Aforismos

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IV. EL Lenguaje y otras manchas de tinta

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IV. EL LENGUAJE
Y OTRAS MANCHAS DE TINTA

TAL VEZ sea ésta la descripción de una mancha de tinta.

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Esto incluso lo sobrevivirá la lengua alemana.

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Cuando un libro choca con una cabeza y suena a hueco, ¿se debe sólo al libro?

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Les entrego este libro, no como unos binoculares para ver a los demás, sino como un espejo para que se vean ustedes.

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La metáfora es mucho más inteligente que su autor, y esto sucede con muchas cosas. Todo tiene su profundidad. Quien tiene ojos ve todo en todo.

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Tanto en la novela como en el teatro la primera regla es contemplar a los distintos personajes como piezas de un tablero de ajedrez y tratar de ganar el juego sin alterar las reglas: un caballo no puede moverse como un peón. Hay que triunfar sin modificar las reglas que definen a los personajes, aprovechando su eficacia. No hacerlo significa intentar milagros, y los milagros siempre son artificiales.

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Los libros griegos y latinos se han introducido como los sementales árabes en Inglaterra. Podemos proporcionar el árbol genealógico de ciertos libros como los ingleses de sus caballos.

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Y sin embargo no se puede negar que aunque ese paladín de las metáforas suele decir menos de lo esperado, con frecuencia dice más de lo que él mismo se propone. El escritor da cuerpo a las metáforas; el lector, alma […].

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Nos asombramos de los pueblos indígenas que escriben cartas con nudos. Nuestras letras no son sino nudos de líneas que al salir de la sombra forman ciertos volúmenes.

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En un artículo: el sacrificio de los primogénitos aún es recomendable (en el caso de los versos).

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En nuestros poetas de moda es demasiado evidente que la palabra genera la idea. En Milton y Shakespeare el pensamiento siempre crea la idea.

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Se diría que nuestros idiomas han enloquecido. Cuando queremos una idea, nos ofrecen una palabra; cuando exigimos una palabra, nos brindan una raya, y donde esperamos una raya, hay una obscenidad.

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Del berrido del niño surgió el idioma como de la hoja de parra un vestido de gala francés.

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Un discurso no tiene que estar impreso; hubo buenos oradores en tiempos en los que presumiblemente se escribía mal, y algo que se puede leer bien no tiene que ser escuchado; son dos cosas muy distintas. Una pintura no debe estar bajo el microscopio. Nuestros dramaturgos deberían tomarlo en cuenta.

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Él (Lion) me confesó que ya a su edad piensa en sus presuntuosas publicaciones como en las manchitas de tinta que un querido petirrojo dejó en sus libros, muebles y papeles. Esas manchas cobraron un significado distinto cuando el gato se hizo cargo del animalito y él lo perdonó.

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Miles de personas pueden ver el sinsentido de una frase sin tener la capacidad de refutarla formalmente.

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Así como muchos defensores de Kant le reprochan a sus enemigos que no lo entienden, muchos creen que tiene razón sólo porque lo entienden. Como su manera de expresarse es novedosa y se aparta mucho de la norma, cuando se logra acceder a ella se tiene la tentación de tomarla por verdadera. De ahí que tenga tantos adeptos fervorosos. Sin embargo, siempre hay que tomar en cuenta que entender sus ideas no basta para considerarlas verdaderas. El gusto de entender una teoría sumamente abstracta y oscura lleva a la mayoría a pensar que ya está demostrada.

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Esto debe servirme de advertencia. Como aquel gran escritor francés, de ahora en adelante no daré nada a la imprenta sin que antes lo lea mi cocinera.[1]

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Los alemanes escriben libros, pero los extranjeros hacen que puedan escribirlos.

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En cierta obra de un hombre célebre preferiría leer lo que tachó que lo que dejó.

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Al prólogo se le podría llamar pararrayos.

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La gran regla: si tus pequeñeces no son singulares en sí mismas, al menos dilas en forma levemente singular.

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Ahí se aplica a la perfección lo que Butler dice de un mal crítico: si no encuentra un error, lo comete.

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Es indiscutible que la belleza masculina no ha sido suficientemente dibujada por las únicas manos que pueden dibujarla, las femeninas. Siempre me da gusto oír de una nueva poetisa. Si no imitaran los poemas de los hombres, ¡lo que se podría descubrir ahí!

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Los lectores o espectadores se maravillan cuando pueden prever una situación dramática de la que sólo está enterado uno de los dos protagonistas (el otro incluso piensa que sucederá algo completamente distinto). Isaac siendo guiado por Adán al Monte de los Sacrificios. La persona que no está enterada debe actuar en total oposición a como lo haría si estuviera enterada del asunto. Esto también debe impresionar al personaje que sí está enterado, duplicando la impresión de lectores y espectadores.

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Me han informado que cada vez que escribe una reseña de libros tiene las más poderosas erecciones.

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La comedia no mejora las cosas de inmediato, tal vez tampoco la sátira; quiero decir que no eliminan el vicio que ridiculizan; sin embargo, amplían nuestro horizonte, multiplican los puntos cardinales con los que nos podemos orientar de prisa en todos los sucesos de la vida.

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El pensamiento aún tiene demasiado espacio libre al expresarse. He señalado con el mango de un bastón lo que debía haber señalado con la punta de una aguja.

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A un prólogo se le podría llamar “matamoscas” y a una dedicatoria “bolsa de limosnero”.

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Se diría que el señor S., que entró a la fama por el portal de la historia, quisiera escapar de ella por la portezuela de la poesía.

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Los periodistas han construido una capillita de madera que llaman el Templo de la Fama, donde todo el día clavan y desclavan retratos, con tal escándalo que nadie escucha sus propias palabras.

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Sin duda la primera sátira fue hecha por venganza. Utilizarla para el mejoramiento del prójimo, contra los vicios y no contra los viciosos, es ya un pensamiento domesticado, enfriado, deglutido.

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Al escribir mantén la confianza en ti mismo, un orgullo noble y la certeza de que los demás no son mejores que tú; ellos evitan tus errores y en cambio cometen otros que tú has evitado.

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Pido a todos los cielos que al menos me impidan escribir un libro de los libros.

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[…] Los jardines deben ser universidades y los árboles libros […].

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Lo shakespeariano que había que hacer en el mundo fue, en gran parte, realizado por Shakespeare.

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[…] De cada palabra tener al menos una explicación, no usar ninguna que uno no entienda y ver las cosas con la intención de encontrarles algo que los demás aún no han visto.

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Como han observado algunos filósofos, le debemos muchos errores al mal empleo de las palabras. Acaso a ese mismo mal empleo le debemos los axiomas en francés de D’Alambert.

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Hablar en sueños podría ser usado con provecho en una novela.

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Con poco ingenio se puede escribir de tal forma que otro necesite mucho para entenderlo.

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Él podía lograr que un pensamiento sencillo para cualquiera se refractara en otros siete como la luz ante un prisma. Cada color era más hermoso que el anterior. También podía fundir pensamientos. Donde otros sólo advertían una colorida confusión, él obtenía luz blanca.

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Alguno de nuestros ancestros debe haber leído un libro prohibido.

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El alemán nunca imita tanto como cuando quiere ser absolutamente original. Como otras naciones son originales, a sus escritores nunca se les ocurre ser originales. El esprit de corps genera ideas; en el gremio de los reseñistas, cierta cabeza tiene ocurrencias a las que no hubiera podido llegar estando aislado.

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Cuando se toma ese libro se siente un cierto no-sé-qué, un descanso, algo así como una voluptuosa relajación de las fibras nerviosas, semejante a lo que se siente cuando se empieza a jugar a la oca después de una partida de ajedrez […].

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Yo y me. Yo me siento —se trata de dos objetos—. Nuestra falsa filosofía permea el lenguaje entero; por así decirlo, no podemos razonar sin razonar mal. No se toma en cuenta que el lenguaje es una filosofía (al margen de lo que se diga). Quienquiera que hable alemán es un filósofo popular; nuestra filosofía universitaria está hecha con las limitaciones del lenguaje. Toda nuestra filosofía no es sino una rectificación de los usos del lenguaje, esto es, la rectificación de una filosofía (la más común). La filosofía común sólo tiene la ventaja de contar con declinaciones y conjugaciones. Así, enseñamos la verdadera filosofía en el lenguaje de la falsa. De nada sirve explicar las palabras, pues con explicaciones de palabras no altero los pronombres ni su declinación.

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Conocer objetos externos es una contradicción. El hombre no puede salir de sí mismo. Cuando pensamos que vemos objetos sólo nos vemos a nosotros. En realidad no podemos conocer otra cosa en el mundo que lo que somos y los cambios que nos ocurren. Del mismo modo, nos es imposible sentir “por otros”, como se suele decir. Sólo sentimos por nosotros mismos. La frase suena dura, pero no lo es si se entiende correctamente. No se ama ni al padre, ni a la madre, ni a la mujer, ni a los hijos, sino las sensaciones agradables que ellos nos producen: halagan nuestro orgullo y nuestro amor propio. No puede ser de otro modo, y si alguien lo niega es que no lo entiende. En este tema nuestro lenguaje no debe ser “filosófico”, en la misma medida en que no es “copernicano” al referirse al universo […].

La invención del lenguaje precede a la invención de la filosofía, y esto es lo que la dificulta, sobre todo cuando se trata de que sea comprensible para quienes no piensan mucho por sí mismos. Cuando habla, la filosofía está siempre obligada a usar el lenguaje afilosófico.

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Como lo demuestra la experiencia cotidiana, hace falta muy poco esfuerzo para decir algo que se entienda con mucho esfuerzo. En cambio, se necesita un talento excepcional para comunicar a un hombre inteligente algo importante y novedoso con tal fluidez que se alegre de saberlo ahora y se avergüence de no haberlo pensado él mismo. Esto último es un signo tan característico de un gran escritor que bastarían algunas observaciones de esa clase para ennoblecer a todo un volumen sobre asuntos cotidianos.

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¿No es curioso que una traducción literal casi siempre sea mala? Sin embargo, todo se puede traducir bien; ahí se aprecia qué tanto se entiende un idioma, es decir, qué tanto se conoce al pueblo que lo habla.

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Un buen personaje para una comedia o una novela: alguien con tal sentimiento de culpa que entiende todo con excesiva sutileza, interpretándolo en su contra.

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Las cartas de un hombre inteligente siempre incluyen el carácter de sus destinatarios. Esto se puede mostrar espléndidamente en una novela epistolar.

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Escribe en tal forma que paraliza hasta el entendimiento de los ángeles.

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La escritura es excelente para despertar el sistema que dormita en cada hombre; cualquiera que haya escrito habrá notado que al escribir siempre se despierta algo que hasta entonces conocíamos de un modo impreciso y que sin embargo yacía en nosotros.

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No estaría mal un libro de primeros auxilios para escritores.

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La filosofía popular común no es otra cosa que el cuerpo de la kantiana.

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Lo menos que se puede decir del señor Kant es que no ha sido muy amigable con sus lectores, pues ha escrito su obra de tal modo que debe ser estudiada como una obra de la naturaleza […]. Los temas del libro del señor Kant son sin duda muy interesantes, pero no cualquiera puede saberlo de inmediato.

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Las reseñas literarias son una especie de enfermedad infantil que afecta en mayor o menor grado a los libros recién nacidos. Hay ejemplos de algunos muy robustos que sucumben a la enfermedad y de otros débiles que la superan. Algunos ni siquiera la contraen. Con frecuencia se busca inocularlos con prólogos, dedicatorias zalameras o aun con los juicios del autor, pero esto no siempre ayuda.

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Uno de esos esclavos negros en las plantaciones de la literatura.

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Pasaron a la cripta familiar de mis pecados juveniles, la de los malos libros.

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Está bien que los jóvenes enfermen de poesía en ciertos años, pero, por el amor de Dios, hay que impedir que la contagien.

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[…] Podemos estar seguros de que en ningún buen poema el primer verso se escribió al principio.

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Nuestros poemas se crean a veces desde el corazón, a veces desde el oído, a veces desde la conveniencia […] Sin embargo, lo importante es que cada poema sólo tenga un origen.

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¡Qué barullo tendríamos en el mundo si transformáramos todos los nombres en definiciones!

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Se diga lo que se diga, la filosofía es el arte de la distinción. El campesino usa todas las frases de la filosofía abstracta, pero encubiertas, escondidas, entrelazadas, “latentes”, como dirían el físico y el químico. El filósofo nos brinda las frases puras.

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En la naturaleza no hay palabras, solamente iniciales. Al releer las nuevas “palabras”, descubrimos que no son sino iniciales de otras.

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El primer libro que habría que prohibir en el mundo sería un catálogo de libros prohibidos.

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Siempre es preferible darle el tiro de gracia a un escritor que perdonarle la vida en una reseña.

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Es fascinante escuchar a una mujer extranjera que comete faltas en nuestro idioma con sus hermosos labios. A un hombre no.

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Decir mucho en pocas palabras no significa hacer primero un ensayo y luego acortar los párrafos, sino reflexionar sobre el asunto y expresar lo mejor de la reflexión, de tal modo que el lector inteligente distinga que algo se ha suprimido; significa, en realidad, dar a entender, con un mínimo de palabras, que se ha pensado mucho.

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Mientras más racionalmente se aprende a diferenciar un idioma, más difícil resulta hablarlo. El habla diestra depende mucho del instinto y no se puede alcanzar con la razón. Se dice que ciertas cosas deben aprenderse en la juventud; esto también se aplica a los hombres que cultivan su razón en detrimento de todas sus otras facultades.

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Si pensáramos más por nuestra cuenta, tendríamos muchos más libros malos y muchos más libros buenos.

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Ciertas personas intentan ridiculizar el estudio de las artes diciendo que se escriben libros sobre “cuadritos”. Pero, ¿qué son nuestros diálogos y nuestros escritos si no descripciones de pequeñas imágenes en nuestra retina o de falsas imágenes en nuestra cabeza?

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El lenguaje metafórico es una clase de lenguaje natural construido con palabras arbitrarias pero precisas. Por eso gusta tanto.

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Con los epigramas sucede lo mismo que con todas las invenciones: los mejores producen la irritación de no haberlos pensado uno mismo. Justamente a esto se refiere la gente cuando dice que los pensamientos deben ser naturales.

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[…] Con frecuencia analizo esta idea: es extraordinariamente fácil escribir mal. No me refiero a que sea fácil escribir algo que a uno mismo le parezca malo, no, sino a que sea tan fácil escribir algo malo que sea considerado hermosísimo. Esto es lo decepcionante. Trazo una línea recta y todo el mundo dice que es curva. Trazo otra, “ésta de seguro será recta”, pero ahora me dicen: “¡ay, ésta es todavía más curva!” ¿Qué puede hacerse? Lo mejor es no volver a trazar rectas y en cambio observar las líneas de los demás, o reflexionar por uno mismo.

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Un error que el mal escritor y el escritor meramente ingenioso tienen en común consiste en que más que iluminar su tema, lo usan para mostrarse a sí mismos. Uno conoce al escritor y nada más que al escritor. Aunque en ocasiones resulte muy difícil suprimir un párrafo ingenioso, hay que hacerlo si no es sustancial. Esta crucifixión hace que poco a poco el ingenio se acostumbre a las riendas que debe colocarle la razón […].

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Querido amigo, vistes tus ideas tan peculiarmente que ya no parecen ideas.

Dime si ésta no está curiosamente vestida y te mostraré todas las mías desnudas, antes de que mis sentidos las cubran con su librea. Es una vergüenza que la mayoría de nuestras palabras sean herramientas malempleadas y todavía huelan a la suciedad con que las degradaron sus antiguos propietarios. Quiero trabajar con herramientas nuevas, o bien sólo hablar conmigo mismo, de aquí a la eternidad, usando menos aire que el que exhala un pájaro de verano.

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En ocasiones Jean Paul es insoportable y lo será aún más si no llega pronto a donde pueda estar en paz. Todo lo sazona con pimienta de Cayena. Se enfrenta a lo mismo que alguna vez le predije a Sprengel: tendrá que comer plomo fundido o carbón ardiente para que los platillos fríos le parezcan sabrosos. Si vuelve a empezar desde el principio, será enorme.[2]

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En Alemania, uno de los prejuicios de este siglo consiste en considerar que la escritura es la medida del mérito. Quizá una filosofía sana logrará que este prejuicio se aparte más y más.

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En alguna ocasión escuché o leí que uno sólo debe consultar manuales para tener hijos hermosos cuando empiece a dudar de la posibilidad de tener hijos. (La teoría de Goethe y Schiller). Prefiero el teatro de Fielding a las obras maestras de Corneille (justo por ser obras maestras). Para mí, no hay lectura más infame que la de obras maestras; en ciertas épocas hay que suspenderla.

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Lo que Bacon dice respecto a lo perjudicial que son los sistemas se podría decir de cada palabra. Muchas palabras que se refieren a clases enteras o a todos los peldaños de una escalera se utilizan como si expresaran algo individual. Esto significa volver a indefinir las palabras.

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En una discusión se puede lograr un ataque sumamente refinado y amargo exponiendo las razones del adversario aún con más fuerza de lo que él lo ha hecho (en estos casos los sofismas son siempre disculpables) y luego aniquilarlo con argumentos terminantes. Esto se puede aplicar en la sátira.

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[…] Siempre prefiero al hombre que escribe como se puede poner de moda, al que escribe como está de moda.

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Valdría la pena escribir una vida por duplicado o triplicado; primero como la escribiría el amigo afectuoso en exceso, luego como lo haría el enemigo y finalmente según la verdad misma.

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En asuntos que se prestan para una exposición apasionada, primero debería tratarse de comunicar las cosas sólo para uno mismo, en función de lo que se comunica; luego rescribirlo todo en función de lo que se suprime. Lo primero es trillar, lo segundo expurgar y cernir y debería seguir un tercero: tirar los dados. Y también: no hace daño expurgar dos veces.[3]

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Las reglas de la gramática son meras convenciones humanas; por eso cuando el diablo se le aparece a los poseídos habla un mal latín.

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Las fuerzas elásticas de los cuerpos son, por así decirlo, los traductores con los que nos hablan.

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En ninguna obra, en especial en una literaria, debe notarse el esfuerzo que ha costado hacerla. Un escritor que desee ser leído por la posteridad no debe escatimar esfuerzos para resumir en una sencilla nota al pie de un capítulo todas sus investigaciones bibliográficas y sus reflexiones sobre determinadas polémicas, de tal modo que parezca que tiene tantas ideas que se puede dar el lujo de desperdiciarlas.

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Una sensación expresada con palabras es siempre como música descrita. Las expresiones carecen de homogeneidad con el objeto. El poeta que desea suscitar compasión refiere al lector una pintura y a través de ella al objeto. Un hermoso paisaje pintado conmueve de manera instantánea, mientras que uno poético debe primero ser pintado en la mente del lector. En el primer caso el espectador ya no tiene que ver con la composición: se compenetra con la región, la muchacha pintada; ante el objeto, se involucra en toda suerte de situaciones, se compara con toda suerte de circunstancias.

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Sin duda requerimos de muchos años para entender el verdadero significado de una palabra en nuestra lengua materna, y también me refiero a los significados que le puede dar la entonación. Para decirlo en términos matemáticos, el significado de una palabra se nos presenta en una fórmula donde el tono es la dimensión variable y la palabra la invariable. Así se abre un camino para enriquecer infinitamente los idiomas sin aumentar las palabras. Me he dado cuenta de que la expresión “está bien” es dicha de cinco maneras, siempre con un significado distinto, que bien puede alterarse por una tercera dimensión variable: el gesto.

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Un defecto completamente inevitable en todos los idiomas es que se limitan a expresar ideas generales, que rara vez abarcan lo que quieren expresar. Si comparamos nuestras palabras con las cosas, veremos que las últimas se presentan de un modo muy distinto a las primeras. Los atributos que advertimos en nuestra alma están tan entrelazados que no es fácil establecer una frontera entre dos de ellos (las palabras con que las expresamos no han sido creadas para este fin); así, dos atributos sucesivos y relacionados son expresados con signos que no denotan parentesco alguno. Deberíamos poder declinar las palabras filosóficamente, esto es, poder expresar su parentesco lateral a través de transformaciones. En el análisis matemático no se le llama a una línea “a pedazo indeterminado x” y a lo demás y, como en la vida diaria, sino a-x. De ahí que el lenguaje matemático tenga tantas ventajas sobre el común.

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Hay que hablar ahí donde los hombres pueden escuchar sin pensar, y hay que callarse en cuanto la gente piense lo mismo que nosotros. Así es el libro de viajes de Sterne. Casi todos los libros sólo contienen dos puntos singulares entre los que no hay otra cosa que los razonamientos más comunes, una línea gruesa donde hubiera bastado una punteada.[4]

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Había desbordado su biblioteca como se desborda un chaleco. Las bibliotecas pueden ser demasiado estrechas o demasiado amplias para la mente.

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Hay grandes diferencias en los caminos que se toman para acceder a ciertos conocimientos. Si en la juventud uno empieza con metafísica y religión, llega con silogística facilidad a la inmortalidad del alma. No todos los otros caminos van a dar ahí, al menos no tan fácilmente. Si además se procura dotar a cada palabra en particular de un significado preciso, resulta imposible que todos estos conceptos sean igualmente precisos al conectarse para llegar a un silogismo. En la práctica, los conceptos generalmente se vinculan del modo más sencillo y común tal y como aprendimos a hacerlo en la juventud.

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En todos los hombres de espíritu se encontrará una tendencia a expresarse de manera concisa, a decir con rapidez lo que tiene que decirse. De ahí que el idioma ofrezca un rasgo distintivo bastante sólido del carácter de una nación. ¡Qué difícil le resulta a un alemán traducir a Tácito! Los ingleses ya son más concisos que nosotros (me refiero a sus buenos escritores). Ellos nos aventajan porque disponen de palabras específicas donde nosotros solemos usar genéricas; padecemos la limitación de un idioma difuso. No sería perjudicial contar las palabras de cada párrafo y en cada caso tratar de expresar lo mismo con lo mínimo.

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Quien tenga dos pantalones, que venda uno y compre este libro.

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¿Qué hay de malo en llamar cometas a los cometas, esto es, estrellas con cabellera en vez de estrellas en combustión o de vapor? […] Se espera demasiado de las buenas palabras y se le teme demasiado a las malas. La corrección de una expresión no es lo único; también cuenta la familiaridad. El valor de una palabra depende, en cierto modo, de la relación entre corrección y familiaridad. Por otra parte, ciertamente es bueno establecer reglas para formular palabras: puede darse el caso de necesitarlas.

Es conveniente que las cosas se nombren en griego y sería bueno que en toda la química sólo se usaran nombres hebreos o árabes (como “álcali”, etc.), uno se desenvolvería mejor en ella mientras menos entendiera sus nombres.

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La inteligencia es una cosa espléndida, pero cuando no se necesita es lo más torpe e inútil que hay en el mundo. ¿Qué os dice que debéis usarla al leer una oda? Las odas han sido escritas con un adormecimiento de la inteligencia, ¡y vosotros las juzgáis despiertos! En una palabra: la obra correcta está ahí, pero no aportáis la cabeza apropiada […].

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¿Deseáis textos ingeniosos? Llueven y granizan epigramas. ¿Sabéis qué significa esta respuesta? La vieja y fustigada máxima: hay cien ingeniosos por un inteligente […].

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[…] Si alguien escribe mal, qué más da, hay que dejarlo escribir. Transformarse en buey aún no es suicidarse.

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Aquello tuvo el efecto que por lo general tienen los buenos libros. Hizo más tontos a los tontos, más listos a los listos y los miles restantes quedaron ilesos.

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No hagas un libro con temas que en realidad cabrían en un artículo de revista, ni un párrafo con dos palabras. Lo que un imbécil dice en un libro sería tolerable si lo pudiera expresar en tres palabras.

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En realidad fui a Inglaterra para aprender a escribir en alemán.

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Los que demuestran que no hay nada que demostrar. Hay una clase de hueca habladuría que, a través de expresiones novedosas y metáforas insólitas, da la impresión de ser sustanciosa. Klopstock y Lavater son maestros del género. Como broma, es pasable; en serio, imperdonable.

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La verdad tiene mil obstáculos que superar para llegar intacta al papel y del papel de nuevo a la cabeza. Los mentirosos son sus enemigos más débiles. El escritor entusiasta que habla de cualquier cosa y percibe todo como cualquier inocente atolondrado por un golpe; el sofisticado, el refinadísimo conocedor de hombres que en cada acción humana quiere ver destellos de toda una vida, como ángeles en una mónada; el hombre bueno y piadoso que no cuestiona nada, cree respetuosamente en lo que aprendió antes de cumplir 15 años y basa sus exiguas indagaciones en razones inexploradas; he aquí a los enemigos de la verdad.[5]

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El único defecto de los escritores realmente buenos es que casi siempre ocasionan que haya muchos malos o regulares.

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El Parlamento de Inglaterra ha permitido el comercio de libros por la misma razón por la que se venden medicinas. Probablemente algún miembro del Parlamento sabe por experiencia propia cuán fuertes y sutiles son los lazos entre las píldoras y las demostraciones y que no pocas veces Hill ha logrado lo que a Locke le resultó imposible.[6]

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¡Ojalá hubiera un tribunal de apelación para casos del gusto o de la crítica!

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[…] Seguramente Horacio no escribió para personas que pasaban de la escuela de la ciudad a la universidad, ni siquiera para los maestros de estas personas; no podía escribir para ellos después de vivir en la primera corte del mundo. Cada quien escribe con mayor facilidad para el grupo de gente al que pertenece […]. Muchos […] habrán murmurado en sus adentros que a ellos los antiguos no les saben igual que ciertos nuevos. Debo reconocer que me ha pasado lo mismo; he admirado a algunos antes de que me gusten, y otros me han gustado antes de entenderlos. Estoy convencido de que le sucede lo mismo a algunos comentaristas de estas obras. Admiré a Horacio mucho tiempo antes de que me gustara, tenía que hacerlo, así como en Viena uno tiene que arrodillarse cuando sucede eso que allá llaman “lo venerable”. Milton y Virgilio me gustaron antes de entenderlos […].

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Están ahí sentados, las manos unidas y los ojos cerrados, dispuestos a esperar que el cielo les traiga otro Shakespeare. “Desconfiad de la existencia terrenal de Shakespeare”, así consuela el diablo a los bueyes. Shakespeare no tuvo anunciaciones. Todo lo que dice lo aprendió o lo experimentó. Si deseáis que vuestras obras se asemejen a las suyas como un huevo a otro, debéis aprender y experimentar, de lo contrario no lograréis nada. Alguien superior a vosotros ve la diferencia de inmediato y desea disfrutar bajo su sol de aquello que creáis junto a vuestra lámpara. Sabemos que Shakespeare mendigaba en la puerta del teatro. ¡Qué no hizo por el dinero! ¿Estudió a los antiguos hasta que se le secaron los labios de tanto hojear diccionarios, tomó apuntes, fue mayordomo, se puso amarillento, se convirtió en profesor, se encomendó a los antiguos, pulió máximas domésticas, etc.? Nada de eso, dilapidó el dinero en las cafeterías inglesas, comió en tabernas, en los lugares públicos de un país que se precia de no ocultar sus gustos. Ahí aprendió a entender la lengua de los antiguos, y desde entonces los leyó en una traducción que podía mejorar con facilidad. La observación y el conocimiento del mundo son la base de todo, hay que haber observado mucho para poder usar las observaciones ajenas como si fueran propias, de otro modo sólo se leen y quedan en la memoria sin mezclarse con la sangre. Toda lectura de los antiguos es vana si no se practica de este modo […].

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Alguien que ni siquiera distingue entre la lectura pasiva y la activa.

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Uno se resiste a hacer un cucurucho para la pimienta con una hoja en blanco. Si está impresa, uno la usa con agrado.

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Una expresión bien lograda es ya un buen pensamiento, pues es casi imposible expresarse bien sin mostrar lo expresado desde un lado favorable.

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Usamos la palabra alma como en el álgebra se usan x, y, z, o como la palabra atracción. Quizá no es más que una palabra, como opinión o estado. Newton podría haber dicho x o * en lugar de atracción.

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La palabra diablo, que aparece frecuentemente en mi obrita, no tiene el sentido que le da la gente común, sino el de los nuevos filósofos que están en paz con todas las sectas; más bien habría que compararla con las x, y, z algebraicas cuya cantidad es desconocida.

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Nada le place tanto a Apolo como el sacrificio de un crítico literario engreído.

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Una excelente observación del señor Hartley es que, puesto que pensamos en palabras, la diferenciación de los idiomas corrige los juicios falsos. Vale la pena reflexionar en esto. ¿Hasta qué punto el aprendizaje de otros idiomas aclara los conceptos que formulamos en el nuestro? Un buen tema.[7]

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Quizá sería bueno que en las demostraciones metafísicas de la existencia de Dios nunca se usaran palabras, o que sólo se usaran cuando ya no hubiera dudas.

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[…] Dudo que en Alemania hombre sensato alguno se preocupe por el juicio de un periódico, quiero decir, que condene un libro porque el periódico lo condene o lo aprecie porque el periódico lo elogie, pues esto contradice por completo la noción de hombre sensato.

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Leer equivale a tomar prestado; inventar, a saldar cuentas.

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[…] Si se tirara un chícharo al mar en Helvoet y el mar fuera mi cerebro, probablemente sentiría el efecto en la costa china. Sin embargo, dicho efecto se vería fuertemente alterado por los impactos de otros objetos, los vientos de marejada, los peces y los barcos que lo atraviesan, las bóvedas que se abren en su fondo. La forma de la superficie de un país, sus montañas, valles, etc., es la historia de todas sus transformaciones escrita con signos naturales; cada grano de arena es una letra, pero el idioma es en su mayor parte incomprensible. Así como los cortes, punzadas y abolladuras de un plato de estaño narran las comidas que ha vivido, [cada cuerpo es] la historia de sus transformaciones escrita con signos naturales.

El cuerpo está hecho de una materia peculiar: al principio es muy dúctil, casi fluida, pero a diferencia del agua no percibe todas las impresiones; está obligada a la retención, a relatar no sólo de manera simultánea, sino también sucesiva; así, algo se sedimenta en cada instante y el cuerpo se vuelve más sólido hasta que sólo expresa y ya no percibe. Yo, que escribo, tengo la suerte de ser uno de esos cuerpos […].

¿Podría existir un animal cuyo cerebro fuera el mar y que llamara al viento del norte “azul” y al viento del sur “rojo”? […] [8]

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Cuando se empieza a ver todo en todo, la manera de expresarse suele volverse más oscura. Se empieza a hablar con lengua de ángel […].

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Es una fortuna que el vacío de ideas no tenga las mismas consecuencias que el vacío de aire; de lo contrario, las cabezas que se aventuran en libros que no entienden quedarían comprimidas.

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Si usamos una palabra vieja, generalmente transita por el canal de significado abierto por el abecedario. Una metáfora crea un nuevo canal y lo recorre de punta a punta. Utilidad de las metáforas.

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Con indolencia no se escriben sátiras contra la indolencia. Justo en esto radica la naturaleza de la sátira: no se daña a sí misma. Imitamos las sátiras de los franceses e ingleses sin advertir que debemos lidiar con otros defectos.

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Las siluetas son abstracciones; su descripción, una simple silueta.

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Darle el último toque a una obra, es decir, quemarla.

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Para que los hombres admiren una cosa no deben verla completa, siempre debe quedar algo a la especulación. Yorick contuvo su sensibilidad. Wieland y Goethe eran hombres muy distintos hasta que uno se desnudó en las farsas y el otro en la alquimia. Son pocos los hombres que resisten esta desnudez, como Lambert, Möser y Lessing. Después del décimo libro, generalmente se tiene una mala idea del escritor, y no porque escriba peor, sino porque ya se dispone de puntos suficientes para completar la trayectoria de su vida […].[9]

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Los versos, como los cangrejos, sólo se dan en los meses que no llevan r.

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Si ni siquiera por la ropa se pudiera reconocer a los sexos y hubiera que adivinarlos, surgiría un nuevo mundo amoroso que merecería ser tratado en una novela con gran sabiduría.

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[…] Cuando alguien usa libreas o uniformes por elección propia, la ropa ya no es cobertura, sino jeroglífico.

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[…] En una cabeza donde las palabras no están ordenadas hay una forma completamente distinta de pensar, otro jus naturae, otras belles lettres, otra manera de llevar la casa; uno se vuelve extranjero en su propia patria y en el mundo. Por eso deseo aconsejar a los jóvenes que arreglen con cuidado todas las nuevas palabras y las coloquen en sus respectivas clases, como si fueran minerales, para que puedan encontrarlas cuando les preguntan por ellas o cuando las necesiten ellos mismos. Esto se llama “economía de las palabras” y es tan provechosa para la razón como la economía monetaria para el bolsillo.

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[…] En los escritos contemporáneos, la conocida preposición de (von) cobra un sentido ridículo al referirse al rango o al mérito. En sí misma, una preposición no puede otorgarle ningún mérito al propósito que propone. Se trata de algo que salta a la vista. Usted mismo debe verlo:

“El señor barón Gottfried Wilhelm von Leibniz inventó el cálculo diferencial” o “El señor von Leibniz inventó el cálculo”, etc., no dicen más que “Leibniz inventó el cálculo diferencial”, con excepción de que en el primer caso uno no puede dejar de pensar que le ayudó su mayordomo […].

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La exageración es un error tanto de los artistas como de los escritores bisoños. Un sentimiento presentado con una moderación que no deje un regusto a avaricia sólo produce auténtico placer. Apenas se rebasan sus límites, cabe preguntarse: “¿y por qué no avanzar más?” Hay una clase de exageración en la que todo está permitido, y por eso es tan apropiada para las mentes superficiales […]. Una exageración que conserve siempre una intención oculta es tan difícil de lograr y gusta tanto como una idea sublime. Así es como está escrito Hudibras; en sus versos impera una exageración uniforme y sostenida […].[10]

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Es tan difícil razonar con alguien que canta a la cursilería y cree que el acaramelamiento poético es un alimento digno del alma humana, un pan de vida para el corazón, como con el idealista a quien le basta agitar la varita mágica de su imaginación ilimitada para crear miles de refutaciones y apologías entre las que ningún cuerpo puede abrirse paso. No hay idioma alguno que hable directamente a la razón; antes de ser captado, el lenguaje suelta algo de la corteza espiritual que lo recubre […].

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¿Cuál será la manera más rápida de copiar cartas para que los ciegos puedan leerlas con las manos?[11]

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Un libro es como un espejo: si un mono se asoma a él no puede ver reflejado a un apóstol. Carecemos de palabras para hablar con los tontos de sabiduría. Ya es sabio quien entiende a un sabio.

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