaría que fuera para dentro de tres meses. En el verano, ¿qué dices?

—¿Qué digo? ¡Que es muy apresurado, Robert! —me salí del calor de sus brazos para sentarme, cubriéndome con la sabana—.Cariño, tres meses es muy poco tiempo. Además…

—¿Además qué Allison?

En lo que escuché mi nombre completo, no Ally, no cariño, no preciosa. Supe que Robert, estaba perdiendo la paciencia.

—Además… no has hablado con mis padres.

—Pensé que les habías contado de nuestro compromiso.

—Y lo hice, pero ellos son muy tradicionales.

—Entiendo, tienes razón preciosa. Voy a planear para tomar unos días libres en el hospital, así podremos visitarlos y pedir tu mano como es debido. ¿Te parece bien?

«¿Qué si me parece bien? No lo sé, pero no le puedo contestar eso…» Asentí.

—Sí, es perfecto que vayamos a visitarlos. Cariño, no me lo tomes a mal pero necesitamos mínimo un año para organizar la boda, así que no te apures —lancé mi última jugada tratando de ganar algo de tiempo. Pero Robert, alzó una ceja en lo que escuchó la última frase.

Corrí con tanta suerte que fui salvada por la campana, su móvil sonó con el ring especial que nos anunciaba que debía volver al hospital.

Apartó la vista de la mía y se levantó a tomar la llamada fuera del dormitorio, me sentía terrible por no darle la importancia que se merecía a nuestro compromiso, a la boda y a toda esa planificación que me parecía tan tediosa. Pero es que muy en el fondo, yo no era una chica que se moría por casarse, y mucho menos después de mi fracaso con el padre de mis hijas.

Al regresar se apoyó del marco de la puerta… se veía tan sexy en sus pantalones de pijama sueltos que le caían a la cadera divinamente, junto con su cabello desordenado.

—Lo siento, pero tengo que volver al hospital —se acercó para depositar un beso en mi frente, haciéndome sentir como una niña—.Prométeme que lo pensarás Ally. Prométeme que nos vamos a casar en el verano. No soporto seguir viviendo separado de ti y de las niñas. No por tanto tiempo.

Sus palabras tocaron una fibra sensible en mi corazón, desde que comenzamos a salir hemos sido inseparables, además Tara y Amy lo adoran, para ellas Robert era muy importante. Yo sabía que él tenía toda la razón, que alargar lo inevitable era una tontería

—Lo pensaré —le aseguré con afecto acariciándole la mejilla.

Una lenta sonrisa cruzó su rostro para luego desaparecer de mi vista… y allí estaba yo, una mujer del milenio, independiente, segura, e inteligente. Pero que no era capaz de confesarle al amor de mi vida, que le tenía miedo a un nuevo fracaso y que prefería mil veces continuar como estábamos.

Al quedarme sola, los recuerdos me invadieron, en especial el de nuestro primer beso:

 

Pasaron dos días después de nuestro primer encuentro, caminaba por el vestíbulo hacia la salida del edificio, para alcanzar un taxi que me llevaría al aeropuerto Kennedy, cuando me topé con Robert, quién concentrado recogía su correspondencia. El sonido de mis Stilettos llamó su atención.

Lo miré con una sonrisa ansiosa mientras agitaba la mano en señal de despedida. Pasé erguida contoneando mis caderas con ligereza, al mismo tiempo que agitaba mi cabello.

«Sólo imaginar en tener una simple amistad con este hombre hecho para el pecado… era terrorífico». Pensé tratando de ignorarlo.

Estaba segura que mi soledad y las ganas locas de llevármelo a la cama, me estaban pasando factura. No gozaba del placer de tener sexo casual desde hacía unos ocho meses, tiempo suficiente para hacer desvariar a una chica joven y llena de vida como lo era yo.

La última vez que disfruté de la compañía masculina, fue con uno de los proveedores en una de las sucursales en la Florida. No estaba orgullosa de ello, pero no estuvo tan mal.

Lo cierto era que estaba necesitada, mejor dicho urgida por algo de acción.

Mientras esperaba que pasara el taxi, Robert, detuvo su coche frente a mí bajando la ventanilla:

—Por favor sube.

—Gracias, pero el taxi no tardará en llegar —aunque estaba loca por montarme, no quería sonar desesperada.

No nos veíamos desde el incidente con el ladrón de carteras.

—No tienes que esperarlo. Sube, te llevo.

—Pero si tú estabas llegando al edificio, no tienes por qué hacerlo. De seguro no tarda —pronuncié haciéndome la indiferente, pero en el fondo estaba rogando para que insistiera.

—Por favor… —dijo al tiempo que rodeaba el auto y me abría la puerta para que subiera.

Mi corazón saltaba de la alegría, al parecer mi negativa lo había animado… eso me gustaba, mi estrategia aunque ya pasada de moda estaba resultando.

De inmediato supe que esta era una buena oportunidad para estar a solas, incapaz de resistirme un segundo más, me subí al coche.

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—¿A dónde te diriges —preguntó ajustándose el cinturón de seguridad.

—Al aeropuerto Kennedy.

—¿De viaje?

—Sí, me toca ir a Miami esta vez.

—¿Esta vez? ¿Viajas muy seguido?

—Así es, viajo muy seguido por mi trabajo.

—Qué interesante… ¿te quedas mucho tiempo? —solté una carcajada.

—Son solo tres días.

Se mostró interesado en mi trabajo, así que le conté a grandes rasgos a lo que me dedicaba, mientras él conducía con destreza hasta mi destino. Me sorprendió gratamente cuando en vez de dejarme frente a una de las entradas, se detuvo en un puesto solitario dentro del estacionamiento.

«Eso sólo quería decir una cosa… quería un momento de intimidad y yo estaba dispuesta a dárselo». La idea cruzó mí mente con rapidez.

En cuanto apagó el motor y nuestras miradas se cruzaron, nos besamos con pasión, como desesperados, arrastrados por esa atracción que sentíamos. Al primer roce de sus labios y dominada por el deseo que sentía entre sus brazos, junto con las ganas de sentirlo, tocarlo y saborearlo. Me entregué al momento.

«¡Pero eso sí!, aclaro que no pasó de un largo, mojado y excitante beso».

Cuando estaba a punto de bajarme del coche, su móvil sonó y desde dónde me encontraba logré ver la fotografía que se desplegaba en la pantalla. Era la de una mujer, una mujer joven… era el rostro sonriente de… ¡Oh por todos los cielos!, mi mejor amiga, o mejor dicho, la única amiga que poseía en todo Nueva York… Mía.

Al ver que no tomó la llamada, mandándola al buzón de voz y sintiéndome contrariada por lo que acababa de descubrir, me atreví a preguntar:

—Disculpa mi curiosidad, Robert, pero ¿de dónde conoces a Mía? —contra todo pronóstico, Robert soltó una carcajada.

—No me digas que eres una mujer celosa —dijo después de recuperar la compostura. Algo que no me hizo gracia en lo absoluto.

—No es eso… Robert… yo… —tomó mi mano para darle un ligero apretón.

—Allison, no tienes de qué preocuparte, la chica que acaba de llamarme, es mi hija.

—¿Tu hija? ¿Mía, es tu hija?

No lograba salir de mi aturdimiento al escucharlo confesarme de quién se trataba, era una información difícil de digerir, especialmente por lo joven que ambos lucían. Estaba segura que Mía, rondaba la veintena.

—Conoces a Mía —comentó volviendo a reír—.Ahora soy yo el sorprendido.

—Tu hija, es decir, Mía —hice una pausa tratando de conseguir las palabras precisas—.Nos conocimos en un cursillo que tomé en la Universidad de Columbia. Ella es mi única amiga en la ciudad —confirmé

—Entonces sabes muy bien que ella no pasa mucho tiempo en el apartamento, entre la residencia y la universidad no se da basto.

—Lo sé, Mía fue quien me ayudó a conseguir el apartamento y desde que me mudé hemos tratado de vernos pero ha sido imposible —lo observé confundida y hasta un poco apenada por lo que estaba a punto de pedirle—: Por favor, Robert, creo que no deberíamos decirle nada de lo que acaba de ocurrir entre los dos.

—¿Te avergüenza que se entere?

—¡No! No es eso… Robert. Pero si lo que está pasando entre nosotros no llega a funcionar, me gustaría que nuestra amistad se mantuviera al margen. No sería justo para ella tomar bandos.

—Creo que lo justo es ser honestos y que pase lo que tenga que pasar Allison. Deja que el tiempo se encargue de ello. —insistió, pero no podía permitirlo.

—Por favor —le pedí, él sin embargo clavó sus hermosos ojos en los míos—.Déjame ser yo quien se lo diga entonces.

Robert, no volvió a pronunciar una palabra ante mi absurdo pretexto. Dejándome claro que no le había agradado mi petición. No muy convencido se despidió de mí depositando un beso en una de mis manos.

 

Me acurruqué en el lado de la cama donde Robert usualmente se acostaba, aspirando su fragancia que estaba impregnada en las sabanas, logrando con ello calmar mi ansiedad. Suspirando cerré los ojos para al fin dormirme.

***

El sonido de mi móvil me despertó, avisándome la entrada de un mensaje de texto.

Al abrir los ojos me di cuenta que Robert, estaba durmiendo a mi lado. Su leve ronquido me aseguraba lo profundo de su sueño. Me levanté en silencio para no despertarlo, debía estar agotado, quién sabe a qué hora regresó durante la noche de su guardia en el hospital.

Sonreí al ver de quién se trataba, Mía, envió un par de fotografías de las niñas, quienes sin piedad alguna la maquillan y peinaban sin ningún sentido de la moda.

 

Mía: Vamos en camino para que desayunemos todos juntos. Prepara esos ricos panqueques que te quedan tan deliciosos.

Allison: Y mucho café caliente.

Mía: ¡Oh sí! Mucho de ese delicioso líquido oscuro, sabes mejor que nadie que sin él no podría vivir.

Allison: Jajaja, estás loca amiga. Las veo en un rato, besos.

 

Después de asearme, me puse manos a la obra. En silencio y de puntillas, fui directo a la cocina para preparar la mescla de los panqueques, porque el secreto de ellos radicaba en dejar la masa reposar por varios minutos.

Mientras se colaba una jarra de café, metí al horno la bandeja de tocino, batí los huevos, y puse la mesa. Estaba tan metida en mi papel de perfecta ama de casa, que no me di cuenta cuando fui sorprendida por las manos de Robert, que se posaron en mi cintura. Y a pesar de que todo el apartamento olía a tocino, el aroma a la crema de recién afeitar de mi prometido, me embriagaba en el buen sentido.

—Amaneciste llena de energía.

Susurró en mi oído, abrazándome con suavidad, depositando un beso sobre mi mejilla, para luego alejarse a servirse una taza de café.

—Mía, me despertó con un mensaje de texto, para avisarnos que viene con Connor y las niñas en camino. Además me pidió que les prepare el desayuno —le conté mientras retomaba mis tareas.

—¿Necesitas que te ayude en algo preciosa?

—Lo tengo todo controlado, pero gracias. —le guiñé un ojo antes de darle un sorbo a mi café, que había dejado olvidada en la encimera.

Estaba apagando el fuego de los huevos, cuando la puerta se abrió y entraron Emma, Tara y Amy, corriendo a saludarme.

—Buenos días —me arrodillé para recibirlas, abrazarlas y besarlas en sus cabecitas.

—Hola mami —dijo Tara, emocionada.

—¡Huele de maravilla! —exclamó Mía desde la entrada.

—¿Alguien quiere café? —ofreció Robert, mientras saludaba a las niñas y su hija con un beso, para luego estrechar la mano de Connor.

—Eso no se pregunta Robert, pensaba que me estabas esperando con la taza en la mano —soltó Connor, haciéndonos reír a todos.

—Todo está listo, Ally. Me hubieras esperado y te ayudaba con la mesa —expreso Mía, negué con la cabeza mientras nos abrazábamos.

—Eso es para que veas lo eficaz que puedo ser.

—No lo dudo amiga.

—Pasemos a la mesa, ya las niñas están sentadas esperándonos —Robert, nos interrumpió.

—¿Papá estuviste de guardia anoche?

—Ni me lo recuerdes —contestó llevando el tocino y la jarra de jugo de naranja.

Connor, lo siguió con una inmensa bandeja de panqueques, mientras Mía y yo, llevábamos el sirope de manzana, junto con la jarra de café.

Disfrutamos del banquete, riéndonos de los cuentos de Emma, la hija de Connor, ella era la más grande de las tres, una niña dulce y cariñosa. Fue entonces cuando el móvil de Robert, sonó interrumpiendo la conversación.

Lo sacó del bolsillo, disculpándose para tomar la llamada, caminando en dirección a su despacho. No volvió hasta después de un largo rato, tan largo que nos había dado tiempo de recoger la mesa y encender la máquina lava vajillas

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—¿Llegaron a escoger una fecha? —preguntó Mía, en tono confidencial mientras Connor, revisaba su celular.

—No, pero… —

—¿Qué pasa amiga? —hablaba tan bajo que parecía un susurro.

—No es nada Mía, es que Robert todavía no le ha pedido mi mano a mis padres. Ellos son un poquito tradicionales.

—Oh…

—¿Todo bien? —preguntó Robert, esbozando una sonrisa.

—Todo bien, le estaba contando a Mía, que todavía no has hablado con mis padres, aunque ya todo Nueva York, se haya enterado.

—Estoy de acuerdo con Ally, papá —él, soltó una carcajada.

—¿Te das cuenta, Connor? Las dejo solas un momento y ya han unido fuerzas.

—Estamos jodidos, Robert —respondió Connor, sin apartar sus ojos del móvil.

—Asunto solucionado chicas, acabo de hablar con mi secretaria, Mirian, quién se ha encargado de conseguirnos un vuelo a Colorado para el próximo viernes —expresó tomándome de la cintura para besarme—.¿Contenta mi damisela?

—Pero… —puso su dedo sobre mis labios silenciándome.

—No hay pero que valga, tienes toda la razón, no es de caballeros hablar con tus padres por teléfono, ellos se merecen una visita.

Mía, aplaudió emocionada, se acercó a su novio, quién seguía distraído para quitarle el teléfono de las manos antes de plantarle un fugaz beso en la boca.

—¿Cómo crees que lo tomaran tus padres amiga? No es por nada, pero la relación de ustedes ha sido un poco rápida, ¿no les parece? —Comentó Mía, sonriendo.

—¿Rápida? Pero si tenemos más de un año saliendo, ¿verdad Ally? —aseguró Robert.

Mis ojos casi se salieron de sus orbitas, al escucharlo comentarle de lo más casual a su hija, nuestro pequeño secreto.

«Definitivamente este comenzaba a ser un mal día». Suspiré resignada esperando lo peor.

—¿Más de un año? ¿Qué dices papá? —preguntó Mía frunciendo el ceño, para completar Robert me dirigió una mirada inquisidora.

—Ally… ¿todavía no le has contado?

Me sentí descubierta y hasta un poco avergonzada al escucharlo, enseguida los recuerdos se apoderaron de mi mente:

 

Después de ese primer beso en la clandestinidad del estacionamiento del aeropuerto Kennedy, no volví a saber de él. Intenté seguir mi vida como si nada, pero era absurdo negarme cuanto me gustaba Robert, y cuán fuerte era mi atracción por él, sobre todo después de ese beso tan intenso y bien dado.

Nuestros complicados horarios hacían imposible un nuevo encuentro. Además entre mis frecuentes viajes y mi agitada vida como madre soltera, no me quedaba tiempo para socializar.

Así que una noche mientras me tomaba una copa de vino en el apartamento, después de dormir a las gemelas, me puse a pensar en él y a cuestionar su muy correcto comportamiento.

Fue entonces cuando decidí que era hora de un acontecimiento más directo, además estábamos en el año 2014. ¿Por qué debería sentarme a esperar que Robert, un hombre tan educado, galante y aparentemente perfecto tomara la iniciativa?

¡Por Dios! Me consideraba una mujer del milenio, moderna, independiente, atrevida… hasta era dueña de un consolador. Como también contaba con una caja de preservativos que estaban deseando ser usados.

Decidida llamé a Laura, mi vecinita, una chica de trece años que me hacía de niñera en ocasiones desesperadas como esta. Y como una señal del cielo, esa noche estaba dispuesta a quedarse por un par de horas. Era exactamente el tiempo necesario para llevar a cabo mi jugada.

En seguida busqué un hermoso y muy atrevido conjunto de lencería de encaje negro. El corsé apenas contenía mis senos voluptuosos, la tanga a juego dejaba aún menos a la imaginación. Medias de seda hasta la altura del muslo sujetadas por un liguero y mis tacones de aguja completaban el atuendo, llevándolo de sexy a pecador.

Me apliqué un maquillaje atrevido, con una capa extra de máscara de pestañas, resaltando mis ojos grises, haciéndolos lucir más sorprendentes. Sujeté mi cabello rubio en una cola alta, para dejar el máximo de mi cuerpo a la vista. Por encima me aseguré de usar una gabardina para no asustar a la pobre Laura, quién me vería antes de salir.

«Con esa atrevida vestimenta, podría convencer a Robert, de cualquier cosa, de eso estaba plenamente segura», pensé sonriendo al ver mi reflejo en él espejo.

El reloj, marcaba las nueve en punto, mientras esperaba que las puertas del elevador se abrieran en el último piso. Nerviosa aseguré el abrigo. Aunque normalmente prefería algo más suave y femenino, esa noche quería lucir como me sentía… una zorra, una buscona que no se iría a casa sin su merecida ración.

Una ola de adrenalina se disparó a través de mis venas al imaginar su reacción cuando dejara caer la gabardina seductoramente de mis hombros, mientras esperaba que Robert abriera la puerta.

Al abrir me encontré con una visión fuera de este mundo. Él llevaba puesto un pantalón de pijama que le caía en la cadera, sin camiseta dejando al descubierto sus impresionantes pectorales, el cabello revuelto y unos adorables lentes de lectura acompañaban el cuadro.

—Adelante —extendió una de sus manos invitándome a pasar.

Y sin pensarlo me desaté el nudo, enseñándole mi gran sorpresa. Sentí como un delicioso escalofrío me recorrió de pie a cabeza, en el momento en que sus ojos manifestaron con placer lo que llevaba puesto bajo el abrigo.

—¿Qué opinas? —pregunté con un toque de descaro al ver como asomaba una pequeña y maliciosa sonrisa en su rostro.

—Date la vuelta, para poder dar el veredicto —su tono de voz pasó de cálido a ronco.

Al voltearme sentí la suavidad de su aliento en la base de mi cuello, lo cual me hizo perder la cabeza y para no disminuir el control sobre mí misma, intenté retomar la conversación:

—¿Y entonces?

—Estás divina…

Ahí me encontraba, en la entrada de su apartamento, en ropa interior, ansiosa, excitada y desesperada por gozar de una buena tanda de sexo apasionado entre sus brazos.

Esa noche, Robert aceptó no contarle a Mía, sobre nosotros. Cómo también aceptó en mantener nuestra relación en la clandestinidad. La sequía terminaba al fin y no podía estar más feliz al respecto.

Yo estaba encantada de que no existieran compromisos. Ese aire casual de nuestra relación la hacía más interesante, era justo lo que estaba buscando después de mi divorcio.

 

—¡¿Contado?! —Los ojos de Mía, pasaban de Robert a mí, y viceversa—.¿Contado qué?

La sorpresa de mi amiga me hizo volver a la realidad, la cruda realidad que había estado evitando enfrentar…

—Amiga… yo…

—Papá, ¿qué es lo que está pasando?

—Ally. ¿No te parece que es hora de que Mía, lo sepa? —preguntó, Robert, mientras yo me hundía en la silla dónde me encontraba para no desmayarme.

—Papá…

—Escucha hija, Allison y yo, hemos estado saliendo a tus espaldas desde que ella se mudó al apartamento —sorprendida, Mía se giró hacia mí, clavando sus ojos en los míos.

—Allison, ¿es cierto?

Su rostro estaba lleno de angustia, y yo sintiéndome como una completa idiota asentí con la cabeza, porque no era capaz de pronunciar una palabra.

Ella se llevó una mano a la boca, mientras trataba de digerir la situación. Recogió sus llaves, su cartera y su móvil, para agregar:

—Entonces todo este tiempo han estado fingiendo delante de mí… ¡No lo puedo creer! —dijo con tristeza mirándome a los ojos—.Yo que pensaba que éramos amigas.

—Mía, no digas eso… —dije en tono preocupado, pero ella me interrumpió alzando la mano.

—¿¡Que no diga eso!? Te estas escuchando Allison. Todo este tiempo tú y papá estuvieron pretendiendo… —soltó un suspiro—.He sido una tonta por creer que eras mi mejor amiga.

Sentenció dándome la espalda, escuché cómo se quebró su voz al decir la última palabra, partiéndome el corazón.

—¡Hija, por favor!

—No digas nada papá, que tú estás tan metido en esto como Allison, los dos han traicionado mi confianza —anunció entre molesta y dolida.

—Robert, será mejor que me vaya —dije en voz baja, mientras la veía salir del apartamento, seguida de: Connor y Emma.

—¡Por todos los cielos! ¡¿No podemos arreglar esta situación como adultos?! —exclamó Robert, exasperado. Caminando hacia la salida para asegurarse de que Mía, lo escuchaba.

Me encargué de recoger mis cosas y las de las niñas antes de salir del apartamento de Robert, no valía la pena seguir. Lo mejor sería dejar que los ánimos de Mía se calmaran, sólo el tiempo me ayudaría a recuperar nuestra amistad, una amistad que había cuidado tanto, la misma que me había metido en este problema.

Robert, nos acompañó hasta mi apartamento, garantizándome que todo se arreglaría. Deseaba creerle, pero algo me decía que la espera sería muy larga. Lo bueno era que esa semana saldría de viaje y me mantendría ocupada.

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En cuanto regresé de mi viaje de trabajo, sintiéndome patética por lo ocurrido con mi mejor amiga. Preparé el equipaje de las niñas y el mío para visitar a mi familia, junto con Robert a Colorado.

Después de todo teníamos que contarles lo que estaba ocurriendo, como también era preciso aclarar mis sentimientos, necesitaba sentirme realmente segura para dar un paso tan importante como lo era el casarme por segunda vez.

—¡Mami… mami! ¿Estamos cerca de la casa de los abuelos? ¿Falta mucho?

Preguntó Tara, emocionadísima, hacía más de un año que no veníamos a Boulder, a visitar a mis padres.

—Ya casi —dije palmeando su pequeña pierna.

Amy, que se encontraba sentada en mi regazo, estaba concentrada observando el paisaje por la ventanilla del coche, con una sonrisa tan grande que le abarcaba su pequeño rostro.

Las niñas se acurrucaron en el medio de los dos, lucían cansadas del trajín del aeropuerto, el vuelo y ahora los treinta minutos en coche hasta la casa. Acariciándolas me dejé llevar por los recuerdos, no sin antes, soltar un largo suspiro.

«¿Mía, amiga cómo hemos llegado a este punto?» pensé observando los árboles a lo largo del camino.

Recordé el día que nos topamos por primera vez, las niñas eran tan pequeñas que no caminaban todavía, me había animado a dar un recorrido empujando el coche doble de las gemelas, por los alrededores de la Universidad de Columbus.

Complements, la compañía para la que trabajaba, me había enviado a realizar un cursillo. Era Octubre, el clima de ese día era fenomenal, fresco y muy soleado, perfecto para dar un paseo. Iba tan distraída que tropecé con una chica, que se estaba atando la cuerda de sus zapatos deportivos.

—Disculpa, no te había visto.

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