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8. Oh, no, Dawson está en problemas

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Oh, no, Dawson está en problemas

Dawson

—¡Basta! —le pido riendo a Ophelia, que intenta hacerme cosquillas.

Mi amiga y yo nos encontramos en el sofá de mi casa. Lo que comenzó como un juego de picarnos con el dedo ha terminado en cosquillas, y ahora ella está trepando sobre mí mientras insiste y yo estoy riendo.

Conocí a Ophelia en una fiesta de primer año y por alguna razón nos hicimos amigos. Es una castaña linda de ojos verdes que siempre tiene buena actitud y una dulce sonrisa. En serio, es como la persona más buena del mundo. Pese a que suelo tener romances fugaces y duraderos, nunca he dado ese tipo de paso con ella porque aprecio nuestra amistad y una follada o una aventura no vale la pérdida de amistad, ya que soy consciente de que no tengo sentimientos románticos hacia ella y ella no se siente igual. Puede que haya tensión entre nosotros, como ahora que básicamente está a horcajadas sobre mí, pero eso es normal considerando que la encuentro atractiva y que me parece una buena persona. Sin embargo, puedo resistirme e ignorarlo.

Deja de retorcerse sobre mí y ambos respiramos en jadeos mientras le sostengo las manos entre nuestros cuerpos. Su cabello es un desastre, y tiene el rostro muy cerca del mío. Es un momento con mucha tensión, y creo ver algo en su mirada que me hace tragar saliva, porque espero que esté pensando en ignorarlo, como hago yo, porque de verdad que no hay nada romántico entre nosotros. Sé que no la quiero de esa forma y que intentarlo tampoco funcionará.

—¿Qué hacen?

La voz de Holden, mi hermano mayor, nos sobresalta, y básicamente la lanzo fuera de mi regazo al sofá mientras él nos observa de pie con una sonrisa llena de picardía. Me aclaro la garganta porque no quiero que se malinterprete, pero aclararlo demasiado solo le dará rienda suelta a Holden para convertirlo en algo más grande o algo que no es, lo conozco muy bien.

—¿Qué haces aquí?

—Hayley me invitó a probar lo que sea que horneará —responde mi hermano mayor.

—Salió a por unos ingredientes —le hago saber, relajándome en el sofá, y noto la mirada de Ophelia.

—Ah, de acuerdo —dice, y se sienta en el sofá individual—. Creo que te recuerdo —añade, mirando a mi amiga.

—Sí, nos conocemos.

—Eso creí. Se veían bastante amistosos.

—Es porque somos amigos —resalto, y él sonríe.

—Creo que ya me iré, tengo libros que leer para mi clase. No todos conseguimos terminar la uni tan rápido —comenta Ophelia poniéndose de pie, y yo también lo hago—. Hasta luego, Holden.

—Te veo luego…, eh…, cariño —termina por decir, porque no recuerda su nombre.

Le hago un gesto con los ojos que quiere decir: «Eres un imbécil», y él se encoge de hombros. Camino detrás de Ophelia y la acompaño hacia su auto, que está estacionado frente a la casa, y nos detenemos a un costado de la puerta del conductor después de que la abra.

—Extraño verte más a menudo, es raro que no estés en la uni.

—Ahora soy un hombre trabajador. —Sonrío.

—Pero sigues yendo de fiesta, solo que no me avisas.

No lo hago porque cuando voy de fiesta estoy en plan conquistador para dejar que pase lo que tenga que pasar, y me sienta mal hacerla ir juntos para luego dejarla sola. Creo que no resulta positivo para ninguno de los dos, y desde que supe que en una fiesta se emborrachó y besó a Drake en su habitación pensando que era yo, decidí poner un poco de distancia entre nosotros sin terminar la amistad para enviarle el mensaje de que somos amigos y eso es todo lo que podemos ser.

Ella no sabe que yo sé lo que sucedió aquella noche. Mi copia mal hecha la auxilió porque estaba superebria y se supone que ella iba a dormir en mi habitación, solo que mi puerta tenía seguro y no pudo entrar, así que él la llevó a su cuarto para que usara su cama, pero Ophelia tenía otros planes y lo atacó con su boca en una neblina pensándose que mi hermano, cuyos tatuajes eran visibles en un brazo, era yo. Le hizo prometer a Drake que no me lo diría, pero nuestra conexión y honestidad está por encima de cualquier promesa hecha a terceros. Sin embargo, nunca he mencionado que lo sé.

Aquí las cosas no son como la complicidad y la amistad que Alaska y Drake tenían mientras se amaban en secreto. Soy honesto cuando digo que entre nosotros no pasará nada romántico.

—Espero que no pasen siglos hasta que nos veamos de nuevo. —Me da un toquecito en el brazo.

—Fueron como dos semanas.

—Una eternidad —dice, acortando la distancia y dándome un abrazo, y yo se lo devuelvo de forma breve.

—Te veo pronto, conduce con cuidado.

Me mira durante unos pocos segundos antes de suspirar y subirse al auto. No entro en casa hasta que su auto dobla la calle, y apenas entro, Holden comienza un interrogatorio.

—¿Tienen algún romance apasionado?

—No.

—¿Un romance tierno?

—No.

—¿Un romance sin compromisos?

—No hay ningún tipo de romance entre Ophelia y yo.

—Ah… ¿Y con Merida?

Me giro para mirarlo con demasiada rapidez, y él sonríe y sostiene mi teléfono frente a mí. Pero ¿cuándo…? Debió de caerse en el sofá con todo el desorden que tenía con Ophelia.

—Te escribió un «¿Puedes hablar?» y una carita de ojitos suplicantes.

—No se pronuncia así, se llama Mérida —corrijo. No es que lo haga mucho mejor que él, pero destaco la diferencia—. Y dame el teléfono.

—Oh, así que nos importa.

—No hables en plural. —Intento tomar el móvil, y él se ríe y lo aleja.

—¿Quién es? ¿Ya la invitaste a salir? ¿Sabe que te gusta?

Gruño y logro arrancarle el teléfono, pero sonríe mientras me mira con picardía y no deja de hacer preguntas, que yo ignoro. Subo rápido las escaleras y me encierro en mi habitación para que no pueda venir a seguir molestándome.

No quiero que Holden sepa que nos conocimos por Martin, porque hace tiempo, cuando sucedió lo de Leah, él me advirtió de que debía terminar esa amistad y también mencionó que había perdido mis bolas por haber hecho la estúpida promesa de no invitarla a salir.

Me tiro a la cama y desbloqueo el teléfono y, en efecto, tengo un mensaje de Mérida. No sé muy bien si estamos consiguiendo eso de ser amigos, pero después de hablar del pájaro charlamos de otras cosas más casuales y a veces divertidas. Además, tenemos todo este asunto de la no cita del domingo.

Me planteo si responder el mensaje o llamarla, pero hago esto último, y ella contesta cuando ya estaba a instantes de colgar.

—¿En qué puedo ayudar? —pregunto después de saludar.

—Estoy muy cabreada y mi amiga Sarah se encuentra sin batería, por lo que no me puedo desahogar.

—De acuerdo. —Acomodo la almohada debajo de mi cabeza—. ¿Qué sucede?

—Soy socialmente incómoda, no me gusta hablar en público, soy tímida y los chicos guapos hacen que me cueste decir cosas.

¿Tímida? Sí noto algunos gestos de timidez, pero estamos hablando de la misma chica que se pone a cantar en español, y sobre lo de los chicos guapos…

—¿Estás diciendo que soy feo y que por eso hablas conmigo con total normalidad? —interrumpo su discurso.

—No eres feo, eres…

—¿Soy…? —Sonrío.

—Atractivo, lindo, sexi —dice con rapidez—, pero la cuestión es que mamá me hizo ir a un evento social con uno de sus colegas y estaban sus dos hijos. Sexis y hermosos, pero unos idiotas.

»Estuvieron molestando toda la noche diciendo que no hablo, que soy silenciosa, y luego… Luego dijeron que igual no necesito hablar para chupársela o gritar de placer. —Al decir esto último alza la voz—. Y literalmente me propusieron hacer eso.

No me queda claro cuándo pasamos de tener una relación de falso acosador y mujer engañada a una de novios de mentira, haciendo una parada en una relación de veterinario y representante de paciente y terminando en esta conversación. Supongo que, en efecto, quizás somos amigos, aunque no sé cuándo ni cómo sucedió.

—Fue denigrante la manera en la que lo dijeron, así que la timidez desapareció por mi enojo y les grité, y mamá me acusó de protagonizar una escena vergonzosa, pero es porque no escuchó lo que me dijeron, y llegué furiosa a casa e hice una locura.

—¿Qué hiciste?

—Le pedí salir a Kellan. —Hace una pausa—. Es un estudiante dos años mayor y me parece atractivo. Le envié un mensaje por Instagram y me respondió, pero no he sido capaz de abrir el mensaje.

Hummm, así que invitó a salir a alguien, qué interesante. Como «amigo» tengo que decir algo, ¿correcto?

—Abre el mensaje, estaré desde aquí dándote apoyo.

—Pero ¿qué pasa si dice que no?

¿Quién le diría que no? Es hermosa, sexi y divertida. Además, le gusta ser buena con los animales.

—No creo que te diga que no, pero si lo hace, pasas de él y ya está.

—Lo haces sonar fácil.

—No tiene que ser difícil. ¡Vamos! Ábrelo.

Parece estar de acuerdo y me pide que espere mientras lo hace. Más le vale que le haya aceptado la invitación, porque en serio tendría que ser un idiota para no hacerlo.

—Dawson —susurra.

—¿Sí?

—Dijo que sí, Kellan dijo que sí… Me dijo que sería genial y que le haga saber cuándo estoy disponible.

Medio sonrío escuchando su risa nerviosa.

—¿Ves? Sabía que diría que sí.

—No pensé que llegaría tan lejos. ¿Qué le respondo?

—Dile algo muy casual del tipo «Será divertido» y finaliza con que ya hablarán pronto para organizarse, sin emoticones de corazón.

—¿Por qué?

—Porque es la primera vez que hablan y no quieres verte empalagosa.

—¿Te molestaría si te enviara un corazón? ¿Me considerarías empalagosa?

—A mí no, pero no todos son yo.

—Uy, cuidado. —Se ríe—. Listo, enviado. No me puedo creer que tendré una cita con Kellan y tampoco que seas el primero en saberlo. Lamento si te incomodé, ni siquiera sé por qué no me da vergüenza contigo cuando eres físicamente tan guau.

—¿Tan guau?

—Muy guau… ¿Tienes novia?

—No.

—¿Por qué?

—Porque no me interesa en este momento, no estoy enfocado en conseguir una relación.

Se hacen unos extraños segundos antes de que se aclare la garganta.

—Bueno, voy a colgar —dice con suavidad—. Gracias por esto… Te veo el domingo.

—Te veo el domingo —respondo antes de que la llamada termine.

Entonces, justo al colgar, llega un mensaje de Leah por Instagram.

Leah Ferguson: Hola extraño ¿Podemos hablar?

Tardo en responder porque aún parece todo un poco extraño, pero finalmente lo hago.

Dawson Harris: aquí ya es tarde, Leah pero me encantaría hablar contigo pronto

Leah Ferguson: hablamos pronto

Le envío un emoji y dejo el teléfono a un lado, y luego me giro en la cama y me ordeno dormir.

¿Cómo es que los días están avanzando tan rápido? Me parece insólito que ya sea domingo.

Tomo mi mochila, bajo del auto que comparto con Drake y, antes de que pueda presionar el timbre, escucho unos histéricos ladridos.

—¡Leona! No seas grosera conmigo, solo quiero que nos tomemos una foto para enviársela a mamá —grita la voz de Mérida—. ¿Por qué me odias si yo te amo? ¡Leona, ven aquí!

»Señora Jane, ¿puede pedirle que se tome una foto conmigo? Ella no me lo permite, dígale que me duele.

Hay un silencio antes de que Mérida grite con frustración.

—Cría cuervos y te sacarán los ojos —exclama en español—. Eso es lo que me hace Leona.

Quiero tener un mejor contexto de toda esta situación, así que presiono el timbre y abre la puerta una señora con el cabello rubio repleto de canas y una suave sonrisa.

—¿En qué podemos ayudarlo?

—Vengo a ver a Mérida.

—Oh, eres ese chico —dice, sonriendo, y se hace a un lado.

No sé qué «chico» soy, pero le devuelvo la sonrisa y entro en la casa, que es casi tan grande como la mía y tiene una decoración impresionante que me hace preguntarme si he venido a visitar a alguien de la realeza: paredes de color crema con un tapiz de bordes dorados, cuadros hermosos ubicados estratégicamente, sofás blancos en los que me da miedo dejar caer el culo y un suelo reluciente beige. La casa se ve espaciosa y elegante.

Dejo de prestar atención al impresionante decorado cuando aparece una gata ronroneando y viene hacia mí y se desliza entre mis piernas. Casi creería que coquetea conmigo, y es tan hermosa que, si fuese un gato, este sería mi tipo.

Me agacho y acaricio a Boo antes de avanzar hacia la sala, donde Leona ladra mientras Mérida la sostiene y se intenta tomar lo que parece una selfi.

—Me rindo, tiro la toalla. Vete lejos de mí, perra malagradecida. —La libera y Leona, que parece decepcionada, trota hacia mí—. Nadie sabe para quién trabaja.

Necesito con urgencia comprarme un diccionario de español para aprender y entenderla cada vez que habla en dicho idioma. Lamento que en la vida real no existan subtítulos.

—Hola, Leona.

Me complace ver que le ha crecido favorablemente el pelo. Me dolió mucho darle un mal corte a petición de Mérida.

—Y llegó el domador de los animales —canturrea la venezolana levantándose del suelo.

La observa mientras lo hace. Lleva un jogger azul, o al menos creo que así se llaman, con una camisa básica blanca de mangas cortas que tiene el logotipo de una marca reconocida y costosa. Tiene los ojos delineados como siempre, y sus labios son un poco más oscuros que el carmín habitual, creo que es una especie de púrpura. Es la primera vez que le veo el rostro despejado del flequillo, porque una bandana roja cumple el papel de una especie de diadema. Se ve… muy bien.

—Hola, Mérida.

Me devuelve el saludo con una leve sonrisa tímida y luego dirige la vista hacia la mujer que me ha abierto la puerta y que parece estar mirando alguna telenovela gracias a nosotros.

—Ven, vamos arriba. En mi habitación tengo al Señor Enrique y así Jane puede seguir con lo que hacía. Por cierto, ella es Jane, la mujer más linda y amable del planeta.

—Un gusto conocerla, señora Jane. Soy Dawson.

Estrechamos las manos y luego camino al lado de Mérida hacia las escaleras. Leona y Boo vienen detrás de nosotros, pero la chica se gira.

—Se quedan aquí abajo, abajo —dice, repitiendo la última palabra.

Y tengo que ser honesto: parece que la gata le dedica una mirada de desprecio y que Leona podría meterse en una pelea con ella. Sin embargo, la obedecen, y pronto nos encontramos subiendo las escaleras y dejándolas atrás.

—El Señor Enrique está tan bonito, no puedo creer que ya lleve casi dos semanas conmigo. Dentro de poco su ala ya estará curada y podrá volar. Lo extrañaré, pero me da felicidad que podrá volver a su libertad.

—Apuesto a que está muy feliz de haber sido rescatado por ti.

No me responde, pero creo ver un sonrojo. Cuando entramos en su habitación, estoy gratamente sorprendido por los dibujos acumulados en una de las paredes. No alcanzo a ver mucho, pero se ven impresionantes. Ignoro el desorden porque veo que se avergüenza y me explica que no esperaba que lo hiciéramos aquí, y me guía hasta el ventanal, donde al Señor Enrique le da la luz del sol en su caja.

Mientras saludo al pájaro y le cambio el vendaje, me siento verdaderamente orgulloso de su evolución, y creo que se recuperará antes de la cuarta semana porque se ve bastante saludable. Además, canta mientras lo atiendo, y es el ritmo de otra canción hispana con la que Mérida lo acompaña. Son un extraño equipo adorable.

Cuando termino, hay una conversación breve y casual mientras aprovecho para darle un vistazo al hámster, que literalmente parece tener una casita para sí mismo.

—Abajo tiene su casa de verano —bromea, o eso creo.

Los animales en esta casa tienen una vida bastante buena, para ser sin­cero.

Después de ello, dejamos la caja con la señora Jane, que descubro que es el ama de llaves. Cuando estamos dentro de mi auto, se produce un silencio un poco incómodo mientras conduzco. No sé muy bien qué estamos haciendo, pero creo que es inofensivo.

—Así que… —dice, rompiendo el silencio, y me hace ser consciente de que se siente incómoda—. ¿No habrá problema de que vaya contigo?

—No, les encanta recibir ayuda y tengo el presentimiento de que les gustará mucho tenerte ahí. Eres muy buena con los animales.

De nuevo se hace un silencio y me remuevo en mi asiento.

Quiero difuminar toda la tensión evidente en este auto y soy muy consciente del tipo de tensión que es, incluso si quiero ignorarla.

—¿Qué ha pasado con tu cita?

—Será el miércoles, un día superatravesado, pero es lo que acordamos. No sé adónde iremos, creo que a cenar, pero no me ha dicho. —Suena entusiasmada—. Aún no me lo puedo creer.

—¿Cómo es este Kellan que te trae loca?

—No me trae loca, solo que me siento atraída y me alegra que podré conocerlo. —Hace una pausa—. Y, para responder a tu pregunta, no es clásicamente guapo de cara, pero tiene una sonrisa preciosa, al igual que sus ojos. Es musculoso y alto, y también inteligente. Es muy agradable.

—Hummm —me limito a decir, y giro a la izquierda.

—Es la primera vez que saldré en meses desde que terminé con mi exnovio y estoy supernerviosa porque no sé muy bien cómo va todo el tema de las citas. Salí con la misma persona durante mucho tiempo.

—¿Cuánto hace de eso?

—Nueve meses. ¿Tú desde cuando no tienes novia?

—Casi dos años.

Si cuento mi extraña relación con Leah, serían unos tres meses tal vez.

—¿Cómo que dos años?

—Sin una relación estable y formal, pero tengo otro tipo de relaciones casuales.

—Oh, lo entiendo.

Nuevamente se hace un silencio, pero para mi fortuna llegamos al refugio en Islington, específicamente en Archway, donde estaciono desesperado por que salgamos del auto y dejemos atrás toda la extraña tensión crispando entre nosotros.

—Intenté lo del sexo casual varias veces —dice, y eso hace que detenga mi caminata hacia la entrada del refugio.

Con lentitud me vuelvo a verla, y ella tiene la vista en sus zapatos.

—¿Funcionó?

—Sí, funcionó bien. —Hace una mueca—. Muy bien. Es solo que luego volví con mi ex y las cosas fueron complicadas. Después de la ruptura lo hice un par de veces y me gustó, pero soy muy tímida y no sé cómo hablarle a un chico de forma inmediata. De hecho, fue un milagro que sucediera esas veces, porque no se me da bien el coqueteo, pero fue bastante bueno, ¿sabes? Tener toda la experiencia y otras personas con las que… Y no sé por qué te estoy diciendo eso.

Yo tampoco lo sé, sobre todo porque trae de vuelta toda la tensión que se supone que dejaríamos en el auto.

No sé muy bien qué decirle, pero ella no me da oportunidad, porque retoma la caminata, y yo la sigo mientras entramos en el refugio de animales, donde las cosas se complican un poco.

Estoy en problemas.

No sé cuántas veces me he repetido esas tres palabras las últimas tres horas en el refugio.

He estado en problemas desde el momento en el que Mérida, con los ojos brillosos, se acercó a una camada de cachorros que fue abandonada en un basurero, desde que fue dulce con cada animal que estuviese a su alcance y muy curiosa haciendo preguntas sobre su salud, cuidado e historia.

En muchos problemas cuando ayudó a bañar a cuatro perros adultos y les dio de comer a unos gatitos.

En aún más problemas cuando parecía extasiada tocando a unas aves cuyas alas no corrieron la misma suerte que la del Señor Enrique.

Estoy en problemas, demasiados.

Mientras termino mi jornada de atender a los animales que necesitan revisión médica, la observo reír abrazando a uno de los cachorros de la camada olvidada. Creo que es un cruce entre un pastor alemán y algún perro que no tenía una raza específica, un mestizo.

—Te gusta —dice Micah a mi lado.

Es tres años mayor que yo y está felizmente casado con Wanda —que también trabaja aquí—, y me gusta llamarlos mis amigos.

—¿Por qué dices eso?

—Porque en este momento la estás mirando como si quisieras salir corriendo y encerrarte para que no te alcance. —Se ríe—. Es un encanto con los animales, parece nata en lo que hace.

—Es que tiene un montón de mascotas. —Sonrío.

—Entonces sí te gusta.

No respondo, golpeo los dedos contra mi muslo y observo que ahora alza al cachorro y le da un beso antes de devolverlo contra su pecho.

—Tiene una cita.

—¿Contigo? ¿Planearon la segunda cita antes de tener la primera? Amigo, qué rápido.

—No es conmigo. —Me río y centro mi atención en él—. Solo espero que no sea con un idiota. —Me encojo de hombros.

—Así que no están saliendo.

—No, era el veterinario de su pájaro y ahora creo que somos amigos.

—Interesante —masculla Micah, estudiándome con los ojos entornados—. ¿Te acuerdas de cuando me decías que tu gemelo era un tonto por no darse cuenta de que la que ahora es su novia le gustaba como más que una amiga?

—No te la quieras dar de listo, no es lo mismo.

—Mismas caras, diferentes contextos. —Ahora es él quien se encoge de hombros—. Sea como sea, muchas gracias por haberla traído hoy. Ella ha sido de muchísima ayuda, ojalá decida volver.

Asiento de manera distraída y veo que se acerca hasta nosotros con un puchero en los labios que definitivamente no dura demasiado tiempo.

—Siento una necesidad fuertísima de llevármelo conmigo —confiesa, haciendo referencia al cachorro—, pero primero debo consultarlo en casa y a mamá no le gustan los mestizos. Sé que eso suena muy mal, pero en realidad es una buena persona. Igualmente, me siento triste de no podérmelo llevar.

»Micah, ¿crees que podría volver para ayudar? Me gustaría seguir haciéndolo, no debe de haber problema en que ayude en dos refugios.

—¿Qué eres? ¿Una santa? —bromea Micah.

—Es una virgen —corrijo, y ella me mira con los ojos muy abiertos. Sonrío—. Perdón, quise decir que tiene el nombre de una virgen.

—Suena como que tienen un chiste privado entre ustedes, así que los dejaré solos. —Toma el cachorro de las manos de Mérida—. Y me llevo a este amiguito a su casa por ahora. Despídete de tu nueva amiga.

—Adiós, perrito bonito —dice ella aún con el puchero.

Suspira, vuelve a centrar su atención en mí y sonríe. La tensión se incre­menta.

—Me ha encantado venir a ayudar.

—Me alegra escuchar eso. ¿Lista para irnos?

—No, pero ya debo volver. Jane se irá pronto, y el Señor Enrique no puede quedarse solo.

Asiento y empezamos las despedidas. Le hago saber a Wanda que haré una actualización en mis documentos con el registro de la salud de los animales del lugar y así aparto la ficha de los que, gracias al cielo, han sido adoptados. Poco después, Mérida y yo nos encontramos en el auto.

—No te lo he preguntado antes, pero ¿tienes mascotas? —se interesa.

—No, pero planeo tener alguna en el futuro cuando tenga mi propio espacio. Ahora vivo con mis padres y dos de mis hermanos; la casa es bastante grande, pero una mascota es una responsabilidad importante y no es algo que quiera delegar a los demás. También estoy haciendo mi camino profesional y no tengo el tiempo necesario que se debe dedicar a la enseñanza mientras crecen.

—Tienes un pensamiento muy responsable sobre ello, doctor Harris.

Me mantengo con la atención en la carretera mientras parece que ella revisa algo en su teléfono.

—Oh, me ha escrito Kellan. Sí iremos a cenar, pero ahora estoy nerviosa, porque no quiero parecer tonta y no sé qué hacer en una cita. —Suena inquieta.

Drake y yo somos gemelos cortados por la misma tijera, literalmente, y eso explica por qué me meto en cosas que pensé que solo podrían pasarle a él.

No estoy interesado actualmente en una relación, solo quiero ser amigo de Mérida y seguir con mi vida como está, y no sé si es en nombre de esa amistad o porque estoy loco por lo que las siguientes palabras escapan de mí:

—Practica conmigo, tengamos una cita falsa de práctica para que ese día te sientas cómoda.

Es la idea más absurda e innecesaria de la vida, y casi la retiro porque me doy cuenta de lo estúpido que parece mi pensamiento impulsivo, pero entonces ella acepta y ahora tendremos una cita falsa mañana.

Pero ¿qué hice?

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