Alas de sangre

Alas de sangre


Capítulo 9

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NUEVE

No voy a morir hoy.

—ADDENDUM PERSONAL DE VIOLET SORRENGAIL

A EL LIBRO DE BRENNAN

Estoy totalmente jodida.

Xaden avanza, con toda su gran altura, vestido con ropa de combate del color de la medianoche y una camisa entallada, de manga corta, que destaca como una advertencia mayor las brillantes y oscuras reliquias de la rebelión sobre su piel; sé que es ridículo pero real.

Mi corazón se pone a latir a toda velocidad, como si mi cuerpo supiera la verdad que mi mente no ha podido aceptar. Están a punto de dejarme molida… o algo peor.

—Están por ver todo un espectáculo —dice el profesor Emetterio, dando un aplauso—. Xaden es uno de los mejores luchadores que tenemos. Miren y aprendan.

—Claro que sí —mascullo, y el estómago se me revuelve como si me la hubiera pasado botaneando cáscaras de fruta walwyn.

Una orilla de la boca de Xaden se eleva en una sonrisita de superioridad y los destellos dorados en sus ojos parecen bailar. El maldito sádico lo está disfrutando.

Traigo las rodillas, tobillos y muñecas vendadas, y la tela blanca que protege mi pulgar lastimado contrasta con el resto de mi ropa negra.

—No es un combate muy justo para ella, ¿verdad? —argumenta Dain desde el otro lado de la colchoneta, y cada una de sus palabras irradia tensión.

—Relájate, Aetos. —Xaden lanza una mirada sobre mi hombro y sus ojos se endurecen al llegar al punto en el que sé que está Dain, donde siempre se pone cuando yo estoy en la colchoneta. El gesto que le hace Xaden me hace darme cuenta de que no me ha ido tan mal en cuanto a las expresiones que puede lanzarle a alguien—. Va a seguir entera cuando termine de educarla.

—No me parece que sea justo… —Dain sube el tono de su voz.

—Nadie preguntó tu opinión, líder de pelotón —le suelta Xaden mientras se mueve hacia un lado, quitándose todas las armas que trae en la ropa, y son muchas, para luego entregárselas a Imogen.

El amargo e ilógico sabor de los celos me llena la boca, pero no hay tiempo para examinar esa cosa tan extraña, porque solo quedan unos segundos antes de que esté de nuevo frente a mí.

—¿No crees que las vas a necesitar? —pregunto, tocando mis propias armas. Su pecho es enorme, con hombros anchos y los brazos tremendamente musculosos a los costados. Un blanco tan grande debe ser fácil de atacar.

—No. Tú traes suficientes para los dos. —Una sonrisa perversa le curva los labios mientras estira una mano y dobla los dedos con un movimiento provocador—. Vamos.

Mi corazón bate más rápido que las alas de un colibrí mientras tomo la postura de pelea y espero el ataque. Esta colchoneta solo se extiende seis metros a cada lado, y sin embargo mi mundo entero se limita a sus confines y el peligro que habita aquí.

Xaden no está en mi pelotón. Puede matarme sin recibir un castigo.

Lanzo una daga directo a su pecho ridículamente bien esculpido.

Y el maldito la agarra y chasca la lengua.

—Ese movimiento ya lo conocía.

Es rapidísimo, carajo.

Así que yo tengo que ser más rápida. Es la única ventaja que tengo, y es en lo que pienso mientras me lanzo en una combinación de puñalada y patada que Rhiannon lleva enseñándome hasta la perfección desde hace seis semanas. Él esquiva elegantemente mi cuchillo y luego me agarra por la pierna. La tierra gira y caigo de espaldas; el golpe inesperado me deja sin aire.

Pero Xaden no se lanza a matar. Simplemente tira la daga que me acaba de quitar, la saca de la colchoneta con una patada y, un segundo después, cuando el aire regresa trabajosamente a mis pulmones, me levanto de un salto con el otro cuchillo en mano y lo asesto hacia su muslo.

Él bloquea mi ataque con el brazo, me toma por la muñeca con la otra mano y me quita la daga, inclinándose hasta que su cara queda a unos centímetros de la mía.

—¿Conque tenemos ganas de sangre, Violencia? —susurra. El arma cae sobre la colchoneta y él la aleja de una patada junto a mi cabeza para dejarla fuera de mi alcance.

No me está quitando las dagas para usarlas contra mí; me está desarmando solo para demostrar que puede hacerlo. Esto me hace hervir la sangre.

—Me llamo Violet.

—Creo que mi versión te queda mejor. —Me suelta de la muñeca y se levanta, ofreciéndome una mano—. Aún no terminamos.

Estoy jadeando, pues aún no me recupero del golpe contra el suelo, y acepto su ofrecimiento. Xaden me levanta de un tirón y luego me tuerce el brazo hacia la espalda y me pega a su pecho, inmovilizando mi mano con la suya antes de que pueda siquiera recuperar el equilibrio.

—¡Carajo! —exclamo.

Siento un tirón en mi muslo y otra de mis dagas aparece contra mi garganta mientras su pecho descansa en mi nuca. Tiene mis costillas aseguradas con su brazo, y bien podría ser una estatua, teniendo en cuenta la dureza de su cuerpo. No tiene caso intentar darle un golpe con la cabeza, pues es tan alto que no haría más que enojarlo.

—No confíes en nadie que esté frente a ti en esta colchoneta —me advierte en un susurro, y siento su aliento tibio sobre mi oreja. Aunque estamos rodeados de gente, entiendo que tiene razones para hablar en voz baja. Esta lección es solo para mí.

—¿Ni siquiera en alguien que me debe un favor? —replico, y mi voz imita su tono de secreto. Mis hombros ya casi no aguantan el ángulo antinatural, pero no me muevo. No le voy a dar esa satisfacción.

Él tira la tercera daga que me ha quitado y la patea hacia donde está Dain, que ya tiene las otras dos en la mano y mira a Xaden con ojos asesinos.

—Soy yo quien decide cuándo te concederé ese favor. No tú. —Xaden me suelta la mano y da un paso atrás.

Me giro y lanzo un golpe hacia su garganta, pero él simplemente me desvía la mano.

—Bien —dice con una sonrisa mientras esquiva mi siguiente golpe sin el más mínimo esfuerzo—. Atacar la garganta es tu mejor opción, si está expuesta.

La furia me hace patear de nuevo con el mismo patrón, pues la memoria muscular ya se apoderó de mí, y él atrapa mi pierna, me saca la daga que traigo ahí y la echa a la colchoneta antes de soltarme, mirándome con un gesto decepcionado.

—Espero que aprendas de tus errores —me dice, pateando el arma.

Solo me quedan cinco, y todas están envainadas a la altura de mis costillas.

Tomo una, levanto las manos en posición de defensa y comienzo a acecharlo, pero, para mi máximo enojo, él ni siquiera se molesta en moverse en círculos para quedar de frente a mí. Solo se mantiene en su lugar en el centro de la colchoneta, con las botas firmes en su sitio y los brazos relajados mientras lo voy rodeando.

—¿Vas a bailar o me vas a atacar?

Desgraciado.

Le lanzo un golpe, pero él se agacha y mi cuchillo pasa a unos quince centímetros de su hombro. El estómago se me va a los pies cuando me toma por el brazo, me jala y me hace dar una voltereta junto a su cuerpo. Quedo suspendida en el aire por un instante antes de azotar contra la colchoneta sobre mis costillas, que absorben todo el impacto.

Xaden me somete doblándome el brazo y un dolor insoportable me recorre mientras grito y suelto la daga, pero él aún no termina. No, su rodilla está en mis costillas y, aunque tiene mi brazo cautivo con una mano, la otra me saca una daga de su vaina y la lanza a los pies de Dain antes de agarrar otra y llevarla al área vulnerable donde mi mentón se une con el cuello.

Luego se acerca más a mí.

—Debo reconocer que acabar con tus enemigos antes del combate es un movimiento muy inteligente —susurra, y su aliento cálido me acaricia la oreja.

«Ay, dioses». Sabe lo que he estado haciendo. El dolor en mi brazo no es nada comparado con las náuseas que siento al pensar que Xaden podría hacer algo con esa información.

—El problema es que si no te estás poniendo a prueba aquí… —Me raspa el cuello con la daga, pero no siento el correr de la sangre, por lo que sé que no me cortó—. No vas a mejorar.

—Me queda claro que preferirías que me muriera —respondo, con el rostro aplastado contra la colchoneta. Esto no es solamente doloroso, además es humillante.

—¿Y quedarme sin el placer de tu compañía? —pregunta en tono de burla.

—Te odio, carajo. —Las palabras salen de mis labios antes de que pueda cerrar la boca.

—Eso no te hace especial.

La presión se libera de mi pecho y brazo mientras él se levanta, pateando ambas dagas hacia Dain.

Dos más. Ya solo me quedan otras dos, y ahora mi indignación y rabia son mucho más grandes que mi miedo.

Ignorando la mano extendida de Xaden, me pongo de pie y sus labios se curvan en una sonrisa de aprobación.

—Sí aprendes.

—Y aprendo rápido —agrego.

—Eso está por verse. —Retrocede un par de pasos, abriendo un poco de espacio entre nosotros antes de hacerme de nuevo ese gesto, llamándome con los dedos.

—Ya probaste tu maldito punto —exclamo tan alto que escucho que Imogen ahoga un grito.

—Créeme, apenas empecé. —Se cruza de brazos y todo en su postura dice que está esperando que yo me mueva.

No pienso, solo actúo. Me agacho y le suelto una patada justo debajo de las rodillas.

Xaden se cae como un árbol, haciendo un sonido más que satisfactorio, y me lanzo sobre él intentando hacerle una llave en la cabeza. No importa qué tan grande sea una persona, igual necesita aire. Al atrapar su garganta en el pliegue de mi brazo, comienzo a apretar.

En vez de irse contra mis brazos, él se gira y toma la parte de atrás de mis muslos, lo que me hace perder el equilibrio y nuestros cuerpos se ponen a rodar. Él termina arriba.

Obviamente.

Su brazo está sobre mi garganta, sin cortarme el suministro de aire, aunque por supuesto que podría hacerlo, y su cadera aplasta la mía, dejando a mis piernas inutilizadas a los lados de las suyas mientras se apoya con fuerza entre mis muslos. Es imposible moverlo.

Todo desaparece a mi alrededor, pues mi mundo se limita al brillo arrogante en sus ojos. Él es lo único que puedo ver, lo único que puedo sentir.

Y no puedo permitir que me gane.

Libero una de mis últimas dagas y la asesto hacia su hombro.

Él me toma por la muñeca y la sostiene sobre mi cabeza.

«Mierda. Mierda. ¡Mierda!».

El calor me sube por el cuello y las llamas me lamen las mejillas mientras él baja la cara hasta que sus labios quedan a centímetros de los míos. Puedo ver hasta el último destello dorado en sus ojos color ónix, cada detalle de su cicatriz.

Maldito. Y hermoso. Desgraciado.

Me quedo sin aliento y mi cuerpo se enciende, el muy traidor. «No te atraen los hombres tóxicos», me recuerdo, pero aquí estoy, totalmente atraída. Y así ha sido desde el primer instante en que lo vi, la verdad.

Xaden lleva sus dedos a mi puño, me obliga a abrirlo y luego lanza el arma sobre la colchoneta antes de soltarme la muñeca.

—Toma tu daga —me ordena.

—¿Qué? —Estoy en shock. Ya me tiene indefensa y lista para matarme.

—Toma. Tu. Daga —repite, tomando mi mano con la suya para sacar la última arma que me queda. Sus dedos se posan sobre los míos, rodeando el mango.

El fuego me recorre la piel al sentir sus dedos entrelazándose con los míos.

«Tóxico. Peligroso. Te quiere matar». No, no importa. Mi pulso sigue tan acelerado como el de un adolescente.

—Eres diminuta. —Lo dice como si fuera un insulto.

—Lo sé bien. —Entrecierro los ojos.

—Entonces deja de intentar movimientos grandes que solo te exponen. —Arrastra la punta de la daga por su costado—. Una puñalada a las costillas habría salido bastante bien. —Luego guía nuestras manos hacia su espalda, poniéndose en una posición vulnerable—. Los riñones también son buenos desde este ángulo.

Trago saliva, negándome a pensar en qué otras cosas son buenas desde este ángulo.

Lleva nuestras manos a su cintura sin quitar sus ojos de los míos.

—Lo más probable es que, si tu oponente trae armadura, aquí sea débil. Esos son tres lugares fáciles a los que pudiste haber atacado antes de que tu oponente tuviera tiempo de detenerte.

También son heridas fatales, y es algo que he evitado a toda costa.

—¿Me escuchas?

Asiento.

—Bien. Porque no podrás envenenar a todos los enemigos —susurra, y esto me hace palidecer—. No vas a tener tiempo de ofrecerle té a un jinete de grifo braeviano cuando venga contra ti.

—¿Cómo supiste? —pregunto al fin. Mis músculos se tensan, incluyendo los muslos, que curiosamente siguen abrazando sus caderas.

La mirada de Xaden se oscurece.

—Mira, Violencia, eres buena, pero he conocido mejores maestros del veneno. El truco es que no sea tan obvio.

Separo los labios, pero me guardo el comentario de que sí me cuidé de no ser obvia.

—Creo que ya la educaste suficiente por hoy —grita Dain, recordándome que no estamos para nada solos. No, estamos dando un gran espectáculo, carajo.

—¿Siempre es así de sobreprotector? —gruñe Xaden, separándose unos centímetros de la colchoneta.

—Se preocupa por mí. —Lo miro con odio.

—Está deteniendo tu crecimiento. No te preocupes. Tu secretito del veneno está a salvo conmigo. —Xaden enarca una ceja como para recordarme que yo también tengo secretos suyos, y luego lleva nuestras manos a mis costillas y desliza la daga con mango de rubí dentro de su vaina.

El movimiento es insoportablemente… sexy.

—¿No me vas a desarmar? —lo reto mientras me suelta y se levanta un poco más, quitando su peso de mi cuerpo. Mi caja torácica se expande cuando al fin puedo tomar una bocanada completa de aire.

—No. Nunca me han gustado las mujeres indefensas. Ya terminamos por hoy. —Luego se levanta y se va sin decir más, recogiendo sus armas que se quedó Imogen mientras yo me doy la vuelta y me apoyo en las rodillas. Me duele todo el cuerpo, pero logro levantarme.

En los ojos de Dain no veo más que alivio cuando llego junto a él para tomar las dagas que Xaden me quitó.

—¿Estás bien?

Asiento, pero los dedos me tiemblan mientras me guardo las armas. Ha tenido todas las oportunidades, y todas las razones, para matarme, y ya van dos veces que me deja ir. ¿Qué clase de juego es este?

—Aetos —grita Xaden desde el otro lado de la colchoneta.

Dain levanta la cabeza y tensa la quijada.

—Le vendría bien un poco menos de protección y un poco más de guía. —Xaden mira a Dain hasta que este asiente.

El profesor Emetterio llama a los que siguen para competir.

 

 

—Es solo que me sorprende que te haya dejado viva —dice Dain por la noche en su habitación mientras su pulgar se clava en el músculo entre mi cuello y hombro.

Es un dolor tan delicioso que hace que valga la pena el dolor de colarme a su cuarto.

—No creo que se ganaría mucho respeto rompiéndome el cuello en la colchoneta. —Su manta se siente suave contra mi estómago y pecho, pues estoy desnuda sobre su cama de la cintura para arriba, salvo por la venda de presión que me rodea los senos y las costillas—. Además, él no hace las cosas así.

Las manos de Dain se detienen sobre mi piel.

—¿Tú sabes cómo hace las cosas?

La culpa de guardar el secreto de Xaden me abre un hueco en el estómago.

—Me dijo que no veía razón para matarme él mismo si el parapeto podía encargarse de eso —le respondo, y es verdad—. Además, honestamente ya ha tenido varias oportunidades para acabar conmigo si quisiera.

—Mmm —murmura Dain con su clásico tono pensativo mientras sigue trabajando sobre mis músculos tensos y adoloridos, inclinado sobre un lado de su cama. Rhiannon me puso a entrenar por dos horas más después de la cena, y para el final, apenas podía moverme.

Supongo que no fui a la única que Xaden asustó esta tarde.

—¿Crees que podría estar tramando algo contra Navarre y aun así haberse vinculado con Sgaeyl? —pregunto, con la mejilla contra su manta.

—Al principio sí lo creía. —Sus manos bajan por mi columna vertebral, deshaciendo los nudos que hicieron que fuera casi imposible levantar los brazos durante la última hora de entrenamiento de hoy—. Pero luego me vinculé con Cath y me di cuenta de que los dragones harían cualquier cosa para proteger el Valle y sus áreas sagradas de incubación. Es imposible que un dragón hubiera elegido a Riorson o a cualquier separatista si sus intenciones de proteger a Navarre no fueran reales.

—Pero ¿un dragón puede saber si estás mintiendo? —Giro la cabeza para verlo a la cara.

—Sí. —Sonríe—. Cath lo sabría porque está en mi cabeza. Es imposible esconderle algo así a tu dragón.

—¿Siempre está en tu cabeza? —Sé que va contra las reglas preguntar… No se puede hablar de casi nada sobre los vínculos por lo misteriosos que son los dragones, pero es Dain.

—Sí —me responde, y su sonrisa se suaviza un poco—. Puedo bloquearlo si es necesario, y te enseñarán cómo hacerlo después de la Trilla… —Su expresión cambia a una de pesar.

—¿Qué pasa? —Me incorporo, cubriéndome el pecho con una de sus almohadas, y me recargo en la cabecera.

—Hablé con el coronel Markham esta mañana. —Va a la silla de su escritorio, se sienta y descansa la cabeza entre sus manos.

—¿Pasó algo? —El miedo me recorre la espalda—. ¿En el ala de Mira?

—¡No! —Dain levanta la cabeza de inmediato y hay tanta tristeza en su mirada que bajo los pies de la cama—. No es nada de eso. Le dije… que creo que Riorson quiere matarte.

Vuelvo a acomodar todo mi cuerpo sobre la cama.

—Ah. Bueno, eso no es novedad, ¿o sí? Cualquiera que haya leído algo de historia de la rebelión puede sacar la misma conclusión, Dain.

—Pues sí, pero también le dije de Barlowe y de Seifert. —Se pasa una mano por el cabello—. No creas que no vi cómo Seifert te aventó contra la pared antes de la formación de esta mañana. —Enarca una ceja, mirándome.

—Solo está enojado porque le quité la daga en el primer reto. —Aprieto la almohada contra mi pecho.

—Y Rhiannon me dijo que encontraste flores aplastadas en tu cama la semana pasada. —Me mira con severidad, pero yo solo me encojo de hombros.

—Solo eran flores marchitas.

—Eran violetas mutiladas. —Su boca se tensa y voy hacia él para poner mis manos sobre su cabeza.

—No es como que trajeran una amenaza de muerte escrita ni nada parecido —comento en tono de broma mientras acaricio su suave cabello café.

Él levanta la mirada hacia mí, y las luces mágicas hacen que sus ojos se vean un poco más brillantes sobre su barba bien acicalada.

—Son una amenaza.

Me encojo de hombros una vez más.

—Todos los cadetes reciben amenazas.

—Pero no todos los cadetes tienen que vendarse las rodillas diario —responde.

—Los que están heridos sí. —Frunzo el ceño, pues el enojo ya comenzó a anidarse en mi pecho—. ¿Por qué se lo contaste a Markham? Es escriba, y no haría nada aunque pudiera.

—Dijo que aún está dispuesto a aceptarte —suelta Dain, tomándome por la cadera para que no me vaya cuando intento dar un paso atrás—. Le pregunté si te admitiría en el Cuadrante de Escribas por tu propio bien, y dijo que sí. Te pondrán con los de primer año. No tendrás que esperar hasta el próximo Día de Reclutamiento.

—¿Que hiciste qué? —Me muevo para escapar de sus manos y alejarme de mi mejor amigo.

—Encontré una manera de alejarte del peligro y la aproveché. —Se levanta.

—Hiciste algo a mis espaldas porque crees que no lo voy a lograr. —El significado de esas palabras me rodea el pecho y se va cerrando hasta cortar el aire en vez de mantenerme en una pieza, y me hace sentir débil y sin aliento. Dain me conoce mejor que nadie, y si él aún piensa que no puedo con esto cuando ya he llegado hasta aquí…

Los ojos se me llenan de lágrimas, pero me niego a dejarlas caer, así que solo bajo la cabeza, tomo mi chaleco de escamas de dragón, me lo pongo y aprieto los lazos hasta anudarlos en mi espalda baja.

Dain suspira.

—Nunca dije que crea que no lo vayas a lograr, Violet.

—¡Lo dices todos los días! —grito—. Lo dices cuando me acompañas de la formación a las clases, aunque sabes que vas a llegar tarde al entrenamiento de vuelo. Lo dices cuando le gritas a tu líder de ala cuando me lleva a la colchoneta...

—No tenía derecho de…

—¡Es mi líder de ala! —Me meto la túnica por la cabeza—. Tiene derecho a hacer lo que se le dé la gana… incluso ejecutarme.

—¡Y por eso tienes que largarte de aquí! —Dan entrelaza los dedos en su nuca y comienza a caminar de un lado a otro—. He estado observando, Vi. Solo está jugando contigo, como un gato que juega con el ratón antes de matarlo.

—Me ha ido bien hasta ahora. —Siento el peso de mi morral lleno de libros al echármelo al hombro—. He ganado todos los retos…

—Menos el de hoy, cuando trapeó el piso contigo una y otra vez. —Me toma por los hombros—. ¿O no viste la parte en la que te quitó arma por arma para que supieras exactamente lo fácil que es derrotarte?

Levanto el mentón y lo miro con odio.

—¡Estuve ahí, y ya he sobrevivido casi dos meses en este lugar, que es más de lo que puedo decir de una cuarta parte de los de mi año!

—¿Sabes lo que pasa en la Trilla? —me pregunta, bajando el tono.

—¿Me estás diciendo ignorante? —La rabia hierve en mis venas.

—No solo se trata de los vínculos —continúa diciendo—. Echan a todos los de primero a los campos de entrenamiento, esos donde nunca han estado, y luego los de segundo y tercero deben verlos mientras deciden a cuáles dragones acercarse y de cuáles huir.

—Sé cómo funciona. —Aprieto los dientes.

—Bueno, pues mientras los jinetes están viendo, los de primero sacan sus rencores y eliminan cualquier… lastre del ala.

—No soy un maldito lastre. —El pecho se me apachurra de nuevo, pero en el fondo, en un nivel físico, sé que sí lo soy.

—Para mí no lo eres —susurra, llevando una mano a mi mejilla—. Pero ellos no te conocen como yo, Vi. Y mientras los de primero como Barlowe y Seifert se van contra ti, tendremos que verlo. Yo voy a tener que verlo, Violet. —La voz se le quiebra y eso me arranca la rabia de golpe—. No tenemos permitido ayudarles. Salvarlos.

—Dain…

—Y cuando recogen sus cuerpos para la lista, nadie va a documentar cómo murió cada cadete. Tienes las mismas probabilidades de morir por el arma de Barlowe que por la garra de un dragón.

Tomo aire para controlar el miedo que estalla dentro de mí.

—Markham dice que te puede tener todo el primer año sin decirle a tu madre. Para cuando se entere, ya estarás iniciada como escriba y no habrá nada que ella pueda hacer. —Levanta la otra mano para sostener mi cara entre ambas palmas y la acerca a la suya—. Por favor. Si no lo haces por ti, hazlo por mí.

El corazón se me detiene por un instante y vacilo, pues sus palabras me jalan exactamente hacia lo que él está sugiriendo. «Pero ya llegaste hasta acá», dice una parte de mí.

—No te puedo perder, Violet —susurra, apoyando su frente contra la mía—. Simplemente… no puedo.

Cierro los ojos con todas mis fuerzas. Es mi oportunidad de salir de aquí, y sin embargo no quiero aprovecharla.

—Solo te pido que me prometas que lo vas a pensar —me ruega—. Aún nos quedan cuatro semanas antes de la Trilla. Solo… piénsalo. —La esperanza en su voz y la ternura con la que me sostiene derriba todas mis defensas.

—Lo voy a pensar.

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