Alas de sangre

Alas de sangre


Capítulo 17

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DIECISIETE

Por tanto, es natural que entre más poderoso el dragón, más poderoso

será el sello que manifieste su jinete. Debemos estar alerta de los jinetes

fuertes que se unen a un dragón más pequeño,

pero hay que desconfiar aún más de los cadetes sin vínculo que no se

detendrán ante nada para tener la oportunidad de conseguir unirse a un

dragón.

—GUÍA DEL COMANDANTE AFENDRA PARA EL CUADRANT

DE JINETES (EDICIÓN NO AUTORIZADA)

Tras haber pasado los últimos dos meses durmiendo en las barracas llenas de gente, es raro y parece hasta excesivo tener mi propia habitación. Nunca más volveré a creer que es cualquier cosa tener el lujo de la privacidad.

Cierro la puerta detrás y empiezo a cojear por el pasillo.

La puerta de Rhiannon, que está enfrente de la mía, se abre y veo cómo aparece la silueta alta y delgada de Sawyer, quien se pasa los dedos por el cabello y, cuando me ve, enarca las cejas y se queda petrificado, con las mejillas casi tan rojas como sus pecas.

—Buenos días —le digo, sonriendo.

—Violet —me responde con una sonrisa incómoda y se va hacia el dormitorio de los de primero.

Una pareja del Ala Dos sale de la habitación junto a la de Rhiannon tomados de las manos y les sonrío mientras me recargo en mi puerta y espero, girando mi tobillo para ver cómo va. Me duele como siempre que se me esguinza, pero la venda y la bota lo protegen lo suficiente para poder apoyarme en él. Si fuera cualquier otra persona, pediría unas muletas, pero eso solamente me pondría otra diana en la espalda y, de acuerdo con Xaden, ya tengo una lo suficientemente grande sin eso.

Rhiannon sale de su habitación y sonríe en cuanto me ve.

—¿Ya no vas a preparar el desayuno?

—Anoche me dijeron que les pasarán los trabajos «menos deseables» a los que no consiguieron dragón para que podamos canalizar nuestra energía en las clases de vuelo. —Lo cual significa que tendré que encontrar otra manera para debilitar a mis oponentes antes de los retos. Xaden tiene razón. No siempre puedo contar con acabar con todos los enemigos con veneno, pero tampoco voy a ignorar la única ventaja que tengo aquí.

—Una razón más para que los que no encontraron vínculo nos odien —murmura Rhiannon.

—Oye, Rhi, conque Sawyer, ¿eh? —Nos vamos por el pasillo y pasamos junto a algunos cuartos antes de llegar al corredor principal que lleva a la rotonda. Tengo que decir que las habitaciones de los de primero no son tan espaciosas como las de segundo, pero al menos a ambas nos tocaron con ventanas.

Una sonrisa le curva los labios.

—Me dieron ganas de celebrar. —Me lanza una miradita de lado—. Y ¿por qué no he escuchado que tú celebres?

Nos perdemos entre la multitud que va hacia el salón de reuniones.

No he encontrado a nadie con quien quiera celebrar.

—¿En serio? Porque me enteré de que tú y cierto líder de pelotón tuvieron su momento.

Me volteo para mirarla y casi me tropiezo.

—Por favor, Vi. Todo el cuadrante estaba ahí y ¿crees que no hubo gente que los vio? —Pone los ojos en blanco—. No te voy a regañar. ¿A quién carajos le importa que no esté bien visto estar en una relación con un oficial superior? No hay reglas respecto a eso, y no es como que nadie tenga garantizado seguir vivo al día siguiente.

—Tienes un punto —reconozco—. Pero… —Niego con la cabeza, buscando las palabras correctas—. Las cosas no son así entre nosotros. Siempre había esperado que así fueran, pero cuando me besó… no sentí nada. En serio. Nada. —Es imposible disimular la decepción en mi voz.

—Pues qué mal. —Me toma del brazo—. Lo siento.

—Yo también. —Suspiro.

Una puerta se abre más adelante y Liam Mairi sale con su brazo rodeando la cintura de otra de primero que se unió a un Café Cola de Garrote. Parece que anoche todos «celebraron» menos yo.

—Buenos días, señoritas. —Ridoc se abre paso entre la gente y se cuelga de nuestros hombros con los brazos mientras entramos a la rotonda—. ¿O debería decir «jinetes»?

—Me gusta cómo suena jinetes —responde Rhiannon, sonriéndole.

—Tiene algo —acepta Ridoc.

—Definitivamente es mejor que «cadáveres». ¿Dónde está tu reliquia? —le pregunto a Ridoc mientras pasamos por las columnas de dragones y subimos hacia el área común.

—Justo aquí. —Su brazo se retira de mi hombro y se levanta la manga de la túnica para mostrarme la marca café de la silueta de un dragón en la parte de arriba de su brazo—. ¿Y la tuya?

—No se ve. Está en mi espalda.

—Eso te mantendrá a salvo si en algún momento estás lejos de tu dragón gigante. Juro que creí que me iba a cagar de miedo cuando lo vi en el campo. Y la tuya, ¿Rhi?

—Está en un lugar que nunca verás —responde ella.

—Me lastimas. —Se pega en el pecho con una mano.

—Lo dudo mucho —dice ella, pero hay una sonrisa en su rostro. Cruzamos el área común hacia la sala de reuniones y luego nos vamos a formar para el desayuno.

Es raro estar de este lado, y me sobresalto al ver quién está detrás del mostrador.

Es Oren.

En su mirada puesta sobre mí hay un odio que me corre como hielo por la espalda. Me salto sus bandejas y elijo las de fruta fresca, a la que sé que no le pueden hacer nada, solo por si decidió copiar mi forma de enfrentar los conflictos y envenenarme.

—Imbécil —murmura Ridoc detrás de mí—. Aún no puedo creer que hayan intentado matarte.

—Yo sí —digo, encogiéndome de hombros, mientras me arriesgo a tomar un vaso de jugo de manzana—. Soy el eslabón más débil, ¿no? Desafortunadamente para mí, eso significa que la gente intentará deshacerse de mí por el bien del ala. —Nos vamos a la sección del Ala Cuatro y encontramos una mesa con tres asientos libres.

—¿Les importa si…? —comienza a preguntar Ridoc.

—¡Por supuesto! ¡Son suyos! —Un par de chicos de la Sección Cola se quitan de la banca.

—¡Perdón, Sorrengail! —dice el otro mientras buscan otra mesa.

¿Qué diablos fue eso?

—Qué cosa más rara. —Rhiannon se va al otro lado de la mesa y la sigo, nos ponemos de espaldas a la pared mientras nos sentamos en la banca y colocamos las bandejas frente a nosotros.

Casi estoy tentada a olerme las axilas para comprobar si apesto.

—¿Lo más raro? —comenta Ridoc, señalando al otro lado del lugar, hacia el Ala Uno.

Miro hacia donde apuntan sus ojos y enarco las cejas. Están sacando a empujones de su mesa a Jack Barlowe, obligándolo a pararse mientras otros ocupan su lugar.

—¿Qué demonios está pasando? —Rhiannon muerde una pera y mastica.

Jack se va a otra mesa, cuyos ocupantes no están dispuestos a hacerle espacio, y luego encuentra un lugar a dos mesas de ahí.

—Cayeron los grandes —señala Ridoc, viendo el mismo espectáculo que yo, pero no hay satisfacción en ver a Jack en problemas. Los perros salvajes muerden más fuerte cuando están acorralados.

—Hola, Sorrengail —dice la chica regordeta del Ala Uno, a la que vencí en mi segundo reto, con una sonrisa tensa mientras pasa junto a nuestra mesa.

—Hola. —La saludo agitando la mano con incomodidad y luego me volteo para susurrarles a Ridoc y Rhiannon—. No me había hablado desde que le quité una de sus dagas en aquel reto.

—Es porque te uniste a Tairn. —Imogen se quita el pelo rosa de la cara con un soplido y pasa las piernas sobre la banca frente a nosotras para sentarse, levantándose las mangas de la túnica y enseñándonos su reliquia de la rebelión—. La mañana después de la Trilla siempre es un caos. El poder cambia de manos y tú, pequeña Sorrengail, estás por convertirte en la jinete más poderosa del cuadrante. Cualquiera que tenga sentido común te tendrá miedo.

Esto me toma por sorpresa y mi pulso se acelera. ¿Eso es lo que está pasando? Miro a mi alrededor y tomo nota. Los grupos sociales se disgregaron, y algunos cadetes a los que antes podía considerar como una amenaza ya no están donde solían sentarse.

—Y ¿por eso te viniste a sentar con nosotros? —pregunta Rhiannon con una ceja enarcada hacia la de segundo—. Porque puedo contar con una mano el número de palabras amables que le has dicho a cualquiera de nosotros. —Levanta un puño con cero dedos levantados.

Quinn, la chica alta de segundo en nuestro pelotón que no se había molestado ni en vernos desde el parapeto, se sienta junto a Imogen. Luego llega Sawyer y se sienta al otro lado de Rhiannon. Quinn se acomoda los rubios rizos detrás de las orejas y se quita el fleco de los ojos mientras sus redondos pómulos se elevan por la sonrisa en su rostro ante algo que le dijo Imogen. Tengo que admitir que las arracadas que le recorren las dos orejas son bastante increíbles, y entre su media docena de parches está el verde oscuro, del mismo color que sus ojos, con dos siluetas, que es el más intrigante. Debí averiguar el significado de cada parche, pero por lo que he escuchado, cambian todos los años.

Yo soy fan de los primeros que nos dieron. Tuve que coser el parche en forma de llama con el emblema del Ala Cuatro y al centro el número dos en rojo con mucho cuidado, asegurándome de solo agarrar la tela de mi armadura, porque ninguna aguja puede penetrar las escamas.

Mi parche favorito está junto al de la Sección Llama. Somos el pelotón que tiene más sobrevivientes desde el parapeto, lo que nos convierte en el Pelotón de Hierro de este año.

—Antes no eran lo suficientemente interesantes como para sentarnos con ustedes —responde Imogen antes de darle una mordida a un muffin.

—Yo casi siempre me siento con mi novia en la Sección Garra. Además, no tiene caso conocer a los de primero cuando la mayoría se va a morir —agrega Quinn, acomodándose los rizos de nuevo detrás de la oreja, aunque de inmediato se vuelven a soltar—. Sin ofender.

—No nos ofendimos, creo. —Muerdo mi manzana.

Y casi la escupo cuando Heaton y Emery, los únicos de tercero en nuestro pelotón, se ponen junto a Imogen y Quinn en la banca frente a nosotros.

Las únicas personas que faltan son Dain y Cianna, que están comiendo con los otros líderes como siempre.

—Pensé que Seifert iba a conseguir un dragón —le dice Heaton a Emery, que está al otro lado de la mesa, como si estuvieran a media discusión. Las llamas normalmente rojas de su cabello hoy son verdes—. Fuera de haber perdido contra Sorrengail, le fue bien en todos los demás retos.

—Intentó matar a Andarna. —«Mierda. Quizá debí guardarme eso».

Todas las cabezas se giran hacia mí.

—Supongo que Tairn les dijo a los demás —agrego, encogiéndome de hombros.

—Pero ¿Barlowe sí consiguió un dragón? —pregunta Ridoc—. Aunque, por lo que he escuchado, su Naranja Cola de Escorpión es más bien pequeña.

—Sí —confirma Quinn—. Y por eso Barlowe ha estado teniendo problemas esta mañana.

—No se preocupen… Estoy totalmente segura de que va a compensar por su falta de popularidad en otras formas —comenta Rhiannon entre dientes mientras observa mi bandeja con suspicacia—. Tienes que comer algo de proteína, Vi. No puedes sobrevivir con pura fruta.

—Es la única comida a la que sé que no le han echado nada, en especial con Oren a cargo. —Me pongo a pelar una naranja.

—Ay, por favor. —Imogen echa tres pedazos de salchicha en mi plato—. Ella tiene razón. Vas a necesitar todas tus fuerzas para el vuelo, sobre todo con un dragón tan grande como Tairn.

Miro las salchichas. Imogen me odia tanto como Oren. Es más, fue ella la que me rompió el brazo y me destrozó el hombro el día de la evaluación física.

—Puedes confiar en ella —dice Tairn. Su voz me toma por sorpresa y me hace soltar la naranja.

—Me odia.

—Deja de discutir conmigo y come algo. —Hay cero espacio para el debate en su tono.

Mis ojos se elevan para encontrarse con los de Imogen y ella inclina la cabeza y me sostiene la mirada con actitud retadora.

Uso el cuchillo para cortar la salchicha, me echo el pedazo a la boca y mastico, concentrándome de nuevo en la conversación en la mesa.

—¿Cuál es tu sello? —le pregunta Rhiannon a Emery.

Una ráfaga de aire recorre la mesa y hace vibrar los vasos. Manipular el fuego. Entendido.

—Qué genial —dice Ridoc con expresión de sorpresa—. ¿Cuánto aire puedes mover?

—Eso a ti qué te importa —le responde Emery casi sin voltear para verlo.

—Sorrengail, después de la clase de hoy, eres mía —anuncia Imogen.

Me paso el bocado que tengo en la boca.

—¿Disculpa?

Sus ojos verde claro se clavan en los míos.

—Nos vemos en el gimnasio de lucha.

—Yo ya estoy trabajando con ella lo de la lucha… —comienza a decir Rhiannon.

—Bien. No podemos permitir que pierda ningún reto —la interrumpe Imogen—. Pero yo te voy a ayudar con las pesas. Necesitamos fortalecer los músculos alrededor de tus articulaciones antes de que vuelvan a empezar los retos. Es la única forma en la que podrás sobrevivir.

Esto hace que se me ericen los vellos de la nuca.

—Y ¿desde cuándo te importa si sobrevivo o no? —Esto no se trata del pelotón. No puede tratarse de eso, porque antes no le importaba un carajo.

—Desde ahora —dice, tomando el tenedor con el puño, pero es la mirada de un milisegundo que lanza hacia la tarima al final de la habitación lo que la delata. No es que se preocupe por mí de corazón. Algo me dice que es una orden—. Los pelotones se van a juntar en la formación de la mañana. Quedarán dos en cada sección —continúa—. Aetos conservó el mayor número de su gente de primero viva, y por eso le dieron el parche, así que podrá quedarse con su pelotón, pero probablemente ganaremos algunas personas cuando desmantelen a los pelotones de quienes no tuvieron tanto éxito.

Tan discretamente como puedo, miro a mi derecha, más allá de las otras mesas del Ala Cuatro y hacia la tarima donde está Xaden con su oficial ejecutivo y líderes de sección, incluyendo a Garrick, cuyos hombros deberían ocupar al menos dos asientos. Es Garrick quien se voltea para mirarme primero y en su frente aparecen unas líneas de… ¿Qué es eso? ¿Preocupación? Y luego desvía la mirada.

La única razón por la que podría estar remotamente preocupado… «Ya sabe». Sabe que mi destino está atado al de Xaden.

Mi mirada se va a él y mi pecho se tensa. Es. Jodidamente. Hermoso. Aparentemente a mi cuerpo no le importa que sea el más peligroso del cuadrante, porque el calor me recorre las venas y me enciende la piel.

Está pelando una manzana con una daga, le quita la cáscara en un largo bucle; el filo sigue su camino mientras Xaden levanta la mirada y la clava en mis ojos.

Tengo una sensación de cosquilleo en toda la cabeza.

Dioses, ¿hay alguna parte de mi cuerpo que no reaccione físicamente a su presencia?

Él mira a Imogen y luego a mí, y eso es lo único que necesito para estar segura. Le ordenó que me entrenara. Ahora Xaden Riorson tiene la misión de mantener a su peor enemiga con vida.

 

 

Un par de horas después, cuando terminan de reorganizar a los pelotones y leen la lista de muertos, todos los de jinetes de primero en el Ala Cuatro estamos vestidos con nuestra nueva ropa de vuelo, esperando frente a nuestros dragones en el campo de vuelo. El uniforme es más grueso que el normal, con una chamarra que me cerré sobre la armadura de escamas de dragón.

Y, a diferencia de nuestros uniformes de siempre, los que sea que elijamos, la ropa de vuelo no tiene ninguna insignia fuera de nuestro rango sobre el hombro y la marca de líder para quien lo es. No hay nombres. No hay parches. Nada que nos delate si nos separamos de nuestros dragones tras las líneas enemigas. Solo un montón de fundas para nuestras armas.

Intento no pensar en la posibilidad de tener que luchar en la guerra algún día y me concentro en el caos organizado que se está desplegando sobre el campo de vuelo esta mañana. No puedo evitar notar la forma en que los otros cadetes miran a Tairn o el enorme espacio que le dan los demás dragones. Honestamente, si a mí me mostraran esos dientes en un gesto furioso, también me haría a un lado.

—No, no lo harías, porque no lo hiciste. Te quedaste a defender a Andarna. —Su voz llena mi cabeza y sé por su tono que preferiría estar haciendo otras cosas.

—Solo porque estaban pasando demasiadas cosas en ese momento —le respondo—. ¿Hoy no va a venir Andarna?

—No necesita tomar clases de vuelo porque no puedes montarte en ella.

—Buen punto. —Aunque me hubiera gustado verla. Ella también es más callada en mi cabeza y no tan metiche como Tairn.

—Escuché eso. Pon atención.

Hago un gesto de fastidio, pero me concentro en lo que Kaori está diciendo desde el centro del campo. Tiene una mano levantada, usando magia menor para proyectar su voz para que todos podamos escucharlo.

Que los dioses nos amparen cuando Ridoc descubra cómo hacer eso. Disimulo una sonrisa, pues sé que encontrará una manera de molestar a todos los jinetes del cuadrante, no solo a su pelotón.

—… y con solo noventa y dos jinetes, ustedes son la clase más chica a la fecha.

Encorvo la espalda en expresión derrotada.

—Creí que había ciento un dragones dispuestos a formar un vínculo, además de ti.

—La disposición no asegura que encontraremos jinetes dignos —me responde Tairn.

—Y, aun así, ¿ustedes dos me eligieron a mí? —¿Con cuarenta y un libres? Vaya insulto.

—Lo mereces. Al menos eso creo, pero aparentemente no pones atención en clase. —Gorgorea y siento una exhalación de vapor tibio en la nuca.

—Hay cuarenta y un jinetes sin dragón que matarían por estar en su lugar en este momento —continúa Kaori—. Y sus dragones saben que su vínculo está en su punto más débil, así que si se caen, si fallan, hay grandes posibilidades de que su dragón los deje si cree que los que no encontraron vínculo serían una mejor opción.

—Qué reconfortante —murmuro.

Tairn hace un ruidito que parece una risa burlona.

—Ahora, vamos a montar, y luego seguirán una serie de maniobras específicas que sus dragones ya conocen. Sus órdenes son sencillas hoy. Quédense en su asiento —termina Kaori, luego se da la vuelta y se echa a correr, cruzando los cuatro metros que lo separan de la pata de su dragón y subiendo por ella para montarse.

Igual que en el último obstáculo del Guantelete.

Trago saliva, deseando que no hubiera comido tanto en el desayuno, y me doy la vuelta para quedar de frente a Tairn. A mi derecha e izquierda, los otros jinetes están haciendo la misma maniobra para montar. No hay manera de que yo pueda hacer eso normalmente, y mucho menos con el tobillo aún lastimado.

Tairn baja el hombro y convierte su pierna en una rampa para mí.

La derrota me traga entera. Me uní al dragón más grande, y sin duda el más gruñón, de todo el cuadrante, y tiene que hacer ajustes para mí.

—Son ajustes para mí. He visto tus recuerdos. No voy a permitir que me encajes dagas en la pierna para subir. Y ya, vámonos.

Suelto un resoplido falsamente molesto y me pongo a trepar, negando con la cabeza mientras rodeo sus picos para encontrar el asiento. Me duelen los muslos por lo de ayer y hago una mueca cuando me acomodo y me agarro del pomo de escamas.

El dragón de Kaori se lanza al cielo.

—Agárrate fuerte.

Siento las mismas bandas de energía apretándose sobre mis piernas y Tairn se agacha por un milisegundo antes de echarse hacia el cielo.

El viento me araña los ojos mientras el estómago siente el tirón, y me arriesgo a agarrarme solo con una mano para ponerme los goggles de vuelo. Alivio inmediato.

—¿Teníamos que ser los segundos? —le pregunto a Tairn mientras salimos volando del cañón y avanzamos sobre la cordillera. Ahora entiendo por qué no veía a los dragones entrenando muy seguido, aunque básicamente crecí en Basgiath. Las únicas personas a nuestro alrededor son jinetes—. Todos van a ver cuando me baje por la rampa.

—Solo acepté ir después de Smachd porque su jinete es tu instructor.

—O sea que eres de esos tipos que siempre quieren ir al frente. Es bueno saberlo. Recuérdame ir al templo para rezarle a Dunne. —Mantengo la vista puesta en Kaori, observándolos en espera del momento en que comiencen las maniobras.

—¿La diosa de la fuerza y la guerra? —Esta vez me queda claro que Tairn sí soltó una risita burlona.

—¿Qué? ¿Los dragones no creen que necesitamos a los dioses de nuestro lado? —Mierda, qué frío hace aquí arriba. Mis manos enguantadas se aferran al pomo.

—A los dragones no nos interesan sus pobres dioses.

Kaori gira a la derecha y Tairn hace lo mismo, lanzándonos en picada junto a la ladera de una de las montañas. Aprieto las piernas, pero sé que es Tairn lo que me mantiene pegada a mi asiento.

Me sostiene por otra subida y un giro casi en espiral, y es inevitable notar que está tomando todo lo que hace Kaori y volviéndolo más complicado.

—No me puedes sostener en el asiento todo el tiempo, ¿sabes?

—Verás que sí puedo. ¿A menos que prefieras que raspen tus restos del glaciar de ahí abajo como el jinete de Gleann allá atrás?

Giro la cabeza para ver de qué me habla, pero lo único que veo es la cola de Tairn meciéndose y sus enormes picos que me bloquean la vista.

—No mires.

—¿Ya perdimos un jinete? —Se me hace un nudo en la garganta.

—Gleann hizo una mala elección. De todos modos, nunca logra tener vínculos fuertes.

Ay. Dioses.

—Si siempre me sostienes así, tu energía se agotará en eso en vez de canalizarla cuando necesitemos poder para la batalla —comento.

—Es una cantidad mínima de mi poder.

¿Cómo diablos se supone que sea jinete si no puedo sostenerme sola sobre mi maldito dragón?

—Si eso quieres.

Las bandas me sueltan.

—¡Graciaaaamierda! —Gira a la derecha y mis muslos se resbalan. Mis manos se resbalan. Me deslizo sobre su costado y mis dedos buscan desesperadamente de qué agarrarse sin encontrar nada.

El aire al vuelo me llena los oídos mientras voy cayendo hacia el glaciar, sintiendo cómo el miedo más puro me envuelve el corazón y me lo aprieta. La silueta de un cuerpo allá abajo cada vez se ve más grande.

Las garras de Tairn me jalan hacia arriba, sosteniéndome igual que lo hizo durante la Trilla. El dragón sube y me vuelve a aventar, pero al menos esta vez estoy preparada para el impacto cuando su lomo en subida llega al encuentro de mi trasero en bajada.

En mi cabeza, escucho un rugido molesto que dice algo que no entiendo en mi cabeza.

—¿Qué diablos significa eso? —Me muevo torpemente para acomodarme en el asiento mientras él avanza en horizontal.

—La traducción más cercana para los humanos probablemente es «maldita sea». Ahora, ¿esta vez sí te vas a quedar en el asiento? —Baja para volver a la formación y yo logro mantenerme en mi lugar.

—Tengo que ser capaz de hacer esto sola. Ambos necesitamos que lo logre —argumento.

—Humana plateada y obstinada —murmura Tairn, siguiendo a Kaori en picada.

Y me caigo de nuevo.

Y de nuevo.

Y de nuevo.

 

 

Más tarde, después de la cena, voy al gimnasio de lucha. Me duele todo por las caídas de la espalda de Tairn, y estoy casi segura de que tengo moretones bajo los brazos por cada vez que me atrapó.

Estoy en la rotonda, dirigiéndome al ala académica, cuando escucho que Dain me llama y viene corriendo para alcanzarme.

Espero la conocida felicidad que solía llenarme el pecho al saber que tendríamos un momento a solas, pero no llega. Solo hay un mar de incomodidad que no sé cómo navegar.

¿Qué diablos me está pasando? Dain es hermoso y amable y un hombre muy, pero muy bueno. Es honorable y mi mejor amigo en el mundo. Entonces, ¿por qué no tenemos química?

—Rhiannon dijo que venías para acá —anuncia cuando me alcanza, con el ceño fruncido por la preocupación.

—Solo voy a hacer ejercicio. —Finjo una sonrisa mientras doblamos la esquina, donde el gimnasio nos espera con sus enormes puertas en arco abiertas.

—¿No tuviste suficiente durante el vuelo de hoy? —Me toca el hombro y se detiene, así que yo hago lo mismo, dándome la vuelta para quedar de frente a él en el pasillo vacío.

—Definitivamente me caí lo suficiente hoy. —Reviso el vendaje en mi brazo. Al menos no se me abrieron los puntos.

La quijada de Dain se tensa.

—Honestamente creí que estarías bien después de que Tairn te eligió.

—Y lo voy a estar —le aseguro, levantando la voz—. Solo necesito fortalecer mis músculos para mantenerme en el asiento durante las maniobras, y Tairn insiste en hacer más complicado todo lo que enseña Kaori.

—Es por tu propio bien.

—¿Siempre estás por aquí? —pregunto mentalmente con tono molesto.

—Sí. Acostúmbrate.

Contengo el impulso de gruñirle por entrometido, controlador…

—Sigo aquí.

—¿Violet? —dice Dain.

—Perdón, es que no estoy acostumbrada a que Tairn se meta en mis pensamientos.

—Es buena señal. Significa que su vínculo se está volviendo más fuerte. Y, honestamente, no sé por qué te está complicando las cosas con las maniobras. No hay ninguna amenaza aérea fuera de los grifos, y todos sabemos que con una exhalación de fuego se resuelve el problema de esos pajarracos. Dile que se tranquilice.

—Dile que no se meta en lo que no le importa.

—Eh… sí… se lo diré. —Ahogo una carcajada—. Tranquilo con él. Es mi mejor amigo.

Tairn suelta un resoplido burlón.

Un suspiro se escapa de los labios de Dain y me toma el rostro entre sus manos con cuidado, bajando su mirada a mi boca por un instante antes de dar un paso atrás.

—Mira. Lo de anoche…

—¿La parte en la que me dijiste que Xaden me iba a matar si me unía a Tairn? ¿O la parte en la que me besaste? —Me cruzo de brazos con cuidado de no lastimarme el derecho.

—Del beso —reconoce, bajando la voz—. No… no debió pasar.

Sus palabras me llenan de alivio.

—¿Verdad? —Sonrío. Gracias a los dioses que él siente lo mismo—. Y eso no significa que no seamos amigos.

—Los mejores amigos —acepta, pero sus ojos están cargados de una tristeza que no comprendo—. Y no es que no te desee…

—¿Qué? —Enarco las cejas—. ¿De qué hablas? ¿Se nos cruzaron los cables?

—Hablo de lo mismo que tú. —Dos surcos aparecen entre sus cejas—. Está increíblemente mal visto tener una relación física con cualquier persona en nuestra cadena de mando.

—Ah. —Sí, eso definitivamente no es de lo que yo estoy hablando.

—Y sabes lo mucho que me he esforzado para ser líder de pelotón. Estoy decidido a ser líder de ala el próximo año, y por más que me importas muchísimo… —Niega con la cabeza.

«Ah». Esto es pura política para él.

—Claro. —Asiento lentamente—. Entiendo. —No debería importar que la única razón por la que no me corteja es el rango, y honestamente no importa. Pero definitivamente me hace perder un poco de respeto por él, lo cual es algo que no me esperaba.

—Y quizás el próximo año, si estás en otra ala o incluso después de la graduación —comienza a decir, y la esperanza le ilumina los ojos.

—Vamos, Sorrengail. No te voy a esperar toda la noche —dice Imogen desde la puerta, con los brazos cruzados sobre el pecho—. Si nuestro líder de pelotón ya te desocupó, claro.

Dain retrocede y pasa la mirada entre Imogen y yo.

—¿Ella te va a entrenar?

—Se ofreció —le respondo, encogiéndome de hombros.

—Por la lealtad al pelotón y todo eso. Bla, bla. —Imogen le ofrece una sonrisa que no se refleja en sus ojos—. No te preocupes. La cuidaré. Adiós, Aetos.

Le lanzo una sonrisita a Dain y me voy, negándome a mirar sobre mi hombro para ver si sigue ahí. Imogen me sigue y luego me lleva a la esquina de la izquierda, donde el cristal se encuentra con la piedra y abre una puerta que nunca me había tomado el tiempo de notar.

La habitación está iluminada por luces mágicas y llena de una variedad de máquinas de madera con repisas, cuerdas y poleas, bancas con pesas y barras pegadas a la pared.

Y, al otro lado, haciendo lagartijas sobre un tapete, está una de las tyrs de primero que vi en el bosque aquella noche, con Garrick acuclillado junto a ella, dándole órdenes.

—No te preocupes, Sorrengail —dice Imogen con tono cantarín y falsamente dulce—. Solo estamos tres aquí. Estás completamente a salvo.

Garrick se da la vuelta y su mirada se encuentra con la mía mientras sigue marcándole repeticiones a la otra de primero. Asiente una vez y luego vuelve a lo que está haciendo.

—Tú eres la única que me preocupa —le comento a Imogen mientras me lleva a una máquina con un asiento de madera pulida y dos cuadros acojinados que se encuentran al frente, a la altura de las rodillas.

Ella se ríe, y creo que es el primer sonido sincero que le he escuchado.

—Lo entiendo. Como no podemos trabajar con ese tobillo que traes ni con tus brazos hasta que sanen, vamos a comenzar con los músculos más importantes que tienes para mantenerte sobre el lomo de un dragón. —Recorre mi cuerpo con la mirada y suspira con obvio desagrado—. Esos horriblemente débiles muslos interiores.

—Solo estás haciendo esto porque Xaden te obligó, ¿verdad? —le pregunto, poniendo mi trasero en el asiento de la máquina con la madera acojinada entre mis rodillas mientras ella acomoda algunas partes.

Sus ojos se encuentran con los míos y se entrecierran.

—Regla número uno. Para ti es Riorson, novata, y nunca vuelvas a cuestionarme sobre él. Jamás.

—Esas son dos reglas. —Comienzo a pensar que lo primero que pensé sobre ellos era correcto. Con esa clase de lealtad salvaje, tienen que ser amantes.

No estoy celosa. No. Ese espantoso agujero que va creciendo en mi pecho no es de celos. No puede serlo.

Ella suelta una risa burlona y jala una palanca que de inmediato tensa la madera y hace que abra en dos partes hacia afuera, separando mis muslos.

—Ahora, ponte a trabajar. Ciérralos. Treinta repeticiones.

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