+21

+21


25. En la oscuridad

Página 28 de 57

25

En la oscuridad

Dawson

Estoy leyendo un libro sobre parásitos mortales en animales, pero estoy a instantes de quedarme dormido. Bostezo de manera sonora y parpadeo varias veces, limpiándome con el dorso de la mano los ojos llorosos.

Estoy en ese punto en que deseo desesperadamente dormir, pero también seguir leyendo. Al recordar que mañana debo ir a trabajar, me rindo y decido que le daré a mi cuerpo el descanso que me implora.

Dejo el libro en mi mesita de noche y me dispongo a cerrar las cortinas de la ventana porque hace demasiado frío. Eso lleva a que me queje cuando las plantas descalzas de mis pies entran en contacto con el suelo, pero antes de que siquiera llegue a la ventana escucho lo que parece ser una voz masculina que dice: «No seas estúpida, Hayley». Mi primera reacción es entornar los ojos, pero termino de acortar la distancia hasta mi ventana y miro hacia la calle frontal, donde mi hermana habla con un tipo que se encuentra oculto por las sombras. Ella lleva el pijama con el que la vi hace apenas un rato y parece enojada.

¿Es su nuevo esclavo?

Pero la dinámica cambia cuando él habla moviendo demasiado los brazos, y no me gusta esa reacción. Ella se encoge en sí misma y parece asentir.

Necesito saber qué se están diciendo porque simplemente esto no me da buena espina, pero no alcanzo a escuchar sus palabras. En algún punto, él se acerca a ella y la besa y mi hermanita se aferra a él; no parece disgustada, por lo que me relajo.

Así que ese es su nuevo esclavo.

Cuando se separan, él sube a su auto y se va antes de verificar que ella entre en casa. Hayley se queda ahí de pie durante todo un minuto o poco más.

—¿Qué está pasando? —susurro.

Sus hombros parecen decaídos y, cuando se gira para entrar a casa, alza la vista y me ve. Por un instante parece paralizada, pero después me muestra el dedo corazón y le devuelvo el gesto antes de que entre en casa.

No puedo evitar pensar que lo que acabo de ver parecía muy extraño.

Hoy es viernes y el cuerpo lo sabe. Eso es lo que dijo Mérida hace unos minutos, y al parecer no lo olvidaré.

Me vuelvo para mirar a mi novia, que tiene la vista fija en la casa frente a nosotros. Parece concentrada, pero debe de sentir mis ojos porque se gira y me dedica una mirada llena de sospecha, a la vez que me da un suave apretón en la mano, puesto que nuestros dedos se encuentran entrelazados.

—¿Por qué me miras así? —pregunta en cuanto Alaska y Drake nos adelantan y entran en la casa.

Necesito dar las gracias al Dios de la razón que hizo ser sensato a mi gemelo y a Alaska, quienes estuvieron separados por una tontería que no me queda clara durante más de la mitad de abril y hasta hace una semana. Sí, los tortolitos habían terminado y, aunque en un principio no le di importancia, tengo que admitir que con el paso de las semanas comencé a preocuparme, pero, para mi tranquilidad, volvieron y fue como si esas semanas separados no hubiesen cambiado nada. Hay que admitir que son bastante lindos.

Vuelvo mi vista una vez más a Mérida, quien me mira a la expectativa de una respuesta para su pregunta.

—Te miro así porque estoy cautivado —respondo con una sonrisa ladeada—. Estás preciosa, pero eso no es nuevo.

Arruga la nariz en una mueca que me resulta divertida y se pasa una mano por el vestido negro de tirantes ajustado al pecho, pero que cae en pliegues desde su cintura hasta la mitad del muslo. Las medias negras con liguero que lleva me están enloqueciendo, pero no morirá de frío porque tiene un abrigo, uno que dejó en el auto. Como casi siempre, tiene un delineado grueso, que hace que sus ojos se vean más rasgados de lo que en realidad son, y sus labios van de rojo.

Mi novia es hermosa y me trae loco.

Tiro de su mano para que su cuerpo colisione contra el mío, y me encanta la risita que se le escapa cuando alza el rostro para verme; aunque lleve botas trenzadas con algo de tacón, sigo siendo más alto que ella.

Le devuelvo la mirada, presionando una mano contra su espalda baja, y con la otra le acaricio a mitad de su muslo, justo en el borde de su peligroso vestido, y siento el liguero de sus medias. Engancho dos dedos a ese elástico y su respiración sale lentamente por la boca.

—Me haces afortunado.

—¿Por usar liguero? —pregunta.

—También, pero, de hecho, era un momento romántico en el que te iba a decir que por estar conmigo.

—Eres lindo.

Se alza sobre las puntas de sus pies, lo que ocasiona que mi mano se deslice por la piel de su muslo. Cuando me da un suave beso en la boca, mantenemos los ojos a medio cerrar, mirándonos mientras me da un beso corto tras otro. Cuando vuelve a sus pies, tiene una amplia sonrisa en esos labios carnosos.

—Deberías hacer comerciales sobre sonrisas perfectas. —Me río y pone los ojos en blanco.

—Cuatro años de ortodoncia hacen un buen trabajo, antes mis dientes estaban superdescolocados, hay fotos.

—Me gustaría verlas.

No responde, en lugar de ello me toma de la mano, entrelazando nuestros dedos, y me guía dentro de la casa como si ella fuese la amiga del cumpleañero, y no al revés. No hay muchas personas porque es una reunión pequeña de un amigo que Drake y yo tenemos desde la infancia. Conozco muchos de los rostros que se encuentran aquí, y hay un par con las que me enrollé y otras con las que se lio mi gemelo.

Saludo mientras me desplazo y presento a Mérida, quien se muestra tímida y se aferra a mi mano sin perder su sonrisa cordial. Hay un par de miradas demasiado coquetas de algunos y de una chica, y a esos les hago especial énfasis cuando digo «mi novia». Poco después me uno al cumpleañero, que está con Drake y Alaska. Esta última parece estar diciendo algo superdivertido, porque ellos ríen.

—¡Peter! —saludo, dándole un abrazo—. Feliz cumpleaños.

—Gracias, hombre. —Desplaza la mirada hacia Mérida y ahí están la lujuria y el deseo—. ¿Quién es tu amiga? ¿Es mi regalo de cumpleaños?

Sonríe con descaro mientras la devora con la mirada de pies a cabeza y Mérida se remueve incómoda a mi lado, pegándose a mi costado y apretando su agarre en mi mano.

—¡Puaj! Qué feo que dijeras eso —le reprende Alaska borrando su sonrisa—. Las mujeres no somos ofrendas ni regalos para los hombres.

—Soy Mérida y soy la novia de Dawson —se presenta, sin extender la mano—. Feliz cumpleaños.

—Así que los gemelos ahora tienen novias, eso es impresionante, creo que nunca había pasado.

En eso tiene razón, es la primera vez que Drake y yo hacemos esto de tener relaciones serias y hacer salidas de cuatro. Habíamos tenido citas dobles, novias casuales y citas para bailes escolares, pero lo de hoy es muy diferente. Hasta el momento, esta salida de cuatro va bastante bien y, cuando estuvimos los cuatro en el auto, Mérida y Alaska parecían llevarse increíblemente. Con ella y con Drake, mi novia no parecía tímida, de hecho, hablaba y bromeaba como si los conociese desde hace tiempo, y eso me encantó.

Hay una conversación breve entre nosotros, y Mérida habla en susurros con Alaska, algo que las tiene riendo a ambas y a Drake y a mí mirándolas con curiosidad de vez en cuando.

Cuando Peter se disculpa y se va tras mirar de manera intensa a una chica que acaba de llegar, Drake y yo nos acercamos a Alaska y Mérida.

—Es algo imbécil —dice Mérida arrugando de nuevo la nariz.

—¿Algo? —Alaska enarca una ceja—. Peter es superimbécil, pero finjamos que no mientras estamos en su fiesta y nos comemos su comida.

—Y bebemos su licor —dice Mérida, asintiendo.

—Excelente plan. —Alaska sonríe y enlaza su brazo con el de ella antes de girarse a mirarnos—. ¿Quieren algo?

—Conduciré a la vuelta, así que creo que una simple gaseosa —digo después de que Drake pida una cerveza.

—Ya volvemos —nos hace saber Alaska, que aprieta los labios para que Drake la bese.

La imito y Mérida se ríe y se alza sobre las puntas de sus pies para plantarme un beso rápido. Luego, con los brazos enlazados, se van hacia donde está el licor mientras Drake y yo nos comportamos como un par de idiotas siguiéndolas con la mirada.

—Creo que es un dúo que me da miedo —comento.

Pienso en sus personalidades, en que una escribe +18 y la otra dibuja +21, en la complicidad que parece que ya están desarrollando. ¡Qué peligro!

—Podrían dominar el mun… do.

—Nuestro mundo. —Sonrío y mi gemelo ríe.

—Mérida es genial. Te ves… feliz y radiante.

—Es increíble, me alegra que diéramos el paso.

Me vuelvo hacia mi hermano al recordar algo sobre lo que quería ha­blarle.

—¿No notas a Hayley extraña? —pregunto, pensando en su extraño encuentro fuera de la casa hace dos noches.

—Por extraña te refieres a… ¿horriblemente marcada con mordiscos?

—Sí, eso también.

Los mordiscos desagradables no desaparecen, pese a que creo que a veces están en lugares que no alcanzamos a ver, y la muy astuta los maquilla bastante bien para que nuestros padres no lo vean. No quiero ser un soplón y entiendo que tenga novio o vea a alguien, pero esto ya me está inquietando.

—Sé que en general tiene una personalidad difícil, pero últimamente parece a la defensiva, sobre todo si pregunto por su nuevo esclavo. Dice que la estoy atacando —murmuro recordando que esta mañana me llamó hasta estúpido por una simple pregunta.

»No me malinterpretes, las peleas y discusiones de hermanos es algo que siempre existirá, pero aquí hay algo distinto.

Drake asiente y me cuenta que un par de veces ha visto a un chico que ella ha llevado a casa. Sé que se lo presentó a mis padres —lo que me preocupa aún más porque no suele hacer eso— y que el chico parecía encantador y amoroso en su trato, y Drake no vio señales de alarma, pero también nota que nuestra hermana menor tiene una actitud algo extraña y diferente.

—Esos mordiscos le duelen, siempre hace una mueca de dolor cuando los roza o toca —digo en voz baja.

—Tal vez deberíamos decírselo a… mamá.

—¿Tal vez ha hablado con Alice? —Hago referencia a la hermana de Alaska.

Aunque si ese fuese el caso y sucediera algo grave, Alice nos lo diría, incluso si fuese un secreto de su mejor amiga.

—Tenemos que estar atentos —murmura Drake con inquietud, y asiento.

Es raro porque nunca nos había pasado esto con nuestra hermanita, que es muy independiente.

—Pero si son mis gemelos favoritos —dice lo que reconozco como la voz de Tanya, que interrumpe una conversación que deberemos seguir después.

Se abre paso entre nosotros, pasa un brazo por la cintura de cada uno y nos planta unos besos en las mejillas. Como siempre, trae su típica energía fiestera y buena vibra.

—¿Por qué tan solitos? ¿Me dejan acurrucarme con ustedes?

—No estamos solos. —Drake se ríe—. Estamos con nuestras novias.

—Novias… —repite Tanya, que parece muy sorprendida—. Sabía que tenías novia, Drake, pero lo de Dawson es nuevo.

—Muy nuevo. Es Mérida —le digo, pero parece no recordarla—. La chica de mi fiesta de cumpleaños.

—La recuerdo. Es preciosa, y me dijiste que no interrumpía nada cuando llegué y te besé frente a ella.

—Bueno, sí lo hacías, interrumpiste algo, pero en ese momento era demasiado terco para admitirlo. —Me río.

Ella nos libera de su abrazo y se ubica frente a nosotros sin perder la sonrisa.

—No pensé que viviría para ver el día en que mis gemelos estuviesen ennoviados al mismo tiempo.

—Eso han dicho muchos hoy —comenta Drake.

—Espero que me los cuiden bien. —Finge limpiarse unas lágrimas—. Hoy muere mi sueño de tenerlos al mismo tiempo para mí.

—Solo te enrollaste con mi… copia romanticona.

—Solo tuve sexo con él, pero te recuerdo manoseándome las tetas mientras nos besábamos.

—Detalles —se limita a decir Drake.

No es que nos enrollemos con las mismas chicas, pocas veces sucedió eso, pero, en el caso de Tanya, mi gemelo estaba medio ebrio y en ese momento Tanya y yo estábamos en pausa como follamigos.

—En realidad me encanta, porque se ven felices, así que sigan así. Ahora, si me disculpan, iré a conquistar corazones con mi vestido matador.

—Lúcete. —Le guiño un ojo.

Y justo cuando se gira para irse, Mérida y Alaska se acercan con las bebidas.

—Oh, unas auténticas muñecas —dice Tanya mirándolas de arriba abajo—. Señoritas, hacen afortunados a mis amigos. Diviértanse.

—Qué agradable —comenta Alaska entregándole la cerveza a Drake cuando Tanya se va.

—La recuerdo —dice Mérida—, es tu ex y es bastante simpática.

—No tanto como una ex —señalo, tomando la gaseosa que me entrega— y sí, es una buena persona.

—Es cerveza barata —se queja Drake tras un sorbo.

—Eso es lo que dije —le hace saber Mérida—, pero es gratis.

—Pero es gratis —repite Drake, golpeando suavemente su cerveza con la de ella.

Y ya sabes, no quiero resultar muy emotivo, pero me gusta verlos interactuar, ver que se están llevando bien.

Los cuatro nos dedicamos a hablar por encima de la música y de vez en cuando algunos amigos y conocidos se acercan a saludar, y la mayoría menciona lo «loco» que es ver a los gemelos Harris ennoviados al mismo tiempo.

—¿Cuántas veces mencionarán eso? Ya deben superarlo —se queja Alaska.

—¿Eran tan terribles? —nos pregunta Mérida—. Porque sus amigos parecen muy impresionados.

—Sí, eran terribles —le responde Alaska sin dudar—. Bueno, no terribles, pero sí populares entre el género femenino.

—¿Por populares te refieres a…?

—A que todas querían una oportunidad y a veces la tenían —concluye Alaska—, pero eso fue antes, ahora es diferente.

—Muy diferente —asegura Drake dándole un beso—. ¿Quieres bailar?

—¡Jesús bailador de fiestas! Claro que quiero.

—¿Jesús bailador…? —Mérida suena desconcertada.

—Ah, Alaska tiene un Jesús multifacético que hace de todo dependiendo de su emoción —explico.

—¿Es como mi Virgencita? —pregunta a Alaska—. Quiero decir, eso significa «Virgen», es común decirlo en Venezuela.

—¿Solo dices Virgencita sin acompañamiento? Vuélvela multifacética y verás que es más divertido —le recomienda Alaska antes de tomar la mano de Drake y guiarlo a la pista de baile, que es simplemente el centro de la sala.

Mérida los ve marcharse con una mirada pensativa y aprovecho su descuido para deslizar una mano por su costado hasta llegar a su cintura y atraerla contra mi cuerpo, y ella sonríe aún sin mirarme.

—¡Virgencita emocionada! —prueba, y luego ríe—. Suena raro, pero creo que puedo acostumbrarme.

—Aska contagiándote sus rarezas.

—Me cae muy bien, es superlinda y divertida.

—Ha sido nuestra vecina desde que tengo memoria. —La acerco más a mí para que me oiga mejor y porque me gusta—. Es la hermana de Jocker, también presentador de InfoNews.

—¡Oh, vaya!

—Así que Drake y ella han tenido una alocada historia, se han conocido toda la vida y hasta el año pasado no dieron el salto de fe.

—Qué romántico.

—Y eso que se supone que soy yo el gemelo romántico —digo, y ella me pasa los brazos alrededor del cuello.

—Eres romántico y me gusta. No me apetece bailar, pero sí que nos besemos. ¿Lo hacemos?

—Justo lo que diría la mujer de mis sueños —le hago saber antes de bajar el rostro y besarla, porque siempre quiero hacerlo.

Nunca me pasó algo tan sencillo y quizá tan simple como sentir una sonrisa en medio de un beso, pero cuando Mérida sonríe sobre mis labios, a mí se me acelera el corazón y tengo el deseo infinito de besarla una y otra vez, y eso es precisamente lo que hago a lo largo de la noche.

Nos convertimos en una de esas molestas parejas que cada vez que te giras a verlos se están besando: cerca de la pista de baile, al lado del equipo de sonido, en un pequeño rincón y con ella sentada sobre mi regazo en un feo sofá donde Alaska y Drake nos encuentran un par de horas después.

—Cuánta pasión —comenta Alaska, y hace que Drake se siente a mi lado y luego ella trepa a su regazo.

—Bueno, definitivamente ahora para los demás tiene que ser raro vernos —comento—. La misma posición y el mismo rostro.

—Pero diferentes chicas —agrega Alaska—. ¿Podríamos tomarnos una foto?

—Preguntas, pero ya estás sacando el teléfono. —Me río—. ¿Quieres, Mérida?

—Solo advierto que no soy fotogénica.

—¡Tonterías! Eres preciosa, saldrás increíble.

—Aska tiene razón —garantiza Drake, sonriéndole—. Ustedes saldrán increíbles y Dawson también… por copiarme la cara.

—¡Tú me copiaste!

—¿Quién nació primero? —pregunta Mérida, y sonrío y le doy un beso corto en la boca.

—Yo, tuve que nacer primero para mostrarle el camino a Drake, estaba perdido y no sabía nacer.

—Pero… —Drake ríe—. ¿Qué tonterías dices? Nació primero… porque… —Hace una pausa pensando y enarco una ceja hacia él—. Mamá debía prepararse para ver que después de él… venía alguien maravilloso.

Alaska y Mérida ríen y luego nos acercamos lo suficiente para que Alaska estire el brazo con el teléfono y nos tome una selfi. Desde mi punto de vista sale bien, pero ella se queja tanto que terminamos pidiendo a alguien que nos haga la foto y tengo que admitir que esa se ve mejor.

Mérida les toma una a ellos y luego Alaska asegura que nos devolverá el favor, por lo que abrazo a Mérida sentada en mi regazo y sonrío a la cámara. Mérida está sonrojada por la atención y se nota en la foto, pero para mí sale preciosa y no lo pienso demasiado cuando publico la foto en mi Instagram, con una descripción sencilla y concisa: «Mi novia».

—De verdad eres popular —señala Mérida viendo cómo crece el contador de «me gusta» y comentarios.

—Es porque soy bonito —le hago saber, y sonríe.

—Tiene sentido.

—Y porque también soy sexi.

—Es verdad.

—Y porque sales en la foto y la haces mejor.

—Ahora eres adulador, si parezco un tomate toda roja.

—Me gustan los tomates.

Eso la hace reír fuerte y a mí me tiene complacido.

—El tomate más bonito —susurro contra su mejilla—. Ahora, ¿bailas conmigo, cielo?

Pone los ojos en blanco, pero se levanta, me toma de la mano y tira de mi cuerpo para que me levante. Alaska y Drake están muy ocupados riendo de algo que ven en el teléfono de mi hermano, así que apenas se fijan cuando nos vamos.

Llegamos al medio de la sala y ella mira alrededor. Creo que se intimida un poco por las parejas que fácilmente podrían ser contactados para protagonizar vídeos musicales o películas de baile, por lo que la tomo de la cintura y la pego a mi cuerpo.

—Mírame, los demás no importan.

Asiente con lentitud, pasando sus brazos alrededor de mi cuello y ¡carajo! Me estaba engañando porque por supuesto que sabe bailar; la manera en la que mueve sus caderas me pone a sudar, es una dulce tortura. La sigo en el ritmo, deleitándome cuando gira y pega su trasero contra mi entrepierna, y cuando la palma de mi mano se extiende en su abdomen tengo muchísimo calor.

Sin embargo, la música cambia a una más movida y alegre, y eso hace que nos separemos y comencemos a tontear, riendo, girando, apretujándonos y pasando un buen momento.

—¿Crees que puedo pedirle que ponga una canción? —me pregunta.

—Vamos a intentarlo.

La tomo de la mano y la guío hacia donde está el sonido, que es donde hace un rato nos besábamos, pero en vista de que parece que nadie está a cargo y podemos poner la canción que queramos, la dejo que se encargue de ello, y alcanzo a leer que pone «En la obscuridad», de Belinda.

Y antes de que empiece a sonar me lleva hasta donde estábamos antes, me pasa los brazos alrededor del cuello y le envuelvo la cintura. Mientras la canción comienza con un ritmo envolvente, me susurra una letra que no entiendo, pero que, como siempre, me cautiva.

—Dame un poco más de lo que tú me das. Dame un poco más en la oscuridad —canta—. Solo quiero verte una vez más. No sé si mañana el sol saldrá. Quiero acariciarte, ven a desnudarme, regálame otra piel.

Mis manos se aprietan en su cintura y sus dedos juegan con mi cabello.

—Y sé que si no es hoy, la vida se nos pasará, ya lo verás —continúa cantándome—. Solo hay una oportunidad, que no volverá. Mi amor, te arrepentirás.

No lo soporto más, su voz, su cercanía, la canción, así que alejo el rostro solo un poco, lo suficiente para besarla. Amo que sus labios de inmediato se abren cuando sienten mi lengua, dándome paso a profundizar el beso como queremos.

Sus dedos son fuertes en mi cabello y sus labios igual de insistentes que los míos, succionando y deslizándose. Me muerde el labio inferior antes de lamerlo y luego desliza la lengua contra la mía. Mis manos bajan hasta su culo, cubriéndolo, y ella hace un sonido de goce contra mi boca. Ladeamos la cabeza, nos humedecemos los labios y tomamos el mismo aliento. Para cuando la canción termina, estamos jadeando, con los labios hinchados y húmedos.

Su piel refleja un fuerte sonrojo que no es de vergüenza y me mira a través de sus espesas y largas pestañas. Sorprendentemente, su labial no se ha corrido por mis besos.

Otra canción comienza a sonar y llevo mis labios a su oreja, donde dejo un beso en el lóbulo antes de hablarle:

—Tradúceme la canción que ha sonado, por favor.

Y lo hace, con voz aún afectada, y decido que esa canción también irá a mi lista de reproducción llamada «+21» (en honor a sus dibujos), donde se encuentra cada canción que me ha enseñado.

Mérida se vuelve y me mira con una sonrisa, llevándose el índice a los labios para recordarme que tengo que estar en silencio.

—Leona debe de estar durmiendo con mi mamá o si no ya estaría aquí delatándome —me susurra antes de que subamos las escaleras.

Veo brevemente la hora en mi teléfono: son pasadas las tres de la madrugada. Tras dejar a Drake y Alaska en casa (la descarada se queda en mi casa y se irá temprano a la suya), vine a traer a Mérida, pero ella me preguntó si quería subir a su techo otra vez como aquella noche especial que compartimos hace un tiempo, así que apagué el auto y la seguí. Decir «no» nunca fue una opción.

Caminamos con cautela por el pasillo y, cuando finalmente estamos dentro de su habitación, sonreímos, pero no hablamos.

La veo ir a por sábanas gruesas, pese a que tenemos el abrigo, toma sus auriculares y luego, como aquella vez, salimos por su ventana hacia el techo, pero en esta ocasión ella se sienta entre mis piernas con la espalda apoyada en mi pecho, envueltos en sábanas y lo suficientemente cálidos para no tener frío.

Desbloqueo mi teléfono y se lo entrego para que entre en YouTube y conecte los auriculares.

—Bien, veamos qué canciones te dedico esta noche —dice, y me hace sonreír.

—Eso es nuevo, ¿sabes? —susurro contra su oreja—. Eres la primera chica que me dedica tantas canciones.

—Eso te hace especial.

—No, cielo, eso te hace especial a ti.

Ir a la siguiente página

Report Page