Adolescentes

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Todavía no...

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Todavía no…

A los adolescentes les entra una urgencia repentina por ser mayores. En parte, por la necesidad de distanciarse de los adultos y la inmediatez por la que se rigen, y, en parte, por la influencia del grupo de amigos. Quieren –a veces incluso exigen– que los padres les demos todos los permisos y toda la libertad para hacerlo todo ya. Parece como si se terminara el mundo, como si mañana no existiera y las cosas tuvieran que ser ahora o nunca.

Su sistema hormonal está disparado, se creen con capacidad para cualquier cosa, y, cuando los padres pretendemos poner freno a sus pretensiones, les sienta fatal. Es el momento en que tenemos que oírnos aquello de: «¡A todos les dejan menos a mí!».

A veces se las ingenian de maravilla para salirse con la suya. En una ocasión, nuestro hijo nos dijo que los padres de Pablo, uno de sus mejores amigos, le dejaban que fuera solo en tren, con un grupo de varios chicos y chicas, a un parque temático que está a unos kilómetros de Barcelona. A pesar de que eran bastante mayores y responsables para ir solos, tuvimos nuestras dudas, pero el hecho de tener a los padres de su amigo por personas muy sensatas tuvo su influencia para que finalmente nosotros también le diéramos permiso. Un tiempo después hablé con la madre de Pablo. Me dijo que ellos también tuvieron sus dudas al respecto, pero que cuando supo que dejábamos ir al nuestro ellos dejaron ir al suyo porque nos tienen por personas muy cabales.

A pesar de que de tanto en tanto nos van a colar igualmente algún gol como el anterior –forma parte del guión–, los padres tenemos que plantearnos qué les vamos a permitir y qué no, en función de nuestros valores personales, del contexto en que vivimos y de la madurez del propio hijo. Y, aunque ellos lo quieran todo de una vez, tenemos que explicarles que hay cosas que más adelante podremos permitirles, pero de momento todavía no.

Tienen que saber que llega un momento en que es normal que se vean y se crean mayores. Han crecido mucho y en cierta medida lo son, aunque no tanto como piensan. Hay cosas que por su «inocencia» y su falta de experiencia ellos todavía no saben cómo resolver y nosotros tenemos que protegerles, velar por su seguridad y evitar que enfrenten situaciones arriesgadas.

Con diecisiete años, nuestro hijo mayor nos pidió permiso para ir a una final de la Euroliga de baloncesto, fuera de España, con un grupo de amigos. Su padre y yo se lo denegamos. Le explicamos que aunque él se veía mayor y responsable, y era realmente así, todavía no lo era lo suficiente para ir solo. Si todo salía bien se las podrían arreglar perfectamente, pero si surgía algún tipo de problema necesitaban aún la experiencia y la compañía de un adulto.

 

 

 

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