Abyss

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8 – Ver cosas

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Lioso escudó los ojos y miró hacia la fuente de la luz. Algo no estaba bien. La fuente no era un punto, como el foco frontal de Bud. Era mucho más amplia, más general. Y era demasiado grande para ser Bud, fuera lo que fuese. Oh, Dios, no era Bud, en absoluto. No era una persona, en absoluto. Resplandecía con la luz, y tenía unos enormes e impresionantes hombros —¿o eran alas?—, y sus ojos le estaban mirando, directamente, hasta lo más profundo de su alma. Venía a por él. ¿Cómo lo sabía? Venía a por él, lo deseaba; cuanto más se acercaba, más poderosa era la sensación de temor y pérdida que lo invadía. Todo el mundo estaba muerto, todo el mundo iba a morir, éste era el ángel de la muerte, venía a llevárselo, a llevarse todo lo que había dentro de él, a arrastrarse al interior de su cabeza y devorar su mente como uno de aquellos cangrejos. Lioso gritó y se volvió, tragando desesperadamente aire, clavando mano tras mano por entre los restos del naufragio, intentando alejarse, intentando subir hasta donde estaban Barbo y Finler, allá arriba donde aquella cosa no pudiera verle, no pudiera arrastrarse dentro de su cabeza. Sólo que no podía alejarse, estaba atrapado en algo, estaba atorado…, no,

aquella cosa lo tenía; y entonces su botella golpeó contra la pared, mientras intentaba huir. Y entonces algo fue mal con su mezcla respiratoria. Iba a morir. Aquella cosa, aquel ángel de la muerte, había cortado su suministro de aire, lo estaba matando, iba a morir, igual que los marineros, igual que los hombres muertos que flotaban por todo el submarino.

El constructor intentó comunicarse. Envió zarcillos invisibles a través del agua, tendiéndolos hasta que encontraron al hombre. Luego se deslizaron por encima de su traje, sondeando hasta hallar una abertura lo suficientemente grande como para penetrar por ella. La tensión superficial impedía que el agua penetrara por allí, pero aquellos zarcillos guiados inteligentemente no se vieron bloqueados. Al cabo de unos momentos estaban en el interior del casco del hombre, en el interior de sus oídos y sus fosas nasales. El constructor envió códigos moleculares a lo largo de los zarcillos, que se duplicaron dentro del cerebro del hombre, reordenando lo suficiente los esquemas eléctricos como para enviarle algunas de las memorias que habían tomado de los hombres muertos en el

Montana. Aquello pareció atraer la atención del hombre…, permaneció inmóvil, como helado, mirando al constructor mientras éste se acercaba cada vez más. El constructor no tenía forma de saber que estaba enviando al cerebro de Lioso el pánico a la muerte y la desesperación que habían llenado la mente de uno de los marineros en los momentos finales de su vida.

Mientras tanto, intentó enviar también los mensajes que los decodificadores en la ciudad habían creído que podían funcionar en la comunicación con los humanos. Un mensaje de buenas intenciones, explicando cómo los constructores querían intentar hablar con ellos, introduciendo mensajes químicos en su cerebro. Pero todo lo que el humano parecía hacer era respirar más somera y rápidamente, y luego abrió la boca y provocó una serie de agudas y poderosas vibraciones dentro del casco que encerraba su cabeza. El constructor no comprendió. Al parecer, era imposible comunicarse con aquellas criaturas…, o quizás él lo había hecho mal.

Al menos pudo salvar algo del fracasado intento de contacto. Efectuó un rápido rastreo del estado cerebral de Lioso, luego analizó sus funciones corporales. Aquello podía ser importante, puesto que Lioso era el primer humano vivo que tenían ocasión de examinar. En aquel momento él se dio la vuelta y huyó, luego forcejeó para liberarse de una protuberancia que se había enganchado en su botella, y finalmente, cuando consiguió soltarse, su regulador respiratorio golpeó contra el techo. El constructor pudo decir de inmediato que se hallaba en una condición que amenazaba su vida, con aire insuficiente llegando a sus pulmones, y todo ello empeorado por su rápida y agitada forma de respirar. Inmediatamente, hizo lo que la ciudad había sugerido que podía haber prolongado las vidas de los hombres en el submarino: introdujo cambios químicos en algunas de las moléculas de su cerebro, haciendo que se sumergiera inmediatamente en un profundo y relajado sueño. Duraría como mínimo varias horas, causando muchas menos tensiones en su cuerpo.

Pese a todos sus esfuerzos, el humano había interpretado evidentemente mal sus acciones y había intentado huir. Sin duda, otros harían lo mismo hasta que fuera desarrollada una nueva estrategia de contacto…, y quizás un mejor vocabulario de contacto. Así que lo mejor que podía hacer por el momento era abandonar el submarino hasta que los humanos se hubieran marchado. Aquel humano se mantendría en condiciones hasta que llegaran los otros y arreglaran su equipo, devolviéndolo a un funcionamiento adecuado. Ya podía sentir las nuevas corrientes y captar el sabor más fuerte en el agua, signos claros de que uno de ellos se estaba aproximando. Volvió a hundirse en las profundidades del submarino, luego se unió al porteador y halló su camino de salida de la cámara de misiles.

Cuando Bud se acercó al lugar donde había dejado a Lioso sus luces brillaron fuertes de nuevo, y por los jadeos llenos de pánico de Lioso pudo decir que sus auriculares estaban vivos de nuevo…, UQC en vez de F-O, pero era suficiente a aquella distancia. Descubrió a Lioso casi inmediatamente, agitándose con violencia allá donde yacía en el suelo. Un ataque. Algo iba mal en su sistema respirador.

—¡Lioso! —exclamó—. ¡Lioso! ¡Aguanta!

Bud sabía que tenía que llegar al regulador, encontrar lo que iba mal en él, pero con Lioso agitando violentamente sus recios brazos en todas direcciones era imposible acercarse lo necesario. Entonces llegaron Barbo y Finler, atraídos por los gritos a través de la UQC.

—¡Tiene convulsiones! —exclamó Bud. Inmediatamente empezaron a intentar dominar al robusto hombre, mantenerlo bajo control.

Barbo fue el primero en poder ver claramente el regulador.

—¡Es la mezcla! —gritó—. Demasiado oxígeno.

Fue Bud quien puso las manos en los controles. Finler y Barbo retuvieron a Lioso mientras Bud intentaba ajustar la válvula.

¡Bájala ya, hombre! —gritó Finler.

Mierda, está atascada —dijo Bud—.

¡Mierda mierda mierda!

—¡Lo estamos perdiendo! ¿Lo has conseguido? ¿Lo has conseguido?

La válvula de control cedió, reacia. Aún funcionaba.

—Sí —dijo Bud, mientras bajaba el nivel de oxígeno—. Sí.

En el momento en que la mezcla alcanzó el nivel adecuado, el ataque cedió. El cuerpo de Lioso quedó fláccido. Pero, definitivamente,

no estaba bien. Un ataque como aquél podía causar daños cerebrales permanentes. Algunos terminaban como vegetales, y eran mantenidos con vida mediante maquinas, con sus cerebros desconectados para siempre. Y, aunque no hubiera sufrido daños tan considerables, Lioso no iba a poder hacer nada por sí mismo durante un tiempo.

—Saquémosle de aquí —dijo Bud—. ¡Vamos! ¡Moveos! ¡Cogedlo y llevadlo!

Coffey oyó todo aquello por los auriculares de su casco. Podía afirmar que Brigman tenía el asunto bajo control, que estaba haciendo lo que había que hacer. Coffey no lo hubiera hecho de otro modo…, mantienes a tus hombres con vida siempre que puedes. Lo primero es protegerlos.

Lo que preocupaba a Coffey era la forma en que los auriculares habían quedado muertos por un tiempo. La ligera disminución de las luces. Aquello no era ningún fallo del equipo…, no cuando ocurría a varios hombres a la vez, no cuando todos los equipos habían vuelto a funcionar correctamente al mismo tiempo. Aquello lo asustó hasta los mismos huesos. Si alguien poseía un arma que podía hacer

aquello, que podía alterar el suministro de energía a distancia, entonces estaban metidos en un gran problema. Se hallaban indefensos contra algo como aquello. Imaginó lo mismo en el aire…, algún piloto norteamericano persiguiendo con su caza a un MIG, y de repente su energía se apaga, su ordenador parpadea, y cuando dispara su misil va a cualquier parte, a ninguna parte. Toda nuestra ventaja sobre los rusos estriba en nuestra alta tecnología, que depende absolutamente de la corriente eléctrica. Si ellos pueden alterar eso, entonces no tenemos nada que hacer ante su abrumadora ventaja en fuerza bruta, en cantidad bruta.

La cuestión era: ¿Estaban ellos también aquí abajo? ¿Habían observado el incremento de actividad en el GITMO, sospechado lo que estaba ocurriendo, y hallado alguna forma de arrastrarse por debajo de la tormenta? ¿Quién sabía qué tipo de armas secretas podían tener? Podían hacer cualquier cosa, cualquier cosa. ¿Cómo podía Coffey enfrentarse a ellos si estaban en todas partes, si podían hacer cualquier cosa que desearan?

Lindsey había pasado todo el tiempo recorriendo de arriba abajo la longitud del

Montana, tomando primeros planos en vídeo a fin de que pudiera ser evaluada la extensión de los daños. Sabía que sus imágenes serían esenciales para planear cualquier eventual flotación del casco. Probablemente el

Montana tendría que ser elevado en dos secciones, la casi rota proa por un lado y la parte principal por el otro.

Lindsey se acercaba a la proa cuando oyó una cierta confusión en sus auriculares. Puesto que no podía ver lo que estaba ocurriendo, las voces no tenían ningún sentido. Alguien sufría convulsiones. Malo, pero no sabía lo que estaba ocurriendo, así que no podía tomar ninguna medida útil. Pudo oír la voz de Bud entre las otras.

—Bud, ¿me escuchas? ¿Bud?

Pero la única respuesta que obtuvo fue la de Una Noche en el Fondoplano.

—¿Ves a los buceadores? ¿Todavía no han salido? —Lo cual significaba que Una Noche no sabía más que ella.

Lindsey fue a responder, pero en aquel momento sus luces disminuyeron de intensidad y sus propulsores perdieron potencia. El Taxi Uno derivó en el agua, sin responder a sus controles. Intentó comprobar los fusibles y mover conmutadores, pero no sirvió de nada. Entonces vio algo a través de la ventana del domo que le hizo olvidar por un momento todo lo demás. Una brillante luz estaba formando como una corona en torno a la aleta del

Montana, y luego de la luz emergió… algo. Algo luminoso, reticulado, y que se movía increíblemente rápido a través del agua, directo hacia ella.

Y luego hubo pasado, antes de que pudiera captar claramente su estructura o siquiera su tamaño. Ahora no era más que una deslumbrante luz con algo duro y glaseado en su centro. Magenta y púrpura, colores tan tenues que normalmente no podían ser vistos a más de unos pocos metros bajo el agua. Y ella estaba viendo una luz de ese color a decenas, centenares de metros de distancia de su fuente. Fuera lo que fuese, era

brillante. Lindsey inclinó la cabeza en un ángulo extraño frente a la burbuja del Taxi Uno, intentando seguirla con los ojos. Pero al cabo de un momento estaba demasiado lejos. No había nada que ver.

Sabía —

sabía— que aquello no era nada hecho por la mano del hombre. No estaba diseñado por ninguna mente humana. Sólo había captado un atisbo de ello, pero sabía que no existía ningún material, ni estructura, ni motor, ni fuente de luz jamás concebida por mente humana que pudiera hacer lo que aquello había hecho. Moverse tan aprisa, sorber la energía del Taxi Uno, lanzar tanta luz de alta frecuencia. Aquello era algo

nuevo, extraño, imposible. Y, sin embargo, lo había visto con sus propios ojos.

Mientras se tensaba para verlo, el Taxi Uno golpeó contra un saliente de la aleta; el impulso fue suficiente como para hacerla tambalearse, a punto de caer. El cieno se alzó inmediatamente del fondo marino, oscureciendo su visión. Debía comprobar inmediatamente la integridad del casco, la flotabilidad, asegurarse de que no se había producido ningún daño…, sabía eso, pero no podía apartar los ojos de la cosa mientras el aparato se apartaba del borde y caía, directo hacia el abismo. La voz de Bud resonó fuerte en sus auriculares.

—¡Taxi Uno! ¡Taxi Uno! Reúnete conmigo en el Fondoplano.

¡Es una emergencia de buceo! ¿Me has entendido? ¿Lindsey?

Fuera lo que fuese aquello, tendría que esperar. Las emergencias de buceo pasaban por delante de todo. Incluso de las visiones y milagros.

—Entendido, Bud. Voy para allá. —Si puedo.

Pudo. Ahora que la cosa había desaparecido, volvía a tener energía. El Taxi Uno respondió normalmente, no había sido nada más que un ligero golpe. Se encaminó hacia el Fondoplano tan rápido como le permitía el sumergible. Siempre le había parecido bastante rápido. Pero, después de la cosa que había visto pasar por su lado, tuvo la impresión de que era insoportablemente lento.

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