Alas de sangre

Alas de sangre


Capítulo 2

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DOS

Se tiene la idea equivocada de que en el Cuadrante de

Jinetes se trata de morir o matar. Los jinetes, en general, no

buscan asesinar a otros cadetes… a menos que haya escasez

de dragones ese año o que el cadete sea un lastre para su ala.

En ese caso, las cosas se pueden poner… interesantes.

—GUÍA DEL COMANDANTE AFENDRA PARA EL CUADRANTE

DE JINETES (EDICIÓN NO AUTORIZADA)

No voy a morir hoy.

Estas palabras se convierten en mi mantra y las repito en mi cabeza mientras Rhiannon le da su nombre al jinete que pasa lista en la entrada del parapeto. El odio en los ojos de Xaden me quema la mejilla como una llama física, y ni siquiera la lluvia que me golpea la piel con cada ráfaga de aire aplaca el calor, ni el escalofrío aterrado que me recorre la espalda.

Dylan está muerto. Solo es un nombre, una próxima lápida más en los infinitos cementerios que flanquean los caminos hacia Basgiath, otra advertencia para los ambiciosos candidatos que prefieren arriesgar su vida con los jinetes que elegir la seguridad de cualquier otro cuadrante. Ahora entiendo por qué Mira me advirtió que no hiciera amigos.

Rhiannon se aferra a cada lado de la abertura en el torreón y luego voltea a verme.

—Te esperaré al otro lado —grita sobre la tormenta. El miedo en sus ojos es el reflejo del que hay en los míos.

—Te veo del otro lado. —Asiento, y logro ofrecerle una mueca que es casi una sonrisa.

 

 

Sale al parapeto y comienza a caminar, y aunque estoy segura de que hoy está muy ocupado, le hago una oración silenciosa a Zihnal, el dios de la suerte.

—¿Nombre? —me pregunta el jinete en la orilla mientras su compañero sostiene una capa sobre la lista en un intento inútil por mantener seco el papel.

—Violet Sorrengail —respondo, al mismo tiempo que un trueno estalla sobre mí. El sonido es extrañamente reconfortante. Siempre me han encantado las noches en que las tormentas azotan la ventana de la fortaleza, iluminando y creando sombras sobre el libro con el que estoy acurrucada, aunque este aguacero podría costarme la vida. De reojo, veo los nombres de Dylan y Rhiannon que ya se están corriendo por las orillas, donde el agua alcanzó la tinta. Es la última vez que el nombre Dylan se escribirá en otro lugar que no sea su lápida. Al final del parapeto habrá otra lista para que los escribas tengan sus amadas estadísticas de muertes. En otra vida, sería yo quien leería y registraría la información para el análisis histórico.

—¿Sorrengail? —El jinete levanta la vista y sus cejas se enarcan en gesto sorprendido—. ¿Como la general Sorrengail?

—La misma. —Maldita sea, ya me estoy hartando de eso y sé que solo se va a poner peor. No hay forma de evitar las comparaciones con mi madre, y más cuando ella está al mando en este lugar. Lo peor es que probablemente creen que soy una jinete con talento natural como Mira o una brillante estratega como era Brennan. O me echarán un vistazo, se darán cuenta de que no me parezco en nada a ninguno de los tres y me convertiré en su presa.

Pongo las manos a los lados del torreón y arrastro los dedos sobre la piedra. Sigue caliente por el sol de la mañana, pero la lluvia la va enfriando sin piedad; está resbalosa, pero no tanto como si tuviera musgo o algo así.

Adelante, Rhiannon sigue avanzando, con las manos extendidas para mantener el equilibrio. Va como a un cuarto del camino y su silueta se va volviendo más borrosa conforme avanza entre la lluvia.

—Pensé que solo tenía una hija —comenta el otro jinete, acomodando la capa cuando otra ráfaga de viento nos azota. Si aquí se siente fuerte, cuando tengo la mitad del cuerpo protegida por el torreón, ya me imagino el infierno que va a ser en el parapeto.

—Me lo dicen mucho. —Tomo aire por la nariz y lo suelto por la boca, obligándome a respirar pausadamente para que el galope de mi corazón pueda bajar a un trote. Si entro en pánico, voy a morir. Si me resbalo, voy a morir. Si… «Ya, carajo». No hay nada más que pueda hacer para prepararme.

Doy el primer paso hacia el parapeto y me aferro a la pared de piedra cuando viene otra ráfaga que me azota de lado contra la abertura en el torreón.

—¿Y crees que vas a poder montar un dragón? —pregunta burlonamente el candidato imbécil que está detrás de mí—. Vaya Sorrengail con ese equilibrio. Pobre del ala en la que te quedes.

Recupero el equilibrio y me acomodo las correas de la mochila con un jalón.

—¿Nombre? —pregunta de nuevo el jinete, pero sé que no me está hablando a mí.

—Jack Barlowe —responde el que viene detrás—. Apréndete el nombre. Algún día voy a ser jefe de ala. —Hasta su voz apesta a arrogancia.

—Más te vale que empieces a avanzar, Sorrengail —ordena la voz profunda de Xaden.

Echo un vistazo sobre mi hombro y lo veo aplastándome con la mirada.

—¿A menos que necesites una ayudadita? —Jack se me acerca con las manos levantadas. Mierda, me va a aventar.

El miedo me corre por las venas y me muevo, dejando la seguridad del torreón para entrar de lleno al parapeto. Ya no hay vuelta atrás.

El corazón me late tan rápido que lo puedo escuchar en mis oídos como un tambor.

«Mantén los ojos fijos en las piedras frente a ti y no veas hacia abajo». El consejo de Mira se repite en mi cabeza, pero es difícil seguirlo cuando cada uno de mis pasos podría ser el último. Extiendo los brazos para mantener el equilibrio y luego voy dando los pasitos bien medidos que practiqué con el comandante Gillstead en el patio. Pero con el viento, la lluvia y la caída de más de sesenta metros, esto no se parece en nada a la práctica. Las piedras bajo mis pies están mal acomodadas y la argamasa que las une hace que sea más fácil resbalarse. Me concentro en el camino frente a mí para no ver mis pies. Tengo los músculos tensos para afianzar mi centro de gravedad, y mantengo una postura recta.

Siento que la mente se me va nublando mientras mi pulso se acelera sin control.

«Calma». Tengo que mantener la calma.

No puedo cantar o siquiera tararear, así que distraerme con música no es opción, pero soy académica. No hay un lugar más relajante que los archivos, así que me pongo a pensar en eso. Hechos. Lógica. Historia.

«Tu mente ya sabe la respuesta, así que solo cálmate y permítele que la recuerde». Eso me decía siempre papá. Necesito algo que evite que el lado lógico de mi cerebro me haga dar la vuelta e irme derechito de regreso al torreón.

—El continente alberga dos reinos, y hemos estado en guerra desde hace cuatrocientos años —recito, usando la información básica y sencilla que me hicieron machetearme al estudiar para el examen de escribas. Paso a paso, voy cruzando el parapeto—. Navarre, mi hogar, es el reino más grande, con seis provincias únicas. Tyrrendor, nuestra provincia más grande y más al sur, comparte frontera con la provincia de Krovla en el reino de Poromiel. —Cada palabra calma mi respiración y reduce mi ritmo cardiaco, lo que a su vez aminora el mareo.

»Al este de nuestro reino están las dos provincias que quedan en Poromiel, Braevick y Cygnisen, y las montañas Esben forman una frontera natural. —Paso la marca de pintura que anuncia que llegué a la mitad del puente. Estoy en el punto más alto, pero no puedo pensar en eso. «No veas hacia abajo»—. Más allá de Krovla, más allá de nuestro enemigo, están el lejano Páramo, un desértico…

El trueno retumba, el viento me azota y sacudo los brazos.

—¡Mierda!

Mi cuerpo se mece hacia la izquierda por el vendaval y me agacho en el parapeto, aferrándome a las orillas y acuclillándome para no perder el equilibrio, haciéndome lo más pequeña posible mientras el viento aúlla a mi alrededor. Con el estómago revuelto, siento cómo mis pulmones amenazan con hiperventilarse cuando el pánico me amaga a punta de navaja.

—Dentro de Navarre, Tyrrendor fue la última de las provincias fronterizas en unirse a la alianza y jurar lealtad al rey Reginald —grito ante el viento salvaje, obligando a mi mente a seguir moviéndose contra la amenaza muy real de la ansiedad paralizante—. También fue la única provincia que buscó la secesión seiscientos veintisiete años después, lo cual habría dejado a nuestro reino indefenso si lo hubieran logrado.

Rhiannon sigue delante de mí, como a tres cuartos del camino. Bien. Se merece llegar al otro lado.

—El reino de Poromiel está formado principalmente por llanuras arables y pantanos, y es conocido por sus textiles excepcionales, sus vastos campos de cereal y las gemas cristalinas y únicas que son capaces de amplificar magias menores. —Me atrevo a echarles un rápido vistazo hacia las nubes oscuras sobre mi cabeza antes de avanzar un poco más, poniendo un pie con mucho cuidado frente al otro—. En contraste, las regiones montañosas de Navarre ofrecen un gran suministro de minerales, la resistente madera de nuestras provincias al este y una cantidad infinita de ciervos y caribús.

Mi siguiente paso avienta unos pedazos de argamasa suelta, y me detengo mientras mis brazos se sacuden hasta que recupero el equilibrio. Trago saliva y evalúo mi peso antes de seguir adelante.

—El Acuerdo Comercial de Resson, firmado hace más de doscientos años, garantiza el intercambio de carne y madera de Navarre por las telas y la agricultura de Poromiel cuatro veces al año en el puesto fronterizo de Athebyne, entre Krovla y Tyrrendor.

Desde aquí puedo ver el Cuadrante de Jinetes. Los enormes cimientos de piedra de la ciudadela se levantan por la montaña hasta la base de la estructura, donde sé que termina este camino, si es que logro llegar. Tras limpiarme la lluvia de la cara con el cuero sobre mi hombro, miro hacia atrás para ver dónde está Jack.

Está atorado poco después de la marca del primer cuarto, y su silueta fornida está completamente inmóvil… como si estuviera esperando algo. Tiene las manos a los lados. Parece como si el viento no afectara en nada a su equilibrio, qué suerte tiene el bastardo. Podría jurar que está sonriendo allá, a lo lejos, pero quizá solo es la lluvia en mis ojos.

No puedo quedarme aquí. Si quiero vivir para ver el amanecer tendré que seguir moviéndome. El miedo no puede gobernar mi cuerpo. Apretando las piernas una contra la otra para mantener el equilibrio, suelto lentamente la piedra que está debajo de mí y me pongo de pie.

«Brazos extendidos. Camina».

Necesito avanzar lo más posible antes de que llegue la próxima ráfaga de viento.

Miro sobre mi hombro para ver dónde está Jack y la sangre se me hiela.

Está de espaldas a mí, viendo al siguiente candidato, que se tambalea peligrosamente mientras se acerca. Jack toma al muchacho desgarbado por las correas de la mochila sobrecargada que trae y veo, con el shock tensándome los músculos, cómo Jack avienta al escuálido candidato por la orilla del parapeto cual si fuera un saco de cereal.

Un grito llega hasta mis oídos por un instante antes de perderse mientras él cae y desaparece de mi campo de visión.

Mierda.

—¡Sigues tú, Sorrengail! —grita Jack, y alejo mi vista del barranco para encontrármelo apuntándome con un dedo y una siniestra sonrisa en sus labios. Luego viene hacia mí y sus pasos devoran la distancia entre nosotros a una velocidad aterrorizante.

«Muévete. Ya».

—Tyrrendor comprende la parte sureste del continente —recito, y mis pasos son firmes pero llenos de pánico sobre el estrecho y resbaloso camino. Mi pie izquierdo se resbala un poco cada que doy otro paso—. Conformado por un terreno hostil y montañoso, y flanqueado por el mar Emerald al oeste y el océano Arctile al sur, Tyrrendor es casi impenetrable. Aunque está separado geográficamente por los riscos de Dralor, una barrera protectora natural…

Un nuevo vendaval me azota y el pie se me resbala sobre el parapeto. El corazón me da un vuelco. El parapeto llega de inmediato a mi encuentro cuando me tropiezo y me caigo. Mi rodilla se azota contra la piedra y suelto un grito de dolor. Mis manos buscan desesperadamente algo de qué agarrarse mientras mi pierna izquierda cuelga por la orilla de este puente infernal. Jack no está muy lejos. Entonces, cometo el espantoso error de mirar hacia abajo.

El agua me corre por la nariz y la barbilla, goteando sobre la piedra antes de caer para unirse al río que viaja por el valle de allá abajo, a más de sesenta metros. Trago saliva para deshacer el creciente nudo en mi garganta y parpadeo, luchando para calmar mi pulso.

No voy a morir hoy.

Aferrándome a los lados de la piedra, pongo el máximo peso de mi cuerpo que calculo que soportarán las piedras resbaladizas para agarrarme y echo la pierna derecha hacia arriba. Mi antepié encuentra el puente. Ya no hay suficiente información en el mundo que pueda calmar mi mente. Necesito poner el pie derecho debajo de mí, el que tiene mejor agarre, pero con un solo movimiento equivocado descubriré qué tan frío está el río de allá abajo.

«Morirás por el impacto».

—¡Voy por ti, Sorrengail! —escucho detrás de mí.

Me levanto de la piedra y les pido a los dioses que mis botas encuentren el camino mientras me pongo de pie. Si me caigo, bueno, será porque cometí un error. Pero no voy a permitir que este imbécil me asesine. «Mejor llega al otro lado, donde espera el resto de los asesinos». No es que todos en el cuadrante vayan a intentar matarme, solamente los cadetes que piensan que seré un lastre para el ala. Hay una razón por la que la fuerza es de lo más valorado por los jinetes. La eficiencia de un pelotón, de una sección, de un ala se mide por su eslabón más débil, y si ese elemento se rompe, pone a todos en peligro.

O Jack piensa que yo soy ese eslabón, o es un imbécil desquiciado al que simplemente le gusta matar. Probablemente ambas cosas. Como sea, necesito avanzar más rápido.

Extendiendo los brazos hacia los lados, me enfoco en el final del camino, el patio de la ciudadela, donde Rhiannon ya está segura, y sigo avanzando pese a la lluvia. Mantengo el cuerpo tenso, mi centro firme, y extrañamente agradezco ser más bajita que la mayoría.

—¿Vas a gritar por todo el camino? —se burla Jack, que sigue gritando, pero su voz se escucha más cerca. Me está alcanzando.

No hay lugar para el miedo, así que lo bloqueo, imaginando cómo meto esa emoción a una celda con rejas de acero en mi cabeza. Ya puedo ver el final del parapeto y a los jinetes que esperan a la entrada de la ciudadela.

—Es imposible que alguien que no puede ni siquiera cargar una mochila llena haya pasado el examen de admisión. Eres un error, Sorrengail —dice Jack, y su voz se escucha más clara, pero no me arriesgo a perder velocidad por voltear a ver qué tan cerca está—. La verdad es que sería lo mejor que acabara contigo desde ahora, ¿no crees? Es mucho más compasivo que dejar que los dragones se encarguen de ti. Comenzarán comiéndose una de tus piernas raquíticas y luego la otra mientras sigues con vida. En serio —agrega con voz lisonjera—. Sería un placer para mí ayudarte.

—Púdrete —murmuro. Solo faltan unos cuantos metros para llegar a las afueras de los enormes muros de la ciudadela. Mi pie izquierdo se resbala y me tambaleo un poco, pero solo pierdo un segundo antes de seguir avanzando. La fortaleza va apareciendo desde atrás de esas gruesas almenas, tallada en la montaña con altos edificios de piedra que forman una L y están hechos a prueba de fuego, por obvias razones. Los muros que rodean el patio de la ciudadela tienen tres metros de grosor y dos y medio de alto, con una sola entrada y… ya casi. Estoy. Ahí.

Ahogo un sollozo de alivio cuando la piedra se eleva a mis lados.

—¿Crees que vas a estar a salvo ahí? —la voz de Jack suena seria… y cerca.

Ya segura por ambos lados gracias a las paredes, cruzo corriendo los últimos diez metros y el corazón me late a toda velocidad mientras la adrenalina me recorre el cuerpo al máximo. Los pasos de Jack se aceleran detrás de mí. Se lanza contra mi mochila, pero falla, y su mano me da en la cadera cuando llegamos a la orilla. Me apresuro y bajo de un salto los treinta centímetros que separan el parapeto elevado del patio, donde esperan dos jinetes.

Jack suelta un gruñido de frustración y el sonido aprieta mi corazón como un puño.

Me doy la vuelta y saco una daga de su funda en mis costillas justo cuando Jack se detiene derrapando sobre mí en el parapeto, con la respiración entrecortada y el rostro enrojecido. Se ven las ganas de matar en sus gélidos ojos azules entrecerrados que desde allá arriba me observan… a mí y al lugar donde la punta de mi daga está haciendo presión sobre la tela de sus pantalones, contra su entrepierna.

—Creo. Que por ahora. Estaré. A salvo —digo, casi sin aliento, con los músculos temblando, pero la mano más que firme.

—¿En serio? —Jack se estremece por la rabia, sus gruesas cejas rubias le aplastan los glaciares ojos azules y cada parte de su monstruoso cuerpo se inclina hacia mí. Pero no da otro paso.

—Es ilegal que un jinete le haga daño a otro. Estando en formación en un cuadrante o bajo la supervisión de un cadete de rango superior —recito del Código. Aún siento como si el corazón me latiera en la garganta—. Pues minaría la eficiencia del ala. Y dada la multitud que está detrás de nosotros, me parece que se puede decir sin lugar a duda que estamos en formación. Artículo tres, sección…

—¡Me importa un carajo! —Él avanza, pero yo me mantengo firme y mi daga corta la primera capa de sus pantalones.

—Te sugiero que reconsideres. —Me reacomodo, por si él no lo hace—. Se me podría ir la mano.

—¿Nombre? —dice con tono aburrido la jinete que está junto a mí, como si fuéramos lo menos interesante que ha visto en todo el día. Me volteo para verla por un milisegundo y ella se acomoda el mechón rojo fuego que le llega a la altura de la barbilla detrás de la oreja con una mano y sostiene la lista con la otra, observando la escena que tiene enfrente. Las tres estrellas plateadas de cuatro puntas que tiene bordadas en el hombro de su capa me informan que está en tercero—. Eres muy pequeña para ser jinete, pero parece que lo lograste.

—Violet Sorrengail —respondo, pero el cien por ciento de mi concentración está puesto en Jack de nuevo. La lluvia cae por el borde inclinado de su ceja—. Y, antes de que preguntes, sí, soy esa Sorrengail.

—Con esa maniobra, no me sorprende —dice la mujer, que sostiene una pluma, como la que usa mamá, sobre la lista.

Puede que este sea el mejor cumplido que me han hecho en la vida.

—Y ¿cómo te llamas? —pregunta de nuevo. Estoy bastante segura de que se lo está preguntando a Jack, pero me encuentro muy ocupada estudiando a mi oponente para voltear a verla.

—Jack. Barlowe. —Ya no está la sonrisita siniestra en sus labios ni los comentarios juguetones sobre cómo disfrutaría matándome. En su rostro ya no hay más que malicia y una promesa de venganza.

Un escalofrío nervioso me eriza los pelos de la nuca.

—Bueno, Jack —dice lentamente el jinete a mi derecha, rascando las líneas bien definidas de su oscura barba de candado. No trae capa y la lluvia le empapa el montón de parches que tiene cosidos en su desgastada chamarra de cuero—. La cadete Sorrengail te tiene agarrado de los huevos, en más de un sentido. Y es cierto lo que te dijo. Las reglas indican que durante la formación no debe haber más que respeto entre los jinetes. Si quieres matarla, tendrás que hacerlo en el ring o en tu tiempo libre. Eso, claro, si ella decide dejar que te bajes del parapeto. Porque técnicamente aún no estás en el patio, así que tú no eres un cadete. Y ella sí.

—¿Y si decido torcerle el cuello en cuanto me baje? —gruñe Jack, y la expresión de sus ojos dice que lo hará.

—En ese caso, te encontrarás anticipadamente con los dragones —responde la pelirroja con tono neutral—. Aquí no nos esperamos al juicio. Ejecutamos y ya.

—¿Qué vas a decidir, Sorrengail? —pregunta el jinete—. ¿Harás que Jack comience como eunuco?

Mierda. ¿Qué voy a decidir? No lo puedo matar, no desde este ángulo, y cortarle los huevos solo va a lograr que me odie más, si eso es posible.

—¿Vas a seguir las reglas? —le pregunto a Jack. La cabeza me da vueltas y siento el brazo horriblemente pesado, pero mantengo el arma en su lugar.

—Supongo que no tengo otra opción. —Una orilla de su boca se curva en una sonrisa burlona y su postura se relaja mientras eleva las manos con las palmas hacia afuera.

Bajo mi daga, pero la mantengo en la mano y lista mientras me recorro hacia un lado, acercándome a la pelirroja que tiene la lista.

Jack se baja al patio, su hombro choca con el mío al pasar a mi lado y se detiene para acercarse más a mí.

—Estás muerta, Sorrengail, y yo voy a ser quien te mate.

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