Alas de sangre

Alas de sangre


Capítulo 3

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TRES

Los dragones azules descienden de la extraordinaria estirpe Gormfaileas. Conocidos por su impresionante tamaño, son los más despiadados, especialmente en el caso del inusual Azul Cola de Daga, cuyos afilados picos al final de su cola pueden destripar a un enemigo con un solo golpe.

 

—GUÍA DE CAMPO DE LOS DRAGONES DEL CORONEL KAORI

Si Jack me quiere matar, va a tener que formarse en la fila. Además, tengo la sensación de que Xaden Riorson le va a ganar.

—Hoy no —le respondo a Jack, con el mango de mi daga firme en la mano, y de alguna manera logro contener el temblor cuando él se me acerca más e inhala. Me está olfateando como si fuera un maldito perro. Luego hace un sonido de repugnancia y se va hacia la multitud de cadetes y jinetes que están celebrando en el gran patio de la ciudadela.

Aún es temprano, probablemente son como las nueve, pero ya puedo ver que hay menos cadetes que los candidatos que esperaban en la fila delante de mí. Basándome en la abrumadora presencia del cuero, aquí están también los de segundo y tercero, observando a los nuevos cadetes.

La lluvia amaina hasta convertirse en llovizna, como si solo hubiera venido para hacer que la prueba más difícil de mi vida fuera aún más complicada… pero lo logré. Estoy viva. Lo hice.

Mi cuerpo comienza a temblar y un dolor punzante se despierta en mi rodilla izquierda, la que azotó contra el parapeto. Doy un paso y amenaza con tirarme. Tengo que vendármela antes de que alguien lo note.

—Creo que te conseguiste un enemigo —dice la pelirroja, acomodándose casualmente la ballesta letal que trae colgada sobre el hombro. Me mira sobre la lista con expresión calculadora en sus ojos color avellana que me recorren de arriba abajo—. Si yo fuera tú, me andaría con cuidado cerca de ese tipo.

Asiento. Voy a tener que andar con mucho más que cuidado.

El siguiente candidato se acerca por el parapeto cuando alguien me toma por el hombro desde atrás y me da la vuelta.

Mi daga ya va a medio camino al momento en que me doy cuenta de que es Rhiannon.

—¡Lo logramos! —Con una expresión de felicidad, me da un apretón en los hombros.

—Lo hicimos —repito, con una sonrisa forzada. Los muslos me tiemblan, pero logro envainar la daga sobre mis costillas. Ahora que estamos aquí y ambas somos cadetes, ¿puedo confiar en ella?

—No sé ni cómo agradecerte. Hubo al menos tres veces en las que me habría caído si no me hubieras ayudado. Tenías razón. Mis suelas son horriblemente resbalosas. ¿Ya viste a la gente de aquí? Podría jurar que vi a una de segundo año con mechones rosas en el cabello, y un tipo tiene tatuadas escamas de dragón en los bíceps.

—La conformidad es para los de infantería —digo mientras ella entrelaza su brazo con el mío y me jala hacia la multitud. Mi rodilla protesta por el dolor que ya me sube hasta la cadera y me baja al pie. Cojeo y mi peso se apoya en el costado de Rhiannon.

Maldita sea.

¿De dónde salieron estas náuseas? ¿Por qué no puedo dejar de temblar? Me voy a caer en cualquier momento, no hay forma de que mi cuerpo pueda mantenerse erguido con este terremoto en mis piernas o el zumbido en mi cabeza.

—Hablando de eso… —dice, mirando hacia abajo—. Tenemos que cambiarnos las botas. Hay una banca…

Una figura alta vestida con un impecable uniforme negro sale de entre la multitud caminando apresuradamente hacia nosotros, y aunque Rhiannon logra esquivarla, yo me estrello contra su pecho.

—¿Violet? —Unas manos fuertes me toman por los hombros y levanto la vista para encontrarme con un par de ojos cafés conocidos y maravillosos que están muy abiertos por la sorpresa.

El alivio me va llenando e intento sonreír, pero probablemente se ve como una mueca distorsionada. Se ve más alto que el verano pasado, la barba que le atraviesa el mentón es nueva y su cuerpo se ensanchó de un modo que me obliga a parpadear… o quizá es solo que mi visión se está poniendo borrosa. La sonrisa hermosa y relajada que ha sido protagonista de tantas de mis fantasías está muy lejos del gesto que le tensa la boca, y todo en él parece más… duro, pero le va bien. La fuerza de su barbilla, la dureza de sus cejas, hasta los músculos de sus bíceps se sienten rígidos bajo mis dedos mientras intento recuperar el equilibrio. En algún momento del último año, Dain Aetos pasó de atractivo y lindo a guapísimo.

Y yo estoy por vomitar sobre sus botas.

—¿Qué diablos estás haciendo aquí? —exclama, y la sorpresa en sus ojos se transforma en algo desconocido, algo mortal. Este no es el mismo chico con el que crecí. Ahora es un jinete de segundo año.

—Me da gusto verte, Dain. —Eso se queda corto, pero los temblores se convierten en sacudidas violentas, la bilis me sube por la garganta y el mareo solo hace que las náuseas empeoren. Mi rodilla se rinde.

—Carajo, Violet —murmura él, jalándome para que me ponga de pie. Con una mano sobre mi espalda y la otra bajo mi codo, rápidamente me aleja de la multitud hacia un hueco en el muro, cerca del primer torreón de defensa de la ciudadela. Es un punto sombrío y escondido con una banca de madera, en la cual me sienta y luego me ayuda a quitarme la mochila.

La boca se me llena de saliva.

—Voy a vomitar.

—Pon la cabeza entre las rodillas —me ordena Dain con un tono severo que no estoy acostumbrada a escuchar de él, pero lo hago. Luego me acaricia la espalda baja haciendo círculos mientras tomo aire por la nariz y lo suelto por la boca—. Es la adrenalina. Dale un minuto y se te pasará. —Escucho que unos pasos se acercan sobre la grava—. ¿Quién diablos eres tú?

—Rhiannon. Soy… amiga de Violet.

Yo miro fijamente la grava bajo mis botas que no hacen par y le ordeno a todo lo que hay en mi estómago que se quede donde está.

—Escúchame, Rhiannon. Violet está bien —dice él con tono autoritario—. Y si alguien te pregunta, le responderás exactamente lo que acabo de decir, que solo es la adrenalina saliendo de su sistema. ¿Entendido?

—Nadie tiene por qué andar preguntando qué le pasa a Violet —responde ella, con un tono tan severo como el de él—. Así que no les responderé nada. Y menos porque ella es la razón por la que logré cruzar el parapeto.

—Más te vale que lo digas en serio —le advierte Dain, y el tono de amenaza en su voz no concuerda con los incesantes y suaves círculos que está trazando sobre mi espalda.

—Yo también podría preguntarte quién diablos eres tú —dice ella.

—Es uno de mis amigos más antiguos. —Los temblores han ido bajando poco a poco y las náuseas aminoran, pero no estoy segura de si es por el tiempo o por la posición, así que mantengo la cabeza entre las rodillas mientras me pongo a desatarme la bota izquierda.

—Ah —responde Rhiannon.

—Y un jinete de segundo año, cadete —agrega él con un gruñido.

La grava cruje, como si Rhiannon hubiera dado un paso atrás.

—Nadie te puede ver aquí, Vi, así que tómate tu tiempo —dice Dain con voz suave.

—Porque vomitar descontroladamente después de sobrevivir al parapeto y al imbécil que quería tirarme al abismo sería considerado como algo de débiles. —Me levanto lentamente hasta quedar erguida sobre la banca.

—Exactamente —responde él—. ¿Te lastimaste? —Su mirada me recorre con una expresión desesperada, como si necesitara revisar cada centímetro él mismo.

—Me duele la rodilla —reconozco en un susurro, porque es Dain. Dain, a quien conozco desde que teníamos cinco y seis. Dain, cuyo padre es uno de los consejeros en los que mi madre más confía. Dain, quien me consoló cuando Mira se fue al Cuadrante de Jinetes y luego cuando Brennan murió.

Me toma por la barbilla con el pulgar y el índice, moviéndome la cara hacia la izquierda y a la derecha para revisarme.

—¿Eso es todo? ¿Estás segura? —Sus manos me recorren los costados y se detienen en mis costillas—. ¿Traes dagas?

Rhiannon se quita mi bota y suelta un suspiro de alivio mientras mueve los dedos de su pie.

Asiento.

—Tres en mis costillas y una en la bota. —Gracias a los dioses, porque no creo que estaría aquí de no tenerlas.

—Oh. —Dain baja la mano y me mira como si fuera la primera vez que me ve, como si yo fuera una total desconocida, pero luego parpadea y el gesto desaparece—. Cámbiense las botas. Se ven ridículas. Vi, ¿confías en esta? —Señala a Rhiannon con la cabeza.

Ella pudo haberme esperado en la seguridad de los muros de la ciudadela para aventarme como Jack lo intentó, pero no lo hizo.

Asiento. Confío en ella más de lo que cualquiera puede confiar en otra persona de primer año en este lugar.

—Bueno. —Dain se levanta y voltea a verla. Él también tiene vainas en la ropa, pero todas tienen dagas mientras las mías siguen vacías—. Me llamo Dain Aetos y soy el líder del Segundo Pelotón, Sección Llama, Ala Dos.

¿Líder del pelotón? Mis cejas se levantan. Los rangos más altos entre los cadetes del cuadrante son líder de ala y líder de sección. Ambas posiciones se les dan a las élites del tercer año. Todos los demás son simplemente cadetes antes de la Trilla, cuando los dragones eligen con quién se van a vincular, y luego se convierten en jinetes. Aquí la gente muere con demasiada frecuencia como para andar dando rangos prematuramente.

—La prueba del parapeto se terminará en un par de horas, dependiendo de qué tan rápido crucen o se caigan los candidatos. Ve a buscar a la pelirroja de la lista, suele traer una ballesta, y díganle que Dain Aetos las puso a ti y a Violet Sorrengail en su pelotón. Si te cuestiona, dile que está en deuda conmigo por salvarle la vida en la Trilla el año pasado. Yo llevo a Violet al patio en un rato.

Rhiannon me mira y yo asiento.

—Vete antes de que alguien nos vea —ordena Dain.

—Ya voy —responde ella, metiendo su pie en la bota y amarrándosela a toda velocidad mientras yo hago lo mismo con la mía.

—¿Cruzaste el parapeto con una bota de montar que te quedaba grande? —pregunta Dain y su expresión es de incredulidad.

—Se habría muerto si no se la hubiera cambiado. —Me levanto y hago un gesto de dolor cuando mi rodilla protesta y amenaza con doblarse.

—Y tú te vas a morir si no encontramos la manera de sacarte de aquí. —Me ofrece un brazo—. Tómalo. Tenemos que ir a mi habitación. Necesitas vendarte esa rodilla. —Sus cejas se enarcan—. A menos que hayas encontrado una cura milagrosa de la que no estoy enterado durante el último año.

Niego con la cabeza y lo tomo del brazo.

—Carajo, Violet. Carajo. —Se acomoda mi brazo discretamente en su costado, toma mi mochila con la mano desocupada y me lleva hacia un túnel al final de otra abertura en el muro que ni siquiera había visto. En los candeleros brilla la luz mágica a nuestro paso y se extingue cuando nos vamos—. No deberías estar aquí.

—Lo sé bien. —Como aquí nadie puede vernos, me permito cojear un poco.

—Deberías estar en el Cuadrante de Escribas —continúa, furioso, mientras me guía por el túnel en el muro—. ¿Qué diablos pasó? Por favor dime que no te ofreciste como voluntaria para el Cuadrante de Jinetes.

—¿Tú qué crees que pasó? —le respondo con tono retador mientras llegamos a una puerta de hierro que parece construida para que no se escape un troll… o un dragón.

Dain maldice.

—Tu madre.

—Mi madre. —Asiento—. Todos los Sorrengail son jinetes, ¿no sabías?

Llegamos a unas escaleras circulares y subimos el primer y segundo piso hasta detenernos en el tercero y abrir otra puerta que rechina con el sonido del metal contra el metal.

—Este es el piso de segundo año —me explica en voz baja—. Lo cual significa…

—Que yo no debería estar aquí, obviamente. —Me acerco un poco más a él—. No te preocupes, si alguien nos ve, diré que me ganó la lujuria de solo verte y no podía esperar ni un segundo más para quitarte los pantalones.

—Tú y tus planes. —Una sonrisa divertida se le dibuja en los labios mientras caminamos por el pasillo.

—Hasta puedo soltar unos cuantos gemidos de «ay, Dain» cuando estemos en tu habitación para darle credibilidad —sugiero, y lo digo en serio.

Él suelta un resoplido burlón mientras deja mi mochila frente a una puerta de madera y luego gira la mano frente al picaporte. Claramente se escucha cómo se quita el seguro.

—Tienes poderes —digo.

Claro que no es novedad. Es un jinete de segundo y todos los jinetes pueden hacer magia menor cuando sus dragones eligen canalizar el poder… pero es… Dain.

—¿Por qué te sorprende tanto? —Hace un gesto de fastidio y abre la puerta, cargando mi mochila mientras me ayuda a entrar.

Su cuarto es sencillo, con una cama, un tocador, un escritorio y un ropero. No hay nada personal aquí fuera de unos cuantos libros sobre el escritorio. Con una pequeña explosión de alegría veo que uno es el tomo sobre el idioma krovlano que le regalé el verano pasado antes de que se fuera. Siempre ha tenido un don para los idiomas. Hasta la manta sobre su cama es sencilla, negra como la ropa de los jinetes, como para no olvidarse de por qué está aquí mientras duerme. La ventana es un arco y me acerco para asomarme por ahí. A través del cristal, puedo ver el resto de Basgiath al otro lado del barranco.

Es el mismo colegio de guerra, pero está a un mundo de distancia. Aún quedan dos candidatos en el parapeto, pero desvío la mirada antes de clavarme viéndolos solo para que terminen por caer. Las personas tenemos un límite de muertes que podemos ver en un día y yo ya llegué a mi máximo.

—¿Traes vendas aquí? —Dain me pasa mi mochila.

—Me las dio el comandante Gillstead —respondo, asintiendo, mientras me siento en la orilla de su cama perfectamente tendida y comienzo a buscar en mi mochila. Por suerte, Mira es muchísimo mejor para empacar que yo y es fácil encontrar las vendas.

—Siéntete como en tu casa. —Me sonríe, se recarga en la puerta cerrada y cruza los tobillos—. Aunque odio que estés aquí, debo decir que me da mucho gusto verte, Vi.

Levanto la vista y nuestros ojos se encuentran. La tensión que he tenido en el pecho desde la semana pasada, no, desde hace seis meses, se aminora un poco y, por un segundo, solo existimos nosotros dos.

—Te extrañé. —Quizá estoy mostrando un punto débil, pero no me importa. Dain sabe casi todo sobre mí.

—Sí. Yo también te extrañé —dice él en voz baja, y su mirada se suaviza.

Mi corazón se detiene y hay algo entre nosotros, una sensación casi tangible de… anticipación mientras me mira. Quizá tras todos estos años, al fin sentimos lo mismo el uno por el otro. O quizá solo se siente aliviado por ver a una vieja amiga.

—Más vale que te vendes esa pierna. —Se da la vuelta para quedar de frente a la puerta—. No miraré.

—No hay nada que no hayas visto antes. —Arqueo la cadera y me bajo los pantalones de cuero por los muslos hasta que quedan debajo de las rodillas. Mierda. La izquierda está hinchada. Si alguien más se hubiera caído así, le habría salido un moretón, quizá se hubiera raspado, pero ¿yo? Yo me tengo que reacomodar la rótula para que quede donde tiene que estar. No solo mis músculos son débiles. Los ligamentos que unen mis articulaciones también son una porquería.

—Bueno, sí, pero no estamos escapándonos para nadar en el río, ¿verdad? —comenta con tono juguetón. Crecimos juntos en todos los puestos en los que estuvieron nuestros padres, y estuviéramos donde estuviéramos, siempre encontramos un lugar para nadar y árboles que trepar.

Me aprieto la tela sobre la rodilla y luego envuelvo y acomodo la rótula como lo he hecho desde que tuve la edad suficiente para que los curanderos me enseñaran a hacerlo. Son movimientos tan bien practicados que podría hacerlos dormida, y hacer algo tan conocido casi me relaja, si no fuera porque implica que tendré que empezar en el cuadrante lastimada.

En cuanto lo aseguro con el pequeño seguro de metal, me levanto y me subo el pantalón sobre las nalgas y lo abotono.

—Todo listo.

Dain se da la vuelta y me mira.

—Te ves… diferente.

—Es la ropa. —Me encojo de hombros—. ¿Por qué? ¿Lo diferente es malo? —Me toma un segundo cerrar mi mochila y echármela al hombro. Gracias a los dioses, el dolor en mi rodilla es soportable con el vendaje.

—Solo es… —Niega lentamente con la cabeza, mordiéndose suavemente el labio de abajo—. Diferente.

—¿Por qué, Dain Aetos? —Sonrío y voy hacia él para tomar el picaporte que está a su lado—. Me has visto en trajes de baño, túnicas y hasta en vestidos de fiesta. ¿Me estás diciendo que el cuero es lo que te prende?

Él suelta un sonidito burlón, pero hay un cierto rubor en sus mejillas y su mano cubre la mía para abrir la puerta.

—Me alegra ver que el año que estuvimos separados no te quitó el filo de la lengua, Vi.

—Oh —murmuro sobre mi hombro mientras salimos al pasillo—. Puedo hacer muchas cosas con mi lengua. Te sorprenderías. —Mi sonrisa es tan grande que casi me duele y, por un segundo, me olvido de que estamos en el Cuadrante de Jinetes o de que acabo de sobrevivir al parapeto.

Sus ojos se encienden. Supongo que a él también se le olvidó. Pero, claro, Mira siempre ha dicho que los jinetes no son muy pudorosos dentro de estos muros. No hay buenas razones para reprimirte cuando es posible que al día siguiente estés muerto.

—Tenemos que sacarte de aquí —dice, sacudiendo la cabeza como si necesitara deshacerse de sus pensamientos. Luego hace de nuevo la cosa con la mano y escucho que se pone el seguro. No hay nadie en el pasillo y rápidamente llegamos a la escalera.

—Gracias —digo mientras bajamos—. Ya siento mejor la rodilla.

—Todavía no puedo creer que tu madre haya pensado que ponerte en el Cuadrante de Jinetes sería una buena idea. —Prácticamente puedo sentir la ira vibrando en él, que va caminando junto a mí por las escaleras. No hay barandal de su lado, pero eso no parece molestarle, aunque un solo paso en falso sería su fin.

—Yo tampoco. La primavera pasada anunció su orden sobre cuál sería mi cuadrante después de que pasé el examen de admisión inicial, y de inmediato comencé a trabajar con el comandante Gillstead. —Se va a sentir muy orgulloso cuando lea la lista mañana y vea que no estoy ahí.

—Hay una puerta al final de la escalera, bajo el nivel principal, que lleva al pasaje hacia el Cuadrante de Curanderos en lo alto del barranco —me comenta mientras nos acercamos al primer piso—. Vamos a cruzar por ahí para ir al Cuadrante de Escribas.

—¿Qué? —Me detengo cuando mis pies llegan al descanso de piedra pulida en la planta baja, pero él sigue descendiendo.

Ya me lleva tres escalones de ventaja cuando se da cuenta de que no lo estoy siguiendo.

—El Cuadrante de Escribas —dice lentamente, dándose la vuelta para quedar de frente a mí.

Desde este ángulo me veo más alta que él, así que lo miro con odio desde aquí arriba.

—No puedo ir al Cuadrante de Escribas, Dain.

—¿Disculpa? —Sus cejas se elevan.

—Mi madre no lo va a aceptar. —Niego con la cabeza.

Su boca se abre, pero luego se cierra y sus manos se tensan en puño a sus costados.

—Este lugar te va a matar, Violet. No puedes quedarte aquí. Todos lo van a entender. No te ofreciste como voluntaria… no realmente.

La rabia me corre por la médula y mis ojos entrecerrados se clavan en Dain.

—Para empezar —digo, ignorando si me ofrecí o me ofrecieron—, sé bien cuáles son mis probabilidades aquí, Dain, y en segundo lugar, por lo general el quince por ciento de los candidatos no pasa del parapeto, y yo estoy aquí, así que supongo que ya estoy venciendo esas probabilidades.

Él sube otro escalón.

—No estoy diciendo que no te esforzaste para llegar aquí, Vi. Pero tienes que irte. Te acabarán la primera vez que te pongan en el ring de combate, y eso es antes de que los dragones perciban que eres… —Niega con la cabeza y desvía la mirada, apretando los dientes.

—¿Que soy qué? —Estoy furiosa—. Vamos, dilo. ¿Cuando perciban que soy menos que los otros? ¿Eso es lo que quieres decir?

—Carajo. —Se pasa una mano sobre sus rizos café claro muy cortos—. Deja de poner palabras en mi boca. Sabes lo que quiero decir. Aunque sobrevivas a la Trilla, no hay garantía de que un dragón elegirá vincularse contigo. Apenas el año pasado tuvimos treinta y cuatro cadetes sin dragón que se la pasaron sin hacer nada, esperando empezar el año con este grupo para tener otra oportunidad de encontrar un vínculo, y todos son perfectamente saludables…

—No seas cretino. —Esto me revuelve el estómago. Solo porque Dain podría tener razón no significa que quiero escucharlo… o que quiero que digan que no soy saludable.

—¡Quiero que sigas viva! —grita, y su voz hace eco en las paredes de piedra de la escalera—. Si te llevamos al Cuadrante de Escribas en este momento, aún podrás pasar el examen y tener una historia increíble para contar cuando salgas a beber. Si te regreso allá afuera —señala hacia la puerta que lleva al patio— ya no estará en mis manos. No podré protegerte. No del todo.

—¡No te estoy pidiendo que me protejas! —Un momento… ¿no quiero que me proteja? ¿No fue eso lo que Mira sugirió?—. ¿Por qué le dijiste a Rhiannon que me pusiera en tu pelotón si solo querías sacarme por la puerta trasera?

El puño que aprieta mi corazón se cierra más. Además de Mira, Dain es la persona que mejor me conoce en todo el maldito continente, y hasta él cree que no podré hacerla aquí.

—¡Para que se fuera y pudiera sacarte de ahí! —Sube dos escalones, acortando la distancia entre nosotros, pero la posición firme de sus hombros no cede. Si la determinación tuviera una forma física, sería la de Dain Aetos en este momento—. ¿Crees que quiero ver morir a mi mejor amiga? ¿Crees que sería divertido ver lo que harán, sabiendo que eres la hija de la general Sorrengail? Ponerte ropa de cuero no te convierte en una jinete, Vi. Te van a hacer pedazos, y si no lo hace la gente, lo harán los dragones. En el Cuadrante de Jinetes, o te gradúas o te mueres, y lo sabes. Permíteme salvarte. —Toda su postura se encorva y la súplica en sus ojos acaba con un poco de mi indignación—. Por favor, permíteme salvarte.

—No puedes —susurro—. Mi madre dijo que me regresaría a rastras. De aquí solo puedo salir como jinete o como un nombre en una lápida.

—No lo dijo en serio. —Niega con la cabeza—. No lo pudo haber dicho en serio.

—Lo dijo en serio. Ni siquiera Mira logró hacerla cambiar de opinión.

Dain me mira a los ojos y se tensa, como si en ellos hubiera encontrado la verdad.

—Mierda.

—Sí, mierda. —Me encojo de hombros, como si no fuera mi vida de lo que estamos hablando.

—Bueno. —Puedo ver cómo va cambiando los planes en su mente, reajustándolos a la nueva información—. Encontraremos otra manera. Por ahora, vámonos. —Me toma de la mano y me lleva al hueco por el que desaparecimos—. Sal y vete con los demás de primero. Yo regresaré para entrar por la puerta del torreón. Pronto descubrirán que nos conocemos, pero no hay que darles armas. —Me suelta de la mano tras darle un apretoncito y se va sin decir más hasta desaparecer en el túnel.

Me agarro de las correas de mi mochila y camino por el patio bajo el sol veteado. Las nubes ya se están disipando y la llovizna se seca mientras la grava cruje a mis pies en mi camino hacia los jinetes y cadetes.

El enorme patio, en el que fácilmente cabrían mil jinetes, es idéntico al del mapa que está en los archivos. Tiene la forma de una gota angular, con una muralla exterior en la parte redondeada de al menos tres metros de ancho. A los lados están los pasillos de piedra. Sé que el edificio de cuatro pisos con la parte redondeada que está incrustado en la montaña es para los estudios, y en el de la derecha, que se eleva sobre el risco, están los dormitorios, adonde me llevó Dain. La imponente rotonda que une a los dos edificios también es la entrada al salón de reuniones, el área común y la biblioteca que está detrás. Dejo de mirarlo todo con la boca abierta y me doy la vuelta para quedar de frente al muro exterior. En el lado derecho del parapeto hay una tarima de piedra que está ocupada por dos hombres uniformados que sé que son el comandante y el comandante ejecutivo, ambos vestidos de militares y con sus medallas brillando bajo el sol.

Me toma un rato más encontrar a Rhiannon entre la creciente multitud, y la veo hablando con otra chica que trae el cabello negrísimo tan corto como el de Dain.

—¡Ahí estás! —La sonrisa de Rhiannon es genuina y está llena de alivio—. Ya me había preocupado. ¿Está todo…? —Levanta una ceja.

—Ya estoy lista. —Asiento y miro a la otra mujer mientras Rhiannon nos presenta. Se llama Tara y es de la provincia de Morraine, al norte, en la costa del mar Emerald. Tiene el mismo aire de seguridad que Mira y sus ojos brillan de emoción mientras habla con Rhiannon sobre cómo las dos han estado obsesionadas con los dragones desde que eran niñas. Pongo atención, pero apenas lo suficiente para recordar los detalles si necesitamos formar una alianza.

Pasa una hora y luego otra, de acuerdo con las campanas de Basgiath, las cuales podemos escuchar desde aquí. Luego el último cadete llega al patio seguido de tres jinetes que salen del otro torreón.

Xaden viene entre ellos. No es solo su altura lo que lo hace destacar entre la multitud, sino también la manera en que los demás jinetes parecen moverse cuando están cerca de él, como si fuera un tiburón y los demás pececitos que se quieren poner a salvo. Por un instante, no puedo evitar preguntarme cuál será su sello, el poder único que le dio el vínculo con su dragón, y si será por eso que hasta los de tercero parecen huir de él mientras avanza hacia la tarima con una elegancia letal. Ya son diez de ellos allá arriba, y por la manera en que el comandante Panchek avanza hacia el frente, mirándonos…

—Creo que estamos por comenzar —les digo a Rhiannon y Tara, y ambas se voltean hacia la plataforma. Todos lo hacen.

—Trescientos uno de ustedes sobrevivieron al parapeto para convertirse en cadetes el día de hoy —comienza a decir el comandante Panchek con la sonrisa de un político mientras nos señala. El tipo siempre ha hablado con las manos—. Buen trabajo. Sesenta y siete no lo lograron.

El pecho se me aplasta mientras mi cerebro hace rápidamente los cálculos. Casi el veinte por ciento. ¿Fue la lluvia? ¿El viento? Es más que el promedio. Sesenta y siete personas murieron intentando llegar hasta aquí.

—Escuché que ese puesto es solo una punta de lanza para él —susurra Tara—. Quiere el trabajo de la general Sorrengail y luego el del general Melgren.

El general comandante de todas las fuerzas de Navarre. Los ojillos malvados de Melgren me han incomodado cada que nos los hemos encontrado durante la carrera de mi madre.

—¿Del general Melgren? —susurra Rhiannon a mi otro lado.

—No lo conseguirá —digo en voz baja mientras el comandante nos da la bienvenida al Cuadrante de Jinetes—. El sello que le da su dragón a Melgren es la capacidad de ver cuál será el resultado de una batalla antes de que se lleve a cabo. No hay forma de vencer eso, y no te pueden asesinar si sabes lo que pasará.

—Como dice el Código, ¡ahora comenzará lo difícil! —grita Panchek y su voz viaja sobre los quinientos cadetes que calculo que estamos en este patio—. Sus superiores los pondrán a prueba, sus compañeros los cazarán y sus instintos los guiarán. Si sobreviven a la Trilla, y si son elegidos, serán jinetes. Y ya veremos entonces cuántos de ustedes logran graduarse.

Las estadísticas dicen que un cuarto de nosotros llegaremos vivos a la graduación, unos más o unos menos según el año, pero al Cuadrante de Jinetes nunca le faltan voluntarios. Todos los cadetes en este patio creen que tienen lo que se necesita para ser parte de la élite, de lo mejor que tiene Navarre… un jinete de dragón. Y yo no puedo más que preguntarme por un brevísimo segundo si quizá yo también lo tengo. Tal vez pueda hacer algo más que sobrevivir.

—Los instructores les enseñarán —promete Panchek, señalando con un movimiento de mano hacia la fila de profesores frente a las puertas del área académica—. Ustedes deciden qué tanto aprenderán. —Nos apunta con su dedo índice—. La disciplina les corresponde a sus unidades, y su líder de ala tiene la última palabra. Si yo me tengo que meter… —Una sonrisita siniestra le va llenando la cara—. No quieren que yo me tenga que meter.

»Dicho esto, los dejo en manos de sus líderes de ala. ¿El mejor consejo que les puedo dar? No se mueran. —Se baja de la tarima con el comandante ejecutivo, dejando solo a los jinetes en el escenario de piedra.

Una mujer morena con hombros anchos y una mueca de desdén pasa al frente, y los picos dorados que lleva en los hombros de su uniforme brillan bajo la luz del sol.

—Soy Nyra, líder mayor del cuadrante y jefa del Ala Uno. Líderes de sección y de pelotón, tomen sus lugares.

Mi hombro se sacude cuando alguien pasa entre Rhiannon y yo. Otros lo siguen hasta que unas cincuenta personas están frente a nosotros, en formación.

—Secciones y pelotones —le susurro a Rhiannon, por si no creció en una familia militar—. Hay tres pelotones en cada sección y tres secciones en cada una de las cuatro alas.

—Gracias —responde Rhiannon.

Dain está en la sección del Ala Dos, de frente a mí, pero esquivando mi mirada.

—¡Primer pelotón! ¡Sección Garra! ¡Ala Uno! —grita Nyra.

Un hombre que está cerca de la plataforma levanta la mano.

—Cadetes, cuando digan su nombre, fórmense detrás de su líder de pelotón —instruye Nyra.

La pelirroja de la ballesta y la lista da un paso adelante y comienza a recitar nombres. Uno por uno, los cadetes van saliendo de entre la multitud para ir a sus lugares, y yo voy contando y haciendo juicios a botepronto basándome en la ropa y en la arrogancia. Parece que cada pelotón tendrá unas quince o dieciséis personas.

A Jack lo llaman a la Sección Llama del Ala Uno.

A Tara la llaman a la Sección Cola, y pronto comienzan con el Ala Dos.

Suelto un suspiro de agradecimiento cuando el líder de ala da un paso al frente y no es Xaden.

A Rhiannon y a mí nos llaman al Segundo Pelotón, Sección Llama, Ala Dos. Nos formamos rápidamente, acomodándonos en un cuadrado. Una mirada rápida me deja saber que tenemos un líder de pelotón, Dain, que no me mira, una líder ejecutiva de pelotón, cuatro jinetes que parece que podrían estar en segundo o tercero y nueve de primer año. Una de las jinetes con dos estrellas en el uniforme y la cabeza rapada a la mitad con la otra mitad del cabello rosa tiene una reliquia de la rebelión que le corre por el brazo, desde la muñeca hasta arriba del codo, donde desaparece bajo su uniforme, pero desvío la mirada para que no note que estoy viéndola.

No decimos nada mientras llaman al resto de las alas. El sol ya está en su punto más alto, dándome de lleno sobre el cuero y quemándome la piel. «Le dije que no te tuviera en esa biblioteca». Las palabras que mamá me dijo esta mañana aún me atormentan, pero no es como que me hubiera podido preparar para esto. Tengo exactamente dos tonos en relación con el sol: pálido y quemado.

Cuando suena la orden, todos nos damos la vuelta para quedar de frente a la tarima. Intento mantener la mirada fija en la mujer de la lista, pero mis ojos se mueven como los traidores que son y mi pulso se acelera.

Xaden me está observando con una expresión fría y calculadora que me hace suponer que está planeando mi muerte desde su puesto como líder del Ala Cuatro.

Levanto la barbilla.

Él enarca la ceja en la que tiene una cicatriz. Luego le dice algo al líder del Ala Dos y de pronto todos los líderes de ala se meten en lo que obviamente es una acalorada discusión.

—¿De qué crees que estén hablando? —susurra Rhiannon.

—Silencio —ordena Dain, con rabia.

Mi espalda se tensa. No puedo esperar que sea mi Dain aquí, no en estas circunstancias, pero su tono me hiere.

Al fin, los líderes de ala se dan la vuelta para mirarnos y la discreta curva en los labios de Xaden me pone incómoda de inmediato.

—Dain Aetos, tú y tu pelotón van a hacer un intercambio con el de Aura Beinhaven —anuncia Nyra.

«Un momento. ¿Qué? ¿Quién es Aura Beinhaven?».

Dain asiente y luego se voltea hacia nosotros.

—Síganme. —Con esto, avanza entre la formación para que lo sigamos. Pasamos junto a otro pelotón de camino a… a…

El aire se me hiela en los pulmones.

Vamos hacia el Ala Cuatro. El ala de Xaden.

Pasa un minuto, quizá dos, y tomamos nuestros puestos en la nueva formación. Me tengo que obligar a respirar. El rostro arrogante y hermoso de Xaden ostenta una maldita sonrisa de satisfacción.

Ahora estoy completamente a su merced, soy solo una subordinada en su cadena de poder. Me puede castigar como se le dé la gana por la más mínima transgresión, aunque sea imaginaria.

Nyra observa a Xaden mientras termina de dar órdenes y él asiente y da un paso al frente, con lo que al fin termina nuestro concurso de miradas. Estoy bastante segura de que él ganó, teniendo en cuenta que mi corazón está galopando como un caballo fugitivo.

—Ahora son cadetes. —La voz de Xaden se escucha por todo el patio, más fuerte que las demás—. Miren a su pelotón. Estas son las únicas personas que el Código garantiza que no los matarán. Pero que ellas no puedan acabar con su vida no significa que otras no lo harán. ¿Quieren un dragón? Gánenselo.

La mayoría de la gente vitorea, pero yo ni siquiera abro la boca.

Hoy, sesenta y siete personas se cayeron o murieron de una u otra manera. Sesenta y siete como Dylan, cuyos padres van a recoger sus cuerpos o a ver cómo los entierran al pie de la montaña bajo una piedra cualquiera. No me puedo obligar a soltar vítores por sus pérdidas.

Los ojos de Xaden encuentran los míos y el estómago se me retuerce antes de que él desvíe la mirada.

—Y apuesto a que se sienten muy rudos en este momento, ¿verdad, primerizos?

Más vítores.

—Se sienten invencibles después de lo del parapeto, ¿no? —grita Xaden—. ¡Creen que son intocables! ¡Están en el camino para ser parte de la élite! ¡De los pocos! ¡De los elegidos!

Con cada declaración se enciende otra ronda de gritos emocionados que suenan cada vez más fuertes.

No. No son solo gritos de emoción, es el sonido de unas alas obedientes batiendo en el aire.

—Ay, dioses, son hermosos —susurra Rhiannon junto a mí cuando un montón de dragones aparece en nuestro campo de visión.

He pasado toda mi vida alrededor de los dragones, pero siempre desde lejos. No toleran a los humanos que no han elegido. Pero ¿estos ocho? Están volando hacia nosotros… a toda velocidad.

Justo cuando creo que están a punto de volar sobre nuestras cabezas, se lanzan en vertical, azotan el aire con sus enormes alas semitranslúcidas y se detienen, creando con sus aleteos unas ráfagas de viento tan poderosas que casi me voy de espaldas cuando aterrizan en el muro semicircular exterior. Las escamas de su pecho vibran con el movimiento y sus garras afiladas se entierran a cada lado de la orilla del muro. Ahora entiendo por qué las paredes tienen un grosor de tres metros. No es una barrera. Lo que rodea a la fortaleza es una maldita percha.

Me quedo con la boca abierta. En los cinco años que llevo viviendo aquí, nunca había visto algo como esto, aunque, claro, nunca se me había permitido ver lo que pasa en el Día de Reclutamiento.

Algunos cadetes gritan.

Supongo que todos quieren ser jinetes de dragones hasta que están a unos seis metros de ellos.

El vapor me llega a la cara cuando el azul marino que está justo frente a mí exhala por sus enormes fosas nasales. Sus brillantes cuernos azules se elevan sobre su cabeza en un arco elegante y letal, y sus alas se extienden brevemente antes de volver a su lugar, con la punta de su articulación superior coronada por un pico salvaje. Sus colas son igualmente fatales, pero desde aquí no puedo verlas y mucho menos saber de qué raza es cada uno sin ese dato.

Todos son letales.

—Vamos a tener que traer a los mamposteros de nuevo —masculla Dain mientras unos pedazos del muro se van soltando bajo las patas de los dragones para azotar contra el patio en rocas del tamaño de mi torso.

Hay tres dragones con distintos tonos de rojo, dos verdes, como Teine, el dragón de Mira, uno café, como el de mamá, uno naranja y el enorme azul marino que está frente a mí. Todos son gigantescos y tapan la estructura de la ciudadela mientras nos miran entrecerrando sus ojos color oro, juzgándonos a más no poder.

Si no nos necesitaran a los insignificantes humanos para desarrollar sus habilidades únicas al vincularse y extender su protección sobre Navarre, estoy bastante segura de que nos comerían a todos y san se acabó. Pero les gusta proteger el valle que está detrás de Basgiath y que los dragones consideran su hogar, defenderlo de los despiadados grifos, y sobre todo, a nosotros nos gusta vivir, por eso aquí estamos formando las parejas más extrañas del mundo.

Mi corazón amenaza con salirse del pecho y le doy toda la razón, porque yo también quisiera irme corriendo. Tan solo pensar que se supone que debo montar uno de esos es jodidamente ridículo.

Un cadete se escapa del Ala Tres, corriendo y gritando en su camino hacia la torre de piedra que está detrás de nosotros. Todos volteamos a verlo cómo huye a toda velocidad hacia la enorme puerta de arco que está en el centro. Casi puedo ver las palabras grabadas en el arco desde aquí, pero ya me las sé de memoria. «Un dragón sin su jinete es una tragedia. Un jinete sin su dragón está muerto».

Cuando se crea el vínculo, los jinetes ya no pueden vivir sin sus dragones, aunque la mayoría de los dragones no tiene problemas en seguir sin nosotros. Por eso eligen con tanto cuidado, para no enfrentar la humillación de haber elegido a un cobarde, aunque un dragón jamás reconocería haber cometido ese error.

El dragón rojo de la derecha abre su enorme boca, mostrando unos dientes como de mi tamaño. Esas fauces me triturarían como a una uva si quisieran. Sobre su lengua corre fuego, que luego sale disparado en la flama macabra hacia el cadete que se echó a correr.

Antes de que pueda alcanzar la sombra de la torre, ya es una pila de ceniza sobre la grava.

«Sesenta y ocho muertos».

Siento el calor de las llamas en un lado de mi cara cuando giro para ver al frente. Si alguien más se echa a correr y termina muerto de la misma manera, no lo quiero ver. Se escuchan más gritos a mi alrededor. Tenso la quijada lo más que puedo para no hacer ruido.

Siento otras dos ráfagas de calor, una a mi izquierda y la otra a mi derecha.

«Ya son setenta».

El dragón azul marino parece inclinar la cabeza hacia mí, como si sus desconfiados ojos dorados pudieran ver mi interior, el miedo que me aplasta el estómago y la duda que me envuelve insistentemente el corazón. Apuesto a que incluso puede ver el vendaje en mi rodilla. Sabe que estoy en desventaja, que soy demasiado pequeña para trepar por su pata y montarlo, demasiado frágil para andar sobre él. Los dragones siempre saben.

Pero no voy a correr. No estaría aquí si hubiera renunciado cada que algo me parecía imposible de lograr. «No voy a morir hoy». Las palabras se repiten en mi cabeza como antes de subir al parapeto y mientras lo estaba cruzando.

Me obligo a enderezar los hombros y levantar la cara.

El dragón parpadea, lo cual puede ser una señal de aprobación o de aburrimiento, y mira hacia otro lado.

—¿Alguien más quiere cambiar de opinión? —grita Xaden, observando con la misma mirada calculadora del dragón azul que está detrás de él, a las filas de cadetes que quedan—. ¿No? Excelente. Más o menos la mitad de ustedes habrá muerto antes del próximo verano. —La formación se queda en silencio, salvo por unos desafortunados sollozos a mi izquierda—. Un tercio de ustedes morirá al año siguiente, y lo mismo en el último año. Aquí a nadie le importa quién es su mami o su papi. Hasta el segundo hijo del rey Tauri murió en la Trilla. Así que díganme ahora: ¿todavía se sienten invencibles por haber entrado al Cuadrante de Jinetes? ¿Intocables? ¿De la élite?

Nadie celebra.

Hay otra ráfaga de calor y esta vez viene directamente hacia mi rostro, así que tenso todos los músculos de mi cuerpo, preparada para que me incineren. Pero no son llamas, solo es… vapor que echan los dragones cuando terminan su exhalación colectiva. Las trenzas de Rhiannon se mueven hacia atrás. Los pantalones del sujeto de primer año que está frente a mí se ponen más oscuros y ese color baja por sus piernas.

Querían asustarnos. Y lo lograron.

—Porque para ellos no son intocables ni especiales. —Xaden señala hacia el dragón azul marino que se inclina ligeramente hacia adelante, como si nos fuera a contar un secreto, y me mira a los ojos—. Para ellos, no son más que una presa.

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