+21

+21


7. No es una cita

Página 10 de 57

7

No es una cita

Mérida

Observo en silencio cómo Dawson desinfecta la herida del ala rota del Señor Enrique. Mueve el hisopo con mucha precisión y cuidado para no hacerle daño al ave, que, tras unos susurros calmantes y unas pocas caricias, deja de chirriar tanto y se siente segura a su cargo.

—Así que ¿cuál es la historia? —pregunta, rompiendo el silencio.

Y necesito unos segundos para darme cuenta de que se refiere a cómo el pájaro llegó hasta mí.

—Nuestra gata Boo fue a buscarme a la habitación y me llevó al jardín, donde Leona ladraba histérica como si me pidiera que salvara una vida. Luego entendí que se trataba del pajarito y actué según lo que me pareció más adecuado y vine aquí tan rápido como pude. Pobrecito —digo estirando el dedo de forma tentativa y acariciando la cabeza de mi nuevo amigo, Enrique.

—Lo rescataste. —Alza la vista y me sonríe antes de tomar un polvo y aplicárselo—. Lo salvaste.

—Parecía lo correcto.

—No todos habrían actuado tan rápido ni corrido a una clínica veterinaria tan cara.

Mi respuesta es encogerme de hombros incluso si él no puede verme. Acaricio otro poco al Señor Enrique y luego me detengo para que el chico pueda trabajar mejor.

—¿Qué es ese polvo?

—Es polvo astringente. Además de detenerle la hemorragia, sirve de analgésico para que no sienta dolor. Imagina que es como partirte los huesos del brazo.

—Qué doloroso.

—Lo es, pero este amiguito lo hará muy bien, estoy seguro de ello.

Dejo ir una lenta respiración de alivio, y él alza la vista y me mira con una pequeña sonrisa que me hace tragar fuerte.

—Tu preocupación era palpable.

—Tenía miedo de que muriera de camino aquí… Por cierto, ¿es macho o hembra?

—Acertaste en el nombre, es macho.

El pájaro se queja del polvo y Dawson me hace saber que le ocasiona algo de dolor, pero luego surte efecto y el pájaro está más calmado cuando comienza a aplicarle un vendaje.

—En YouTube hay tutoriales que podrían haberte ayudado, la mayoría de las personas se creen veterinarios haciendo eso y a veces le ocasionan daño al animal en lugar de ayudarlo, pese a las buenas intenciones —me dice.

—Ni siquiera se me pasó por la cabeza y francamente no quería correr riesgos. Podría haberlo asfixiado intentando vendarlo como lo estás haciendo tú.

—Por suerte eso no ocurrió. —Corta la venda—. Estamos listos, paciente atendido con éxito.

De nuevo suelto una respiración llena de alivio, y él centra su atención en mí.

—El cuidado es muy importante, supongo que te lo quedarás durante su recuperación.

En teoría tendría que preguntarle a mi mamá, pero me encuentro asintiendo porque el Señor Enrique ya se convirtió en mi responsabilidad.

—Debes tener mucho cuidado cuando beba agua debido a que la venda lo mantiene restringido y podría perder el equilibrio.

—¿Y morir ahogado? —digo con horror, y él asiente—. Eso sería traumático para mí.

—Sí que lo sería. —Está de acuerdo—. El ala podría tardar aproximadamente cuatro semanas en sanar, puede ser menos o un poco más, y tendrás que cambiarle la venda de forma semanal o si notas que se ha ensuciado. Te explicaré cómo hacerlo.

—Podrías… —Me detengo abruptamente con vergüenza.

—¿Sí?

—Me da miedo hacerlo mal o asfixiarlo. ¿Tal vez podrías hacerlo por mí? ¡Te pagaré!

Hay un breve silencio. Parece estar pensándolo y luego asiente con lentitud. De nuevo respiro profundamente con alivio.

—La alimentación es importante. Necesita ingerir vitaminas y minerales, eso ayudará a que la recuperación sea más rápida. Ahora, necesitamos averiguar su especie para que sean los alimentos adecuados. Me hago una idea del tipo de ave que es, pero quisiera confirmarlo primero.

»Es importante que no olvides que está vulnerable, por lo que dejarlo libre frente a tu gata o tu perra no es recomendable incluso si son inofensivas, y tampoco en jardines o en zonas donde no puedas supervisarlo, porque cualquier depredador podría ir a por él.

—Lo que también me resultaría traumático.

—Seguramente. —Creo detectar un brillo de diversión en su mirada—. No podemos mantenerlo en ese envase de comida.

—Lo siento, fue lo primero que tomé.

—Y está muy bien todo lo que hiciste, tus instintos actuaron bien. Déjame ir a por una caja, ahora vuelvo.

Asiento y me mantengo con el pájaro mientras Dawson sale del consultorio. El Señor Enrique parece relajado, debe de ser por el analgésico; de hecho, hace un leve silbido que me hace sonreír.

—Ah, parece que ahora tenemos un silbador con nosotros —dice Dawson al volver con una caja mediana llena de agujeros.

Toma mi camisa, la acomoda y luego carga con cuidado al pájaro. Consigue que beba agua de un vaso recortado y después lo ubica dentro de la caja y me la entrega con cuidado. Se sienta detrás de su escritorio y yo frente a él mientras busca algo en su computadora y sonríe cuando parece que lo encuentra.

—¡Lo sabía! Es un mirlo, lo llaman el Beethoven de los pájaros.

—¡Guau! Señor Enrique, eres supertalentoso —le digo al pájaro en la caja, y Dawson ríe por lo bajo—. ¿Por qué lo llaman así?

—Porque es capaz de aprender muchísimos cantos, es sumamente inteligente e incluso crea melodías bien trabajadas por sí solo.

—¿Estás diciéndome que tengo en mis manos a un superpájaro?

—Algo así. —Sonríe—. No suelen ser comunes como mascotas y, de hecho, no está permitido tenerlo en hogares que los restrinjan, pero eso no será un problema, ya que en cuanto su ala se recupere lo dejarás en libertad, ¿correcto?

—Muy correcto. —Hago una pausa—. Entonces ¿aprenderá cualquier canción que yo cante?

—Posiblemente.

Bajo la vista a esta especie extraordinaria digna de concursos de televisión. Qué impresionante es la naturaleza.

—Y aunque vengas de rodillas y me implores y me pidas, aunque vengas y me llores que te absuelva y te perdone —canto mirando al pájaro—, aunque a mí me causes pena, te he tirado tus cadenas y te dedico esta ranchera por ser el último adiós.

Ya sabes, es una canción de Paulina Rubio muy personal que canté comiendo helado la primera semana que dejé a Francisco de forma definitiva. Miro con expectación al pájaro y, en efecto, comienza a emitir un silbido con la tonalidad de la canción.

—¡Virgencita divina! ¡Está cantándola! —digo con emoción, y me giro hacia Dawson, que simplemente me mira—. ¡Está cantando!

—Lo hace —me dice antes de morderse el labio inferior y suspirar—. ¿Te queda alguna duda sobre el Señor… Enrique?

—No, no, todo me queda superclaro. —Me pongo de pie con mi caja preciada—. ¿Cuándo debo traerlo para la venda?

—El próximo martes o antes si se ensucia. —Rodea el escritorio para darle un vistazo al pájaro—. De todas maneras, estaré monitoreándolo por mensajes, ¿de acuerdo?

—De acuerdo.

—Y ahí organizamos si la consulta será aquí o a domicilio. Me avisas de absolutamente todo, cualquier cosa no dudes en notificarme, y mantén la caja limpia.

—Entendido. —Asiento muchas veces almacenando la información, y entonces recuerdo algo—. Oye, me da mucha vergüenza decirte esto.

—¿El qué?

—Es que salí deprisa y no tomé mi cartera. ¿Puedo hacer una transfe­rencia?

—Oh, sí, eso háblalo con Susana, ya sabes, la recepcionista.

—Perfecto. —Le sonrío y me devuelve el gesto.

Y durante unos segundos nos quedamos sonriéndonos. Luego ambos desviamos la mirada al darnos cuenta de que eso ha sido extraño.

—Así que eso sería todo —me dice.

—Vale, pues el Señor Enrique y yo ya nos vamos.

Giro y abro la puerta. Apenas he dado un paso cuando dice mi nombre y al volverme lo encuentro sonriendo.

—Gracias por haber confiado en mí.

—Gracias a ti, doctor Harris, hiciste un trabajo genial.

De nuevo nos sonreímos, y luego voy a recepción para hacer el pago por transferencia con mi nuevo cantante superviviente, que será un residente temporal en casa.

Dawson: Envíame una foto de la venda para ver lo sucia que está.

Es domingo y he tenido un colapso aterrador cuando ha amanecido y, después de atender a Perry el Hámster, fui a revisar a nuestro huésped y me lo encontré con el vendaje manchado. Él estaba silbando tan tranquilo, lo que me dio algo de alivio, pero no dudé en escribirle a Dawson porque todos los días le envío una actualización del Señor Enrique o él me escribe para estar al día.

Tomo una foto de mi amigo de plumas y se la envío, y su respuesta no tarda en llegar.

Dawson: necesita un cambio de vendaje

Dawson: hoy la clínica solo abre para emergencias. ¿Te parece bien que vaya y lo cambie? Siempre puedes intentarlo con un vídeo que te envíe

Mérida: ¡No, no! Ven tú y hazlo por favor me da miedo lastimarlo

Dawson: bien envía tu dirección

Dawson: estaré ahí dentro de dos horas cuando me desocupe

Y eso hago, le envío la dirección y luego tomo la caja donde está el Señor Enrique junto a Perry el Hámster —que lo saco de su supercasa— y bajo a desayunar con su compañía y a verificar que Leona esté bien. Boo se encuentra debajo de mi cama.

Dejo a Perry disfrutando en su casita de juegos ubicada en el jardín y desayuno con la caja a un lado después de ponerle comida y agua. Como con lentitud y veo que Leona ha aparecido para gruñirme. Suspiro.

—¿Ahora por qué me odias, perra mimosa? ¿No te parece que hago demasiadas cosas por ti como para que me odies?

Ladra y luego se postra en el suelo sin perderme de vista. Es muy incómoda e intensa, así que trato de ignorarla.

Justo cuando termino de lavar el plato en el que comí, suena el timbre y Leona —que no ladra cuando debería— camina de forma odiosa hacia la puerta esperando que la abra. Cuando lo hago, ahí se encuentra Dawson.

Lleva un pantalón de chándal negro y camisa blanca debajo de un suéter negro. Además, trae el cabello despeinado y se ve… demasiado bien, lo cual no necesito notar.

—Hola, Mérida del Valle. —Le devuelvo el saludo y baja la vista a la perra, que lo mira con interés y amabilidad—. Y hola, Leona, veo que te estás recuperando muy bien de tu corte de cabello.

Se agacha y le acaricia el pelaje, cosa que a ella le encanta, porque se vuelve mansita. Un maullido resuena justo antes de que Boo aparezca y retoce por las piernas de Dawson en un ronroneo, y él también la acaricia mientras sonríen. ¿Qué es? ¿El domador de animales odiosos?

Me aclaro la garganta para llamar su atención, cosa que consigo. Se pone de pie y lo hago pasar y lo guío hacia el paciente. Él toma asiento al lado del pájaro y abre su mochila y saca lo que necesita para atenderlo mientras le hago un resumen más extenso de cómo han ido sus cuidados de la semana.

—Lo has estado haciendo muy bien, se ve saludable.

—Y no ha muerto ahogado ni se lo han comido los depredadores.

—Felicidades por eso —me dice con un tono de diversión, y se pone unos guantes.

Leona vuelve a acercarse a él e intento alejarla, pero gruñe. Aun así, no me intimido y la alejo, y ella me mira con desprecio.

—Déjalo trabajar, deja de ser una perra desesperada de atención —le reprendo, y ella me ladra.

Veo que nuestro querido doctor Harris procede con delicadeza a cambiar el vendaje, y es que ni viéndolo mil veces aprenderé a hacerlo con tanta destreza como él. «Oh, Dawson, mi héroe».

Cuando termina, le acaricia con el pulgar la cabeza y el Señor Enrique comienza a cantar una canción que reconozco, y me emociono.

—Las divinas, las divinas brillan, brillan como stars. Fuera feas, fuera feas, para ustedes no hay lugar —canto al ritmo del Señor Enrique—. Nadie pasa de esta esquina, aquí mandan las divinas, porque somos gasolina, gasolina de verdad.

»¡Muy bien, Señor Enrique! —Y él cambia a otro canto que me hace emitir una exhalación de emoción—. Si te he fallado, te pido perdón de la única forma que sé, abriendo las puertas de mi corazón para cuando decidas volver. Porque nunca habrá nadie que pueda llenar el vacío que dejaste en mí. —Me llevo una mano al pecho—. Has cambiado mi vida, me has hecho crecer, es que no soy el mismo de ayer. Un día es un siglo sin ti.

Repite la estrofa una y otra vez, y yo lo miro embelesada. Amo a este pájaro talentoso, en serio, debería tener su propia discografía. Es muy inteligente, en menos de una semana ha absorbido varias de las canciones que le pongo todo el día, y cuando tarareo o hago algún sonido melódico, intenta imitarlo.

—¡Vaya! Parece que lo has estado entrenando.

Me paralizo al recordar que Dawson está aquí. ¡Oh, Virgencita! Qué vergonzoso, evito su mirada.

—Eso fue lindo —comenta, y aunque no lo veo, tal vez él podría estar sonriendo mientras me sonrojo—. Tienes una bonita voz.

—No quiebro ventanas, pero tampoco evoco a los ángeles —digo con timidez, y eso lo hace reír por lo bajo.

—Bueno, señorita que hace duetos con pájaros, por aquí estamos listos. —Lo devuelve a la caja—. Estás haciendo un buen trabajo.

—¿Quieres algo de beber? También tengo galletas hechas por mí… Bueno, hechas por mí con una mezcla de cartón —confieso—. Tengo jugo, gaseosas, agua con gas, sin gas, vino que le robé a mi madre y té.

—Un té estaría bien.

—¿Té helado o té pretencioso de taza?

—Té helado —responde divertido.

—Bien, ahora vuelvo.

Servir té helado no tiene mucha ciencia ni complicaciones, por lo que no tardo en volver con el vaso, y me encuentro a la perra y a la gata retozando a los pies de Dawson de forma encantadora. Boo no deja de ronronear, y Leona está echada como si cuidara de algún rey.

—Aquí tienes. —Le entrego el vaso y me siento en el sofá individual frente a él observando a mis animales—. Es ofensivo presenciar tanto cariño hacia un desconocido. No te molestes, pero es que yo he recibido desprecio y trato de sirvienta en la época feudal por parte de ellas.

—Me parecen encantadoras y bonitas. Tu british shorthair está preciosa —dice acariciando a la gata detrás de la oreja.

—Sí, pero no está tan preciosa cuando se esconde debajo de la cama de noche o cuando de madrugada la encuentro en la oscuridad con esos ojos amarillos brillando de forma espeluznante.

—¿Cuántos años tiene?

—Cuatro, casi cinco.

—¿Y siempre ha tenido esa peculiar relación contigo?

—Sí, siempre me ha considerado su esclava y siempre duermo con un ojo abierto por si decide, ya sabes, matarme.

—No te matará, es una dulzura. Tal vez te vea como una hermana a la que fastidiar.

—¿Me estás llamando gata? —pregunto con el ceño fruncido, y él no responde.

—Pero ¿te gustan los animales?

—Sí. —Sonrío—. De hecho, yo las quiero —digo haciendo un gesto con la cabeza hacia las traidoras— y sé que ellas me quieren a su manera. Perry el Hámster es de mis más grandes amores, y ahora también quiero al Señor Enrique.

»Siempre fue así, desde que era pequeña. Mis abuelos odiaban que llegara a casa con animales abandonados o heridos, y aquí siempre que puedo paso por un refugio de animales a ayudar.

Alza la vista y la enfoca en mí mientras hablo y bebe su té helado. Por alguna razón, sigo con la mirada la forma en la que su garganta se mueve al tragar.

—Hice el trato con mi mamá de que dejaría de traer animales abandonados en la calle siempre que ella aportara alguna ayuda monetaria al refugio adonde los llevo. Y ha funcionado, mensualmente hace una donación y consiguió que algunos de sus colegas también lo hagan.

—¿Ama a los animales tanto como tú?

—De hecho, sí, solo que es un poco selectiva a la hora de tenerlos, pero le gustan muchos. Si viera una cucaracha, no la mataría… Yo sí, me declaro culpable, pero es que me dan mucho asco.

—Está genial lo del refugio. ¿A cuál patrocinan? —pregunta y, cuando respondo, asiente en reconocimiento y me explica que los domingos ayuda en otro refugio de la ciudad—. Tal vez podrías venir conmigo algún día.

Suena a una cita y no soy la única que lo nota, porque se aclara la garganta.

—Quiero decir no como una cita.

Au.

—No es que no quisiera tener una cita contigo ni nada.

¿Eh?

—Pero no es una cita… Solo creo que lo pasaríamos genial.

Suena como una cita.

—Pero no así como una cita, más como… Como…

—¿Como dos personas ayudando en un refugio de animales? —Tanteo.

—¡Exacto! —Respira hondo—. Lo siento, no quise parecer extraño.

Sonrío antes de morderme el labio inferior y bajo la mirada hacia el suelo porque no me ha parecido extraño, sino que me ha parecido superlindo.

—Eso me gustaría, podría ser el próximo domingo —propongo—. Y no es una cita.

—Podría pasar a cambiar el vendaje del Señor Enrique y de aquí vamos al refugio, que no será una cita.

—Entendido. —Me río.

Se hacen unos segundos de silencio, y prometo que Boo me mira como si me preguntara si soy estúpida por creer que tengo derecho a salir con el chico que le gusta o como si pensara que soy estúpida por no salir con el chico que le gusta. Gata desgraciada.

—¿Martin volvió a contactar contigo de alguna manera durante todo este tiempo?

—No, pero tal vez sea porque me eliminé la aplicación. —Me encojo de hombros—. Quedé un poco asustada después de eso.

—No todas son malas experiencias.

—No quise correr el riesgo. ¿Qué hay de ti? ¿Recuperaron la amistad?

—No, ha intentado contactarme, pero lo he estado ignorando y el día que tuve que ir de nuevo a la universidad no lo vi. Fui honesto sobre no querer saber nada de él.

—Si necesitas reemplazar ese puesto de amigo, tenme en cuenta, por favor —bromeo—, estoy buscando vacantes de amistad.

—Te gustan los animales, eres divertida y vives en Londres, me sirve. Puedes ser mi amiga.

No sé si bromea o si lo dice en serio, pero eso me enciende de emoción como un arbolito de Navidad.

—Acepto —digo, y él simplemente me mira—. Acepto ser tu amiga.

Todo lo que hace es sonreírme antes de lamerse los labios y mirar hacia el techo. No sé qué estará pensando, pero cuando baja la vista la sonrisa todavía está ahí.

—Tengo que irme, ¿de acuerdo? Sigue informándome sobre la evolución de Enrique.

Se pone de pie y yo también lo hago, y lo sigo igual que Boo y Leona hasta la puerta. Estoy segura de que, si pudiera, el Señor Enrique también lo seguiría.

—Te haré la transferencia —digo después de abrir la puerta—. Gracias por venir, es un domingo y no todos lo habrían hecho.

—No hay problema.

—Lo veo el próximo domingo para la no cita, doctor Harris.

—Nos vemos —dice con una sonrisa—, Mérida del Valle.

Sonrío mientras veo su espalda alejarse y casi suspiro, pero me detengo porque se me prohíbe suspirar por mi nuevo amigo, ¿verdad?

Ir a la siguiente página

Report Page