1222

1222


1: Ventolina » Capítulo 2

Página 9 de 68

2

Su voz era característica, rayando lo caricaturesco.

Se dice que las opiniones en sí no son peligrosas. No estoy tan segura.

No sé qué es lo que más me asusta de Kari Thue, si sus opiniones o su celo de misionera. En todo caso, es peligrosamente capaz. Con su absurda lógica, su visión distorsionada de los hechos y su impresionante fe en su propio mensaje podría ser la protagonista de una obra de Holberg. Además, está en todas partes: en la televisión, en la radio, en los periódicos. Kari Thue asusta tanto a las personas preocupadas que se vuelven agresivas, y persuade a hombres por lo demás inteligentes para que cometan estupideces. La mujer con una voz tan aguda como la raya de su pelo ralo ya había iniciado una discusión. Esa tarde había dos musulmanes en Finse. Un hombre y una mujer. Kari Thue es una sabuesa de categoría, y se había olido la situación hacía rato.

—No te estoy hablando a ti —dijo casi a gritos, y no tuve más remedio que abrir un poco los ojos—. ¡Le estoy hablando a ella!

Un hombre de baja estatura y con un enorme bigote intentaba colocarse entre Kari Thue y una mujer con la que parecía estar casado. Ella llevaba ropa oscura y larga, además de un hiyab; era a ella a quien el pastor futbolero, en su confusión, había intentado reclutar para la plegaria en el salón de la chimenea. Supuse que eran kurdos. Igual podían ser iraníes, claro, iraquíes o incluso musulmanes italianos, pero decidí que eran kurdos. Después de conocer a Nefis, que es kurda, he aprendido a fijarme en detalles que no sé explicar, pero que impiden que falle. La mujer se echó a llorar y se tapó la cara con las manos.

—¿Lo ves? —gritó Kari Thue—. Has…

El pastor con la bandera del club de fútbol Brann, conocido de los medios de comunicación como la propia Thue, atravesó la habitación.

—Vamos a calmarnos —salmodió poniendo una mano tranquilizadora sobre el hombro agitado del kurdo—. Me llamo Cato Hammer. Intentemos llevarnos bien y respetarnos en una situación…

Con la otra mano acarició la espalda de Kari Thue. Ella reaccionó como si el hombre la hubiese untado de ácido sulfúrico, y se volvió tan deprisa que faltó poco para que se le cayera la pequeña mochila que llevaba colgada del hombro.

—¡Aparta! —resopló—. ¡No me toques!

Él retiró bruscamente la mano.

—Creo que debes tranquilizarte un poco —dijo en tono paternal.

—Tú no pintas nada aquí —dijo ella—. ¡Estoy intentando hablar con esta mujer!

Kari Thue se distrajo tanto hablando con el jovial pastor que el kurdo aprovechó la ocasión para esfumarse. Agarró fuertemente a su mujer del brazo y, alejándose a toda prisa del mostrador de la recepción, desapareció en dirección a la escalera, donde un cartel grabado en madera bajo el techo informaba de que se entraba en la Taberna de San Paal.

No me gustan los pastores ni los curas. Me gustan tan poco como los imanes, aunque, a decir la verdad, de estos últimos no he conocido a muchos. Una vez conocí a un rabino bastante agradable, pero eso fue en Nueva York. En general siento muy poca afición por las religiones en general y por los administradores de la superstición en particular. Los que menos me gustan son los pastores. Naturalmente estos también son a los que más acostumbrada estoy. Y a los que más aborrezco son los pastores tipo Cato Hammer. Predican la teología de la tolerancia allí donde los límites entre el bien y el mal se vuelven tan vagos que no veo el sentido de adherirse a una religión. Sonríen con piedad y abarcan mucho. No juzgan a nadie. Aman a todo el mundo. A veces sospecho que los pastores como Cato Hammer no creen en absoluto en Dios, sino que están enamorados de los tópicos relacionados con Jesucristo; el hombre bueno con sandalias, mirada aterciopelada y brazos extendidos: Venid a Mí, pequeños. No lo soporto. No quiero que me abracen. Quiero sermones apocalípticos y amenazas de purgatorio. Quiero pastores y obispos con la espalda erguida y mirada fogosa, quiero intransigencia, condena y promesas de castigo eterno. Quiero una Iglesia que conduzca a sus fieles por la senda estrecha, y que deje muy claro al resto del mundo que nos espera la perdición. De esa manera al menos será fácil distinguirnos. Así no tendré que sentirme involucrada, ya que jamás he pedido que me involucren.

O sea que el tipo no me gustaba.

Sin anticiparme a los acontecimientos, quiero no obstante decir que lo primero que pensé unas horas más tarde, al enterarme de que Cato Hammer había muerto, fue que tal vez no había sido al fin y al cabo tan mala persona.

—No te excites tanto —le dijo a la encolerizada furia—. Creas distancia entre los seres humanos, Kari Thue. Los musulmanes no son lo mismo que los islamistas. El mundo no es así. Tú nos divides en…

—Idiota —resopló ella—. Nunca he dicho ni he insinuado nada semejante. Te has dejado engañar por esa corrección política noruega tan ingenua que permite que este país sea invadido por…

Cerré los oídos.

Aunque en mi opinión las religiones sean en el fondo un azote para la humanidad, no encuentro, sin embargo, ninguna lógica, por no decir decencia, en clasificar a los creyentes. Las religiones son tanto tiranía como civilización, expulsión y adhesión, amor y opresión. Y no entiendo en absoluto por qué el islam debe ser peor considerado que otra clase de superstición. Pero Kari Thue sí que lo entendía. Lidera un movimiento que afirma defender a mujeres, maricas, niños y cualquier otra cosa que forme parte de los valores noruegos.

Soy alérgica a la palabra «valores».

En combinación con el concepto «noruego» se convierte en algo repugnante. En su ardor fanático por combatir la amenaza islamista mundial, Kari Thue y sus cada vez más numerosas e influyentes compañeras de lucha hacen la vida imposible a los musulmanes noruegos trabajadores y bien adaptados.

El otro sentimiento que me sacudió cuando unas horas más tarde me enteré de la muerte de Cato Hammer fue una profunda irritación de que la persona que yacía congelada en un ventisquero no fuera Kari Thue.

Pero supongo que estas cosas no pueden decirse.

Ir a la siguiente página

Report Page