Adolescentes

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Cuando cumplas los 18, esto no va a ser jauja

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Cuando cumplas los 18, esto no va a ser jauja

Cuando nuestros hijos nos piden permiso para hacer algo y nosotros les decimos que «todavía no», que tienen que esperar a ser un poco más mayores, conviene que les dejemos muy claro también, desde el primer momento, que el disparo de salida de su total y absoluta libertad no lo marcan los dieciocho años.

Algunos adolescentes andan muy confundidos en ese aspecto. Se imaginan que el día que lleguen a su mayoría de edad legal podrán hacer lo que quieran sin dar cuentas a nadie.

La hija de unos amigos nuestros les dijo a sus padres poco antes de cumplir los dieciocho: «A partir de ahora seré mayor de edad; ya no podréis meteros en mi vida ni decirme lo que tengo que hacer y lo que no».

Nosotros, por si acaso, les venimos advirtiendo desde los quince que no se crean que cuando cumplan los dieciocho esto va a ser jauja.

Por una parte, tienen que saber que la edad cronológica por sí sola no es motivo suficiente para que de repente puedan hacer cualquier cosa. Lo que pueden hacer y lo que no tienen que ver en gran medida con su madurez y su nivel de responsabilidad, y eso hay que demostrarlo haciéndose merecedores de la confianza que progresivamente vamos depositando en ellos. Hay chicos que, aunque tengan los dieciocho o más, están muy verdes todavía, y habría que seguir denegándoles determinados permisos que, por la presión social, los padres se ven muchas veces impelidos a concederles.

Por otra parte, está lo que comentaba anteriormente, lo vulnerables que son por su inexperiencia y lo necesario que sigue siendo para ellos tenernos cerca, especialmente cuando surgen problemas. Como dice Mariano Royo, la dependencia emocional de los adolescentes respecto a sus padres no desaparece tan pronto como pensamos. Necesitan sentirse protegidos para poder llegar a ser ellos mismos y, cuando algo les sobrepasa y les desborda, la mayoría siguen recurriendo a los padres. De hecho, la relación con los padres evoluciona y se transforma, pero el vínculo permanece siempre.

Finalmente, mientras sigan en casa, los hijos tienen que avenirse a cumplir las normas mínimas de organización y convivencia familiar que los padres consideremos oportunas. Esto que parece tan obvio no lo es tanto y, en muchos hogares, los hijos mayores no siguen otra norma que sus propios impulsos y deseos, y esto es un grave error.

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