Alas de sangre

Alas de sangre


Capítulo 11

Página 15 de 47

 

ONCE

Es una grave ofensa contra Malek guardar las pertenencias de un ser

querido tras su muerte. Deben estar en el más allá con el dios de la

muerte y los difuntos. A falta de un templo, el fuego bastará. Aquel que

no queme las cosas por Malek, será quemado por Malek.

—GUÍA DEL COMANDANTE RORILEE PARA COMPLACER

A LOS DIOSES, SEGUNDA EDICIÓN

Las siguientes sesiones de práctica en el Guantelete no son mucho más fructíferas para mí que la primera, pero al menos no hemos perdido a ningún otro compañero de pelotón. Tynan al fin dejó de estar de hablador, pues parece que él tampoco logra llegar hasta arriba.

Las bolas que se mecen son su ruina.

La chimenea es la mía.

Para la novena y penúltima sesión, estoy lista para para arrasar con toda la pista de obstáculos. La sección de la pista que es mi problema está hecha para simular la fuerza y la agilidad necesarias para montarse a un dragón, y cada vez está más claro que mi tamaño es lo que me va a joder.

—Quizá podrías subirte a mis hombros y luego… —Rhiannon niega con la cabeza mientras analizamos la grieta que se ha convertido en mi némesis.

—Luego seguiría sin saber qué hacer a la mitad —respondo, limpiándome el sudor de la frente.

—Da igual. No podemos tocar a otro cadete en el sendero. —Sawyer se cruza de brazos junto a mí. Tiene la punta de la nariz muy roja por el sol abrasador.

—¿Viniste a destruir nuestros sueños y esperanzas, o tienes una sugerencia? —le pregunta Rhiannon—. Porque mañana es la Presentación, así que, si tienes ideas brillantes, es hora de dárnoslas.

Si voy a huir al Cuadrante de Escribas, tendrá que ser esta noche. El corazón se me aplasta al pensarlo. Es la elección lógica. La elección segura.

Solo hay dos cosas que me detienen.

Una: no hay garantía de que mi madre no se vaya a enterar. Que Markham esté dispuesto a no decir nada, no significa que los instructores también se van a callar.

Pero la más importante: si me voy, si me escondo… nunca sabré si soy lo suficientemente buena para alcanzar el éxito en este cuadrante. Y, aunque puede que no sobreviva si me quedo, no estoy segura de que podré vivir tranquila si me voy.

 

 

—Doria Merril —dice el capitán Fitzgibbons desde la tarima. Todas sus facciones se ven muy claras, no solo porque el sol está velado por las nubes, sino porque estoy más cerca de él. Nuestra formación se va volviendo más pequeña con cada cadete caído.

De acuerdo con Brennan y las estadísticas, hoy será uno de los días más mortales para los de primer año.

Es el Día de Presentación, y para llegar al campo de vuelo, tendremos que subir el Guantelete primero. Todo en el Cuadrante de Jinetes está diseñado para deshacerse de los débiles, y hoy no es la excepción.

—Kamryn Dyre. —El capitán Fitzgibbons sigue leyendo de la lista.

Hago un gesto de pesar. Él se sentaba frente mí en la clase de Dragones.

—Arvel Pelipa.

Imogen y Quinn, ambas de segundo año, ahogan un grito adelante de mí. Los de primero no somos los únicos que estamos en riesgo; solo somos los que más probabilidades tenemos de morir.

—Michel Iverem. —El capitán Fitzgibbons cierra la lista—. Que sus almas estén con Malek. —Y, con esas palabras, la formación se rompe.

—Los de segundo y tercero, a menos que tengan que ayudar en el Guantelete, váyanse a clases. Los de primero: es hora de que nos enseñen de qué están hechos. —Dain finge una sonrisa y me salta en su recorrido con la mirada por nuestro pelotón.

—Buena suerte. —Imogen se acomoda un mechón rosa errante detrás de la oreja y me dirige una sonrisa ridículamente dulce—. Espero que el reto no te quede grande.

—Te veo luego —le respondo, levantando la barbilla.

Ella me mira con el más absoluto desprecio por un segundo y luego se va con Quinn y Cianna, nuestra líder ejecutiva, cuyos rizos en un corte hasta el hombro van rebotando al ritmo de sus pasos.

—Mucha suerte. —Heaton, la persona más rolliza de tercero en nuestro pelotón, con un diseño de llamas en corte y tinte en el cabello, se da unos golpecitos en el corazón, justo encima de sus parches, y nos ofrece a todos una genuina pero tensa sonrisa antes de irse a clases.

Mientras observo su espalda alejándose, me pregunto qué significará el parche circular de agua y esferas flotantes que trae en la parte alta del brazo derecho. Sé que el parche triangular del izquierdo, con la espada bastada, significa que no hay que meterse con esa persona en la colchoneta. Desde que Dain me contó sobre el parche que señala su sello ultrasecreto, les he prestado más atención a los suyos que a los parches cosidos en los uniformes de los demás cadetes. La mayoría los porta como medallas de honor, pero yo los reconozco como lo que realmente son: información que algún día podría necesitar para derrotarlos.

—No sabía que Heaton podía hablar. —Aparecen dos surcos entre las cejas de Ridoc.

—Quizá se dio cuenta de que debería saludarnos al menos una vez, porque puede que hoy terminemos calcinados —dice Rhiannon.

—Vuelvan a la formación —ordena Dain.

—¿Vas a ir con nosotros hoy? —le pregunto.

Él asiente, pero sigue sin mirarme.

Los ocho que quedamos nos ponemos en dos filas de cuatro, igual que los otros pelotones a nuestro alrededor.

—Qué incómodo —susurra Rhiannon junto a mí—. Parece que está molesto contigo.

Echo un vistazo sobre los delgados hombros de Trina mientras la brisa me sacude la trenza que tejí como una corona en mi cabeza. También a ella le está soltando algunos rizos.

—Quiere algo que no le puedo dar.

Rhiannon enarca las cejas y le respondo con un gesto de fastidio.

—No, no es… eso.

—No te juzgaría si fuera eso —me responde en voz baja—. Es muy sexy. Tiene esa vibra de chico lindo que a la vez puede acabar contigo.

Me esfuerzo por no sonreír, porque tiene razón. Súper sí tiene esa vibra.

—Somos el pelotón más grande —señala Ridoc detrás de nosotros mientras los pelotones más alejados del lado izquierdo, del Ala Uno, salen en fila del patio por la puerta oeste.

—¿Cuántos quedamos? —pregunta Tynan—. ¿Ciento ochenta?

—Ciento setenta y uno —responde Dain. Los pelotones del Ala Dos comienzan a avanzar, guiados por su líder de ala, lo que significa que Xaden está por ahí, delante de nosotros.

Mis nervios están reservados para la pista de obstáculos, pero no puedo evitar preguntarme hacia qué lado se inclinará su balanza hoy.

—¿Para cien dragones? Pero ¿qué vamos a…? —pregunta Trina hasta que los nervios la dejan sin palabras.

—Deja de permitir que el miedo se te cuele en la voz —le ordena Luca desde atrás de Rhiannon—. Si los dragones creen que eres cobarde, mañana no serás nada más que un nombre.

—Dice ella —narra Ridoc—, provocando más miedo.

—Cállate —exclama Luca—. Sabes que es verdad.

—Solo tienes que aparentar seguridad, y confío en que te irá bien. —Me inclino hacia adelante para que los que están detrás de nosotras no puedan escucharme mientras el Ala Tres comienza a marchar hacia la puerta.

—Gracias —me responde Trina en un susurro.

Los ojos entrecerrados de Dain al fin se encuentran con los míos, pero al menos no me dice mentirosa. Pero sus ojos me acusan tanto que bien podrían haberme detenido y juzgado por eso.

—¿Estás nerviosa, Rhi? —pregunto, sabiendo que están por llamarnos.

—¿Por ti? Para nada. Estamos listas para esto.

—Ah, yo preguntaba por el examen de historia de mañana —agrego, con tono juguetón—. Hoy no hay nada de qué preocuparse.

—Ahora que lo mencionas, todo eso del Tratado de Arif podría ser mi fin. —Sonríe.

—Aaah, el acuerdo entre Navarre y Krovla sobre el espacio aéreo compartido tanto para dragones como para grifos sobre una pequeña franja de las montañas Esben, entre Sumerton y Draithus —recito, y asiento.

—Tu memoria es aterradora. —Me sonríe.

Pero mi memoria no me va a llevar hasta el final del Guantelete.

—¡Ala Cuatro! —grita Xaden a lo lejos. Ni siquiera necesito buscarlo para saber que fue él quien dio la orden y no su oficial ejecutiva—. ¡Muévanse!

Salimos en fila: Sección Llama, luego Garra y finalmente Cola.

Hay un pequeño embotellamiento en la puerta, pero pronto cruzamos y salimos a la penumbra apenas iluminada por luces mágicas del túnel que hemos tomado todas las mañanas para llegar al Guantelete. Las sombras cubren las orillas del suelo rocoso de nuestro camino.

¿Cuáles serán los límites del poder de Xaden? ¿Puede usar sombras para ahogar a todos los pelotones que están aquí? ¿Necesitaría descansar para recargarse después? ¿Un poder tan enorme tiene algún precio o compensación?

Dain se retrasa un poco para caminar entre Rhiannon y yo.

—Cambia de parecer. —Es apenas un susurro.

—No. —Sueno mucho más segura de lo que me siento.

—Cambia. De. Parecer. —Su mano encuentra la mía, escondidas por el poco espacio que hay entre todos los cuerpos mientras bajamos por el pasaje—. Por favor.

—No puedo. —Niego con la cabeza—. Así como tú no podrías dejar a Cath e irte con los escribas.

—Es diferente. —Su mano aprieta la mía y puedo sentir la tensión en sus dedos, en su brazo—. Yo soy un jinete.

—Pues quizá yo también lo soy —susurro mientras aparecen unas luces más adelante. No lo creía antes, no cuando no podía irme porque mi padre no me lo permitiría, pero ahora sí tengo opción. Y he elegido quedarme.

—No seas… —Se interrumpe y me suelta la mano—. No quiero tener que enterrarte, Vi.

—Es inevitable, uno de los dos tendrá que enterrar al otro. —No lo digo como algo macabro, simplemente es un hecho.

—Sabes a qué me refiero.

La luz va creciendo hasta convertirse en un arco de tres metros de alto que nos llevará a la base del Guantelete.

—Por favor, no lo hagas —me ruega Dain, ya sin molestarse en bajar la voz mientras salimos a la luz moteada del sol.

La vista es tan espectacular como siempre. Seguimos muy alto en la montaña, a cientos de kilómetros del valle, y parece que el verdor se extiende infinitamente hacia el sur, con algunos grupitos de árboles achaparrados entre coloridas cuestas cubiertas de flores salvajes. Mi mirada va hacia el Guantelete tallado en la ladera del risco, y no puedo evitar seguir con los ojos todos los obstáculos, cada uno más arriba que el otro, hasta que llego a la parte más alta de la cresta que los mapas que he estudiado dicen que lleva a un cañón semicerrado: el campo de vuelo. Me muerdo el labio mientras observo el espacio que corta la arboleda.

Por lo general, solamente los jinetes tienen permitido ir al campo de vuelo, excepto el Día de Presentación.

—No sé si puedo ver esto —dice Dain, haciendo que mi atención vuelva a su rostro fuerte. La barba perfectamente recortada enmarca sus labios gruesos que están torcidos en una mueca.

—Pues cierra los ojos. —Tengo un plan… de porquería, pero vale la pena intentarlo.

—¿Qué cambió entre el parapeto y hoy? —me pregunta Dain de nuevo, con una mezcla de emociones en sus ojos que no puedo ni comenzar a interpretar. Bueno, excepto el miedo. Ese no necesita ninguna interpretación.

—Yo.

 

 

Una hora después, mis pies vuelan sobre los postes giratorios de la escalera y salto a la seguridad del camino de grava. Tercera subida completada. Me faltan dos. Y no he tocado ni una sola cuerda.

Juro que puedo sentir los ojos de Dain desde allá abajo, donde Tynan y Luca aún esperan su turno para subir, pero no bajo la vista. No hay tiempo para lo que él cree que será la última mirada, y no me puedo retrasar consolándolo cuando aún me quedan dos obstáculos por superar.

Lo cual significa que hay uno que ni siquiera he tenido la oportunidad de practicar: la rampa casi vertical del final.

—¡Tú puedes! —grita Rhiannon desde arriba cuando llego a la chimenea.

—¡O puedes hacernos un favor a todos y caerte! —agrega otra voz. La de Jack, sin duda. Al menos en las sesiones de práctica solo estaba nuestro pelotón, pero ahora todos los de primero nos pueden ver, ya sea desde la base de la pista o por las orillas del barranco allá arriba.

Levanto la vista hacia la columna hueca que tengo que trepar y luego retrocedo algunos metros por el camino.

—¿Qué haces? —grita Rhiannon mientras tomo una de las cuerdas y la arrastro horizontalmente sobre la superficie del risco, tirando algunas piedritas al vacío.

Está tremendamente pesada y se opone al tironeo, pero al final logro que la parte de abajo entre en la chimenea. Jalando la cuerda lo más posible, pongo un pie en un costado de la grieta, le doy un tirón a la cuerda y elevo una oración a Zihnal para que esto funcione.

—¿Puede hacer eso? —pregunta alguien.

«Ya lo estoy haciendo».

Luego levanto el otro pie y comienzo a subir por la chimenea, usando solo el lado derecho, caminando por la piedra hacia arriba y jalando mi peso con la cuerda, una mano tras otra. Me resbalo un poco a la mitad, cuando la cuerda roza una enorme roca, pero de inmediato recupero el ritmo y sigo subiendo. Escucho los latidos de mi corazón retronándome en los oídos, pero son mis manos las que me están matando. Siento como si el fuego estuviera devorándose mis palmas y tengo que apretar los dientes para no gritar.

Ahí está. La cima.

La cuerda apenas se acerca a la orilla de la estructura, y uso lo que me queda de fuerza en la parte superior del cuerpo para jalarme hasta llegar arrastrándome con manos y rodillas al camino.

—¡Así se hace, carajo! —grita Ridoc, que está lanzando vítores desde arriba—. ¡Esa es nuestra chica!

—¡Levántate! —me dice Rhiannon—. ¡Uno más!

Estoy jadeando y me duelen los pulmones, pero logro ponerme de pie. Estoy en la última subida, el último tramo hacia el campo de vuelo, y frente a mí se cierne una rampa hecha de madera que sobresale tres metros de la pared del acantilado y luego se curva hacia arriba como el interior de un cuenco, con su punto más alto a nivel del risco que está tres metros más arriba.

El obstáculo está creado para poner a prueba la capacidad de un cadete de escalar la pierna de un dragón y llegar al asiento. Y yo soy demasiado bajita.

Pero las palabras de Xaden sobre que la forma correcta no es la única manera se repitieron toda la noche en mi cabeza. Para cuando salió el sol, llevándose la oscuridad, ya tenía un plan.

Solo espero que sí lo pueda concretar.

Desenvaino la daga más larga que traje de casa y me limpio el sudor de la frente con el dorso de mi palma sucia. Luego olvido la agonía de mis manos, el dolor en mis hombros y las punzadas en mi rodilla porque caí mal al pasar los pilares. Bloqueo todo el dolor, encerrándolo detrás de un muro como lo he hecho toda mi vida, y me enfoco en la rampa como si mi vida dependiera de llegar hasta arriba.

Aquí no hay cuerda. Solo hay una manera en la que puedo superar esto.

Pura maldita fuerza de voluntad.

Y entonces, me lanzo hacia allá, usando mi velocidad como ventaja.

Escucho un sonido como de tambores mientras mis pies azotan la rampa y la pendiente se vuelve más marcada. Que no haya cruzado personalmente este obstáculo no significa que no he visto cómo lo hicieron mis compañeros de pelotón una y otra vez. Echo mi cuerpo hacia adelante y el impulso me ayuda a subir, corriendo por un costado de la rampa.

Espero hasta que siento el bendito cambio, el momento en que la gravedad reclama mi cuerpo a casi un metro de la parte alta, y entonces levanto un brazo y hundo la daga en la madera suave y resbalosa de la rampa y la uso para impulsarme hacia arriba por los treinta centímetros que me faltan.

Un grito salvaje se escapa de mi garganta cuando estalla el dolor en mi hombro, al mismo tiempo que mis dedos tocan la orilla. Echo un brazo sobre el borde para afianzarme más y me jalo hacia arriba, usando el mango de mi daga como el último escalón para llegar a lo alto del acantilado.

«Aún no terminas».

Tumbada sobre mi estómago, me giro hacia la rampa y estiro un brazo para recuperar mi daga y la guardo en su funda sobre mis costillas antes de ponerme torpemente de pie. Lo logré. El alivio me saca toda la adrenalina del cuerpo.

Los brazos de Rhiannon me envuelven y me elevan mientras jadeo. Ridoc me abraza por la espalda y me aprieta como si fuera el relleno de un sándwich mientras grita de felicidad. Protestaría, pero en este momento ellos son lo único que me mantiene de pie.

—¡No puede hacer eso! —grita alguien.

—¡Pues ya lo hizo! —comenta Ridoc, mirando hacia atrás y soltándome un poco.

Me tiemblan las rodillas, pero logran sostenerme mientras inhalo y exhalo una y otra vez.

—¡Lo lograste! —Rhiannon toma mi rostro entre sus manos y veo que sus ojos cafés están llenos de lágrimas—. ¡Lo lograste!

—Fue pura suerte. —Inhalo de nuevo y le pido a mi corazón galopante que se tranquilice—. Y. Adrenalina.

—¡Trampa!

Me doy la vuelta hacia la voz. Es Amber Mavis, la líder del Ala Tres, la de cabello rubio rojizo que fue «amiga cercana» de Dain el año pasado, y no hay nada más que furia en su cara mientras avanza hacia Xaden, que está a unos metros de aquí con la lista, registrando tiempos con un cronómetro y con una expresión bastante aburrida.

—Contrólate, Mavis —le ordena Garrick, y el sol se refleja en las dos espadas que el rizado líder de sección lleva siempre colgadas en la espalda mientras pone su cuerpo entre Amber y Xaden.

—La muy tramposa claramente usó materiales ajenos y no una sino dos veces —grita Amber—. ¡Eso no debe tolerarse! ¡Vivimos gracias a las reglas o morimos siguiéndolas!

Con razón ella y Dain son tan cercanos: ambos están enamorados del Código.

—No me gusta que le digan tramposo a nadie de mi sección —le advierte Garrick, y sus enormes hombros me impiden ver a Amber—. Y mi líder de ala se encargará de cualquier violación a las reglas en su propia ala. —Aquí se hace a un lado y vuelvo a encontrarme con los ojos azules de Amber llenos de odio.

—¿Sorrengail? —pregunta Xaden, con la ceja enarcada en un gesto que es obviamente retador y con la pluma sobre el libro. Noto, y no por primera vez, que fuera de sus emblemas del Ala Cuatro y de líder de ala, no usa los parches que a los otros tanto les gusta mostrar.

—Espero la trigésimo segunda penalización por usar la cuerda —respondo, ya con la respiración un poco más controlada.

—¿Y el cuchillo? —Amber me mira con suspicacia—. Está descalificada. —Como Xaden no dice nada, ella pasa la mirada de odio hacia él—. ¡Tienes que sacarla! ¡No puedes tolerar la anarquía en tu propia ala, Riorson!

Pero la mirada de Xaden no se despega de la mía mientras espera en silencio que yo le responda.

—Un jinete solo puede traer al cuadrante las cosas que pueda cargar… —comienzo a decir.

—¿Me estás citando el Código a mí? —grita Amber.

—… y no se les deben quitar esas cosas, sean cuales sean —continúo—, pues tras cruzar el parapeto con ellas, se les considera parte de su ser. Artículo Tres, Sección Seis, Addendum B.

Los ojos azules de Amber se abren de par en par cuando volteo para verla.

—Ese addendum se escribió para que el robo fuera un delito merecedor de la muerte.

—Correcto. —Asiento, pasando la mirada entre ella y esos ojos ónix capaces de ver mi interior—. Pero, al hacerlo, les dio a todos los objetos que crucen el parapeto sobre nuestros cuerpos el estatus de ser parte del jinete. —Desenvaino el arma maltratada sintiendo un fuerte dolor en mis manos—. Esta no es una daga de combate. La crucé por el parapeto y por tanto se considera parte de mí.

Los ojos de Xaden se encienden y no puedo dejar de notar la sonrisa disimulada que aparece en esa insoportablemente deliciosa boca. El Código debería prohibir verse tan bien y ser tan despiadado.

—La forma correcta no es la única manera. —Uso sus propias palabras contra él.

Xaden me sostiene la mirada.

—Te ganó, Amber.

—¡Por un tecnicismo!

—Aun así te ganó. —Se gira ligeramente y le lanza esa mirada que no quiero que jamás me eche a mí.

—Piensas como escriba —me grita ella.

Lo dice como insulto, pero yo solo asiento.

—Ya lo sé.

Amber se va, furiosa, y yo vuelvo a envainar mi daga, dejando caer mis manos y cerrando los ojos mientras el alivio me quita un peso de los hombros. Pasé otra prueba.

—Sorrengail —dice Xaden, y abro los ojos de golpe—. Estás goteando. —Su mirada va directo a mis manos.

Donde hay sangre saliendo de las puntas de mis dedos.

El dolor estalla dentro de mí y derriba mi dique mental como un río salvaje al ver cómo me destruí las manos. Están hechas trizas.

—Arréglalas de alguna forma —me ordena.

Asiento y me voy adonde está mi pelotón. Rhiannon me ayuda a cortar las mangas de mi camisa para vendarme las manos y luego voy a animar a los últimos dos miembros de nuestro pelotón que faltan por subir.

Todos lo logramos.

Ir a la siguiente página

Report Page