1919

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Playboy

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Jack Reed

era hijo de un alguacil de Estados Unidos, un ciudadano distinguido de Portland, Oregón

Era un muchacho que prometía

así que sus viejos lo mandaron a una escuela del Este

y a Harvard

Harvard significaba pronunciar la «a» abierta y aquellas relaciones tan útiles para más adelante en la vida y buena prosa inglesa… si el erizo no puede ser educado en Harvard no puede serlo en ninguna otra parte

en absoluto y los Lowell sólo hablan con los Cabot y los Cabot

y el Libro de Poesía de Oxford

Reed era un joven que prometía, no era judío ni socialista y tampoco procedía de Roxbury; era fuerte, ambicioso, le apetecía todo, pues a un hombre tienen que gustarle muchas cosas en su vida.

Reed era un hombre: le gustaban los hombres le gustaban las mujeres le gustaba comer y escribir y las noches de niebla y beber y las noches de niebla y nadar y el fútbol y el poema con rima y dirigir los «ra ra ra» en los partidos y ser orador y pertenecer a clubs (no a los clubs más importantes, su sangre no era bastante azul para los clubs más importantes)

y la voz de Copey leyendo

El hombre que quiso ser rey, el otoño moribundo

La urna funeraria, la buena prosa inglesa las luces que llegaban desde el patio, bajo los olmos en el crepúsculo

voces apagadas en salas de conferencias

el otoño moribundo los olmos el discóbolo los ladrillos de los viejos edificios y los arcos conmemorativos y los dulces y los decanos y los instructores gritando todos con voces aflautadas estribillo,

estribillo; la maquinaria oxidada chirriaba, los decanos temblaban bajo sus birretes, los engranajes rodaron hasta el día de la graduación, y Reed se encontró fuera en el mundo:

¡Washington Square!

Convencional resulta que es un insulto;

Villon buscando alojamiento por la noche en casas de italianos de la calle Sullivan, Bleecker, Carmine;

investigaciones demuestran que Robert Louis Stevenson fue un gran fanfarrón,

y en cuanto a los isabelinos

al infierno con ellos.

Navega en un barco de ganado y ve mundo ten aventuras para contar cosas divertidas todas las noches; un hombre tiene que enamorarse… el pulso que se acelera la sensación de que hoy en noches de niebla pasos taxis ojos de mujer… muchas cosas en su vida.

Europa con un toque de rábano rallado, tragar París como una ostra;

pero hay algo más que el Oxford de Poesía Inglesa. Linc Steffens hablaba de la comunidad cooperativa.

revolución en una voz tan melosa como la de Copey, Diógenes Steffens con Marx como linterna recorriendo Occidente en busca de un hombre bueno, Sócrates Steffens sigue preguntando ¿por qué no la revolución?

Jack Reed quisiera vivir en un tonel y escribir versos;

pero siguió tratando a vagabundos obreros tipos duros que le gustaban sin suerte sin trabajo ¿por qué no la revolución?

No conseguía concentrarse en el trabajo con tanta gente sin suerte;

¿no había aprendido de memoria la Declaración de Independencia en el colegio? Reed era del Oeste y las palabras para él tenían sentido; cuando decía algo a un compañero en el bar del Harvard Club, sentía lo que decía desde las suelas de sus zapatos hasta los rizos de su despeinado pelo (su sangre no era bastante azul para el Harvard Club ni para el Dutch Treat Club ni para la respetable bohemia de los independientes de Nueva York).

Vida, libertad, y la búsqueda de la felicidad;

no había mucho de eso en las sederías cuando

en 1913,

fue a Paterson a escribir sobre la huelga, obreros textiles que se manifestaban golpeados por la policía, los huelguistas en la cárcel; antes de darse cuenta de que él también era un huelguista que se manifestaba, golpeado por la policía y a la cárcel;

no quiso que el director le pagara la fianza, aprendería más con los huelguistas en la cárcel.

Aprendió bastante para llevar la representación de la Huelga de Paterson al Madison Square Garden.

Aprendió a tener esperanza en una sociedad nueva donde no hubiera nadie sin suerte.

¿por qué no la revolución?

La revista

Metropolitan lo mandó a México.

a hacer un reportaje sobre Pancho Villa.

Pancho Villa le enseñó a escribir y el esqueleto de las montañas y los altos tubos de órganos de los cactos y los trenes blindados y las bandas tocando en pequeñas plazas llenas de chicas morenas con chales azules

y el polvo sanguinolento y el estampido de los disparos de los rifles

en la noche enorme del desierto, y los morenos peones de voz tranquila muriéndose de hambre matando por la libertad

por tierra por agua por escuelas

México le enseñó a escribir.

Reed era del Oeste y para él las palabras tenían sentido.

La guerra fue una ráfaga que apagó todas las linternas de Diógenes;

los hombres buenos empezaron a agruparse para pedir ametralladoras. Jack Reed era el último de aquella magnífica raza de corresponsales de guerra que escabullían la censura y se jugaban el pellejo por un artículo.

Jack Reed era el mejor escritor norteamericano de su tiempo, si alguien hubiera querido saber de la guerra podría haberlo averiguado en los artículos que él escribía sobre ella

sobre el frente alemán,

la retirada serbia,

Salónica;

tras las líneas en el tambaleante imperio del zar,

burlando a la policía secreta

la cárcel en Cholm.

Los mandamases militares no le dejaron ir a Francia porque dijeron que una noche en las trincheras alemanas jugando con la dotación alemana de un cañón había tirado de la cuerda de un cañón alemán que apuntaba al corazón de Francia… cosas de playboy pero después de todo ¿qué importaba quién disparaba los cañones o en qué dirección estaban apuntados? Reed estaba con los muchachos que saltaban por los aires,

con los alemanes los franceses los rusos los búlgaros y los siete sastrecillos del gueto de Salónica,

y en mil novecientos diecisiete

estaba con los soldados y los campesinos

en Petrogrado en octubre:

Smolny,

Diez días que conmovieron al mundo;

no más el pintoresco México de Villa, no más asuntos de playboy del Harvard Club, planes para teatros griegos, verso con rima, buenas anécdotas de un veterano corresponsal de guerra,

esto ya no era una broma

esto era serio

Delegado,

de vuelta a Estados Unidos sumarios, el proceso Masses, el proceso a los I.W.W.[1], Wilson abarrotando las cárceles,

pasaportes falsos, discursos, documentos secretos, escurriéndose a través de cordones sanitarios, esconderse en los pañoles de los vapores,

cárcel en Finlandia, todos sus documentos robados,

ya no hay oportunidad para escribir versos, nada de conversaciones acaloradas con el primer tipo al que se encuentra, el estudiante con sonrisa agradable que trata de salir del aprieto hablando con el juez;

todos los del Harvard Club están en el Servicio de Inteligencia arreglando el mundo para que el consorcio bancario Morgan-Baker-Stillman esté seguro;

el viejo vagabundo que bebe su café en una lata de tomate es un espía del Cuartel General.

El mundo ha dejado de ser cosa de broma,

sólo ametralladoras e incendios provocados,

hambre piojos chinches cólera tifus

no hay hilas para vendajes ni cloroformo o éter miles de muertos por heridas gangrenadas cordones sanitarios y espías por todas partes.

Las ventanas del Smolny resplandecen calentadas al blanco como un horno bessemer,

no se duerme en el Smolny,

Smolny, la gigantesca fábrica de laminados que funciona las veinticuatro horas del día soltando hombres nociones esperanzas milenios impulsos miedos,

primeras materias

para los cimientos

de una nueva sociedad.

Un hombre debe hacer muchas cosas en su vida.

Reed era del Oeste y para él las palabras tenían sentido.

Echó todo lo que poseía y a sí mismo dentro del Smolny,

dictadura del proletariado;

U.R.S.S.

La primera república de trabajadores

se estableció y se mantuvo.

Reed escribió, llevó a cabo misiones (había espías por todas partes), trabajó hasta hundirse.

cogió el tifus y murió en Moscú.

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