Alas de sangre

Alas de sangre


Capítulo 30

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TREINTA

Aunque no están prohibidos, no se recomienda que los cadetes formen

fuertes vínculos románticos entre ellos mientras son alumnos del

cuadrante, por el bien de la unidad.

—ARTÍCULO CINCO, SECCIÓN SIETE

EL CÓDIGO DEL JINETE DE DRAGONES

Su cuerpo se queda inmóvil por un segundo, dos, y luego nos gira imposiblemente rápido y pone mi cuerpo contra la puerta con tal fuerza que el marco vibra. «Guau». Me atrapa las muñecas con una mano y las sostiene sobre mi cabeza.

—Violet —gime contra mi boca. La súplica en su tono me inunda las venas con un poder completamente distinto. Saber que nuestra indudable atracción lo afecta tanto como a mí me enloquece—. Esto no es lo que quieres.

—Es exactamente lo que quiero —replico. Quiero reemplazar la rabia por lujuria, la muerte del día por los latidos desesperados que me recuerdan que estoy viva, y sé que él es capaz de darme todo eso y más—. Dijiste que hiciera lo que necesito. —Arqueo la espalda, pegando mis pezones a su pecho.

El ritmo de su respiración cambia y veo esa guerra en sus ojos que estoy decidida a ganar.

Es hora de dejar de darle la vuelta a la insoportable tensión y romperla.

Xaden se inclina y su boca queda a centímetros de la mía.

—Y ahora te estoy diciendo que esto es lo último que necesitas. —El rugido de su voz que apenas puede contener le hace vibrar el pecho y cada terminación nerviosa de mi cuerpo se enciende.

—¿Estás sugiriendo que busque a alguien más? —Mi corazón se acelera por el riesgo que estoy corriendo para demostrar que no habla en serio.

—Por supuesto que no. —El inconfundible ataque de los celos lo hace entrecerrar los ojos durante un segundo antes de que sus labios se lancen hacia los míos y mi alivio instantáneo por su respuesta se ve reemplazado por una ráfaga de puro deseo. Puedo ver su famoso control en la orilla, balanceándose peligrosamente sobre la punta de un cuchillo. Lo único que necesita es un. Pequeño. Empujón. Y estoy por aventarlo sin pena al vacío.

—Bien. —Levanto la cara y tomo su labio inferior entre los míos, succionándolo suavemente antes de darle una mordidita—. Porque solo te deseo a ti, Xaden.

Las palabras rompen algo en su interior, y se rinde.

«Al fin».

El choque de nuestras bocas se convierte en un beso ardiente, salvaje y completamente fuera de nuestro control. La urgencia me corre por la espalda cuando él me agarra por las nalgas y me apoya en sus caderas. Siento la textura de la puerta en mi espalda mientras me empujo para estar más cerca de él.

Le envuelvo la cintura con las piernas y cruzo los tobillos. Mi camisón se levanta con el movimiento, pero no me importa, no cuando me está besando así, consumiéndome por completo. La caricia de su boca y los latigazos de su lengua perversa me arrancan toda lógica y mi mundo se reduce a este beso, a este instante, a este hombre. Que es mío. En este momento, Xaden Riorson es mío.

O quizá yo soy suya. ¿A quién diablos le importa mientras me siga besando?

El calor me llena el cuerpo en oleadas salvajes y adictivas, encendiendo cada centímetro de mi piel mientras su boca baja por mi cuello en un ataque sensorial que me obliga a gemir.

—Dioses —dice contra mi garganta, y luego comenzamos a movernos.

La madera raspa el suelo y se rompe antes de que mis nalgas caigan sobre el escritorio, y mis tobillos se sueltan tras su espalda baja cuando se inclina sobre mí, pasando sus dedos por mi cabello y agarrándome de la nuca para volver a besarme. Le respondo con un hambre que solo he sentido por él.

Bajo las manos para sostenerme y tiro todo lo que se me atraviesa en el camino. Las manecillas del reloj dejan de moverse.

—Me vas a odiar en la mañana. En. Serio. Esto. No. Es. Lo. Que. Quieres. —Puntúa cada palabra con un beso por mi mentón hasta llegar a la oreja. Me muerde el lóbulo y mis entrañas se derriten por completo.

—Deja de decirme qué es lo que quiero. —Jadeo y paso mis dedos entre sus mechones de cabello corto, levantando la cara para darle más acceso. Él lo aprovecha y baja por mi cuello hasta la curva de mi hombro.

Qué bien se siente, carajo. Cada movimiento de su boca sobre mi piel es como fuego sobre la yesca, y ahogo un grito cuando se toma su tiempo en un punto sensible. Pero luego se detiene, con su aliento húmedo y caliente contra mi cuello.

Frunzo el ceño ante un pensamiento indeseado.

—A menos que no me desees…

—¿Te parece que esto es de alguien que no te desea? —Toma mi mano, la desliza entre nuestros cuerpos y mis dedos rodean su extensión sobre los pantalones. Ahogo un grito del más absoluto deseo al sentir lo dura que la tiene por mí.

—Siempre te deseo, carajo —gime, y lo aprieto. Luego levanta la cabeza, clava sus ojos en los míos y reconozco la urgencia en esa profundidad oscura con destellos dorados. Es la misma que la mía—. Entras a una habitación y no puedo mirar hacia otro lado. Me acerco a ti y esto es lo que pasa. Instantáneamente dura. Mierda, casi ni puedo pensar cuando estás conmigo. —Mece su cadera contra mi mano y lo aprieto con más fuerza, sintiendo cómo me da un vuelco el estómago—. Desearte no es el problema.

—Entonces ¿cuál es?

—Estoy intentando ser decente y no aprovecharme de ti porque tuviste un día de mierda. —Tensa la quijada.

Sonrío y le doy un beso en la comisura de la boca.

—Aquí todos los días son de mierda. Y no te aprovecharías, porque te estoy pidiendo… —Le muerdo un poco el labio—… Corrijo, te estoy rogando que mejores mi día.

—Violet. —Dice mi nombre como una advertencia como si fuera algo que tuviera que temer. «Violet». Solo me llama así cuando estamos solos, cuando todos los muros y teatros se caen, y solamente los dioses saben cuánto quiero escucharlo una y otra vez, justo como lo acaba de decir.

—No quiero pensar, Xaden. Solo sentir. —Lo suelto. Solo necesito jalar una vez el listón para soltar mi trenza y pasar los dedos entre mi cabello.

Su mirada se intensifica, y sé que ya gané.

—Ese cabello, carajo —dice, y luego detiene sus labios a centímetros de los míos—. Y esta boca. Solo quiero besarte, incluso cuando me haces enojar.

—Pues bésame. —Me arqueo hacia él y poseo sus labios, besándolo como si fuera la única oportunidad que tendré. Esta clase de desesperación no es natural; es un incendio que nos va a convertir en cenizas a ambos, si se lo permitimos.

El beso es abierta y deliciosamente carnal, y me derrito en él, respondiendo cada ataque de su lengua con la mía. Sabe a menta y a Xaden, y no logro saciarme de él.

Es la peor adicción, peligrosa e imposible de controlar.

—Dime que me detenga —susurra mientras su pulgar acaricia la piel hipersensible de la cara interna de mi muslo.

—No te detengas. —Me moriría si lo hiciera.

—Maldita sea, Violet —gime, deslizando su mano entre mis piernas.

Mejor; así quiero que diga mi nombre de ahora en adelante. Justo así.

Frota la tela de mi ropa interior contra mi clítoris y mi espalda se arquea por la explosión de placer que me llena todo el cuerpo, tan dulce que siento su sabor en mi lengua.

Xaden atrapa mi boca con la suya de nuevo en un ataque salvaje y su lengua lucha con la mía mientras sus dedos me acarician sobre la tela, aprovechando la fricción de manera experta. Intento mover la cadera contra su mano para sentirlo más, pero mis pies están colgando del escritorio y no tengo en qué apoyarme. Solo puedo recibir lo que él decida darme.

—Tócame —le exijo, y entierro las uñas en su cuello fuerte por el deseo que late dentro de mí con el ritmo de un tambor.

Su voz se escucha entrecortada en mi boca.

—Si mis manos te tocan, si mis manos te tocan de verdad, no sé si podré parar.

Sí pararía. Lo sé en el fondo de mi ser. Por eso le confío mi cuerpo.

¿Mi corazón? Ese no tiene nada que ver en esta decisión.

—Deja de ser tan decente y cógeme, Xaden.

Sus ojos se encienden y luego me besa como si yo fuera el aire que le hacía falta, como si su vida dependiera de ello, y creo que la mía sí. Sus dedos se deslizan bajo mi ropa interior y acarician salvajemente mi sexo húmedo, provocando que un gemido se me escape de los labios. Es como si tuviera electricidad en las manos.

—Estás muy suave. —Me besa más y sus dedos tocan y juegan con mi sexo, intensificando el dulce ataque del placer. Entierro las uñas en su hombro y mi espalda se arquea mientras él va trazando círculos cada vez más pequeños sobre mi clítoris hinchado—. Apuesto a que sabes tan bien como te sientes.

El placer me recorre como un fuego vivo bajo mi piel.

—Más —es lo único que puedo decir, pero lo digo como una exigencia mientras mi piel arde y mi pulso se sale de control. Me voy a incendiar, voy a estallar en llamas, y lo único que puedo hacer es gemir contra su boca mientras hunde un dedo dentro de mí. Mis músculos se tensan y lo atrapan, y él mete otro.

—Eres tan sexy. —Su voz suena ronca como si la hubieran arrastrado sobre las piedras—. Puede que nos condene a los dos, pero no puedo esperar para sentir cómo te vienes sobre mi verga.

—Ay, dioses. —Esa boca. Echo las manos hacia atrás para apoyarme en la pared y tiro algo al mover la cadera. Algo se rompe al chocar contra el suelo a mi izquierda mientras me muevo sobre sus dedos. Xaden los curva hacia mis paredes internas y ahogo un grito, con mis muslos aferrándose a sus caderas cubiertas por el cuero. Y cuando usa su pulgar para acariciarme el clítoris, la fricción y la presión me llevan al borde de la cordura.

Grito y él cubre el sonido con su boca, besándome con esos movimientos perversos de su lengua que imitan los de sus dedos dentro de mí. El poder estalla en mi interior y me estremece hasta los huesos. Me aferro a Xaden con más fuerza, sorprendida por la súbita ráfaga de energía.

—Mírate, Violet. Eres hermosa, Violet. Déjate ir, hazlo por mí. —Sus palabras me llenan la mente mientras su boca está perdida en la mía, y la intimidad del momento me lleva al límite del placer y me lanzan al vacío del mismo.

Xaden recibe mi grito en su boca mientras mi espalda se encorva cuando el primer orgasmo me recorre completa, liberando la tensión en un estallido de chispas ante mis ojos y siento como si mi cuerpo explotara para convertirse en un millón de estrellas. Los relámpagos al otro lado de mi ventana llenan el cuarto de luz una y otra vez mientras él sigue moviendo su mano experta hasta hacerme tener un segundo orgasmo.

—Xaden —exclamo entre gemidos mientras el placer baja y vuelve a encenderse.

Él sonríe y saca los dedos de mi cuerpo, dejándome convertida en nada más que jadeos y deseo salvaje mientras lo agarro de la camisa. Quiero que se la quite y quiero que lo haga ya. Xaden responde a mi deseo arrancándose la tela y luego volvemos a unirnos entre besos y manos que tocan por todas partes. Su piel bajo mis dedos se siente increíble e imposiblemente suave sobre todos esos músculos fuertes. Recorro su espalda, memorizando cada centímetro mientras su cuerpo se estremece con cada movimiento.

—Te necesito ya —digo, y busco los botones de su pantalón.

—¿Sabes lo que estás diciendo? —me pregunta mientras le quito el pantalón, lo bajo por sus caderas hasta dejar libre esa verga larga y gruesa. Siento su calor y dureza entre mi mano y el gemido que se le escapa de los labios me hace sentir invencible.

—Te estoy pidiendo que me cojas. —Levanto la cara y lo beso.

Xaden gruñe y jala mis caderas hasta la orilla de la mesa, luego me quita la ropa interior y me deja desnuda.

Mi pulso se acelera descontroladamente.

—Tomo el supresor de fertilidad. —Los dos lo tomamos, claro está. Lo último que alguien quiere son bebés del cuadrante corriendo por todas partes. Pero más vale aclararlo.

—Yo también. —Me toma por las caderas, me levanta para ponerme en un mejor ángulo y la cabeza de su verga me frota el clítoris. Jadeo y sus ojos se clavan en los míos. El hambre que veo dibujada en la tensión de cada parte de su cuerpo es mi ruina. No me importa si esto será nuestra condena. Lo necesito.

Basta de contenerme. Ya no.

Meto la mano entre nuestros cuerpos y guío la cabeza de su verga hacia mi entrada, pero esta posición es horrible. Xaden es mucho más alto que la mesa, y si no estuviera tan desesperada por tenerlo adentro, me reiría, pero sí lo estoy. Arqueo la espalda, pero no ayuda en nada. Cada segundo de espera se siente como una década.

—Maldito escritorio —dice.

Pienso exactamente igual.

Su bíceps se tensa cuando me levanta agarrándome por debajo de los muslos y envuelvo su cuello con mis brazos y su cintura con mis piernas. Mi camisón queda atrapado entre los dos mientras él se da la vuelta. Nuestras bocas se encuentran en un beso desesperado mientras mi espalda choca contra el armario, pero apenas hago un gesto pues estoy demasiado perdida en el movimiento de su lengua y cómo se siente su cuerpo entre mis piernas.

—Mierda. ¿Estás bien? —me pregunta.

—Estoy bien. No me vas a romper.

Entra por esos primeros centímetros apretados de mi cuerpo y ahogo un grito al sentir cómo me estiro.

—Más. —Estoy demasiado ocupada besándolo como para hablar—. Necesito sentirte entero.

—Me vas a matar, Violet. —Lo que le quedaba de control desaparece y me toma por completo con una fuerte embestida.

Gimo contra su boca. Muy adentro. Está tan adentro que lo siento en todas partes.

—Dime que estás bien. —Gracias a los dioses, ya se está moviendo.

—Estoy perfecto. —Más que perfecto. El poder corre bajo mi piel como una exigencia frenética y sin palabras.

—Te sientes tan bien. —Me embiste una y otra vez, tomando un ritmo brutal mientras su boca me recorre el cuello y su mano sube para agarrarme un seno.

Ni siquiera puedo pensar por el placer enloquecedor mientras mi espalda se estrella contra el armario cada que me penetra, llenando la habitación con el sonido de nuestros cuerpos desesperados y los crujidos de la madera. Cada embestida es mejor que la anterior. Tengo la respiración entrecortada.

—Nunca me voy a hartar de ti, ¿verdad? —pregunta con su cara hundida en mi cuello mientras me pego más a él.

—Cállate y cógeme, Riorson. —Mañana llegará demasiado pronto como para arrepentirnos ahora.

Levanto un brazo y me agarro de la orilla del armario para poder mecerme con más fuerza y dejarlo que entre en mí con más fuerza y vaya más adentro. Me baja un tirante del camisón por el hombro y el frío aire de la noche me besa el pezón duro por un instante antes de que él lo cubra con su boca tibia. Las sensaciones suben, bajan, giran y dan vueltas, forman un apretado nudo de placer tan dentro de mí que la tensión es sublime e insoportable.

La puerta del armario rechina y luego se suelta de las bisagras. La sombra de Xaden se mueve para protegerme cuando el mueble cede y los pedazos de madera caen a nuestro alrededor. Mi poder se intensifica en respuesta al suyo y chisporrotea bajo mi piel mientras me cuelgo de sus hombros y mi boca encuentra la suya.

No hay forma de detenernos. No podemos parar.

—Carajo —exclama mientras me toma una y otra vez. Sin detenerse, nos voltea de nuevo y siento una tela detrás de mi espalda. Pero no es la cama. Son las cortinas en una esquina de la ventana.

La energía crepita de nuevo cuando nuestras bocas se encuentran y él me sigue embistiendo, provocando que el nudo dentro de mí se ponga tan apretado con cada movimiento que es doloroso.

Y el poder… es demasiado. Me quema y hace que mi sangre hierva por la necesidad de liberarlo.

—Xaden —grito, retorciéndome a la vez que me aferro a él como si fuera lo único que me mantiene anclada a la tierra.

—Confía en mí, Violet —me dice, jadeando contra mis labios—. Suéltalo.

Los relámpagos salen de mi cuerpo, tan brillantes que tengo que cerrar los ojos, y siento el calor sobre mí mientras estalla el trueno.

Y huele a humo.

—Mierda. —El poder de Xaden llena la habitación, eclipsando la poca luz que teníamos, y las cortinas se caen, pero nos alejamos antes de que la tela quemada pueda tocar mi piel.

Ese nudo de placer crece hasta el límite cuando me lleva al piso y al fin tengo todo su peso encima mientras me embiste. Las sombras desaparecen y verlo sobre mí, su mirada oscura clavada en la mía completamente concentrada, es lo más hermoso que he visto en la vida.

—Tan. Exageradamente. Hermoso —marco cada palabra con un beso.

Xaden se aleja un poco y sus ojos buscan los míos por un segundo o dos antes de atacarme con otro beso que me hace pedir más mientras muevo mis caderas de atrás hacia adelante contra las suyas.

Este hombre besa con todo el cuerpo, lanzando su cadera hacia mí al mismo tiempo que su lengua entra en mi boca y cuidándose de no poner más peso sobre mí del que me permitirá respirar mientras su pecho se estrella contra mis pezones hipersensibles. Me tiene en el mismo límite en el que está él, y no sé cuánto más voy a soportarlo antes de prenderle fuego a toda la habitación.

—Necesito… necesito… —Mis ojos desesperados buscan los suyos. ¿Dónde están mis palabras?

—Lo sé. —Toma mi boca de nuevo y baja la mano entre nuestros cuerpos, usando sus talentosos dedos para darme otro orgasmo. De nuevo hay luz, seguida de un trueno y la oscuridad que me consume mientras me deshago bajo su cuerpo.

El placer me llega en oleadas, bañándome una y otra vez hasta que lo único que puedo hacer es aferrarme a los hombros de Xaden y dejarme llevar por lo que siento.

—Qué belleza —susurra él.

En cuanto me calmo, detiene lo que está haciendo y pega mi rodilla a mi pecho para embestirme aún más profundo. Muevo la cadera para recibirlo, con el sudor perlando nuestra piel, y veo cómo empieza a venirse con absoluta fascinación. Amo que pierda el control tanto como temo perderlo yo; cuando me muevo otra vez, él gime, arquea el cuello y me penetra una vez. Dos.

En la tercera, grita y vibra dentro de mí, y su poder se libera en las sombras que salen disparadas con tal fuerza que rompen el blanco de madera al otro lado de la ventana.

Mientras vuelan los pedazos, Xaden extiende otro manto de oscuridad que dura apenas lo suficiente para protegernos de los escombros. Luego las sombras desaparecen y escucho cómo las dagas caen al suelo detrás de mí.

Él se ve tan impactado, tan embelesado como yo me siento mientras nos quedamos acostados aquí, viéndonos uno al otro, con nuestros pechos subiendo y bajando por los jadeos que nos dejó lo que solo podría ser descrito como la más absoluta locura.

—Nunca había perdido el control así —me dice, apoyándose en un brazo mientras me quita el cabello de la cara con la otra mano. El movimiento es tan suave, tan contrastante con todo lo que acabamos de hacer, que no puedo evitar hacer un gesto sorprendido y luego sonreír.

—Yo tampoco. —Mi sonrisa se vuelve más grande—. Aunque nunca había tenido un poder del cual perder el control.

Él se ríe y nos rueda hacia un lado, pegándome a su cuerpo y acomodando su bíceps como almohada para mi cabeza.

Olfateo el humo que aún queda en el aire.

—¿Fui yo…?

—¿La que les prendió fuego a las cortinas? —Arquea una ceja—. Sí.

—Ah. —Ni siquiera logro sentir vergüenza, así que solo paso el dorso de mis dedos sobre la barba incipiente en su mentón—. Y tú lo apagaste.

—Sí. Justo antes de destruir tu blanco para lanzar cuchillos. —Hace una mueca—. Te conseguiré otro.

Me giro para ver el armario.

—Y entre los dos…

—Sí. Y estoy casi seguro de que también vas a necesitar otra silla.

—Eso fue… —Ni siquiera le quité los pantalones por completo y el camisón me cuelga precariamente de un hombro.

—Escalofriantemente perfecto. —Me acuna la cara con una mano—. Deberíamos limpiarte y dormir. Ya nos preocuparemos por… tu habitación mañana. Irónicamente, tu cama es lo único que no destrozamos.

Me incorporo para confirmar que la cama sobrevivió y Xaden hace lo mismo, acercándose a mí. De inmediato pierdo el interés en todo lo que no sean los músculos de su espalda y la reliquia azul marino que Sgaeyl le transfirió.

Estiro la mano y recorro el trazo del dragón en su espalda, deteniéndome en las cicatrices plateadas, y él se tensa. Todas son líneas cortas y delgadas, demasiado precisas para ser resultado de latigazos y sin un patrón definido, pero nunca se cruzan.

—¿Qué pasó? —susurro, y contengo la respiración.

—En serio no quieres saber. —Se tensa, pero no se aleja del contacto de mi mano.

—Sí quiero. —No parecen accidentales. Alguien lo lastimó deliberadamente, con malicia, y me dan ganas de cazar a la persona que lo hizo y hacerle lo mismo.

Xaden aprieta la quijada y mira por encima de su hombro. Nuestros ojos se encuentran. Me muerdo el labio, sabiendo que este momento puede tener dos resultados completamente distintos. Puede cerrarse como siempre o puede al fin dejarme entrar.

—Son muchas —murmuro, recorriendo su columna con los dedos.

—Ciento siete. —Desvía la mirada.

Ese número me revuelve el estómago y dejo de mover la mano. «Ciento siete». Es el número que mencionó Liam.

—Es la cantidad de menores de edad que tienen la reliquia de la rebelión.

—Sí.

Me muevo para poder verlo a la cara.

—¿Qué pasó, Xaden?

Me acaricia el cabello para echármelo hacia atrás y la expresión que pasa sobre su rostro es tan parecida a la ternura que me da un vuelco el corazón.

—Vi la oportunidad e hice un trato —dice en voz baja—. Y lo cumplí.

—¿Qué clase de trato te deja ese tipo de cicatrices?

Veo el conflicto en su mirada, pero después suspira.

—La clase en la que me hago personalmente responsable por la lealtad de los ciento siete hijos que dejaron los líderes de la rebelión y, a cambio, tenemos permitido luchar por nuestras vidas en el Cuadrante de Jinetes en vez de que nos mataran como a nuestros padres. —Desvía la mirada—. Elegí la posibilidad de la muerte sobre la seguridad de esta.

La crueldad de la oferta y el sacrificio que hizo para salvar a los otros me aplasta como si tuviera un peso físico.

Pongo una mano en su mejilla y guío su cara hacia la mía.

—O sea que si alguno traiciona a Navarre… —Enarco las cejas.

—Lo pago con mi vida. Las cicatrices son un recordatorio.

Por eso Liam dice que le debe todo.

—Lamento tanto que te haya pasado eso. —Especialmente porque no fue él quien estuvo a cargo de la rebelión.

Me mira como si pudiera ver hasta lo más profundo de mi ser.

—Tú no tienes nada de qué disculparte.

Lo tomo de la mano cuando comienza a levantarse.

—Quédate.

—No debería. —Aparecen dos surcos entre sus cejas mientras me mira a los ojos—. La gente va a hablar.

—¿Cuándo te he hecho creer que me importa un carajo lo que piense la gente? —digo lo que él mismo me dijo en su contra y me incorporo, poniendo una mano sobre la parte de su cuello donde está la reliquia—. Quédate conmigo, Xaden. No me obligues a rogarte.

—Ambos sabíamos que esto era una mala idea.

—Pero es nuestra mala idea.

Sus hombros se relajan y sé que ya gané. Esta noche es mío. Tomamos turnos para ir a limpiarnos y luego se acuesta en la cama junto a mí.

—Solo dentro de estas paredes —pide en voz baja, y entiendo lo que me está diciendo.

—Solo dentro de estas paredes —acepto. No es como que estemos en una relación ni nada parecido. Eso sería… desastroso, dados nuestros rangos—. Después de todo, somos jinetes.

—No confío en que pueda controlarme si alguien dice…

Pongo un beso suave sobre su boca para hacerlo callar.

—Sé lo que quieres decir. Es… adorable.

Me da unos mordisquitos en la piel.

—No soy adorable. Por favor, no creas que hay nada dulce o amable en mí. Eso solo te lastimará, y hagas lo que hagas… —Hunde su cara en mi cuello e inhala profundamente—. No te enamores de mí.

Paso una mano sobre su brazo marcado y pido a los dioses que no sea eso exactamente lo que estoy haciendo. Esta abrumadora yuxtaposición de deseo y satisfacción en mi pecho debe ser el resultado de haberme venido no una sino tres veces, ¿verdad? No puede ser nada más.

—¿Violencia?

Miro por la ventana hacia el infinito cielo negro y cambio de tema, sintiendo los párpados cada vez más pesados.

—¿Por qué supusiste que podía manipular los rayos?

Se estira apenas lo suficiente para dejarme acomoda la cabeza bajo su mentón.

—Me pareció que lo hiciste la primera noche, cuando Tairn te pasó poder, pero no estaba seguro y por eso no dije nada.

—¿En serio? —Intento traer ese momento a mi memoria, pero mi cerebro está tomado por un agradable ruido blanco mientras el sueño lucha por derribarme—. ¿Cuándo? —Cierro los ojos.

Sus brazos se cierran sobre mí para acercarme más a su cuerpo. Siento la tela de sus pantalones pegada a la parte de atrás de mis muslos mientras me voy quedando dormida.

—La primera vez que me besaste.

 

 

Cuando despierto, Xaden ya no está, pero eso no es exactamente una sorpresa. ¿Que se haya quedado a dormir? Eso sí estuvo de impacto.

¿Encontrar un frasco en mi mesita de noche lleno de violetas frescas? Se me esponja el corazón. Mierda, estoy en problemas.

Hasta apiló todos los escombros en una esquina, eso significa que seguro usó sus sombras mientras yo dormía porque no escuché nada.

Sigo exhausta, pero me visto y me recojo el cabello rápidamente, notando que el sol ya salió. Como Liam está en la enfermería, hoy haré sola el viaje a los Archivos, pero quizá pueda darme una escapadita para verlo cuando regrese.

Me estoy amarrando las botas cuando alguien llama a mi puerta.

—No puede ser —digo lo suficientemente alto para que la persona en la puerta escuche—. Que Liam esté convaleciente no significa que necesito otro… —Abro la puerta mientras suelto la última palabra—… guardaespaldas.

El profesor Carr está en el pasillo, con los pelos parados y viéndome como quien está haciendo un análisis científico, luego enarca una ceja al ver el desastre en mi cuarto.

—Tenemos que trabajar.

—Tengo que ir a los Archivos —le aclaro.

Él suelta un resoplido burlón.

—No vas a trabajar en los Archivos hasta que podamos estar seguros de que no vas a incendiarlos. Los rayos y el papel no se llevan bien. Créeme, Sorrengail, los escribas no van a querer que te acerques a sus adorados libros y, por lo que veo, ni siquiera puedes controlar tus poderes mientras duermes.

Intento ignorar cómo me hieren sus palabras, pues ni siquiera tiene razón, y termino siguiéndolo por el pasillo cuando comienza a caminar.

—¿Adónde vamos?

—A un lugar donde no provocarás un incendio forestal —dice sin voltear a verme.

Veinte minutos después estamos en el campo de vuelo y, para mi sorpresa, Tairn está ensillado.

—¿Cómo diablos hiciste eso?

Él exhala, indignado.

—Como si les hubiera permitido diseñar algo que no pudiera ponerme yo mismo. Recuerda de dónde viene tu poder, Plateada.

—¿Cómo está Andarna? —pregunto, mientras el profesor Carr me avienta una bolsa a las manos—. ¿Esto para qué es?

—Dormida, pero bien —me promete Tairn.

—El desayuno —responde Carr—. Con todo el trabajo que estás por hacer para manejar tus poderes, lo necesitarás. —Se sube a su Naranja Cola de Daga y, después de que yo monto a Tairn y me amarro, nos echamos a volar.

El golpe del viento primaveral me lastima las mejillas mientras nos internamos en la cordillera, y agradezco haberme puesto la ropa de vuelo, porque pensé que iba a tener una sesión después del almuerzo.

Aterrizamos casi media hora después, muy por encima de donde se terminan los árboles.

Tiemblo y me froto los brazos por la baja temperatura que da tanta altitud.

—No te preocupes. No tendrás frío por mucho tiempo —me asegura Carr, desmontando. Luego saca un cuadernito de su bolsillo—. De acuerdo con lo que leí anoche, esta habilidad en particular tiene el poder de sobrecalentar tu sistema, y por eso… —Señala nuestros alrededores.

—Además, no hay mucho que se pueda quemar por aquí, ¿verdad? —Ni testigos si decide romperme el cuello. Le lanzo una miradita antes de girar hacia otra parte. Abro las hebillas de mi montura y luego me bajo por la pierna de Tairn.

—No me dejes.

—Jamás. Lo quemaría vivo antes de que dé un solo paso hacia ti.

—Exactamente. —Me estudia con cuidado y evito su mirada mientras reviso la venda en mi rodilla para asegurarme de que no se movió bajo el pantalón—. Siempre me ha intrigado cómo la naturaleza encuentra su equilibrio.

—Creo que no entiendo lo que quiere decir, profesor.

—Esta clase de poder en alguien tan… —Suspira—. ¿No dirías que eres frágil?

—Soy lo que soy. —Sus palabras me enfurecen. A este maestro en específico jamás le he dado una razón para pensar que soy diferente.

—No es un insulto, cadete. —Se encoge de hombros, con los ojos puestos en la silla—. Es un equilibrio. Por mi trabajo, he descubierto que hay una especie de correlación que crea un sistema de control de poder. Me parece que el tuyo es tu cuerpo.

Un gruñido hace vibrar el pecho de Tairn mientras hace a un lado al dragón de Carr, que es más pequeño que él.

—Tu dragón no confía en mí —comenta el profesor, como si fuera un problema académico que hay que resolver—. Y considerando que es el más poderoso en el cuadrante…

—Pero no en el continente —reconoce Tairn.

—… eso significa que tú tampoco confías en mí, cadete Sorrengail. —Me sostiene la mirada y el viento de la montaña hace que su cabello blanco baile como si fueran plumas—. ¿Por qué?

—No tiene caso mentir.

—¿Además de porque me dijo frágil? —Me quedo junto a la pata delantera de Tairn, lista para montarlo si hace falta—. Estaba ahí cuando mató a Jeremiah. Su sello se manifestó y usted le quebró el cuello como una ramita frente a todos.

Carr inclina la cabeza hacia un lado con gesto pensativo.

—Bueno, sí. El muchacho estaba en un pánico profundo y se sabe bien que los inntinncistas no tienen permitido vivir. Le puse fin a su dolor antes de que pudiera darse cuenta de que era el fin.

—Nunca entenderé por qué leer mentes es una sentencia de muerte. —Pongo una mano en la pata de Tairn como si pudiera absorber su fuerza, aunque ya la siento corriendo dentro de mí.

—Porque el conocimiento es poder. Como hija de una general, deberías saberlo. No podemos permitir que alguien ande por ahí con libre acceso a información clasificada. Son un riesgo para la seguridad de todo el reino.

Pero Dain sigue vivo.

—Porque Aetos les será útil mientras lo puedan tener bajo control. —Tairn exhala una bocanada de vapor sobre mi cabeza y el Naranja Cola de Daga se aleja aún más—. Además, su poder se limita al contacto, así que es más fácil de controlar.

—Claro que no tienes que confiar en mí, e incluso puedes trabajar en tus poderes sobre tu dragón si así lo prefieres, pero espero que me creas cuando te digo que no tengo planes de matarte, cadete Sorrengail. Perder un instrumento como tú sería una tragedia para la guerra.

Un instrumento.

—Y el hecho de que te hayas vinculado con Tairn los convierte a ti y a Riorson en el par de jinetes más valiosos que este reino ha visto en mucho tiempo. ¿Te puedo dar un consejo? —me pregunta con los ojos entrecerrados.

—Por favor. —Al menos es brutalmente honesto, así puedo saber de qué va.

—Asegúrate de que tus lealtades estén claras. Tú y Riorson, individualmente, tienen poderes únicos y letales que cualquier jinete envidiaría. Pero ¿juntos? —Sus cejas pobladas se unen al centro—. Serían un enemigo descomunal que los altos mandos simplemente no podrían permitir que exista. ¿Entiendes lo que te estoy diciendo? —Su voz suena más suave.

—Navarre es mi hogar, profesor. Daría mi vida para defenderlo igual que todos los Sorrengail que han sido jinetes antes que yo.

—Excelente. —Asiente—. Ahora, a trabajar. Entre más pronto puedas contener los rayos, más pronto podremos dejar de congelarnos.

—Buen punto. —Miro hacia la cordillera—. ¿Quiere que…? —Señalo hacia las montañas que nos rodean.

—Sí, de preferencia apunta hacia cualquier lugar que no sea aquí.

Miro las montañas a lo lejos.

—No estoy segura de qué fue lo que hice para llamarlo. Fue… una reacción emocional. —Y lo que pasó anoche definitivamente no es algo de lo que quiera hablar.

—Interesante. —Anota algo en su libreta con un trozo de carbón—. ¿Has lanzado relámpagos además de lo que vimos ayer durante los Juegos de Guerra?

Me debato si guardarme la respuesta, pero mi silencio no va a ayudar.

—Un par de veces.

—¿Y ambas fueron resultado de una reacción emocional?

Tairn suelta un resoplido burlón y le doy un golpe en la pata.

—Sí.

—Bueno, entonces hay que empezar por ahí. Plántate en tu poder e intenta sentir lo que estabas sintiendo las otras veces. —Vuelve a su libreta.

—¿Te traigo al líder de ala? —Tairn se carcajea descaradamente en mi cabeza.

—Cállate. —Planto ambos pies en mis Archivos y el poder fluye a mi alrededor y entra en mí. La luz dorada de Andarna también está aquí, pero se ve más suave porque ayer se drenó, y en lo alto se mueven las sombras profundamente negras que sé que representan mi conexión con Xaden.

—¿Hay algún problema? —me pregunta Xaden, como si pudiera sentir lo que estoy haciendo—. Y ¿qué haces tan lejos?

—Entrenando con Carr. —Mis mejillas se encienden al escuchar su voz grave—. ¿Cómo sabes que estoy lejos?

—Fortalece tus poderes y tú también podrás hacerlo. No existe un lugar al que pudieras irte donde no te encontraría, Violencia. —La promesa debería ser una amenaza, pero no lo es. Se siente demasiado reconfortante para serlo.

—En este momento me conformo con manipular un rayo. Carr me está viendo y creo que las cosas se van a poner muy incómodas si no descubro cómo…

Imágenes de… mí me llenan la cabeza. Es lo de anoche, pero de algún modo lo estoy viendo a través de los ojos de Xaden, sintiendo el inconfundible ardor del deseo insaciable. Pierdo el control, no, Xaden pierde el control mientras gimo bajo su cuerpo, mis caderas se mueven sobre sus dedos y mis uñas se le entierran en la piel con un dolor demasiado cercano al placer. Dioses, necesito… no, él me necesita. Su deseo se vuelve un hambre voraz por sentirme, por probarme, por tocar…

El poder corre por todo mi sistema, crepitando bajo mi piel, y hay relámpagos detrás de mis ojos cerrados.

Las imágenes se detienen y mis sentimientos son los míos de nuevo.

Carajo, estoy tan caliente que tengo que moverme para aliviar el ansia entre mis piernas.

—¡Buen trabajo! —El profesor Carr asiente, anotando algo.

—No puedo creer que hayas hecho eso.

—De nada.

Cuando me llevo las manos a la cara, descubro que mis mejillas están ardiendo.

—¿Ves? Te lo dije. —Carr levanta el cuadernito—. La última persona que pudo controlar los rayos dijo que siempre se sobrecalentaba. Ahora, hazlo de nuevo.

Tairn resopla.

—No te atrevas a decir una sola palabra —le advierto.

Esta vez me enfoco en cómo se siente el poder y no en lo que me llevó a sentirlo, abriendo todos mis sentidos para dejar que la energía ardiente me llene hasta el límite. Luego la libero, lanzando un rayo a casi dos kilómetros. Miren nada más. Soy una fregona certificada.

—¿Quizá podrías trabajar en tu puntería la próxima vez? —El profesor Carr me mira sobre su libreta—. Solo recuerda no agotar la fuerza física con la que controlas el poder. Nadie quiere que te consumas. Un poder como el de Tairn te comería viva si no puedes contenerlo.

Lanzo cinco rayos más antes de quedar exhausta, y ninguno da en el blanco al que estaba apuntando.

Esto va a ser más difícil de lo que pensé.

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