Alas de sangre

Alas de sangre


Capítulo 14

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CATORCE

En los seis siglos que se lleva registrando la historia de dragones y jinetes ha habido cientos de casos conocidos en el que un dragón simplemente no puede recuperarse a nivel emocional de la pérdida del jinete con el

que se unió. Esto pasa cuando el vínculo es particularmente fuerte y, en tres casos documentados, incluso ha provocado la muerte prematura del dragón.

 

—NAVARRE, HISTORIA SIN CENSURA

POR EL CORONEL LEWIS MARKHAM

«Xaden». Por primera vez, verlo me llena el pecho de esperanza. Él no va a permitir que esto pase. Puede que me odie, pero es líder de ala. No puede quedarse ahí, viendo cómo matan un dragón.

Pero yo conozco las reglas probablemente mejor que cualquier otra persona en este cuadrante.

«Tiene que hacerlo». La bilis me sube por la garganta y tengo que levantar un poco la cara para controlar la sensación. Lo que Xaden quiera, que siempre es debatible, no importa en este momento. Solo puede observar, no interferir.

Voy a tener público para mi muerte. Maravilloso.

Adiós a la esperanza.

—Y ¿si no queremos reconsiderar lo que vamos a hacer? —grita Jack.

Xaden me mira; juraría que tensa la quijada y lo puedo ver desde acá.

«La esperanza es una cosa voluble y peligrosa. Te roba la concentración y se la lleva hacia las posibilidades en vez de dejarla donde tiene que estar: en las probabilidades». Las palabras de Xaden vuelven a mi cabeza con alarmante claridad, y despego mis ojos de los suyos para concentrarme en las tres probabilidades que están frente a mí.

—No puedes hacer nada, ¿verdad? ¿Líder de ala? —se burla Jack.

Supongo que él también conoce las reglas.

—No es de mí de quien tienen que preocuparse hoy —les responde Xaden, y Sgaeyl inclina la cabeza con una expresión de pura amenaza en los ojos cuando me volteo para verla.

—¿En serio vas a hacer esto? —le pregunto a Tynan—. ¿Vas a atacar a una compañera de pelotón?

—Hoy los pelotones importan un carajo —me responde, furioso, y una sonrisa amenazante y siniestra le curva los labios.

—¿Supongo que eso es un no a lo de volar? —digo sobre mi hombro de nuevo, y el dragón dorado hace un gorgoreo grave en su garganta como respuesta—. Genial. Bueno, si pudieras apoyarme con esas garras, te lo agradecería.

Gorgorea dos veces más y le echo una mirada a sus garras.

Aunque más bien debería decirles… patas.

—Carajo. ¿No tienes garras?

Me giro hacia los tres hombres justo cuando Jack suelta un grito de guerra y se lanza contra mí. No vacilo. Asesto mi arma hacia el espacio entre nosotros que rápidamente va disminuyendo, y la daga encuentra su blanco en el hombro del brazo en el que trae la espada, la cual se le cae cuando él se pone de rodillas y vuelve a gritar, pero esta vez de dolor.

Bien.

Pero Oren y Tynan se lanzaron al mismo tiempo y ya casi me alcanzan. Le lanzo mi segunda daga a Tynan y le doy en el muslo, con lo que lo hago avanzar un poco más lento, pero no logro detenerlo.

Oren se va contra mi cuello y lo esquivo, desenvainando otra daga para hacerle un corte en las costillas como lo hice durante nuestro reto. Mi tobillo no me permitirá soltar patadas y ni siquiera dar un golpe decente, así que mi única opción son las armas.

Él se recupera rápidamente y gira con la espada, dándome en el estómago con un corte limpio que me hubiera destripado si no fuera por la armadura de Mira, pero el filo solo roza las escamas y se me resbala.

—¿Qué diablos fue eso? —Oren tiene una expresión sorprendida.

—¡Me destruyó el hombro! —grita Jack, poniéndose de pie torpemente y distrayendo a los otros con eso—. ¡No lo puedo mover! —Se agarra la articulación y esto me hace sonreír.

—Es lo bueno de tener articulaciones débiles —comento, tomando otra daga—. Te sabes los puntos perfectos para atacar.

—¡Mátenla! —ordena Jack sin soltarse el hombro mientras retrocede algunos pasos, y luego se da la vuelta y se va corriendo en la dirección opuesta hasta desaparecer entre los árboles en poco tiempo.

Maldito cobarde.

Tynan suelta un espadazo y me tambaleo, con un dolor insoportable que me roba la vista por un instante antes de hacer un movimiento hacia atrás para luego hundir mi daga en su costado, después giro y le pego con el codo en la barbilla a Oren mientras me ataca, haciendo que su cabeza se sacuda.

—¡Perra maldita! —grita Tynan, con la mano sobre su costado sangrante.

—Qué insulto… —Me aprovecho de la expresión azorada de Oren para hacerle un corte en la cadera—. Más original.

El movimiento me cuesta, pues un chillido se escapa de mi garganta cuando la espada de Tynan me tasajea la parte alta del brazo siguiendo la dirección del hueso.

La armadura evitó que penetrara en mis costillas, pero sé que mañana tendré un moretón horrible; mientras retrocedo la sangre corre libremente al separarme de la espada.

—¡Detrás de ti! —grita Xaden.

Me doy la vuelta para encontrarme con la espada de Oren en lo alto, lista para separarme la cabeza de los hombros, pero el dragón dorado abre las fauces y Oren se va de lado con los ojos llenos de terror, como si apenas se hubiera dado cuenta de que la creatura tiene dientes.

Doy un paso de lado y le golpeo la base del cráneo con el mango de mi daga.

Oren se desploma, inconsciente, y no espero para verlo caer antes de girarme hacia Tynan, que ya tiene lista su espada ensangrentada.

—¡No puedes interferir! —le grita Tynan a Xaden, pero no me atrevo a despegar la mirada de mi oponente lo suficiente para ver cómo reacciona el líder de ala.

—No, pero sí puedo narrar —le aclara Xaden.

Obviamente en este momento está de mi lado, lo cual me confunde muchísimo, pues estoy más que segura de que me quiere muerta. Pero quizá no es mi vida la que está protegiendo, sino la del dragón dorado.

Arriesgo una mirada, y sí, Sgaeyl se ve enojada. Su cabeza está ondulando en un movimiento sinuoso, clara señal de inquietud, y sus ojos dorados y furiosos están bien puestos sobre Tynan, que ahora está intentando acecharme haciendo círculos como si estuviéramos en la colchoneta, pero no voy a permitir que se ponga entre el dragoncito dorado y yo.

—Tienes el brazo lastimado, Sorrengail —sisea Tynan, con la cara pálida y sudorosa.

—Estoy acostumbrada a vivir con dolor, imbécil. ¿Y tú? —Levanto la daga en mi mano derecha solo para demostrarle que puedo pese a la sangre que me corre por el brazo y gotea por la punta de mi arma, empapando los vendajes sobre mi palma. Mis ojos van directo a su costado—. Sé exactamente dónde te corté. Si no encuentras un curandero pronto, vas a tener una hemorragia interna.

La rabia le distorsiona la cara; hace un movimiento de ataque.

Intento lanzarle mi cuchillo, pero se me resbala de la mano empapada de sangre y cae con un golpe seco sobre el pasto a unos metros de mí.

Y sé que mis fanfarronerías ya no serán suficiente para salvarme.

Tengo el brazo herido. Tengo la pierna herida. Pero al menos hice que Jack Barlowe saliera huyendo antes de morirme.

No está tan mal como último pensamiento.

Justo cuando Tynan levanta su espada con las dos manos, preparándose para un golpe mortal, veo cierto movimiento a mi derecha. Es Xaden. Y, sin importarle las reglas, viene hacia acá como si planeara evitar que Tynan me mate.

Apenas tengo un momento para sentir la sorpresa de que Xaden pudiera salvarme por la razón que sea cuando una ráfaga de viento me azota la espalda y me tambaleo hacia adelante mientras pongo más peso sobre mi tobillo destruido y sacudo los brazos para recuperar el equilibrio, y con una mueca en la cara por el dolor insoportable.

Tynan se queda con la boca abierta y da unos pasos torpes hacia atrás, levanta tanto la cabeza que casi queda perpendicular a su torso. Las sombras nos envuelven a los dos mientras él sigue alejándose.

Jadeando, porque mis pulmones están desesperados por tomar aire, me atrevo a lanzar una miradita sobre mi hombro para ver por qué se está retirando Tynan.

Y el corazón se me atora en la garganta.

Junto al dorado, que se encuentra metido bajo una enorme ala negra llena de cicatrices, está el dragón más grande que he visto en mi vida, el dragón negro sin jinete que el profesor Kaori nos mostró en clase. No le llego ni cerca del tobillo.

Un gruñido resuena en su pecho y hace vibrar el suelo mientras baja su cabeza gigante, mostrando sus colmillos húmedos.

El miedo me recorre cada célula del cuerpo cuando su aliento caliente pasa sobre mí.

—Hazte a un lado, Plateada —ordena una voz profunda y ronca, definitivamente masculina.

Parpadeo. Un momento. «¿Qué? ¿Está hablando conmigo?».

—Sí. Tú. Muévete. —Hay cero espacio para el debate en su tono, así que me hago a un lado cojeando y casi me tropiezo con el cuerpo inconsciente de Oren mientras Tynan se echa a correr entre gritos, intentando huir hacia los árboles.

Los ojos del dragón negro se entrecierran sobre Tynan y abre la boca de par en par un segundo antes de lanzar un fuego, cuyo calor puedo sentir junto a mi cara, sobre el campo y quemando todo a su paso… incluyendo a Tynan.

Las llamas crepitan en las orillas del camino calcinado y me giro lentamente para ver al dragón, preguntándome si seré la siguiente.

Sus enormes ojos dorados me observan, pero no me muevo y levanto la frente con gesto de dignidad.

—Deberías acabar con el enemigo a tus pies.

Mis cejas se enarcan en una expresión sorprendida. Su boca no se movió. Me habló, pero su boca no se movió. Ay, mierda. Es porque está en mi cabeza.

—No puedo matar a un hombre inconsciente. —Niego con la cabeza, aunque si lo hago a manera de protesta por lo que me está sugiriendo o si es resultado de mi confusión, está abierto a debate.

—Él te mataría si estuviera en tu posición.

Miro a Oren, que sigue inconsciente en la hierba bajo mis pies. No es como que pueda negarle que tiene razón en su astuta aseveración.

—Pues será porque así es él. Pero yo no soy así.

El dragón solo parpadea como respuesta y no sé si eso es bueno o malo.

Veo un borrón azul por el rabillo del ojo y luego siento la ráfaga de viento cuando Xaden y Sgaeyl se van volando y me dejan aquí con el enorme dragón negro y el pequeñín dorado. Supongo que la momentánea preocupación de Xaden por mi vida ya se terminó.

Las fosas nasales del dragón se ensanchan.

—Estás sangrando. Haz que pare.

Mi brazo.

—No es tan fácil cuando te enterraron una… —Sacudo la cabeza. ¿En serio estoy discutiendo con un dragón? Esto es jodidamente surrealista—. ¿Sabes qué? Es una gran idea. —Como puedo corto lo que me queda de la manga derecha y me envuelvo la herida, sosteniendo una esquina de la tela con los dientes mientras la aprieto con fuerza para hacer presión y detener el sangrado—. Listo. ¿Mejor?

—Algo es algo. —Inclina la cabeza hacia un lado, mirándome—. También traes las manos amarradas. ¿Sueles sangrar mucho?

—Intento no hacerlo.

Él suelta un resoplido burlón.

—Vámonos, Violet Sorrengail. —Levanta la cabeza y el dragón dorado se asoma debajo de su ala.

—¿Por qué sabes mi nombre? —le pregunto mirándolo hacia arriba con la boca abierta.

—Y pensar que ya casi se me había olvidado lo parlanchines que son los humanos. —Suspira y la ráfaga de su aliento hace que los árboles se sacudan—. Súbete a mi lomo.

Ay. Mierda. Me está… eligiendo.

—¿Que me suba a tu lomo? —repito como un maldito perico—. ¿Te has visto? ¿Tienes idea de lo enorme que eres? —Necesitaría una maldita escalera para llegar hasta allá arriba.

El gesto con el que me está mirando solo podría describirse como fastidio.

—Uno no vive durante un siglo sin estar bien consciente del espacio que ocupa. Ahora, súbete.

El dorado sale de su refugio bajo el ala del grandote. Es diminuto comparado con la monstruosidad frente a mí y parece estar completamente indefenso a excepción de sus dientes, como un cachorro juguetón.

—No puedo dejarlo aquí —digo—. ¿Y si Oren despierta o Jack vuelve?

El dragón negro gorgorea.

El dorado se agacha, flexionando las piernas, y luego se eleva hacia el cielo y sus alas doradas reflejan la luz del sol en su vuelo sobre las copas de los árboles.

O sea que sí puede volar. Hubiera estado bien saberlo hace unos veinte minutos.

—Súbete —gruñe el dragón negro, haciendo que se sacudan el suelo y los árboles en las orillas del campo.

—No quieres que me vaya contigo —le discuto—, soy…

—No te lo voy a decir otra vez.

Entendido.

El miedo me aprieta la garganta como un puño y avanzo tambaleándome hacia su pierna. Esto no es como trepar un árbol. No hay de dónde agarrarse ni un camino fácil, solo una serie de escamas duras como piedras que no sirven de mucho para apoyarse. Además, mi tobillo y mi brazo no son de gran ayuda. ¿Cómo diablos voy a subir hasta allá? Levanto el brazo izquierdo y tomo aire antes de poner una mano en su pata de adelante.

Las escamas son más grandes y gruesas que mi mano y están sorprendentemente tibias. Se van superponiendo a las otras en un intrincado diseño que no deja espacio para agarrarse.

—Eres jinete, ¿o no?

—Me parece que eso está abierto a debate en este momento. —Mi corazón se desboca. ¿Me va a asar viva por ser demasiado lenta?

Un gruñido de frustración retumba en su pecho y luego me sacude salvajemente cuando estira la pata hacia adelante y la convierte en una rampa. Los dragones nunca le suplican a nadie y, sin embargo, aquí está él, haciendo una reverencia para que me sea más fácil subirme. Está empinado, pero puedo lograrlo.

Sin vacilar, subo a gatas por su pierna para equilibrar mi peso y no lastimarme más el tobillo, pero el dolor en el brazo hace que esté jadeando para cuando llego a su hombro y me subo de ahí a su espalda, esquivando los picos afilados que le bajan por la nuca como una melena.

Carajo. Estoy en el lomo de un dragón.

—Siéntate.

Veo el asiento, el hueco suave y escamoso justo frente a sus alas, y me acomodo ahí, doblando las rodillas como nos enseñó el profesor Kaori. Luego me agarro de los gruesos bordes de escamas a las que llamamos el pomo, donde su cuello se encuentra con los hombros. Todo en él es más grande que cualquier modelo en el que hayamos practicado. Mi cuerpo no está hecho para mantenerse encima de ningún dragón, mucho menos uno de este tamaño. No hay forma de que pueda permanecer sentada. Esto está por ser el primer y último viaje en dragón de mi vida.

—Mi nombre es Tairneanach, hijo de Murtcuideam y Fiaclanfuil, descendientes de la astuta estirpe Dubhmadinn. —Se yergue tan alto como es, dejándome al nivel de las copas de los árboles que rodean el claro, y aprieto mis piernas un poco más—. Supongo que no podrás recordar todo eso para cuando lleguemos al campo, así que Tairn bastará hasta que inevitablemente tenga que recordártelo.

Tomo una rápida bocanada de aire, pero no hay tiempo para procesar su nombre, su historia, antes de que se incline ligeramente y nos lancemos al vuelo.

Se siente como me imagino que sentirá una piedra al ser lanzada de una catapulta, salvo que se requiere hasta la última gota de fuerza que hay en mi cuerpo para mantenerme sobre esta piedra.

—¡Santos dioses! —El suelo se va alejando de nosotros en el vuelo, y las enormes alas de Tairn azotan el aire hasta manejarlo a su gusto y nos siguen elevando.

Mi cuerpo se separa de su lomo y me aferro con las manos, intentando mantenerme en mi lugar, pero el viento, el ángulo, todo es demasiado, y me falla el agarre y se me resbalan las manos.

—¡Mierda! —Buscando cómo agarrarme, mis manos arañan el lomo de Tairn mientras bajo junto a sus alas, acercándome rápidamente a las afiladas escamas de su cola de maza—. ¡No, no, no!

Él gira a la izquierda y la poca esperanza que tenía de agarrarme de algo sale volando junto conmigo.

Voy en caída libre.

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