Alas de sangre

Alas de sangre


Capítulo 18

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DIECIOCHO

No hay nada más sagrado que los Archivos. Hasta los templos se pueden

reconstruir, pero los libros no pueden ser reescritos.

—GUÍA DEL CORONEL DAXTON PARA ALCANZAR LA EXCELENCIA

EN EL CUADRANTE DE ESCRIBAS

El carrito de madera de la biblioteca rechina mientras lo empujo por el puente que conecta el Cuadrante de Jinetes con el de Curanderos, y luego hacia las puertas de la clínica en el corazón de Basgiath.

Las luces mágicas iluminan mi paso por los túneles mientras tomo un camino tan conocido que podría recorrerlo con los ojos cerrados. El aroma a tierra y piedra me va llenando los pulmones entre más desciendo, y la punzada de nostalgia que me ha dado casi todos los días durante el último mes desde que me pusieron a trabajar en los Archivos no se siente tan fuerte como la de ayer, la cual no se sintió tan fuerte como la del día anterior.

Saludo con un movimiento de cabeza al escriba de primero que está en la entrada de los Archivos y él se levanta de un salto de su asiento, corriendo para abrir la puerta abovedada.

—Buenos días, cadete Sorrengail —dice, sosteniendo la puerta abierta para que yo pueda entrar—. Te extrañé ayer.

—Buenos días, cadete Pierson. —Le ofrezco una sonrisa mientras empujo el carrito. De entre todos los trabajos del cuadrante, me tocó mi favorito—. No me sentía bien. —Me estuve mareando todo el día, sin duda por no tomar suficiente agua, pero al menos pude descansar.

Los Archivos huelen a pergamino, pegamento para libros y tinta. Huelen a mi hogar.

Filas de libreros de seis metros de alto recorren toda la estructura cavernosa y disfruto lo que veo mientras espero en la mesa más cerca de la entrada, el lugar donde pasé la mayoría de mis horas libres durante los últimos cinco años. Solamente los escribas pueden pasar de aquí, y yo soy jinete.

Pensar en eso me pinta una sonrisa en el rostro mientras una mujer se me acerca con una túnica beige con capucha y un rectángulo de oro tejido en el hombro. Es de primer año. Cuando se quita la tela de la cabeza, mostrando su largo cabello café, y sus ojos se encuentran con los míos, sonrío de oreja a oreja.

—¡Jesinia! —la saludo con señas.

—Cadete Sorrengail —me responde igual. Sus ojos se encienden, pero disimula la sonrisa.

Por un segundo, aborrezco los rituales y costumbres de los escribas. No tendría nada de malo abrazar a mi amiga, pero la regañarían por perder la compostura. Después de todo, ¿cómo sabemos qué tan en serio se toman los escribas su trabajo, qué tan dedicados son, si se atreven a mostrar una sonrisa?

—Me da mucho gusto verte —le digo en señas, y no puedo dejar de sonreír—. Sabía que pasarías el examen.

—Solo porque estudié contigo todo el año pasado —me responde en señas, apretando los labios para que no se curven hacia arriba. Luego su rostro se entristece—. Me horrorizó enterarme de que te obligaron a entrar al Cuadrante de Jinetes. ¿Estás bien?

—Estoy bien —le aseguro, y luego hago una pausa para buscar en mi memoria la seña correcta para el vínculo con un dragón—. Tengo un vínculo y… —Mis sentimientos son complicados, pero recuerdo lo que sentí al volar sobre el lomo de Tairn, los suaves empujoncitos de Andarna para motivarme a seguir cuando pensé que mis músculos se iban a rendir mientras entrenaba con Imogen y mi relación con mis amigos, y no puedo negar la verdad—. Estoy feliz.

Sus ojos se abren de par en par.

—¿No estás todo el tiempo preocupada de…? —Mira a su derecha e izquierda, pero no hay nadie lo suficientemente cerca como para vernos—. Ya sabes, ¿morirte?

—Claro. —Asiento—. Pero aunque es extraño, como que te acostumbras a eso.

—Si tú lo dices. —Parece escéptica—. Ahora me toca atenderte. ¿Vas a devolver todo esto?

Asiento y meto la mano en el bolsillo de mis pantalones para sacar un pequeño pergamino y entregárselo.

—Y unos cuantos pedidos de la profesora Devera —le digo con señas. La jinete a cargo de nuestra pequeña biblioteca envía una lista de peticiones y devoluciones todas las noches y yo paso por ellas antes del desayuno, lo cual probablemente es la razón por la que mi estómago está gruñendo.

Al quemar todas las calorías extra por una combinación de vuelo, las lecciones de lucha de Rhiannon y las sesiones de tortura de Imogen, tengo nuevo espacio para la comida.

—¿Algo más? —me pregunta tras poner el pergamino en un bolsillo escondido en su bata.

Quizá es por estar en los Archivos, pero un golpe de nostalgia por mi hogar casi me derriba.

—¿De casualidad tendrán una copia de Las fábulas del Páramo? —Mira tenía razón, no hacía falta que trajera el libro de fábulas, pero sería lindo pasar una tarde acurrucada con una historia familiar.

Jesinia frunce el ceño.

—No conozco esa obra.

La miro con extrañeza.

—No es para nada académico, solo una colección de historias del folclor que mi papá me contaba. Un poco oscuras, la verdad, pero me encantan. —Lo pienso por un momento. No hay seña para los guivernos o los venin, así que se los digo deletreándolos—. Guivernos, venin, magia, las batallas entre el bien y el mal… ya sabes, esas cosas geniales. —Sonrío. Si alguien entiende mi amor por los libros, esa es Jesinia.

—Nunca he escuchado de ese, pero lo buscaré mientras voy por estos.

—Gracias. En serio te lo agradecería. —Ahora que voy a ser yo quien maneje la magia, me vendrían bien algunos cuentos de lo que pasa cuando los humanos hacen mal uso del poder que se les entrega. Sin duda los escribieron como una parábola para advertirnos de los peligros de vincularse con dragones, pero en los seiscientos años de historia de unificación en Navarre, nunca he leído de un solo jinete que perdiera el alma por sus poderes. Los dragones nos protegen de eso.

Jesinia asiente y empuja el carrito hasta desaparecer entre las estanterías.

Normalmente se tardan unos quince minutos en encontrar las peticiones que vienen tanto de profesores como de cadetes en mi cuadrante, pero no tengo problemas con esperar. Los escribas van y vienen, algunos en grupos mientras se entrenan para ser los historiadores de nuestro reino, y miro a todas las figuras encapuchadas, buscando un rostro que sé que no podré encontrar… Buscando a mi padre.

—¿Violet?

Giro a la izquierda y veo al profesor Markham a la cabeza de un grupo de escribas de primero.

—Hola, profesor. —Es más fácil mantener un rostro inexpresivo frente a él, porque sé que es lo que espera.

—No sabía que te tocó el trabajo de la biblioteca. —Mira hacia el punto entre los libreros donde desapareció Jesinia—. ¿Ya te están ayudando?

—Jesinia… —Hago una mueca—. Digo, la cadete Neilwart está prestando un excelente servicio.

—¿Saben? —le dice al grupo de cinco que ahora me está rodeando—. La cadete Sorrengail era mi mejor estudiante hasta que se la robó el Cuadrante de Jinetes. —Su mirada se encuentra con la mía bajo su capucha—. Esperaba que volviera, pero miren, ya se vinculó no solo con uno, sino con dos dragones.

Una chica a su derecha ahoga un grito y luego se cubre la boca y murmura una disculpa.

—No te preocupes, yo sentí exactamente lo mismo —le digo.

—Quizá podrías explicarle algo al cadete Nasya aquí presente, quien se estaba quejando de que no hay suficiente aire aquí. —El profesor Markham pasa su atención a un chico a su izquierda—. Este grupo está por empezar su rotación en los Archivos.

Nasya se pone del color de un betabel bajo su capucha beige.

—Es parte del sistema para minimizar los incendios —le digo—. Entre menos aire haya, menos riesgo de que nuestra historia se vuelva cenizas.

—¿Y las capuchas calientísimas? —me pregunta Nasya, mientras enarca una ceja.

—Hace más difícil que destaquen entre los tomos —explico—. Es símbolo de que nada y nadie es más importante que los documentos y libros en esta habitación. —Mis ojos recorren el lugar y siento un nuevo golpe de nostalgia.

—Exactamente. —El profesor Markham le lanza una mirada molesta a Nasya—. Ahora, si nos disculpas, cadete Sorrengail, tenemos trabajo que hacer. Te veré mañana en Informe de Batalla.

—Sí, señor. —Retrocedo un poco para que el grupo pueda pasar.

—¿Estás triste? —me pregunta Andarna con voz suave.

—Solo estoy visitando los Archivos. Nada de qué preocuparse —le digo.

—Es difícil amar un segundo hogar tanto como al primero.

Trago saliva.

—Es fácil cuando el segundo es el correcto. —Y eso es en lo que se ha convertido el Cuadrante de Jinetes para mí, en el hogar correcto. La nostalgia por la paz y soledad que encontraba aquí no se compara con la adrenalina del vuelo.

Jesinia reaparece con el carrito, cargado con los libros que le pedí y algunas cartas para los profesores de mi cuadrante.

—Lo siento —me dice en señas—, pero no pude encontrar ese libro. Hasta busqué guivernos, creo que así dijiste, en el catálogo, pero no hay nada.

La miro por un segundo. Nuestros Archivos tienen una copia o el original de casi todos los libros en Navarre. Con las únicas excepciones de los tomos ultra raros o prohibidos. ¿En qué momento el folclor se convirtió en alguno de esos dos? Aunque, pensándolo bien, nunca vi nada parecido a Las fábulas del Páramo en las repisas cuando estaba estudiando para ser escriba. ¿Quimeras? Sí. ¿El kraken? Claro. Pero ¿guivernos o los venin que los crearon? Ni uno. Qué raro.

—Está bien. Gracias por buscarlo —le respondo en señas.

—Te ves diferente —dice, pasándome el carrito.

Mi expresión es de sorpresa.

—No diferente mal, solo… diferente. Tu rostro está más delgado y hasta tu postura… —Niega con la cabeza.

—He estado entrenando. —Hago una pausa y mis manos cuelgan junto a mis costados mientras pienso en mi respuesta—. Es difícil, pero también maravilloso. Cada vez soy más rápida en la colchoneta.

—¿La colchoneta? —me pregunta con el ceño fruncido.

—Para la lucha.

—Cierto. Se me olvida que también se pelean entre ustedes. —Sus ojos se llenan de lástima.

—En serio estoy bien —le prometo, sin mencionar las veces que he visto a Oren tomando una daga cuando estoy cerca o la rabia en la mirada de Jack cuando me ve.

—¿Y tú? ¿Es todo lo que habías deseado?

—Es todo y más. Mucho más. La responsabilidad que tenemos, no solo de registrar la historia sino de recopilar con rapidez la información de las primeras líneas es más de lo que podría haber imaginado, y me hace sentir plena. —Vuelve a apretar los labios.

—Qué bueno. Me alegro por ti. —Y lo digo en serio.

—Pero yo me preocupo por ti. —Toma aire—. El aumento de ataques en la frontera… —Unas arrugas de preocupación le cruzan la frente.

—Lo sé. Nos hablan de eso en Informe de Batalla. —Siempre es lo mismo, ataques donde fallan las protecciones, saqueos en pueblos ubicados en lo alto de las montañas y más jinetes muertos. Se me rompe el corazón cada que nos hacen un reporte y una parte de mí se apaga con cada ataque que tenemos que analizar.

—¿Y Dain? —me pregunta mientras vamos hacia la puerta—. ¿Lo has visto?

Mi sonrisa vacila.

—Esa es una historia para otro día.

Jesinia suspira.

—Intentaré estar aquí como a esta hora para poder verte.

—Me parece maravilloso. —Contengo las ganas de abrazarla y salgo por la puerta que ella abrió.

Para cuando dejo el carrito en la biblioteca y voy a formarme en la fila de la comida, ya casi se acabó nuestro tiempo, lo cual significa que me tengo que atiborrar la boca de comida lo más rápido que puedo mientras los miembros de nuestro pelotón original platican a mi alrededor. Los nuevos, dos de primero y dos de segundo, que recibimos cuando disolvieron el tercer pelotón, están a una mesa de aquí. Se negaron a sentarse con gente que tuviera reliquias de la rebelión.

Que se jodan.

—Fue lo más cool del mundo —continúa Ridoc—. Sawyer estaba luchando contra el de tercero que tiene unas habilidades increíbles con el sable y un instante después…

—Podrías dejar que él cuente la historia —lo regaña Rhiannon, poniendo los ojos en blanco.

—No, gracias —comenta Sawyer, negando con la cabeza y sin quitarle la vista a su tenedor con expresión de miedo.

Ridoc sonríe, disfrutando la gloria de poder contarlo.

—Y entonces la espada se tuerce en la mano de Sawyer, curvándose hacia el de tercero, aunque Sawyer estaba lejísimos de atinarle. —Hace un gesto de pena hacia Sawyer—. Perdón, amigo, pero es la verdad. Si tu espada no hubiera decidido doblarse e ir directo contra el brazo de ese tipo…

—¿Eres metalúrgico? —pregunta Quinn, sorprendida—. ¿En serio?

Carajo, Sawyer puede manipular los metales. Trago un poco más de pavo y lo miro abiertamente. Hasta donde sé, es el primero de nosotros en mostrar algo de poder, y además es un sello.

Sawyer asiente.

—Eso dijo Carr. Aetos me llevó a rastras con el profesor cuando vio qué estaba pasando.

—¡Qué envidia! —Ridoc se agarra el pecho—. ¡Ya quiero que mi sello se manifieste!

—No te emocionarías tanto si implicara que tu tenedor se te podría enterrar en el paladar porque aún no lo controlas. —Sawyer aleja su comida.

—Buen punto. —Ridoc observa su propia bandeja.

—Van a manifestar cuando su dragón esté listo para confiarles todo ese poder —dice Quinn, y luego se termina su agua—. Solo espero que sus dragones confíen en ustedes antes de que pasen unos seis meses y… —Hace un sonido como de explosión y el mismo gesto con las manos.

—Deja de asustar a los niños —le ordena Imogen—. Eso no ha pasado en… —Lo piensa por un momento—. Décadas. —Cuando todos volteamos a verla, hace un gesto de fastidio—. Miren, la reliquia que sus dragones les transfirieron en la Trilla es el conducto para que toda la magia entre a su cuerpo. Si no manifiestan un sello y lo dejan salir, tras varios meses pasan cosas malas.

Todos nos quedamos con la boca abierta.

—La magia te consume —agrega Quinn, haciendo otra vez el sonido de explosión.

—Relájense, no es que haya una fecha límite. Solo es un promedio. —Imogen se encoge de hombros.

—Mierda, siempre sale algo más aquí —se queja Ridoc.

—¿Ya te sientes un poco más afortunado? —pregunta Sawyer, mirando su tenedor.

—Te conseguiremos cubiertos de madera —le digo—. Y probablemente deberías evitar la armería o luchar con… cualquier cosa.

Sawyer suelta un resoplido burlón.

—Es verdad. Al menos estaré a salvo durante el vuelo esta tarde.

Agregar las clases de vuelo a nuestras agendas ha sido esencial desde la Trilla. Las alas rotan para tener acceso al campo de vuelo, y hoy es uno de nuestros días de suerte en la semana.

Siento un cosquilleo en la cabeza y sé que, si me doy la vuelva, encontraré a Xaden viéndome. Observándome. Pero no le doy la satisfacción de voltear. No me ha dicho casi nada desde la Trilla. Eso no significa que esté sola, no, jamás estoy sola. Siempre hay alguien mayor que yo cerca cuando ando por los pasillos o cuando voy al gimnasio en la noche.

Y todos tienen reliquias de la rebelión.

—Me gusta más cuando es en la mañana —dice Rhiannon con gesto de pesar—. Es mucho peor después de que ya comimos el desayuno y el almuerzo.

—De acuerdo —confirmo con la boca llena.

—Termínate el pavo —me ordena Imogen—. Te veo en la noche. —Ella y Quinn limpian sus bandejas y las llevan a la ventanilla del fondo para que las laven.

—¿Es más amable cuando te está entrenando? —pregunta Rhiannon.

—No. Pero es eficiente. —Me termino el pavo mientras la habitación se empieza a vaciar y todos vamos hacia la ventanilla donde reciben las bandejas sucias—. ¿Cómo es el profesor Carr? —le pregunto a Sawyer mientras pongo la bandeja en la pila. El profesor de poderes es uno de los pocos que no he conocido, pues aún no he manifestado un sello.

—Jodidamente aterrador —responde Sawyer—. Ya quiero que todos los de primero empiecen sus clases de poderes para que puedan disfrutar su estilo tan especial de enseñanza.

Salimos hacia el área común, a la rotonda y al patio, todos abotonándonos los abrigos. Noviembre llegó con fuertes vientos y hierba congelada por la mañana, y la primera nevada no está muy lejos.

—¡Sabía que iba a funcionar! —dice Jack Barlowe delante de nosotros, al tiempo que jala a una chica bajo su brazo y le da unos golpecitos cariñosos en la cabeza.

—¿No es Caroline Ashton? —pregunta Rhiannon, viendo con la boca abierta a Caroline, que va hacia el ala académica con Jack.

—Sí. —Ridoc se tensa—. Se vinculó con Glenn esta mañana.

—¿No tenía ya jinete? —Rhiannon los ve hasta que desaparecen en el ala.

—Su jinete murió en nuestra primera clase de vuelo. —Me concentro en la puerta frente a nosotros que lleva al campo de vuelo.

—Supongo que los que no encontraron un vínculo siguen teniendo posibilidades —murmura Rhiannon.

—Sí. —Sawyer asiente con gesto tenso—. Sí las tienen.

 

 

—Solo te caíste como una docena de veces en ese viaje —comenta Tairn mientras aterrizamos en el campo de vuelo.

—No sé si es un halago o no. —Tomo aire e intento tranquilizar mi corazón acelerado.

—Tómalo como prefieras.

Pongo los ojos en blanco mentalmente y me bajo del asiento mientras él agacha el hombro para que me pueda deslizar por su pata. El movimiento se ha vuelto tan común para mí que ya casi ni noto que los demás jinetes sí pueden saltar al suelo o bajar como se debe.

—Además, podrías hacerlo más fácil, ¿sabes?

—Claro que lo sé.

—No soy yo quien nos está haciendo girar en espiral con giros cerradísimos mientras Kaori solo nos está enseñando cómo descender. —Mis pies llegan al suelo del campo y miro a Tairn con una ceja enarcada.

—Te estoy entrenando para la batalla. Él les está enseñando truquitos. —Me guiña un ojo dorado y mira hacia otro lado.

—¿Crees que podríamos hacer que Andarna nos acompañe la próxima semana? ¿Aunque sea para volar junto a nosotros? —Reviso todo lo que Kaori nos ha enseñado, buscando cosas que pudieran haberse atorado entre las enormes y picudas garras de Tairn o en las escamas duras como piedras de su barriga.

—No soy tan tonto como para no saber si tengo algo atorado en la piel. Y no le pediría a Andarna que nos acompañe a menos que así lo soliciten. No puede seguirnos el ritmo y solo atraería atención indeseada.

—Nunca la veo —me quejo abiertamente—. Siempre tengo que estar contigo, gruñón.

—Siempre estoy aquí —me responde Andarna, pero no veo un brillo dorado. Seguramente está en el Valle como siempre, pero al menos ahí está segura.

—Este gruñón te atrapó una docena de veces, Plateada.

—Algún día podrías decirme Violet, ¿sabes? —Me tomo el tiempo para examinar cada fila de sus escamas. Uno de los mayores peligros para los dragones son las cosas pequeñas que ellos mismos no pueden quitarse y que penetran las escamas y les causan infecciones.

—Lo sé —repite—. Y podría decirte Violencia como el líder de ala.

—No te atreverías. —Avanzo con una mirada suspicaz para revisarle donde el pecho comienza a elevarse—. Y ya sabes lo mucho que me molesta eso.

—¿Te molesta? —Tairn se ríe arriba de mí y el sonido es como el de un gato olisqueando—. ¿Así le dices cuando tu corazón se acelera y…?

—No empieces.

Un gruñido estalla en el pecho de Tairn sobre mí y reverbera en mis huesos. Me doy la vuelta, con las manos sobre las dagas envainadas mientras Dain se acerca.

—Solo es Dain. —Salgo de entre las patas de Tairn cuando Dain se detiene a unos metros de nosotros.

—La rabia no le va bien —gruñe de nuevo, y siento el vapor de su exhalación en mi nuca.

—Relájate —le digo, mirándolo sombre mi hombro, pero lo que veo me toma por sorpresa.

Tairn está viendo a Dain con sus ojos color dorado entrecerrados y muestra esos dientes que gotean saliva al soltar otro gruñido.

—No seas problemático. Ya basta —le digo.

—Dile que, si te hace daño, lo haré cenizas en un instante.

—Ay, por favor, Tairn. —Hago un gesto de fastidio y voy hacia donde está Dain, que tiene la quijada tensa, pero veo la preocupación en sus ojos muy abiertos.

—Dile, o voy a tener que hablar con Cath.

—Tairn dice que, si me haces daño, te va a quemar —le informo, mientras los dragones se lanzan al cielo por todas partes sin sus jinetes para volver al Valle. Pero Tairn no. No, sigue atrás de mí como un papá sobreprotector.

—¡No te voy a hacer daño! —grita Dain.

—Palabra por palabra, Plateada.

Exhalo lentamente.

—Perdón, en realidad dijo que, si me haces daño, te hará cenizas en un instante. —Miro sobre mi hombro—. ¿Así está mejor?

Tairn parpadea.

Dain mantiene los ojos puestos en mí, pero en ellos puedo ver moviéndose la rabia sobre la que me advirtió Tairn.

—Preferiría morir antes que hacerte daño, y lo sabes.

—¿Ya estás contento? —le pregunto a Tairn.

—Lo que estoy es hambriento. Creo que voy a disfrutar de un rebaño de ovejas. —Se echa a volar con grandes aletazos.

—Necesito hablar contigo. —Dain baja la voz y entrecierra los ojos.

—Bueno. Acompáñame. —Le hago una seña a Rhiannon para que se vaya sin mí y eso hace, se aleja con los demás para dejarnos a Dain y a mí a la retaguardia.

Nos detenemos en la orilla del campo.

—¿Por qué no me dijiste que no puedes sostenerte en el maldito asiento? —me grita, agarrándome del codo.

—¿Disculpa? —Retiro mi brazo de su mano.

Tairn gruñe en mi mente.

—Yo me encargo —grito.

—Todo este tiempo he permitido que Kaori te enseñe, creía que de seguro él tenía todo bajo control. Después de todo, si la jinete del dragón más fuerte del cuadrante no pudiera quedarse en su asiento, sin lugar a dudas todos lo sabríamos. —Se pasa las manos por el cabello—. ¡Seguramente yo sabría si mi mejor amiga se cayera todos los malditos días que vuela!

—¡No es un secreto! —Siento la rabia hirviéndome en las venas—. ¡Todos en nuestra ala lo saben! Lamento que no estés atento a tu pelotón, pero créeme, Dain, todos lo saben. Y no voy a quedarme aquí a escuchar tus regaños como si fuera una niña. —Me voy, furiosa, siguiendo a mi ala con pasos apresurados.

—Tú no me lo dijiste —agrega, y el coraje en su voz se convierte en dolor mientras me alcanza y hasta me sobrepasa.

—No hay problema. —Niego con la cabeza—. Tairn puede amarrarme con magia si es necesario. Soy yo quien le pide que me suelte. Y yo que tú me lo pensaría dos veces antes de cuestionarlo. Es de los que achicharran primero y hacen preguntas después.

—Es un gran problema, porque no puede canalizar…

—¿Todos sus poderes? —le pregunto mientras salimos del campo y vamos hacia las escaleras que están junto al Guantelete—. Lo sé. ¿Por qué crees que me la paso pidiéndole que me suelte allá arriba? —La frustración es un ente vivo dentro de mí que se va comiendo toda mi capacidad de razonar.

—Llevas un mes volando y todavía te caes. —Su voz me sigue por la escalera que vamos bajando.

—¡Igual que la mitad del ala, Dain!

—No, nadie se cae una docena de veces —me aclara. Como ya está demasiado cerca de mí, acelero el paso hacia el camino que me llevará a la ciudadela y la grava cruje bajo mis botas—. Solo quiero ayudarte, Vi. ¿Cómo puedo hacerlo?

Suspiro ante el tono lastimero de su voz. Se me olvida que es mi mejor amigo y que tiene que verme arriesgando la vida todos los días. No sé cómo me sentiría si nuestros papeles estuvieran invertidos. Probablemente estaría igual de preocupada. Así que hago lo que puedo por aligerar el momento.

—Me hubieras visto hace un mes, cuando eran tres docenas de veces.

—¿Tres docenas? —Su voz se eleva en la última palabra.

Me detengo en la entrada del túnel y le ofrezco una sonrisa.

—Suena peor de lo que es, Dain. Te lo prometo.

—¿Al menos me dirías con cuál parte del vuelo tienes problemas? Siquiera déjame ayudarte.

—¿Quieres una lista de mis defectos? —Pongo los ojos en blanco—. Mis muslos son demasiado débiles, pero estoy haciendo músculo. Mis manos no pueden agarrarse bien del pomo, pero se están volviendo más fuertes. A mi bíceps le tomó semanas sanar, así que también estoy entrenando para eso. Pero no tienes que preocuparte por mí, Dain. Imogen me está entrenando.

—Porque Riorson se lo pidió —supone, cruzándose de brazos.

—Probablemente. ¿Qué más da?

—Él no quiere lo mejor para ti. —Niega con la cabeza y me parece un desconocido, como nunca—. Primero fue lo de saltarte las reglas para subir el Guantelete; y sí, Amber me contó durante una hora cómo actuaste deshonrosamente.

¿Deshonrosamente? A la mierda con esto.

—¿Y tú le creíste así nada más? ¿Sin preguntarme qué pasó?

—Es líder de ala, Vi. ¡No voy a poner en tela de juicio su integridad!

—Me defendí con el Código y Riorson lo aceptó. Él también es líder de ala.

—Bueno. Llegaste hasta arriba. No me malinterpretes, no podría vivir si algo te hubiera pasado, estuvieras enfrentando correctamente el reto o no. Y luego pensé que estarías bien si sobrevivías a la Trilla, pero aun unida al más fuerte… —Niega con la cabeza.

—Vamos. Dilo. —Mis manos se cierran en puños y las uñas se me entierran en las palmas.

—Me aterra que no vayas a llegar a la graduación, Vi —al decir esto, se encorva—. Sabes exactamente lo que siento por ti, aunque no pueda hacer nada al respecto, estoy aterrado.

Es eso último lo que me colma y una carcajada me sube por la garganta y se me escapa.

Dain me mira con expresión sorprendida.

—Este lugar se lleva la falsa cortesía, los modales y revela quién eres en realidad —repito sus palabras del verano—. ¿No fue eso lo que me dijiste? ¿Esto es quien eres en realidad? ¿Alguien tan obsesionado con las reglas que no sabe cuándo saltárselas o romperlas por alguien a quien quiere? ¿Alguien tan enfocado en lo que peor hago, que no cree que puedo hacer mucho más?

Sus ojos cafés pierden toda la calidez.

—Entiende una cosa, Dain. —Me acerco más a él, pero la distancia entre nosotros crece—. La razón por la que nunca vamos a ser nada más que amigos no es por tus reglas. Es porque no tienes fe en mí. Incluso ahora, cuando sobreviví contra todo pronóstico y me uní no solo a uno sino a dos dragones, sigues creyendo que no lo voy a lograr. Así que, perdóname, pero estás por ser parte de lo que este lugar me quite. —Me hago a un lado y paso junto a él por el túnel, me obligo a llevar aire a mis pulmones.

Fuera del año pasado, cuando entró al Cuadrante de Jinetes, no recuerdo otro momento de mi vida en el que haya estado sin Dain.

Pero ya no puedo con su pesimismo constante sobre mi futuro.

La luz del sol me abruma por un momento al salir al patio. Las clases ya terminaron y veo a Xaden y Garrick recargados en la pared del edificio académico como dioses que vigilan sus dominios.

Xaden enarca una ceja oscura al verme pasar.

Y yo le pinto dedo.

Hoy tampoco voy a soportar sus estupideces.

—¿Todo bien? —me pregunta Rhiannon cuando los alcanzo a ella y los chicos.

—Dain es un imbécil…

—¡Ya basta! —grita alguien que viene bajando por las escaleras de la rotonda con la cabeza entre las manos. Es uno de primero del Ala Tres que se sienta dos filas atrás de mí en Informe de Batalla y siempre se le cae la pluma—. ¡Por el amor de los dioses, ya basta! —vocifera mientras llega tambaleándose al patio.

Mis manos van a las armas.

Una sombra se mueve a mi izquierda y un breve vistazo me deja saber que Xaden se movió, casualmente poniéndose justo delante de mí.

La multitud se abre y forma un círculo alrededor del de primero, que sigue gritando con la cabeza entre las manos.

—¡Jeremiah! —grita alguien que se acerca.

—¡Tú! —Jeremiah se da la vuelta y señala con un dedo al de tercero—. ¡Crees que me volví loco! —Inclina la cabeza hacia un lado y sus ojos se encienden—. ¿Cómo lo sabe? ¡No debería saberlo! —Su tono cambia, como si las palabras no fueran suyas.

Siento un escalofrío que me recorre la espalda y se me abre un hueco en el estómago.

—¡Y tú! —Se voltea de nuevo, señalando a uno de segundo del Ala Uno—. ¿Qué diablos le pasa? ¿Por qué grita? —Se gira de nuevo y se enfoca en Dain—. ¿Violet me va a odiar por siempre? ¿Por qué no puede entender que solo quiero que siga viva? ¿Cómo es que él…? ¡Está leyendo mis pensamientos! —Su imitación es increíble, vergonzosa y aterradora.

—Ay, dioses —susurro, y el corazón me late tan escandalosamente que puedo escuchar el golpeteo de la sangre en mis oídos. Lo de menos es la vergüenza. ¿A quién le importa si la gente sabe que Dain está pensando en mí? El sello de Jeremiah se está manifestando. Puede leer mentes, es un inntinncista. Su poder es una sentencia de muerte.

Ridoc se tambalea hacia atrás a mi derecha por un empujón, y no necesito voltear para saber de quién es el brazo musculoso que me está rozando el hombro. Por alguna razón, el aroma a menta calma los latidos de mi corazón.

Jeremiah desenvaina su espada corta.

—¡Ya basta! ¿No se dan cuenta? ¡Los pensamientos no se detienen! —Su pánico se puede sentir y me cierra la garganta.

—Haz algo —le ruego a Xaden, mirándolo.

Su concentración firme y letal está puesta en Jeremiah, pero su cuerpo se tensa al escuchar mi súplica, listo para atacar.

—Ponte a recitar cualquiera de esas cosas que has aprendido en los libros.

—¿Disculpa? —le respondo.

—Si valoras tus secretos, despeja tu mente. Ya —ordena Xaden.

Ay, mierda.

No se me ocurre nada, y claramente estamos en peligro inminente. Eh… «Existen muchos puestos de defensa navarros más allá de la seguridad de nuestras protecciones. Se considera que dichos puestos están en peligro inminente y solo deben ser atendidos por personal militar y nunca por los civiles que suelen acompañarlos».

—¡Y tú! —Jeremiah se da la vuelta y clava sus ojos en Garrick—. Que se vaya todo al diablo. Él se va a enterar de… —Las sombras que rodean los pies de Jeremiah le suben como serpientes por las piernas en un instante y le rodean el pecho hasta cubrirle la boca como unas bandas negras.

Trago saliva para bajar la piedra que se había alojado en mi garganta.

Un profesor se abre paso entre la multitud y su cabello blanco rebota con cada paso de su enorme cuerpo.

—¡Es un inntinncista! —grita alguien, y parece que eso era lo único que se necesitaba.

El profesor toma la cabeza de Jeremiah con ambas manos y un crujido hace eco por los muros del patio silencioso. Las sombras de Xaden desaparecen y Jeremiah cae al suelo con la cabeza en un ángulo antinatural y macabro. Le rompieron el cuello.

El profesor se agacha y recoge el cuerpo de Jeremiah con una fuerza sorprendente y se lo lleva a la rotonda.

Xaden respira profundamente junto a mí y luego se va con Garrick hacia el ala académica. «También a mí me dio gusto verte».

—Quizá mejor no quiero un sello —murmura Ridoc.

—Esa muerte es compasiva en comparación con lo que te pasa si no manifiestas uno —dice Dain, y juro que puedo sentir que las reliquias de mi espalda se encienden, aunque mis dragones no han empezado a canalizar.

—Y ese —anuncia Sawyer junto a Rhiannon— era el profesor Carr.

 

 

—Siempre tienes que revisar tus fuentes —me dice papá y me revuelve el cabello mientras está parado junto a mí en la mesa en los Archivos—. Recuerda que lo que te cuenten de primera mano siempre es más acertado, pero tienes que ir más allá, Violet. Tienes que ver quién está contando esa historia.

—Pero ¿qué pasa si quiero ser jinete? —pregunto con la voz de una versión mucho más joven de mí—. Como Brennan o mamá.

—¡Despierta! —ruge una voz conocida y potente que recorre los Archivos. Una voz que no debería estar aquí.

—No eres como ellos, Violet. Ese no es tu camino. —Papá me muestra una sonrisa pesarosa, esa que dice que me entiende, pero no hay nada que él pueda hacer; esa que me da cuando mamá toma una decisión con la que él no está de acuerdo—. Y es lo mejor. Tu madre nunca ha entendido que, aunque los jinetes son las armas de nuestro reino, son los escribas quienes tienen todo el poder real de este mundo.

—¡Despierta antes de que te mueras! —Los libreros de los Archivos se sacuden y el corazón me da un vuelco—. ¡Ya!

Abro los ojos de golpe y ahogo un grito cuando el sueño se desintegra. No estoy en los Archivos. Estoy en mi habitación en el Cuadrante de Jine…

—¡Muévete! —me ordena Tairn.

—¡Mierda! ¡Se despertó! —La luna se refleja en una espada que viene cortando el aire hacia mí.

«Carajo». Ruedo al otro lado de la cama, pero no lo suficientemente rápido, y el arma se estrella en el costado de mi espalda con tanta fuerza que ni mis gruesas cobijas de invierno logran detener.

La adrenalina esconde el dolor mientras la espada rebota al no poder cortar las escamas de dragón.

Mis rodillas chocan contra el piso de madera y meto las manos bajo la almohada para sacar dos dagas mientras me quito las cobijas de encima y logro ponerme de pie. ¿Cómo diablos le quitaron el seguro a mi puerta?

Soplo para quitarme el cabello suelto que me cubre la cara y me encuentro con los ojos muy abiertos por el shock de uno de primero que no consiguió vincularse, y no es el único. Hay siete cadetes en mi cuarto. Cuatro son hombres sin dragón. Tres son mujeres sin dragón… ahogo un grito al reconocerla… ya solo son dos, pues ella se echó a correr y cerró la puerta al salir.

Fue ella quien abrió la puerta. No hay otra explicación.

Todos los demás están armados. Todos decididos a matarme. Todos entre mi puerta sin seguro y yo. Mis manos se curvan sobre los mangos de mis dagas y el pulso se me descontrola.

—¿Supongo que no tendría caso que les pidiera de buena manera que se vayan?

Voy a tener que pelear para salir de aquí.

—¡Aléjate de la pared! ¡No dejes que te atrapen!

Buen punto. Pero no es como que haya muchos lugares adonde me pueda mover en esta habitación diminuta.

—¡Mierda! ¡Les dije que su armadura es impenetrable! —grita Oren desde el otro lado del cuarto, bloqueándome la salida. Maldito imbécil.

—Debí matarte en la Trilla —reconozco. Mi puerta está cerrada, pero seguramente alguien va a escuchar si gri…

Una mujer se lanza contra mí sobre mi cama, pero la esquivo, pegándome al cristal helado de la ventana. «¡La ventana!».

—Está demasiado alto. ¡Te caerías al barranco, y no puedo llegar tan rápido!

Entonces la ventana no. Entendido. Otra mujer lanza su cuchillo y me corta la manga del camisón de dormir en su paso a clavarse en el armario, pero no me tocó la piel. Me doy la vuelta, dejando que la manga se arranque sola, y lanzo mi daga al doblar la esquina de mi cama. Se entierra en su hombro, mi blanco favorito, y la mujer se tira al suelo, gritando y agarrándose la herida.

El resto de mis armas están guardadas cerca de la puerta. Mierda. Mierda. «Mierda».

—Ya no lances cosas. ¡Quédate con esa arma!

Para alguien que no puede ayudar, Tairn no tiene problemas dando su opinión.

—¡Tienen que darle en la garganta! —grita Oren—. ¡O lo haré yo mismo!

Paso el arma a mi mano derecha y detengo un ataque por la izquierda, le hago un corte vertical en el brazo a la chica, y luego otro a la derecha, apuñalo a un hombre en el muslo. Suelto una patada con el talón y le doy a otro en la panza mientras ataca, se va de espaldas sobre mi cama y suelta la espada.

Pero ahora estoy acorralada entre mi escritorio y el armario.

Son demasiados.

Y todos vienen hacia mí al mismo tiempo, carajo.

Alguien me quita la daga de la mano con una simple patada y mi corazón se paraliza cuando Oren me agarra por la garganta y me jala hacia él. Intento patearlo en las rodillas, pero mis pies descalzos ni siquiera lo tocan mientras me despega del suelo, está cortándome el aire. Solo puedo patalear, buscando de qué agarrarme.

«No. No. No».

Le entierro las manos en el brazo y mis uñas le perforan la piel hasta sacarle sangre. Puede que le vayan a quedar mis cicatrices después de esto, pero sus manos no dejan de apretarme el cuello.

Aire. No hay aire.

—¡Ya casi llega! —me promete Tairn, pero hay pánico en su voz.

¿Él quién? No puedo respirar. No puedo pensar.

—¡Acábala! —grita uno de los hombres—. ¡Él solo nos respetará si acabamos con ella!

Quieren a Tairn.

El rugido de rabia de Tairn me llena la cabeza mientras Oren baja mi cuerpo y me da la vuelta, atrapándome con el brazo, para que mi espalda quede contra su pecho. Al menos mis pies ya están en el suelo, pero empiezo a ver borroso en la lucha de mis pulmones por encontrar oxígeno donde no lo hay.

Los ojos verdes y codiciosos de una de primero que están sangrando se clavan en los míos.

—¡Hazlo! —exige.

—Tu dragón es mío —sisea Oren en mi oído, y su mano me suelta para ser reemplazada por un arma.

El aire entra de golpe a mis pulmones mientras el frío metal me acaricia la garganta. El oxígeno me inunda la sangre y me aclara la cabeza lo suficiente para permitirme ver que se acabó. Voy a morir. De un latido a otro que probablemente será el último, un pesar insoportable me llena el pecho, y no puedo dejar de preguntarme si lo habría logrado. Si habría sido lo suficientemente fuerte para graduarme. Si me habría convertido en una jinete digna de Tairn y Andarna. Si al fin habría conseguido que mi madre se sintiera orgullosa de mí.

La punta del cuchillo toca mi piel.

La puerta de mi habitación se abre y la madera se astilla al azotar contra la pared de piedra, pero no tengo tiempo para darme la vuelta y ver quién está ahí antes de que un chillido atraviese mi visión.

—¡Es mía! —grita Andarna. Una energía que me eriza la piel recorre mi espalda, extendiéndose hasta los dedos de mis manos y pies; un instante después todo está en el más absoluto silencio.

—¡Vete! —me ordena Andarna.

Parpadeo y me doy cuenta de que la de primero que está frente a mí no lo hace. No está respirando. No se mueve.

Igual que los demás.

Todos en esta habitación están congelados… menos yo.

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