12 reglas para vivir

12 reglas para vivir


REGLA 9. Da por hecho que la persona a la que escuchas puede saber algo que tú no sabes

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Me di cuenta de que ese tipo de conversaciones se daban cada vez menos a medida que avanzaba en mi educación superior, a medida que subía la escalera formativa y social. Quizá no era una cuestión de clase, si bien tengo mis sospechas de que sí era el caso. Quizá simplemente es que ahora soy más viejo o que los amigos que una persona hace en la etapa adulta, o después de la adolescencia, carecen de la demencial cercanía competitiva y de esas ganas perversas de jugar que caracterizaban aquellos vínculos tribales. No obstante, cuando volví a mi pueblo natal para celebrar mis cincuenta años, mis amigos me hicieron reír tanto que tuve que refugiarme en otra habitación en varias ocasiones para recobrar el aliento. Aquellas conversaciones eran divertidísimas y las echo de menos. Tienes que conseguir estar al nivel o, de lo contrario, arriesgarte a sufrir una dura humillación, pero no hay nada más gratificante que conseguir superar la historia, el chiste, el insulto o el improperio que ha soltado el último gracioso. Tan solo hay una regla que vale: no aburras (aunque es verdad que tampoco está nada bien visto despellejar de verdad a alguien cuando solo estás fingiendo que lo despellejas).

UNA CONVERSACIÓN EN MARCHA

El último tipo de conversación, el que se asemeja a escuchar, es una forma de exploración mutua. Requiere una verdadera reciprocidad por parte de los que escuchan y hablan y permite a todos los participantes expresar y organizar sus pensamientos. Una conversación de exploración mutua tiene un tema, generalmente complejo, que interesa realmente a los participantes. Todos ellos intentan resolverlo, en vez de insistir en la validez apriorística de sus respectivas posturas. Todos ellos actúan a partir de la premisa de que tienen algo que aprender. Este tipo de conversación constituye una filosofía activa, la forma más elevada de pensamiento y la mejor preparación para una verdadera vida.

La gente que participa en una conversación de este tipo tiene que debatir acerca de ideas que realmente utiliza para estructurar sus percepciones, para guiar lo que hace y lo que dice. Tiene que implicarse a nivel existencial con su filosofía, es decir, tiene que estar viviéndola, no simplemente creyendo en ella o entendiéndola. También tienen que haber invertido, por lo menos de forma temporal, la típica preferencia humana por el orden en lugar del caos, y no me refiero al caos que caracteriza a una típica rebelión antisocial. Todos los otros tipos de conversación intentan apuntalar algún tipo de orden existente. Por el contrario, una conversación de exploración mutua requiere a personas que hayan decidido que lo desconocido es un amigo más valioso que lo conocido.

Después de todo, lo que sabes ya lo sabes y, a menos que tu vida sea perfecta, no te basta. Sigues estando amenazado por la enfermedad, el autoengaño, la infelicidad, la maldad, la traición, la corrupción, el dolor y las limitaciones. En última instancia, si estás expuesto a todas estas cosas es porque eres demasiado ignorante como para protegerte. Si supieras lo suficiente, estarías más sano y serías más honesto. Sufrirías menos. Podrías reconocer, resistir e incluso vencer a la perversidad y al mal. No traicionarías a un amigo, ni te entregarías al engaño en los negocios, la política o el amor. Sin embargo, tu conocimiento actual ni te ha elevado a la perfección ni garantiza ninguna seguridad. Así pues, por definición, es insuficiente, radical y fatalmente insuficiente.

Todo esto lo tienes que aceptar antes de poder conversar filosóficamente, en lugar de convencer, oprimir, dominar o incluso entretener. Lo tienes que aceptar antes de poder tolerar una conversación en la que esté operando, en términos psicológicos, la palabra que media eternamente entre el orden y el caos. Para tener este tipo de conversación es necesario respetar la experiencia personal de tus interlocutores. Tienes que asumir que han alcanzado conclusiones minuciosas, meditadas y auténticas y que probablemente hayan realizado todo el trabajo que una conjetura así requiere. Tienes que creer que, si comparten contigo sus conclusiones, quizá te ahorres parte del dolor que supondría tener que descubrirlas por tu propia cuenta, ya que aprender a partir de las experiencias de los demás puede resultar más rápido y mucho menos peligroso. También tienes que reflexionar en vez de dedicarte a trazar estrategias para alcanzar la victoria. Si no lo consigues o te niegas a hacerlo, entonces te limitarás a repetir de forma automática aquello en lo que ya crees, tratando de validarlo e insistiendo en su pertinencia. Pero si reflexionas a medida que conversas, escucharás a la otra persona y de tu boca saldrán todas las cosas nuevas y originales que, por su propia inercia, irán surgiendo desde lo más profundo.

En este tipo de conversaciones es como si te estuvieras escuchando de la misma forma que escuchas a la otra persona. Describes cómo vas respondiendo a la nueva información que la persona que habla te transmite. Declaras lo que esa información te ha suscitado: qué nuevas cosas ha hecho aparecer en tu interior, cómo han cambiado tus presunciones, cómo ha hecho que te plantees nuevas preguntas. Y todo eso se lo dices directamente a esa misma persona y entonces tiene el mismo efecto en ella. De esta forma, ambos avanzáis hacia un lugar más nuevo, más amplio y mejor. Ambos cambiáis, a medida que dejas que tus antiguos supuestos mueran, a medida que te desprendes de tu antigua piel y te renuevas.

En una conversación de este tipo reside el deseo de la verdad, el que poseen las dos personas, que es escuchar de verdad y hablar. De ahí que resulte algo cautivador, necesario, interesante y lleno de significado. Ese sentido de significado es una señal de las partes más profundas y antiguas de tu Ser. Te encuentras donde tienes que estar, con un pie en el orden y otro que se extiende vacilante hacia el caos y lo desconocido. Estás inmerso en el Tao, siguiendo el gran camino de la vida, allí donde cuentas con la suficiente estabilidad para sentirte seguro, pero estás lo suficientemente flexible como para transformarte. Allí permites que la nueva información te informe —te dé forma sustancial—, que permee tu estabilidad, que repare y mejore su estructura, que extienda su dominio. Allí los elementos constitutivos de tu Ser pueden encontrar su disposición más elegante. Una conversación así te sitúa en el mismo lugar en el que te sitúas cuando escuchas música excepcional, fundamentalmente por la misma razón. Una conversación así te envía al ámbito en el que conectan las almas, un lugar bien real. Te deja pensando: «Sí que ha merecido la pena, nos hemos conocido de verdad». Las máscaras han caído y se han revelado las personas ávidas de descubrimientos.

Así pues, escucha, escúchate a ti y escucha a aquellas personas con las que hablas. A partir de ahí, tu sabiduría no se compondrá de aquello que ya sabes, sino de la búsqueda continua de conocimiento, que constituye la forma más elevada de sabiduría. Esa era la razón de que la sacerdotisa del oráculo del Delfos, en la Antigua Grecia, tuviese en tan alta estima a Sócrates, que siempre buscaba la verdad. Lo describió como el hombre vivo más sabio, porque sabía que lo que sabía no era nada.

Da por hecho que la persona a la que escuchas puede saber algo que tú no sabes.

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