Aforismos

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VII. Las causas

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VII. LAS CAUSAS

ES DIFÍCIL decir cómo hemos llegado a las ideas de las que ahora disponemos; nadie, o muy pocos, podrían señalar cuál fue la primera vez que oyeron mencionar al señor von Leibniz. Y mucho más difícil sería decir cuándo concebimos por primera vez la idea de que todos los hombres deben morir (no la adquirimos tan rápido como pudiera pensarse). Así de difícil es señalar el origen de las cosas. ¿Y si además quisiéramos explicar lo que sucede fuera de nosotros?

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Para impedir totalmente una acción es necesaria una fuerza idéntica a la de su causa. Para desviarla, basta una minucia.

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Nada me resulta más agradable que analizar la relación entre mi razón y mis gustos o repulsas, es decir, cobrar conciencia de lo que soy en el mundo, o de por qué lo soy. Creo que toda nuestra filosofía consiste en cobrar conciencia de algo que ya somos de un modo mecánico. Es extraño que el cielo nos haya dado tanto margen de juego, aunque tal vez nos podemos equivocar tanto en broma para impedir que nuestro libre albedrío nos lleve a equivocarnos en serio.

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No todas las afinidades son inútiles. Quizá encontremos un día la causa de esto. Es posible que se trate de resabios de ciencias perdidas por generaciones anteriores.

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No quería seducir, pero seducía. Es muy triste que en su empeño por disminuir el mal los hombres procreen tantas novedades; aparentemente se conoce mejor la fuerza que la materia en que se aplica.

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Hasta qué punto las cosas dependen de las apariencias es algo que se puede ver al tomar café en copas de vino (una bebida noble), al sentarse a la mesa y cortar la carne con tijeras o, como lo aprecié en una ocasión, al untar mantequilla con una vieja, aunque muy limpia, navaja de afeitar.

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La pregunta: “¿llegó usted bien a casa?”, es un resabio de nuestras antiguas costumbres y nuestro antiguo empedrado.

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[…] Se diría que todos los inventos se deben a una especie de casualidad, incluso aquellos que se cree haber realizado con gran empeño. Al clasificar las invenciones, los principales saltos innovativos, más que una obra de la voluntad, parecen un impulso del corazón […] Aquí viene bien algo que he dicho en otra parte; no se debería decir “yo pienso”: uno piensa como el cielo relampaguea.

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[…] ¿No es extraño que el hombre aspire a algo dos veces, cuando una le bastaría, y de hecho deba conformarse con una?; sin embargo, no hay puente que vaya de nuestras representaciones a las causas; somos incapaces de concebir que algo carezca de causa. ¿En qué radica esta necesidad? Respuesta: de nuevo, en nosotros, en la total imposibilidad de salir de nosotros. Realmente me importa poco si a esto se le llama idealismo; los nombres son lo de menos. Sin embargo, por lo menos se trata de un idealismo que reconoce que hay cosas fuera de él y que todo tiene su causa, ¿qué más se quiere? No hay otra realidad para el hombre, al menos para el filosófico. En la vida común uno se siente tranquilo, con razón, en un nivel inferior. De cualquier forma estoy absolutamente convencido de lo siguiente: o se prescinde por completo de someter los objetos a la filosofía o se filosofa así. Desde esta concepción, se aprecia fácilmente cuánta razón tiene el señor Kant al considerar al tiempo y al espacio como meras formas de la contemplación. No hay otra posibilidad.

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Regla principal: Hay que replegar las causas inteligibles tanto como sea posible.

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[…] Sentimos las cosas sólo una vez, no porque sean únicas sino porque la mayoría de nuestros recursos sensibles determinan que cada cosa sea una, pues la vemos de ese modo. Mucho me temo que la idea de la simplicidad del alma es un concepto adquirido […].

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En la geometría el hombre es en realidad abeja (apis). Se le da de manera instintiva, pero su ejercicio se ve entorpecido por todas sus otras facultades.

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Polillas en los engranes de un reloj de madera.

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Con demasiada frecuencia la “noble sencillez” en las obras de la naturaleza tiene su origen en la noble ignorancia de quien las contempla.

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Tratar de que todo lo humano se remonte a un principio elemental significa presuponer que, a fin de cuentas, dicho principium debe existir, y ¿cómo se comprueba esto?

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El principio de razón suficiente es un principio meramente lógico, una regla necesaria del pensamiento. En esta medida resulta irrefutable. Que se trate de un principio objetivo, real o metafísico es otro asunto.

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En el prólogo a la segunda y tercera edición de la Crítica de Kant (la tercera es una mera reproducción de la segunda) hay muchas cosas singulares que yo había pensado sin decirlas. No encontramos causas, sólo advertimos lo que tiene que ver con nosotros. Adondequiera que veamos sólo nos vemos a nosotros.

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Sabemos con exactitud que nuestro albedrío es libre e ignoramos que todo lo que sucede debe tener una causa.

¿No se podría invertir el argumento, de tal modo que dijéramos: nuestros conceptos de causa y efecto deben ser erróneos, pues nuestro albedrío no podría ser libre si la suposición fuera correcta?

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Creer que actuamos con libertad cuando en realidad somos máquinas, ¿no será también una forma de razón? Nos resulta imposible advertir los orígenes. Percibimos lo ocurrido, no cómo ocurre.

En cuanto creemos que hacemos algo, ya lo hemos hecho.

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Cuando alguien hace algo con mucho entusiasmo generalmente está interesado en el asunto por algo que no es el asunto mismo. Si esta idea se investiga a fondo, la recompensa será abundante.

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Las cosas más grandes del mundo se propician por caminos a los que no damos importancia, causas pequeñas que pasamos por alto y que se repiten incesantemente.

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Según Buffon, las piedras y los minerales sólo sirven para ser pisados, para subordinarse por igual a animales y vegetales. Pero, ¿cuál es el origen de la fuerza que los mueve? Si una pulga tuviera intelecto, ¿no opinaría lo mismo de la carne y la sangre?

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El 4 de julio de 1765, un día a veces despejado y a veces nublado, estaba leyendo en la cama, acomodado de tal forma en que pudiera distinguir las letras con nitidez. De pronto la mano que sostenía el libro se movió imperceptiblemente y esto hizo que recibiera menos luz. Entonces pensé que una nube espesa debía estar pasando frente al Sol y todo me pareció más oscuro, por más que la alcoba no hubiera perdido nada de luz. Con frecuencia sacamos nuestras conclusiones de esta forma; buscamos en la lejanía causas que muchas veces están junto a nosotros.

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Los prejuicios son, por así decirlo, los instintos artificiales del hombre; gracias a ellos llega, sin ningún esfuerzo, a decisiones que le costaría gran trabajo ponderar.

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Las modas más ridículas pueden ser una transición hacia algo que no podríamos encontrar por otra vía. Feder dice que en ocasiones los prejuicios pueden ser “razonables reglas de suposición”.[1]

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[…] Tal parece que el cielo se ha reservado para sí comunicar las ideas y los descubrimientos más singulares, pues éstos rara vez son fruto del empeño.

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Para sentir con plenitud algo bueno que nos provoca indiferencia debemos pensar que lo habíamos perdido y lo acabamos de recuperar en ese instante. Sin embargo, se requiere mucha experiencia en toda clase de sufrimientos para que esta tentativa se cumpla felizmente.

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En todos los idiomas se dice “pienso, siento, respiro, fui golpeado” y “comparo, recuerdo un color, recuerdo una frase”. Lo que en nosotros se acuerda del color o de la frase tal vez sea lo mismo que recibe los golpes y compara. Todo afecta a todo. El hombre se manifiesta entero en todo. Cuando entiendo que (a + x) (ax) es igual a a2 – x2, tal vez mi pulgar desempeña un papel en el asunto, así sea uno inadvertido. Sin embargo, para algunos hombres el pulgar puede jugar un papel tan activo que les baste rozar una cosa para tener una idea, o al estar dormidos o tener fiebre confundan un trozo de tela con una frase.

Es más molesto que un fenómeno sea explicado con una mezcla de mecánica e incomprensión a que sea explicado sólo con mecánica. En otras palabras, la docta ignorantia es menos nociva que la indocta.

Si todo movimiento tiene su origen en algo que no es movimiento, ¿por qué mis pensamientos no habrán de ser ocasionados por la misma energía que ocasiona la fermentación?

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Lo que nuestro mundo considera “criminal” rara vez es aquello que merece un castigo, sino algo que se aferra como una raíz a nuestra vida a través de la larga cadena de los hechos: aquello que depende de nuestra voluntad y que nos hubiera sido más fácil evitar.

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No se trata de odio a los vicios sino de miedo a los grilletes o, dicho de otro modo, ¿quién puede distinguir en cada caso la virtud del miedo a los grilletes?

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Desarrollar la frase: así como aun los actos más ruines y vergonzosos requieren de cierta inteligencia y cierto talento, así también los actos más grandiosos requieren de una cierta insensibilidad que en otras circunstancias se llama estupidez.

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Las sensaciones fuertes, de las que tanto se precian algunos, generalmente no son más que una disminución del entendimiento […].

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Así como un sordomudo aprende a hablar y a leer, así podemos hacer cosas cuyo alcance ignoramos y cumplir intenciones desconocidas. Aquel hombre habla por un sentido del que carece.

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En una ocasión Richter me dijo: “los médicos no deberían decir ‘lo he curado’, sino ‘no se me ha muerto’ ”. Del mismo modo en la física se podría decir “he proporcionado causas a las que finalmente no se les puede señalar lo absurdo” en vez de “lo he explicado”.[2]

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Los habitantes de Tahití comen separados unos de otros y no comprenden que sea posible comer en sociedad, en especial con las mujeres. Banks se sorprendió y les preguntó por qué comían solos. Dijeron que lo hacían porque así era correcto, pero no quisieron ni pudieron decir por qué era correcto.

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Estos mismos habitantes nadan en las más fuertes corrientes; saben bucear y emergen antes de que la ola pueda arrojarlos a la orilla. Banks dice que ahí el mejor nadador europeo estaría irremediablemente perdido. El entrenamiento resulta inútil. Banks considera esto supernatural. El hombre está dotado de aptitudes que sólo afloran en situaciones casuales.

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Hay una gran diferencia entre creer en algo y no poder creer lo contrario. Con frecuencia creo en algo sin poderlo comprobar, del mismo modo en que descreo de algo sin poderlo refutar. El partido que tomo no depende de pruebas estrictas, sino de un sobrepeso: es una cuestión de preponderancia.

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Para la materia inanimada la atracción parece ser lo mismo que el amor propio para la viva.

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[…] Apenas podemos hablar de filósofos; en Europa apenas llegamos a una docena; los demás son doctores, magistrados y profesores de filosofía. Los antiguos nos superan en mucho: 1) porque no siempre imitaban, 2) carecían de espíritu sistemático, 3) aprendían más cosas que palabras, 4) eran más libres, 5) no escribían tanto sobre pan, 6) veían más la naturaleza.

¿Por qué quien hoy observa estas reglas no iguala a los antiguos?, ¿por qué y cómo se agotó la naturaleza?

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Algunos médicos pretenden que el género humano le debe las enfermedades venéreas y otras más a las sátiras que ha hecho de los médicos.

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Con frecuencia he observado lo siguiente: mientras más diversos son los acontecimientos, más rápido pasan los días; sin embargo, el recuerdo del pasado, la suma de esos días, dura mucho más. En cambio, mientras más uniformes son las ocupaciones, más largos se vuelven los días y más breve el pasado o la suma de esos días. La explicación no es difícil.

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Debe investigarse si acaso es posible hacer algo sin tener en mente el interés propio.

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Las motivaciones que nos llevan a hacer algo podrían ser ordenadas como los 32 vientos y sus nombres construidos de manera similar; pan pan fama o fama fama pan, miedo, placer.

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[…] Valdría la pena investigar dónde se originan las imágenes de la gente que nunca hemos visto, los contornos de las calles y las ciudades que desconocemos. En el rostro que le atribuyo al general Lee, la doble e tiene más injerencia que todo lo que he oído acerca de sus fechorías.

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Eso es a la psicología lo mismo que esta frase es a la física: “la aurora boreal se explica por el brillo de los arenques”.

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La teoría de Helvecio de que todos los hombres responden a un mismo diseño, echa por tierra todas las fisonomías. ¿A qué se debe, entonces, que rostros semejantes suelan tener las mismas convicciones?

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[…] ¿Por qué sólo se escriben sátiras contra los intelectuales y no contra otras personas? Respuesta: por el mismo motivo por el que los médicos, cuando desean mostrar los movimientos del corazón y los intestinos, no abren estudiantes sino perros […].

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La disputa entre significar y ser, que tanto daño ha causado a la religión, quizá hubiera sido más benévola de haberse aplicado a otras materias, pues una causa común de nuestro infortunio consiste en creer que las cosas realmente son lo que sólo significan.

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La belleza de los colores y la belleza de los contornos. ¿Puede una línea ser hermosa en sí misma? Sólo como elemento de comparación. Proporciones hermosas, 2:3, pequeñas cifras. Desarrollarlo adecuadamente.

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[…] Quien imita sin reconocer las causas de su imitación se derrumba en cuanto lo abandona la mano que lo guía.

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La imitación es asunto delicado. Si mi convicción apunta al norte y el original también, todo sale bien y llegamos con rapidez adonde tal vez sólo llegaríamos más tarde, pero si yo señalo al este y el original al norte, lo único que logramos es una comunicación incardinal hacia el noreste. Y si, por el amor de Dios, señalamos al sur y el original al norte, quedamos paralizados, incapaces de despegarnos de nuestro sitio.

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Nuestros antepasados lo ordenaron por buenas razones. Nosotros lo cancelamos por buenas razones.

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En ocasiones la retirada de personas que pelean con furor puede deberse al miedo ante el propio desenfreno; así es como Homero hace que Apolo se retire después de que Diomedes, con quien quería pelear, le recuerda su condición de gusano y la incalculable distancia que lo separa de los Dioses:

So spoke the God who darts celestial fires,

He dreads his fury and some steps retires.

Ilíada, V, v, 539, trad. de Pope.[3]

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Con el estudio sucede lo mismo que con la jardinería: quien define no es el que planta ni el que riega, sino el Dios que hace florecer las plantas. Me explico. Mientras actuamos, según nosotros “de manera consciente”, hacemos muchas cosas inconscientes. Nuestras facultades son semejantes a los rayos del sol y al clima, pues no dependen de nosotros. Cuando escribo, lo mejor siempre proviene de un sitio inexplicable…

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