Abyss

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8 – Ver cosas

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Wilhite y Schoenick siguieron a Monk por el cilindro hasta el oscuro corredor más allá. A partir de allí, Hippy fue alternándose en abrir camino y seguirles. Dentro de un compartimiento, Monk abría la marcha, dirigiendo a Schoenick y Wilhite en sus inescrutables tareas mientras Hippy manejaba al Pequeño Tonto como una linterna de haz estrecho sobre sus cabezas. Luego, cuando era el momento de atravesar una compuerta a otra sala, Monk retrocedía y Hippy se deslizaba delante de ellos, haciendo penetrar al Pequeño Tonto en el extraño nuevo territorio. Estaba allí abajo con ellos, como un hermano mayor más fuerte y resistente, abriendo camino hacia el peligro, luego echándose a un lado cuando estaba seguro de que todo iba bien, para que los más jóvenes y débiles pudieran fingir que estaban corriendo una aventura. Simplemente seguidme y estaréis bien. Aunque tal vez os esté conduciendo al infierno.

Cuando el Taxi Uno les condujo hacia la proa del submarino, el auténtico daño apareció a la vista. Por encima de ellos se alzaba la aleta dorsal del submarino, alta como un edificio de tres pisos, dominándoles sobre sus cabezas. El Fondoplano avanzaba a lo largo del reborde donde descansaba el submarino, mientras los hombres en su lomo examinaban el desgarrado metal allá donde el

Montana había chocado, luego rascado a lo largo de la pared del cañón.

Había una enorme brecha allá donde la proa casi había sido arrancada del resto del submarino.

—Pósese aquí —dijo Coffey—. Hay una brecha en el casco de presión. Entraremos por ahí.

No era el tipo de puerta por la que un buceador esperaría entrar. Demasiados bordes de metal retorcido con los que podías cortarte tú o, más peligroso aún, algún tubo. Demasiados lugares donde podían engancharse tus botellas o tubos y soltarse algo. Un buceador cauteloso jamás entraría ahí. Como le había dicho a Bud un buceador de cuarenta años en su primera plataforma, hay buceadores viejos y buceadores osados, pero no hay buceadores viejos osados.

Pero la gente de Bud había realizado tareas de salvamento antes. Conocían cómo ser cuidadosos en una zona impredecible. Seguía siendo un riesgo, y a Bud no le gustaba, pero para eso estaba la triple paga.

—Adelante, muchachos —dijo Bud.

Coffey abrió camino al interior de la estrecha herida en el costado del submarino; a la sombra de las luces del Fondoplano y el Taxi Uno, parecía como una boca, sonriendo malévolamente. Bud, Barbo, Lioso y Finler le siguieron.

Dentro no era tan impresionante…, sus luces despejaban las sombras. Había hileras de literas, retorcidas y revueltas.

—Esto es el compartimiento de descanso de delante —dijo Coffey. Sonó impersonal…, estaba simplemente anotando su posición en los planos, nada más. Pero, para Bud, aquél era un lugar donde habían dormido hombres. La ropa de cama colgaba de las literas como lenguas de perros muertos. Los papeles flotaban en las suaves corrientes causadas por los movimientos de los buceadores. Cartas que jamás serían contestadas. Libros de bolsillo, novelas que nunca serían terminadas. Fotos de amigas que derramarían unas cuantas lágrimas y luego se casarían con algún otro.

Si alguno se sentía tentado de demorarse allí, Coffey no se lo permitió.

—Por aquí —insistió.

Bud sabía que si

él se había sentido distraído por lo que estaban viendo, lo mismo les ocurría a Barbo y Lioso.

—Tomáoslo con calma y permaneced juntos —les dijo—. Vigilad las compuertas que puedan cerrarse sobre vosotros, o el equipo suelto que pueda caer. —Lo último que necesitaba de ellos era que se asustaran—. No somos profesionales en esto. No tenemos nada que perder. Así que tomáoslo con calma.

—Muy bien —dijo Barbo—. Pero tiene mal aspecto, jefe.

Todos conocían el plan: ir hasta el centro de ataque, donde al parecer Coffey tenía que hallar algo supersecreto y sacarlo. Habían memorizado los planos, pero era muy diferente cuando las líneas sobre el papel se convertían en corredores y cabinas, compuertas y mamparos. Coffey tomó una escalerilla hacia el centro de ataque; los otros le siguieron detrás, izándose con las manos por una barandilla casi vertical. En su tiempo los marineros se habían deslizado hacia abajo por aquella misma escalerilla sin que sus pies tocaran apenas los peldaños, con la mayor parte de su peso sobre sus manos mientras se deslizaban por las barandillas. Ahora era empujar mano sobre mano por ellas, contra la resistencia del agua. El submarino no estaba diseñado para ser atravesado de aquella forma. Era torpe, y los peldaños no servían de mucha ayuda.

La puerta estanca había quedado encajada. No se abría.

—Está atrancada —dijo Coffey—. Échenme una mano. Bud avanzó para ayudar. Ni siquiera trabajando juntos consiguieron moverla. No podían hacer palanca.

—Lioso —dijo Bud—. Tráeme esa barra de ahí.

Lioso y Bud se comprimieron al lado de Coffey. Nunca hubieran podido encajar en aquel reducido espacio si hubieran tenido que apoyarse sobre los peldaños. Pero ahora flotaban libres, y así había espacio suficiente. Sintieron más que oyeron la vibración de los chillantes goznes cuando apalancaron la puerta; finalmente cedió, bruscamente, abriéndose de par en par. La succión del movimiento de la puerta atrajo algo ancho a través de la puerta, directo hacia ellos, como un enorme animal que hubiera estado agazapado al otro lado, aguardando para saltar. Sólo que no era un animal. Golpeó a Lioso en el hombro, y cuando éste se volvió para mirar qué le había golpeado, se halló contemplando el rostro de un joven oficial.

El alférez no parecía herido, pero sus ojos y su boca estaban enormemente abiertos, como si hubiera sido sorprendido por su propia mortalidad. Lioso se quedó inmóvil, contemplándolo. Bud y Barbo y Finler no reaccionaron mucho mejor. Fue Coffey quien adelantó una mano más allá de Lioso y empujó el cuerpo del alférez fuera del camino.

—Está bien, sabíamos que íbamos a encontrarnos con esto —dijo.

Sus palabras les devolvieron los sentidos. Su tono de voz los avergonzó un tanto, les hizo tomar la decisión de no dejar que aquello les afectara. Le siguieron a la sala de control, pero todos estaban un poco alterados. Su padre vio aquello todo el tiempo, pensó Bud. Vio a gente a la que conocía saltar en pedazos ante él. Yo puedo soportarlo también.

Pero no era el hecho de estar muertos lo que lo alteraba. Bud no podía dejar de pensar en todos ellos ahogándose. Sintió una especie de dolor en su pecho. Sabía qué se sentía. Sus pulmones habían aspirado agua aquella vez, cuando era niño. Sólo que, cuando le ocurrió a él, había habido alguien para sacarlo del agua, para apretar su pecho y hacerle expulsar el agua y permitirle vivir de nuevo. Estos hombres no habían tenido tanta suerte. El océano los había atrapado y nunca habían tenido la oportunidad de volver a respirar aire. Como Junior. Arrastrado hasta el fondo, apretado contra el fondo por la pesada e inmisericorde mano del mar.

Había un montón de cuerpos, y entre las corrientes causadas por los movimientos de los buceadores y la forma en que se movían sus luces, haciendo cambiar los esquemas de sombras en las paredes, parecía como si los cuerpos estuvieran aún vivos, agitando las manos, suplicando ayuda o haciendo gestos suaves, débiles movimientos con un brazo, como si estuvieran conversando, invitándote a sentarte con ellos por un minuto, decirte algo, no te vayas así, ¿no ves que quiero hablar contigo?

Bud consiguió controlarse. Tenían trabajo que hacer, y no servía de nada quedarse contemplando lo que le ocurría a la gente cuando se quedaba sin aire a aquella profundidad. Bud miró a los demás. Inmediatamente vio que el casco de Lioso se estaba empañando…, respiraba demasiado rápido. Iba a ser un problema si Lioso se ponía a hiperventilar precisamente ahora. No puedes darle a oler sales a un tipo que se desvanece dentro de un casco. Alguien tendría que sacarlo fuera, vigilando todo el tiempo para asegurarse de que la mezcla respirable de Lioso seguía conectada y equilibrada. No era una buena perspectiva…, Lioso tenía que salirse por sí mismo de aquello.

—Hey, Lioso, ¿te encuentras bien?

Lioso convirtió su asentir con la cabeza en todo un espectáculo. Bud pudo oír a través de sus auriculares que la demanda de su respiración se iba acompasando. El episodio de hiper-ventilación había pasado. Bud se volvió hacia los otros…, no parecían estar mucho mejor.

—¿Cómo os sentís, chicos?

—Yo estoy bien —dijo Finler—. Me estoy controlando. Barbo sonó como si se disculpara.

—Eso de la triple paga sonaba como un montón de dinero, Bud. Pero no lo es. Lo siento.

Aquél no era el momento de culpar a nadie, aunque se lo mereciera.

—Sí, lo sé, pero estamos aquí —dijo—. Debemos seguir.

Fue de hombre a hombre, tocándoles, estableciendo contacto, tranquilizándoles. Estaba sudando a ríos dentro de su casco, en parte debido a que él tampoco se había recuperado por completo del shock de lo que veían, en parte porque sabía lo peligroso que podía ser si no conseguían controlarse.

Coffey no se limitó a quedarse allí mientras Brigman conseguía que los civiles dejaran de mearse en los pantalones ante la vista de unos cuantos cadáveres. Mientras los hombres seguían con vida hacías todo lo posible por mantenerlos en esta situación. Pero eso había terminado. Papá estaba muerto y había trabajo que hacer. Lo más importante era hallar al capitán.

Y allí estaba. Coffey le dio la vuelta, observó su rostro. No sé lo que ocurrió, le dijo en silencio, pero si fue culpa tuya, moriste sabiendo que habías matado a tus hombres, y eso ya es suficiente castigo. Al menos cumpliste con tu deber y marcaste tu posición en el último momento. Al menos hiciste posible que yo esté ahora aquí. Eso ya es algo. Tiraste del último cordón.

Eso es lo que hizo Coffey ahora. Buscó en el cuello de la camisa del hombre y tiró del cordón, en realidad una cadena, que contenía la llave de armado de los misiles. Era el poder de la guerra nuclear, allí, en aquella pequeña pieza de metal; era por eso por lo que Norteamérica confiaba tanto en los capitanes de sus submarinos atómicos. La llave era inútil ahora…, los sistemas de salvaguardia de a bordo del submarino nunca serían usados. Coffey tenía que coger la llave para que no hubiera ninguna posibilidad de que cayera alguna vez en manos enemigas. Él nunca usaría la llave.

Sin embargo, sabía que la confianza había pasado a él. El tirón rompió la cadena y le hizo entrar en posesión de la llave. El capitán no podía sentir ya ningún dolor porque le fuera arrebatada de aquel modo. Pero Coffey tuvo la sensación de que el dolor era transmitido a él, él lo detentaba ahora. Era tan ligera que apenas podía decir que la tenía en la mano; era tan pesada que apenas podía sostenerla. Tengo el poder de hacer estallar uno de esos bebés, pensó Coffey. Y, si pasamos a la Fase Tres, tendré que hacerlo. Eso es algo que ningún capitán de submarino atómico en toda la historia ha tenido que hacer nunca…,

utilizar realmente la llave y lanzar una ojiva de combate.

Coffey se guardó la llave en el bolsillo de su cinturón. Se había entrenado tanto con los guantes como con las manos desnudas…, no tenía ningún problema en manipular incluso algo tan pequeño como la llave. Miró a su alrededor…, ninguno de los civiles le había visto cogerla. Bien. Cuantas menos preguntas le hicieran, menos mentiras tendría que contar. Sin embargo, se sintió vagamente decepcionado. Hubiera debido haber alguna ceremonia en el traspaso de la llave. Como si fuera un cetro o una varita mágica…, proporciona más poder del que jamás haya tenido ningún mago.

Vio que Brigman había conseguido controlar a su equipo. El hombre era bueno en lo que hacía, Coffey podía confiar en eso.

—Brigman, tome a sus hombres y siga hacia popa. Divídalos en dos grupos. Sigamos. Tenemos que salir en catorce minutos.

Brigman obedeció sin ninguna pregunta. El hombre sabía cuándo y cómo aceptar una orden. Al igual que yo, pensó Coffey.

Tan pronto como los civiles hubieron salido del centro de control, Coffey se dirigió a la caja fuerte de la pared y, tras consultar la tarjeta de plástico que le habían dado allá en Houston, hizo girar el dial hasta que la puerta se abrió. Dentro había varias carpetas de plástico. Los libros de claves. Excepto un mapa con la localización de todos los submarinos nucleares, que era imposible de conseguir puesto que ni siquiera la Marina lo sabía, aquellas carpetas eran lo que los rusos desearían más tener entre sus manos. Pero ahora estaban en manos de Coffey, lo cual significaba que los rusos nunca las conseguirían. La seguridad de los Estados Unidos estaba a salvo en manos de Coffey.

Comprobó las carpetas, asegurándose de que todo el material estaba allí. Lo estaba. Volvió a colocar los libros de claves en la caja fuerte. Luego tomó una granada submarina de termita, tiró de la anilla de seguridad, la metió en la caja fuerte también, volvió a cerrar la puerta. Retrocedió. Un momento más tarde hubo un destello. Un peligro eliminado. Todavía quedaban más…, los circuitos electrónicos que los expertos soviéticos en hardware podían traducir o imitar. Pero Coffey tenía una buena provisión de granadas de termita.

Bud condujo a sus hombres a lo largo del corredor hasta que llegaron a una escalerilla que conducía hacia abajo. Hacia los misiles. No era necesario que fueran todos para comprobarlos, y por simple seguridad era mejor dejar a los hombres a medio camino, en caso de que algo fuera mal. Además, podían resultar útiles comprobando todos aquellos compartimientos.

—Bien, Barbo, Lew —dijo Bud—. Quiero que os quedéis en este nivel. Comprobadlo todo. Yo y Lioso iremos abajo.

—Muy bien —dijo Barbo. Quedaba sobreentendido que Barbo se hacía cargo de las cosas cuando no estaba Bud.

—Quiero que estéis de nuevo aquí exactamente dentro de diez minutos. —Bud observó cómo Barbo y Finler comprobaban sus relojes. Debajo del agua, diez minutos significaban diez minutos. Ellos no eran ninguna pandilla de chicos prometiendo a su madre reunirse de nuevo con ella en medio del supermercado.

—Diez minutos —dijo Barbo—. De acuerdo. Y una última palabra de advertencia:

—Id con cuidado. —Como si fuera necesario decirlo. Lo que realmente les estaba diciendo era: Me preocupo por vosotros. Quizá no fuera tan diferente como una madre dejando a sus hijos sueltos en el supermercado, después de todo. Bud se dejó caer por un agujero en la cubierta, utilizando las manos para empujarse hacia abajo, los pies primero, por la barandilla. Lioso fue tras él.

Bud había elegido originalmente a Lioso para que fuera con él porque, si algo iba mal, si se encontraban con alguna obstrucción física, Lioso era el más fuerte y voluminoso. Pero ahora se alegró de tenerlo a su lado porque deseaba a Lioso allá donde pudiera vigilarlo. Bud seguía preocupado por la forma como había respondido a los cadáveres en la sala de control. Todo el mundo estaba un poco alterado por ello, pero Lioso había sido el peor. En estos momentos, Lioso se hallaba al límite.

Bud abrió camino a través de un largo, estrecho y claustrofóbico corredor. Había más cadáveres allí, pero Bud empezaba ya a acostumbrarse a ellos. No parecían tan

personales. Sólo formas encogidas, caquis o azules. Llegaron a una compuerta, la abrieron. Al otro lado el espacio era tan grande que sus luces no pudieron hallar ninguna pared al otro lado.

Avanzaron en la oscuridad. Ahora, en vez de paredes, sus luces chocaron con tubos verticales de doce metros, que se extendían a lo largo de tres niveles, divididos por pisos de rejilla de acero. Una visión ojo de pez de una serie de lápices dentro de su caja.

—¿Dónde estamos? —preguntó Lioso.

—En el compartimiento de misiles —dijo Bud—. Éstos son los tubos de lanzamiento. —Le inquietó a Bud que Lioso tuviera que preguntar. Había estado allí cuando recibieron su instrucción. Si Lioso pensara correctamente, lo hubiera reconocido de inmediato.

Barrieron la cámara con sus luces. Era enorme…, casi cuarenta metros de largo. Pero había algo pequeño que llamó su atención. La luz de Lioso incidió en algo que se movía, y lo mismo hizo su mirada. Un marinero vestido con un mono giraba lentamente en la perezosa corriente. A la luz de Lioso, observaron fascinados mientras pequeños cangrejos albinos se arrastraban lentamente por el rostro del hombre. Un cangrejo se escurrió fuera de su abierta boca.

Lioso se estremeció.

—Por Dios Santísimo. ¡Mierda, qué mierda, qué mierda! —Se dio la vuelta, como si intentara escapar. Bud adelantó una mano, sujetó su brazo, le hizo dar de nuevo la vuelta, lo sujetó casco contra casco. Lioso no podía mantenerse quieto, no podía dejar de cerrar y abrir las manos.

—Hey, ¿estás bien? —preguntó Bud. Pero resultaba malditamente claro que no. Lioso estaba hiperventilando de nuevo, y por el aspecto de su rostro Bud se dio cuenta de que estaba a punto de vomitar. Un vómito dentro de un casco era peor que cualquier otra cosa. Podía inutilizar todo el sistema de respiración. Podía matar.

—Profundo y lento, muchacho —dijo Bud—. Profundo y lento. Sólo respira con suavidad.

—Yo…, están todos muertos, Bud. Todo el mundo está muerto.

Correcto, Lioso, pero no sumes el total.

—Voy a llevarte de vuelta fuera —dijo Bud. Era la única decisión sensata. Si ocurría alguna otra cosa, Lioso seguramente se vería sumido en el pánico. Mejor salir ahora, mientras Lioso aún podía nadar por sí mismo.

Pero Lioso sabía lo que eso significaba…, parte del trabajo abortado. Bud tener que llevarlo de vuelta a uno de los Taxis, el Taxi encaminarse de vuelta a la

Deepcore, prematuramente. Algún otro tener que ocupar su lugar y hacer su parte. Un montón de trabajo extra, y todo ello porque Lioso había perdido el control.

—¡No, no, no! Estoy bien. —No quería dar a entender que estaba

bien. Sólo quería dar a entender que no quería volver ahora. Lioso no era un estúpido…, sabía el peligro—. Sólo que no puedo seguir.

Si Lioso hubiera pretendido que podía seguir, Bud hubiera sabido que había perdido el juicio, hubiera insistido en llevarle de vuelta inmediatamente. Pero, puesto que Lioso reconocía sus limitaciones, Bud estaba completamente seguro de que podía confiar en él si se quedaba quieto en algún lugar, sin hacer nada que pudiera arrastrarlo de nuevo al pánico.

—De acuerdo, Lioso. No hay ningún problema. Quédate aquí. Yo debo ir abajo para terminar con esto. Permaneceremos en contacto a través de la luz. Podrás ver mis luces, ¿de acuerdo? —Como un padre diciéndole a su chico que no temiera la oscuridad porque había una luz nocturna enchufada a la pared. Pero era suficiente, era todo lo que Lioso necesitaba ahora. Cuando las cosas empezaban a ir mal debajo del agua, cualquiera podía convertirse en un niño asustado. Había un niño de cinco años dentro de todo el mundo, sólo aguardando a ser asustado y esconderse—. Lo único que tienes que hacer es sujetarte al hilo —dijo Bud—. Si tienes algún problema, da dos tirones, ¿de acuerdo? Cinco minutos más. Relájate, ¿sí?

—Sí. De acuerdo. De acuerdo.

Bud siguió adelante, comprobando la integridad de los tubos de lanzamiento, soltando hilo mientras avanzaba.

Lioso se sentía como un estúpido comemierda. Por supuesto, todo el mundo había estado escuchando. Todo el mundo sabía que había sido Lioso el que había perdido el control, Lioso el que no había podido seguir soportándolo. Sabía que esto podía haberle ocurrido a cualquiera, que todos estaban siempre al límite aquí abajo, que nunca sabías quién iba a estallar. Pero el hecho era que esta vez había sido él, el frío y tranquilo Lioso, e incluso ahora temblaba de tal modo que necesitó un auténtico esfuerzo para respirar lenta y pausadamente. Lo peor era que las luces de Bud no siempre eran visibles. A veces se metía detrás de algo. Y ahora estaba yendo demasiado lejos. Aquella sala era excesivamente grande. Era posible perder las luces en el extremo más alejado de la estancia, si apuntaban en la dirección equivocada. Lioso abrió y cerró las manos. Estoy bien. Bud sigue ahí, tengo el hilo entre las manos. Volverá, sólo lo he perdido un minuto, al menos sigo teniendo

mis luces, todavía puedo ver lo que está ocurriendo excepto que no quiero mirar, no quiero ver… lo que vi antes. Limítate a fijarte en Bud, en sus luces, y…

De pronto, la propia luz de Lioso disminuyó de intensidad y se apagó. No parpadeó, destelló y murió, sino que simplemente

agonizó hasta apagarse, como si estuviera siendo proporcionada por una rata girando en una noria y la rata fuera disminuyendo poco a poco su velocidad hasta detenerse. ¿La energía de una batería

desvaneciéndose? Y ahora estaba solo en la oscuridad. No era un buen suceso. Sabía que el pánico podía apoderarse de él. Sabía que estaba en su mismo filo. De hecho, preocuparse por el pánico era suficiente como para sumirle en él. Era una cosa mala, mala, realmente mala.

—¿Bud? ¡Bud! ¡Acabo de quedarme a oscuras! ¡Bud, Bud! ¿Me oyes?

¿Bud? —Sólo había una absoluta oscuridad a su alrededor. No podía ver nada. Iba a perder el control, lo sabía. Imaginó un cangrejo albino arrastrándose sobre su cuerpo; pudo sentirlo, pese a que sabía que sólo era su imaginación. Imaginó un cangrejo dentro de su casco, tras hallar alguna forma inimaginable de introducirse en él, arrastrándose por su placa facial.

No, gritó en silencio, no pienses en eso. No pienses en el cangrejo deslizándose por el lado de la placa facial y avanzando hacia tu mejilla. No pienses en él arrastrándose por tu rostro, intentando hallar tu boca, intentando meterse dentro.

Las luces de Bud también estaban oscilando, disminuyendo…, pero sin apagarse por completo. No se suponía que aquello pudiera ocurrir, no lo comprendía, no sabía si era peligroso. Pero su primera preocupación fue Lioso…, si le estaba ocurriendo también a él, lo perdería por completo, en aquel mismo momento, y si las luces de Bud se apagaban mientras Lioso se sumía en el pánico, entonces no habría ninguna forma de ayudarle.

—¿Cómo estás, Lioso? ¿Se están apagando tus luces? —Mantén la calma, haz que suene como si no hubiera ningún problema.

Pero Lioso no podía oír a Bud, y Bud no podía oír a Lioso, porque la energía había desaparecido también de su sistema de comunicaciones, tanto UQC como F-O. La explicación era bastante simple. Los constructores extraían su energía de cualquier fuente ambiental, estableciendo cadenas moleculares altamente conductoras para sorberla. No pensaban en ello más de lo que los seres humanos piensan en los latidos de sus corazones o la digestión de sus estómagos. Sabemos que son procesos que se desarrollan constantemente, pero, puesto que nos mantienen con vida, no se nos ocurre que en algunas circunstancias podamos desear detenerlos.

Así que cuando un constructor se acercó a Lioso, sorbiendo reflexivamente la energía ambiental a su alrededor, cortó todas las funciones eléctricas de su traje. No vació sus baterías: eso era energía potencial, no flujo eléctrico. Pero se llevó consigo toda la corriente que enviaban esas baterías. Sabía, por supuesto, que los humanos eran frágiles a aquella profundidad, y que la corriente que estaban usando era probablemente importante para su supervivencia, así que tan pronto como le fue posible redujo sus propias demandas de energía, intentando dejar a los humanos tanta como fuera posible. La suficiente para que sus luces consiguieran brillar débiles. La suficiente para que su regulador de aire siguiera funcionando, aunque torpemente. No la suficiente para que sus F-O pudieran enviar señales lo suficientemente fuertes y claras como para ser traducidas a palabras al otro lado del hilo.

El constructor no había ido al

Montana al encuentro de los humanos. Por todo lo que los constructores sabían, todos los humanos allí estaban muertos, y sus cuerpos y sus memorias habían sido grabados hacía tiempo. La ciudad estaba trabajando intensamente en ello, intentando decodificar la memoria humana y comprender las funciones del extraño y frágil cuerpo humano. Todo lo que averiguaban era inmediatamente diseminado por transferencia directa de memoria entre todos los constructores de aquella ciudad, y a través de los mensajeros sería muy pronto conocido por todas las demás ciudades bajo el mar.

Así que este constructor, como cualquier otro de sus compañeros, sabía que a medida que el peligro de los seres humanos se iba haciendo más y más serio, resultaba cada vez más y más urgente establecer algún tipo de contacto con aquellas criaturas vivas, no sólo con sus muertos abandonados. En aquellos momentos estaba trabajando en las ojivas nucleares de combate del

Montana, estudiando cómo podían ser destruidas sin ser detonadas, cuando captó acercarse el calor y el movimiento y los olores de los seres humanos y sus máquinas, entrando directamente en el submarino. Aquello podía ser importante. Aguardó hasta que dos de ellos entraron directamente en la misma amplia cámara donde él estaba trabajando, aguardó hasta que se separaron, el uno quedándose estacionario, el otro explorando más. Entonces se acercó al estacionario, esperando establecer contacto, usando lo que había aprendido hasta entonces acerca del cuerpo y la mente humanos.

Puesto que no iba en un porteador ni realizaba ninguna función particular especializada, apareció en su estado natural; y puesto que estaba absorbiendo energía no sólo de las baterías de Lioso y Bud, sino también de los vehículos cercanos, resplandecía brillante, con los canales de energía fluyendo a través de él.

Lioso no podía oír nada…, se dio cuenta de que, junto con la pérdida de sus luces, también sus sistemas de comunicación habían quedado mudos. No oía nada de los demás, ni siquiera el chig-chig-chig de sus reguladores controlando el flujo de oxígeno. Estaba solo. Lo único que le quedaba era el hilo que lo unía a Bud. Cuando sus luces empezaron a regresar, dio un tirón del hilo. Seco. Urgente. Con todas sus fuerzas. El hilo se resistió tan testarudamente que seguro que Bud notó el tirón…, con toda la fuerza que le había puesto, igual conseguía arrastrar a Bud de vuelta a su lado.

El tenso hilo se aflojó bruscamente. Lioso se vio empujado hacia atrás con el repentino cese de la tensión. Luego, mientras se recuperaba y tiraba del hilo, vio que había sido cortado a sólo tres metros de distancia. El hilo debió quedar atrapado en algo, y su tirón lo había partido. Probablemente había partido también el F-O de Bud. Bud estaba completamente solo allá abajo. Y Lioso estaba completamente solo aquí arriba.

Miró a su alrededor en la oscuridad, intentando ver el foco del casco de Bud, intentando ver

algo. La histeria estaba a sólo unas cuantas respiraciones rápidas de distancia. Entonces se dio cuenta de una suave radiación que parpadeaba en las paredes, en los tubos de lanzamiento. Procedía de debajo de la rejilla de acero de la cubierta. Bud debía haber ido al nivel inferior, y, ahora que el hilo se había roto, estaba volviendo.

—Bud, ¿eres tú? —preguntó.

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