+21

+21


24. Miau

Página 27 de 57

24

Miau

Mérida

—¿Puedes dejar de mirar hacia la puerta con tal desesperación? —pregunta Sarah antes de dar un mordisco a su sándwich.

—Estoy muy segura de que no me veo desesperada —respondo.

—Entonces ¿son nervios?

—¿Qué? ¡Pfs! Para nada.

Excepto que sí estoy nerviosa.

Llevo setenta y dos horas de noviazgo con Dawson Harris.

Nuestra cita fue grandiosa, tuvo algunos momentos de torpeza, conversaciones divertidas y más que un par de besos cuando nos despedimos. Al día siguiente desayunamos juntos y fue lindo, aunque para mí se sintió como madrugar, porque me levanté más temprano de lo normal debido a que tenía clase a primera hora. Tras no vernos ayer, hoy me dijo que pasaría por la universidad porque tenía una conversación sobre su titulación y graduación, así que le dije que me encontrará aquí y conocerá a Sarah, que no deja de decir que tiene mucha curiosidad sobre el novio que llegó a mi vida por un malentendido.

La campana de la cafetería suena de nuevo, pero hago una mueca al ver a la persona que entra.

Antes de que me engañara vilmente por internet, nunca me topé con Martin, al menos no que yo recuerde. Esta es mi cafetería favorita del campus y puedo prometer que nunca nos topamos o hicimos contacto visual, pero ahora parece que al menos una vez a la semana tengo tal desdicha. Como mínimo ya no me habla ni molesta, pero me disgusta que siempre me mire como si esperara que yo cambiara de opinión.

—Ahí está de nuevo Martin —mascullo a Sarah, que se vuelve para mirarlo de una forma nada disimulada

—¿Cuál es su problema? ¿Por qué no puede dejar de mirarte y entender que lo arruinó todo? —pregunta mi amiga y le envía una de sus miradas de muerte.

—Todavía no entiendo cómo pudo ser tan asqueroso. ¿Y sabes qué es lo peor? Que habría sido su amiga sin mentiras y, bueno, si no me hubiese acosado, incluso podría haberme llegado a gustar con el paso del tiempo.

—Es un saco de mierda —sentencia Sarah—. Es una persona de intenciones horribles, y eso para mí lo hace feo. Aún no entiendo cómo aguantaste su acoso, pudo haber sido peligroso y… ¡Oh, mi jodido Dios!

—¿Qué? ¿Qué pasa?

—¿Ese es tu periquito? Porque se ve como el de las fotos, pero en resolución superavanzada y sorprendentemente incluso mejor.

¡Rayos! Estuve atenta a la puerta todo este tiempo y, justo cuando me descuido, él aparece; porque, en efecto, el chico guapo de suéter rojo con capucha, tejanos negros y cabello despeinado es Dawson Harris, quien desplaza la mirada por el lugar antes de centrarse en mí y sonreírme.

¿Voy a acostumbrarme a esto en algún momento? Espero que no, porque esta emoción podría ser realmente adictiva.

—Tenías razón, en fotos es guapísimo, pero en persona es hermoso. Y no es flacucho como dice Francisco, es delgado, pero nada exagerado y… Me callo, se está acercando —masculla Sarah siguiéndolo con la mirada, y eso me hace reír por lo bajo.

—Hola —saludo cuando se detiene en nuestra mesa, metiéndome unos cortos mechones de cabello detrás de mi oreja—. Esta es mi amiga Sarah, y Sarah, este es Dawson.

—El novio —agrega él con diversión extendiendo la mano.

—Un gusto, Dawson, he escuchado mucho sobre ti.

—Eso es bueno —dice, liberándole la mano y pasándola por mi cabello antes de sacar la silla de mi lado, sentarse y girarse hacia mí con una sonrisa—. Hola, Mérida.

Lo miro por debajo de mis pestañas, tragando con lentitud y recordando que ahora este hombre es mi novio, así que ubico una mano en su muslo y me inclino para plantar un beso en su boca a modo de saludo. Su mano se ubica en la parte baja de mi nuca y me devuelve el beso, que no es húmedo ni incluye lengua, y me da un par de besos con sonido que se sienten increíbles contra mis labios.

—Me gusta tu maquillaje —dice cuando se aleja—, parece arriesgado, pero me encanta.

Llevo delineado doble con azul y amarillo. Es arriesgado, pero hoy quise hacer algo nuevo y me gustó.

—Ese saludo y alabar tu maquillaje… Sí, necesitas conservarlo, Mérida. —Sarah sonríe y continúa con su desayuno tardío, pero vuelve a sonreír cuando su teléfono se ilumina con una notificación.

De nuevo ahí está su enamoramiento misterioso que es complicado y que no me termina de explicar. Comienzo a desesperarme y estoy a poco tiempo de hacer alguna especie de intervención sobre esto.

—¿Quieres pedir algo? —pregunto a Dawson y observo cómo atrapa mi mano sobre su muslo y juega con mis dedos.

He notado que es un chico de caricias, de alguna manera siempre está haciéndome algún toque sutil al que le pongo demasiada atención.

—No, por ahora estoy bien así, cielo. ¿Tienes la hora del almuerzo libre? Me gustaría que comiéramos juntos si no hay problema.

—No estoy exactamente libre a esa hora, pero poco después de las dos sí lo estoy.

—Te espero, pero ¿podemos comer cerca de la clínica?

—Está bien, no hay problema por mí —respondo sin dejar de mirarlo.

El juego de miraditas es algo que había hecho muy pocas veces en mi vida y puedo prometer que nunca se sintió tan intenso, y si lo fue, entonces no lo recuerdo. Una mirada de Dawson Harris basta para que mi sistema colapse, de una buena manera, y para que todo se sienta muy diferente.

—¿Me están diciendo que, con toda esa química y cómo se miran y tocan, pensaron que serían simplemente amigos? Qué imbéciles —se burla Sarah.

Dawson y yo salimos de nuestro trance de tensión para mirar a mi amiga, que nos observa sin ningún tipo de disimulo y con una curiosidad mezclada con diversión.

—Así que ¿qué te traes con mi linda venezolana, Dawson? ¿Sabes español? ¿Sabes dichos latinos o al menos los entiendes?

—Me traigo muchas cosas con Mérida. —Se pone cómodo en su asiento mientras responde—. No, no sé español, sé muy poquito. —Hace una pausa—. Y, sobre dichos, no sé nada.

Apoya el brazo en mi asiento y adentra los dedos en mi cabello, acariciándome el cuero cabelludo, y me tengo que morder el labio inferior para no emitir ningún sonido vergonzoso destinado a la intimidad.

—Los dichos latinos son una trampa, algo confuso sin sentido, o quizá sí tienen sentido, pero es muy difícil —se queja mi amiga.

—No es tan complicado —desestimo, y ella emite un bufido antes de mostrarme la lengua de manera infantil.

—Pero estoy aprendiendo canciones —le hace saber Dawson.

—Ah, eso tampoco lo aprendo, pero sé decir: Maldita sea. ¡Trimardito! Lambucio. ¡Qué ladilla! ¡Nojoda! —asegura mi amiga—. Planeo aprender más.

—Supongo que son malas expresiones.

—Las hay peores —le hago saber, y él sonríe, pero luego alguien dice por el altavoz el nombre de Martin y su sonrisa se borra.

Veo el momento exacto en el que hace la conexión; su mirada se desplaza por su examigo y, cuando conecta con la de Martin, ninguno de los dos es amistoso. Para mi suerte, Martin toma su pedido y sale de la cafetería, pero la animosidad queda en el aire.

—Aparte de acosador pervertido, también un mal amigo —bufa Sarah.

—Es decepcionante —murmura Dawson, que deja de acariciarme el cuero cabelludo para tomarme la mano y entrelazar nuestros dedos—. Sí, lo consideré un amigo y a veces me doy cuenta de que lo elegí antes que a mí, así que es como una patada en las bolas que me hiciera esto… de nuevo, y que su excusa fuese tan de mierda. De hecho, nunca se disculpó.

—Los amigos también rompen los corazones, esas rupturas a veces duelen más —digo.

—Por eso yo nunca te romperé el corazón —me asegura Sarah.

—Ni yo a ti, Sarah Sarita Sarah, y por eso deberías hablarme sobre tu complicada amistad de la aplicación. —Hago un gesto hacia el teléfono, y mi amiga sacude la cabeza en negación.

—Ciertamente me hacen sentir sin amigos en este momento —dice Dawson.

—¡Tienes a tu alma gemela! Me dijiste que Drake va más allá de un mejor amigo.

—¿Qué siente tu mamá al haber dado a luz no solo a un niño lindo, sino a dos rostros idénticos tan apuestos? —pregunto con diversión, y él pone los ojos en blanco.

—Creo que Hayley y Holden son más guapos.

Tonterías, Dawson es increíblemente atractivo y, por ende, Drake Harris también. Con sinceridad, son casi idénticos, aún no sé muy bien cómo es que los diferencié en su fiesta de cumpleaños, pero simplemente lo supe.

—¿Me estás diciendo que tu mamá tuvo a cuatro hijos guapos? ¿Qué comió durante el embarazo? ¿Cuál es la receta? —pregunta mi amiga con genuino interés—. ¡Qué genes! Y, sobre los amigos, escuché que eres bastante popular en eso de las amistades, hombres y mujeres. De hecho, vi lo que te comentan en tus redes sociales, porque sí, hice mi investigación para saber con quién sale mi amiga.

—Y te amo por eso —aseguro con una sonrisa. Yo haría y hago lo mismo por ella.

Eso tiene a Dawson divertido. Establecemos una conversación en la que nadie es dejado de lado, y me relajo y paso un buen momento porque mi amiga y mi novio parecen llevarse bien.

Cuando Sarah termina de comer y después de que se le escaparan unas risitas hacia su teléfono, en el que escribía con una rapidez impresionante, se despide porque llega tarde a su próxima clase, así que Dawson y yo nos quedamos a solas, ahora con su pulgar haciendo suaves círculos en la piel que mi tejano roto deja a la vista a la altura del muslo. Centro toda mi concentración escuchándolo hablar sobre que finalmente parecen tener fecha para su graduación, ya que se hará con el curso que termina ahora, y parece entusiasmado. Cuando le pregunto me dice que, más allá de la celebración de su logro, se alegra de saber que finalmente tendrá el título que avale sus conocimientos y la licenciatura, y así podrá tener un sueldo más estable y más credibilidad ante las personas que lo consideran demasiado joven para dejar a sus mascotas en sus manos.

—Me gusta la pasión con la que hablas de tu profesión.

—Es que me apasiona. —Presiona con más fuerza su pulgar contra mi piel mientras me sonríe con picardía—. ¿Sabes qué más me apasiona?

Creo intuir la respuesta basándome en el ambiente, pero sacudo la cabeza en negación. Veo que su rostro se acerca y siento la caricia de su nariz contra la mía junto con la calidez de su aliento contra mis labios.

—Tú, me apasionas muchísimo, cielo.

—¿Muchísimo? —susurro, cerrando los ojos cuando sus labios rozan los míos.

—Demasiado. ¿Alguna canción hispana para describir eso?

Estoy bloqueada, pero consigo algo del baúl de los recuerdos de una agrupación venezolana que hace mucho dejó de existir, así que canto en voz muy baja para que solo él me oiga:

Con solo mirarte comienzo a temblar.

Mis ojos empañados no los puedo controlar.

Mi corazón palpita, palpita por ti.

Desde que te conocí no he dejado de pensar en ti.

Jamás supe cómo pasó, tampoco cómo sucedió.

Se me bajó hasta la tensión, en verdad pierdo el control.

No tuve una razón, pero sí encontré la solución.

Solo esto lo siento así y no hago más que pensar en ti.

Luego le susurro la traducción aún con los ojos cerrados, sintiendo el beso que deja en la comisura derecha de mi boca.

—¿Cómo se llama?

—«Solo te quiero amar» —respondo en modo automático.

—Interesante nombre —dice antes de besarme.

Y esta vez es un beso completo, uno que comienza con el suave mover de sus labios contra los míos, chupando mi labio inferior, mordisqueándolo y lamiéndolo antes de darle intensidad de una manera profunda, y mi jadeo le permite adentrar su lengua. Es un beso que me eriza los vellos de la piel y me hace perder el decoro ante el hecho de que estamos en público. Se lo devuelvo con la misma intensidad, con una mano a un lateral de su cuello y con la otra aferrando un puñado de la tela de su suéter.

Nos besamos hasta que nuestros pulmones nos exigen respirar. Entonces, cuando nuestras bocas toman una breve distancia, ambos sonreímos. No sé qué pasa por su mente, pero lo que sí sé es que estoy pensando: «Por favor, que este sea solo el comienzo para nosotros».

Mayo de 2017

—Así que Susana y tú nunca han tenido sexo —pregunto a través del teléfono, trazando con la pluma de tinta los detalles de su abdomen en mi dibujo.

Me detengo y sonrío ante su risa suave y baja. Me resulta muy relajante, incluso a pesar de que hablar sobre Susana no es romántico. Para dar algo de contexto, Susana es la linda recepcionista de la clínica veterinaria con la que siempre veo que tiene complicidad.

—Suenas escéptica, Mérida.

—Es que percibí algo de tensión entre ustedes.

—¿Tuviste celos, cielo?

—Un poco —admito—. Sí, pensé que tenían una relación sexual.

—Solo quiero tener sexo contigo —susurra.

—Ahora, porque antes querías con otras.

—Bueno, recuerdo que querías tener sexo con Kellan.

Hago una mueca, pero luego río junto con él. Retomo el trazo de su abdomen, concentrándome en la manera estratégica en la que la sábana está cubriéndole el miembro.

—¿Ni siquiera unos besos? —intento de nuevo.

—No, ni siquiera eso.

—Pero con el tiempo pudo haber más —deduzco—. Creo que habrían tenido química.

—Eres una novia rara.

No lo veo, pero creo que podría estar sonriendo.

—¿Porque pregunto por tu compañera de trabajo que te miraba con pasión?

—No, porque me dices que habríamos tenido química.

—Solo comento un dato curioso —digo, terminando finalmente el dibujo, que comencé antes de que empezara la llamada telefónica.

Consulto la hora en mi reloj despertador y descubro que, de hecho, llevamos algo más de una hora hablando y que falta poco para la medianoche.

—Ya he terminado, más o menos. Ahora debo pasarla a la tableta digital, pero creo que lo haré mañana.

—Entonces… —dice, y noto el cambio en el tono de su voz, que me seduce—. ¿Ahora que me viste desnudo es más fácil dibujarme?

—Es mejor, sí —respondo sonriendo, aunque no puede verme—. No estaba muy alejada de la realidad, pero ahora tengo detalles que antes no.

—¿Sigues dibujando la puntita? —pregunta con diversión.

—No he dibujado tu miembro… todavía. ¡Es broma! No creo que dibuje tu pene.

—Pero ¿lo haces? ¿Dibujas penes?

Echo la cabeza hacia atrás y doy una vuelta en mi silla giratoria antes de responderle.

—Sí, y soy buena dibujándolos —susurro.

—Me intriga que hagas dibujos así. ¿Por qué lo haces? Me gusta, pero me genera curiosidad.

—¿No crees que soy una pervertida?

—Tengo bastante claro el concepto de perversión y no encaja contigo.

Tomo un marcador y juego con él entre mis dedos mientras pienso en mi respuesta. No soy la mejor lanzando discursitos o grandes argumentos que te dejen sin habla, me funciona mejor pensar bien antes de hablar y balbucear o decir cosas que no se entienden.

—No siempre fue así —comienzo—, no desperté y comencé a hacer dibujos sexis. Todo empezó cuando leí novelas gráficas de romance; me encantaba, amaba cómo un dibujo podía transmitir tanto que a veces ni siquiera era necesario leer las palabras que se suponía que se decían. Comencé a crear mis propios personajes, pero, en vista de que no soy buena escribiendo o armando tramas, lo transmitía todo en dibujos con diálogos simples, me encargaba de que todo fuese más visual.

»Pero entonces mis personajes fueron creciendo y yo también lo hice. Primero comenzó de manera inocente, hasta que fui incrementando. —Hago una breve pausa—. Cuando comencé a tener fantasías sexuales o a experimentar mucho deseo, empecé a dibujar cosas que quería o que me generaban curiosidad. Al principio me sentía mal, pero luego me di cuenta de que no tenía que sentir culpa. ¿Podía eso ser arte?

»Busqué en internet y descubrí que había más personas como yo. No hago nada grotesco, considero que es sexi, hermoso y me esfuerzo mucho en los detalles y la estética. Sin embargo, comprendo que mi mamá no puede saberlo, y es como una parte de mí, me hace sentir vulnerable la idea de compartirlo.

Es la primera vez que hablo sinceramente sobre ello y me genera confianza el hecho de que, aunque no pueda identificarse, se interese por comprenderme.

—Cuando dibujo creo una realidad, un mundo, un cuento, una historia con lo que hago, y en parte siento que envuelvo el poder de la sexualidad. El miedo no debería ser algo para susurrar y la seducción algo para ignorar. Un dibujo +21 no es solo dibujar pezones y erecciones desnudas, también se siente terriblemente explícito ilustrar cuerpos a medio vestir con manos tocando, miradas intensas y una cercanía casi palpable.

»Dibujo sobre sexo y situaciones sexuales, pero también sobre el arte de la seducción, el coqueteo sin palabras, la pasión, el romance e incluso sobre ese odio que es tan fuerte que acabas imaginando que se vuelve algo más.

»No sé, periquito. Es un hobby, pero se siente tan bien hacerlo que a veces me apena tener que ocultarlo por el miedo a qué dirán. No hago nada malo, pero creo que, si se supiera, me harían sentir mal.

—Tal vez eres el tipo de persona de quien en el futuro se hablará y dirán: «Estaba adelantada para su época» —dice con suavidad—. No haces nada malo y puedo ver cuánto te apasiona. Escucharte hablar de ello solo me hace desear algún día ser digno de tu confianza para ver tus dibujos. Ni siquiera tienen que ser los que has hecho de mí, aunque me muero por verlos, pero sin presiones.

—Algún día —me atrevo a prometer.

—Soñaré con ese día… Soñaré contigo.

Me muerdo el labio inferior, derretida ante el hecho de que Dawson sea el tipo de hombre que inesperadamente te suelta una frase dulce o te hace mimos, pero que también te puede sorprender y ser sexi y descarado.

—¿Qué soñarás conmigo? —pregunto.

—Soñaré cosas dulces, como que te abrazo desde atrás y apoyas tu cuerpo en mí, inhalo tu olor y te beso el cuello, y después deslizo lentamente mis dedos entre tus pechos, una suave caricia que se va volviendo más profunda a medida que mis uñas se presionan y descienden hasta tu ombligo, bajando…

—¿Cuánto? —pregunto, separando las piernas, y me doy cuenta de que mi mano ya se encuentra sobre mi vientre.

—Lo suficiente para sentir el elástico de tus bragas. ¿Eso te gusta, cielo?

—Mucho —jadeo—, tal vez deberías bajar todavía más tus dedos.

—Los bajo, en busca de tu calidez dentro de tus bragas.

Meto mi propia mano absorta en su voz.

—Y ya casi estoy ahí, tan cerca de donde sé que ya estás húmeda…

—Lo estoy, estoy mojada.

Gime de manera ronca y en consecuencia yo también lo hago, a la vez que abro más mis piernas. Sexo telefónico no es algo que haya hecho, sextear sí, pero para todo siempre hay una primera vez.

—Y finalmente mis dedos confirman lo mojada que estás por mí, tan húmeda, deseosa y dispuesta…

—Lo estoy.

—Miau. —Se oye un maullido y salto sacándome la mano de la ropa interior y espantada del susto.

—¡Carajo! —Miro hacia el borde de debajo de mi cama, de donde sobresalen los ojos amarillentos y juzgones de Boo—. Gata del demonio.

—Y así te soñaré —concluye Dawson con un toque de diversión.

—Perdón, mi gata cortó el momento.

—Lo hizo, pero la perdonamos.

—¿Lo hacemos? —Enarco una ceja, me pongo de pie y me tiro a la cama—. No quiero que solo me sueñes haciendo esas cosas —confieso—. Quiero verte y hacerlas.

—¿Solo esa o quieres hacer muchas más?

—Muchísimas más.

—También quiero verte, y no solo para repetir el espectacular sexo en el que aún pienso. Quiero verte porque lo disfruto, porque me encantas.

—Basta. —Me río—. No puedes gustarme más de lo que ya lo haces.

—Haré de esa mi misión de vida.

Una misión que no es difícil, porque cada día me gusta mucho más.

—Ahora creo que deberíamos descansar, ambos tenemos que levantarnos temprano. —Parece que bosteza—. Me encantó hablar contigo.

—A mí también. —Hago una pausa más larga de lo normal—. Dawson…

—¿Sí?

—¿Podríamos ir a un hotel? Es una especie de fantasía, ir a un hotel con un novio y pasar un día de descanso antes de tener toda una noche apasionada. —Me sonrojo y agradezco que no pueda verme.

—Podemos, haré que suceda.

—¡Yo llevo los condones!

No sé por qué dije eso, pero él ríe.

—Bien, es un buen aporte.

—Ten lindos sueños —susurro—, te veo pronto.

—Te veo pronto, cielo.

Ir a la siguiente página

Report Page