Alas de sangre

Alas de sangre


Capítulo 32

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TREINTA Y DOS

En cuanto a los ciento siete inocentes, hijos de los oficiales ejecutados,

ahora tienen en sus cuerpos lo que será conocido como reliquias de la

rebelión, las cuales les fueron transferidas por el dragón que se encargó

de llevar hasta ellos la justicia del rey.

Y, como muestra de la misericordia de nuestro gran rey, todos serán

conscriptos en el prestigioso Cuadrante de Jinetes de Basgiath,

donde podrán demostrar su lealtad a nuestro reino a través

del servicio o la muerte.

—ADDENDUM 4.2, EL TRATADO DE ARETIA

Caminar por el parapeto el Día de Reclutamiento es locamente riesgoso.

¿Caminar por el parapeto con un vestido, descalza y en la oscuridad? Es simplemente una locura.

Los primeros tres metros, mientras aún sigo dentro de los muros, son los más fáciles, y cuando llego a la orilla, donde el viento ondea mi falda como si fuera una vela, comienzo a poner en duda mi plan. Va a ser difícil hablar con Xaden si me caigo y me muero.

Pero lo veo sentado a un tercio del camino del estrecho puente de piedra mientras mira la luna como si algo tuviera que ver ella con su pena, y se me destroza el corazón. Tiene las vidas de los ciento siete marcados grabadas en su espalda porque aceptó hacerse responsable de ellos. Pero ¿quién se hace responsable, quién lo cuida a él?

Al otro lado del barranco todos están celebrado la muerte de su padre, y él está aquí, solo con su dolor. Cuando Brennan murió, yo tuve a Mira y a papá, pero Xaden no tiene a nadie.

«Realmente no me conoces. No sabes lo que hay muy dentro de mí». ¿No fue eso lo que me respondió cuando le dije que terminaría enamorándome de él? Como si conocerlo pudiera lograr que lo desee menos, cuando todo lo que he ido descubriendo sobre él solo me hace caer más fuerte y más rápido.

Ay, dioses. Sé qué es lo que estoy sintiendo. Negarlo no lo hace menos real. Siento lo que siento. No he huido de ningún reto desde que crucé este mismo parapeto hace un año, y no empezaré a hacerlo ahora.

La última vez que estuve aquí me sentía aterrada, pero ahora la distancia hacia el suelo no es lo que me tiene el pulso acelerado. Se puede caer en más de un sentido. Mierda. Lo que siento en mi pecho arde más que el poder que me corre por las venas.

Estoy enamorada de Xaden.

No importa que pronto se vaya a ir o que probablemente no siente lo mismo por mí. Ni siquiera importa que me advirtió que no lo hiciera. No es un capricho ni el resultado de la química que tenemos, ni siquiera es el vínculo entre nuestros dragones lo que me hace querer acercarme en todos los sentidos posibles a este hombre. Es mi corazón insensato.

He evitado su cama y sus brazos porque insiste en que no me puedo enamorar de él, pero ese barco zarpó hace mucho, así que ¿qué caso tiene contenerme? ¿No debería aprovechar cada momento que podamos pasar juntos mientras aún está aquí?

Doy el primer paso sobre el estrecho puente de piedra y extiendo los brazos hacia los lados para mantener el equilibro. Es como caminar sobre el lomo de Tairn, cosa que he hecho cientos de veces.

Salvo porque traigo un vestido.

Y Tairn no me va a atrapar si me caigo.

Se va a poner furioso cuando se entere de que hice esta…

—Ya estoy furioso.

Xaden voltea a verme, sorprendido.

—¿Violencia?

Doy un paso y luego otro, manteniéndome bien erguida con una memoria muscular que no tenía el año pasado, y comienzo a cruzar.

Xaden sube las piernas al puente y se levanta de un maldito salto.

—¡Date la vuelta ahora mismo! —me ordena.

—¡Ven conmigo! —grito contra el viento, tensándome mientras una ráfaga me azota la falda contra las piernas—. Ojalá hubiera elegido pantalones —digo entre dientes y sigo caminando.

Él ya viene para acá con pasos tan amplios y seguros como si estuviera en tierra firme, acortando en instantes la distancia entre nosotros mientras yo me muevo lentamente hasta que al fin nos encontramos.

—¿Qué diablos estás haciendo aquí? —me pregunta, tomándome con fuerza por la cintura. No trae uniforme de gala sino su ropa de jinete, y nunca se había visto mejor.

¿Que qué hago aquí? Estoy arriesgándolo todo por acercarme a él. Y si me rechaza… No. No hay espacio para el miedo en el parapeto.

—Podría preguntarte lo mismo.

Esto lo toma por sorpresa.

—¡Pudiste caerte y morir!

—Podría decirte lo mismo. —Sonrío, pero es un gesto tembloroso. La expresión en sus ojos es salvaje, como si ya hubiera pasado el punto en el que puede sostener la fachada inmaculada y apática que suele usar en público.

No me da miedo. Me gusta más cuando es real conmigo.

—Y ¿te detuviste a pensar que si te caes y te mueres podría morirme yo también? —Se acerca más a mí y mi pulso se acelera.

—De nuevo —digo suavemente, poniendo las manos en su pecho firme, justo sobre el lugar donde late su corazón—. Podría decirte lo mismo. —Aunque la muerte de Xaden no matara a Sgaeyl, no estoy segura de que yo podría sobrevivir.

Entonces aparecen las sombras, más oscuras que la noche que nos rodea.

—Se te olvida que puedo manipular a las sombras, Violencia. Estoy tan seguro aquí como en el patio. ¿Tú vas a llamar a un rayo para que te salve de la caída?

Bueno. Tiene un punto.

—Quizá no lo pensé tan bien como tú —reconozco. Quería estar cerca de él, así que me acerqué, y que se joda el parapeto.

—En serio me vas a matar. —Sus dedos se curvan sobre mi cintura—. Regrésate.

No es un rechazo, lo sé por la manera en la que me está mirando. Hemos estado luchando emocionalmente durante el último mes, puede que hasta más, y alguno de los dos tiene que exponer la yugular. Al fin confío en él lo suficiente como para saber que no se lanzará a matar.

—Solo si tú regresas también. Quiero estar donde estés. —Y lo digo de verdad. Todos los demás, todo lo demás en el mundo puede desaparecer y no me importaría si estoy con él.

—Violencia…

—Sé por qué dijiste que no ves un futuro para nosotros. —Mi corazón se acelera como si quisiera escapar de mi cuerpo mientras suelto las palabras.

—¿Lo sabes? —Obviamente no va a dejar que esto sea fácil. Creo que este hombre ni siquiera sabe el significado de la palabra fácil.

—Me quieres —digo, mirándolo a los ojos—. Y no, no solo me refiero a que me quieres en tu cama. Tú. Me. Quieres, Xaden Riorson. Puede que no lo digas, pero haces algo mejor, que es demostrarlo. Lo demuestras cada que eliges confiar en mí, cada que tus ojos se posan en los míos. Lo demuestras con cada lección de lucha para la que no tienes tiempo y cada clase de vuelo que no te permite estudiar como deberías. Lo demuestras cuando te niegas a tocarme porque te preocupa que yo no lo quiera de verdad, y luego vuelves a demostrarlo cuando te tomas el tiempo de ir a recoger violetas antes de una junta con los líderes para que no me sienta sola cuando despierte. Lo demuestras en un millón de maneras. Por favor, no lo niegues.

Su quijada se tensa, pero no lo niega.

—Crees que no tenemos futuro porque tienes miedo de que no me guste lo que realmente eres detrás de todos esos muros que has construido para protegerte. Y yo también tengo miedo. Lo reconozco. Ya te vas a graduar y yo no. Te irás en un par de semanas y probablemente estamos buscándonos el dolor de nuestros corazones rotos. Pero si dejamos que el miedo mate lo que sea que hay entre los dos, entonces no lo merecemos. —Llevo una mano a su nuca—. Te dije que yo iba a decidir cuándo estaría lista para arriesgar mi corazón, y es ahora.

Su mirada, que tiene la misma mezcla de esperanza y temor que está corriendo por todo mi cuerpo, me llena de vida.

—No lo dices en serio. —Niega con la cabeza.

Listo. Adiós a la vida que me estaba llenando.

—Lo digo en serio.

—Si esto es por lo de Imogen…

—No es. —Niego con la cabeza y el viento sacude los rizos que Quinn pasó tanto tiempo haciéndome—. Sé que no hay nadie más. No estaría cruzando el parapeto a mitad de la noche si creyera que andas de donjuán.

Frunce el ceño y me acerca más al calor de su cuerpo.

—Entonces ¿de dónde sacaste esa idea? Tengo que reconocer que me dio coraje. Te he dado exactamente cero razones para pensar que estoy metiéndome a la cama de alguien más.

Lo cual significa que es solo mío.

—Mis propias inseguridades y la forma en que ella los veía a ti y a Garrick cuando estaban practicando lucha. Puede que no sientas nada por ella, pero ella definitivamente siente algo por ti. Conozco esa mirada. Es la misma que tengo cuando te veo a ti. —La vergüenza me enciende las mejillas. Podría cambiar de tema o buscar una salida, pero no le serviría a nuestra relación, si es que tenemos una, que esconda mis sentimientos, por más débiles e irracionales que puedan parecer.

—Estás celosa. —Disimula una sonrisa.

—Quizá —admito, y luego decido que esa respuesta no basta—. Bueno. Sí. Es fuerte, poderosa y tiene la misma vena implacable que tú. Siempre pensé que harían mejor pareja.

—Sé lo que se siente. —Niega con la cabeza—. Y tú eres fuerte y poderosa y también tienes una vena implacable. Sin mencionar que eres la persona más inteligente que he conocido en mi vida. Tu mente es terriblemente sexy. Imogen y yo solo somos amigos. Créeme, no me estaba viendo a mí, y aunque así hubiera sido… —Hace una pausa y su mano se posa sobre la parte de atrás de mi cabeza para sostenerme contra las ráfagas de viento—. Dioses, yo solo te veo a ti.

La esperanza me embriaga más que cualquier cosa que estén sirviendo en la fiesta.

—¿No te estaba viendo a ti?

—No. Piensa de nuevo en lo que me acabas de decir, pero sacándome de la ecuación. —Enarca las cejas esperando a que llegue a la conclusión correcta.

—Pero en la colchoneta… —Abro los ojos de par en par—. Le gusta Garrick.

—Eres lista, ¿verdad?

—Sí soy. ¿Ya terminaste de ahuyentarme?

Se separa un poco de mi cuerpo para observar mis ojos bajo la luz de la luna antes de echar un vistazo sobre mi hombro.

—¿Tú ya terminaste de ponerte en peligro para conseguir lo que quieres?

—Probablemente no.

Suspira.

—Solo estás tú, Violencia. ¿Eso es lo que necesitabas escuchar?

Asiento.

—Aunque no esté contigo, solo estás tú. La próxima vez solo tienes que preguntármelo. Nunca has tenido problemas para ser brutalmente honesta conmigo. —El viento sopla a nuestro alrededor, pero él es tan inamovible como el parapeto—. Si mal no recuerdo, incluso me lanzaste unas dagas a la cabeza, lo cual prefiero a ver cómo te enredas con tus propias ideas. Si vamos a hacer esto, tenemos que confiar uno en el otro.

—Y ¿quieres hacer esto? —Contengo la respiración.

Él toma aire y suelta un largo suspiro.

—Sí. —Su mano se mueve para acariciarme la mejilla con el pulgar—. No puedo prometerte nada, Violencia. Pero estoy harto de luchar contra esto.

—Sí. —Jamás una palabra había significado tanto para mí. De pronto recuerdo su comentario sobre los celos—. ¿A qué te referías con eso de que conoces bien cómo se sienten los celos?

Sus manos se tensan sobre mi cintura y desvía la mirada.

—Ah, no. Si voy a tener que confiar en ti y decirte lo que pienso, tú tendrás que hacer lo mismo. —No voy a ser la única vulnerable aquí.

Gruñe y a regañadientes vuelve a mirarme a los ojos.

—Vi cómo te besó Aetos después de la Trilla y casi me vuelvo loco.

Si no estuviera ya enamorada de él, eso lo habría logrado de inmediato.

—¿Ya me deseabas desde entonces?

—Te he deseado desde el primer momento en que te vi, Violencia —reconoce—. Y si hoy estuve algo seco contigo… es solo porque es un día de mierda.

—Entiendo. Y sabes que Dain y yo solo somos amigos, ¿verdad?

—Sé que es lo que tú sientes, pero en ese tiempo no estaba tan seguro. —Pasa su pulgar sobre mis labios—. Ahora, regrésate a tierra firme, carajo.

Se quiere quedar aquí para seguir penando.

—Ven conmigo. —Mis dedos agarran el material de sus pantalones de vuelo, listos para llevarlo a jalones si hace falta.

Él niega con la cabeza y desvía la mirada.

—No estoy en condiciones de cuidar a nadie esta noche. Y sí, sé que es horrible que lo diga porque es el aniversario de la muerte de Brennan…

—Lo sé. —Le acaricio los brazos—. Ven conmigo, Xaden.

—Vi… —Se encorva un poco y la tristeza que llena el aire entre nosotros me hace un nudo en la garganta.

—Confía en mí. —Escapo de sus brazos y lo tomo de las manos—. Ven.

Tras un momento de tenso silencio, asiente y me sostiene mientras me doy la vuelta.

—Lo hago mucho mejor que en julio pasado.

—Eso veo. —Se mantiene cerca de mí, con una mano en mi cintura mientras cruzo la última parte del parapeto—. Con un maldito vestido.

—Es una falda, de hecho —digo sobre mi hombro a solo un par de metros del muro.

—¡Mirada al frente! —me ordena, y solo el miedo en su tono me detiene de hacer algo arrogante como cruzar el último tramo dando saltitos.

En cuanto estamos dentro de los confines del muro, me carga con mi espalda contra su pecho.

—Jamás vuelvas a poner tu vida en riesgo por algo tan trivial como hablar conmigo. —Su gruñido bajo contra mi oído me hace estremecer.

—El próximo año va a ser muy divertido —bromeo, y comienzo a avanzar con mis dedos entrelazados con los suyos.

—Liam va a estar aquí para asegurarse de que no hagas burradas —masculla.

—Te van a encantar sus cartas —le prometo, bajando del parapeto con un salto hacia el patio—. Mmm. —Observo el lugar vacío mientras me pongo los zapatos—. Garrick y Bodhi estaban aquí hace un momento.

—Probablemente saben que los voy a matar por dejar que pasaras. ¿Con vestido, Sorrengail? ¿En serio?

Lo tomo de la mano, jalándolo hacia el otro lado del patio.

—¿Adónde vamos? —Su tono suena muy parecido al del cretino que conocí el primer día.

—Me estás llevando a tu habitación —digo sobre mi hombro mientras nos acercamos a los dormitorios.

—¿Te estoy qué?

Abro la puerta y agradezco las luces mágicas que me dejan verlo con todo y su ceño fruncido.

—Me estás llevando a tu habitación —repito. Luego doblo hacia la izquierda, dejando atrás el pasillo que lleva a mi habitación, y subo la ancha escalera en espiral.

—Alguien nos verá —me discute—. No es mi reputación la que me preocupa, Sorrengail. Eres de primero y yo soy tu líder de ala…

—Estoy casi segura de que ya todos saben. Incendiamos medio bosque aquella noche —le recuerdo mientras pasamos junto a la puerta del pasillo de los de segundo—. ¿Sabías que la primera vez que subí estas escaleras con Dain me horrorizó que no hubiera barandal?

—¿Sabes que no soporto escuchar su nombre en tu boca cuando nos estás llevando a mi cuarto? —Sigue subiendo la escalera con pasos marcados y las sombras se alejan de la pared como si pudieran sentir su estado de ánimo y no quisieran meterse con él. Pero sus sombras no me asustan. Ya no hay nada de este hombre que me asuste salvo la magnitud de lo que siento por él.

—El punto es que mírame ahora. —Sonrío al llegar al piso de tercero y abro la puerta en arco—. Casi bailando en el parapeto con un vestido.

—Probablemente no es buen momento para recordármelo. —Entra al pasillo detrás de mí. Se ve casi igual que el de segundo, salvo porque hay menos puertas el techo es más alto y abovedado.

—¿Cuál es la tuya?

—Debería hacer que adivines —masculla, pero no suelta mi mano mientras caminamos hasta el final del pasillo enormemente largo. Obviamente es la última.

—Ala Cuatro —digo con tono burlón—. Siempre tiene que llegar más lejos que nadie.

Tras retirar sus protecciones, abre la puerta y la sostiene para dejarme pasar primero.

—Voy a tener que poner una protección en tu nueva puerta antes de que me vaya o enseñarte cómo hacerlo tú misma en los próximos diez días.

No voy a pensar en cómo la fecha de su partida se acerca sin piedad mientras entro a su habitación por primera vez. Es el doble de grande que la mía, y también su cama. Sobrevivir hasta el tercer año trae grandes beneficios. O quizá el tamaño refleja su rango, quién sabe.

El lugar está inmaculado, con un enorme sillón junto a la cama, tapete gris oscuro, enorme armario de madera, escritorio ordenado y un librero que de inmediato despierta mi envidia. Un mueble para acomodar las espadas ocupa toda el área junto a la puerta, con tantas dagas que ni siquiera alcanzo a contarlas, y al otro lado, junto al escritorio, está un blanco idéntico al que tengo en mi habitación. En la esquina hay una mesa con sillas y su ventana tiene vista a Basgiath, pero está enmarcada con unas gruesas cortinas negras con el escudo del Ala Cuatro en la parte de abajo.

—A veces tenemos las juntas de líderes aquí —dice desde la puerta.

Me doy la vuelta y lo encuentro observándome con curiosidad, como si estuviera esperando mi opinión sobre su espacio. Al pasar junto al lugar donde tiene sus armas, rozo con los dedos las empuñaduras de las distintas dagas.

—¿Cuántos retos has ganado?

—Sería mejor preguntar cuántos he perdido —me dice mientras entra y cierra la puerta.

—Ahí está el ego que tanto me gusta —murmuro, y voy a la cama que, igual que la mía, tiene todo en negro.

—¿Ya te dije lo hermosa que te ves hoy? —me pregunta con voz más baja—. Si no, soy un tonto, porque te ves espectacularmente hermosa.

El calor me sube a las mejillas y mi boca se curva en una sonrisa.

—Gracias. Ahora, siéntate. —Doy unas palmaditas en la orilla de su cama.

—¿Qué? —Parece confundido.

—Siéntate —le ordeno sin quitarle la vista de encima.

—No quiero hablar de eso.

—No dije que tengas que hacerlo. —No hace falta preguntarle qué es «eso» ni voy a permitir que lo que pasó hace seis años abra una brecha entre nosotros, ni siquiera por una noche.

Para mi absoluta sorpresa, hace lo que le pido y se sienta en la orilla de la cama. Sus largas piernas se estiran frente a él y se recarga ligeramente sobre las manos.

—Ahora ¿qué?

Me pongo entre sus piernas y le paso los dedos entre el cabello. Él cierra los ojos, soltándose bajo mis manos, y puedo jurar que siento cómo se me abre el corazón.

—Ahora te voy a cuidar.

Sus ojos se abren de par en par y, dioses, son tan hermosos. He memorizado cada destello dorado en esa mirada de ónix, y es bueno, porque no sé dónde estará después de la graduación. Verlo una vez cada cierto tiempo no será lo mismo que poder tocarlo cada que quiero.

Dejo su cabello y me pongo de rodillas frente a él.

—Violet…

—Solo te voy a quitar las botas. —Una sonrisa aparece en mi boca mientras desato una y luego la otra y se las saco. Me levanto y llevo las botas al armario.

—Puedes dejarlas ahí —me dice.

Las pongo en el suelo junto al mueble y vuelvo con él.

—No iba a ponerme a hurgar entre tu ropa, y además ya la he visto toda.

Su mirada se posa en mi falda y se enciende cada que la abertura muestra una parte de mi muslo.

—¿Has traído eso puesto toda la noche?

—Eso te sacas por caminar detrás de mí —digo con tono juguetón y vuelvo a ponerme entre sus piernas.

—Tampoco es que pueda quejarme de la vista desde atrás. —Levanta la cara para verme.

—Cállate y déjame quitarte esto. —Abro la fila diagonal de botones que cruza sobre su pecho y él se mueve para sacarse la chamarra.

—¿Tenías planeado volar esta noche?

—Suele ayudarme. —Asiente mientras me agacho para poner las prendas en el sillón—. Este día siempre es…

—Lo siento. —Se lo digo mirándolo a los ojos con la esperanza de que sepa cuánta sinceridad hay en mis palabras mientras regreso para quitarle la camisa.

—Yo también lo siento. —Levanta los brazos y le saco la camisa para ir a dejarla con la chamarra de vuelo.

—No tienes nada de qué disculparte. —Mantengo mis ojos clavados en los suyos mientras tomo su cara imposiblemente angulosa, y luego acaricio la cicatriz que le corta la ceja—. ¿Fue de un reto?

—Fue de Sgaeyl —dice, encogiéndose de hombros—. En la Trilla.

—La mayoría de los dragones les dejan cicatrices a sus jinetes, pero Tairn y Andarna nunca me han lastimado —comento sin pensarlo mientras mi mano baja por su cuello.

—O tal vez sabían que ya tenías una cicatriz. —Pasa sus dedos por la enorme cicatriz plateada que me dejó el arma de Tynan en el brazo derecho—. Quería matarlo. Pero tuve que quedarme ahí, viendo cómo te atacaban tres contra uno. Estaba a punto de perder el control y listo para interferir cuando llegó Tairn.

—Solo eran dos contra uno cuando Jack se echó a correr —le recuerdo—. Y no podrías haber interferido. Va contra las reglas, ¿recuerdas? —Pero sí dio un paso. Ese paso que me dijo que lo hubiera hecho.

Su boca se curva en la sonrisa más sexy que he visto en mi vida.

—Al final del día, saliste con dos dragones. —Su gesto se transforma en tristeza—. En dos semanas ya ni siquiera podré ver cuando te reten, mucho menos hacer nada al respecto.

—Voy a estar bien —le prometo—. Y a quien no pueda vencer en un reto, lo enveneno y ya.

Él no se ríe.

—Vamos, es hora de acostarte. —Me agacho y le beso la cicatriz de la ceja—. Cuando despiertes será otro día.

—No te merezco. —Sus brazos me rodean la cadera y me jala hacia él—. Pero igual me voy a quedar contigo.

—Qué bueno. —Me inclino para rozar mis labios contra los suyos—. Porque creo que estoy enamorada de ti. —Mi corazón late erráticamente y el pánico me aplasta las costillas. No debí decirlo.

Mis palabras le desorbitan los ojos y sus brazos me aprietan aún más.

—¿Crees? ¿O sabes?

«Sé valiente».

Aunque él no sienta lo mismo, al menos le habré dicho la verdad.

—Lo sé. Estoy tan tremendamente enamorada de ti que ni siquiera me imagino cómo sería mi vida si no estuvieras en ella. Y probablemente no debí decirlo, pero si vamos a hacer esto, tenemos que partir de la honestidad total.

Él planta su boca en la mía y me jala a su regazo hasta que lo estoy montando. Me besa con tanta intensidad que me pierdo en la sensación, me pierdo en él. No hay palabras mientras me quita la banda, la blusa, y desabrocha mi falda, todo sin romper el beso.

—Levántate —me dice con sus labios sobre los míos.

—Xaden. —Siento que el corazón se me va a salir del pecho.

—Te necesito, Violet. Ya. Y yo no necesito a nadie, así que no sé cómo manejar lo que siento, pero haré mi mejor esfuerzo. Si no quieres hacer esto hoy, está bien, pero voy a necesitar que te vayas en este mismo momento porque si no lo haces, te voy a tener desnuda y de espaldas en los próximos dos minutos.

La intensidad de sus ojos y la vehemencia de sus palabras debería asustarme, pero no lo hace. Aunque este hombre perdiera todo el control, sé que jamás me haría daño.

Al menos, no con su cuerpo.

—Vete o quédate, pero, decidas lo que decidas, necesito que te levantes —me ruega.

—Creo que esos dos minutos están exagerando tu habilidad para manejar un corsé —le digo, dirigiendo la vista hacia mi armadura.

Él sonríe y me retira de su regazo, plantando mis pies en el suelo.

—Te voy a tomar el tiempo.

—¿Es en…?

—Uno. Dos. —Voy levantando los dedos—. Tres.

Se levanta en un segundo y luego su boca está sobre la mía, y dejo de contar. Estoy demasiado ocupada persiguiendo los movimientos de su lengua, sintiendo el temblor de sus músculos bajo mis dedos, como para que me importe dónde está mi ropa.

Siento el aire corriendo por mis piernas cuando mi falda cae al suelo y lo ayudo quitándome los zapatos mientras le succiono la lengua.

Él gime y sus manos van a mi espalda. Las cintas se sueltan en un tiempo récord; el corsé cae al suelo y quedo en ropa interior, pues no había mucho más debajo de ese uniforme de gala.

Las dagas, tanto suyas como mías, caen al suelo mientras me quita las fundas que llevo en los muslos y se retira las suyas. Es una gloriosa cacofonía de metal hasta que ambos estamos desnudos y él me besa hasta quedarnos sin aliento.

Luego sus manos suben a mi cabello y los pasadores vuelan por todas partes hasta que la melena cae sobre mi espalda, libre. Se aleja apenas lo suficiente para recorrer mi cuerpo con sus ojos hambrientos.

—Qué hermosa eres, carajo.

—Creo que fueron un poco más de dos… —comienzo a decir, pero me toma por detrás de los muslos y me levanta. Mi espalda rebota ligeramente al chocar con la cama y, la verdad, el movimiento no debería tomarme por sorpresa teniendo en cuenta que me ha estado poniendo en esa posición durante casi todo el año.

—¿Sigues contando? —me pregunta, y se arrodilla junto a la cama para jalarme hasta la orilla sobre el suave cobertor.

—¿Necesitas que lleve el registro? —digo juguetonamente mientras mi trasero alcanza el borde de la cama.

—Si tú quieres. —Sonríe, y antes de que yo pueda decir algo más, su boca está entre mis muslos.

Tomo una enorme bocanada de aire y echo la cabeza hacia atrás por el placer descomunal que me da al lamerme y trazar círculos con su lengua alrededor de mi clítoris.

—Ay, dioses.

—¿A quién le hablas? —me pregunta sin retirar la boca de mi piel—. Porque en este cuarto solo estamos tú y yo, Vi, y no me gusta compartir.

—A ti. —Mis dedos se enredan en su cabello—. Te hablo a ti.

—Agradezco que me subas a la categoría de dios, pero con mi nombre basta. —Me lame de la entrada al clítoris y al fin mueve su lengua de arriba abajo sobre el punto más sensible y me hace gemir—. Me encanta tu sabor. —Pone mis muslos sobre sus hombros y se acomoda como si no tuviera más que hacer esta noche.

Luego me devora por completo con lengua y dientes.

El placer ardiente y desesperado revolotea en mi estómago y me pierdo en la sensación mientras mis caderas suben y bajan persiguiendo las descargas de electricidad que me da cada embestida de su lengua experta.

Mis muslos tiemblan cuando empieza a marcar un ritmo sobre mi clítoris y mete dos dedos en mí, luego se tensan cuando los mueve al mismo tiempo que su lengua. Y me pierdo. Simplemente me pierdo.

El poder corre por mi cuerpo como un río desbordado y se mezcla con el placer hasta que se convierten en uno solo, y cuando él al fin me lanza al vacío del gozo, es su nombre el que grito mientras ese poder sale de mi cuerpo con cada segundo de mi orgasmo.

El rayo sacude los paneles de cristal de las ventanas de Xaden.

—Va uno —dice, subiendo beso a beso por mi cuerpo sin fuerza—. Aunque creo que vamos a tener que trabajar en eso del espectáculo de fuegos artificiales o la gente siempre va a saber lo que estamos haciendo.

—Tu boca es… —Sacudo la cabeza mientras sus manos nos llevan al centro de su cama—. No hay palabras para describirla.

—Deliciosa —susurra, besándome suavemente el estómago—. Eres absolutamente deliciosa. No debí esperar tanto tiempo para saborearte.

Ahogo un grito cuando toma la punta de mi seno con la boca y su lengua juega con mi pezón mientras sus dedos hacen lo mismo con el otro, despertando un fuego nuevo de entre las brasas que acaba de dejar el primero.

Para cuando llega a mi cuello, soy una llama ardiendo bajo su cuerpo y lo toco en cada parte que puedo alcanzar, recorriéndole los brazos, la espalda y el pecho con las manos. Dioses, este hombre es increíble, no hay una parte que no parezca tallada a mano para la batalla y perfeccionada por los entrenamientos.

Nuestras bocas se encuentran en un beso profundo y siento el sabor de los dos mientras levanto las rodillas para que su cadera quede justo donde tiene que estar: entre mis muslos.

—Violet —gime, y ya puedo sentir su cabeza en mi entrada.

—¿Y a mí no me toca tiempo para jugar? —le pregunto mientras arqueo la espalda para que se acerque más a mí, y el movimiento me deja sin aliento.

Me muerde el labio inferior.

—Puedes jugar todo lo que quieras luego, si me dejas hacerte mía ahora mismo.

Sí, ese plan me gusta.

—Ya soy tuya.

Sus ojos se plantan en los míos mientras sostiene su peso sobre mí para no aplastarme.

—Todo lo que yo tengo para dar es tuyo.

Eso basta… por ahora. Asiento y arqueo la cadera de nuevo.

Sin despegar sus ojos de los míos, entra en mi cuerpo con un profundo movimiento de cadera y va ocupando cada centímetro hasta que está completamente envainado hasta la empuñadura.

La presión, el estiramiento, el tamaño está más allá de lo que las palabras pueden describir.

—Te sientes tan bien. —Levanto la cadera porque no puedo controlarme.

—Podría decir lo mismo de ti. —Sonríe, usando las palabras que le dije hace un rato en mi contra. Fuerte, profundo y lento, mantiene un ritmo que me hace arquearme con cada embestida mientras nos unimos una y otra y otra vez.

Nos arrastra hacia la cabecera y levanto los brazos para sostenerme mientras recibo cada golpe de sus caderas. Dioses, todas son mejores que la anterior. Cuando le ruego que se mueva más rápido, me muestra una sonrisa perversa y me sigue tomando al mismo ritmo enloquecedor.

—Quiero que esto dure. Necesito que esto dure.

—Pero casi… —El fuego en mi sexo está tan desesperado por salir que casi puedo saborear lo dulce que va a ser.

—Lo sé. —Embiste de nuevo y grito por lo increíblemente bien que se siente—. Quédate conmigo. —Se reacomoda para tocar mi clítoris con cada penetración y me levanta la rodilla para ir más adentro.

No voy a sobrevivir a esto. Me voy a morir en su cama.

—Entonces, moriré contigo —me promete con un beso.

Estoy tan perdida que ni siquiera me di cuenta de que lo dije en voz alta, pero luego recuerdo que no hace falta.

—Más. Necesito más. —El poder arde bajo mi piel y mis piernas se tensan.

—Ya casi llegas. Carajo, te sientes tan rico. Nunca voy a hartarme de esto, nunca voy a hartarme de ti.

—Te amo. —Las palabras son tan increíblemente liberadoras que ni siquiera necesito que él me las diga.

Sus ojos se encienden y su control desaparece por completo. Sigue moviéndose, y el placer contenido explota haciendo que mis poderes salgan de nuevo por toda la habitación, rompiendo un cristal al mismo tiempo que él se pone de lado y me jala con él, se deja ir y gruñe contra mi cuello mientras la última parte de mi orgasmo me deja temblando.

Pasan varios minutos antes de que recuperemos el aliento y una brisa suave me besa el muslo que está sobre el suyo.

—¿Estás bien? —me pregunta, retirándome el cabello de la cara.

—Estoy genial. Tú eres genial. Eso fue…

—¿Genial? —ofrece.

—Exactamente.

—Iba a usar la palabra explosivo, pero creo que genial también está bien. —Su dedo se enreda en mi cabello—. Me encanta tu pelo, carajo. Si algún día quieres vencerme o ganar cualquier discusión, solo tienes que soltártelo. Con eso voy a entender.

Sonrío mientras la brisa sacude los mechones que van del café al plateado.

Un momento. No debería haber brisa.

El estómago me da un vuelco cuando me levanto apoyada en un brazo para ver la ventana de Xaden.

—Ay, no, no, no. —Me llevo una mano a la boca mientras observo la destrucción—. Estoy casi segura de que rompí tu ventana.

—A menos que haya alguien más que lance rayos, sí, fuiste tú. ¿Ves? Explosivo. —Se ríe.

Ahogo un grito. Por eso se puso de lado, para protegerme de mi propio desastre.

—Lo siento muchísimo. —Reviso los daños, pero solo hay arena en la cama—. Tengo que aprender a controlar eso.

—Puse una protección. No te preocupes. —Me jala para darme un beso.

—¿Qué vamos a hacer? —Reparar una ventana está en un nivel completamente distinto a reemplazar un armario.

—¿En este momento? —Vuelve a quitarme el cabello de la cara—. Con ese fueron dos, por si seguimos contando, y propongo que limpiemos, quitemos la arena de la cama y subamos a tres, quizá cuatro si sigues despierta.

Esto me deja con la boca abierta.

—¿Después de que destrocé tu ventana?

Él sonríe y se encoge de hombros.

—Ya protegí el tocador por si decides que es el siguiente.

Miro su cuerpo y mi deseo por él se vuelve a encender. ¿Cómo podría ser de otra manera si se ve como hecho por los dioses y se siente como si los dioses me estuvieran haciendo algo a mí?

—Sí, vamos por el tres.

Y ya vamos por el quinto, con mis caderas en sus manos mientras lo monto lentamente, cuando paso mis dedos por las ondulantes líneas negras de la reliquia en su cuello. No sé bien cómo nos seguimos moviendo ninguno de los dos, pero parece que esta noche no podemos parar, no logramos quedar satisfechos.

—De verdad es muy hermosa —le digo, subiendo solo para volver a bajar y sentirlo más profundo dentro de mí.

Sus ojos oscuros se abren más y sus manos se curvan.

—Solía verla como una maldición, pero ahora entiendo que es un regalo. —Arquea sus caderas y me penetra en un ángulo sublime.

—¿Un regalo? —Dioses, me está dejando la mente en blanco.

Alguien llama desesperadamente a la puerta.

—¡Lárgate! —suelta Xaden, subiendo una mano por mi espalda para engancharla en mi hombro y jalarme para la siguiente embestida.

Al bajar, tengo que ahogar mi gemido en su cuello.

—Ojalá pudiera. —Hay tanto pesar en esa voz que le creo.

—Más vale que alguien esté muerto si me haces levantarme de esta cama, Garrick —replica Xaden.

—Creo que va a haber muchos muertos, y ¡por eso están llamando a todo el cuadrante a formación, imbécil! —gruñe Garrick.

Esto nos toma por sorpresa a los dos y nuestras miradas desconcertadas se encuentran. Me le quito de encima y Xaden me cubre con una sábana antes de ponerse los pantalones e ir hacia la puerta.

—¿De qué diablos estás hablando? —pregunta por el pequeño espacio que acaba de abrir.

—Toma tu ropa de vuelo, y más vale que lleves a Sorrengail también —dice Garrick—. Nos están atacando.

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