Alas de sangre

Alas de sangre


Capítulo 5

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CINCO

Sabiendo que estoy en desacuerdo directo con las órdenes del general

Melgren, objeto oficialmente el plan que se presentó en el informe de

hoy. Esta general no comparte la opinión de que los hijos de los líderes

de la rebelión deberían ser forzados a atestiguar las ejecuciones de sus

padres. Ningún hijo debe ver cómo asesinan

a sus padres.

—LA REBELIÓN TYRRISH, INFORME OFICIAL PARA EL REY TAURI

DE LA GENERAL LILITH SORRENGAIL

—Bienvenidos a su primer Informe de Batalla —dice la profesora Devera desde la parte más baja del enorme auditorio ya entrada la mañana, con un brillante parche morado de la Sección Llama en el hombro que combina perfectamente con su cabello corto. Esta es la única clase que se da en la habitación circular y con gradas que recorre todo el lado curvo del área académica y una de las dos habitaciones en la ciudadela en la que caben todos los cadetes. Todos los rechinantes asientos de madera están ocupados y los de tercero están parados junto a las paredes detrás de nosotros, pero cabemos.

Es completamente distinto a la clase de historia que acabamos de tener, donde solo estuvimos tres pelotones de primer año, pero al menos todos los de primero de nuestro pelotón estamos juntos. Si tan solo me acordara de los nombres de todos.

Ridoc es fácil de recordar; se la pasó haciendo sus comentarios jocosos durante toda la clase de historia. Solo espero que sepa que no debe intentar lo mismo aquí. A la profesora Devera no le gustan los chistes.

—En el pasado, raramente llamaban a los jinetes al servicio antes de la graduación —continúa la profesora, tensando la boca mientras se pasea con lentitud frente a un mapa de seis metros del continente que está montado en la pared del fondo, con intrincadas marcas para cada uno de nuestros puestos de defensa en la frontera. Varias docenas de luces mágicas iluminan en espacio, compensando por mucho la falta de ventanas y brillando sobre la espada bastarda que lleva colgada sobre la espalda.

—Y a los que llamaron, siempre fueron de tercero y habían pasado un tiempo estudiando a las alas de avanzada, pero esperamos que se gradúen sabiendo perfectamente qué es a lo que nos enfrentamos. Tampoco se trata de saber dónde está posicionada cada ala. —Se toma su tiempo, hace contacto visual con cada persona de primero que ve. El rango en su hombro dice que es capitana, pero sé que se va a convertir en comandante antes de que termine su periodo docente en este lugar, dadas las medallas que trae en el pecho—. Tienen que entender las políticas de nuestros enemigos, las estrategias para defender nuestros puestos de los ataques constantes, y tener un amplio conocimiento de las batallas tanto recientes como actuales. Si no pueden procesar estos temas básicos, no tienen nada que hacer sobre el lomo de un dragón. —Enarca una ceja negra, un par de tonos más oscura que su piel.

—Qué estrés —masculla Rhiannon junto a mí mientras toma notas con desesperación.

—Vamos a estar bien —le respondo con un susurro—. A los de tercero solamente los han mandado a puestos en el interior como refuerzos, nunca al frente. —Lo sé porque he estado lo suficientemente atenta a las cosas que dice mi madre.

—Esta es la única clase que tendrán todos los días, porque es la única que importará si los llaman a servir con anticipación. —La mirada de la profesora Devera recorre el lugar de izquierda a derecha y se detiene sobre mí. Sus ojos se abren más por un instante, pero luego sonríe, asiente y sigue adelante—. Dado que esta clase se enseña todos los días y requiere la información más actual, también trabajarán con el profesor Markham, quien merece todo su respeto.

Con un movimiento de mano le indica al escriba que se acerque y él la obedece, poniéndose junto a la profesora. El color beige de su uniforme contrasta con el negro del de ella. El escriba se inclina cuando Devera le susurra algo y sus cejas gruesas se elevan mientras voltea hacia donde estoy yo.

No hay una sonrisa de aprobación cuando los ojos cansados del coronel se encuentran con los míos, solo un suspiro que me llena el corazón de pesar al escucharlo. Se suponía que yo iba a ser su alumna estrella en el Cuadrante de Escribas, la joya en su corona de logros antes de retirarse. Qué tremendamente irónico es que aquí yo soy la que menos probabilidades de éxito tiene.

—Los escribas tienen el deber no solo de estudiar y dominar el pasado, sino de conocer y registrar el presente —dice él, frotándose el puente de su nariz bulbosa tras despegar al fin sus ojos decepcionados de los míos—. Sin representaciones precisas de nuestros frentes, información confiable con la cual tomar decisiones estratégicas y, lo más importante, detalles veraces para documentar nuestra historia por el bien de las generaciones futuras, no hay esperanza para nosotros, no solo como reino, sino como sociedad.

Y es exactamente por eso que yo siempre quise ser escriba. Aunque es algo que ya no importa.

—Primer tema del día. —La profesora Devera se acerca al mapa y sacude la mano, haciendo que una luz mágica se encienda directamente sobre la frontera este con la provincia de Braevick en Poromiel—. El Ala Este enfrentó un ataque anoche cerca del pueblo de Chakir por parte de un grupo de grifos y jinetes braevianos.

«Mierda». Un murmullo recorre el auditorio y yo hundo la punta de mi pluma en la tinta sobre el escritorio para tomar notas. Ya quiero canalizar poderes para usar esas plumas increíbles como las que mi mamá tiene en su escritorio. Esto me dibuja una sonrisa en la boca. Sin duda ser jinete puede tener sus cosas buenas. Seguro tiene cosas buenas.

—Obviamente, hay información censurada por razones de seguridad, pero lo que sí podemos decirle es que los guardias en lo alto de las montañas Esben fallaron. —La profesora Devera separa las manos y la luz se expande, iluminando las montañas que conforman nuestra frontera con Braevick—. Permitiendo no solo que el grupo entrara a territorio navarro, sino que sus jinetes canalizaran y utilizaran sus poderes cerca de la medianoche.

El estómago se me retuerce mientras los cadetes comienzan a murmurar, especialmente los de primero. Los dragones no son los únicos animales capaces de canalizar poderes para sus jinetes. Los grifos de Poromiel también tienen esa capacidad, pero los dragones sí son los únicos que pueden activar la protección que evita que cualquier otra magia que no sea la suya se utilice dentro de nuestras fronteras. Ellos son la razón por la que las fronteras de Navarre son más o menos circulares: su poder irradia desde el Valle y tiene un límite de distancia, aunque haya pelotones en todos los puestos de avanzada. Sin esa protección, estamos jodidos. Si los grupos de ataque de Poromiel descendieran, y obviamente lo harían, todos los pueblos de Navarre estarían a su merced. Esos malditos codiciosos que nunca están conformes con los recursos que tienen. Siempre han querido los nuestros, y hasta que nuestros acuerdos comerciales sean suficientes para ellos, no podremos ponerles fin a los reclutamientos en Navarre. No tendremos ni esperanzas de vivir en paz.

Pero, si no estamos en alerta, deben haber tejido de nuevo las protecciones, o al menos las estabilizaron.

—Asesinaron a treinta y siete civiles durante el ataque que sucedió una hora antes de que pudiera llegar el Ala Este, pero los jinetes y dragones lograron detener al grupo —termina la profesora Devera, cruzándose de brazos—. Con base en esa información, ¿qué preguntas harían? —Levanta un dedo—. Solo quiero respuestas de los de primer año para empezar.

Mi primera duda sería por qué diablos fallaron las protecciones, pero no creo que me vayan a responder una pregunta como esa en un lugar lleno de cadetes con cero aprobaciones de seguridad.

Estudio el mapa. La cresta de Esben es la más alta en nuestra frontera este con Braevick, lo que lo convierte en el lugar menos probable para un ataque, en especial porque los grifos no toleran la altura tan bien como los dragones, quizá porque son mitad león, mitad águila, y no soportan el aire menos denso de los lugares con mayor altitud.

Hay una razón por la que hemos podido controlar todos los ataques importantes a nuestro territorio durante los últimos seiscientos años, y hemos defendido exitosamente nuestra tierra en esta guerra interminable de cuatrocientos años. Nuestras habilidades, tanto las menores como los sellos, son superiores porque nuestros dragones pueden canalizar más poder que los grifos. Entonces, ¿por qué atacar en una cresta? ¿Qué provocó que las protecciones fallaran ahí?

—A ver, novatos, demuéstrenme que tienen algo más que buen equilibrio. Demuéstrenme que también tienen la habilidad del pensamiento crítico para estar aquí —ordena la profesora Devera—. Ahora es más importante que nunca que estén preparados para lo que se encuentra más allá de nuestras fronteras.

—¿Es la primera vez que fallan las protecciones? —pregunta alguien de primero que está a unas filas delante de mí.

La profesora Devera y Markham se miran antes de que ella dirija su atención al cadete.

—No.

El corazón se me va a la garganta y todo el lugar se queda en un silencio sepulcral.

«No es la primera vez».

La chica de la pregunta se aclara la garganta.

—Y… ¿qué tan frecuentemente fallan?

Los ojos astutos del profesor Markham se posan sobre ella.

—Eso no le corresponde a tu grado, cadete. —Pasa su atención a nuestro sector—. ¿Otra pregunta sobre el ataque del que estamos hablando?

—¿Cuántas pérdidas tuvo el ala? —pregunta otra persona de primero que está en mi fila, a la derecha.

—Un dragón herido. Un jinete muerto.

Otro murmullo recorre el auditorio. Sobrevivir a la graduación no significa que sobreviviremos al servicio. Estadísticamente, la mayoría de los jinetes muere antes de llegar a la edad de retiro, en especial por el ritmo al que han estado muriendo durante los últimos dos años.

—¿Por qué haces esa pregunta? —inquiere la profesora Devera.

—Para saber cuántos refuerzos van a necesitar —responde el estudiante.

La profesora Devera asiente y mira a Pryor, el más tímido de primero que tenemos en nuestro pelotón y quien tiene la mano levantada, pero él la baja de inmediato y frunce el ceño, uniendo sus cejas oscuras.

—¿Querías hacer una pregunta?

—Sí. —El chico asiente, provocando que unos mechones de cabello negro le caigan sobre los ojos, y luego niega con la cabeza—. No. Olvídelo.

—Cuánta determinación —se burla Luca, la chica mala de nuestro pelotón que quiero evitar a toda costa, sentada junto a él. Los cadetes que los rodean se echan a reír. Una orilla de su boca se eleva en un gesto de satisfacción y la tipa se echa el largo cabello café sobre el hombro en un movimiento que no tiene nada de casual. Al igual que yo, es una de las pocas mujeres del cuadrante que no se cortó el cabello. Envidio la seguridad que tiene en que no lo usarán en su contra, pero no así su actitud, y no llevo ni un día de conocerla.

—Está en nuestro pelotón —la regaña Aurelie, creo que así se llama, y sus serios ojos negros se posan sobre Luca—. Ten un poco de lealtad.

—Por favor. Ningún dragón va a vincularse con un tipo que ni siquiera puede decidir si quiere hacer una pregunta. Y ¿lo viste esta mañana durante el desayuno? Detuvo a toda la fila porque no podía elegir entre el tocino y la salchicha. —Luca hace un gesto de fastidio con sus ojos completamente delineados de negro.

—¿Los del Ala Cuatro ya terminaron de destrozarse entre ellos? —dice la profesora Devera, con la ceja enarcada.

—Pregunta a qué altitud está el pueblo —le susurro a Rhiannon.

—¿Qué? —Frunce el ceño.

—Pregunta —repito, intentando poner en práctica el consejo de Dain. Juro que puedo sentirlo viéndome desde allá atrás, a siete filas de mí, pero no voy a voltear a ver, porque sé que Xaden también está por ahí.

—¿A qué altitud está el pueblo? —pregunta Rhiannon.

La profesora Devera levanta las cejas, mirando a Rhiannon.

—¿Markham?

—Como a unos tres mil metros —dice él—. ¿Por qué?

Rhiannon me lanza una mirada de reojo y se aclara la garganta.

—Solo porque parece un poco alto para un ataque planeado con grifos.

—Muy bien —le susurro.

—Sí es un poco alto para un ataque planeado —concede Devera—. ¿Por qué no me dices qué tiene eso de preocupante, cadete Sorrengail? Y tal vez te gustaría hacer tus propias preguntas de ahora en adelante —al decir esto, me lanza una mirada que me aplasta sobre mi asiento.

Todas las cabezas en el lugar se giran hacia mí. Si a alguien le quedaba la más mínima duda sobre quién soy, ya se le quitó. Genial.

—Los grifos no son tan fuertes en esa altitud, y tampoco su capacidad para canalizar —digo—. Es un lugar ilógico para su ataque a menos que supieran que las protecciones iban a fallar, especialmente porque el pueblo parece estar como a… ¿una hora de vuelo del puesto de defensa más cercano? —Miro el mapa para asegurarme de no estar diciendo una tontería—. Eso de ahí es Chakir, ¿no? —«El entrenamiento de escriba es lo mejor».

—Sí es. —La orilla de la boca de la profesora Devera se curva en una sonrisita—. Sigue desarrollando tu idea.

Un momento.

—¿No dijo que el pelotón de jinetes tardó una hora en llegar? —Entrecierro los ojos con suspicacia.

»Entonces ya iban de camino —suelto, reconociendo de inmediato lo tonto que suena. Las mejillas se me encienden mientras unas risitas bajas me van rodeando.

—Claro, eso sí que tiene sentido. —Jack se voltea sobre su silla en la fila de adelante para reírse de frente a mí—. El general Melgren conoce cuál será el resultado de una batalla antes de que ocurra, pero ni él sabe cuándo va a ocurrir, idiota.

Siento las risas de mis compañeros reverberando en sus huesos y me dan ganas de meterme bajo este ridículo escritorio y desaparecer.

—Vete al diablo, Barlowe —dice Rhiannon.

—Yo no soy quien piensa que la precognición existe —responde él con una sonrisa burlona—. Que los dioses nos amparen si esta se tiene que montar en un dragón. —Otra ronda de risa provoca que el cuello también se me encienda.

—¿Por qué crees eso, Violet…? —El profesor Markham hace un gesto de pesar—. ¿Cadete Sorrengail?

—Porque no hay forma lógica en la que puedan llegar a una hora del ataque a menos que ya estuvieran saliendo —respondo, lanzándole una mirada de odio a Jack. Que se jodan él y su risa. Puede que sí sea más débil que él, pero no hay ni lugar a duda de que soy muchísimo más inteligente—. Se necesitaría al menos media hora para encender los faros del área y lanzar la señal de alerta, y ningún pelotón entero está simplemente esperando que lo llamen. Más de la mitad de esos jinetes seguro estarían dormidos, lo cual significa que ya iban de camino.

—Y ¿por qué irían ya de camino? —insiste la profesora Devera, y la luz en su mirada me indica que tengo razón, lo cual me da la seguridad para seguir explicando lo que pienso.

—Porque de algún modo sabían que las protecciones estaban por romperse. —Levanto el mentón en gesto orgulloso, poniendo toda mi esperanza en tener razón y pidiéndole a Dunne, la diosa de la guerra, que me equivoque.

—Eso es lo más… —comienza a decir Jack.

—Tiene razón —lo interrumpe la profesora Devera, y el auditorio vuelve a quedar en silencio—. Uno de los dragones en el ala notó las fallas de la protección y el ala se puso en acción. De otro modo, las pérdidas humanas hubieran sido mucho más grandes y la destrucción del pueblo mucho peor.

Una burbujita de seguridad se va inflando en mi pecho, pero la mirada de Jack me la poncha de inmediato, diciéndome que no se ha olvidado de su promesa de matarme.

—Es el turno de los de segundo y tercero —anuncia la profesora Devera—. Vamos a ver si pueden ser un poco más respetuosos con sus compañeros. —Mira a Jack con una ceja enarcada mientras las preguntas empiezan a brotar a toda velocidad de los jinetes que están detrás de nosotros.

¿Cuántos jinetes enviaron al lugar?

¿Qué fue lo que mató a la única pérdida humana?

¿Cuánto tiempo les tomó para acabar con todos los grifos en el pueblo?

¿Quedó alguno para interrogarlo?

Anoto cada una de las preguntas y su respuesta, organizando en mi mente los hechos en una especie de reporte que habría hecho si estuviera en el Cuadrante de Escribas, cuál información es lo suficientemente importante para incluirla y cuál es superflua.

—¿En qué condición quedó el pueblo? —pregunta una voz profunda desde el fondo del auditorio.

El sonido me eriza la piel, pues mi cuerpo reconoce la inminente amenaza que está detrás de mí.

—¿Riorson? —pregunta Markham, protegiéndose los ojos de la luz mágica para alcanzar a ver hasta lo más alto del auditorio.

—El pueblo —repite Xaden—. La profesora Devera dijo que el daño hubiera sido mucho peor, pero ¿en qué condiciones quedó? ¿Se incendió? ¿Lo destruyeron? Si hubieran querido posicionarse ahí, no lo habrían destruido, así que las condiciones en las que quedó el pueblo importan para determinar el motivo del ataque.

La profesora Devera sonríe satisfecha.

—Los edificios por los que ya habían pasado quedaron quemados, y el resto estaba siendo saqueado cuando llegó el ala.

—Estaban buscando algo —dice Xaden con total convicción—. Y no eran tesoros. No es un distrito minero. Lo cual abre la pregunta: ¿qué tenemos que ellos desean tanto?

—Exactamente. Esa es la pregunta. —La profesora Devera observa a la gente en el auditorio—. Y por eso Riorson es líder de ala. Se necesita más que fuerza y valor para ser un buen jinete.

—Entonces ¿cuál es la respuesta? —pregunta uno de mi primero a mi izquierda.

—No sabemos —reconoce la profesora Devera, encogiéndose de hombros—. Es una pieza más del rompecabezas de por qué nuestras constantes ofertas de paz siempre son rechazadas por el reino de Poromiel. ¿Qué están buscando? ¿Por qué ese pueblo? Mañana, la próxima semana, el próximo mes, habrá otro ataque, y quizá tendremos otra pista. Si buscan respuestas, acérquense a la historia. Ya se han diseccionado y analizado esas guerras. Informe de Batalla es para las situaciones actuales. En esta clase, queremos que aprendan a saber qué preguntas deben hacer para que todos tengan la posibilidad de volver a sus casas con vida.

Algo en su tono me dice que no son solamente los de tercero quienes podrían ser llamados al servicio este año, y eso hace que se me hiele la sangre.

 

 

—En serio te sabías todas las respuestas en historia y aparentemente todas las preguntas correctas para Informe de Batalla —dice Rhiannon, negando con la cabeza mientras esperamos en una orilla de la colchoneta de lucha tras el almuerzo, y viendo a Ridoc y Aurelie acechándose en círculos con su ropa de pelea. Tienen más o menos el mismo tamaño. Ridoc es un poco más pequeño, y Aurelie tiene la complexión de Mira, lo cual no me sorprende porque tiene la herencia de su padre—. Ni siquiera vas a tener que estudiar para los exámenes, ¿verdad?

El resto de los de primer año se pone junto a nosotras, pero los de segundo y tercero se acomodan en las otras orillas. Definitivamente tienen la ventaja aquí, considerando que ya llevan al menos un año de entrenamiento para el combate.

—Estudié para ser escriba. —Me encojo de hombros, y el chaleco que me hizo Mira brilla ligeramente con el movimiento. Fuera de las veces en que las escamas reflejan la luz bajo la malla de camuflaje, se pierde perfectamente entre las camisas que nos dieron ayer. Ahora todas las mujeres están vestidas igual, aunque los cortes de su ropa son según la preferencia de cada una.

Casi todos los chicos están sin camisa, porque creen que las camisas le ofrecen a su oponente algo de qué agarrarse. En lo personal, no me opongo a su lógica y simplemente disfruto la vista… con respeto, claro, lo cual significa que tengo que mantener los ojos puestos en la colchoneta de mi pelotón y lejos de las otras veinte en el enorme gimnasio que ocupa todo el primer piso del ala académica. Una pared está conformada en su totalidad por ventanas y puertas, todas abiertas para que entre la brisa, pero igual me muero de calor. El sudor me recorre la espalda bajo mi chaleco.

Esta tarde hay tres pelotones de cada ala, y para mi suerte, el Ala Uno envió a su tercer pelotón, el cual incluye a Jack Barlowe, que se la ha pasado lanzándome miradas mortales a dos colchonetas de distancia desde que llegué.

—Supongo que eso significa que no te preocupa la teoría —dice Rhiannon, que me observa con las cejas enarcadas. Ella también eligió un chaleco de cuero, pero el suyo le cubre todo el pecho y se cierra sobre su cuello, dejándole los hombros descubiertos para tener más movimiento.

—¡Dejen de dar vueltas como si fueran pareja de baile y ataquen! —ordena el profesor Emetterio desde el otro lado de la colchoneta, donde Dain observa el encuentro de Aurelie y Ridoc con la líder ejecutiva de nuestro pelotón, Cianna. Gracias a los dioses que Dain trae la camisa puesta, porque no necesito otra distracción cuando llegue mi turno.

—Esto es lo que me preocupa —le digo a Rhiannon, señalando con la barbilla hacia la colchoneta.

—¿En serio? —Me mira como si no lo pudiera creer. Trae las trenzas recogidas en un pequeño chongo a la altura de la nuca—. Pensé que, siendo un Sorrengail, serías difícil de vencer en un mano a mano.

—No exactamente. —A mi edad, Mira ya llevaba doce años entrenando para este tipo de combates. Yo llevo la increíble cantidad de seis meses, lo cual no sería tan grave si no fuera tan delicada como una tacita de porcelana, pero aquí estamos.

Ridoc se lanza contra Aurelie, pero ella lo esquiva, le mete la pierna y hace que se tropiece. Él se tambalea, pero no cae, y de inmediato se da la vuelta, sacando una daga.

—¡Nada de armas hoy! —grita el profesor Emetterio desde su lugar junto a la colchoneta. Es apenas el cuarto maestro que conozco, pero definitivamente es el que más me intimida. O quizá es solo la clase que da lo que me hace percibir su cuerpo compacto como el de un gigante—. ¡Solo estamos haciendo evaluación física!

Ridoc gruñe y se guarda el cuchillo justo a tiempo para detener un derechazo de Aurelie.

—La morena sabe cómo lanzar golpes —dice Rhiannon con una sonrisa antes de voltear a verme.

—¿Y tú? —le pregunto mientras Ridoc le da un golpe en las costillas a Aurelie.

—¡Mierda! —El chico niega con la cabeza y da un paso atrás—. No quiero lastimarte.

Aurelie se agarra las costillas, pero levanta el mentón en gesto de orgullo.

—¿Quién dijo que me lastimaste?

—Que midas tus golpes no la ayuda en nada —dice Dain, cruzándose de brazos—. Los cygnianos de la frontera norte no la van a respetar por ser mujer si se cae de su dragón en territorio enemigo, Ridoc. La van a matar sin importarles nada.

—¡Vamos! —grita Aurelie, incitando a Ridoc con los puños. Es obvio que la mayoría de los cadetes ha entrenado toda su vida para entrar al cuadrante, especialmente Aurelie, que esquiva un golpe de Ridoc y se da la vuelta para atacarlo directo en los riñones.

Auch.

—Eso, carajo —dice Rhiannon entre dientes, mirando de nuevo a Aurelie antes de girar hacia mí—. Soy buena para la pelea. Mi pueblo está en la frontera cygniana, así que todos aprendemos a defendernos desde muy jóvenes. La física y la matemática tampoco son problema. Pero ¿la historia? —Niega con la cabeza—. Esa clase podría ser mi fin.

—No te matan por reprobar historia —digo mientras Ridoc se lanza contra Aurelie y la tira sobre la colchoneta con tanta fuerza que me provoca un gesto de dolor—. Probablemente mi fin estará en esas colchonetas.

Aurelie enreda sus piernas con las de Ridoc y logra moverlo hasta quedar encima de él, soltándole golpe tras golpe en un lado de la cara. La sangre salpica la colchoneta.

—Creo que yo puedo dar algunos tips para sobrevivir a estos entrenamientos —dice Sawyer al otro lado de Rhiannon, pasándose la mano sobre la barba de un día que no logra cubrirle las pecas—. Pero la historia tampoco es mi fuerte.

Un diente sale volando y la bilis me sube por la garganta.

—¡Basta! —ordena el profesor Emetterio.

Aurelie se quita de encima de Ridoc y se pone de pie, llevándose los dedos al labio roto y examinando la sangre. Luego estira la mano para ayudar al chico a levantarse.

Él la toma.

—Cianna, lleva a Aurelie con los curanderos. No hay razón para perder un diente durante el entrenamiento —dice Emetterio.

—Hagamos un trato —propone Rhiannon, mirándome fijamente con sus ojos cafés—. Vamos a apoyarnos unos a otros. Nosotros te ayudamos con el combate si tú nos ayudas con historia. ¿Qué te parece, Sawyer?

—Perfecto.

—Trato hecho. —Trago saliva mientras uno de los de tercero limpia la colchoneta con una toalla—. Pero creo que me está tocando la parte más fácil.

—No me has visto intentando memorizar fechas —bromea Rhiannon.

Un par de colchonetas más allá, alguien grita y todos volteamos a ver. Jack Barlowe tiene a alguien de primero sometido con una llave de cabeza. El otro tipo es más pequeño y delgado que Jack, y aun así debe pesar unos veintidós kilos más que yo.

Jack lo jala con los brazos, sin soltarle la cabeza que tiene asegurada con sus manos.

—Ese tipo es un pende… —comienza a decir Rhiannon.

El horrible crujido de huesos resuena por todo el gimnasio y el cuerpo del de primero se pone completamente flácido entre las manos de Jack.

—Santo Malek —susurro mientras Jack tira al hombre al suelo. Comienzo a preguntarme si el dios de la muerte vive aquí, con lo mucho que se debe pronunciar su nombre. Mi almuerzo amenaza con volver al mundo, pero tomo aire por la nariz y lo saco por la boca, porque no puedo poner la cabeza entre las rodillas aquí.

—¿Qué les dije? —grita su instructor mientras avanza con pasos furiosos hacia la colchoneta—. ¡Le rompiste el cuello!

—¿Cómo podía saber que su cuello era tan débil? —argumenta Jack.

La promesa que me hizo ayer aparece en mis recuerdos: «Estás muerta, Sorrengail, y yo voy a ser quien te mate».

—Miren hacia el frente —ordena Emetterio, pero su tono es más amable que el que había utilizado hasta ahora, y todos despegamos los ojos del muerto de primero—. No tienen que acostumbrarse a eso —nos dice—, pero sí tienen que aprender a sobrellevarlo. Tú y tú. —Señala a Rhiannon y a otro de primero de nuestro pelotón, un chico fornido de cabello negro azulado y facciones angulosas. Mierda, no recuerdo su nombre. ¿Trevor? ¿Thomas, quizá? Hay demasiada gente nueva como para recordar quién es quién.

Miro a Dain, pero él está observando al par que ya avanza hacia la colchoneta.

Rhiannon se mueve ágilmente ante el otro de primero, y me sorprende cada que esquiva un ataque y suelta un golpe certero. Es rápida y sus ataques son poderosos, lo cual es una combinación letal que la hará destacar, igual que a Mira.

—¿Te rindes? —le pregunta al tipo cuando lo tira de espaldas y se queda a punto de golpearle el cuello.

¿Tanner? Estoy casi segura de que su nombre empieza con T.

—¡No! —grita él, rodeando a Rhiannon con las piernas hasta hacerla quedar de espaldas. Pero ella rueda y rápidamente logra ponerse de pie para dejarlo de nuevo en la misma posición, esta vez con una bota sobre el cuello de él.

—No lo sé, Tynan, tal vez sí quieras rendirte —dice Dain, sonriendo—. Te está acabando.

Ah, es cierto. Tynan.

—¡Púdrete, Aetos! —responde Tynan, pero Rhiannon presiona la bota sobre su garganta y la última palabra sale ahogada. El tipo se vuelve de un rojo moteado.

Sí, Tynan tiene más ego que sentido común.

—Se rinde —anuncia Emetterio, y Rhiannon da un paso atrás, extendiéndole una mano.

Tynan la toma.

—Tú… —Emetterio señala hacia la de segundo que tiene el cabello rosa y una reliquia de la rebelión—. Y tú. —Su dedo me apunta.

La chica me gana al menos por una cabeza en altura, y si el resto de su cuerpo es tan musculoso como sus brazos, ya perdí.

No puedo permitir que me ponga las manos encima.

Mi corazón amenaza con escapar de mi pecho, pero asiento y voy a la colchoneta.

—Tú puedes —dice Rhiannon, dándome unos golpecitos en el hombro cuando pasa junto a mí.

—Sorrengail. —La chica del cabello rosa me observa como si yo fuera algo que se quitó de la suela de la bota, entrecerrando sus ojos verde claro—. Deberías teñirte el cabello si no quieres que todos sepan quién es tu madre. Eres el único fenómeno de cabello plateado en el cuadrante.

—Nunca dije que me moleste que se sepa quién es mi madre. —Voy marcando círculos frente a ella en la colchoneta—. Me enorgullece el trabajo que ha hecho para proteger al reino… tanto de los enemigos de afuera como de los de adentro.

Mi comentario la hace tensar la quijada, y eso enciende una chispa de esperanza en mi pecho. Los marcados, como escuché esta mañana que algunas personas les dicen a quienes tienen reliquias de la rebelión en los brazos, culpan a mi madre por la ejecución de sus padres. Pues, bueno. Que me odien. Mi mamá suele decir que en cuanto dejas que los sentimientos se metan a una pelea, ya perdiste. Jamás en mi vida he esperado tanto que mi madre, la que tiene hielo en el alma, tenga razón.

—Maldita perra —exclama, furiosa—. Tu madre asesinó a mi familia.

Se lanza hacia mí y suelta un golpe salvaje, pero lo esquivo de inmediato, girándome con las manos elevadas. Hacemos lo mismo por unas cuantas rondas más y logro darle algunos golpes, lo que me hace pensar que quizá mi plan podría funcionar.

Ella ahoga un gruñido cuando vuelve a fallar un ataque, y su pie se lanza hacia mi cabeza. Lo esquivo sin problemas, pero luego ella se echa al suelo y suelta una patada con el otro pie que me da directo en el pecho y me hace irme de espaldas. Para cuando azoto sobre la colchoneta con un golpe seco, la tipa ya está sobre mí. Es rapidísima, carajo.

—¡No puedes usar tus poderes aquí, Imogen! —grita Dain.

Imogen está haciendo todo lo que puede para matarme.

Sus ojos están sobre los míos, y siento cómo se desliza rápidamente algo duro contra mis costillas mientras veo la sonrisa en su rostro. Pero ese gesto desaparece cuando ambas bajamos la mirada y no puedo evitar ver cómo una daga vuelve a su funda.

La armadura acaba de salvarme la vida. «Gracias, Mira».

El rostro de Imogen se cubre de confusión por un instante, lo suficiente para que le suelte un puñetazo a la mejilla y pueda salir de debajo de ella.

La mano me duele horrible, aunque estoy segura de que formé bien el puño, pero ignoro el dolor mientras ambas nos ponemos de pie.

—¿Qué clase de armadura es esa? —pregunta, mirando mis costillas en lo que caminamos un poco en círculos una frente a la otra.

—La mía. —Me agacho y esquivo otro ataque, pero sus movimientos son apenas perceptibles por la velocidad que tienen.

—¡Imogen! —grita Emetterio—. Si lo haces otra vez te voy a…

Me giro hacia el lado equivocado y ella me atrapa y me echa al suelo. Mi cara azota contra la colchoneta y su rodilla se hunde en mi espalda mientras me dobla el brazo derecho hacia atrás.

—¡Ríndete! —me ordena.

No puedo. Si me rindo en el primer día, ¿qué pasará en el segundo?

—¡No! —Ahora soy yo a la que le falta sentido común, como Tynan, y soy mucho más delicada.

Imogen me jala más el brazo y el dolor se apodera de mi cabeza y comienza a nublarme la vista. Suelto un grito cuando los ligamentos se estiran, se rasgan y se sueltan.

—¡Ríndete, Violet! —grita Dain.

—¡Ríndete! —repite Imogen.

Luchando por tomar aire bajo su peso sobre mi espalda, giro la cabeza hacia un lado mientras ella me retuerce el hombro, el dolor me consume por completo.

—Se rinde —dice Emetterio—. Ya basta.

Lo escucho de nuevo, el sonido macabro de los huesos al romperse, pero esta vez son los míos.

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