Alas de sangre

Alas de sangre


Capítulo 15

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QUINCE

Que sobrevivas a la Trilla no significa que sobrevivirán al viaje hasta

el campo de vuelo. Ser elegido no es la única prueba y, si no puedes

aferrarte al asiento, saldrás volando hacia el suelo..

—PÁGINA 50, EL LIBRO DE BRENNAN

El terror me cierra la garganta y me descontrola el pulso. El aire pasa a toda velocidad junto a mí mientras voy cayendo a toda velocidad al terreno montañoso que está allá abajo, y el sol se refleja en las escamas del dorado que va mucho más abajo que yo.

Me voy a morir. Ese es el único resultado posible.

Siento que algo se cierra sobre mis costillas y hombros, deteniendo mi caída, y mi cuerpo se sacude violentamente cuando me jalan hacia arriba.

—Nos estás haciendo quedar mal. Ya basta.

Estoy entre las garras de Tairn. Me… atrapó en vez de dejarme morir en la caída por ser indigna de él.

—¡No es tan fácil quedarse sobre tu lomo cuando haces acrobacias! —le grito.

Él baja la mirada y podría jurar que el borde sobre su ojo se enarca.

—No se puede decir que un simple vuelo sea una acrobacia.

—¡Tú no haces nada simple! —Envuelvo los nudillos de sus patas con mis brazos, notando que sus afiladas garras se curvan peligrosamente cerca de los costados de mi cuerpo. Es enorme, pero también es cuidadoso mientras volamos sobre la montaña.

«Es uno de los dragones más mortíferos en Navarre». La clase del profesor Kaori. ¿Qué más dijo? Que el único dragón negro sin jinete no había aceptado buscar vínculo este año. Que ni siquiera lo habían visto en los últimos cinco años. Que su jinete murió en la rebelión tyrrish.

Tairn me levanta y luego me suelta, echándome a volar sobre él, y yo solo sacudo los brazos. El estómago se me revuelve por la altura a la que me lanzó, y luego caigo por unos dos segundos antes de que el dragón se mueva rápidamente para atraparme sobre su lomo entre las alas.

—Siéntate y ahora sí agárrate bien, o nadie va a creer que de verdad te elegí —gruñe.

—¡Yo misma no puedo creer que me elegiste! —Me dan ganas de expresarle que volver al asiento no es tan fácil como insinúa, pero él se pone en horizontal y sus alas planean sobre el aire, cortando la resistencia del viento. Centímetro a centímetro, me arrastro sobre su espalda hasta llegar al asiento y acomodarme de nuevo. Me aferro a sus protuberancias con tanta fuerza que se me acalambran las manos.

—Vas a tener que ganar fuerza en las piernas. ¿No practicaste?

La indignación me sube por la espalda.

—¡Claro que practiqué!

—No hace falta que grites. Te escucho perfectamente. Yo creo que toda la montaña te escucha.

¿Todos los dragones serán cascarrabias? ¿O solo el mío?

Esa pregunta me hace abrir los ojos de par en par. Tengo… un dragón. Y no cualquier dragón. Tengo a Tairneanach.

—Aprieta más con las rodillas. Apenas puedo sentirte allá arriba.

—Eso intento. —Acerco una rodilla a la otra y los músculos de mis muslos tiemblan mientras él gira a la izquierda, esta vez con más suavidad que la anterior y con un ángulo menos inclinado, cambiando de rumbo con un enorme arco que nos lleva de regreso a Basgiath.

—Es solo que… no soy tan fuerte como otros jinetes.

—Sé perfectamente quién y qué eres, Violet Sorrengail.

Las piernas me tiemblan hasta que al fin se quedan firmes, con los músculos tensos como si los hubieran envuelto con una banda, pero no hay dolor. Miro sobre mi hombro y veo su cola de maza a lo que se sienten como kilómetros detrás de nosotros.

Él lo está haciendo. Me tiene firme en mi lugar.

Siento la culpa creciendo en mi estómago. Debí haberme enfocado más en entrenar la fuerza de mis piernas. Debí haber pasado más tiempo preparándome para esto. Él no tendría por qué gastar su energía en que su jinete no se caiga.

—Lo siento. Es solo que no creí que iba a llegar hasta aquí.

Un fuerte suspiro resuena en mi mente.

—Yo tampoco creí que iba a llegar hasta aquí, así que eso es algo que tenemos en común.

Me estiro sobre el asiento y miro el paisaje mientras el viento me arranca unas lágrimas por las orillas de mis ojos. Con razón la mayoría de los jinetes elige usar goggles. Hay al menos una docena de dragones en el aire y todos están haciendo que sus jinetes soporten varios giros y caídas en picada. Rojos, naranjas, verdes, cafés, el cielo está lleno de puntos de color.

El corazón me da un vuelco cuando veo que un jinete se cae del lomo de un Rojo Cola de Espada y, a diferencia de Tairn, el dragón no baja a atrapar al de primero. Desvío la mirada antes de que el cuerpo choque contra el suelo.

«No es nadie que conozcas», me digo. Rhiannon, Ridoc, Trina, Sawyer… Probablemente todos están ya unidos a un dragón y esperando en la seguridad del campo.

—Vamos a tener que dar un espectáculo.

—Genial. —La idea es todo menos eso.

—No te vas a caer. No lo voy a permitir. —Las bandas que me rodean las piernas se extiendes a mis manos y siento cómo me recorre una energía invisible—. Vas a confiar en mí.

No es una pregunta. Es una orden.

—Hagámoslo ya. —No puedo mover las piernas, los dedos, las manos, así que no hay nada que pueda hacer más que quedarme donde estoy y guardar la esperanza de que pueda disfrutar lo que sea que el dragón esté por hacer.

Con un vigoroso aleteo, nos lanzamos hacia arriba en lo que se siente como una subida de noventa grados que deja a mi estómago allá abajo. Tairn pasa sobre las cimas de las montañas cubiertas de nieve y nos quedamos ahí por un instante antes de que se gire y se lance hacia abajo en el mismo ángulo aterrador.

Es el momento más horrible y a la vez el más emocionante de mi vida.

Hasta que vuelve a girar y comenzamos a movernos en espiral.

Mi cuerpo se retuerce para acá y para allá con cada vuelta y el movimiento no se detiene, bajando y girando con tanta fuerza que puedo jurar que la tierra se convierte en el cielo, y luego lo repite una y otra vez hasta que en mi rostro aparece una enorme sonrisa.

No hay nada como esto.

—Creo que demostramos lo suficiente. —Se pone en horizontal, gira a la derecha y se dirige al valle que nos llevará al cañón semicerrado de los campos de entrenamiento. El sol está por ponerse detrás de las montañas, pero aún hay luz suficiente para ver al dragón dorado allá arriba, que está adelante de nosotros sin avanzar, como si esperara algo. Quizá no eligió un jinete, pero vivirá para decidir de nuevo el próximo año, y eso es lo único que importa.

O quizá verá que los humanos no somos tan buenos después de todo.

—¿Por qué me elegiste? —Necesito saberlo, porque en cuanto aterricemos, habrá preguntas.

—Porque la salvaste. —La cabeza de Tairn se inclina hacia la dorada mientras nos acercamos y cuando ella se echa a volar detrás de nosotros, bajamos la velocidad.

—Pero… —Niego con la cabeza—. Los dragones eligen según la fuerza, las tretas y… la fiereza de los jinetes. —Y nada de eso me define.

—Por favor, cuéntame más sobre cuáles deben ser mis razones para elegir. —Su tono está lleno de sarcasmo mientras pasamos sobre el Guantelete y nos acercamos a la estrecha entrada de los campos de entrenamiento.

Tomo una enorme bocanada de aire, sorprendida, al ver tantos dragones. Hay cientos reunidos por la orilla de la ladera de la montaña detrás de las gradas que se montaron durante la noche. Espectadores. Y en la parte baja del valle, en el mismo campo por el que desfilé hace apenas un par de días, hay dos hileras de dragones frente a frente.

—Están divididos entre los del cuadrante que eligieron en años pasados y los que eligieron hoy —me informa Tairn—. Somos la septuagésima primera tanda de vínculos que entra al campo.

Mamá estará aquí, en la tarima frente a las gradas, y quizá recibiré un poco más que una miradita de pasada, pero su atención estará principalmente en los más o menos setenta pares recién unidos.

Un feroz rugido de celebración sale de entre los dragones cuando llegamos volando. Todas las cabezas se vuelven hacia nosotros y sé que es por respeto a Tairn. Igual que la manera en que se separan los dragones al centro del campo, haciendo espacio para que Tairn aterrice. Él retira las bandas que me mantenían fija en mi asiento y luego vuela sobre el pasto por un par de aleteos, y veo al dragón dorado volando a toda velocidad para alcanzarnos.

Qué ironía. Tairn es el dragón más admirado en el Valle, y yo soy el jinete con menos probabilidades en el cuadrante.

—Eres la más inteligente de tu año. La más astuta.

Al escuchar el cumplido, trago saliva para intentar ignorarlo. Me entrené como escriba, no como jinete.

—Defendiste a la más pequeña con gran valor. Y la fuerza de la valentía es más importante que la física. Te lo digo porque aparentemente necesitas saberlo antes de que aterricemos.

Sus palabras me forman un nudo en la garganta y tengo que tragar saliva para bajármelo.

Ay. Mierda. No dije esas cosas en voz alta. Las pensé.

Puede leer mi mente.

—¿Ves? Eres la más lista de tu año.

Adiós a la privacidad.

—Nunca más estarás sola.

—Eso suena a amenaza más que a consuelo —pienso. Claro que ya sabía que los dragones tienen un vínculo mental con sus jinetes, pero las implicaciones de eso son un poco más que abrumadoras.

Tairn suelta un resoplido burlón como respuesta.

La dragona dorada nos alcanza, batiendo sus alas al doble de velocidad que las de Tairn, y aterrizamos en el justo centro del campo. El impacto me sacude un poco, pero me mantengo firme y erguida en el asiento e incluso logro soltar el pomo.

—¿Ves? Me puedo mantener en mi lugar perfectamente si no te mueves.

Tairn pega las alas a su cuerpo y me mira sobre el hombro con una expresión que es lo más parecido que he visto en un dragón a poner los ojos en blanco.

—Más vale que te bajes antes de que reconsidere mi elección, y ve a decirle al de la lista…

—Sé qué tengo que hacer. —Tomo aire, nerviosa—. Es solo que no pensé que seguiría viva para hacerlo. —Tras sopesar ambas opciones para bajarme, me muevo hacia la derecha para proteger mi tobillo lo más posible. No se permite que haya curanderos en el campo de vuelo, solo jinetes, así que espero que a alguno se le haya ocurrido cargar un equipo médico porque voy a necesitar puntadas y una tablilla.

Comienzo a bajar por las escamas del hombro de Tairn y, antes de que pueda lamentar la distancia que voy a tener que saltar con mi tobillo destrozado, el dragón se mueve un poco y estira la pierna para formar una rampa.

Desde la ladera se escucha un sonido como de cuchicheos… si es que los dragones cuchichean.

—Sí cuchichean y sí lo están haciendo. Ignóralos. —Una vez más, no hay espacio para el debate en su tono.

—Gracias —susurro, y me deslizo de nalgas como si fuera un juego letal y escamoso en un parque infantil, recibiendo el impacto al llegar al suelo sobre mi pierna izquierda.

—Esa es una forma de hacerlo.

No puedo contener la sonrisa en mi rostro ni la alegría que amenaza con llenarme los ojos de lágrimas al ver a los otros de primero que están frente a sus dragones. Estoy viva, y ya no soy cadete. «Soy jinete».

El primer paso es horriblemente doloroso, pero me giro para ver a la dorada, que está pegadita a Tairn, observándome con sus ojos brillantes mientras sacude su cola de plumas.

—Me alegra que hayas sobrevivido. —«Me alegra» es poco decir. Me llena de felicidad, me hace sentir aliviada, llena de gratitud—. Pero quizá la próxima vez deberías echarte a volar cuando alguien sugiera que te pongas a salvo, ¿no?

Ella me mira con gesto intrigado.

—Quizá yo te estaba salvando a ti. —Su voz se escucha más aguda y dulce en mi cabeza.

Abro la boca y la cara se me cubre de una expresión de sorpresa.

—¿Nadie te dijo que no debes hablar con humanos que no son tu jinete? No te andes metiendo en problemas, Doradita —susurro—. Por lo que he escuchado, los dragones son bastante estrictos con esa regla.

Ella simplemente se sienta, pega las alas a su cuerpo y me mira con la cabeza inclinada hacia un lado en un ángulo que debería ser imposible y que casi me hace reír.

—¡Carajo! —exclama el jinete del dragón rojo que está a mi derecha, y me volteo para verlo. Es uno de primero de la Sección Garra, Ala Cuatro, pero no recuerdo su nombre—. ¿Ese es…? —Mira a Tairn descaradamente con los ojos llenos de terror.

—Sí —le digo, sonriendo aún más—. Sí es.

El dolor en mi tobillo es intenso, punzante, y en general se siente como si se me fuera a romper en pedazos en cualquier momento mientras avanzo cojeando por el enorme campo hacia la pequeña formación que está más adelante. Detrás de mí hay algunas ráfagas de viento que anuncian la llegada de otros dragones y sus jinetes se bajan para que registren sus nombres, pero se escuchan cada vez más lejos conforme la fila sigue avanzando por el campo.

El crepúsculo comienza a caer y una serie de luces mágicas iluminan a la multitud en las gradas y en la tarima. Al centro, justo encima de donde la pelirroja del parapeto está anotando los nombres en la lista, se encuentra mi mamá, vestida con su uniforme militar de gala y todas sus medallas, para que a nadie se le olvide exactamente quién es. Aunque hay varios generales sobre la tarima representando a sus respectivas alas, solo hay uno con muchas más condecoraciones que Lilith Sorrengail.

Y Melgren, el general comandante de todas las fuerzas de Navarre, tiene sus ojillos malvados puestos sobre Tairn, estudiándolo sin disimulo. Su atención pasa a mí y tengo que esforzarse por no temblar, pues su mirada no es más que fría y calculadora.

Mamá se levanta cuando me acerco a la pelirroja de la lista bajo la tarima, que está anotando los pares que se formaron antes de hacerle una seña al siguiente jinete para que se acerque y mantener en secreto el nombre completo del dragón.

El profesor Kaori se baja de un salto de la plataforma de casi dos metros a mi izquierda y mira a Tairn con la boca abierta, recorriendo al enorme dragón negro con los ojos para memorizarse hasta el último detalle.

—¿En verdad es…? —comienza a decir el comandante Panchek mientras se acerca a la orilla de la tarima con más de una docena de oficiales de altos mandos, todos uniformados y todos con la boca abierta.

—No lo digas —ordena mi mamá, con los ojos puestos en Tairn y no en mí—. No hasta que ella lo diga primero.

Porque solo un jinete y la persona que lleva la lista saben el nombre completo de un dragón, y mi madre no está segura de que realmente me haya unido a él. Eso es exactamente lo que está insinuando. Como si pudiera robarme a Tairn. La rabia me hace hervir la sangre y logra tapar el dolor que me recorre el cuerpo mientras avanzo en la fila hasta que solo queda otro jinete antes de mí.

Mamá me obligó a entrar al Cuadrante de Jinetes. No le importó si vivía o moría al cruzar el parapeto. Y lo único que le interesa ahora es cómo mis defectos podrían manchar su impecable reputación o cómo mi vínculo podría servir a sus propios planes.

Y ahora está viendo a mi dragón sin siquiera molestarse en bajar la mirada para ver si yo estoy bien.

Que. Se. Joda.

Es todo lo que esperaba y al mismo tiempo es tan decepcionante.

El jinete de adelante de mí termina y se retira, y la de la lista levanta la mirada y ve a Tairn con expresión de sorpresa antes de posar sus ojos impactados sobre los míos y hacerme una señal para que me acerque.

—Violet Sorreingail —dice mientras escribe en el Libro de Jinetes—. Me alegra ver que lo lograste. —Me ofrece una sonrisita nerviosa—. Por favor, dime el nombre del dragón que te eligió.

Levanto el mentón.

—Tairneanach.

—Podrías mejorar esa pronunciación —ruge la voz de Tairn en mi cabeza.

—Oye, al menos lo recordé —le respondo, dirigiendo el pensamiento hacia donde está y preguntándome si podrá escucharme hasta allá.

—Al menos no dejé que te murieras en la caída. —Suena profundamente aburrido, pero sin duda me escuchó.

La mujer sonríe y niega con la cabeza mientras anota su nombre.

—No puedo creer que se haya unido a alguien. Violet, es una leyenda.

Abro la boca para decirle que así es…

—Andarnaurram. —La voz dulce y aguda de la dorada llena mi mente—. Andarna, si quieren la versión corta.

Siento cómo la sangre me abandona la cara y veo un poco borroso mientras me doy la vuelta sobre mi tobillo bueno, mirando hacia donde la dragona dorada, Andarna, ahora está entre las patas delanteras de Tairn.

—¿Disculpa?

—¿Estás bien, Violet? —me pregunta la pelirroja, y todos a mi alrededor y sobre mí se acercan más.

—Dile —insiste la dorada.

—Tairn. ¿Qué se supone que…? —pienso hacia él.

—Dile su nombre a la de la lista —me ordena Tairn.

—¿Violet? —repite la de la lista—. ¿Necesitas un reparador?

Me doy la vuelta hacia la mujer, aclarándome la garganta.

—Y Andarnaurram —susurro.

Sus ojos se abren de par en par.

—¿Ambos dragones? —chilla.

Asiento.

Y estalla el caos.

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