Violeta

Violeta


CAPÍTULO I LA VUELTA AL EDÉN

Página 3 de 19

—Sí, porque ahora que veo qué clase de hombre de familia eres tú, ya no estoy tan segura.

—Todos cometemos errores.

—Sí, pero tú los cometes con copias carbónicas.

Lily rió histéricamente y se arrojó en una silla.

—Voy a retorcerla el cuello a esa chica —anunció Pete, después de un trago largo.

—Mira —dijo Lily, después de dominarse con esfuerzo—, hay una cosa que se puede hacer.

—¿Cuál?

—Irnos. Tú y yo debemos marcharnos. Y no volver hasta que tus beneficiarios anteriores se hayan ido.

—Eso no es posible —murmuró Pete.

—Claro que es posible. Tenemos todas las excusas del mundo. No hay lugar y con toda nobleza les cedemos nuestras camas.

Pete consideró la proposición un momento, pero luego se denotó más reacio.

—No lo haré —dijo.

—Pete, no tendrás más remedio —insistió Lily, dando un golpe en el suelo con el pie—. Yo no voy a permanecer aquí en estas condiciones.

—Yo no puedo irme —expresó Pete—. No puedo permitir que me echen de mi propia casa. Acabas de decir que debo imponerme. Además, hay que sentar un precedente. ¿No piensas lo que sería esto si cada vez que ocurriera lo mismo nos fuésemos huyendo? ¿Qué sería de nuestro matrimonio?

— ¿Quieres decir que estas cosas ocurren a menudo?

—No..., no...

—¡Ah, bueno! Si es así, más vale desistir ahora mismo.

No, escucha, Lily...

—¡Bonito matrimonio sería el nuestro si en cualquier instante estuviésemos expuestos a esta clase de alborotos!

—Lo que quise decir es que debemos mantenernos firmes y soportarlo todo incólumes... como el Peñón de Gibraltar.

Bebió otro trago rápido, para demostrar la firmeza que se proponía tener. Lily lo contempló fijamente, con los ojos un poco cerrados. —Pete Granden, he llegado a creer que esto te divierte. Se me ocurre que esta situación embarazosa te resulta tan entretenida como a Violeta. —No seas ridícula.

—Te refocilas viendo cómo las esposas pasamos malos ratos.

—Te equivocas de medio a medio, Lily.

—¿Y entonces por qué no te vas ahora mismo? —preguntó Lily acercándosele con largos pasos.

—Ya te he dicho que no es lo que corresponde hacer.

—¡Estás comportándote como un tonto!

—De situaciones como ésta tengo mucha más experiencia que tú...

—¡Eso no lo dudo!

—...y tratar de huir nunca conduce a nada bueno.

Pete hizo lo que consideraba un gesto definitivo y autoritario. Lily lo miró cara a cara.

—Ya entiendo —dijo—. Todo es perfectamente claro. Vas a seguir el consejo de Violeta, ¿no es verdad? Piensas aprovechar esta ocasión para ver si no te convendría más casarte con una de las otras.

—No seas absurda, Lily.

—¡Admítelo! —gritó Lily, que ya no podía contenerse más.

—Bueno —manifestó Pete, con aire muy digno—. Si vas a comportarte así con frecuencia, tal vez será mejor que me case con Crystal o Carlota.

—Si es así, hazlo, sin pensar más.

A los ojos de Lily afluyeron lágrimas.

—Por lo menos, son las madres de mis hijos —dijo Pete pomposamente.

—No es necesario que me insultes —manifestó Lily, encaminándose a la puerta—. Yo me voy ahora mismo.

—No hay tren hasta mañana —le aclaró Pete con calma. Luego se echó a reír, irónicamente, según él supuso. Escuchó su propia risa. Sí, no había duda; era burlona.

—¿De qué te ríes? —preguntó ella.

—Me acordé repentinamente de algo que dijiste esta mañana: "mantendré la calma frente a cualquier cosa...", ¿lo recuerdas?

Lily abrió la puerta, pasó como una tromba por el living-room, y subió la escalera. Pete la siguió con la mirada.

Entonces advirtió que Carlota y Crystal estaban mirándolo. Indudablemente habían escuchado la pelea y las dos a un mismo tiempo se denotaron orgullosas y triunfantes.

Una vez en su cuarto, Lily se echó en la cama y lloró. Aquello era demasiado odioso. Había estado tonta. Y probablemente había perdido a Pete para siempre, precisamente cuando tan contenta se sentía de haberlo encontrado otra vez.

Lloró un buen rato, hasta que de pronto, en un momento tranquilo, de agotamiento, comprendió que así no iba a ningún lugar. Recordó horrorizada la forma en que Carlota y Crystal la habían mirado cuando subiera. Por supuesto, estarían encantadas ahora. Probablemente se frotaban las manos, jubilosas. No querían a Pete, pero era natural que tampoco quisiesen que se casara con ella. No lo querían, volvió a reflexionar, y esto le sugirió una idea...

Sintió que el espíritu femenino de lucha se agrandaba en su interior. ¡Pensar que se le había ocurrido huir! Debía permanecer y hacerles frente. No se dejaría condenar en rebeldía por aquellas dos arpías. Sería ridículo, sería antifemenino. Podría Pete permitir que aquella familia absurda lo dominase, pero a ella no.

Bien formulada esa determinación, se acostó. Necesitaba descansar, en previsión de la batalla.

A la mañana siguiente, se puso su más elegante vestido de sport de lana, y se dirigió alegremente a la mesa del desayuno. Llegaba un poco tarde. En lo alto de la escalera se detuvo. Pudo oír que hablaban Carlota y Crystal. Al parecer estaban solas.

—Son esas escuelas progresivas —dijo Crystal—. A mí me parecen peligrosas.

—¿Tú permitirías que tus hijos fuesen educados como montañeses de tierra adentro? —preguntó Carlota con aquella voz calma y resonante. —Bueno, es que yo no quiero que aprendan demasiado pronto. Es antinatural. Espero que ninguno de mis hijos llegue a ser tan precoz como Violeta y Sidney.

—¡Oh, qué gran idea! —comentó Lily.

Carlota miró de pronto su reloj pulsera. Se levantó y recogió la radio portátil.

—Si me perdonan, quiero escuchar a la doctora Amelia McClure. Va a tratar del tema "¿Qué piensan las mujeres?".

—La dejaremos que averigüe la respuesta, ¿verdad? —preguntó Lily. —Eso es lo que deseo —contestó Carlota y se metió en el estudio.

—Me alegra que se haya ido —dijo Crystal, encendiendo nerviosa un cigarrillo.

—No seamos felinas, señorita Barnes —le dijo Lily.

—Sólo quise decir que deseo hablar con usted a solas.

—¡Qué bonito!

—Señorita Forrest... —empezó Crystal con toda solemnidad.

—Señora Granden —la corrigió Lily con dulzura—. Yo he abandonado mi nombre de soltera.

Crystal se sonrojó un poco, pero siguió.

—Estoy pensando si usted sabe lo que hace al casarse con Pete.

—Debí saberlo. Ya me casé antes con él.

—Pero ha cambiado desde que usted lo conoció. Ha cambiado mucho.

—Usted no lo conocía en mi tiempo.

—¿Tenía ese mismo carácter terrible? —preguntó Crystal con tristeza.

—¿Tiene mal carácter? —inquirió a su vez Lily con toda inocencia.

—Espantoso. Me duele decirlo, pero creo que es mi obligación honesta advertírselo. Vivir con él es un infierno.

—¡Oh! ¿No me engaña? —dijo Lily, suave como un corderito.

—Dudo que haya una satisfacción mayor que verse libre de él.

—¡Oh! Si Pete supiera que usted dice eso moriría de pena —comentó Lily, conteniendo el aliento—. ¡Tiene de usted una opinión tan elevada! Dice que algunos de los años más felices de su vida fueron los que pasó a su lado.

—¿De veras? —inquirió Crystal, realmente asombrada.

—Sí. Me contó que usted era casi una santa.

—¿En serio?

—Me confesó que el sitio que usted ocupa en su corazón jamás podrá ser ocupado por otra persona.

—Bueno —dijo Crystal, empezando a sentirse halagada a pesar de sí misma—, lo cierto es que no lo demuestra.

—Ya sabe usted porqué —le dijo Lily—. Está a la defensiva naturalmente.

—No lo serán.

—Después de todo, lo primero es disfrutar de la niñez.

—Yo te aseguro que Violeta y Sidney disfrutan de las suyas admirablemente. No debes pensar que no son dichosos sólo por ser más despiertos que sus mayores... algunos mayores.

Lily no pudo menos que advertir la nerviosidad de sus voces. Sonrió de satisfacción. Alegremente descendió el resto de la escalera, tarareando una canción.

—Buenos días, chicas —les dijo.

Las "chicas" la saludaron con algo de indiferencia. Carlota llevaba un vestido largo de tono violado, y tenía a su lado la radio portátil. Crystal estaba estirada y un poco decaída, como quien está por resfriarse.

—Confío que no se pelearán en una mañana tan encantadora —dijo Lily al sentarse frente a su pomelo, sonriéndoles con coquetería.

—Claro que no —dijo Crystal, a quien no le hizo gracia la ironía.

—Lo único que hacíamos era hablar de nuestros hijos —aclaró con voz arrastrada Carlota, mirando a Lily de reojo.

—¡Oh, los hijos! Son unos encantos, ¿verdad? Todos exactamente iguales al padre. Yo siento especial cariño por Violeta. Es muy excéntrica, ¿no es cierto?

—¿Qué quiere decir con eso de excéntrica? —preguntó desafiante Carlota.

Lily miró a Carlota con los ojos muy abiertos y una expresión de sinceridad en ellos.

—Con eso de excéntrica quiero decir que en cierto modo es una especie de genio. ¡Tan inteligente!

Carlota optó por declararse rendida y sonrió abstraída. —¿Han dormido bien? —preguntó Lily. —Espléndidamente —respondió Crystal, muy estirada.

Lily sabía que estaba mintiendo. Crystal había tenido que dormir con dos de sus hijos.

—Yo también —expresó Lily con entusiasmo—. Pero es que yo siempre duermo bien aquí. Es el aire. ¡Es tan hermoso volver a este sitio! Yo espero que ustedes dos vendrán a vernos a menudo. Y usted también, señora Granden...

—Yo me llamo a mí misma señorita Barnes —dijo Crystal—. He abandonado el apellido de casada.

Tiene miedo de traicionarse. Le parece que la ha perdido para siempre y teme demostrar su verdadero sentimiento.

—¡Oh! En medio de todo, quizás usted tenga razón.

—Sufriría mucho si supiera que le he contado estas cosas. Pero... en fin, yo quiero que usted sea buena con él.

—Sin embargo, sigo insistiendo en que tiene un carácter feroz.

—Eso quiere decir que debemos apenarnos por él, ¿no es verdad? —Y al emitir estas palabras, Lily fue toda dulzura y luz.

—¿Qué es lo que se propone usted? —preguntó Crystal intrigada a más no poder.

—No tengo ninguna intención oculta —respondió Lily con aire de profunda inocencia—. Pienso solamente si Pete no debería volverse a casar con usted.

La expresión que reflejó el rostro de Crystal no pudo ser más curiosa. No sólo había en ella anonadamiento. Había temor.

—Tiene un encanto enorme —murmuró Crystal. Y en ese momento fue definitivamente de miedo su expresión.

Lily debió hacer un esfuerzo para ocultar su regocijo. Crystal dejaría de ser una amenaza.

—Querida mía —díjole Carlota a Lily, algo más tarde, aquel mismo día quiero que hablemos un poco nosotras dos.

Carlota estaba delante de la estufa y sus ropas le daban la apariencia de una vestal.

—¿Sí? —murmuró Lily, abriendo mucho sus ojos.

Adoptando su tono de más franca inteligencia, Carlota habló.

—¿Podría mirar todo este asunto objetivamente y desde un punto de vista independiente?

—¿Qué asunto?

—¡Caramba!... Esto de volverse a casar con Pete. ¿Quiere analizarlo cuerda y psicológicamente? ¿Eliminar el amor?

—¿No le parece muy difícil eliminar el amor?

—¡Oh, no! Después de todo, el amor no es más que una fuerte idea de amor. Como dice La Rochefoucauld: "Muchos no se enamorarían si jamás hubiesen oído esa palabra". Yo he sido capaz de eliminarlo. Por eso Henry y yo nos entendemos tan admirablemente bien.

Palmeó a Lily acariciante y maternalmente, con una caricia de condescendencia. Lily se dominó v sonrió con dulzura.

—Se me ocurre —dijo— que es más fácil eliminar el amor con Henry que con Pete.

Carlota optó por pasar por alto la observación.

—¿Le parece que ese casamiento estará bien para los niños? Ante todo tenemos que pensar en los niños, ¿no le parece?

—Por supuesto —dijo Lily.

—Yo no estoy muy conforme en que tengan madrastra. Mire a Crystal Barnes. ¿Sabe lo que hizo a mis hijos mientras estuvo casada con Pete?

—¿Qué hizo?

—Los despojó de su individualidad. Dejó huellas...

—¿Y antes cómo eran?

—Antes eran soberbias criaturas. No tenían ninguna inhibición.

—Bueno, pero ahora tampoco tienen muchas —insinuó Lily. Carlota le dirigió una mirada enérgica.

—Me temo que como madre usted sería anticuada. Mis hijos necesitan la guía de alguien que sea moderna y librepensadora, como yo.

Fue Lily ahora quien miró a Carlota.

—Se me ocurre una sola persona que podría ser esa clase de guía —dijo con mucha prudencia.

—¡Tiene razón! —comentó Carlota suspirando—. A veces pienso que yo debería casarme con Pete nuevamente, para que los niños estuvieran siempre conmigo. Con toda sensatez y cordura, eso es lo que deberíamos hacer. Y yo no vacilaría un instante... si Pete estuviera conforme.

—Bueno, usted ya sabe —dijo Lily—, aun cuando me apena mucho confesárselo, que a mi juicio ése es el anhelo secreto de Pete. ¡Oh! Se moriría si supiera que yo le cuento esto, pero me ha confiado que, en su condición de madre de Violeta, Sidney y Bruce, el sitio que usted ocupa en su corazón no podría ocuparlo ninguna otra persona.

—¿Dijo eso? —preguntó Carlota, sin estar segura todavía de si debía alegrarse. Luego echó hacia atrás los hombros, agregando—: Pero no debemos permitir que el sentimiento intervenga en esto.

—No, no debemos —convino Lily—. Y yo quiero decirle, señora Watrous, que pienso verdaderamente que los niños deben ser considerados en primerísimo lugar. Por mi parte, no tendría inconveniente en desistir y cederle el puesto.

Lily confió en que su aspecto fuera valiente y afirmó la barbilla. Carlota arqueó las cejas, sorprendida. Había estado segura de que Lily le presentaría batalla. Un minuto o dos quedó indecisa. "¡Ajá! —pensó Lily—, la he corrido con mi desplante."

—Es usted muy comprensiva, querida —dijo Carlota—. Pero, por supuesto, eso es de todo punto imposible. Me olvidaba de Henry.

—Yo estoy segura de que Henry se sacrificaría también, sabiendo que es por el bien de los niños.

—Ni siquiera se lo preguntaría —dijo Carlota con cierta brusquedad.

—Yo podría preguntárselo —manifestó Lily pensativa, contemplando a Carlota fijamente—. Y me creo capaz de hacerle ver nuestro punto de vista. Advirtió que el rostro de Carlota reflejó primero disgusto y luego, gradualmente, fue el miedo lo que se pintó en él...

Aquella noche, para la cena, Lily se puso su vestido más seductor. Canturreaba en voz baja. Tenía la esperanza de haberles infundido un miedo atroz a Carlota y Crystal. Carlota quería retener a su Henry, pero no estaba demasiado segura de él. Y Crystal ansiaba a Pete, pero no estaba demasiado segura de sí misma

Esa noche lo remacharía, pensaba Lily. Si Pete se comportaba en la forma en que debería comportarse, de acuerdo con lo que ella conocía de la naturaleza humana, todo saldría a pedir de boca. Y las chicas se inquietarían de veras.

En apariencia, las cosas fueron, durante la cena, mucho más agradables que la noche anterior. Las tres señoras Granden hablaron de fruslerías. Crystal se ofreció para enseñarle a Lily un cierto punto especial de tejido y Carlota le explicó su famosa receta del "chili" con carne.

—Esto parece una bolsa femenina para el intercambio de ideas —expresó Ester en voz alta, cosa que a Pete le pareció una observación antipática. Pero luego de cenar las cosas tomaron un giro definido. Pete había hecho exactamente lo que Lily esperaba. A fin de incomodarla, volcó sus atenciones y encantos en dirección a Carlota y Crystal; y cuando Pete quería ser encantador, le sobraba habilidad para hacer salir un pollo de su cascarón. Lily estaba henchida de satisfacción al ver que Crystal se esforzaba por liberarse de aquella dominación masculina y hablaba en voz alta de las ventajas que tiene el ser soltera.

Carlota pasaba las suyas también. Miró a Lily fijamente, con aquellos ojos redondos e intelectuales, mientras Lily hacía toda la comedia destinada a Henry. Lo acompañó en sus solos de flauta, lo cual era más de lo que ella podía hacer, y le imploró que le hablase de la antigua música griega, sentándose a sus pies para escucharlo embelesada mientras él hablaba. Naturalmente, se dedicó a ella; Lily no sólo era mejor escucha que Carlota, sino más hermosa.

Y luego, a las diez de la noche, cuando Carlota le ordenó, o poco menos, que la acompañase al estudio a escuchar la Hora Egipcia del profesor Mortwick, Henry manifestó que esa vez podría pasar sin el profesor Mortwick.

Carlota se sintió sinceramente ofendida.

A la mañana siguiente Lily pudo advertir que era mucho lo que estaba ocurriendo. Ester le trajo el desayuno en una bandeja y le informó que el doctor había vuelto y que la epidemia de sarampión parecía dominada; que Pete había ido al pueblo y que Carlota y Crystal habían recibido sendos telegramas reclamando sus presencias en otros lugares. Estaban preparando los equipajes para irse.

—¿Qué hace Pete en el pueblo?

—No lo adivino —dijo Ester—. Jamás va, como no sea por asuntos de importancia.

Durante un momento Lily tuvo miedo. ¿Se le habría ocurrido a Pete quitarse de encima todas las mujeres de un solo golpe y marcharse a Nueva York? ¿Habría llevado demasiado a fondo la comedia?

Estaba de pie junto a la ventana, petrificada ante esta idea, cuando de pronto vio a Pete que llegaba en el auto. Se armó en seguida un gran revuelo, mientras Crystal, Carlota y Henry eran despachados con rumbo a la estación. Los niños que no estaban confinados en cama corrían de un lado a otro con bultos y los confinados gritaban desde las ventanas. Lily decidió que lo mejor era mantenerse alejada.

Pero justo en el momento en que partían, con Clarence al volante, Lily abrió la ventana y preguntó a voz en cuello:

—Oiga, señora Watrous, ¿cómo me dijo que era, dos o tres tazas de cebollas picadas junto con la carne?

—Dos, querida —le contestó Carlota—. Adiós. Cuando bajó, Pete estaba arrellanado en el sofá. —¿Bueno? —le dijo.

—Bueno —repitió Pete. Lily hubiera llorado de gozo en el momento en que él le sonrió.

—¿Amigo o enemigo? —preguntó ella.

—Amigo, por supuesto. Acabo de ahuyentar al enemigo.

—¿Cómo es eso? ¿Qué quieres decir? —preguntó Lily.

—Fui al pueblo y les leí por teléfono dos telegramas fraguados. Fue obra mía. Lo hice yo. ¡Yo solo!

—¡Querido! —exclamó Lily, acariciándole la mejilla—. Eres admirable. Esa inspiración es digna de Violeta.

—No, menten al demonio —dijo Violeta, penetrando con pasos firmes y vestida de tal modo que parecía un conejo de tamaño extraordinario con dos grandes orejas.

—No escuches, Violeta —le dijo Pete.

—¿Cómo enterarse de las cosas si no se escucha? —preguntó Violeta—. He escuchado un montón de conversaciones estos dos últimos días. Lily, fuiste muy hábil con las ex esposas de papá.

—Gracias, querida —repuso Lily.

—Estaba pensando —siguió Violeta, arrancándose los zuecos —que yo las traje aquí, Lily les calentó los cascos y tú, papá, te libraste de ellas. Un equipo perfecto.

—Bueno —dijo Pete suspirando—, ahora ya te has divertido, Violeta. Recuerda tan sólo que somos como arcilla en tus manos. Y déjanos en paz.

—No los molestaré —prometió Violeta, agregando—: mucho...

Lily se estiró, con una lujuriante sensación de libertad.

—¡Solos, por fin! —exclamó.

—Completamente solos, salvo siete niños y una epidemia de sarampión —dijo Pete, sonriéndole con la misma cara de un niño que pide perdón. Lily le pellizcó cariñosamente la nariz.

—Bueno, siempre es mejor eso que estar solos con siete niños, una epidemia de sarampión, dos ex mujeres y un marido de una ex mujer. Por lo menos, equivale a dar un paso adelante.

Pete asintió, y los dos se apretaron sonrientes.

—Oigan —dijo Violeta, que estaba muy atareada con sus discos y el fonógrafo—, ¿por qué no se van a jugar a otro sitio? Mamá me trajo la Misa en Mi Mayor, de Bach, y quiero oírla.

Ir a la siguiente página

Report Page