Alas de sangre

Alas de sangre


Capítulo 13

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TRECE

No hay nada que genere mayor impacto o que plante tus pies en la

tierra tanto como presenciar una Trilla… al menos para los que logran

sobrevivir a ella.

—GUÍA DE CAMPO DE LOS DRAGONES DEL CORONEL KAORI

La Trilla siempre es el primero de octubre.

Lunes, miércoles o domingo, no importa en qué día caiga según el año. El primero de octubre, los cadetes de primer año del Cuadrante de Jinetes entran en el valle boscoso con forma de cuenco al suroeste de la ciudadela y rezan para salir con vida de ahí.

No voy a morir hoy.

Esta mañana ni siquiera me molesté en comer, y siento lástima por Ridoc, que en este mismo momento está vaciando todo lo que trae en el estómago contra el árbol a mi derecha.

Rhiannon trae una espada colgada en la espalda y el mango le rebota contra la columna mientras salta y estira los brazos sobre su pecho, uno a la vez.

—Recuerden que tienen que escuchar aquí —dice el profesor Kaori al frente de las ciento cuarenta y siete personas que estamos aquí, dándose unos golpecitos en el pecho—. Si un dragón ya los eligió, los va a llamar. —Se toca el pecho de nuevo—. Así que pongan atención no solo a sus alrededores, sino a sus emociones, y háganles caso. —Hace un gesto de pesar—. Y si sus emociones les dicen que se vayan a otro lado… escúchenlas también.

—¿A cuál te vas a acercar? —me pregunta Rhiannon en voz baja.

—No sé. —Niego con la cabeza, pero no puedo sacarme la sensación de derrota del pecho. Para este punto, Mira ya sabía que quería buscar a Teine.

—Te aprendiste las tarjetas, ¿verdad? —pregunta, enarcando una ceja—. ¿Sabes lo que hay allá?

—Sí. Es solo que no me siento conectada con ninguno de ellos. —Lo cual es mejor que sentirme conectada con un dragón al que otro jinete ya le echó el ojo. Hoy no tengo ganas de luchar a muerte—. Dain intentó convencerme de un café.

—Dain perdió su opción de votar cuando intentó convencerte de que te fueras —señala ella.

Hay mucho de verdad en sus palabras. Solo he hablado con él una vez en los últimos dos días desde la Presentación, y en los primeros cinco minutos intentó que me fuera. Esta mañana solo hemos visto profesores, pero sé que los jinetes de segundo y tercero están por aquí y por allá en el valle para observar.

—¿Y tú?

Rhiannon sonríe.

—Estoy pensando en ese verde. El que estaba más cerca de mí cuando se pusieron todos intensos contigo.

—Bueno, pues no te comió, así que tus probabilidades son buenas de entrada. —Sonrío pese al miedo que me corre por las venas.

—Pienso lo mismo. —Entrelaza su brazo con el mío y me enfoco en lo que el profesor Kaori nos está diciendo.

—Si andan en grupos, tienen más probabilidades de que los calcinen que de ser elegidos para formar un vínculo. —El profesor Kaori está discutiendo con alguien cerca del centro del valle—. Los escribas han sacado las estadísticas. Tendrán más suerte solos.

—Y ¿si no nos han elegido para la hora de la cena? —pregunta un hombre de barba corta a mi izquierda.

Miro detrás de él y veo a Jack Barlowe, que me está haciendo un gesto como de cortarse el cuello con el dedo. Qué original. Luego Oren y Tynan se ponen a sus lados.

Cuánta lealtad en el pelotón. Hoy nadie está para nadie.

—Si no los eligen para cuando caiga la noche, hay un problema —responde el profesor Kaori con las puntas de su bigote apuntando hacia abajo—. Los sacará un profesor o un líder superior, así que no se rindan ni crean que ya los olvidamos. —Revisa su reloj de bolsillo—. Recuerden dispersarse y usar cada metro de este valle para su beneficio. Son las nueve, lo que significa que en cualquier momento van a llegar volando. Las únicas palabras que me quedan para ustedes son: buena suerte. —Asiente, recorriéndonos con la mirada con tal intensidad que sé que va a poder recrear este momento en una proyección.

Luego se va, subiendo por la colina a nuestra derecha hasta desaparecer entre los árboles.

La cabeza me da vueltas. Llegó la hora. Saldremos de este bosque como jinetes… o quizá nunca saldremos.

—Con cuidado. —Rhiannon me envuelve en un abrazo y sus trenzas bailan sobre mi hombro.

—Tú también. —Le devuelvo el abrazo apretado y de inmediato me toma otro par de brazos.

—No te mueras —me ordena Ridoc.

Esa es nuestra única meta mientras lo que queda de nuestro pelotón se dispersa, cada uno hacia su lado como si nos hubiera separado una fuerza centrífuga, como si estuviéramos a merced de una rueda de la fortuna.

 

 

A juzgar por la posición del sol, ha pasado al menos un par de horas desde que los dragones llegaron volando y aterrizaron sobre el valle en una sucesión que sonó como un trueno e hizo que la tierra se sacudiera.

Me he topado con dos verdes, un café, cuatro naranjas y…

El corazón me da un vuelco y los pies se me quedan pegados al suelo del bosque cuando un rojo se aparece en mi campo de visión, con la cabeza apenas debajo del dosel que forman los enormes árboles.

Este no es mi dragón. No estoy segura de cómo, pero lo sé.

Contengo la respiración, intentando no hacer ni un sonido cuando su cabeza se mueve hacia la derecha, luego a la izquierda, y mi mirada se planta en el piso al agachar la cabeza.

Durante la última hora he visto dragones lanzarse al aire con un cadete, que ya es un jinete, sobre su lomo, pero también he visto más de un par de columnas de humo y no tengo ganas de ser una de esas.

El dragón exhala y luego sigue su camino. Su cola de garrote se eleva y se atora en una de las ramas bajas, haciéndola caer al suelo con un monstruoso estruendo, y no levanto la cabeza hasta que ya no escucho sus pasos.

Ya me encontré con casi todos los colores de dragones y ninguno me ha hablado ni me ha despertado esa conexión que supuestamente debemos sentir.

Se me hace un hueco en el estómago. ¿Y si soy uno de esos cadetes que están destinados a nunca convertirse en jinetes? ¿Uno de los que rechazan una y otra vez y tienen que repetir el primer año hasta que al fin algo me ponga en la lista de muertos? ¿Todo esto fue por nada?

La sola idea es demasiado pesada como para poder con ella.

Quizá si tan solo pudiera ver el valle, tendría esa sensación de la que hablaba el profesor Kaori.

Cuando encuentro el árbol más cercano que puedo trepar, pongo manos a la obra, escalando rama tras rama. Me duelen las manos, pero no dejo que eso me distraiga. La corteza se atora en las vendas que aún me cubren las palmas, y eso es una lata que me hace detenerme cada par de metros para liberar la tela de la corteza.

Estoy casi segura de que las ramas más altas no van a soportar mi peso, así que me detengo como a tres cuartos de llegar hasta arriba y observo el área a mi alrededor.

Hay unos cuantos verdes a plena vista a mi izquierda, los cuales destacan entre el follaje otoñal. Curiosamente, esta es la temporada del año en que los naranjas, cafés y rojos tienen más posibilidades de camuflarse con el entorno. Busco algún movimiento entre los árboles y veo un par más directamente al sur, lo cual probablemente significa que esos tampoco son el mío.

Siento un vergonzoso y profundo alivio cuando veo a al menos media docena de personas de primero caminando sin rumbo. No debería alegrarme que ellos tampoco hayan encontrado a su dragón, pero el menos no soy la única, y eso me da esperanza.

Hay un claro al norte y mis ojos se entrecierran cuando algo brilla como un espejo bajo el sol.

«O como un dragón dorado».

Supongo que el pequeño Cola de Plumas sigue por aquí, saciando su curiosidad. Pero aparentemente no voy a encontrar a mi dragón sobre un árbol, así que me bajo tan cuidadosa y silenciosamente como puedo. Mis pies tocan el suelo justo antes de que una voz se acerque y me pongo detrás del tronco para no ser vista.

No deberíamos estar en grupos.

—En serio, creo que vi que venía para acá. —Es esa voz engreída que de inmediato reconozco como la de Tynan.

—Más te vale que tengas razón, porque si subimos hasta acá para no encontrar nada, te voy a hacer pedazos. —Se me retuerce el estómago. Es Jack. Ninguna voz tiene ese efecto físico en mí, ni siquiera la de Xaden.

—¿Estás seguro de que no deberíamos aprovechar el tiempo para buscar a nuestros dragones en vez de andar cazando al fenómeno? —Mi cabeza me dice que también reconozco esa voz, pero me asomo un poco solo para estar segura. Sí, es Oren.

Vuelvo a esconderme tras el árbol cuando pasa el trío, cada uno de ellos trae colgando una espada mortal. Yo tengo nueve dagas pegadas a mi cuerpo en distintos lugares, así que no es que ande desarmada, pero me siento trágicamente en desventaja por mi incapacidad de blandir bien una espada. Pero es que son demasiado pesadas, carajo.

Un momento… ¿qué dijeron que están haciendo? ¿Cazando?

—De todos modos, nuestros dragones no se van a unir a otros jinetes —aclara Jack—. Nos esperarán, y esto se tiene que hacer. Ese flacucho va a hacer que alguien termine muerto. Tenemos que deshacernos de él.

La náusea me revuelve el estómago y mis uñas se entierran en las palmas de mis manos. Intentarán matar al pequeño dorado.

—Si nos atrapan, estamos jodidos —comenta Oren.

Es poco decir. No creo que los dragones se tomen bien que maten a uno de los suyos, pero parece que están decididos a sacrificar a los débiles de la manada de nuestra especie, así que no es una locura pensar que podrían hacer lo mismo con la suya.

—Entonces cállate para que nadie nos escuche —le responde Tynan, subiendo la voz con ese tono burlón que me hace querer darle un puñetazo en la cara.

—Es lo mejor —señala Jack, bajando el tono—. Obviamente es un monstruo inmanejable, y saben que los Cola de Plumas son inútiles para el combate. Se niegan a pelear. —Su voz se va perdiendo conforme se alejan con dirección al sur.

Hacia el claro.

—Mierda —murmuro, aunque los imbéciles ya no pueden escucharme. Nadie sabe nada sobre los Cola de Plumas, así que no sé de dónde sacó esa información Jack, pero en este momento no tengo tiempo para concentrarme en sus suposiciones.

No tengo cómo contactar al profesor Kaori, y no ha habido ni una señal de que los jinetes mayores nos estén viendo, así que tampoco puedo contar con ellos para que detengan este desastre. El dragón dorado debería poder exhalar fuego, pero ¿y si no puede?

Hay posibilidades de que no lo encuentren, pero… Mierda, ni siquiera yo me puedo convencer de eso. Van en la dirección correcta y ese dragón es básicamente un faro encendido. Lo van a encontrar.

Encorvo la espalda y suspiro mirando al cielo, frustrada.

No puedo quedarme aquí sin hacer nada.

«Puedes llegar antes que ellos y ponerlo en alerta».

Es un plan sólido y mejor que la opción dos, donde me vería obligada a enfrentarme a tres hombres armados que en conjunto me ganan por al menos noventa kilos.

Con pasos silenciosos, corro por el bosque en un ángulo ligeramente distinto al del grupito de Jack, agradecida porque crecí jugando a las escondidas en el bosque con Dain. Esta es un área que sin duda puedo decir que domino.

Los tipos me llevan ventaja y el claro está más cerca de lo que creí, así que acelero el paso, con la mirada yendo y viniendo entre el camino cubierto de hojas que elegí y donde creo, no, más bien donde sé que van avanzando hacia la izquierda. Alcanzo a distinguir sus enormes siluetas en la distancia.

Escucho un tronido y el suelo desaparece de mis pies para encontrarse con mi cara. Extiendo las manos para protegerme un segundo antes de estrellarme con la tierra. Me muerdo el labio inferior para no soltar un chillido mientras mi tobillo grita de dolor. Los tronidos no son buenos. Nunca son buenos.

Miro hacia atrás y maldigo al encontrar la rama caída que se escondió entre la hojarasca y me acaba de torcer el tobillo. Mierda.

«Bloquea el dolor. Bloquéalo». Pero no hay trucos mentales que eviten que la terrible agonía me revuelva el estómago mientras me arrastro para ponerme de rodillas y me levanto con cuidado, manteniendo mi peso sobre el tobillo izquierdo.

No me queda más que cojear los casi cuatro metros que me faltan hasta el claro, apretando los dientes durante todo el camino. El dejo de satisfacción de saber que le gané a Jack para llegar hasta aquí casi es suficiente para hacerme sonreír.

La pradera es lo bastante grande como para diez dragones y está rodeada por árboles enormes, pero el dorado está solo en el centro, como si quisiera broncearse. Es tan hermoso como lo recuerdo, pero a menos que pueda exhalar fuego, es una presa fácil.

—¡Tienes que irte de aquí! —siseo, aún escondida entre los árboles, pues sé que podrá escucharme—. ¡Te van a matar si no te vas!

Su cabeza se gira hacia a mí y luego se tuerce en un ángulo que hace que hasta a mí me duela el cuello.

—¡Sí! —susurro más alto—. ¡Tú! ¡Doradito!

La creatura cierra y abre sus ojos de oro y sacude la cola.

«No puede ser, carajo».

—¡Vete! ¡Corre! ¡Vuela! —Le hago unas señas para que se vaya, pero luego recuerdo que es un maldito dragón, capaz de hacerme pedazos con sus garras, y bajo las manos. Esto no está saliendo bien, sino todo lo contrario.

Los árboles al sur se sacuden y Jack sale al claro, blandiendo su espada con la mano derecha. Un instante después, es flanqueado por Oren y Tynan, ambos con las armas listas.

—Mierda —murmuro, y mi pecho se aplasta. Oficialmente esto está saliendo terrible.

El dragón dorado gira la cabeza hacia ellos y un rugido bajo le hace vibrar el pecho.

—Haremos que no te duela —le promete Jack, como si eso volviera aceptable al asesinato.

—Quémalos —exclamo muy alto, y el corazón se me acelera más con cada paso que dan. Pero el dragón no lo hace y, de algún modo, estoy convencida por completo de que no puede. Fuera de sus dientes, está totalmente indefenso contra los tres guerreros armados.

Va a morir solo porque es más pequeño y débil que los otros dragones… igual que yo. Esto hace que se me cierre la garganta.

Con el estómago revuelto, tengo de nuevo esa sensación del parapeto de que, haga lo que haga a continuación, tiene grandes probabilidades de acabar con mi vida.

Y, aun así, lo voy a hacer, porque esto está mal.

—¡No pueden hacerlo! —Doy mi primer paso hacia la hierba que me cubre casi hasta la mitad de las piernas y la atención de Jack se pasa hacia mí. Mi tobillo tiene sus propios latidos y el dolor me sube como ráfagas por la columna, y me hace cascabelear los dientes cada que obligo a mi articulación lastimada a sostener mi peso para que no me vean cojear. No pueden saber que estoy herida, porque solo atacarían más rápido.

De uno en uno, podría detenerlos el tiempo suficiente para que el dragón escape, pero juntos…

«No lo pienses».

—¡Ah, miren! —Jack sonríe y me apunta con su espada—. ¡Podemos deshacernos de los dos eslabones más débiles al mismo tiempo! —Mira a sus amigos y se ríe interponiéndose en su camino.

Cada paso me duele más que el anterior, pero logro llegar al centro del claro para ponerme entre el grupo de Jack y el dragón dorado.

—Tengo mucho tiempo esperando por esto, Sorrengail. —Avanza lentamente.

—Si puedes volar, este es un buen momento para hacerlo —grito sobre mi hombro hacia el dragoncito, sacando dos dagas de las fundas sobre mis costillas.

El dragón gorgorea. Muy útil.

—No pueden matar a un dragón. —Intento razonar con ellos, negando con la cabeza hacia el trío mientras el miedo se mezcla con la adrenalina en mis venas.

—Claro que podemos. —Jack se encoge de hombros, pero Oren parece un poco inseguro, así que planto mi mirada sobre él mientras se separan ligeramente, como unos tres metros y medio, haciendo la formación perfecta para un ataque.

—No pueden —le digo directamente a Oren—. ¡Va contra todo en lo que creemos!

Él hace un gesto de pesar. Jack no.

—¡Dejar que algo tan débil, tan incapaz de pelear, siga con vida va contra lo que creemos! —grita Jack, y sé que no solo se refiere al dragón.

—Pues van a tener que pasar por encima de mí. —El corazón se me azota contra las costillas mientras levanto mis dagas, girando una para tomarla por la punta, lista para lanzarla y midiendo los seis metros que me separan de mis atacantes.

—No creo que eso vaya a ser problema —se burla Jack.

Todos levantan sus espadas y yo tomo aire y me preparo para la lucha. No estamos en la colchoneta. No hay instructores. No nos podemos rendir. Nada los detiene de acabar conmigo… con nosotros.

—Les recomiendo que reconsideren lo que van a hacer —exige una voz, su voz, al otro lado del campo, a mi derecha.

Siento un cosquilleo en la cabeza mientras todos giramos hacia allá.

Xaden está recargado contra un árbol con los brazos cruzados sobre el pecho; detrás de él está Sgaeyl, su aterradora Cola de Daga azul marino, que nos observa con sus ojos dorados entrecerrados y con sus colmillos expuestos.

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