Alas de sangre

Alas de sangre


Capítulo 35

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TREINTA Y CINCO

En sus últimos días de interrogatorio, Fen Riorson perdió el contacto con

la realidad y se puso a despotricar contra el reino de Navarre. Acusó al rey

Tauri, y a todos los que reinaron antes que él, de una conspiración tan

vasta, tan atroz, que este historiador no se atreve a repetirla. La ejecución

fue rápida y misericordiosa para un loco que costó incontables vidas.

—NAVARRE, HISTORIA SIN CENSURA

POR EL CORONEL LEWIS MARKHAM

Del algún modo logro seguir respirando, lo cual es impresionante al tener en cuenta que siento como si mi corazón fuera a estallar en mil pedazos en cualquier momento, y mis ojos se clavan en el enemigo.

Nunca antes había visto a un jinete de grifos. Por lo general los dragones los queman de inmediato hasta que solo son cenizas junto con sus corceles mitad águila, mitad león.

—¿No que nos íbamos a reunir hasta mañana? Aún no tenemos el cargamento completo —le dice Xaden a la jinete de grifo con voz firme y calmada.

—El cargamento no es el problema —dice la mujer, negando con la cabeza. A diferencia de nuestra ropa negra, la de ellos es café, que combina con las plumas oscuras de sus bestias… que en este mismo momento me están viendo como si fuera su cena.

—Si intentan algo, los devoraré —dice Tairn.

«Cargamento». Apenas proceso lo que dice Tairn entre el shock de las palabras de la jinete. Y Xaden los conoce. Está trabajando con ellos, ayudando al enemigo. La traición me corta el cuello como un cristal cuando intento tragar saliva. Por esto se salía a escondidas del cuadrante.

—¿O sea que estaban por aquí esperando para platicar con nosotros en caso de que pasáramos un día antes? —pregunta Xaden.

—Ayer salimos de Draithus a patrullar, está como a una hora al sureste de aquí…

—Sé dónde está Draithus —la interrumpe Xaden.

—Nunca se sabe. Ustedes, los navarros, actúan como si no existiera nada más allá de sus fronteras —responde el otro jinete de grifo con burla—. No sé por qué nos molestamos en advertirles.

—¿Advertirnos? —Xaden inclina la cabeza hacia un lado.

—Perdimos un pueblo cercano a manos de una horda de venin hace dos días. Arrasaron con todo.

Esto me toma por sorpresa y los veo con los ojos desorbitados. ¿Qué acaba de decir?

—Los venin nunca viajan tan al oeste —dice Imogen a mi izquierda.

«Venin». Sí, eso dijeron ambos. ¿Qué diablos? Creería que alguien me está jugando una broma, si no fuera por los dos enormes grifos que esperan amenazantes detrás de sus jinetes. Y porque nadie se está riendo.

—Hasta ahora —aclara la mujer, y vuelve a dirigirse a Xaden—. No hay duda de que eran venin y tenían uno de sus…

—No digas nada más —la interrumpe Xaden—. Sabes que ninguno de nosotros puede saber los detalles o pondremos todo en riesgo. Solo se necesita que interroguen a uno.

—¿Estás escuchando? —le pregunto a Tairn, viendo a mi derecha e izquierda para descubrir si alguien más notó las enormes ridiculeces que están saliendo de la boca de la mujer, pero todos parecen… horrorizados, como si realmente creyeran que un pueblo fue destruido por creaturas mitológicas.

—Desafortunadamente, sí.

—Con detalles o sin ellos, parece que la horda va hacia el norte —dice el hombre—. Directo a nuestro puesto de comercio en la frontera, al otro lado de su guarnición en Athebyne. ¿Están armados?

—Estamos armados —reconoce Xaden.

—Entonces, ya hicimos nuestra parte. Están advertidos —dice el hombre—. Ahora tenemos que irnos a defender a nuestra gente. Como están las cosas, este viajecito nos dejó con solo una hora para llegar a tiempo.

De inmediato la atmósfera cambia, se intensifica, y los jinetes que están a mi alrededor parecen prepararse para algo.

Xaden me mira sobre su hombro y, en vez de reírse por la absoluta locura de la que están hablando, su rostro está marcado por la desolación.

—Si crees que vas a convencer a una Sorrengail de arriesgar su cuello por cualquiera que no esté dentro de sus fronteras, eres un idiota —dice el hombre mientras me mira con desdén.

El poder arde dolorosamente bajo mi piel, exigiendo una salida.

El tipo se inclina ligeramente hacia un lado y me recorre de arriba abajo con la mirada, obviamente juzgándome.

—Me pregunto cuánto estaría dispuesto a pagar tu rey para recuperar a la hija de su general más ilustre. Apuesto que con el rescate lograrías tener armas para defender a todo Draithus por una década.

¿Rescate? No lo creo.

Tairn gruñe.

—Mierda —masculla Bodhi, y se acerca a mí.

—Inténtalo. Te reto. —Los apunto con los dedos ligeramente curvados, lanzando solo un poco de energía, pero la suficiente para que un relámpago parta las nubes sobre nosotros.

Las sombras aparecen amenazantes entre los árboles en la orilla de la pradera cuando Xaden levanta las manos a sus lados y ambos jinetes de grifos se tensan cuando la oscuridad se detiene a unos centímetros de sus pies.

—Si dan un solo paso hacia esta Sorrengail, estarán muertos antes de que puedan levantar el otro pie —les advierte Xaden con un tono grave y profundamente letal—. Ella no está a discusión.

La mujer voltea para ver a las sombras y luego suspira.

—Estaremos ahí con el resto del grupo. Solo haz una señal si se pueden alejar de los escépticos. —Se aleja y va hacia sus grifos con el otro tipo.

Se montan en segundos y salen volando.

Todos se giran para verme con expresiones que van de la expectativa a algo parecido al miedo y siento el estómago pesado. A nadie le sorprendió la familiaridad de los jinetes de grifos o el uso de palabras como venin. Y todos sabían que Xaden estaba ayudando al enemigo.

Yo soy la única que no está enterada de nada.

—Buena suerte, Riorson. —Imogen se acomoda un mechón de su pelo rosa detrás de la oreja y la reliquia de la rebelión se asoma bajo la manga de su ropa de vuelo cuando se da la vuelta para dejarnos solos.

Se me abre un hueco en el estómago y mi cabeza comienza a trabajar, buscando algo más allá de la obvia y devastadora verdad mientras todos siguen a Imogen hacia el lago.

Veo una reliquia de la rebelión en el antebrazo del de tercero cuando pasa frente a mí.

Aquí está Garrick. Es líder de sección, pero está… aquí y no con ninguno de los pelotones de la Sección Llama. Y también están Bodhi e Imogen. La morena con un arete en la nariz es Soleil, creo, y definitivamente tiene una reliquia en el antebrazo derecho. ¿El de segundo de la Sección Garra? También tiene una.

Y Liam… Liam está a mi lado.

—Tairn. —Mantengo mi respiración lo más tranquila posible mientras Xaden me observa con la máscara del líder de ala sin emociones.

—¿Plateada? —La enorme cabeza de Tairn gira hacia mí.

—Todos tienen reliquias de la rebelión —le digo—. Todos en este pelotón son hijos de separatistas. —Entre el caos del campo de vuelo, Xaden armó un pelotón de puros marcados.

Y todos son. Malditos. Traidores.

Y yo les creí.

Le creí a él.

—Sí. Lo son —reconoce con resignación en la voz.

Mi pecho amenaza con estallar cuando al fin empiezo a entenderlo todo. Esto es mucho peor que una traición de Xaden hacia mí, hacia todo nuestro reino. Solo hay una explicación de por qué mis dos dragones estuvieron tan dóciles ante la presencia del enemigo.

—Tú y Andarna también me mintieron. —La traición es demasiada y su peso me encorva la espalda—. Sabían lo que estaba haciendo Xaden.

—Ambos te elegimos —dice Andarna, como si eso cambiara algo.

—Pero lo sabían. —Miro a Liam, que se atreve a verme con pesar, a Tairn, cuya concentración letal sigue puesta hacia el frente, como si aún no decidiera si va a calcinar a Xaden o no.

—Los dragones responden a sus vínculos —me explica mientras Xaden se aproxima—. Solo hay un vínculo más sagrado que el de un dragón y su jinete.

El de un dragón y su pareja.

Todos sabían menos yo. Hasta mis propios dragones. Ay, Dioses, ¿Dain tenía razón? ¿Todo lo que hizo Xaden fue parte de un plan para ganarse mi confianza?

El dulce fuego de la felicidad, del amor, de la confianza y del cariño que ardía en mi pecho hace apenas unos minutos chisporrotea dolorosamente, buscando oxígeno como una fogata a la que le echaron una cubetada de agua encima porque ya no sirve de nada. Y lo único que puedo hacer es quedarme viendo cómo mueren las brasas.

Xaden me observa con creciente aprehensión entre más se acerca, como si yo fuera un animal acorralado a punto de defenderse con garras y dientes.

¿Cómo pude ser tan tonta para confiar en él? ¿Cómo se me ocurrió enamorarme? Me duelen los pulmones y el corazón me quiere matar. Esto no puede estar pasando. No es posible que sea tan ingenua. Pero supongo que sí lo soy, porque aquí estamos. Todo su cuerpo es una maldita advertencia, especialmente la reliquia oscura que está tan visible en su cuello en este momento. Puede que su padre haya sido el Gran Traidor, que le haya costado la vida a mi hermano, pero lo que hizo Xaden es una puñalada igual de profunda.

Hace un gesto de dolor cuando mis ojos llenos de odio se clavan en él.

—¿En algún momento fuimos realmente amigos? —le susurro a Liam, buscando la fuerza para gritar.

—Somos amigos, Violet, pero a él le debo todo —me responde, y cuando levanto la vista, me está viendo con tanto pesar que casi me da lástima. Casi—. Todos se lo debemos. Y cuando le des la oportunidad de explicarte…

Ahí está. La rabia viene a rescatarme y aplasta el dolor.

—¡Me viste entrenando con él! —Le doy un empujón en el pecho a Liam que lo hace tambalearse—. ¡Te quedaste ahí viendo cómo me enamoraba de él!

—Ay, mierda. —Bodhi entrelaza las manos detrás de su grueso cuello.

—Déjame explicarte, Violencia —dice Xaden. Siempre ha sabido lo que hay en mi corazón y, la verdad, las sombras debieron advertirme sobre el suyo. Es un maestro de los secretos.

El poder contenido reverbera en mis huesos cuando le doy la espalda a Liam para quedar de frente a Xaden.

—Si se te ocurre tocarme, te juro que te voy a matar, desgraciado. —Mi poder se enciende con la rabia y los relámpagos parten el cielo brincando de nube en nube.

—Creo que lo dice en serio —le advierte Liam.

—Sé que sí. —Xaden tensa la quijada cuando nuestras miradas se encuentran y se la sostengo—. Váyanse todos a la orilla del lago. Ya.

Me observa con aprehensión mientras se acerca.

—Sé lo que estás pensando —dice Xaden con esa voz engañosamente suave tan suya, pero hay un destello de miedo en sus ojos ónix.

—No tienes idea de lo que estoy pensando. —Maldito. Traidor.

—Estás pensando que traicioné a nuestro reino.

—Como es lógico. Felicidades, le atinaste. —Otro relámpago se suelta y pasa de nube en nube—. ¿Estás trabajando con jinetes de grifos? —Dejo los brazos a mis costados por si necesito las manos libres para usar el poder, aunque sé que no puedo contra el suyo. Todavía no—. Dioses, eres todo un cliché, Xaden. Un villano escondido a plena vista, carajo.

Hace un gesto de pesar.

—De hecho, se llaman pilotos —dice en voz baja, sosteniéndome la mirada—. Y puede que sea un villano para algunas personas, pero no para ti.

—¿Disculpa? ¿En serio vamos a discutir la semántica de tu traición?

—Los dragones tienen jinetes y los grifos pilotos.

—Cosa que sabes porque estás aliado con ellos. —Doy unos pasos atrás para no ceder al impulso casi incontrolable de darle un golpe en la cara—. Trabajas con nuestro enemigo.

—¿Te has puesto a pensar que a veces puedes empezar en el lado correcto de la guerra y terminar en el equivocado?

—¿En este caso en particular? No. —Señalo hacia la orilla del lago—. Estudié para ser escriba, ¿recuerdas? Lo único que hemos hecho es defender nuestras fronteras durante seiscientos años. Son ellos quienes no aceptan la paz como solución. ¿Qué cargamentos les has estado entregando?

—De armas.

Se me abre un hoyo en el estómago.

—¿Las cuales usan para matar jinetes de dragones?

—No. —Niega con la cabeza enfáticamente—. Estas armas son solo para combatir venin.

Sus palabras me dejan con la boca abierta.

—Los venin son algo que solo existe en las fábulas. Como en el libro que mi padre… —Lo pienso. «La carta». ¿Qué fue lo que escribió? «El folclor se pasa de generación en generación para enseñar a los que siguen sobre nuestro pasado».

¿Me estaba queriendo decir que…? No. Es imposible.

—Son reales —dice Xaden en voz baja, como si intentara suavizar un golpe.

—Me estás diciendo que la gente que puede tomar la magia directamente, sin un dragón o un grifo para canalizarla, lo cual corrompe su poder irremediablemente, existe de verdad. —Digo las palabras lentamente solo para que queden perfectamente claras—. Que no solo son parte de una fábula.

—Sí. —Su frente se llena de surcos—. Acabaron con toda la magia del páramo y luego se extendieron como una plaga.

—Al menos encaja perfectamente con el cuento. —Me cruzo de brazos—. ¿Cómo era la fábula? Un hermano se vinculó con un grifo y el otro con un dragón, y cuando el tercero se puso celoso, tomó el poder directamente de la fuente, perdiendo su alma y declarándoles la guerra a los otros dos.

—Sí. —Suspira—. No quería decírtelo así.

—¡Si es que realmente me lo ibas a decir en algún momento! —Lanzo una mirada hacia donde Tairn nos está observando con la cabeza baja, como si pudiera calcinar a Xaden en cualquier momento—. ¿Tienes algo que agregar a la discusión?

—Aún no. Prefiero que saques tus propias conclusiones. Te elegí por tu inteligencia y valor, Plateada. No me decepciones.

Apenas logro contener el impulso de pintarle dedo a mi propio dragón.

—Bueno. Si aceptara creer que los venin existen y andan por el continente usando su magia oscura, también tendría que creer que nunca atacaron a Navarre porque… —Mis ojos se abren de par en par ante la posibilidad de la conclusión lógica—. Porque nuestras protecciones hacen que toda la magia que no venga de dragones sea imposible.

—Sí. —Xaden se reacomoda en su lugar—. Se quedarían sin poderes en cuanto entraran a Navarre.

Mierda, tiene sentido y cómo quisiera que no fuera así.

—Lo cual significa que tendría que creer que no tenemos idea si Poromiel está siendo atacado violenta y constantemente con poderes oscuros más allá de nuestras fronteras. —Frunzo el ceño.

Xaden desvía la mirada y toma aire antes de volver a verme a los ojos.

—O tendrías que creer que lo sabemos y elegimos no hacer nada al respecto.

La indignación me levanta la barbilla.

—¿Por qué diablos elegiríamos no hacer nada ante una matanza? Va contra todo lo que creemos.

—Porque lo único que mata a los venin es justo lo que sostiene a nuestras protecciones.

No dice nada más y solo nos quedamos aquí. Lo único que se escucha es el agua yendo y viniendo sobre la orilla al ritmo del eco de sus palabras que rebotan en mi corazón.

—¿Por eso ha habido ataques en nuestras fronteras? ¿Están buscando el material que usamos para las protecciones? —pregunto. No porque le crea, aún no, sino porque no está intentando convencerme. Mi papá solía decir que «la verdad casi nunca requiere esfuerzo».

Xaden asiente.

—El material se usa para crear armas que combaten a los venin. Mira, toma esto.

Levanta el brazo derecho y toma la daga de empuñadura negra que trae en la funda en su costado. Estoy brutalmente consciente de cada movimiento, horriblemente consciente de que pudo haberme matado en cualquier momento y esta es otra oportunidad. Aunque habría sido una muerte más rápida si usara una de las espadas que trae colgando en la espalda. Se mueve despacio y me extiende la daga como una ofrenda.

La tomo y noto su filo, pero es la aleación en la empuñadura con runas grabadas lo que me hace ahogar un grito.

—¿Te la robaste del escritorio de mi madre? —Mis ojos saltan hacia los suyos.

—No. Probablemente tu madre tiene una por la misma razón que tú deberías tener esta. Para defenderse de los venin. —Hay tanta lástima en su mirada que el pecho se me aplasta.

La daga. Los ataques. Todo está ahí.

—Pero me dijiste que no era posible que nos enfrentáramos a algo así —susurro, aferrándome a lo poco que me queda de esperanza en que todo esto sea una broma horrenda.

—No. —Da un paso y acerca su mano a mí, pero luego la baja, como si lo hubiera reconsiderado—. Te dije que esperaba que, si esta amenaza estaba allá afuera, nuestros líderes nos avisarían.

—Manipulaste la verdad a tu conveniencia. —Mi mano se cierra sobre la empuñadura de la daga y siento la vibración del poder. Los venin son reales. Los. Venin. Son. Reales.

—Sí. Y podría mentirte, Violencia, pero no lo voy a hacer. Sin importar lo que pienses en este momento, jamás te he mentido.

Sí. Claro.

—Y ¿cómo sé que me estás diciendo la verdad?

—Porque duele pensar que somos la clase de reino que haría algo así. Duele reajustar todo lo que crees saber. Las mentiras dan consuelo. La verdad duele.

Siento el poder vibrando en la empuñadura y le lanzo una mirada de rabia a Xaden.

—Pudiste decírmelo en cualquier momento, pero elegiste ocultarme todo.

Él hace un gesto de pesar con todo el cuerpo.

—Sí. Debí decírtelo hace meses. Pero no pude. Estoy arriesgando todo por decírtelo ahora…

—Porque no te quedaba otra opción, no porque quisieras…

—Porque si tu mejor amigo ve este recuerdo, todo está perdido —me interrumpe, y ahogo un grito.

—No puedes saber…

—Dain no rompería una regla ni para salvarte la vida, Violet. ¿Qué crees que haría si supiera esto?

¿Qué haría Dain?

—Tengo que creer que no pondría el Código sobre el sufrimiento de la gente fuera de nuestras fronteras. O quizá podría haber construido barreras para que Dain no pudiera husmear en mis recuerdos. O quizá él hubiera seguido respetando mis límites y no intentaría meterse. —Entrecierro los ojos—. Pero nunca lo sabremos, ¿verdad? Porque no confiaste en que yo haría lo correcto, Xaden.

Él abre los brazos de par en par.

—Esto es más grande que tú y yo, Violencia. Y los líderes no se detendrán por nada para quedarse dentro de las protecciones y mantener a los venin como un secreto. —Su voz suena como una súplica desesperada—. Vi cómo ejecutaron a mi padre por intentar ayudar a esta gente. Yo podía ponerte en riesgo también a ti. —Se acerca un poco más a mí con cada palabra y mi pulso se acelera, pero ya no voy a permitir que el corazón tome las decisiones que le corresponden a mi cabeza—. Me amas y…

—Te amaba —lo corrijo, dando un paso hacia un lado para tener un poco de espacio.

—¡Me amas! —grita. Su voz me paraliza y nos gana las miradas de todos los jinetes que alcanzan a escucharla—. Me amas.

Una de las brasas en mi pecho intenta encenderse de nuevo pero la ahogo antes de que tenga la oportunidad de arder.

Lentamente, me doy la vuelta para quedar de frente a él.

—Todo lo que siento… —Trago saliva, luchando por aferrarme a la rabia para no caer—. Todo lo que sentía estaba cimentado en secretos y engaños. —La vergüenza me enciende las mejillas al pensar que fui tan ingenua como para enamorarme de él.

—Todo lo que hay entre nosotros es real, Violencia. —La intensidad con la que dice esto me hiere aún más—. El resto te lo puedo explicar con el tiempo. Pero antes de que lleguemos al puesto que nos asignaron, necesito saber si me crees.

Veo la daga y escucho las palabras de la carta de mi padre como si él mismo las hubiera pronunciado. «Sé que tomarás la decisión correcta cuando llegue el momento». Me lo advirtió de la única manera en la que podía hacerlo: a través de los libros.

—Sí —le digo, y extiendo la daga para devolvérsela—. Te creo. Pero eso no significa que siga confiando en ti.

—Quédatela. —El alivio se lleva un poco de la tensión en su postura.

La envaino sobre mi muslo.

—¿Me estás dando un arma después de decirme que llevas meses engañándome, Riorson?

—Totalmente. Yo tengo otra y, si lo que dicen los pilotos es cierto y los venin vienen hacia el norte, puede que la necesites. No mentí cuando te dije que no puedo vivir sin ti, Violencia. —Retrocede lentamente y sus labios se curvan en una sonrisa triste—. Y una mujer indefensa nunca ha sido mi tipo, ¿recuerdas?

No me siento ni cerca de estar lista para bromear con él.

—Vámonos a Athebyne.

Xaden asiente y, minutos después, ya estamos en el cielo.

—Sabemos que no te mentimos. Solo no te dijimos todo —dice Andarna, que va volando en el espacio detrás de Tairn donde hay menos resistencia del viento en el camino hacia el puesto.

—Eso es mentir por omisión —le discuto. Están pasando demasiadas cosas hoy.

—Tiene razón, Dorada. —La tensión se siente en cada parte del cuerpo de Tairn e incluso en los movimientos de sus alas—. Tienes todo el derecho a estar enojada. —Da la vuelta para seguir sobre las montañas que recorren la frontera. Las correas de la silla se me entierran en los muslos. —Tomamos una decisión para protegerte… sin tu consentimiento. Fue un error, y no volveré a cometerlo. —La culpa que siente sobrepasa mis propias emociones y derrite las partes más sólidas de mi rabia. Me pongo a pensar.

A pensar en serio.

Si los venin existen, tendríamos un registro. Pero no había ni una copia de Las fábulas del páramo en los Archivos, el lugar dentro de Navarre que debería tener hasta el último libro escrito o transcrito en los últimos cuatrocientos años, lo que significa que papá no solo me dio un libro poco común… sino uno prohibido.

Cuatrocientos años de obras y ni una sola…

«Cuatrocientos años». Pero nuestra historia es de seiscientos. Todo es una copia de un trabajo previo. El único texto original en los Archivos que tiene más de cuatrocientos años, como por el tiempo en que empezamos la guerra con Poromiel, son los pergaminos de la Unificación de hace más de seiscientos años.

«Solo se necesita a una generación desesperada para cambiar la historia… o incluso borrarla».

Dioses, papá me lo dijo todo. Solía decirme que los escribas tienen todo el poder.

—Sí —dice Tairn mientras bordeamos la última montaña cuya cima serrada ya no tiene nieve por el calor del verano, y el puesto de Athebyne aparece frente a nosotros al mismo tiempo que los riscos de Dralor.

«Una generación cambia el texto. Una generación elige enseñar ese texto. La siguiente crece y la mentira se convierte en historia».

Tairn gira a la derecha siguiendo la curva de la montaña y baja la velocidad cuando nos acercamos al campo de vuelo del puesto.

Mis manos se aferran a los pomos cuando aterrizamos frente a la enorme estructura posada en la ladera de la última montaña de esta cordillera. Su diseño es idéntico al de Montserrat, una sencilla fortaleza cuadrada con cuatro torres y muros apenas lo suficientemente gruesos para sostener a un dragón. La milicia no es más que su uniforme.

Me desamarro de la silla y bajo por la pierna del dragón.

—Y de alguna manera se supone que tenemos que concentrarnos en los Juegos de Guerra —mascullo, acomodándome la mochila al hombro mientras pienso en un puesto de comercio que puede o no recibir un ataque de creaturas míticas próximamente.

Los demás desmontan y, al mirar hacia atrás, me encuentro a Andarna acurrucada entre las patas de Tairn.

Xaden está caminando junto a Garrick y viéndome con algo parecido a la melancolía. Le di todo y él nunca me dejó entrar realmente. Siento el dolor en mi pecho abierto por ese corte que solo puede hacer el desamor, profundo y dentado. Me imagino que así se siente que te acuchillen con un cuchillo viejo y cubierto de óxido. No tiene el filo suficiente para hacer un corte rápido y hay una probabilidad del cien por ciento de que la herida se vaya a infectar. Si no puedo confiar en él, no hay futuro para nosotros.

El ambiente es más que tenso mientras los diez cruzamos bajo la verja levadiza y vamos hacia el puesto. El puesto que está muy vacío.

—¿Qué diablos? —Garrick recorre el patio al centro de la estructura observando los espacios de reunión que deberían bordear el interior, como en Montserrat.

—Alto —ordena Xaden, viendo los muros que nos rodean—. No hay nadie aquí. Divídanse y exploren. —Me mira—. Tú no te separes de mí. No creo que esto sea un Juego de Guerra.

Quiero discutirle que no hay forma de que sepa eso, pero el viento que sopla por la puerta me detiene. Los únicos sonidos en una fortaleza que debería albergar a más de doscientas personas son los que hacen nuestros pasos sobre el suelo de piedra… y Xaden tiene razón. Todo se siente extraño.

—Maravilloso —respondo con más que un poco de sarcasmo, y todos menos Liam, que ya volvió a ser mi sombra, se dispersan en grupos de dos o tres para subir por distintas escaleras.

—Por aquí —dice Xaden, dirigiéndose a la torre suroeste. Subimos y subimos y al fin llegamos a lo alto del cuarto piso, donde la puerta nos lleva a un punto de observación abierto con vista al valle y el puesto de comercio de Poromiel.

—Esta es una de nuestras guarniciones más estratégicas —digo, buscando alguna señal de la infantería y jinetes que deberían estar aquí—. Es imposible que lo hayan vaciado por los Juegos de Guerra.

—Eso es exactamente lo que me temo. —Xaden observa el valle y entrecierra los ojos sobre el puesto de comercio que está a cientos de pies allá abajo—. Liam.

—Ya voy. —Liam se acerca y se recarga en la almena de piedra para enfocar su mirada en las estructuras lejanas. El puesto de comercio está a unos veinte minutos caminando por el sendero pedregoso que baja serpenteando por la montaña en la que se encuentra nuestro puesto. Los techos de varias construcciones se asoman ligeramente sobre los muros circulares y un grupo de grifos con sus jinetes va para allá desde el sur.

Xaden voltea a verme y la expresión en sus ojos no es de gusto.

—¿Qué te dijo Dain antes de que nos fuéramos? Se te acercó a susurrarte algo.

Parpadeo intentando recordarlo.

—Dijo algo como… —Busco en mi memoria—. Te voy a extrañar, Violet.

Su cuerpo se tensa.

—Y también dijo que yo iba a hacer que te mataran.

—Sí, pero siempre dice eso. —Me encojo de hombros—. ¿Qué tiene que ver Dain con que hayan vaciado todo un puesto?

—¡Tengo algo! —anuncia Garrick desde la torre al sureste. Viene para acá junto Imogen y con lo que parece ser un sobre en la mano, cruzando por la gruesa muralla.

—¿Le contaste sobre mis viajes a este lugar? —me pregunta Xaden con gesto severo.

—¡No! —Niego con la cabeza—. A diferencia de otros, yo jamás te escondí nada.

Xaden retrocede y mira a la izquierda y a la derecha, pensando, antes de volver a verme a mí.

—Violencia —dice con voz suave—. ¿Aetos te tocó después de que te conté lo de Athebyne?

—¿Qué? —Frunzo el ceño y me quito un mechón fugitivo de la cara mientras el viento sopla a nuestro alrededor.

—Así. —Lleva una mano a mi mejilla—. Para usar su poder necesita tocarle la cara a la persona. ¿Te tocó así?

Mis labios se separan.

—Sí, pero siempre me ha tocado así. Él n-nunca… —tartamudeo—. Yo sabría si hubiera visto mis recuerdos.

El rostro de Xaden se llena de pesar y sus manos bajan para tomarme por la nuca.

—No, Violencia. Créeme. No lo sabrías. —No hay acusación en su tono, pura resignación que me hiere lo que me queda de corazón.

—Dain no lo haría. —Niego con la cabeza. Es muchas cosas, pero jamás abusaría de mi confianza de esa manera, jamás tomaría algo que no le ofrecí. «Aunque una vez sí lo intentó».

—Está a tu nombre —dice Garrick, entregándole el sobre a Xaden.

Él retira su mano de mi cara y abre el sello. Puedo leer lo que dice en cuanto la abre.

«Juegos de Guerra para Xaden Riorson, líder de ala del Ala Cuatro».

Reconozco esa letra, ¿cómo podría no hacerlo, si la he visto toda mi vida?

—Lo escribió el coronel Aetos.

—¿Qué dice? —pregunta Garrick, cruzándose de brazos—. ¿Cuál es nuestra misión?

—Chicos, veo algo pasando el puesto de comercio —dice Liam desde la almena—. Mierda.

Xaden se pone pálido y aplasta la carta en su puño antes de mirarme.

—Dice que nuestra misión es sobrevivir si podemos.

Ay, dioses. Dain vio mis recuerdos sin mi permiso. Seguramente le dijo a su padre que estuvieron saliendo de Basgiath. Sin saberlo traicioné a Xaden… los traicioné a todos.

—Eso no… —Garrick niega con la cabeza.

—Chicos, esto es malo —grita Liam. Imogen va corriendo hacia él.

—No es tu culpa —me dice Xaden, y luego se gira hacia donde están sus amigos, que ya vienen corriendo por las murallas para reunirse con nosotros—. Nos mandaron aquí a morir.

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