12 reglas para vivir

12 reglas para vivir


REGLA 1. Enderézate y mantén los hombros hacia atrás

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En las semanas previas al desarrollo de la agorafobia, a la mujer en cuestión le suele ocurrir algo inesperado y anómalo. Puede ser algo fisiológico, como palpitaciones en el corazón, que son comunes en estos casos y que resultan más probables durante la menopausia, cuando los procesos hormonales que regulan la experiencia psicológica de una mujer fluctúan de forma impredecible. Cualquier alteración perceptible de la frecuencia cardíaca puede hacer pensar tanto en un infarto como en todo el vergonzoso repertorio de angustias y sufrimientos vinculados con una convalecencia, ya que la muerte y la humillación social suelen constituir los temores más comunes. El suceso inesperado puede ser también un conflicto conyugal, la muerte de la pareja o el divorcio u hospitalización de alguien cercano. Así pues, es un acontecimiento real lo que suele precipitar esta intensificación del miedo a la muerte y al juicio social[27].

Tras la conmoción, puede que esta mujer salga de casa y se dirija a un centro comercial. Hay mucha gente y resulta complicado aparcar, lo que supone una tensión añadida. Los pensamientos acerca de su vulnerabilidad que la rondan tras la reciente experiencia desagradable resurgen con fuerza y desencadenan ansiedad. Su frecuencia cardíaca aumenta y empieza a respirar de forma rápida y superficial. Siente cómo sus latidos se aceleran y comienza a preguntarse si está sufriendo un infarto. Este pensamiento genera todavía más ansiedad, así que respira de forma más entrecortada, lo que aumenta su nivel de dióxido de carbono en sangre. Su ritmo cardíaco vuelve a acelerarse a causa del miedo creciente. Se da cuenta y su ritmo cardíaco aumenta de nuevo.

¡Y pum! Aquí está el bucle de retroalimentación positiva. Enseguida la ansiedad se transforma en pánico, sentimiento que regula un sistema cerebral diferente que está diseñado para las amenazas más serias y que puede activarse por un exceso de miedo. Entonces la mujer se ve superada por sus síntomas y se dirige a urgencias, donde tras una espera llena de angustia se le examina la función cardíaca. No hay nada fuera de lo normal, pero ella no se queda más tranquila.

Aunque todavía hace falta otro bucle de retroalimentación positiva para transformar esa desagradable experiencia en una verdadera agorafobia. La siguiente vez que tiene que ir al centro comercial, siente angustia recordando lo que ocurrió en su anterior visita. Pero va de todas formas. En el camino siente su corazón latir y así se desata otro ciclo de ansiedad y preocupación. Para anticiparse al pánico, evita el agobio del centro comercial y vuelve a casa. Pero ahora los sistemas de ansiedad de su cerebro registran que ha huido del centro comercial y llegan a la conclusión de que ese tipo de desplazamiento resulta verdaderamente peligroso. Nuestros sistemas de ansiedad son sumamente prácticos y asumen que cualquier cosa de la que huyes es peligrosa. Prueba de ello es, evidentemente, que has salido huyendo.

Así que a partir de ahora el centro comercial queda marcado como «lugar demasiado peligroso», o bien la nueva agorafóbica se etiqueta a sí misma como «demasiado frágil para acercarse al centro comercial». Quizá no ha llegado todavía a un nivel que le suponga verdaderos problemas. No en vano, hay otros lugares donde comprar. Pero quizá el supermercado del vecindario se parezca lo suficientemente al centro comercial para generar una respuesta similar cuando vaya, y en ese caso se volverá a retirar. A partir de este momento el supermercado ocupa la misma categoría, y después le toca a la tienda de la esquina. Después son los buses, los taxis y los metros. Y, en poco tiempo, cualquier sitio. La agorafóbica puede llegar a sentir miedo de su propia casa, de la que huiría si pudiera. Enseguida queda enclaustrada entre sus cuatro paredes. Cualquier huida motivada por la ansiedad hace que todo aquello de lo que el individuo ha salido huyendo genere más ansiedad. Una huida motivada por ansiedad empequeñece a la persona al tiempo que agranda un mundo lleno de peligros.

Existen numerosos sistemas de interacción entre el cerebro, el cuerpo y el mundo social que pueden quedar atrapados en bucles de retroalimentación positiva. Las personas que sufren depresión, por ejemplo, pueden empezar a sentirse inútiles, verdaderas cargas para los demás, al mismo tiempo que están desgarradas por el dolor. Así pues, se distancian de la familia y las amistades, un alejamiento que aumenta su soledad y su aislamiento y la probabilidad de sentirse cargas inútiles. Entonces se alejan más. De este modo la depresión entra en una espiral creciente.

Si alguien sufre en algún momento de su vida un duro golpe, un trauma, el dispositivo de dominación puede transformarse de tal forma que probablemente acabe generando más dolor. Es algo que les ocurre a menudo a los adultos que fueron víctimas de bullying durante su infancia o adolescencia. Se vuelven personas ansiosas que se enfadan con facilidad. Se protegen a sí mismas poniéndose a la defensiva y evitando el contacto visual directo, que puede interpretarse como un desafío de dominación.

Algo así significa que el daño causado por el bullying juvenil sufrido (la merma de estatus y confianza) puede continuar incluso después de que dicho abuso haya terminado[28]. En los casos más simples, quienes eran objeto de intimidaciones maduran y consiguen ocupar posiciones de éxito y reconocimiento. Ahora bien, no son enteramente conscientes de ello, puesto que mantienen sus adaptaciones psicológicas a la realidad anterior, que ahora resultan contraproducentes y les hacen sentir más estrés e incertidumbre de lo necesario. Pero en casos más complejos, la asunción de subordinación no solo lleva a la persona a sentir más estrés e incertidumbre de lo necesario, sino que además, al mantenerse una posición de sumisión, se sigue estando sujeto al mismo tipo de acoso por parte de los abusones que subsisten en el mundo adulto, por mucho que sean muy pocos y no suelan salirse con la suya. En este tipo de situaciones, la consecuencia psicológica del bullying pasado aumenta la probabilidad de que se mantenga en el presente, si bien, objetivamente, no tendría que ser así teniendo en cuenta la madurez, la reubicación geográfica, la formación recibida o la mejora en el estatus más objetivo.

CRECER

A veces la gente es víctima de diferentes tipos de abuso porque no es capaz de responder a la agresión, algo que suele sucederles a las personas que físicamente son más débiles que sus oponentes. Durante la infancia supone una de las causas más comunes de bullying. No en vano, el niño más duro de seis años no tiene nada que hacer frente a otro de nueve. Sin embargo, en la etapa adulta, una gran parte de ese poder diferencial desaparece a medida que se estabiliza un tamaño físico medio similar (más allá de la dualidad entre hombres y mujeres, puesto que ellos tienden a ser más altos y fuertes, sobre todo en la parte superior del cuerpo). Además, en el mundo adulto la intimidación física generalmente se sanciona de forma más sistemática y severa.

Pero, a pesar de ello, algunas personas siguen siendo objeto de abusos porque no responden a la agresión. Es algo que suele ocurrirles a personas con tendencia a la compasión y el sacrificio, sobre todo si son dadas a las emociones negativas y si emiten numerosos gemidos de sufrimiento cuando algún sádico se enfrenta a ellos. De hecho, los niños que lloran con mayor facilidad son más frecuentemente objeto de bullying[29]. También les sucede a personas que por un motivo u otro han decidido que cualquier tipo de comportamiento hostil, incluso el enfado, es moralmente condenable. He visto a gente dotada de una fina sensibilidad para detectar los pequeños actos de tiranía y la competitividad agresiva reprimir en su foro interno todo tipo de emociones que puedan generar comportamientos de ese tipo. A menudo se trata de personas cuyos padres eran particularmente coléricos y controladores. Pero hay que tener en cuenta que las fuerzas psicológicas nunca son unidimensionales en su significado, de tal modo que un potencial verdaderamente formidable para la rabia y la agresividad más despiadadas puede equilibrarse redirigiendo esas fuerzas primordiales para alzarse contra la opresión, manifestar la verdad e impulsar el avance en tiempos de lucha, incertidumbre y peligros.

Reprimiendo su capacidad agresiva con una camisa de fuerza embebida de la moral más rígida, las personas piadosas y sacrificadas (además de ingenuas y fáciles de explotar) no pueden recurrir a la rabia legítima y apropiada que necesitan para defenderse. Cuando puedes morder, normalmente no tienes que hacerlo. Si se ha integrado de forma conveniente, la capacidad de responder a la agresión en realidad reduce la probabilidad de tener que recurrir a la violencia. Si cuando empieza el ciclo de opresión puedes decir no y hacerlo de forma convincente —es decir, expresando la negativa con claridad y contundencia—, el margen de acción que le queda al opresor está claramente acotado. Las fuerzas de la tiranía se expanden de forma inexorable para ocupar el espacio que se les deja. Quien se niega a ejecutar las acciones apropiadas para proteger su territorio queda expuesto al abuso de la misma forma que los que realmente no pueden defender sus derechos a causa de una verdadera incapacidad o de un desequilibrio objetivo de fuerzas.

Las personas ingenuas e indefensas tienden a enfocar sus percepciones y acciones a partir de axiomas simples: la gente es por lo general buena, nadie quiere hacer daño a nadie, la amenaza (y desde luego el uso de la fuerza), física o no, está mal. Pero estos axiomas se derrumban, o algo peor, cuando aparece alguien realmente malintencionado[30]. «Algo peor» significa que los pensamientos ingenuos pueden convertirse en una invitación abierta al abuso, porque quien tiene la intención de hacer daño se ha especializado en identificar a quien piensa de esta manera. En tales condiciones es necesario volver a calibrar estos axiomas. En mi práctica clínica, a estos pacientes convencidos de que las buenas personas nunca se enfadan, a menudo les hago pensar acerca de las realidades objetivas de sus propios resentimientos.

A nadie le gusta que lo ataquen, pero a menudo hay gente que lo aguanta durante demasiado tiempo. Así que les hago ver su resentimiento, en primer lugar, como rabia, y acto seguido como una indicación de que hay que decir o hacer algo (un tema que, para empezar, es una cuestión de honestidad). Después, presento esa acción como parte de una fuerza que mantiene a raya la tiranía, tanto a nivel social como individual. Muchos aparatos burocráticos cuentan con sus pequeños déspotas que generan reglas y procedimientos innecesarios tan solo para demostrar y afianzar su poder. Son personas que suscitan a su alrededor ondas de resentimiento que, de verbalizarse, limitarían este tipo de expresiones patológicas de poder. De este modo, la voluntad del individuo de defenderse protege a todo el mundo de la corrupción social.

Cuando las personas ingenuas descubren la capacidad de enfadarse que poseen en su interior, sufren una conmoción, en ocasiones considerable. Un ejemplo similar es la susceptibilidad que presentan los nuevos soldados al trastorno de estrés postraumático, a menudo como consecuencia de algo que se han visto hacer a sí mismos y no de algo que les ha ocurrido. Así, de repente, se comportan como los monstruos que pueden llegar a ser en condiciones de batalla y la revelación de tal capacidad acaba con su mundo. No es de extrañarse. Quizá daban por hecho que los autores de las mayores atrocidades de la historia eran personas que no tenían nada que ver con ellos. Quizá nunca habían identificado en su interior la capacidad de oprimir y abusar (quizá tampoco la de afirmarse y triunfar). Por mis manos han pasado pacientes que, tan solo con ver la crueldad reflejada en la cara de sus agresores, se veían arrastrados por el pánico a años enteros de convulsiones histéricas cotidianas. Esta clase de personas suele proceder de familias en las que han estado exageradamente protegidas, donde se niega la existencia de cualquier cosa terrible y donde todo es como un cuento de fantasía.

Cuando esa revelación sucede —es decir, cuando estas personas ingenuas reconocen dentro de sí mismas las semillas del mal y la monstruosidad y se ven como potencialmente peligrosas—, el miedo que sienten disminuye. Desarrollan un mayor amor propio y puede que comiencen a resistirse a la opresión. Comprueban que poseen la capacidad de rebelarse porque en el fondo también son terribles. Descubren que pueden y deben alzarse porque empiezan a comprender lo verdaderamente monstruosas que se volverán si no lo hacen, convirtiendo su resentimiento en el apetito más vorazmente destructivo. Digámoslo con claridad: hay una diferencia muy sutil entre una capacidad integrada para la absoluta destrucción y la fuerza de carácter. Y saberlo constituye una de las lecciones más difíciles de la vida.

Puede que seas un perdedor nato, o puede que no, pero, si lo eres, no tienes que seguir siéndolo. Quizá solo hayas desarrollado una mala costumbre. Quizá no seas más que un cúmulo de malas costumbres. En cualquier caso, incluso si originalmente esa postura retraída te la impusieron las circunstancias —porque no eras popular o sufriste bullying en casa o en el colegio—,[31] ya no tiene por qué ser adecuada. Las circunstancias cambian. Si vas arrastrándote con las mismas pintas que caracterizan a una langosta derrotada, la gente te asignará un estatus inferior y ese antiguo dispositivo del fondo de tu cerebro que compartes con los crustáceos te atribuirá un número bajo de dominación. Y entonces tu cerebro producirá poca serotonina, lo que te hará menos feliz, más ansioso y triste, con más tendencia a bajar la cabeza cuando tendrías que levantarte y defenderte. También reducirá tus probabilidades de encontrar un buen lugar para vivir, de tener acceso a los mejores recursos y de encontrar una pareja sana y atractiva. Te hará más propenso a abusar de la cocaína o el alcohol al estar viviendo en un mundo presente lleno de futuros inciertos. Te hará más vulnerable a las enfermedades cardíacas, al cáncer y a la demencia. En resumidas cuentas, no es bueno.

Las circunstancias cambian y tú también puedes hacerlo. Los bucles de retroalimentación positiva que multiplican un efecto pueden lanzarte a una espiral contraproducente, pero también funcionar en sentido inverso a tu favor. Esa es la otra lección, mucho más optimista, la de la ley de Price y la distribución de Pareto: aquellos que empiezan a tener probablemente conseguirán más. Algunos de estos bucles que propulsan hacia arriba pueden ocurrir en tu propio espacio privado y subjetivo. Las alteraciones del lenguaje corporal constituyen un buen ejemplo. Si un científico te pide que muevas los músculos faciales uno a uno para formar un gesto que transmita tristeza, notarás que te sientes más triste. Si por el contrario se te pide que los muevas para conformar un gesto de felicidad, notarás que te sientes más feliz. La emoción es en parte una expresión corporal y puede amplificarse o atenuarse mediante esa expresión[32].

Algunos de los bucles de retroalimentación positiva ilustrados por el lenguaje corporal pueden suceder más allá de los límites personales de la experiencia subjetiva, en el espacio social que compartes con otras personas. Si, por ejemplo, adoptas una mala postura —si te desplomas al sentarte, con los hombros arqueados hacia delante, el pecho encogido, transmitiendo la sensación de alguien insignificante, derrotado e inútil que en teoría se protege de un ataque por la espalda—, entonces te sentirás insignificante, derrotado e inútil. Y las reacciones de los demás amplificarán esa sensación. Las personas, como las langostas, se tantean entre sí en parte fijándose en sus posturas. Si te presentas como alguien derrotado, la gente se comportará contigo como con alguien que está perdiendo. Si comienzas a erguirte, la gente te mirará y te tratará de forma distinta.

Puedes objetar que el fondo es algo real y que tocar fondo también lo es. Y no basta con cambiar de postura para alterar algo así. Si te encuentras en la posición número diez, enderezándote y proyectando una imagen dominante puede que tan solo llames la atención de quien quiere volver a hundirte. Y no te falta razón. Pero mantenerse erguido con los hombros hacia atrás no es algo exclusivamente físico, porque no solo eres un cuerpo. También eres un espíritu, una psique. Erguirse físicamente también implica, invoca y supone erguirse metafísicamente. Erguirse significa aceptar voluntariamente la carga del Ser. Tu sistema nervioso responde de una forma totalmente distinta cuando afrontas las dificultades vitales de forma voluntaria porque, en vez de prepararte para una catástrofe, lo que haces es asumir un desafío. Ves el tesoro que esconde el dragón, en vez de derrumbarte aterrado cuando el dragón se manifiesta frente a ti. Das un paso hacia delante para ocupar una posición en la jerarquía de dominación y ocupas tu territorio manifestando tu disposición de defenderlo, expandirlo y transformarlo. Todo eso puede ocurrir de forma efectiva o simbólica, como una reestructuración física o conceptual.

Mantenerse erguido con los hombros hacia atrás es aceptar con los ojos bien abiertos la terrible responsabilidad que supone vivir. Significa que decides voluntariamente transformar el caos de lo potencial en las realidades de un orden habitable. Significa que asumes la carga de la vulnerabilidad consciente y que aceptas el final del paraíso inconsciente de la infancia, desde donde apenas se comprende qué significa ser mortal. Significa que te comprometes por propia voluntad con los sacrificios necesarios para generar una realidad productiva y significativa. Significa, como se decía antiguamente, comportarse para satisfacer a Dios.

Mantenerse erguido con los hombros hacia atrás significa construir el arca que protege al mundo del diluvio, guiar a tu pueblo a través del desierto después de haber escapado de la tiranía, abandonar la comodidad del hogar y divulgar el mensaje profético entre quienes ignoran a las viudas y a los niños. Significa cargar con la cruz que marca la «X», ese lugar donde tú y el Ser os cruzáis de forma estremecedora. Significa derribar un régimen muerto, rígido y demasiado tiránico y lanzarlo de vuelta al caos en el que se generó. Significa encarar la incertidumbre resultante y establecer a continuación un orden mejor, dotado de más significado y más productivo.

Así que presta atención a tu postura. Deja de arquearte, enderézate. Di lo que piensas. Deja claro lo que quieres, como si tuvieras derecho a conseguirlo (al menos el mismo que los demás). Anda con la cabeza bien alta y mira al frente con franqueza. Atrévete a ser un peligro. Haz que la serotonina fluya a raudales a través de las vías neuronales que arden a la espera de su efecto tranquilizante.

La gente, y tú también, empezará a asumir que eres una persona capaz y competente, o por lo menos no sacarán inmediatamente la conclusión inversa. Y esas nuevas respuestas positivas te darán ánimo y empezarás a sentir menos angustia. Te resultará entonces más fácil prestar atención a las sutiles claves que se intercambian en la comunicación social. Tus conversaciones fluirán de forma más natural, con menos pausas embarazosas. Y así te será más fácil conocer a gente, interactuar e impresionar. Todo esto no solo aumentará notablemente la probabilidad de que te pasen cosas buenas, sino que conseguirá que esas cosas buenas te hagan sentir aún mejor cuando sucedan.

Con nuevos ánimos, con más fuerza puede que decidas abrazar el Ser y hacer lo posible para que se desarrolle y mejore. Con más fuerza puede que seas capaz de aguantar de pie, incluso durante la enfermedad de un ser querido, incluso tras la muerte de un familiar, y dejar que los demás se apoyen en tu fuerza cuando de lo contrario se hundirían en la desesperación. Con nuevos ánimos, te embarcarás en el viaje de tu vida, brillarás como desde una colina celestial e irás tras el destino que te corresponde. Puede que entonces el significado que posea tu vida baste para mantener a raya la peligrosa influencia de la desesperación existencial.

Y puede que entonces aceptes la terrible carga del mundo y que sientas alegría.

Inspírate en la langosta victoriosa, con sus 350 millones de años de sabiduría práctica acumulados. Enderézate con los hombros hacia atrás.

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