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9. Te presento a… Pancho

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Te presento a… Pancho

Mérida

El hecho de que sea una cita falsa no quiere decir que no quiera verme bien, pero hay un obstáculo: mi obstinada cabeza me dice que nada me queda bien, pero cuando le envío fotos a Sarah de cada cosa que me pruebo, ella asegura que estoy increíble con todas. No estoy muy convencida.

Así que hago algo bastante normal: grito y me tiro a la cama con Perry el Hámster sobre mi pecho. Si estoy así con una cita falsa, no quiero ni pensar cómo me pondré mañana cuando vea a Kellan.

—Muy bien, esto es ridículo, Mérida, simplemente ponte algo y ya —me digo, y dejo a Perry de nuevo en su minimansión y voy a por la segunda ronda de vestuario.

Consigo al cabo de veinte minutos estar lista con unos tejanos azules megaajustados que tuve que menear un montón para que me subieran por los muslos, pero que resaltan la única bendición en mi cuerpo: el culo, porque para la repartición de tetas llegué demasiado tarde, pero en la del culo estaba segunda en la fila. Lo combino con una camisa azul rey de cuello alto que se ajusta. Asiento hacia mi reflejo, aunque por un momento me planteo que me veo demasiado pálida con el contraste de colores. ¿Por qué no heredé el color acanelado de bronceado perfecto de mi madre? En serio, mi donador de esperma tuvo que ser superblanco.

Mi parte favorita es maquillarme, me encargo de aplicarme sombra jugando con el blanco y plateado, esta vez no solo me hago el delineado gatuno, también me delineo hacia abajo para hacer que el simple marrón de mi pupila se vea como algo menos común. Además, aplico un montón de rímel que luego me costará quitarme pero que me da unas pestañas maravillosas, les doy un toque ligero a mis cejas y luego tomo uno de mis labiales rojos más suaves que hace que mis labios se vean carmín de un tono casi natural. En cuanto al cabello, lo bueno de tenerlo corto y lacio es que pocas veces me peino. De hecho, por eso me lo corté hace meses, y me recorto solita el flequillo que siempre crece, como, por ejemplo, ahora, que gracias al cielo no lo arruino mientras me paso la tijera.

Una vez que estoy lista, me muestro el pulgar.

—Quién diría que eres la misma muchacha que estaba en pijama, con broches en el cabello y unas ojeras debajo del maquillaje. Ni siquiera se ve el granito que te salió por la regla —me felicito.

Completo el look con unos botines trenzados negros y un toque de perfume. Poso contra el espejo, pongo la boca en posición de beso, me tomo una foto y se la envío a Sarah.

Sarah-Sarita-Sarah: Grrrr sexi

Sarah-Sarita-Sarah: exijo que la postees en tu ig

Mérida: Jamás! Qué vergüenza

Sarah-Sarita-Sarah: entonces a stories

Sarah-Sarita-Sarah: tus animales son lindos de ver pero también te queremos ver a ti

Suspiro, abro la aplicación y voy a la sección de historias. Selecciono la imagen, pero paso unos duros momentos observando cada detalle de ella y encuentro diez elementos por los que, según yo, no debería subirla, pero cuento hasta cinco y la publico. Un minuto después quiero eliminarla, porque me vuelve loca que las trescientas personas que me siguen vean en una foto cosas que yo noté que no se ven bien o que juzguen mi aspecto.

No siempre fui así, aparte de que antes no existían estas aplicaciones más que Facebook y sus semejantes, donde un familiar —que yo no tenía— te etiquetaba en una foto fea. Era una niña feliz que jugaba y se sentía bonita con cualquier ropa limpia —que ahora sé que eran caras y de marca— que vistiera, pero entonces llegó la pubertad y una primera experiencia terrible con la hipocresía, chismes y rumores malintencionados. Todo se remonta a que el ochenta y seis por ciento de mis compañeras de clase habían desarrollado tetas y a todos les parecía supergracioso llamarme «tabla de culito respingón», porque resulta que el culo y los muslos sí me crecieron, pero llegué tarde al resto del desarrollo corporal. Cuando mis limones se empezaban a transformar en posibles jugosas naranjas, la cosecha se paralizó y se quedó estancada en un punto medio de limones a punto de ser algo más. El culo que sí me creció me hizo cargar con el apodo terrible de «culito de pato». Mi culo era y es genial, pero los adolescentes son una mierda.

Me doy una palmada orgullosa en el culito respingón de pato que algunos quisieran, asiento como si me diera ánimos y luego me guardo el teléfono en mi pequeño bolso, reviso que el Señor Enrique se encuentre bien y salgo de mi habitación cerrando la puerta detrás de mí. Mientras espero a Dawson sentada en el sofá, soy juzgada visualmente por Leona, que se encuentra echada sobre sus cuatro patas.

—¿Sabes por qué me veo así de bien, Leona? —Le sonrío—. Porque tendré una cita con tu adorado doctor Harris.

No especifico que es falsa, pero ella medio gruñe mostrándome sus dientes antes de levantarse en guardia y ladrarme. Luego se va llena de indignación con esa cola pretenciosa alzada.

Reprimo un bostezo mientras miro al techo y lucho contra las ganas de entrar en mi Instagram y borrar la foto. No sé cuántos minutos exactos pasan, pero me levanto con nerviosismo cuando el timbre de casa suena de manera insistente. No pensé que Dawson fuese una de esas molestas personas que te atormentan presionando el timbre una y otra vez.

—Esto es una cita falsa, no tienes que estar nerviosa, es práctica. Guárdate la emoción para Kellan —me aliento antes de respirar hondo.

Planto una sonrisa en mi rostro y abro la puerta, pero no me encuentro a Dawson. Mi sonrisa se borra.

Frente a mí hay un muchacho alto y con un cuerpo atlético de ensueño, que se nota gracias a la camisa ajustada que lleva. Tiene el cabello negro alborotado, una sonrisa coqueta de costado en unos labios carnosos tentadores y unos ojos marrones que me miran llenos de picardía. Un sueño de hombre, pero ya caí en el truco tiempo atrás, y no caeré de nuevo.

Odio que mi ex se vea así de bien e incluso mejor después de nuestra ruptura —lo que no creía posible—. Durante unos segundos, de hecho, mis ojos deambulan y mi cerebro hace un excelente trabajo para recordarme cómo me sentía al ser enjaulada por esos brazos mientras empujaba dentro de mí. He superado a este tipo, pero eso no implica que deseche de mis recuerdos el buen sexo que compartíamos o que durante segundos no haga luto por lo que pudimos haber sido si todo hubiese sido tan fantasioso como al principio, en lugar de una relación que se tornó abusiva emocionalmente y en que mi lugar, al parecer, era ser una maldita sombra.

Mi estabilidad mental y emocional vale muchísimo más que un buen polvo que podría conseguir en un futuro novio o aventura. Eso quedó demostrado tras nuestra ruptura final y después de mi despecho, cuando estuve con alguien más que me demostró que no estaba condenada a no tener buen sexo por no estar con Francisco y se volvió a confirmar cuando después tuve sexo con otro.

—¿Qué haces aquí, Francisco? —siseo mientras cierro la puerta detrás de mí porque no quiero que Boo se escape, no hay tiempo para perseguirla.

—¿Así es como me saludas, princesita? —Se inclina y me besa la mejilla de una manera insinuante, y no me da tiempo de retroceder—. ¿Dónde está tu mote cariñoso?

—Bueno, ¿quieres que te llame Pancho? —pregunto, y aprieta los labios porque odia ese nombre, que es como su familia lo llama.

—Te vi en Instagram y me pregunté adónde ibas tan guapa. Déjame que te lleve a cenar.

—Guau, suenas espeluznante diciendo que me viste y viniste. No, no quiero cenar contigo, y retrocede, invades mi espacio.

—Antes lo amabas.

—Antes de que me enterara de que eres un chulito que se cree mejor que todos y a quien le gustaba hacerme sentir mal.

—Mérida, te he dicho mil veces que lo siento.

—Y ya te dije que ya está, que está bien, pero que debes alejarte y dejarme tranquila. No vamos a volver.

Por la Virgencita, pensaba que Francisco tenía claro todo esto. Hace más de un mes que no hacía una escena como esta, solo se dedicaba a llamarme a altas horas de la noche o a presionar y presionar con mensajes.

En un principio, el tema de ser latinos, de países vecinos, y las constantes bromas de rivalidad entre nuestros países fue lo que nos unió, pero luego comenzaron sus coqueteos y yo caí como una niña bañada en aceite deslizándose por un tobogán. ¡Virgencita! Es que me volvió loca con sus besos, su acento tanto cuando hablaba en inglés como cuando lo hacía en español, sus ojos marrones, la sonrisita coqueta, todo. Fue el primero en todo y en mi mente sería el único, pero nuestra relación fue una de esas en las que pasas unos meses bien y luego rompen y vuelven, y en uno de esos descansos una cosa llevó a la otra y me acosté con alguien, lo que lo marcó.

Me sentí culpable durante los últimos meses que estuvimos juntos porque cuando volvimos —luego de que afirmara que no le molestaba y lo entendía— siempre me lo echaba en cara, como si lo hubiese engañado, a pesar de que no estábamos juntos, pero en ese tiempo me sentía fatal, sobre todo porque no quería arrepentirme de haber tenido buen sexo y haber compartido una experiencia con otra pareja sexual cuando se supone que estaba soltera. Si discutíamos o yo quería señalar algo que no me gustaba, sacaba todo el asunto y yo me quedaba en silencio y me avergonzaba. Recuerdo que una vez dijo algo como «Cuando te fuiste de zorra», y me largué llorando y sintiéndome muy mal, pero luego vino con flores y fue muy dulce con sus disculpas. Me hizo creer que yo había exagerado y le creí.

Pero entonces un día, en una fiesta a la que fuimos, supe que durante cada una de nuestras rupturas él había tenido sexo con un montón de mujeres. Eso me molestaba muchísimo, pero no podía ser hipócrita cuando yo también había estado con alguien. Sin embargo, lo que me molestó y dolió es que durante meses estuvo haciéndome sentir mal por algo que él también había hecho, haciéndome pensar que era una traicionera. Cuando se lo dije, contestó que era diferente porque yo «era mujer» y debía hacerme respetar.

—Dijiste que era el amor de tu vida, princesita.

—Me equivoqué, quise decir que eras el peor error amoroso de mi vida. Shu, shu, retrocede.

—No me trates como a un perro.

—Por supuesto que no, un perro es mucho más leal —lo corto, y se lleva una mano al pecho fingiendo dolor.

—Eso me ha dolido, me lo merezco, pero ¡vamos! ¿No me extrañas? Nadie te hará sentir como yo.

—Eso espero, porque no quiero que me vuelvan a hacer sentir así.

Eso lo sorprende. Creo que esperaba encontrar todavía a la esponjosa Mérida y que no comprende cómo me convertí en una víbora que le arroja veneno. Lo que más me molesta es que no me toma en serio, que cree que me hago la difícil o estoy en una fase de largos meses.

—Voy a una cita, así que vete.

—¿Una cita? No serías capaz de hacerme esa mierda.

—Pero qué bolas tienes. —Le golpeo el pecho—. Seguramente te has follado a todo lo que camina, que me da igual, y vienes con esta idiotez de machito estúpido. Vete, mi mamá está en casa —digo, aunque es una absoluta mentira— y sabes que es muy capaz de tirarte agua caliente… Otra vez.

En serio, cuando rompimos de manera definitiva mamá vio que me afectó muchísimo y me quebré hablándole sobre que mi relación se había convertido en abusiva emocionalmente y le dije las cosas que me decía. Cuando Francisco apareció cantando con una radio y tres amigos idiotas, ella le echó agua caliente, y hasta hoy no sé si realmente quería quemarlo o solo lo hizo para asustarlo. Por fortuna, no lo alcanzó. No se vería bien que la doctora Sousa haga esas cosas.

—Mérida, por favor, ya han sido suficientes meses y ninguna es como tú…

Estoy agradecida de haber tenido mi viaje ancestral de toda nuestra relación en aquella fiesta en la que terminamos. Luego de esa discusión me di cuenta de cómo, con mi timidez, justificaba su control sobre la relación, la manipulación emocional de hacerme sentir mal por haber estado con alguien cuando estábamos separados, que todo girara alrededor de él y que tuviera comportamientos un poco machistas que se disfrazaban de chistes o frases como «Es que quiero cuidarte, amorcito». Así que me bebí una cerveza y luego le dije que habíamos terminado y me di la vuelta.

En un principio creo que pensó que era como otras tantas de nuestras rupturas, pero mientras lloraba en mi habitación me sentía muy firme con mi decisión. Luego comenzó a llamarme, a buscarme, pero debido a que a mamá nunca le agradó, las pocas veces que estuvo en casa ni siquiera le abrió la puerta. En mi corazón sabía que, si lo escuchaba, caería en su encanto y en el amor que decíamos tenernos —de verdad lo amaba—, pero con el pasar de los meses decidí responderle y hacerle saber que solo podía ofrecerle mi amistad. Él parecía entenderlo, aunque a veces me escribe demasiado y las cosas son medio raras cuando nos vemos.

Creo que es una buena persona a la que le falta mucho por madurar y aprender a ser mejor.

Me dolió muchísimo nuestra ruptura, no lo puedo negar, y pensé que el mundo se me venía encima, pero me alegro de haberlo hecho porque, tal como me intuía, el mundo no se iba a terminar por no estar con él ni a mí me iba a explotar el corazón de desamor.

Vuelvo a conectarme a su palabrería labiosa sobre que lo lamenta y me extraña, lo que me tiene frunciendo el ceño, porque sé que ha tenido un montón de ligues e incluso una novia durante todos estos meses. No me enfada, pero sí me molesta que esté haciéndome este show.

—Basta, Francisco, tienes que irte.

—Pero princesita…

—¿Sucede algo, Mérida? —dice una voz, que he aprendido a identificar como la de Dawson.

Francisco se vuelve, y yo aprovecho para salir de su jaula y quedarme de cara a Dawson. Se ve bien, se ve más que bien, con un pantalón negro algo ajustado en sus larguísimas piernas, una camisa blanca básica con cuello en U, una chaqueta de imitación de cuero —dudo que use cuero real— marrón y unas botas rudas. Tiene un rastro de barba apenas perceptible, cosa que no creí posible, puesto que su rostro siempre se ve supersuave y liso.

Puede que Francisco sea musculoso y parezca un tipo de portada de libro erótico, pero descubro que Dawson es más alto cuando avanza hacia nosotros con el ceño fruncido. Me da vergüenza que nos haya encontrado en esta situación porque no sé cómo lo ve.

—¿Y este flacucho es tu cita? —Francisco se ríe—. Lo siento, hombre, pero a mi mujer le gustan los músculos, sobre todo para agarrarse.

—No soy tu mujer. —Esta vez le doy un puñetazo en el brazo que me duele más a mí que a él—. Lárgate, Francisco.

—¿De verdad, Mérida? ¿Me cambias por este?

Sin intimidarse, Dawson avanza hasta estar frente a él y mira hacia abajo. Vale, es más delgado que todos los supermúsculos de mi ex, pero no es un flacucho. De hecho, me parece que se ve bastante atlético y es totalmente hermoso, con su rostro todo aristocrático de ojos de diferentes colores. Creo que nota que estoy enmudecida mirándolo, porque relaja los hombros y me dedica una pequeña sonrisa.

—¿Estás lista para irnos? —me pregunta extendiendo una mano, y la tomo.

No soy una chica de manos, pero me gustan sus dedos delgados, que se encuentran fríos por el clima. Estoy segura de que esto no era parte del plan de la cita falsa, pero quiero salir de esta situación con Francisco, así que tomo mi salvavidas.

—Mérida…

—Por favor, vete, Francisco.

No se mueve.

—Vete, Pancho.

—¡Maldita sea! No me llames así.

Me encojo de hombros y decido avanzar hacia el bonito auto de Dawson, porque sé que Francisco no se arriesgará a confirmar que mi mamá esté en casa y porque, con honestidad, creo que lo que tiene es el ego herido. Si no hubiese visto mi foto en Instagram, no habría venido a verme.

Cuando estamos en el auto, ya con el cinturón de seguridad puesto, veo que parece cabreado, pero tengo razón cuando digo que no se quedará a confirmar si mamá le lanzará agua caliente, porque comienza a alejarse. Supongo que su auto está en algún otro lugar.

Qué pesado, tal vez Sarah tiene razón y habrá que cortar hasta la raíz mi antigua relación.

—Así que… ¿Pancho es un nombre? Suena gracioso —dice Dawson, y cuando me giro a verlo tiene una pequeña sonrisa.

—Suena más gracioso como lo dices. —Me acomodo en el asiento—. Pancho es la manera en que llaman a algunas personas que se dicen Francisco. Lamento todo eso. Para que conste, no creo que estés flacucho. Quiero decir, me gusta tu complexión y desde mi punto de vista estás bueno. Además, ¿viste tu cara? ¡Uf! Hermoso. —Ojalá pudiese callarme—. Y eres altísimo, y no es que yo sea fan de los músculos, Kellan no me gusta porque sea musculoso. Soy todoterreno… Por favor, cállame.

—Así que no estoy flacucho —dice con diversión.

—No, estás perfecto. —Cierro los ojos apenas lo digo y lo escucho reír por lo bajo.

—Gracias, siempre he sabido que soy el Harris atractivo, tanto que mi hermano me copió la cara.

—¿Ah?

—Es un chiste que suelo hacer con mi hermano —me aclara, o eso intenta—. Así que… ¿qué es Pancho para ti?

Me hace gracia cómo dice el mote que tanto odia mi ex, así que no lo corrijo y le digo un poco renuente que es mi exnovio desde hace mucho tiempo y que ha aparecido en modo ego herido porque sospechaba que tendría una cita.

—Habló en español también.

—Es colombiano, nos deberían advertir desde niñas de no salir con venezolanos ni colombianos. Tienen demasiada labia peligrosa y son muy bastardos. Bueno, no todos, pero significan peligro.

Todo lo que hace es mantener la sonrisa y me observa cuando se detiene en un semáforo que está en rojo.

—¿Sabes? No comenzamos la cita falsa correctamente. Tendría que haberte dicho que te ves hermosa, que contaba las horas para verte y que me encanta que estés aquí. —Me sonríe.

Guau… Él es muy bueno en esto y me mira con diversión esperando algún tipo de respuesta. No tengo ni idea de cómo coquetear, mis aventuras siempre han llegado solas, pero me comprometo con la causa porque él está siendo amable al darme algo de experiencia.

—Gracias, tú te ves bastante bien y me gusta que esto finalmente esté sucediendo…

Espero haber sonado convincente, pero no demasiado, porque no quiero que piense que es verdad, aunque en parte es verdad… Pero no somos un romance ni nada así, esto es un experimento de aprendizaje.

—Bienvenida a nuestra primera cita… falsa —agrega con un guiño antes de que la luz del semáforo cambie.

No puedo evitar sonreír y me reprendo por la manera en la que me siento ante sus palabras.

—¿Adónde me llevas?

—Tu cita podría querer sorprenderte, pero, como estamos simulando, puedo responderte que vamos a un bonito restaurante romántico y cálido en Hornsey. Tiene buena puntuación y tuve que mover hilos por una reserva.

—Guau, me siento especial y todo —señalo, y él ríe por lo bajo.

No soy la mejor en geografía, pero creo que entonces nos dirigimos al distrito de Haringey. No está muy lejos y no tardaremos demasiado en llegar ahí, y aun así me siento nerviosa… Y emocionada.

La comida está buenísima y casi me siento mal pensando que espero que Kellan me lleve a comer algo que supere esto. También estoy un poquito nerviosa porque Dawson es un experto en esto del juego de las citas. Sabe cómo hacerte sentir especial con su atención, cambia de una sonrisa a otra perfectamente para que te quedes pensando cuál será la siguiente, sus ojos son dos colores atrapantes que te dejan prendada sin darte cuenta y la manera en la que a veces mueve los dedos te hace sudar y luchar contra los malos pensamientos.

Me digo que no es una cita real, que no tengo que estar nerviosa o afectada por su juego, pero es difícil cuando toda su atención está en mí y es tan convincente en todo lo que dice: desde que confiesa que su mirada está atraída al trío de lunares en el lado izquierdo de mi cuello hasta cómo sus labios se cierran alrededor del tenedor cuando engulle un bocado de comida. Siento que es un juego de seducción que está muy por encima de mi nivel principiante.

Antes, por alguna razón, cuando nos conocimos y atendió a mi familia animal, conseguí hablar hasta por los codos —cosa que no hago con chicos guapos— y, aunque me llegué a sentir nerviosa, no creo que manejáramos tanta tensión. No sé si se trata del hecho de que lo llamamos cita en voz alta o si quizá estoy ovulando y mi calendario no me avisó.

Para mi fortuna, soy capaz de responder sus preguntas casuales e incluso de seguir la dinámica coqueta de alguna manera cuando me lanza alguna frase matadora, y la sonrisita junto al brillo en sus ojos me dice que no lo hago mal. Así que sobrevivo al plato principal, pero no sé si lo conseguiré con el postre cuando lame de esa manera la cucharilla.

Ni siquiera me doy cuenta de que aprieto las piernas hasta que siento un cosquilleo entre ellas y me arrepiento.

—¿Está bueno? —pregunto, viendo que se lame los labios.

—¿Quieres probar?

Sí, pero tengo miedo de hacer tal movimiento. Sin embargo, mi mirada tiene que delatarme, porque se inclina hacia delante con una pequeña porción en la cucharilla y voy a por ella, cerrando los labios alrededor del cubierto mientras lo miro a los ojos.

¿Normalmente las citas falsas se sienten tan peligrosas?

Vuelvo a mi asiento, me aclaro la garganta y tomo un trozo de mi propio postre. Agradezco que no me pida una porción, porque estoy fuera de mí.

Mientras comemos e intercambiamos una conversación «tranquila», intento descifrar a Dawson Harris. No me parece un bastardo mentiroso, pero sí muy seductor, tiene juego y sabe cómo desplegarlo. Quizás es uno de esos hombres a los que les gusta tener conquistas, y eso tendría sentido. Sin embargo, también me envía vibras de alguien romántico, porque es atento y me ha dejado ver algunos gestos de dulzura. Parece estar en ambos extremos.

Sea cual sea el caso, puede que me sienta nerviosa y desconcertada porque nada me había preparado para conocer a Dawson en modo cita, pero me siento cómoda. No tengo ganas de correr, no me cohíbo hablando y, de hecho, me lo paso bien. Casi me arrepiento de haberme perdido la oportunidad de tener citas en el pasado.

Cuando la cita termina, con una mano en mi espalda baja me guía hacia su auto después de haber pagado la cena. Me siento feliz de haber tenido la cita falsa con él. Creo que me preparó bien para mi cita verdadera con Kellan, me divertí mucho y me hizo terminar con ganas de repetir la cena una y otra vez.

Al llegar a mi casa, veo que el auto de mamá aún no está, y Dawson baja del auto conmigo. Caminamos en silencio hasta la puerta y luego nos miramos. Me dedica otra de sus sonrisas, esta vez la pequeña que se inclina más hacia un lado con los ojos entornados, y avanza hacia mí hasta que puedo sentir la calidez de su cuerpo.

—Este es el momento en el que al final de la cita decides si quieres o no quieres que te besen, Mérida.

Se tratará de las señales que envíes. Quizás sea el hecho de meterte un mechón de cabello detrás de la oreja. —Lo hace por mí y los vellos se me erizan—. Una sutil mirada a los ojos como haces ahora… Morderte el labio inferior o lamerlo, y esa tensión en los hombros que pregunta: «¿Me besará o no?».

—No sé si beso en la primera cita —susurro—. Recuerda que esta es mi primera.

—Correcto. —Me acaricia un pómulo con el pulgar y luego retrocede con una amplia sonrisa—. Y es el fin de nuestra cita falsa.

—¡Uf! —Dejo ir una profunda respiración—. Eso fue… Me gustó.

—A mí también, creo que fue increíble y que te irá muy bien con el tal Kellan, eres una cita genial.

—Tú fuiste el increíble. Si me cobraras, te pagaría un montón.

Su respuesta es reír. En un gesto bastante casual y no planeado, me dejo caer en uno de los escalones que preceden a la puerta, y me gusta que él también lo hace con tranquilidad, estirando sus largas piernas frente a él mientras yo me saco los botines.

—Así que ahora que no estamos en la cita, puedo hacerte preguntas que quería hacer sin parecer muy invasivo en nuestro juego —dice, y cuando me vuelvo lo encuentro con la barbilla apoyada en una mano y el codo sobre su rodilla—. Dijiste que estudias Animación digital, pero que en tu tiempo libre te gusta dibujar cosas que te apasionan.

—Ajá —respondo sin pensarlo mucho mientras lo observo lamerse el chocolate de los labios. Ahora estoy absorta por cómo frota en movimientos circulares distraídos las yemas de sus dedos por debajo del labio inferior.

—¿Qué te apasiona dibujar?

—Sexo —respondo en modo automático.

—¿Sexo? —Deja de hacer los círculos.

—Ajá, muy +21.

—¿Sexo +21? —pregunta en un murmullo.

Y entonces reacciono.

¡Mierda! ¿Qué? ¿Lo he dicho en voz alta?

La expresión desconcertada de su rostro me hace saber que sí, lo he dicho en voz alta, y de inmediato la sangre se acumula en mi rostro.

Pero ¿qué he hecho?

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