Alas de sangre

Alas de sangre


Capítulo 10

Página 14 de 47

 

DIEZ

No subestimes el reto del Guantelete, Mira. Está diseñado para poner a

prueba tu equilibrio, fuerza y habilidad. El tiempo importa un carajo, solo

tienes que llegar a la cima. Agarra las cuerdas cuando haga falta. Llegar al

último es mejor que llegar muerta.

—PÁGINA 46, EL LIBRO DE BRENNAN

Elevo la vista y luego la elevo más y más; el miedo se va enroscando en mi estómago como una serpiente lista para atacar.

—Esto es… —Rhiannon traga saliva, con la cara tan levantada como la mía mientras vemos la amenazante pista de obstáculos que está tallada en el costado de una cresta tan empinada que bien podría ser un risco. El camino, que es más bien una zigzagueante trampa mortal, se eleva frente a nosotras, separándose en cinco distintas curvas de ciento ochenta grados, cada una más difícil que la anterior, para llegar a la parte alta del acantilado que separa la ciudadela del campo de vuelo y el Valle.

—Increíble —dice Aurelie con un suspiro.

Rhiannon y yo nos damos la vuelta y la miramos como si se hubiera golpeado la cabeza.

—¿Te parece que ese horror se ve increíble? —le pregunta Rhiannon.

—¡Llevo años esperando por esto! —Aurelie sonríe, y sus negros ojos que casi siempre están serios brillan bajo el sol de la mañana mientras se frota las manos, cambiando su peso de una musculosa pierna a otra en unos saltitos de alegría—. Mi papá, que era jinete hasta el año pasado que se retiró, solía hacer pistas de obstáculos como esta para que practicáramos, y Chase, mi hermano, dijo que es lo mejor de estar aquí antes de la Trilla. Es todo un subidón de adrenalina.

—Está con el Ala Sur, ¿verdad? —le pregunto, enfocándome en la pista de obstáculos que sube por la ladera de un jodido acantilado. Se ve más como una trampa mortal que como un subidón de adrenalina, pero claro, digamos que es eso. Hay que pensar positivo, ¿no?

—Sí. Básicamente hace trabajo de oficina comparado con toda la acción que ven cerca de la frontera con Krovla. —Se encoje de hombros y señala como a dos tercios de la pista—. Me dijo que tenga cuidado con esos postes gigantes que salen del costado de la pendiente. Giran, y te pueden aplastar si no eres lo suficientemente rápida.

—Ah, bueno. Me estaba preguntando cuál sería la parte difícil —masculla Rhiannon.

—Gracias, Aurelie. —Ubico la serie de troncos de casi un metro de ancho casi juntos que salen del terreno rocoso como si fueran escalones redondeados que se elevan desde el suelo hasta lo alto de una de las puntas y asiento. Hay que hacerlo rápido. Entendido. «Hubieras incluido ese dato, Brennan».

La pista de obstáculos es la materialización de mi peor pesadilla. Por primera vez desde que Dain me rogó que me fuera la semana pasada, considero la oferta de Markham. No hay senderos mortales en el Cuadrante de Escribas, eso es seguro.

«Pero ya llegaste hasta aquí». Aaah, ahí está, la vocecita que no me deja en paz últimamente y que se atreve a darme esperanzas de que quizá sí podría sobrevivir a la Presentación.

—Aún no tengo claro por qué le dicen el Guantelete —dice Ridoc a mi derecha, echándose vaho entre las manos para combatir el frío matutino. El sol no ha tocado este rincón, pero ya brilla sobre la última parte de la pista.

—Porque arranca a los debiluchos del camino para asegurarse de que los dragones sigan yendo a la Trilla —se burla Tynan al otro lado de Ridoc, cruzándose de brazos mientras me lanza una mirada.

Tras responderle con un gesto de odio, lo dejo ir. Ha estado de malas desde que Rhiannon lo molió en la colchoneta durante la evaluación física.

—Cállate, estúpido —suelta Ridoc, ganándose la atención de todo el pelotón.

Esto me sorprende, porque nunca antes había visto a Ridoc enojado ni usando nada que no fuera humor para aliviar la tensión del momento.

—¿Cuál es tu problema? —Tynan se quita un mechón de cabello grueso y oscuro de los ojos y se da la vuelta como si fuera a lanzarle unas miradas intimidantes a Ridoc, pero no sirven de nada, porque Ridoc es el doble de ancho y al menos quince centímetros más alto que él.

—¿Mi problema? ¿Crees que porque te hiciste amigo de Barlowe y Seifert tienes derecho a ser un cretino con una compañera de tu propio pelotón? —lo reta Ridoc.

—Exactamente. Es mi compañera de pelotón. —Tynan señala hacia los obstáculos—. Nuestros tiempos no solo se miden individualmente, Ridoc. También nos evalúan como pelotón, y así es como se decide el orden para la Presentación. ¿En serio crees que algún dragón quiere vincularse con un cadete que desfila después de todos los demás pelotones?

Bueno, tiene un punto. Es un punto de mierda, pero es un punto.

—No nos van a tomar el tiempo para la Presentación hoy, imbécil. —Ridoc da un paso al frente.

—Basta. —Sawyer se pone entre los dos, dándole un empujón en el pecho a Tynan lo suficientemente fuerte como para hacerlo tambalearse hacia la chica que está detrás—. Se los dice alguien que sobrevivió a la Presentación el año pasado: su tiempo no significa nada. El último cadete que desfiló el año pasado consiguió un vínculo sin problemas, y algunos de los cadetes del primer pelotón que entraron al campo se quedaron sin nada.

—Y estás un poquito amargado por eso, ¿no? —Tynan le muestra una sonrisa burlona.

Sawyer lo ignora.

—Además, no se llama Guantelete porque arranque a algunos cadetes.

—Se llama Guantelete porque este es el risco que protege al Valle —dice el profesor Emetterio que aparece detrás de nuestro pelotón, con su cabeza rasurada brillando bajo el creciente sol—. Además, los guanteletes de verdad, que son guantes de armadura, hechos de metal, son terriblemente resbalosos, y el nombre se le quedó desde hace como veinte años. —Mira a Tynan y a Sawyer con una ceja enarcada—. ¿Ya terminaron de discutir? Porque los nueve que están aquí tiene exactamente una hora para llegar a la cima antes de que le toque practicar a otro pelotón, y por lo que vi de su agilidad en la colchoneta, van a necesitar hasta el último segundo.

Nuestro pequeño grupo asiente entre gruñidos.

—Como saben, los combates mano a mano están en pausa durante las próximas dos semanas y media antes de la Presentación para que puedan concentrarse en esto. —El profesor Emetterio le da la vuelta a una hoja en la libretita que trae—. Sawyer, tú les vas a enseñar cómo se hace, porque ya te sabes el camino. Luego Pryor, Trina, Tynan, Rhiannon, Ridoc, Violet, Aurelie y Luca. —Una sonrisa le curva las líneas severas de sus labios cuando termina de decir cada uno de los nombres de nuestro pelotón y nos ponemos en fila con ese orden—. Son el único pelotón que sigue intacto desde el parapeto. Es algo increíble. Su líder de pelotón debe estar muy orgulloso. Espérenme aquí por un segundo. —Pasa junto a nosotros para ir a hacerle una seña con la mano a alguien que está en lo alto del risco.

De seguro ese alguien tiene un reloj.

—Aetos está especialmente orgulloso de Sorrengail. —Tynan me regala una sonrisa burlona cuando nuestro instructor ya no nos alcanza a escuchar.

Veo rojo.

—Mira, una cosa es que quieras decir idioteces sobre mí, pero no metas a Dain.

—Tynan —le advierte Sawyer, negando con la cabeza.

—¿Qué a ustedes no les molesta que nuestro líder de pelotón se esté tirando a una de nosotros? —Tynan echa las manos al aire en gesto derrotado.

—Yo no… —comienzo a decir, porque la indignación está tomando el control, pero logro tomar aire y calmarme—. Honestamente, no es de tu maldita incumbencia con quién me acuesto, Tynan. —Aunque si me van a acusar, ¿no podría tener algo que disfrutar? Con lo que conozco a Dain, sé que está obsesionado con eso de que la fraternización-no-se-recomienda-entre-la-cadena-de-mando como este imbécil. Pero seguramente Dain sí haría algo conmigo si en realidad lo quisiera, ¿no?

—¡Sí es, si eso significa que te dan trato preferencial! —agrega Luca.

—Ay, por favor —masculla Rhiannon, frotándose el puente de la nariz—. Luca, Tynan, cállense. Esos dos no tienen relaciones. Han sido amigos desde niños, ¿o no saben lo suficiente sobre nuestros propios líderes como para saber que el papá de Dain es consejero de la mamá de Violet?

Los ojos de Tynan se abren de par en par, como si realmente estuviera sorprendido.

—¿En serio?

—En serio. —Niego con la cabeza y observo la pista.

—Mierda. Lo siento. Barlowe dijo…

—Y ese fue tu primer error —lo interrumpe Ridoc—. Escuchar a ese idiota sádico va a terminar matándote. Y tienes suerte de que Aetos no esté aquí.

Es cierto. Dain no toleraría las suposiciones de Tynan y probablemente lo pondría a hacer la limpieza por un mes. Menos mal que está en el campo de vuelo a esta hora.

«Xaden simplemente lo azotaría».

Sorprendida, saco esa comparación y cualquier otro pensamiento de Xaden Riorson de mi cabeza y lo aviento lo más lejos que puedo.

—¡Allá vamos! —El profesor Emetterio se pone a la cabeza de nuestra fila—. Al llegar a la cima, si es que llegan, les dirán su tiempo, pero recuerden, aún les quedan nueve sesiones de práctica antes de que los clasifiquemos para la Presentación dentro de dos semanas y media, y en la que se determinará si los dragones los consideran merecedores de la Trilla.

—¿No tendría más sentido dejar que los de primero comencemos a practicar para esta cosa justo después del parapeto? —le pregunta Rhiannon—. Ya sabe, ¿para darnos un poco más de tiempo para no morir?

—No —responde el profesor—. El tiempo es parte del reto. ¿Algún consejo, Sawyer?

Sawyer exhala lentamente y su mirada recorre la pista llena de peligros.

—Cada dos metros hay cuerdas que van desde lo alto del empinado risco hasta el fondo —dice—. Así que, si empieza a caerse, estírense y tomen una cuerda. Les costará unos treinta segundos, pero la muerte cuesta más.

«Maravilloso».

—Bueno, pero hay unos escalones buenísimos allá. —Ridoc señala hacia la escalera tallada en la piedra junto a las anchas curvas del Guantelete.

—Las escaleras son para llegar al campo de vuelo que está en la cresta después de la Presentación —dice el profesor Emetterio, y luego levanta la mano hacia la pista y gira la muñeca, señalando distintos obstáculos.

El tronco de cuatro metros y medio al inicio de la subida comienza a girar. Los pilares que están en el segundo y tercer nivel vibran. La enorme rueda en la primera curva comienza a rotar en contrasentido del reloj. ¿Y los postecitos que Aurelie mencionó? Todos se mueven en direcciones opuestas.

—Cada una de las cinco elevaciones de esta pista están diseñadas para imitar los retos que enfrentarán en la batalla. —El profesor Emetterio se gira para mirarnos con el mismo rostro serio que tiene cuando imparte nuestro entrenamiento de combate normal—. Desde el equilibrio que deben tener sobre su dragón hasta la fuerza que necesitarán para aferrarse a su asiento, pasando por… —Señala hacia arriba, al último obstáculo, que parece una rampa de noventa grados de este ángulo—. La resistencia que requerirán para luchar en tierra y luego poder montarse en su dragón en un instante.

Los postes tiran un pedazo de piedra y, en su camino por la pista, la roca aplasta todos los obstáculos en su camino hasta caer a seis metros de nosotros. Si estuviera buscando una metáfora de mi vida pues… ahí está.

—Guau —susurra Trina, que está mirando la roca pulverizada con sus ojos cafés muy abiertos. Yo soy la más pequeña del pelotón, pero Trina es la más callada, la más reservada. Puedo contar con ambas manos el número de veces que me ha hablado desde lo del parapeto. Si no tuviera amigos en el Ala Uno, me preocuparía por ella, pero no necesita abrirse para sobrevivir al cuadrante.

—¿Estás bien? —le pregunto en un susurro.

Ella traga saliva y asiente, haciendo que uno de sus rizos color caoba rebote contra su frente.

—¿Y si no logramos llegar hasta arriba? —pregunta Luca a mi derecha, recogiéndose su largo cabello en una trenza algo suelta. Hoy su arrogancia no es tan obvia—. ¿Cuál es la ruta alterna?

—No hay ruta alterna. Si no lo logran, no pueden ir a la Presentación. Ve a tu lugar, Sawyer —ordena el profesor Emetterio, y Sawyer va al inicio de la pista—. Cuando cruce el obstáculo final, para que todos puedan aprender de este cadete cómo se llega hasta allá, el resto de ustedes empezará a salir cada sesenta segundos. Y… ¡fuera!

Sawyer sale como rayo. Cruza corriendo sin problema los cuatro metros y medio del tronco que da vueltas en paralelo a la ladera del risco y luego por los pilares elevados, pero le toma tres giros dentro de la rueda antes de saltar por la única abertura. Fuera de eso, no veo ni un solo fallo en la primera subida. Ni. Uno.

Da la vuelta y corre hacia una serie de bolas colgantes enormes que están en la segunda subida, saltando y abrazándose de una tras otra. Cuando sus pies vuelven a estar en la tierra, da la vuelta de nuevo y toma la tercera subida, que está dividida en dos secciones. La primera parte tiene unas varas metálicas gigantes que cuelgan en paralelo a la pared del risco, y él sin problemas los cruza colgándose con un brazo y luego el otro, usando su propio peso e impulso para mecer la vara hacia adelante y alcanzar la siguiente, que está unos quince centímetros más alto que la anterior, y así va subiendo por la ladera. Desde la última barra, salta a la serie de pilares movedizos que conforman la segunda parte de esa subida antes de saltar al fin al camino de grava.

Para cuando llega a la cuarta subida, a los troncos giratorios de los que nos advirtió el hermano de Aurelie, Sawyer ha hecho que todo esto parezca un juego de niños, y empiezo a sentir una chispa de esperanza en que quizá esta pista no sea tan difícil como se ve desde abajo.

Pero entonces se enfrenta a la enorme formación con forma de chimenea que se cierne frente a él en un ángulo de veinte grados y se detiene.

—¡Tú puedes! —le grita Rhiannon junto a mí.

Como si la hubiera escuchado, Sawyer se echa a correr hacia la chimenea inclinada y se lanza hacia arriba, agarrándose de los lados con su cuerpo en forma de X, y luego se pone a saltar por el conducto hasta llegar al final y salir frente al obstáculo final: una enorme rampa que se extiende hasta la orilla del risco en una subida casi vertical.

Me quedo sin aliento al ver cómo Sawyer corre hacia la rampa, usando su velocidad e impulso para recorrer dos tercios del camino. Justo antes de que comience a caer, estira un brazo hacia la parte alta de la rampa y se jala para llegar hasta arriba.

Rhiannon y yo gritamos y lo vitoreamos. Lo logró. Y casi sin una sola falla.

—¡Técnica perfecta! —exclama el profesor Emetterio—. Eso es exactamente lo que todos ustedes deberían hacer.

—Perfecta, y sin embargo lo ignoraron en la Trilla —se burla Luca—. Supongo que los dragones sí tienen sentido del gusto.

—Ya cálmate, Luca —dice Rhi.

¿Cómo es posible que alguien tan inteligente y atlético como Sawyer no haya conseguido un vínculo? Y, si él no lo consiguió, ¿qué esperanza tenemos los demás?

—Soy demasiado bajita para la rampa —le susurro a Rhi.

Ella me lanza una mirada y luego a la rampa.

—Eres tremendamente rápida. Si agarras carrera, apuesto a que el impulso te llevará hasta arriba.

Pryor, el cadete tímido de la región fronteriza de Krovla, tiene algunos problemas en las varas de acero de la tercera subida por su vacilación bastante predecible, pero al final lo logra justo cuando Trina casi se cae en los pilares movedizos y toma una cuerda. Solo puedo ver lo rojo de su cabello cuando comienza a subir los escalones rotatorios, pero su grito me llega hasta la punta de los pies cuando la cuerda se balancea muy cerca del suelo.

—¡Tú puedes! —grita Sawyer desde arriba.

—¡Van en direcciones opuestas! —le responde Aurelie.

—Tynan, comienza —ordena el profesor Emetterio, mirando su reloj de bolsillo y no a la pista.

Escucho los latidos de mi corazón en los oídos cuando Trina termina de cruzar los escalones, y ese tamborileo no se detiene cuando llaman a Rhiannon para que empiece. Pasa la primera subida con la agilidad que he aprendido a esperar de ella antes de detenerse.

Tynan está colgando de la segunda de cinco bolas para mecerse en la segunda subida, justo donde el suelo se abre al vacío. Si se cae, tiene una posibilidad minúscula de caer en el tronco giratorio de la primera subida y enormes probabilidades de caer casi diez metros hasta el suelo.

—¡Tienes que seguirte moviendo, Tynan! —grito, aunque no creo que pueda escucharme hasta allá. Puede que sea un tonto que se cree todo, pero sigue siendo mi compañero de pelotón.

Él grita, con los brazos alrededor de la bola. Es imposible que la rodee por completo, ese es el punto, y se está resbalando.

—Va a joder el tiempo de la otra —dice Aurelie, y suelta un suspiro aburrido.

—Menos mal que solo es una práctica —comenta Ridoc, y luego le grita a Tynan—. ¿Qué pasa, Tynan? ¿Les tienes miedo a las alturas? ¿Quién es el lastre ahora?

—Basta. —Le doy un codazo. Ya no está tan flaco. Las últimas siete semanas le han dado algo de músculo—. No porque él sea un cretino también tienes que serlo tú.

—Pero me está dando tanto material —responde Ridoc, y su boca se tuerce en una sonrisita mientras se va al punto de salida.

—¡Mécete hacia la siguiente! —sugiere Trina desde arriba de la pista.

—¡No puedo! —El alarido de Tynan podría romper cristal mientras baja haciendo eco por la montaña, y eso me estruja el pecho.

—Ridoc, ¡comienza! —ordena el profesor Emetterio.

Ridoc se lanza hacia el tronco.

—¡Rhi! —grito, mirando para arriba—. ¡La cuerda está entre la primera y la segunda!

Ella asiente y luego salta a la primera bola, agarrándose por arriba, cerca de donde la cadena la sostiene del tubo de hierro, y mece su peso por un lado.

Es un enfoque muy inspirado, y algo que puede funcionarme.

La grava cruje bajo mis botas mientras avanzo a la posición de salida. Ah, mira, sí es posible que mi corazón lata más rápido. La maldita cosa prácticamente vibra mientras me limpio las palmas sudorosas en los pantalones de cuero.

Rhiannon le pone la cuerda en la mano a Tynan, pero en vez de usarla para mecerse hacia la otra bola, él… baja.

La quijada casi se me va al suelo mientras lo veo descendiendo. Definitivamente eso no lo vi venir.

—Violet, ¡comienza! —ordena Emetterio.

«Acompáñame, Zihnal». No he pasado el tiempo suficiente en el templo como para que al dios de la suerte le importe mucho lo que me pase en este momento, pero no pierdo nada con intentarlo.

Recorro a toda velocidad la primera parte de la subida y llego al tronco giratorio en unos segundos. Siento como si esta barra de equilibrio del infierno me estuviera batiendo el estómago.

—Solo es equilibrio. Tú puedes mantener el equilibrio —digo entre dientes, y empiezo a cruzarla—. Rápido, rápido, rápido —repito durante todo el camino hasta bajarme de un salto al final para caer en la primera de cuatro columnas de granito, cada una más alta que la anterior.

Hay como un metro de distancia entre cada una, pero logro saltar de un pilar a otro sin derrapar en las orillas. «Y esta es la parte fácil». Un nudo de miedo se va formando en mi garganta.

Salto a la rueda giratoria y corro, esquivando la única abertura cuando pasa para luego esperar su segunda vuelta. El momento correcto. Esto se trata del encontrar el momento correcto.

Cuando llega la oportunidad, la tomo, me lanzo por la abertura y corro hacia el camino de grava de la segunda subida. Las bolas que se mecen están frente a mí, pero me voy a resbalar como estúpida si no me tranquilizo y hago que mis manos dejen de sudar.

«Los dragones Cola de Plumas son la raza de la que menos sabemos», recito en mi cabeza, utilizando hasta la última micra de mi capacidad pulmonar mientras salto de la orilla a la primera bola, agarrándome de arriba como lo hizo Rhiannon. El tirón inmediato en mis hombros me hace tensar todos los demás músculos para que no se me disloquen las articulaciones.

«Mantén la calma. Mantén la calma».

Obligo a la bola a rotar cargándole mi peso y luego me mezo hacia la siguiente. «Esto es porque, supuestamente, los Cola de Plumas aborrecen la violencia y no son candidatos para vincularse».

Repito los movimientos, pasando de una bola a la siguiente y con los ojos puestos en las cadenas y nada más.

«Aunque este académico no puede estar seguro, pues jamás ha salido ni uno del Valle en lo que tengo de vida». Sigo recitando de memoria mientras llego a la quinta y última bola. Con un balanceo final, me lanzo de lado, suelto la bola y caigo en el estrecho camino de grava sin torcerme un tobillo.

La siguiente subida es de puro impulso.

—Los dragones verdes —digo entre dientes—, conocidos por su gran intelecto, descienden de la honorable estirpe Uaineloidsig, y siguen siendo los más racionales de entre todos los dragones, lo que los hace armas perfectas para sitiar al enemigo, especialmente en el caso de los Cola de Garrote. —Termino mientras alineo mi cuerpo con la primera vara de metal y me preparo para lanzarme hacia allá.

—Estás… ¿estudiando? —me grita Aurelie desde abajo, donde está saltando a la primera bola.

—Me ayuda a tranquilizarme —le explico en pocas palabras. Aquí no hay tiempo para sentir vergüenza, eso puede esperar para después.

Hay tres barras de hierro frente a mí, cada una alineada como un ariete hacia la siguiente.

—El Cuadrante de Escribas se antoja mucho en este momento —mascullo, y luego me lanzo a la primera. Al menos la textura me da algo de qué agarrarme mientras avanzo moviendo una mano y luego la otra. El malestar en mis hombros se vuelve un dolor punzante para cuando llego al final de la primera barra, meciendo los pies para conseguir el impulso necesario para pasar a la siguiente.

El primer golpe del hierro cuando las barras se encuentran hace que se me resbalen los dedos y ahogo un grito porque el terror me entierra las garras en el estómago. «Los dragones naranja, que vienen en varios tonos, desde el durazno hasta el zanahoria, son los más…» me lanzo a la siguiente barra «… impredecibles de todos y por tanto siempre son un riesgo». Cruzo la barra con el mismo movimiento de una mano y después la otra, ignorando las obvias protestas de mis hombros. «Descienden de la estirpe Fhaicorain…».

La mano derecha se me resbala y mi peso me mece hacia la ladera hasta que la mejilla se me estampa en la roca. Un zumbido agudo estalla en mis orejas y los bordes de la visión se me oscurecen.

—¡Violet! —grita Rhiannon desde arriba.

—¡Al lado! ¡La cuerda está a tu lado! —dice Aurelie desde abajo.

El hierro me araña las puntas de los dedos mientras la mano se me resbala, pero encuentro la cuerda y me agarro de ella, apoyando los pies sobre el nudo que está debajo de mí y aferrándome con todas mis fuerzas hasta que el zumbido en mi cabeza desaparece. Tengo que mecerme o bajar por la cuerda.

He sobrevivido siete semanas en este maldito cuadrante, y la pista no me va a vencer hoy.

Me empujo de la orilla, me mezo hacia la barra y, cuando la alcanzo, de inmediato me pongo a avanzar una mano tras otra para pasar a la siguiente y luego a la otra hasta que al fin me suelto y caigo sobre el primer pilar movedizo de hierro. El cerebro se me sacude mientras la cosa esa se agita violentamente y salto a la otra. Apenas logro recuperar el equilibrio antes de brincar al camino de grava al final de la subida.

Aurelie, que viene detrás de mí, cae con una sonrisa.

—¡Esto es lo mejor!

—Claramente tienen que revisarte los curanderos. Te debes haber golpeado la cabeza si crees que esto es divertido. —Mi respiración está entrecortada, pero no puedo contener una sonrisa ante su obvia felicidad.

—Para este solo tienes que pasarlo corriendo —dice cuando llegamos a la escalera de postes que salen de la ladera del risco.

Cada uno de los troncos de un metro rota desde la base en una de las secciones más empinadas de la pista. Con rapidez calculo que, si te resbalas de uno de los postes, probablemente sería una caída de entre nueve y doce metros hacia el terreno rocoso de allá abajo. Paso saliva para tragarme el terror que intenta subir por mi garganta y me concentro en la posibilidad de que mi agilidad y ligereza me darán ventaja en este obstáculo en particular.

—Créeme. Si te detienes, vas a girar con el tronco y te caerás —continúa ella.

Asiento y doy unos saltitos, reuniendo los restos de valor que me quedan. Y luego me echo a correr. Mis pies son rápidos y solo hacen contacto con cada poste el tiempo suficiente para impulsarme hacia el siguiente y, en unos segundos, estoy al otro lado.

—¡Sí! —grito, elevando un puño en celebración mientras me quito para no estorbarle a Aurelie.

—¡Bien, Violet! —dice ella—. ¡Ahora voy yo! —Sus pasos son mucho más ágiles que los míos al saltar de un poste a otro.

Desde arriba se escucha un rugido y levanto la cabeza justo a tiempo para ver la barriga de un Verde Cola de Daga que va volando justo sobre nosotros con dirección hacia el Valle.

Nunca me voy a acostumbrar a esto.

Aurelie suelta un grito y mi cabeza se gira de inmediato hacia ella para verla tambalearse y resbalarse en el quinto poste. El aire se congela en mis pulmones mientras se va de boca, azotando de panza en el penúltimo tronco giratorio como en cámara lenta.

—¡Aurelie! —exclamo, y corro hacia ella, tocando el séptimo poste con la punta de los dedos.

Nuestras miradas se encuentran y el shock y el terror llenan sus enormes ojos negros mientras el poste la rueda alejándola de mí y la hace caer. Hasta la mitad del risco.

 

 

El sol me quema los ojos esta mañana mientras estamos en la formación.

—Calvin Atwater —lee el capitán Fitzgibbons con la voz solemne de siempre.

«Primer Pelotón, Sección Garra, Ala Cuatro». Se sienta a dos filas detrás de mí en Informe de Batalla. «Se sentaba».

No hay nada especial en esta mañana. Nuestro primer entrenamiento en el Guantelete hizo la lista más larga, pero solo es otra lista en otro día cualquiera… salvo porque no. La excepcional crueldad de este ritual nunca me había pegado tan duro. Ya no es como el primer día. Conozco a la mitad de los nombres que se están leyendo y esto me hace ver borroso.

—Newland Jahvon —continúa el capitán.

«Segundo Pelotón, Sección Llama, Ala Cuatro». Preparaba el desayuno conmigo.

Seguro ya estamos en los veinte. ¿Cómo es posible que esto sea todo? ¿Decimos sus nombres una vez y luego seguimos adelante como si no hubieran existido?

Rhiannon se mueve incómodamente junto a mí y de pronto solloza, y el movimiento le sacude los hombros una sola vez.

—Aurelie Donans.

Una lágrima solitaria se me escapa y la hago desaparecer con la mano, arrancándome una de las costras en mi mejilla. A la lágrima la sigue un hilillo de sangre mientras dicen el siguiente nombre, pero a ese sí lo dejo correr sobre mi piel.

 

—¿Estás segura de esto? —me pregunta Dain la noche siguiente, agarrándome por los hombros y con dos surcos de preocupación entre sus cejas.

—Si sus padres no van a venir a enterrarla, tengo que ser yo quien se encargue de sus cosas. Fui la última persona que la vio —le explico, girando los hombros para acomodarme el peso de la mochila de Aurelie.

Todos los padres de Basgiath tienen la misma opción cuando matan a su cadete. Pueden recoger el cuerpo y sus objetos personales para enterrarlos o quemarlo, o la escuela misma pondrá el cadáver bajo una piedra y quemará sus cosas. Los padres de Aurelie eligieron la puerta número dos.

—¿Y no quieres que vaya contigo? —me pregunta, acariciándome el cuello.

Niego con la cabeza.

—Sé dónde está la hoguera.

Dain maldice entre dientes.

—Debería haber estado ahí.

—No podrías haber hecho nada, Dain —digo en voz baja, cubriendo su mano con la mía hasta que nuestros dedos se entrelazan ligeramente—. Nadie pudo haber hecho nada. Ni siquiera tuvo tiempo de tomar una cuerda —susurro. He revivido el momento en mi cabeza una y otra vez, y siempre llego a la misma conclusión.

—Ni siquiera te pregunté si lograste llegar hasta arriba —dice.

Niego con la cabeza.

—Me atoré en la chimenea y tuve que usar una cuerda para bajar. Soy demasiado bajita para cubrir esa distancia, pero no voy a pensar en eso hoy. Ya se me ocurrirá algo antes de que nos cronometren oficialmente en el Guantelete durante el Día de Presentación.

Tengo que hacerlo. No permiten que los cadetes se bajen el último día. O recorres todo el Guantelete… O te caes y te mueres.

—Bueno. Avísame si me necesitas. —Dicho esto, me suelta.

Asiento y uso mil excusas para salir de los dormitorios. El peso de la mochila de Aurelie me hace tambalearme. Era tan fuerte que pudo cargar todo esto por el parapeto, pero igual se cayó.

Y, de algún modo, yo sigo en pie.

No puedo evitar la sensación de que la estoy cargando a ella mientras subo por las escaleras del torreón en el área académica, pasando junto al aula de Informe de Batalla para luego subir al techo de piedra, donde encuentro a unos cuantos cadetes que vienen bajando de allá. La hoguera no es más que un barril de hierro extra ancho, cuyo único propósito es incinerar, y el brillo de las llamas se extiende hacia el cielo nocturno mientras llego al techo con movimientos torpes y los pulmones lamentando la falta de oxígeno.

Hace un par de meses no hubiera podido cargar algo tan pesado.

Ya no hay nadie aquí arriba mientras me quito la mochila de los hombros.

—Lo siento tanto —susurro, enterrando los dedos en la ancha correa para lanzar la maleta sobre el borde metálico del contenedor.

Las llamas se avivan y hacen unos sonidos siseantes mientras el equipaje de Aurelie se convierte en combustible para el fuego. Ya no es más que un tributo para Malek, el dios de la muerte.

En vez de regresar por donde vine, voy hacia la orilla del torreón. La noche está nublada, pero puedo distinguir las siluetas de tres dragones que se acercan desde el oeste e incluso ver la cresta donde está el Guantelete, esperando para cobrarse a su próxima víctima.

«No voy a ser yo».

Pero ¿por qué? ¿Porque lo voy a conquistar? ¿O porque voy a ceder a la petición de Dain y me esconderé en el Cuadrante de Escribas? Mi ser entero rechaza la segunda opción, lo cual me hace cuestionarme todo mientras estoy aquí, dejando que pasen los minutos antes de que suenen las campanas que anuncian el toque de queda. Bajo por las escaleras sin tener una respuesta concreta a ese por qué.

Cruzo el patio, que está vacío salvo por un par de cadetes que no deciden si prefieren besarse o irse hacia la tarima, y desvío la mirada, dirigiéndome hacia el rincón donde Dain y yo nos sentamos ese primer día después del parapeto.

Ya casi pasaron dos meses y aún estoy aquí. Sigo viendo el sol salir cada mañana. ¿Eso no significa algo? ¿No existe una posibilidad, por más pequeña que sea, de que sea capaz de llegar a la Trilla? ¿De que quizá este sí sea mi lugar?

La puerta que lleva al túnel que tomamos para cruzar la montaña hacia el Guantelete esta mañana se abre en el muro del patio, a la izquierda del edificio académico, y frunzo el ceño. ¿Quién volvería a estas horas?

Me recargo en la pared y dejo que la oscuridad me esconda mientras Xaden, Garrick y Bodhi, el primo de Xaden, pasan bajo una luz mágica con dirección hacia donde estoy.

«Tres dragones». Salieron a… ¿a qué? Hasta donde sé, esta noche no había operativos de entrenamiento, aunque no es que esté enterada de todo lo que hacen los de tercero.

—Debe haber algo más que podamos hacer —dice Bodhi, mirando a Xaden y con voz baja al pasar junto a mí. Sus botas hacen crujir la grava.

—Estamos haciendo todo lo posible —sisea Garrick.

Siento un cosquilleo sobre la cabeza y Xaden se detiene a unos tres metros y tensa los hombros.

«Mierda».

Sabe que estoy aquí.

En vez del típico miedo que se despierta dentro de mí cuando él está cerca, ahora solo siento una rabia creciendo dentro de mi pecho. Si me quiere matar, pues bueno. Ya me harté de esperar que llegue el momento. Ya me harté de andar recorriendo los pasillos con miedo.

—¿Qué pasa? —le pregunta Garrick, que de inmediato mira por encima de su hombro hacia otro lado, a la pareja que definitivamente decidió que besuquearse es más importante que llegar a los dormitorios antes del toque de queda.

—Adelántense. Los veo adentro —dice Xaden.

—¿Estás seguro? —La frente de Bodhi se arruga y su mirada recorre el patio.

—Váyanse —ordena Xaden, y se queda completamente inmóvil hasta que los otros dos entran a las barracas y giran a la izquierda hacia la escalera que los llevará al segundo y al tercer piso. Cuando ya no se alcanzan a ver, se da la vuelta y mira al punto exacto en el que estoy sentada.

—Sé que sabes que estoy aquí. —Me obligo a levantarme e ir hacia él para que no piense que me estoy escondiendo o, peor, que le tengo miedo—. Y por favor no te pongas a presumir que tienes dominio sobre la oscuridad. Hoy no tengo ánimos para eso.

—¿Tampoco tienes preguntas sobre dónde estaba? —Se cruza de brazos y me observa bajo la luz de la luna. Su cicatriz se ve aún más amenazante desde aquí, pero no encuentro la energía para sentir miedo.

—La verdad, no me interesa. —Me encojo de hombros y el movimiento hace que el dolor en esta parte de mi cuerpo se intensifique. «Genial, justo a tiempo para la práctica en el Guantelete de mañana».

Él inclina la cabeza hacia un lado.

—En serio no te interesa, ¿verdad?

—No. Además, yo también estoy afuera después del toque de queda. —Un fuerte suspiro se escapa de mis labios.

—¿Qué haces tú afuera después del toque de queda, novata?

—Debatiéndome si debería huir —respondo—. ¿Y tú? ¿Tienes ganas de hablar? —le pregunto con tono de broma, sabiendo que no me va a contestar.

—Lo mismo.

Este cretino y su sarcasmo.

—Mira, ¿me vas a matar o no? La expectativa me está empezando a caer pésimo. —Me llevo una mano al hombro y lo giro, presionando sobre los músculos tensos, pero no ayuda en nada al dolor.

—Aún no decido —responde, como si le hubiera preguntado qué quiere de cenar, pero su mirada se planta sobre mi mejilla.

—Bueno, ¿podrías decidirlo ya? —mascullo—. Me ayudaría mucho para planear la próxima semana. —Markham o Emetterio. Escriba o jinete.

—¿Estoy interfiriendo con tu agenda, Violencia? —Sin duda hay una sonrisa burlona en esos labios.

—Solo necesito saber qué tantas posibilidades tengo aquí. —Cierro los puños.

El imbécil todavía se atreve a sonreír.

—Es la forma más extraña en que me han coqueteado…

—¡No mis posibilidades contigo, cretino engreído! —A la mierda con esto. A la mierda con todo esto. Empiezo a caminar, pero él me toma por la muñeca sin apretar mucho, pero con firmeza.

Sus dedos sobre mi pulso hacen que me dé un vuelco el corazón.

—¿Tus posibilidades de qué? —pregunta, jalándome apenas lo suficiente para que mi hombro roce con su bíceps.

—De nada. —No lo entendería. Es un maldito líder de ala, lo cual significa que ya dominó todo en el cuadrante, logrando incluso superar la carga de su propio apellido.

—¿Tus posibilidades de qué? —repite—. No me obligues a preguntártelo tres veces. —Su tono ominoso contrasta con la suavidad de su mano en mi muñeca y, mierda, ¿por qué tiene que oler tan bien? Como a menta, cuero y algo que no logro identificar, algo entre lo cítrico y lo floral.

—¡De sobrevivir a todo esto! No puedo llegar a lo alto del maldito Guantelete. —Intento sin mucho esfuerzo zafar mi muñeca, pero él no la suelta.

—Entiendo. —Su actitud es insoportablemente tranquila, y yo no puedo controlar ni una sola de mis emociones.

—No, no entiendes. Probablemente estás celebrando porque me voy a morir en la caída y no tendrás que meterte en el problema de matarme.

—Matarte no sería ningún problema, Violencia. Es dejarte con vida lo que, al parecer, me genera la mayoría de mis problemas.

Mi mirada sube para encontrarse con la suya, pero su rostro está indescifrable, cubierto por las sombras, qué sorpresa.

—Perdón por ser una molestia. —Mi voz está llena de sarcasmo—. ¿Sabes cuál es el problema de este lugar? —Jalo el brazo de nuevo, pero él lo detiene con firmeza—. ¿Además de que andes tocando lo que no es tuyo? —La lanzo una mirada acusadora.

—Estoy seguro de que me vas a decir cuál es. —Mi estómago se agita cuando su pulgar me acaricia la muñeca antes de soltarme.

Respondo antes de poder pensarlo mejor.

—La esperanza.

—¿La esperanza? —Inclina la cabeza para quedar más cerca de mí, como si creyera que quizá no me escuchó bien.

—La esperanza —asiento—. Alguien como tú nunca lo va a entender, pero yo sabía que venir aquí era una sentencia de muerte. No importó que toda mi vida haya estudiado para entrar al Cuadrante de Escribas; cuando la general Sorrengail te da una orden, no puedes simplemente ignorarla. —Dioses, ¿por qué le estoy diciendo todo a este tipo? «¿Qué es lo peor que podría hacer? ¿Matarte?».

—Claro que puedes —dice, encogiéndose de hombros—. Solo puede que no te gusten las consecuencias.

Hago un gesto de fastidio y, para mi gran vergüenza, en vez de alejarme ahora que estoy libre, me acerco un poquito más, como si pudiera tomar un poco de su fuerza. Sin duda tiene suficiente para dar y regalar.

—Sabía cuáles eran mis probabilidades, y de todos modos vine, concentrándome en ese mínimo porcentaje que decía que puedo lograrlo. Y luego sobrevivo casi dos meses y tengo… —Niego con la cabeza y aprieto los dientes—. Esperanza. —La palabra me sabe amarga.

—Ah. Y luego pierdes a una compañera de pelotón y no puedes subir por la chimenea y te rindes. Ya voy entendiendo. No te va a dar buena imagen, pero si quieres huir al Cuadrante de Escribas…

Ahogo un grito mientras el miedo me abre un agujero en el estómago.

—¿Cómo sabes de eso? —Si él sabe… si lo dice, Dain está en peligro.

Una sonrisa perversa le curva sus labios perfectos.

—Sé todo lo que pasa aquí. —La oscuridad baila a nuestro alrededor—. Las sombras, ¿recuerdas? Escuchan todo, lo ven todo, lo ocultan todo. —El resto del mundo desaparece. Podría hacerme cualquier cosa aquí y nadie se enteraría.

—Sin duda mi madre te recompensaría si le contaras el plan de Dain —digo en voz baja.

—Y definitivamente te recompensaría a ti si le contaras sobre mi… ¿cómo le dijiste? Club.

—No le voy a decir. —Las palabras suenan defensivas.

—Lo sé. Por eso sigues viva. —Me sostiene la mirada—. Entiende esto, Sorrengail. La esperanza es una cosa voluble y peligrosa. Te roba la concentración y se la lleva hacia las posibilidades en vez de dejarla donde tiene que estar: en las probabilidades.

—Entonces, ¿qué debería hacer? ¿No tener esperanza de sobrevivir? ¿Planear mi muerte?

—Deberías enfocarte en las cosas que te pueden matar para encontrar formas de no morirte. —Niega con la cabeza—. Apenas alcanzo a contar el número de personas en este cuadrante que te quieren muerta, unas por venganza hacia tu madre y otras simplemente porque eres muy buena para hacer enojar a los demás, pero sigues aquí, contra todo pronóstico. —Las sombras me envuelven y podría jurar que siento una caricia en mi mejilla herida—. Ha sido un espectáculo bastante sorprendente, a decir verdad.

—Me alegra que te entretengas conmigo. Me voy a la cama. —Con esto, me doy la vuelta y voy hacia la entrada de las barracas, pero él va detrás de mí, tan cerca que la puerta se le estrellaría en la cara si no fuera tan antinaturalmente rápido para detenerla.

—Quizá si dejaras de sentir lástima de ti misma, verías que tienes todo lo necesario para escalar el Guantelete —dice desde atrás de mí, y su voz hace eco por el pasillo.

—¿Lástima de qué? —Me doy la vuelta y lo miro boquiabierta.

—La gente se muere —agrega él lentamente, y su quijada da un saltito antes de inhalar profundo—. Es algo que va a pasar una y otra vez. Es la naturaleza de lo que pasa aquí. Lo que te convierte en jinete es lo que haces después de que la gente se muere. ¿Quieres saber por qué sigues viva? Porque eres la vara con la que me mido cada noche. Cada día que te dejo vivir, puedo convencerme de que sigue habiendo una parte de mí que es una persona decente. Así que, si quieres renunciar, evítame la tentación y renuncia ya, carajo. Pero si quieres hacer algo, hazlo.

—¡Soy demasiado bajita para abarcar esa distancia! —siseo, y ya no me importa que alguien pueda escucharnos.

—La forma correcta no es la única manera. Piénsalo. —Luego se da la vuelta y se va.

Que. Se. Joda.

Ir a la siguiente página

Report Page