Alas de sangre

Alas de sangre


Capítulo 8

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OCHO

Hay un arte en el envenenamiento del que poco se habla y ese es el de

encontrar el momento perfecto. Solo un maestro puede dosificar y

administrar correctamente para un ataque efectivo. Se debe tener en

cuenta tanto el cuerpo del individuo como el método de administración.

—USOS EFECTIVOS DE LAS HIERBAS SALVAJES Y DE CULTIVO

POR EL CAPITÁN LAWRENCE MEDINA

El dormitorio de mujeres está en silencio mientras me visto por la mañana, cuando el sol apenas se está asomando por el horizonte en las ventanas allá a lo lejos. Tomo el chaleco de escamas de dragón del gancho donde lo colgué para que se secara en una esquina de mi cama y me lo pongo sobre mi camiseta negra de manga corta. Menos mal que ya aprendí a atarme las cintas de la espalda, porque Rhiannon no está en su cama.

Al menos una de nosotras está teniendo los necesarios orgasmos. Estoy casi segura de que al menos un par de personas están con sus parejas en los catres abarrotados de este lugar. Los líderes de pelotón hablan mucho sobre obedecer el toque de queda, pero en realidad a nadie le interesa. Bueno, excepto a Dain. A él le importan todas las reglas.

«Dain». Mi pecho se tensa y sonrío mientras termino de trenzarme el cabello para formar una corona. Verlo es la mejor parte de mi día, incluso en los momentos en que no es para nada amable en público. Incluso en esos momentos en que está obsesionado con intentar salvarme de este lugar.

Tomo mi mochila para salir, paso junto a una fila de camas vacías que eran de la docena de mujeres que no vivieron para llegar a agosto, y abro la puerta.

«Ahí está».

Los ojos de Dain se iluminan mientras se aleja de la pared del pasillo en la que estaba recargado, obviamente esperándome.

—Buenas.

No puedo contener la sonrisa que se dibuja en mi boca.

—No tienes que acompañarme todas las mañanas al trabajo, ¿sabes?

—Es el único momento en que puedo verte sin ser tu líder de pelotón —replica mientras avanzamos por el pasillo vacío, pasando junto a los corredores que nos llevarán a nuestras habitaciones si sobrevivimos a la Trilla—. Créeme que vale la pena levantarme una hora antes, aunque aún no entiendo por qué te ofreciste para hacer el desayuno en vez de cualquier otra cosa.

Me encojo de hombros.

—Tengo mis razones. —Y son muy, pero muy muy buenas razones. Aunque sí extraño la hora extra de sueño que tenía antes de que escogiéramos nuestros deberes la semana pasada.

Una puerta se abre de golpe a nuestra derecha y Dain se pone de inmediato frente a mí, moviéndome con un brazo con tanta fuerza que me estrello de cara contra su espalda. Huele a cuero, jabón y…

—¿Rhiannon? —dice él.

—¡Perdón! —los ojos de mi amiga se abren de par en par.

Salgo de detrás de Dain y me pongo a su lado para verla.

—Me preguntaba dónde estabas. —Una sonrisa me llena el rostro mientras Tara aparece junto a ella—. Hola, Tara.

—Hola, Violet. —Me saluda agitando una mano y luego se va por el pasillo, acomodándose la camisa dentro de los pantalones.

—Tenemos toque de queda, cadete —la regaña Dain, y tengo que controlar el impulso de poner los ojos en blanco—. Y sabes que nadie debería estar en las habitaciones privadas hasta después de la Trilla.

—Quizá solo nos levantamos temprano —argumenta Rhiannon—. Ya sabes, como ustedes. —Nos mira con una sonrisa traviesa.

Dain se frota el puente de la nariz.

—Vuelve a los dormitorios y finge que pasaste la noche ahí, ¿sí?

—Claro que sí. —Me da un apretoncito en la mano al pasar junto a mí.

—Bien hecho —le susurro. Tara le había gustado desde que llegamos a este lugar.

—¿Verdad que sí? —Se aleja con una sonrisa y luego da la vuelta hacia las puertas del dormitorio.

—Monitorear las vidas sexuales de los de primero no era lo que tenía en mente cuando apliqué para ser líder de pelotón —masculla Dain, y seguimos nuestro camino hacia la cocina.

—Ay, por favor. Como si tú mismo no hubieras sido de primero el año pasado.

Enarca una ceja con gesto pensativo y un poco después se encoge de hombros.

—Tienes un punto. Y ahora tú eres de primero… —Sus ojos se posan discretamente en mí mientras nos acercamos a las puertas en arco que llevan a la rotonda y sus labios se separan como si fuera a decir algo más, pero luego desvía la mirada y se adelanta para abrirme la puerta.

—¡Vaya, Dain Aetos! ¿Me estás preguntando sobre mi vida sexual? —Dejo que mis dedos acaricien los colmillos expuestos del dragón verde que conforma el pilar y disimulo una sonrisa mientras seguimos caminando.

—¡No! —Niega con la cabeza, pero luego se detiene a pensarlo—. Bueno… ¿hay una vida sexual sobre la que deba preguntarte?

Subimos los escalones que llevan al área común y me doy la vuelta justo frente a la puerta para mirarlo. Está dos escalones debajo de mí, lo que hace que nuestros ojos queden al mismo nivel.

—¿Desde que llegué? —Me doy unos golpecitos en el mentón con un dedo y sonrío—. No es de tu incumbencia. Y… ¿antes de llegar? Tampoco es de tu incumbencia.

—Tienes otro punto. —Su boca se curva en una enorme sonrisa que me hace desear que sí fuera de su incumbencia.

Me doy la vuelta antes de hacer algo increíblemente estúpido como convertirlo en un tema que sí le incumbe. Entramos al área común, pasando por las mesas vacías en la entrada de la biblioteca. No es para nada tan increíble como los Archivos de los escribas, pero tienen todos los libros que necesitaré para estudiar.

—¿Estás lista para lo de hoy? —me pregunta Dain mientras nos acercamos al salón de reuniones—. ¿Para los retos que empiezan esta tarde?

La sola pregunta me retuerce el estómago.

—Estaré bien —le aseguro, pero él se pone frente a mí y me obliga a detenerme.

—Sé que has estado practicando con Rhiannon, pero… —La preocupación le arruga la frente.

—Sí voy a poder —le prometo, mirándolo a los ojos para que sepa que lo digo en serio—. No tienes que preocuparte por mí. —Anoche pusieron el nombre de Oren Seifert junto al mío justo donde Brennan dijo que aparecerían. Es un chico rubio y alto del Ala Uno con suficientes habilidades con las dagas, pero unos golpes impresionantes.

—Siempre me preocuparé por ti. —La mano de Dain se cierra en puño.

—No lo hagas. —Niego con la cabeza—. Yo puedo sola.

—Es solo que no quiero volver a verte herida.

Las costillas me aplastan el corazón.

—Pues no lo veas. —Tomo su mano callosa entre la mía—. No me puedes salvar de esto, Dain. Tendré que enfrentar un reto cada semana como todos los demás cadetes. Y eso no será todo. No puedes protegerme de la Trilla, del Guantelete, de Jack Barlowe…

—Tienes que andarte con cuidado con ese tipo —dice Dain con un gesto de pesar—. Evita a ese imbécil creído lo más que puedas, Vi. No le des excusas para atacarte. Ya es responsable de demasiados nombres en la lista de muertos.

—O sea que los dragones lo van a amar. —Siempre prefieren a los más salvajes.

Dain me da un suave apretón en la mano.

—Solo mantente lejos de él.

Esto me sorprende. El consejo es tan diferente al de Xaden de lanzarle unas dagas a la cabeza.

«Xaden». El nudo de culpa que se ató en mi estómago desde la semana pasada se aprieta un poco más. De acuerdo con el código, debería decirle a Dain que vi a los marcados bajo el roble, pero no lo haré, y no porque le dije a Xaden que no diría nada, sino porque me parece que guardar ese secreto es lo correcto.

Nunca en mi vida le había escondido algo a Dain.

—¿Violet? ¿Me escuchaste? —pregunta Dain, llevando una mano hacia mi cara.

Me vuelvo para verlo, asiento y repito lo que me acaba de decir.

—Que me mantenga lejos de Barlowe.

Baja la mano y se la guarda en el bolsillo del pantalón.

—Espero que se le pasen esas ideas en tu contra.

—¿A la mayoría de los hombres se les olvida cuando una mujer les pone un cuchillo en la entrepierna? —Lo miro con una ceja levantada.

—No. —Suspira—. ¿Sabes? Aún no es tarde para llevarte con los escribas. Fitzgibbons te aceptaría…

La campana suena, anunciando que ya son las cinco y cuarto, y me salva de otra sesión de Dain rogándome que huya al Cuadrante de Escribas.

—Estaré bien. Te veo en la formación. —Le doy un apretoncito en la mano y me voy hacia la cocina. Siempre soy la primera en llegar, y hoy no es la excepción.

Me guardo el frasco de bayas fonilí secas y pulverizadas que traía en el morral y me pongo a trabajar mientras llegan los demás con sus caras llenas de modorra y pesadumbre. El polvo es casi blanco, casi invisible mientras tomo mi lugar en la línea para servir el desayuno una hora después, y casi indetectable cuando lo espolvoreo sobre los huevos revueltos de Oren Seifert, que ya viene hacia acá.

 

 

—Tengan en cuenta los temperamentos de cada raza cuando decidan a cuáles dragones acercarse y de cuáles huir en la Trilla —dice el profesor Kaori, con sus ojos serios y oscuros bajando hacia la nariz mientras observa por un instante a los nuevos reclutas, y luego cambia la proyección que él mismo hizo aparecer de un Verde Cola de Daga a un Rojo Cola de Escorpión. Es ilusionista y el único profesor del cuadrante cuyo sello es proyectar lo que ve en su cabeza, lo cual convierte a esta clase en una de mis favoritas. También es la razón por la que supe exactamente cómo se ve Oren Seifert.

¿Me siento culpable por engañar abiertamente a un profesor sobre las razones por las que necesitaba encontrar a otro cadete? No. ¿Creo que es trampa? Tampoco. Hice exactamente lo que Mira me sugirió: usé mi cerebro.

El Rojo Cola de Escorpión en el centro de nuestras mesas acomodadas en círculo tiene una fracción de su tamaño real, máximo un metro ochenta, pero es una réplica exacta de esa creatura con aliento de fuego que nos espera en el Valle para la Trilla.

—Los Rojos Cola de Escorpión, como Ghrian, a quien están viendo aquí, son los que se enojan más rápido —continúa el profesor, y su bigote perfectamente arreglado se curva cuando sonríe al ver la proyección como si se tratara del dragón real. Todos tomamos notas—. Así que si lo ofenden, serán…

—Su almuerzo —dice Ridoc a mi izquierda, y toda la clase se ríe. Hasta Jack Barlowe, que no ha dejado de lanzarme miradas de odio desde que su pelotón llegó a su lado del aula hace media hora, suelta una risita.

—Exactamente —responde el profesor Kaori—. Entonces, ¿cuál es la mejor manera de acercarse a un Rojo Cola de Escorpión? —Recorre al grupo con la mirada.

Yo sé la respuesta, pero no levanto la mano porque estoy siguiendo el consejo de Dain de no llamar la atención.

—No acercarse —susurra Rhiannon junto a mí, y ahogo unas risitas.

—Prefieren que se les acerquen por la izquierda y de frente, si es posible —responde una mujer de otro pelotón.

—Excelente. —El profesor Kaori asiente—. Para la Trilla, hay tres Rojos Cola de Escorpión dispuestos a crear un vínculo. —Frente a nosotros, la imagen cambia a otro dragón distinto.

—¿Cuántos dragones hay en total? —pregunta Rhiannon.

—Este año, cien —le responde el profesor Kaori, cambiando la imagen de nuevo—. Pero puede que algunos cambien de parecer durante la Presentación dentro de dos meses, dependiendo de lo que ven.

El corazón se me va al suelo.

—Son treinta y siete menos que el año pasado. —Y quizá aún menos si no les gusta lo que ven cuando desfilemos frente a ellos para que nos evalúen dos días antes de la Trilla. Pero, claro, siempre hay menos cadetes tras ese mismo evento.

El profesor Kaori eleva sus cejas oscuras.

—Sí, cadete Sorrengail, así es, y veintiséis menos que el año antepasado.

Hay menos dragones que deciden vincularse, pero el número de jinetes que entran al cuadrante sigue siendo el mismo. Mi mente se pone a trabajar. Los ataques en la frontera este están incrementando, de acuerdo con cada Informe de Batalla, pero hay menos dragones dispuestos a formar vínculos para defender a Navarre.

—¿Dicen por qué no quieren formar un vínculo? —pregunta otro de primero.

—No, tarado —se burla Jack, mirando al cadete con sus glaciares ojos azules entrecerrados—. Los dragones solo hablan con el jinete con el que se vincularon, así como solo les dan su nombre completo a ellos. Ya deberías saberlo.

El profesor Kaori le lanza una mirada a Jack que le cierra la boca, pero no evita que vea con desprecio al otro cadete.

—No comparten sus razones —dice nuestro instructor—. Y cualquier persona que respete su vida no hace preguntas que los dragones no están dispuestos a responder.

—¿Los números afectan las protecciones? —pregunta Aurelie, que está sentada atrás de mí, golpeteando su pluma en la orilla de su escritorio. Nunca se puede quedar quieta.

La quijada del profesor Kaori da dos saltitos.

—No estamos seguros. El número de dragones vinculados nunca antes ha afectado la integridad de las protecciones de Navarre, pero no les voy a mentir diciéndoles que no estamos viendo cada vez más fallas cuando, por Informe de Batalla, saben que sí.

Las protecciones están fallando a un ritmo que me revuelve el estómago cada que la profesora Devera comienza nuestro Informe de Batalla diario. O nos estamos volviendo más débiles o nuestros enemigos se están haciendo más fuertes. Ambas posibilidades implican que los cadetes en esta aula son más necesarios que nunca.

Incluso yo.

La imagen cambia a Sgaeyl, el dragón azul marino que está unido a Xaden.

El estómago se me retuerce al recordar cómo me miró el primer día.

—No tienen que preocuparse por cómo se pueden acercar a los dragones azules, porque no hay ninguno dispuesto a vincularse en esta Trilla, pero sí deberían reconocer a Sgaeyl si la ven —dice el profesor Kaori.

—Para que puedan salir corriendo como locos —agrega Ridoc.

Asiento mientras los demás se ríen.

—Es una Azul Cola de Daga, el menos común de los azules, y sí, si la ven sin su jinete, deberían… definitivamente deberían buscar otro lugar donde estar. La palabra despiadada no alcanza para describirla, y no responde a lo que suponemos que los dragones consideran ley. Incluso se vinculó con el pariente de uno de sus antiguos jinetes, lo cual, como saben, suele estar prohibido, pero Sgaeyl hace lo que se le da la gana, cuando se le da la gana. De hecho, si ven a cualquiera de los azules, no se les acerquen. Solo…

—Corran —dice Ridoc, pasándose una mano por su cabello café y despeinado.

—Corran —repite el profesor con una sonrisa, y el bigote sobre su labio tiembla un poco—. Hay unos cuantos azules en servicio actualmente, pero los encontrarán en las montañas Esben, al este, donde la lucha es más intensa. Todos son intimidantes, pero Sgaeyl es la más poderosa de todos.

Esto me deja sin aliento. Con razón Xaden puede manipular a las sombras, sombras que pueden sacar dagas de los árboles, sombras que probablemente pueden lanzar esas mismas dagas. Y sin embargo… me dejó vivir. Pongo la semilla de ternura que me da ese pensamiento muy pero muy lejos.

«Probablemente solo lo hizo para jugar con tu mente, como un monstruo que juega con su presa antes de matarla».

—¿Y el dragón negro? —pregunta el de primero que está junto a Jack—. Hay uno, ¿verdad?

El rostro de Jack se ilumina.

—Quiero ese.

—Va a dar igual. —El profesor Kaori gira la muñeca, Sgaeyl desaparece y un enorme dragón negro toma su lugar. Hasta la ilusión es más grande, por lo que tengo que echar la cabeza hacia atrás un poco para verlo completo—. Pero solo para calmar su curiosidad, porque es la única vez que lo verán, aquí tienen al único otro dragón negro además del que posee el general Melgren.

—Es enorme —exclama Rhiannon—. Y ¿tiene cola de garrote?

—No. Cola de maza. Tiene el mismo poder que un Cola de Garrote para aplastarte, pero esos picos pueden destripar a una persona con la misma facilidad que un Cola de Daga.

—Lo mejor de dos mundos —comenta Jack—. Parece una máquina de matar.

—Lo es —reconoce el profesor Kaori—. Y, honestamente, hace cinco años que no lo veo, así que esta imagen está bastante obsoleta. Pero, ya que lo tenemos aquí, ¿qué me pueden decir sobre los dragones negros?

—Son los más inteligentes y juiciosos —responde Aurelie.

—Y los menos comunes —agrego—. No ha nacido uno en el último… siglo.

—Correcto. —El profesor Kaori mueve la imagen y me encuentro con un par de ojos amarillos que me miran con furia—. También son los más astutos. No hay forma de engañar a un dragón negro. Este tiene un poco más de cien años, lo que significa que está a la mitad de su vida. Es considerado un dragón de guerra incluso entre los suyos, y si no fuera por él, probablemente hubiéramos perdido en la rebelión tyrrish. Agréguenle a eso que es un Cola de Maza y verán que es uno de los dragones más mortíferos en Navarre.

—Apuesto a que da un sello impresionante. ¿Cómo te acercas a él? —pregunta Jack, inclinándose hacia adelante en su asiento. Sus ojos están llenos de avaricia, y la expresión es la misma en los de su amigo que está junto a él.

Eso es lo último que este reino necesita, que alguien tan cruel como Jack se vincule con un dragón negro. No, gracias.

—No lo haces —responde el profesor Kaori—. No ha aceptado vincularse desde que su anterior y único jinete murió en las revueltas, y la única forma en que podrías estar cerca de él es en el Valle, adonde no llegarás, porque te calcinaría antes de cruzar el cañón.

La pelirroja de piel muy blanca que está frente a mí, al otro lado del círculo, se mueve incómodamente en su asiento y se jala una manga para cubrir su reliquia de la rebelión.

—Alguien debería preguntarle de nuevo —sugiere Jack con tono ansioso.

—No funciona así, Barlowe. Ahora, solo hay otro dragón negro, que está en servicio…

—El del general Melgren —dice Sawyer. Tiene el cuaderno cerrado frente a él, pero no lo culpo. Yo tampoco tomaría muchas notas si estuviera repitiendo esta clase—. Codagh, ¿verdad?

—Sí. —El profesor Kaori asiente—. El mayor de su madriguera, un Cola de Espada.

—Por pura curiosidad… —Los ojos azul glaciar de Jack no se despegan de la ilusión del dragón negro que sigue proyectándose—. ¿Qué sello le daría este muchacho a su jinete?

El profesor Kaori cierra la mano y la ilusión desaparece.

—No se puede saber. Los sellos son resultado de la química particular entre el jinete y el dragón, y por lo general dicen más del jinete que del dragón. Entre más fuerte sea el vínculo y más poderoso el dragón, más fuerte será también el sello.

—Bueno. ¿Cuál era el de su jinete anterior? —pregunta Jack.

—El sello de Naolin era el de la apropiación. —El profesor Kaori encorva un poco la espalda—. Podía absorber poderes de distintas fuentes, otros dragones, otros jinetes, y utilizarlos o redistribuirlos.

—Qué brutal. —El tono de Ridoc es el de todo un fan.

—Sí era brutal —reconoce el profesor.

—¿Qué puede matar a alguien con esa clase de sello? —pregunta Jack, cruzándose de brazos.

El profesor Kaori me mira por un segundo antes de voltear a otro lado.

—Intentó usar ese poder para revivir a un jinete caído, lo cual no funcionó, porque no hay sello capaz de hacer una resurrección, y agotó sus fuerzas en el proceso. Usando una frase a la que se acostumbrarán después de la Trilla, se consumió y murió junto al otro jinete.

Algo se mueve dentro de mi pecho, una sensación que no puedo explicar, pero que a la vez es imposible de ignorar.

Suenan las campanas, anunciando que se acabó la hora, y todos nos ponemos a recoger nuestras cosas. Los pelotones salen al pasillo, dejando la habitación vacía, y yo me levanto de mi escritorio y me echo el morral al hombro mientras Rhiannon me espera en la puerta con gesto confundido.

—Fue Brennan, ¿verdad? —le pregunto al profesor.

La tristeza llena su mirada al posarse sobre mis ojos.

—Sí. Murió intentando salvar a tu hermano, pero ya era demasiado tarde para Brennan.

—¿Por qué lo hizo? —Me reacomodo el morral—. No es posible resucitar a alguien. ¿Por qué se mataría si Brennan ya se había ido? —Una estampida de dolor me aplasta el corazón y me deja sin aliento. Brennan no hubiera querido que nadie muriera por él. No era así.

El profesor Kaori se recarga en su escritorio y jala los pelitos cortos y oscuros de su bigote, mirándome.

—Ser una Sorrengail no te ha ayudado en nada aquí, ¿verdad?

Niego con la cabeza.

—Hay bastantes cadetes que quisieran ponernos a mí y a mi apellido en mi lugar.

Él asiente.

—No será así cuando te vayas. Después de la graduación, descubrirás que ser la hija de la general Sorrengail significa que los demás harán lo que sea por mantenerte con vida, incluso contenta, no porque amen a tu madre, sino porque o le temen o porque quieren algo de ella.

—¿Cuál de esos dos era Naolin?

—Un poco de ambos. Y a veces es difícil que un jinete con un sello tan poderoso acepte sus límites. Después de todo, vincularte con un dragón te convierte en jinete, pero ¿revivir a alguien? Eso te convierte en un dios. Yo no creo que a Malek le agrade que un mortal se ande queriendo meter en sus territorios.

—Gracias por responder. —Giro y comienzo a caminar hacia la puerta.

—Violet —dice el profesor Kaori, y me doy la vuelta de nuevo para mirarlo—. Les di clases a tus dos hermanos. Un sello como el mío es demasiado útil en el aula para dejar que esté con un ala mucho tiempo. Brennan era un jinete espectacular y un buen hombre.

Mira es astuta y tiene talento sobre el lomo de un dragón.

Asiento.

—Pero tú eres más lista que ellos dos.

Esto me toma por sorpresa. No es frecuente que me comparen con mis hermanos y resulte que soy mejor en algo que los dos.

—Y, porque te he visto ayudando a tu amiga en sus estudios en el área común todas las noches, me parece que también eres más compasiva. Que no se te olvide eso.

—Gracias, pero ser inteligente y compasiva no me va a ayudar cuando llegue la Trilla. —Se me escapa una carcajada de burla hacia mí misma—. Usted sabe más de dragones que nadie en todo el cuadrante, y probablemente más que cualquiera en el continente. Eligen la fuerza y la astucia.

—Eligen por razones que no les parece prudente compartir con nosotros —me dice, levantándose del escritorio—. Y la fuerza física no lo es todo, Violet.

Asiento, porque no encuentro palabras adecuadas para sus halagos bien intencionados, y voy hacia la puerta a reunirme con Rhiannon. Lo único que tengo por seguro en este momento es que la compasión no me va a ayudar sobre la colchoneta después del almuerzo.

 

 

Estoy tan nerviosa que podría vomitar mientras espero en una orilla de la ancha colchoneta negra, viendo cómo Rhiannon muele a su oponente. Es un tipo del Ala Dos, y en muy poco tiempo ella lo atrapa en una llave de cabeza y lo deja sin aire. Es un movimiento que ha intentado enseñarme una y otra vez durante las últimas semanas.

—Hace que parezca tan fácil —le digo a Dain, que está junto a mí, con su codo rozando el mío.

—Va a intentar matarte.

—¿Qué? —Levanto la vista y sigo el rumbo de sus ojos, que van a dos colchonetas de donde estamos.

Dain está lanzándole dagas con la mirada a Xaden, quien está al otro lado de la colchoneta con una expresión de aburrimiento profundo mientras Rhiannon le aprieta más el cuello al primerizo del Ala Dos.

—Tu oponente —dice Dain en voz baja—. Lo escuché hablando con algunos de sus amigos. Creen que eres un lastre para el ala gracias al tal Barlowe. —Su mirada pasa a Oren, que me está observando como si yo fuera un maldito adorno que planea romper.

Pero hay un tono verdoso en su piel que me hace sonreír.

—Estaré bien —aseguro, porque ese es mi maldito mantra. Estoy vestida con el chaleco de escamas de dragón que ya empiezo a sentir como una segunda piel y mi ropa de combate. Llevo las cuatro dagas envainadas y, si mi plan sale como espero, pronto tendré una más en mi colección.

El de primero del Ala Dos se desmaya y Rhiannon se incorpora victoriosa mientras aplaudimos. Luego se agacha hacia su oponente y le quita la daga que trae en un costado.

—Me parece que ahora esto me pertenece. Disfruta tu siesta. —Y le da unos golpecitos en la cabeza, lo que me hace reír.

—No sé por qué te estás riendo, Sorrengail —dice una voz maliciosa desde atrás de mí.

Me vuelvo para ver a Jack, que está recargado contra los tablones de madera que cubren la pared a unos tres metros de mí, con una sonrisa que solo se puede describir como macabra.

—Jódete, Barlowe —le respondo, pintándole dedo.

—Honestamente espero que ganes el reto de hoy. —Sus ojos brillan con una alegría sádica que me asquea—. Sería una pena que alguien más te matara antes que me toque mi turno. Pero no me sorprendería. Las violetas son algo tan delicado… tan frágil.

Delicadas sus nalgas.

«Probablemente se pensaría dos veces eso de planear matarte si le lanzaras algunas dagas a la cabeza».

Desenfundo las dos dagas que traigo sobre las costillas y las lanzo hacia él con un movimiento ágil. Caen justamente donde quería: una casi rozándole la oreja y la otra a un par de centímetros debajo de su entrepierna.

El miedo se evidencia en sus ojos.

Sonrío sin recato y agito los dedos a manera de saludo.

—Violet —sisea Dain mientras Jack se mueve entre mis dagas para alejarse de la pared.

—Vas a pagar por eso. —Jack me señala y se va, furioso, pero se le nota un temblorcito en el movimiento de sus hombros.

Veo su espalda alejándose y luego recojo mis dagas y las guardo en las vainas de mis costillas antes de volver a pararme junto a Dain.

—¿Qué diablos fue eso? —me pregunta, molesto—. Te dije que mantuvieras bajo perfil con él, y tú… —Niega con la cabeza sin quitarme la vista de encima—. ¿Tú lo haces enojar aún más?

—Mantener un perfil bajo no me estaba llevando a ningún lado —digo encogiéndome de hombros mientras sacan en brazos al oponente de Rhiannon de la colchoneta—. Tiene que darse cuenta de que no soy un lastre. —«Y que será más difícil matarme de lo que cree».

No hay forma de ignorar el cosquilleo en mi cabeza, así que dejo que mi mirada se mueva para encontrarse con la de Xaden.

El corazón me da esos estúpidos brinquitos otra vez, como si Xaden hubiera mandado a sus sombras para apachurrarme el órgano. Levanta su ceja con la cicatriz y podría jurar que hay una sonrisita escondida en su cara cuando se va a ver a los cadetes del Ala Cuatro que están en la otra colchoneta.

—Qué genial —dice Rhiannon mientras se acomoda junto a mí—. Pensé que Jack se iba a cagar en los pantalones.

Disimulo una sonrisa.

—No la celebres —la regaña Dain.

—Sorrengail. —El profesor Emetterio mira su cuaderno y enarca una ceja negra y tupida antes de continuar—. Seifert.

Paso saliva para tragarme el pánico que va subiendo por mi garganta y entro a la colchoneta frente a Oren, que en definitiva ya se ve totalmente verde.

«Justo a tiempo».

Me preparé lo mejor que pude, vendando mis tobillos y rodillas por si ataca hacia las piernas.

—No te lo tomes personal —dice mientras empezamos a acecharnos con ambas manos levantadas—. Pero eres un estorbo para tu ala.

Se lanza hacia mí, pero su patada tiene poca potencia y la esquivo con un giro, dándole un golpe en el riñón antes de volver a mi posición inicial y tomar una daga.

—No soy más estorbosa que tú —comento.

Su pecho se agita un poco y el sudor le perla la frente, pero se lo quita sacudiendo la cabeza y parpadeando furiosamente mientras busca su propia arma.

—Mi hermana es curandera. Escuché que tus huesos se rompen como ramitas.

—¿Por qué no te acercas para descubrirlo? —Finjo una sonrisa y espero que vuelva a atacarme, porque esa es su técnica. He tenido tres sesiones para observarlo en las otras colchonetas. Es un toro, puro poder y nada de agilidad.

Su cuerpo entero se sacude como si fuera a vomitar, lo que lo hace cubrirse la boca con la mano vacía, tomando aire antes de volver a erguirse. Debería ir contra él, pero solo espero. Y luego se lanza hacia mí blandiendo su arma en posición de ataque.

El corazón se me acelera mientras espero los tortuosos instantes que le toma alcanzarme, pero mi corazón logra convencer a mi cuerpo de quedarme firme hasta el último segundo posible. Él baja el cuchillo y lo esquivo hacia la izquierda, le provoco una pequeña cortada en el costado con mi arma durante ese movimiento, luego me doy la vuelta y le suelto una patada por la espalda que lo hace tambalearse.

«Ahora».

Se cae a la colchoneta y de inmediato tomo ventaja al hundirle una rodilla en la espalda como lo hizo Imogen conmigo y además le pongo el filo de la daga en la garganta.

—Ríndete. —¿Quién necesita fuerza cuando tienes velocidad y acero?

—¡No! —grita, pero su cuerpo se retuerce debajo de mí y le sobreviene una arcada que lanza todo lo que ha comido desde el desayuno junto a nosotros sobre la colchoneta.

Qué perro asco.

—Ay, dioses —grita Rhiannon, obviamente asqueada.

—Ríndete —le exijo de nuevo, pero sus arcadas son tan intensas que tengo que alejar mi arma para no partirle la garganta por accidente.

—Se rinde —declara el profesor Emetterio con un gesto de asco.

Guardo mi arma en su funda y me quito de encima, esquivando los charcos de porquería. Luego tomo la daga que Orden tiró unos metros más allá mientras sigue vomitando. El cuchillo es más pesado y más largo que los que yo tengo, pero ahora es mío, y me lo gané. Lo envaino en un espacio vacío sobre mi muslo izquierdo.

—¡Ganaste! —dice Rhiannon, envolviéndome en un abrazo mientras salgo de la colchoneta.

—Está enfermo —comento, encogiéndome de hombros.

—Yo sin problemas prefiero tener suerte que tener habilidades —me responde.

—Tengo que buscar a alguien que limpie esto —dice Dain, que también parece que está por vomitar.

Gané.

 

 

Encontrar el momento perfecto es lo más difícil de mi plan.

La semana después de lo de Oren también gano, cuando una chica fornida del Ala Uno no logra concentrarse lo suficiente para lanzar un golpe digno gracias a unos cuantos hongos leigorrhel y sus propiedades alucinógenas que quién sabe cómo terminaron en su almuerzo. Alcanza a darme una buena patada en la rodilla, pero nada que un par de días vendada no arreglen.

Gano la semana después de eso cuando un tipo alto del Ala Tres se tropieza porque sus enormes pies temporalmente pierden por completo la sensibilidad, cortesía de la raíz de zihna que crece en un saliente cerca del barranco. Pero fallé un poco con el tiempo y alcanza a darme unos buenos golpes en la cara que me dejan el labio roto y un moretón que me llena de color la mejilla durante once días, pero al menos no me rompió la quijada.

Gano de nuevo la otra semana cuando la vista de una cadete rolliza se pone borrosa por culpa de las hojas de tarsila que de algún modo se colaron en su té. Es rápida; me tira a la colchoneta y me suelta unas patadas increíblemente dolorosas en el abdomen, me deja varios golpes coloridos y la clara huella de su bota sobre las costillas. Esta ocasión casi no lo soporté y quise ir a ver a Nolon, pero apreté los dientes y me vendé las costillas, decidida a no darles razones a los demás para que me quisieran sacar como Jack o cualquiera de los marcados.

Me gano mi quinta daga, que tiene un bonito rubí en el mango, en el último reto en agosto, cuando me enfrento a un tipo especialmente sudoroso con los dientes del frente separados y lo dejo tirado en la colchoneta. La corteza del árbol carmín que se metió en su odre lo enfermó y lo volvió torpe. Los efectos son muy parecidos a los de las bayas fonilí, y es una pena que todo el Tercer Pelotón, Sección Garra del Ala Tres esté sufriendo del mismo mal. Debe ser algo viral, al menos eso dicen cuando el tipo al fin se rinde ante mi llave de cabeza tras dislocarme el pulgar y casi romperme la nariz.

Para inicios de septiembre me subo a la colchoneta con pasos animados. Ya vencí a cinco oponentes sin matar a ninguno, algo que la cuarta parte de los de nuestro año no puede decir luego de que casi veinte nombres se han sumado a la lista de muertos en el último mes, y eso solo con los de primero.

Giro mis hombros adoloridos y espero a mi oponente.

Pero Rayma Corrie del Ala Tres no se ve por ningún lado esta semana.

—Perdón, Violet —dice el profesor Emetterio, rascándose la barba corta y negra—. Se supone que te ibas a enfrentar a Rayma, pero la llevaron con los curanderos porque parece que no puede caminar derecho.

Las cáscaras de la fruta walwyn provocan eso cuando se les come crudas… por ejemplo, si se mezclan en el glaseado de tu pan en la mañana.

—Qué… —Mierda—. Qué mal. —«Se las diste demasiado pronto», pienso, apesadumbrada—. ¿Debería…? —comienzo a decir, aunque ya me estoy retirando de la colchoneta.

—Con gusto tomaré su lugar. —Esa voz. Ese tono. Esa sensación helada sobre mi cabeza…

Ay, no. Pero claro que no. No. No. No.

—¿Estás seguro? —pregunta el profesor Emetterio, lanzando una mirada sobre su hombro.

—Completamente.

El estómago se me va al suelo.

Y Xaden se sube a la colchoneta.

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