Aforismos

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II. La mente y el cuerpo

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II. LA MENTE Y EL CUERPO

LA COSA cuyos ojos y orejas no vemos y cuya nariz y cabeza apenas vemos. En pocas palabras, nuestro cuerpo.

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Mi cuerpo es la parte del mundo que mis pensamientos pueden cambiar. Hasta las enfermedades imaginarias se pueden volver verdaderas. En el resto del mundo, mis hipótesis no pueden turbar el orden de las cosas.

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La isla de Zezu

La isla no se ha descrito en tanto tiempo porque las extravagantes costumbres de sus habitantes hacen que los editores de todas partes piensen que se trata de sátiras contra los países donde ellos viven.

Acepto que no se escriba de buena gana de ciertas partes del cuerpo, ¿quién podría creer que existen tales países?

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En la Tierra no hay superficie más interesante que el rostro humano.

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[…] Es una suerte que el cielo no nos haya dado la facultad de transformar nuestro cuerpo a voluntad o según nuestras teorías. Uno se colocaría ojos, el otro miembros congénitos, un tercero orejas. Lo que podemos transformar es sólo la superficie; el cielo la ha dejado en nuestras manos para que juguemos con ella. De lo esencial no nos ha confiado siquiera una pizca. Aquí se ve cuál es la idea que tiene de nosotros.

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Decir “el alma está en mi cuerpo” o “dentro de mí” es un curioso giro idiomático. Habría que decir “soy esto”. No se dice “la redondez está en la esfera”. Es la similitud lo que nos seduce. La identidad es algo objetivo; sólo la similitud es subjetiva.

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Los hombres más sanos, más hermosos y mejor proporcionados son quienes están de acuerdo con todo. En cuanto se padece un defecto se tiene una opinión propia.

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[…] He notado que las personas cuyos rostros tienen cierta falta de simetría, con frecuencia poseen las mentes más agudas […].

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Se dice alma como se dice tálero, aunque hace mucho que se dejaron de acuñar.

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Entonces, cuando el alma aún era inmortal.

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Su único rasgo viril no podía ser demostrado a causa de las buenas costumbres […].

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Tenía una barbilla tan suave que, comparada con ella, la más fina hoja del Milton de Baskerville —uno de los libros mejor impresos— parecía una mera cartulina.

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¿Podría existir un animal incapaz de percibir su cuerpo en la misma forma en que nuestra alma no puede saber a ciencia cierta que está ahí? Para el materialista, las razones que demuestran la existencia del alma son demasiado débiles. Para el idealista, son débiles las otras.

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Tal vez el hombre es mitad espíritu y mitad materia, así como el celentéreo es mitad planta y mitad animal. Las criaturas más peculiares siempre están en la frontera.

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Al ver como cuerpo y luego como mente se da un paralaje insoportable. Solía llamar a lo primero el “eje somatocéntrico” de una cosa y a lo segundo el “eje psicocéntrico”. Sarcocéntrico.[1]

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Los guisos tienen, presumiblemente, gran influencia en el estado actual de la condición humana. El vino externa su influencia de un modo más evidente; los guisos lo hacen con mayor lentitud, pero quizá también con mayor intención. Quién sabe si no le debemos la bomba neumática a una sopa bien cocida o la guerra a una mal cocida. Esto merecería una investigación más acuciosa. Acaso el cielo cumple así grandes finalidades, mantiene leales a los súbditos, cambia los gobiernos y crea Estados libres; acaso son los guisos los responsables de lo que llamamos “la influencia del clima”.

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El prólogo podría empezar con Pan e Inmortalidad: los dos puntos en torno de los que gravita el espíritu con su cuerpo satélite o el cuerpo con su espíritu satélite.

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El espíritu se vuelve más uniforme a medida que se desprende de lo corpóreo; en cambio, a medida que se le aproxima, las diferencias se vuelven más frecuentes (dije lo mismo en relación con los planetas).

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Los fisonomistas empiezan a construir un enorme edificio para escalar el archivo secreto del alma. La razón, que está hasta arriba, sonríe, pues ya prevé que antes de que este babélico monumento alcance una cuarta parte de su altura, los idiomas de los albañiles se confundirán y quedará inconcluso. El genio de los dioses.

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Cuando el espíritu se eleva, el cuerpo se arrodilla.

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Pregunta: ¿Será posible educar a un hombre de tal manera que, sin perder el juicio, articule todas sus ideas en forma tal que sea inservible para la sociedad? ¿Es posible un loco artificial?

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Un niño inteligente puede volverse loco al ser educado por un loco. El hombre es tan perfectible y tan perjudicable que su razón puede convertirse en locura.

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La disposición de nuestra naturaleza es tan sabia que tanto el dolor pasado como el placer pasado nos resultan agradables; puesto que podemos anticipar un placer futuro más allá de lo que podemos anticipar un dolor futuro, es posible darse cuenta de que ni siquiera las sensaciones tristes y agradables han sido igualmente repartidas en el mundo: hay más cantidad del lado del placer.

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¿Por qué nos duele tan poco un pulmón supurado y tanto un uñero?

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Las cosas más importantes se hacen a través de ductos. Pruebas: los órganos reproductores, la pluma para escribir y el fusil. ¿Qué es el hombre sino un lío de ductos?

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Es difícil sentir la herencia del mono en los pies humanos, pero a veces se puede. En cambio, es muy difícil llegar a lo humano.

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En su cerebro no había otra cosa que su propio cuerpo, sólo que en pequeño (i. e., sólo pensaba en su figura).

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Una muy sabia disposición de nuestra naturaleza: la incapacidad de percibir tantas enfermedades peligrosas. Si se pudiera sentir un ataque de apoplejía desde su origen primero, se trataría de una enfermedad crónica.

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Hay hombres en los que incluso las palabras y las expresiones tienen algo propio […]. Se requiere mucha dignidad personal e independencia de alma para llegar tan lejos. Hay quien siente algo nuevo y trata de transmitir este sentimiento con una expresión vieja.

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Muchos de los más singulares hallazgos poéticos de los hombres se deben al instinto sexual (por ejemplo, los ideales de las muchachas y sus similares). Es una lástima que las fogosas muchachas no puedan escribir de los hermosos jóvenes, como bien podrían hacerlo si les fuera permitido. Así, la belleza masculina aún no ha sido dibujada por las únicas manos que podrían dibujarla con verdadero fuego. Probablemente la espiritualidad que los ojos hechizados ven en un cuerpo sea muy distinta en la muchacha que ve un cuerpo masculino que en el muchacho que descubre un cuerpo femenino.

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Si otra generación tuviera que reconstruir al hombre a partir de sus escritos más sensibles, pensaría que se trataba de un corazón con testículos. Un corazón con escroto.

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El pensamiento anterior también se puede expresar así: una cabeza con alas (ojos de águila) siempre es mejor que un corazón con testículos.

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Eso que ustedes llaman corazón está bastante más abajo del cuarto botón del chaleco.

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[…] El siervo ambiciona el listón del vestido y busca ahí el cielo que tú buscas en los ojos. ¿Quién tiene razón? […].

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Al pueblo lo arruina la concupiscencia carnal contra el espíritu y al intelectual la concupiscencia espiritual contra el cuerpo.

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El hombre real es como una cebolla con miles de raíces: sólo sus nervios son sensibles y todo lo demás sirve para sostenerlos, para soportar mejor esas raíces; así, lo que vemos sólo es la maceta en la que el hombre (los nervios) está plantado.

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Todos los deseos no son sino meros juegos de nervios. El ambiente no es algo volitivo: ni mi miedo ni mi deseo más ardiente son capaces de detener la más ligera neblina de la borrasca; ella prosigue el camino que le ha sido determinado. El hombre no está compenetrado con el planeta, sólo con su cuerpo.

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Hay enfermedades mortales; hay otras que no matan pero provocan padecimientos y se diagnostican sin mucho análisis; por último, hay otras que sólo se conocen por el microscopio y se manifiestan espantosamente después de ser diagnosticadas. El microscopio es una suerte de hipocondria. Si los hombres se dedicaran a estudiar a fondo las enfermedades microscópicas, tendrían la satisfacción de enfermarse a diario.

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La hermenéutica de la hipocondria.

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No es de extrañar que los elegantes gusten de verse en el espejo, pues así se ven enteramente. Si el filósofo tuviera un espejo para verse por entero, tampoco él se apartaría de ahí.

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La moderación presupone el placer; la abstinencia, no. Por eso hay más abstemios que moderados.

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Si se piensa en todos los aromas agradables que hay en la naturaleza, el rapé es un invento singular. Inventar más cosas así. Una suerte de onanismo.

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Solía llamar a sus facultades espirituales superiores e inferiores la “Cámara superior” y la “Cámara inferior”, y con bastante frecuencia la primera promulgaba leyes que la segunda rechazaba.

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Cierto amigo acostumbraba dividir su cuerpo en tres pisos: la cabeza, el pecho y el bajo vientre. Con frecuencia deseaba que los inquilinos del primero y del último pisos se toleraran mejor.

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El alma es casi imperceptible si no se distinguen los rasgos faciales en que se asienta. Se podría decir que los rostros de una enorme asamblea son una historia del alma humana escrita con caracteres chinos […]. Mientras más detenida es la observación de los rostros, más y más aspectos individuales se distinguen en las caras consideradas “insignificantes”.

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Un rostro no se deja analizar en un instante: necesita una consecuencia.

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Hay personas con rostros tan obesos que pueden reír bajo la grasa sin que el fisonomista más virtuoso se dé cuenta. Nosotros, escuálidas criaturas, tenemos el alma justo bajo la epidermis y hablamos siempre un idioma en el que es imposible mentir.

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A: ¡Cuánto ha engordado usted! B: ¿Engordado? A: De nuevo está tan gordo como antes. B: Es el trabajo de la naturaleza cansada que ya no tiene fuerza para hacer otra cosa que grasa. La grasa siempre se puede extirpar sin atentar contra la humanidad; no es ni espíritu ni cuerpo, sino simplemente lo que la naturaleza cansada permite que se asiente. Esto es tan válido para mí como para el pasto en los patios de las iglesias. (Escrito en el crepúsculo).

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Un rostro es más sensible mientras más cambia de la seriedad a la risa y del llanto a la seriedad. En mi vida he visto transformaciones semejantes a las de mi hijo mayor. Cuando ríe es difícil encontrar expresión más celestial; cuando llora, adquiere un rostro como de 50 años, totalmente cuadrado, mientras que el otro es redondo. Lo llamo el Cochero, porque el bueno de Bruns, que conducía nuestro coche 4trapeado, tenía un rostro similar.[2]

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Todo hombre también tiene su trasero moral, que no enseña sin necesidad y mientras puede cubre con los pantalones de la decencia.

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¿Se ruboriza uno en la oscuridad? Puedo creer que alguien empalidezca de miedo en la oscuridad, pero no lo otro. Uno empalidece para sí mismo; en cambio, uno enrojece para sí mismo y en función de los demás. La pregunta acerca de si las mujeres se ruborizan en la oscuridad es muy difícil de responder, al menos no se disuelve con la luz.

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La cabeza y los pies, tan separados físicamente, tan cercanos moral y psicológicamente. La alegría y la tristeza rara vez se muestran tan pronto en la nariz, ubicada apenas a tres pulgadas del alma, como en los pies.

Todos los días puedo notar esto desde mi ventana; por los pies de los estudiantes distingo claramente si van o vienen del colegio […]. Pero en nuestro pálido amigo no se podía notar algo así; cojeaba severamente y su andar casi siempre parecía el de alguien que va y al mismo tiempo viene del colegio. Busqué otros medios de traspasar su carácter.[3]

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Entonces empezó a presentarse en él esa pasión que por costumbre no sentimos mucho tiempo antes de rasurarnos por primera vez. Al principio era una cosa sin dirección ninguna; sólo se daba cuenta de que apenas mitigaba sus deseos usuales, algo por lo menos igualmente fuerte lo impulsaba, no para alejarlo, sino justo para sumirlo ahí, un enojoso equilibrio que hace que uno se sacuda y se agite sin saber por qué, sólo para no estar quieto, para canalizar el impulso excesivo en otra cosa, un estado singular por el que debemos pasar todos los hombres, y no sé si vosotras las mujeres. Afortunado es quien lo sobrepasa con rapidez o, gracias a una imaginación preclara, obtenida con una enseñanza favorable, logra que este dulce motín del alma se transforme sólo en bellas esperanzas y finalmente lleve, sobre suelo encantado, a la hermosa criatura con la que trocará una preciosa incertidumbre por una fascinante certeza.

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Hay dos caminos para alargar la vida. El primero consiste en alejar los puntos del nacimiento y la muerte. Se han inventado tantas máquinas y cosas para lograrlo que si uno las viera todas juntas sería imposible pensar que sirven para alargar un camino. Entre los médicos hay quienes han contribuido mucho a esta materia. La otra forma consiste en caminar más lento y dejar los dos puntos donde Dios quiera. Ésta corresponde a los filósofos, que saben que no hay nada mejor que recolectar plantas, caminar sin rumbo fijo, saltar una tumba de vez en cuando, dar un rodeo hacia terreno despejado, donde no haya quien observe y uno se atreva a dar una voltereta, y así en adelante.

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Carecemos de una representación precisa del rostro humano, por eso es tan difícil enseñar fisiognómica. Las reglas sólo cubren relaciones parciales con el carácter. Por ejemplo, conozco tan bien el rostro de un hombre que me estafó en una ocasión, lo visualizo con tal exactitud que distingo la menor disparidad en un rostro semejante a él con la rapidez de quien ve un rostro totalmente distinto. Soy incapaz de decir en qué radica esto, aún más de dibujarlo, y a pesar de todo, interpretaré el carácter de otras personas a partir de la mayor o menor similitud que tengan con el rostro que para mí representa la estafa.

Un rasgo facial no se asocia tan fácilmente con un precepto como con una acción. He notado que las personas con un saber mundano mediocre siempre son las que más esperan de los estudios de fisiognómica. Las personas con mayor saber mundano son los mejores fisonomistas, los que menos esperan de las reglas. Es fácil explicar la causa.

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Si la razón, hija del cielo, pudiera opinar de belleza, la única fealdad sería la enfermedad.

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En la iglesia, acerca de una muchacha

hermosa, sumamente devota:

Más devota y hermosa que Lucía

No se verá rezar a otra mujer

Se arrepiente en cada letanía

De lo mismo que invita a cometer.[4]

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La muchacha tenía unas manos pecaminosamente hermosas.

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Una muchacha que se revela a su amigo en cuerpo y alma descubre los secretos de todo el sexo femenino. Cada muchacha es depositaria de los misterios femeninos. A veces las campesinas lucen como reinas. Esto es válido para el cuerpo tanto como para el alma.

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En realidad hay 62 maneras de sostener el rostro con la mano y el antebrazo. 1) La meditabunda, con el pulgar de la mano derecha colocado en la sien derecha, el índice en la frente y los demás dedos recogidos sobre el ojo como una especie de sombrilla. 2) Una un poco más recatada donde los últimos tres dedos forman un puño. 4) [sic] El puño entero, donde sólo las primeras falanges (las más próximas a la mano) sostienen la cabeza; los carpos forman un ángulo hacia fuera. 5) El puño entero, con el ángulo de los carpos hacia dentro; se trata de una de las apoyaturas más sólidas; tiene una variante: el puño presiona la mejilla a profundidad y la cabeza da una impresión de pesantez, la boca se levanta y el ojo queda casi cerrado por la presión. 6) La de templanza, donde la cabeza descansa en la mano llana, útil en dolores de muelas.

Naturalmente, además de estos géneros principales hay muchas graduaciones en el paso de una postura a otra que no se pueden describir aquí. Si se ejecutan con la otra mano, aparecen seis apoyaturas meramente simétricas, y como cada género se puede combinar con otro, surgen más. Así se pueden inventariar.

Pero aún hay que pensar en una séptima postura, la autocomplaciente, donde la barbilla es sostenida por el pulgar y el índice. De este modo, surgen siete posturas con la mano derecha y siete con la izquierda (= 14), seis simétricas, pues la séptima es simétrica en sí misma (= 20), y como las siete simétricas se pueden combinar con las seis simétricas de la otra mano, aparecen 21 posturas asimétricas para la mano derecha y otras tantas para la izquierda, es decir 42, que sumadas con las 20 de arriba conforman 62 maneras distintas, surgidas de siete géneros sencillos, de apoyar la cabeza.

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Cuando uno es joven apenas sabe que está vivo. La idea de salud sólo se adquiere con la enfermedad. Advertimos que la Tierra nos atrae por el impacto de la caída. Si el envejecimiento se interrumpe, ese grado de enfermedad se convierte en una especie de salud y uno ya no nota que está enfermo. Sin el recuerdo de la salud pasada no se percibiría el cambio. Por eso creo que los animales sólo envejecen en nuestros ojos. Un erizo que el día de su muerte lleva una vida de ostra no es más infeliz que la ostra. Pero el hombre, que vive en tres niveles, el pasado, el presente y el futuro, puede ser infeliz cuando uno de ellos se arruina. La religión incluso ha introducido un cuarto: la eternidad.

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