Aforismos

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VI. La barbarie ilustrada

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VI. LA BARBARIE ILUSTRADA

LA MUCHA lectura nos ha brindado una barbarie ilustrada.

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Donde decía nefastos, él leía Hefestos. Así leyó a Homero.[1]

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Descubrir pequeños errores es una actividad de mentes mediocres. Las cabezas más dotadas no mencionan pequeños errores; en todo caso, hacen críticas generales. Y los grandes espíritus crean sin criticar.

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Los filósofos auténticos y los filósofos titulares.

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Los griegos poseían un conocimiento humano que nosotros parecemos incapaces de alcanzar sin antes transitar por la reparadora hibernación de una nueva barbarie.

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Esta frase, él sólo la conoce de oídas.

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La Babel sutil.

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Hércules es representado con una piel de león para simbolizar sus actos. Nuestros cazadores deberían ser representados por una piel de conejo y nuestro Hércules de la crítica con la piel de un pobre poeta (para que no quedara duda de qué piel se trata habría que colocarle unos laureles y una pluma tras la oreja).

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El gramático Dídimo es el gran Cacalibri del que habla Séneca: escribió cuatro mil libros.

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En Alemania hay ciertamente más escritores de los que se requieren para el bienestar de las cuatro partes del mundo.

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No es que los oráculos hayan dejado de hablar: los hombres han dejado de escucharlos.

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No hay nada más repudiable que las condenas autoimpuestas sigan vigentes mucho tiempo después de que uno haya empezado a corregirse.

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Conozco el gesto de la atención fingida; es el grado más bajo de la distracción.

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Se recomienda pensar por uno mismo sólo para distinguir los errores ajenos. Esto es útil en el estudio, pero ¿es suficiente?, ¿cuántas lecturas innecesarias nos ahorraríamos?, ¿acaso leer es estudiar? Alguien ha dicho, con mucha razón, que la imprenta ha incrementado la erudición, pero a costa del contenido. Las muchas lecturas son dañinas al pensamiento. De todos los intelectuales que he conocido, los más notables pensadores eran quienes menos habían leído. ¿Acaso no significa nada el placer de los sentidos?

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En verdad hay muchos hombres que leen sólo para no pensar.

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No es raro que un pensador alerta encuentre en los divertimientos de los grandes hombres enseñanzas más penetrantes y refinadas que en sus obras serias. Por lo general ahí se omite lo formal, lo convencional, lo etiquetable.

Es asombrosa la cantidad de baratijas convencionales a las que recurrimos al expresarnos por impreso. La mayoría de los escritores asumen la expresión de quienes posan para el retrato de un pintor. Recorridos de la pose y el compromiso, escalón por escalón.

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Un maestro de escuela no educa a individuos, educa a un género. Esta idea merece un atento análisis.

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Cuando la fisiognómica se convierta en lo que Lavater espera de ella, se colgará a los niños antes de que cometan actos merecedores de la horca. Así, cada año se emprenderá un nuevo tipo de confirmación, un auto de fe fisonómico.

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Muchos hombres (tal vez la mayoría) sólo encuentran algo si antes saben que está ahí.

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No son las mentiras francas sino las refinadas falsedades las que entorpecen la expresión de la verdad.

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A lo más a lo que puede llegar un mediocre es a descubrir los errores de quienes lo superan.

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Tenemos ya tantos libros de viajes que a través de una suerte de síntesis podríamos inferir lo que aún queda por descubrirse.

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Hay ineptos entusiastas. Gente muy peligrosa.

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Quien no utiliza su talento para instruir y mejorar al prójimo es un hombre nocivo o un espíritu estrecho. Uno de ambos debe ser el autor del sufrido Werther.

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Nada obstruye tanto el avance de la ciencia como creer que se sabe lo que aún no se sabe. Éste es el error en el que incurren los entusiastas inventores de hipótesis.

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Viajar a la nueva Grecia para visitar el Santo Sepulcro de las bellas artes.

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Era tan ingenioso que cualquier cosa le servía de punto intermedio entre dos cosas cualquiera.

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Nuestra miserable educación nos obliga a olvidar en la segunda mitad de la vida lo que hemos aprendido en la primera. Por eso escribir en forma llana cuesta tanto esfuerzo. Y luego dicen que todo lo que cuesta esfuerzo es sencillo y bueno.

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En señal de luto por la muerte de su madre, von Bronoi derramó toneles de tina en sus estanques.

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Él pensaba zanjar eso con la espada o con argumentaciones hermenéuticas.

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También los grandes hombres se equivocan, y algunos con tanta frecuencia que uno casi se siente tentado a considerarlos pequeños.

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Ya en la escuela tenía la mala costumbre de pintar barbas en los retratos de los maestros. Ahora hace reseñas célebres.

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Ésa es una de las cosas más miserables que han surgido de la tinta y la pluma de ganso.

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Conocía todos los modismos de declinación y conjugación del sombrero.

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La barbarie es el diluvio que cayó sobre las ciencias por culpa de la ingeniosa malicia de algunos beaux esprits romanos. Después de 2 000 años no ha escampado del todo. Incluso en Alemania hay charcos y lagunas donde aún no aparece la paloma con la hoja de olivo.

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Casi todos los eruditos son más supersticiosos de lo que confiesan, e incluso de lo que ellos mismos piensan. Es difícil liberarse por completo de los malos hábitos. Lo único posible es ocultarlos y evitar su mal efecto.

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De acuerdo con Voltaire, es muy peligroso tener razón en cosas en las que no la han tenido grandes hombres.

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En la noche del 3 de junio de 1769 se hicieron preparativos para ver el tránsito de Venus. El planeta apareció a la hora prevista. En cambio, el 8 de julio la princesa de Prusia debía pasar por Gotinga y fue esperada en vano hasta las 12 de la noche. Llegó el 9 a las 10 de la mañana.

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Un error indiscutible de los anatomistas estriba en definir la materia como “algo dotado de fuerza de propulsión y movimiento”, sin tomar en cuenta que eso equivale a definir prácticamente todo. Para mí es tan incomprensible cómo surge un átomo de determinada figura que cómo surge un sol. Es una lástima que las mejores mentes se aventuren de tan buena gana en lo infundado, que disfruten con la masa deslumbrada por su arrojo y prefieran la reputación de temerarios a la de tranquilos constructores de un fundamento cuya solidez pueda ser reconocida por todo mundo.

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Eso lo hacen los salvajes en Tanta y los civilizados en Sachsenhausen.

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La expresión de Möser “la harina y no el molino” es excelente. Frutos de la filosofía y no la filosofía. Cuando preguntamos qué hora es no deseamos saber nada sobre la construcción del reloj de bolsillo. En la actualidad el conocimiento de los medios se ha vuelto una ciencia prestigiosa, pero el mundo no la necesita en lo más mínimo. El conocimiento de los medios sin uso real, sin el don ni la voluntad de aplicarlos, es lo que comúnmente se llama “culteranismo”.

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No cesaba de buscar citas: todo lo que leía pasaba de un libro a otro sin detenerse en su cabeza.

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Para ella la virtud consistía (como creo que dice Crébillon) en arrepentirse de los errores más que en evitarlos.[2]

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Lo que hace que uno siempre sospeche del Absoluto de la belleza en las estatuas griegas es que para distinguirlo haga falta cierto tipo de erudición.

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Creo que Rousseau dijo: “un niño que sólo conoce a sus padres, ni a ellos los conoce bien”. Esta idea se puede aplicar a muchos otros conocimientos, de hecho a todos los que no tienen un carácter puro: quien sólo entiende de química, ni de eso entiende bien.[3]

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Estoy convencido de que cada ciudadano de H. conoce a Z. mejor de lo que se conoce a sí mismo.[4]

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En el mundo uno encuentra con mayor frecuencia el consejo que el consuelo.

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Es cierto que ya no quemamos brujas, pero a cambio quemamos cada carta en la que se dice una verdad incómoda.

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Las lecturas precoces o excesivas nos proveen de materiales no asimilados con los que nuestra memoria se acostumbra a administrar la sensibilidad y el gusto. A veces necesitamos una filosofía profunda para que nuestros sentimientos regresen al primer nivel de la inocencia y podamos encontrar por nosotros mismos la salida entre los escombros de las cosas desconocidas, empezar a sentir por nosotros mismos, a hablar por nosotros mismos y, me atrevería a decir, aun a existir por nosotros mismos.

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Es posible que nadie comprenda totalmente la filosofía kantiana y que cada quien piense que el otro la entiende mejor que él, de tal suerte que se conforme con una visión imprecisa o crea que su propia incapacidad le impide ver con igual precisión que los demás.

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Para él, filosofar equivale a arrojar sobre los objetos un agradable rayo de luna; la visión de conjunto es atractiva, pero ningún objeto se muestra con nitidez.

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Comerciaba con tinieblas en pequeña escala.

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¿No es extraño que quienes dominan al género humano ocupen un rango tan superior al de quienes lo educan?

Esto revela hasta qué punto el hombre es un animal esclavo.

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En Roma hubo un tiempo en que se educaba mejor a los peces que a los niños. Nosotros educamos mejor a los caballos. Nada puede ser más extraño que el hombre que amaestra a los caballos de palacio disponga de un sueldo de 1 000 táleros y que los encargados de amaestrar a los súbditos, los maestros de escuela, se mueran de hambre.

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En su Médico el señor Untzer ha demostrado de manera tan notable que el genio es una especie de enfermedad que deberíamos espantarnos cuando alguien quisiera contraer la más dañina de las afecciones nerviosas. La nación más envidiable bajo la luna (la inglesa) se ha dado cuenta de esto; uno de sus más conocidos científicos, el gran Hill, ha inventado un té que impide la reflexión, prueba fehaciente de que este gran espíritu considera que reflexionar es una debilidad. Tan sólo por esto los alemanes suscitamos el odio de los galos, que se toman la vida más a la ligera, y de los más armoniosos italianos. El mal cunde cada vez más en Alemania, incluso se propaga en los púlpitos y entre los artesanos; hoy en día todo quiere pensar. ¡Ah, qué vergüenza!; ya veo como en un sueño que mi abstraída patria empezará a creer que en la jerarquía de las naciones no hay siquiera una cancioncilla que supere en un peldaño a las suyas.[5]

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El saludable apetito que nuestros antepasados tenían por la comida se ha transformado en otro no tan saludable por la lectura. Así como una vez los españoles corrieron para vernos comer, así vienen los extranjeros para vernos estudiar.

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Se critica a los moros por traficar con humanos. Pero qué es peor, ¿venderlos o comprarlos?

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Si Inglaterra es una potencia en caballos de carreras nosotros lo somos en plumas de carreras; he visto a algunas superar con una sola frase los más altos obstáculos y las más extensas hondonadas de la crítica, como si se tratara de briznas de paja.

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Cuando uno cree entender algo que no entiende, como suele pasarle a los metafísicos, se puede decir que se trata de affirmative nescire.[6]

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En todos los idiomas los verbos más socorridos por la gente son los irregulares. Sum, sono, ich bin, je suis, jag är, I am.

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M: ¿Qué fue eso? Casi sonó como filosofía, ¡y yo que creía que el tipo era demasiado tonto para ser loco!

S: ¿Demasiado tonto para ser loco? Hablas como si fueras demasiado inteligente para ser cuerdo […].

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No era precisamente fino pero, llegado el caso, dominaba el arte de cabalgar en sus semejantes.

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Ningún duque podrá jamás determinar con su gracia el valor de un hombre, pues es algo cierto, y que no se basa en una experiencia aislada, que por lo general un monarca es un hombre malo. El de Francia hornea galletas y engaña a muchachas honradas, el rey de España despedaza conejos entre timbales y trompetas, el último rey de Polonia, antiguo Elector de Sajonia, disparaba con una cerbatana al trasero del bufón de su palacio, el duque von Löwenstein sólo salvó de un incendio su silla de montar, el landgrave de Kassel acompaña a una bailarina a una suite para complacer a un duque no muy superior a él, y es engañado por las personas más deplorables, el duque de Württemberg es un demente, el rey de Inglaterra se m… en las inglesas, el duque de Weilburg se baña públicamente en el Lahn; la mayoría de los restantes soberanos de este mundo son tambores, fouriers, cazadores. Y éstos son los superiores entre los hombres; ¿cómo resulta tolerable el mundo?; ¿de qué sirven las introducciones al comercio, las arts de s’enrichir par l’agriculture, El padre de familia, cuando el Señor de todos es un loco que no reconoce otros superiores que su estupidez, sus caprichos, sus putas y su mozo de cámara? ¡Ay, si el mundo despertara alguna vez! Aunque murieran tres millones en la horca, tal vez esto haría felices a 50 u 80 millones. Así habló una vez, en la posada de Landau, un fabricante de pelucas. Se le tomó, con razón, por un loco de remate. Lo atraparon y, antes de llegar al presidio, un suboficial lo mató a palos. El suboficial perdió la cabeza.[7]

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No estar ahí significa para los científicos, al menos para cierta clase, tanto como no ser percibido.

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Casi todos los hombres fundan su escepticismo respecto a una cosa en la fe ciega en otra.

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Las hipótesis de algunos innovadores aún no se oponen a la experiencia, pero me temo que un día será la experiencia la que se oponga.

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Tenía mucha filosofía, o mucho sentido común con apariencia de filosofía.

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Encuentran la verdad en la naturaleza. Luego la arrojan a un libro donde queda aun en peor estado.

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¡Ah: es uno de los tres sabios de Suiza!

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La conversión de los criminales antes de su ejecución puede compararse a cierto tipo de engorda: se les ceba espiritualmente y luego se les corta el pescuezo para que no vuelvan a pecar.

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Un rey ordena que en la cadena perpetua una piedra sea tomada por un diamante.

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La sangre que durante 40 generaciones había latido bajo un chaleco propio, ahora latía bajo un chaleco prestado.

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[…] Aunque pensar es para el hombre tan natural como rumiar para el buey, ahora ha hecho de ello un negocio. Lo bueno le cuesta trabajo.

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Escribió ocho libros. Hubiera hecho mejor plantando ocho árboles o teniendo ocho hijos.

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En defensa del chiste. En tiempos más fáciles que el nuestro los filósofos pudieron preguntarle al cielo por qué había creado el mal, algo tan desagradable. Es de esperarse que nuestra solemne década pronto le pregunte por qué permitió que existieran las mariposas de colores y los arcoíris, que evidentemente sólo sirven para que se alegren las muchachas y los niños callejeros o para que un físico ocioso se extravíe en su contemplación.

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Una seriedad afectada que acaba por transformarse en parálisis moral del rostro.

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No entender es razón suficiente para dudar. Ciertos señores intentan revertir la frase y pretenden que sus escritos no se entienden porque uno los pone en duda.

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Pues el dinero es eso que hace que alce la barbilla, camine con más desenvoltura, pise con más seguridad y embista a los otros con más fuerza.

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Nosotros, dejados de la mano de Dios: siervos, negros, lacayos, asalariados.

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El asesinato de ciegos recién nacidos es una prueba fehaciente de cuán lejos puede llegar el espíritu cuando se le presentan dificultades […].

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La tableta de chocolate con arsénico en la que se escriben las leyes.

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Todos los males del mundo se deben a la irreflexiva veneración de viejas leyes, viejas costumbres, viejas religiones.

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Bien mirado, lo único que los intelectuales suelen hacer por sí mismos es cortarse las uñas y las plumas. Son otros quienes les arreglan los cabellos, les hacen la ropa o les preparan las comidas, y todo para que puedan observar el clima en sus cabezas.

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El hombre tenía tal entendimiento que ya casi no servía para nada.

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Me temo que nuestra educación es tan cuidadosa que nos alimenta con fruta en miniatura […].

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Era un pensador tan minucioso que siempre veía un grano de arena antes que una casa.

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Nada puede contribuir tanto a la tranquilidad del alma como no tener opinión alguna.

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Desde hace mucho estoy convencido de que la filosofía es autófaga. En buena medida, la metafísica ya se ha devorado a sí misma.

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Alemania cuenta con muchos periódicos, pero aún le falta uno sobre el lujo y la moda en la filosofía.

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Hay algo natural en admirar a los grandes guerreros, lo mismo que en el afán de conquista. Relacionamos lo primero con la belleza y la fuerza física; lo segundo, con el bienestar. Por eso siempre habrá motivos para filosofar en el mundo.

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En la dorada antigüedad del mundo, es decir en la “barbarie”, aún se prestaba atención a un libro. La condesa Agnes von Anjou pagó por un volumen de homilías de cierto obispo Haimo, de Halberstadt, 200 ovejas, cinco fanegas de trigo y creo que otras tantas de centeno y almorejo. ¡Doscientas ovejas por un volumen de homilías!, esto suena a pro labore. Preguntadle a un párroco de Halberstadt lo que obtiene a cambio de sus sensibles sermones; ni siquiera una pata de carnero.

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[…] Los campesinos a los que he interrogado fundan comúnmente sus quejas en el sofisma de que pagan al príncipe algo que les pertenece. Cualquiera sabe que con excepción de los señores feudales nadie es dueño de un punto físico más allá de su epidermis. ¿Y qué si los campesinos no tuvieran lo que tienen? Lo que dan le pertenece al príncipe antes de que lo den, quod probe notandum: no son más que pagadores y lo que llaman propiedad no es otra cosa que lo que magnánimamente se les cede para que paguen renta (que en algunos lugares de Alemania se incrementa de manera totalmente ilegal en más de un 50 por ciento).

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No doy un céntimo a cambio de todas las opiniones de un hombre que, por ejemplo, sea capaz de ir descalzo a Roma para arrojarse a los pies del Apolo del Vaticano. Esa gente habla de sí misma hasta cuando cree que habla de otras cosas. Es difícil que la verdad caiga en peores manos.

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Hay gente que cree que todo lo que se hace con cara seria es razonable.

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El tipo se tomó la molestia de descubrir mis errores. Puesto que el servicio que me ha prestado no es precisamente el más agradable, creo que tengo derecho a cierta reparación. Exijo que publique algo de su trabajo.

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Siempre que algo vuela, él cree que se trata del ave roc.

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Dime, ¿hay otro país aparte de Alemania donde se enseñe a arrugar la nariz antes que a sonarla?

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En Gotinga vivimos en hogueras decoradas con puertas y ventanas.

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14 de junio de 1791. Me pregunto si al imponerle a un asesino el castigo de la rueda no caemos en el error del niño que golpea la silla con la que se tropieza.

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Sufro a diario al ver que la mayoría de las ciencias impartidas en las universidades enseñan tantas cosas que no sirven para nada, como no sea para que los jóvenes las vuelvan a enseñar; el griego se enseña para que se pueda volver a enseñar, y así es como pasa del maestro al alumno que, en el mejor de los casos, será un maestro que volverá a formar maestros.

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Si se toma a la naturaleza como maestra y a los pobres hombres como alumnos, se llega a una curiosa idea del género humano. Estamos en un colegio, disponemos de los principios necesarios para entender y sin embargo atendemos más al chismorreo de nuestros condiscípulos que a la lección de la maestra; copiamos lo que el compañero escribe a nuestro lado, robamos algo que tal vez otro escuchó imprecisamente, multiplicamos nuestros errores ortográficos e intelectuales.

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[…] En Francia se discutió públicamente si un allemand peut avoir l’esprit. Non, messieurs, hubiera dicho yo. Si entendéis por esprit lo mismo que nosotros, entonces tenéis razón, pero si por esprit entendéis lo que los ingleses por wit y nosotros por ingenio, que los húsares negros se hagan cargo de vosotros, canallas. ¿Qué es más ingenioso, decir en un libro menos de lo que corresponde, por consideración a las damas, o decir más de lo que sabemos, para satisfacer a los caballeros? Esprit: agradar a las damas diciendo “el borgoña vital” en vez de “la sangre”, prohibir las matemáticas en los libros de matemáticas, imprimir el griego con caracteres latinos por consideración a los cuñados, representar álgebra con A… por consideración a los cuñados.

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No es broma sino la pura verdad que antes de la Revolución los perros de cacería del rey de Francia tenían mejor salario que los miembros de la Academie des Inscriptions. Cf. la Nueva Biblioteca de Bellas Artes, tomo 44, capítulo 2, p. 234. Los perros: 40 000; los académicos: 30 000. Los perros eran 300; los académicos, 30.

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En la Francia libre, donde ahora uno puede ahorcar a quien quiera.

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Los franceses prometieron hermandad a las naciones adoptadas. Finalmente sólo tomaron en cuenta a las hermanas.

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Política experimental: la Revolución francesa.

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El francés es un hombre muy agradable cuando empieza a creer en Dios por segunda vez.

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Ya veremos lo que será la República francesa cuando las leyes recuperen las energías.

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¿No es extraño que se haya creado un disfraz, un traje para otorgarle respetabilidad al gobierno y al Directorio? No habría disfraz más hermoso que un cambio de gobierno, jamás se inventará vestido que lo iguale. Los hombres pueden confeccionar el traje que ahora confían al gremio de los sastres […].

Así como el vestido hace al hombre, el nacimiento hace al gobernante. El símil conduce a algo ridículo, lo acepto, pero sólo para el burlón, el ser más deplorable que conozco. Seguramente me entienden quienes quiero que me entiendan, lo cual me ahorra el trabajo de ser más preciso; y si me fuera dado elegir una cuartilla mía que debiera pasar a la posteridad, diría sin vacilar: “ésta”. Por lo demás, ¿acaso los trajes son también razón?, ¿por qué un rebelde vale más al salir del sastre que al salir de la naturaleza, semidesnudo, con los cabellos cortados en un tosco casquete y un taparrabos de piel de oso?

Vosotros os imponéis en contra de la imaginación, en contra de un corazón que acepta más fácilmente sus propios errores que los derechos divinos y la alcurnia. ¡Fuera con vuestros cortes de ropa, tan inferiores a los nuestros! En vuestra librea incluso hay algo del ignoto Deo. El corazón y el ojo reclaman algo.[8]

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Lo importante no es que el Sol no se ponga en el Estado de un monarca (como antaño se vanaglorió España), sino lo que ve a lo largo de su recorrido.

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El afán de sojuzgar a los súbditos es semejante al deseo de que las estrellas fijas giren alrededor de la Tierra sólo para que ella descanse.

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Un oscuro deseo de perfeccionamiento hace que el hombre se aleje de la meta después de alcanzarla. La razón no lo ilumina lo suficiente. Lo que le resulta fácil, le parece malo. Y así oscila de lo malo a lo bueno y de lo bueno a una variante de lo malo, que él considera superior […].

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¿Quién quiere desmontar cuando puede demoler?

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Hoy en día, los gestos magnánimos son ante todo un producto de las lecturas; más aún: se es magnánimo, no tanto por bondad del corazón, sino para mostrar lecturas. Las personas que lo son por naturaleza rara vez reparan en que existe “lo magnánimo”.

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Fingir ante gente inteligente es, en la mayoría de los casos, más difícil que realmente convertirse en lo que se quiere aparentar.

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El bien público de ciertas naciones se decide a partir de la mayoría de votos, a pesar de que cualquiera acepta que hay más hombres malos que buenos.

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Los bosques se vuelven más y más pequeños, la madera escasea, ¿qué debemos hacer? ¡Cuando los bosques desaparezcan, quemaremos libros hasta que vuelvan a crecer!

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Ciertas personas saben todo como se sabe una adivinanza cuya solución se ha leído o se ha escuchado. Ésta es la peor clase de sabiduría, la que menos debería adquirir el hombre; más bien habría que preocuparse de adquirir los conocimientos que, en caso necesario, sirvieran para descubrir por uno mismo lo que otros tienen que leer […].

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¿No es extraño que para uno de los puestos de mayor honor en el mundo (rey) no se pida examen, como se le pide a cualquier físico?

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Lo que Duclos dice de Luis XIV se aplica a ciertos escritores. A saber: “las decisiones del rey no siempre se aprueban, pero siempre se aplauden”.[9]

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Es difícil que en el mundo haya mercancía más singular que los libros. Son impresos, vendidos, encuadernados, reseñados y a veces hasta escritos por gente que no los entiende.

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Con la invención de la escritura las solicitudes perdieron su fuerza y en cambio las órdenes incrementaron la suya. Mal saldo. Es más fácil rechazar solicitudes escritas y también más fácil dar órdenes escritas.

Para aceptar una solicitud o rechazar una orden se requiere corazón (y es más fácil que el corazón guarde silencio cuando no se habla por la boca).

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Por diversas experiencias estoy convencido de que los asuntos más importantes y difíciles de este mundo, aquellos que brindan un mayor beneficio a la sociedad, que la mantienen viva, son realizados por personas que gozan de sueldos entre 300 y 800 o 1 000 táleros. Casi todos los puestos relacionados con sueldos de 20, 30, 50, 100 o 2 000, 3 000, 4 000, 5 000 táleros podrían ser desempeñados con atingencia por cualquier niño de la calle después de medio año de instrucción, y si fallara el experimento no habría que atribuirlo a la falta de conocimientos, sino a la torpeza para encubrir esta falta con el rostro apropiado.

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Se parecía a Alejandro por la cabeza ladeada, a Cervantes por la bragueta siempre abierta y a Montaigne por no saber sumar, ni con números ni con centavos.

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El hombre no era precisamente una lumbrera pero sí un candelabro bastante grande (cómodo). Sostenía opiniones ajenas.

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[…] Siempre sufro ante la inocencia torturada, y no me refiero a alguien inocente que languidece en una mazmorra y será entregado al verdugo, ni a quien grita en una cámara de tortura, sino a la inocencia que no es sino una forma maliciosa del ingenio y se conoce como “inocencia cultivada”. No conozco otro alivio para esto que decir un recio y temerario: primero yo, luego ella.

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[…] El día en que la historia cierre sus libros desearía hojear el registro tan sólo un momentito para ver si jamás nación alguna menospreció a sus escritores tanto como Alemania. No lo creo. Al menos no en la Europa actual, pues en el futuro, cuando los hombres se agudicen tanto que todos parezcan chinos, cuando las monedas interrumpan su lucha y se adapten al mismo reloj político, cuando los empleados de la policía entren semanalmente a nuestras casas para medir la tinta con dedales, entonces ya no sucederá nada […].[10]

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La cultura de las almas, a la que también pertenece el beber brandy, ha borrado muchas de las huellas que conducían a lo que el hombre era o debía ser en un principio.

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En la actualidad el hombre es un ser tan desarrollado que incluso cuenta con una ciencia en donde los inventos inventan errores y los descubrimientos descubren errores.

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Es probable que todos los padres hayan creído en algún momento que sus hijos eran muy originales. Sin embargo, creo que los padres intelectuales están más expuestos a esta tierna equivocación que cualquier otra clase de padres.

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La libertad de los ingleses se distingue de la nuestra hannoveriana en que allá está garantizada por la ley y aquí depende de la benevolencia del rey. La única manera de socavar la libertad inglesa es corromper a los miembros del Parlamento (lo que aparentemente sucede ahora: la guerra con las colonias se lleva a cabo en contra de lo que el pueblo ha votado). ¡Sería espléndido que los votos, en vez de ser contados, fueran pesados!

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Me gustaría dar algo a cambio de saber con exactitud por quién fueron hechos los actos que según la versión oficial fueron hechos por la patria.

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El patriotismo, el “amor a la patria”, es el espíritu guerrero de las naciones. Quienes pelean sin “patriotismo” son mecánicos, guerreros adiestrados, incompletos, desprovistos de verdadero espíritu. Por supuesto que la ambición, aunada a un vivo sentido del deber, puede lograr algo que no huela a colectividad, pero éste es un espíritu subordinado, no primario (mejor). El espíritu nacional es muy distinto al individual. Tomarlo en cuenta alguna vez.

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Las mejores leyes sólo pueden ser respetadas y temidas pero no amadas; los mejores gobernantes, respetados, temidos y amados. ¡Qué poderosa fuente de dicha para un pueblo!

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El error fundamental de X es que desconfía de todos, salvo de unos cuantos aduladores. Es un ser absolutamente político: nunca se ven ni se escuchan sus propias convicciones […].

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La Constitución de Inglaterra le debe toda su solidez a la oposición que hay en el Parlamento. En cuanto los hombres están de acuerdo, pueden hacer lo que les venga en gana […].

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