Thunder

Thunder


Capítulo 5

Página 10 de 63

Capítulo 5

Tenía el corazón que se me iba a salir del pecho.

¿Qué narices me había pasado?

Tumbada en mi cama, rememoraba el instante exacto en el que el desnudo hermano de Jen me empotró contra la pared intentando desarmarme.

Me cubrí el rostro con ambas manos presa del desasosiego, pues me sentía arder sin saber cómo procesarlo.

Era tan grande, tan duro, tan rubio y estaba tan, tan, tan desnudo… Mis pezones se habían tensado arrollados por el húmedo torso masculino y mi entrepierna cosquilleaba como una serpiente tratando de advertirme algo, ¿qué era?

Todavía estaba sofocada por el incidente. Me sentí ridícula y al mismo tiempo agradecida de que Michael no dijera nada a su hermana sobre el incidente de la escobilla. Fingió como si aquello nunca hubiera ocurrido, de hecho, no debería haber pasado jamás si yo hubiera estado más atenta a las señales.

Él debió entrar cuando estaba en el jardín con Mateo.

Yo entré en el cuarto para airearlo, odiaba el olor a cerrado, y como no lo había visto entrar no esperaba encontrarme dentro del baño de la habitación un hombre tan desnudo, mojado y perfecto. Estoy convencida de que tuve un cortocircuito neuronal. Si lo pensaba fríamente no era lógico que fuera un atacante.

¿Qué violador se duchaba antes de poseer a su víctima?

Era de locos, pero mi cerebro asoció hombre desnudo a violación e hice lo primero que se me ocurrió sin preguntar: lanzarle una pastilla de jabón duro con todas mis fuerzas, el cual impactó contra su frente como si fuera una esponja. Ni se inmutó y yo, presa del pánico, agarré lo primero que pillé a modo de arma defensora: la escobilla. ¡Ni que los gérmenes fueran a salir en mi defensa! ¡Además, era nueva, no se había estrenado nunca! Suspiré pensando en todas las barbaridades que le solté, dije cosas terribles de su… Ohhhhh, vara, la llamé vara y la acusé de estar cargada por el diablo.

Madre mía, no podía sentir mayor bochorno. Cuando lo volviera a ver, me disculparía y le daría las gracias por no delatarme.

—¿Joana? —Jen llamaba a la puerta de mi habitación.

—¿Sí?

—¿Puedo entrar?

Me incorporé en la cama.

—No faltaba más, pasa, es tu casa.

Mi jefa abrió la puerta, tenía una habitación preciosa de buen tamaño, con un colchón de ensueño y muebles de color blanco. Apoyé los pies en la mullida alfombra en colores pastel que había en el suelo.

—Y esta es tu habitación —aclaró como si yo necesitara creérmelo. Todo había sido como un sueño desde que Jen me había rescatado. Rosa se puso muy contenta y me animó a aceptar la oferta. Nadie me daría más por tan poco—. No te levantes, puedes seguir tumbada, no pretendía estorbar tu descanso.

—No eres ningún estorbo —respondí apurada. Realmente lo pensaba, me gustaba estar con Jen, me sentía muy a gusto con ella, más allá de que fuera mi jefa. Nunca había tenido una amiga de mi edad con quien poder hablar y yo solo era un año más joven que ella.

—Los niños duermen —anunció—, y he pensado que podríamos aprovechar para charlar un rato si a ti te apetece. —No hacía mucho que convivíamos, pero esa mirada la ponía cuando algo le rondaba en la mente—. ¿Puedo tumbarme a tu lado? —Asentí sin entender qué pretendía. Se puso ladeada hacia mí apoyando la cabeza sobre su mano. Era realmente hermosa, tan rubia, de facciones delicadas y grácil cuerpo. No como yo, que me sentía el patito feo al lado del cisne. Incluso vestida en pantalón corto y camiseta de tirantes destilaba elegancia—. ¿Qué te parece mi hermano?

La pregunta estalló en mi cabeza como una bomba, volví a arder, pero esta vez parecía que estuviera envuelta en llamas.

—¿A-a qué te refieres? —¿Le habría dicho algo Michael?

—¿Te ha parecido guapo?, ¿simpático?, ¿sexi? —Sus cejas subían y bajaban precipitadamente incrementando mi incomodidad—. Vamos, confiesa, ¿qué te ha parecido? —me azuzó.

—Me ha parecido tu hermano —respondí con simplicidad. Ella bufó apartando un cabello rubio que le había caído sobre el rostro—. Es como tú, pero en hombre, ¿qué quieres que te diga?

—Oh, vamos, no fastidies. Todas las mujeres se derriten por Michael, ¿no me digas que en mi casa está la única mujer del mundo que es inmune a sus encantos? —Se dejó caer mirando al techo como si no me creyera.

—Pu-pues sí —tartamudeé, con toda la convicción que fui capaz de encontrar. Ella retomó la postura inicial buscando la verdad en mis ojos.

—No te creo, estás roja y tus pupilas se han dilatado.

Me puse bizca intentando ver si era cierto. Ella se echó a reír.

—¿Qué haces?

—Demostrarte que mientes.

—¿Poniéndote bizca?

—¡Es que quiero verme las pupilas! —Estaba haciendo el ridículo y Jen se desternillaba—. Bueno, me creas o no, tu hermano no me gusta, es solo que los hombres me ponen nerviosa, no solo él.

La duda se atrincheró en su mirada y su boca emitió un «oh», contenido.

—¿Solo estuviste con el padre de Mateo? —preguntó con delicadeza—. Me refiero a si solo te acostaste con él.

—Sí.

—¿Y nunca fue bien? ¿No… disfrutaste?

Me mordí el labio, no era una ignorante, sabía lo que ocurría entre hombres y mujeres, y que a algunas les gustaba.

—No, él me decía que era frígida, aunque yo pienso que simplemente soy asexual, no me gusta el sexo —respondí algo cohibida.

—¿Cómo vas a ser asexual? Eso no te lo crees ni tú y lo de frígida te lo dijo porque seguramente es un capullo. Esa es una excusa que los hombres inventaron para ocultar su falta de capacidad, así que te garantizo que no eres nada de eso. —¿Era posible lo que me planteaba?—. ¿Tú te tocas? En la intimidad, me refiero.

Me aclaré la garganta, no me sentía cómoda hablando de esos temas. Nunca lo había hecho, así que sentía mucho pudor, lo mejor era decírselo.

—Me siento muy incómoda hablando contigo sobre estas cosas tan íntimas.

Jen agitó la mano restándole importancia.

—Perdona, a veces soy demasiado directa, pero si nunca le has sacado brillo a la piedra no sabes si bajo ella hay un diamante ni la alegría que da encontrarlo. ¿Me comprendes?

—¿Qué piedra? —¿De qué hablaba esa mujer? ¿Acaso era una frase americana que desconocía?

—¡El clítoris! —estalló sin subterfugios incomprensibles. Después aflojó el tono convirtiéndolo en uno más sensual—. Si lo acaricias con insistencia, si lo exploras y lo mimas, te darás cuenta de que lo que piensas de ti, o lo que te hicieron creer, solo es humo. Bajo esa cara y ese cuerpo hay una hoguera, solo hay que saber encenderla.

Me encogí de hombros.

—Si tú lo dices… —Lo que decía me sonaba a chino y no estaba por la labor de tocarme esa parte como si fuera a sacarle brillo a la lámpara.

—Aparcando el tema de tu falta de conocimiento sexual, al cual ya pondremos remedio cuando corresponda, venía a decirte que vayas preparando las maletas.

—¿Me echas? —pregunté con horror—. Si es por lo de tu hermano, te juro que… —El corazón amenazaba con salir despedido por mi boca.

—¿Cómo voy a echarte? Que no te guste mi hermano no es un drama. Solo me gustaba la pareja que formáis, estoy cansada de que pase cada día con una mujer distinta y necesita alguien que le de emoción a su aburrida vida.

—Pero yo no soy ese alguien —respondí acongojada.

—Ya me ha quedado claro, y quita esa cara de susto, mujer, que no quiero que me malinterpretes, lo de la maleta no iba por ahí. —Ahora la que parecía incómoda era ella—. Nos vamos de viaje a Sacramento, Michael y yo tenemos una carrera y debes acompañarnos con los niños.

—¿Sa-Sacramento? —Estaba atónita, quería llevarme de viaje y yo pensando que me quería echar.

—Sí, perdona que no lo habláramos antes. Cuando te contraté y te dije que viajaríamos, no era por vacaciones. Si te necesito tanto, es porque Michael y yo pilotamos coches de carreras y eso hace que muchas veces nos tengamos que desplazar. Espero que no te suponga ningún impedimento ahora que lo sabes.

Negué precipitadamente con la cabeza.

—Me encanta la idea de viajar. Mi padre jamás me sacó de casa, solo vi algo cuando hui de México y no pude disfrutarlo al tener que esconderme en cada rincón.

—A eso no se le puede llamar viajar. Buscaremos un hotel bonito en alguna zona tranquila, podremos hacer algo de turismo antes de la carrera y regresar al día siguiente a casa. Michael y yo nos turnaremos para conducir. Tú irás detrás con los niños. ¿Te parece bien?

—Me parece perfecto, me hace mucha ilusión ir de viaje con vosotros —maticé.

—Bueno, solo van a ser un par de días y una noche. Este va a ser corto, pero habrá veces que estemos más tiempo fuera.

—No importa, me muero por ver mundo. —Ahora era yo la que estaba hacia ella. A Jen le brillaban los ojos, aunque dudaba que le destellaran más que a mí, estaba muy emocionada.

—Estupendo, pues entonces te dejo tranquila y perdona por lo de mi hermano, no pretendía incomodarte con ese tema.

—Tranquila, seguro que encuentra una buena chica que le haga sentar la cabeza. —Tal y como lo decía algo se retorcía en mis tripas, pero lo achaqué a la ilusión de pasar el fin de semana en un hotel. Jen se levantó poniendo rumbo a la puerta.

—Déjame que lo dude, siempre se va con las más golfas, aunque eso es lo que quiere. No puedo culparlo, yo tampoco quiero un hombre fijo en mi vida, así que supongo que no puedo pretender que tenga lo que no quiero para mí. —Acarició pensativa el marco de la puerta—. En fin, ya veremos dónde nos lleva todo esto.

Sacramento, capital del estado de California situada en el área de la Bahía de San Francisco, a ciento veinte kilómetros al noreste de la ciudad que daba nombre a la bahía. Conocida como Ciudad Capital, Ciudad Río o la Ciudad de los Árboles.

Miré por la ventanilla del coche para contemplar una ciudad que había sabido conservar su encanto mezclando los rascacielos más modernos con la arquitectura del oeste americano.

No fuimos directamente al hotel, Michael nos llevó a lo largo del Tower Bridge o Puente de la Torre.

—Anda, hermanita, ilumínanos con esta joya de la arquitectura y cuéntanos lo que sabes, seguro que Joana agradece que nos hagas de guía —azuzó Michael a Jen—. A mi hermana le flipa la arquitectura además del arte, aunque supongo que ya te lo habrá contado.

Los risueños ojos azules se encontraron con los míos. Había permanecido callada la mayor parte del trayecto. Los niños se habían dormido, así que me recreé con las vistas perdiéndome en mis fantasías.

—Claro, como a ti solo te interesan los números, cualquier día veo un algoritmo fugándose de tu cabezota. El arte es cultura, historia, patrimonio. Forma parte de lo que somos y lo que fuimos.

—Pues adelante, muéstranos lo que nos estamos perdiendo y haznos un poco más sabios.

Me gustaba el modo en el que bromeaban, a mí también me hubiera gustado tener un hermano o hermana para tener esa complicidad. Se les veía muy unidos. Jen se aclaró la voz.

—Pues bien, este puente levadizo fue construido en 1935 y figura en el Registro Nacional de Lugares Históricos. Se lo conoce como Tower Bridge debido a sus torres gemelas de ciento sesenta pies[11] y fue pintado de oro metálico en 2002, quizás como referencia a la histórica fiebre del oro de California.

—Te lo dije —advirtió Michael volviendo a mirarme a través del espejo.

Yo no pude evitar devolverle la sonrisa. A pesar de ser un hombre y de nuestro tropiezo inicial, me hacía sentir cómoda.

—Pues a mí me encanta saber cosas nuevas. Gracias, Jen.

—¿Lo ves? —le recriminó regresando su atención hacia mí—. A mí también me encanta aprender cosas, es este hermano mío, que lo único que encuentra interesante es la teoría de los números primos.

—El Teorema —la corrigió.

—Lo que sea. Anda, haz el favor de llevarnos a Old Sacramento, creo que Mateo está despertando y seguro que le chifla ver la parte antigua, parece sacada del Salvaje Oeste.

Que ambos estuvieran tan pendientes de mí y de mi hijo me calentaba de un modo difícilmente descriptible. No eran mi familia y me mostraban un cariño que me calaba hondo en un lugar hasta ahora desconocido.

Cuando llegamos a la parte vieja de la ciudad, me sentí tan emocionada como mi hijo, que miraba perplejo a nuestro alrededor. Jen no se equivocaba, parecía que estuviéramos en una película del oeste americano.

Paseamos por las aceras de madera, viendo las calles empedradas y los carruajes de caballos que tantos gritos de alegría le arrancaban a mi hijo.

Michael lo cargó a hombros, haciéndole el niño más feliz del mundo, y lo bajaba cuando él mostraba interés por algo, como los animales.

La arquitectura de los edificios era de 1850, casi podías sentir la auténtica fiebre del oro. No era difícil imaginar el famoso tren de vapor llegando a la ciudad cargado de pasajeros o un vaquero desmontando de su caballo para entrar en una cantina.

Había numerosos museos, como el de Historia de Sacramento y el Museo Estatal del Ferrocarril, donde se ofrecían viajes en tren.

Estábamos agotados, pero no era suficiente como para no disfrutar de todo aquello.

Michael, que había estado con anterioridad, nos sugirió ir al Old Sacramento Waterfront, un parque histórico del estado que se encontraba justo a orillas del hermoso río Sacramento. Allí contemplamos maravillados el atardecer mientras Mateo alucinaba con los patos.

Después fuimos a cenar al Joe’s Crab Shak, un típico establecimiento con vistas al río donde degustar los famosos cubos de cangrejo.

Me estaba peleando con una gruesa pinza cuando su voz grave me interrumpió.

—¿Me permites antes de que te rebanes los dedos?

La palma ancha, abierta con aquellos apéndices gruesos y largos a modo de ofrecimiento, me lanzó un escalofrío que recorrió mi columna de arriba abajo. Levanté la vista para encontrarme con ese azul limpio que tanto me sorprendía. Una sonrisa franca y desenfadada vestía sus labios para desnudar los míos.

O cerraba la boca o iba a pensar que me había convertido en pez.

No me había tocado, pero la caricia de sus pupilas fue suficiente para desestabilizarme y eso me hizo pensar en su cuerpo desnudo, mojado y pegado contra el mío. El calor comenzó a invadir mi rostro y él seguía sin apartar los ojos.

Me puse nerviosa al no poder controlar las emociones que me suscitaba. Me levanté lanzándole la pinza y el aparato para partirla, y salí precipitada al exterior en busca de aire musitando un «disculpad» que apenas resonó.

Seguro que los había dejado alucinando, pero es que mi falta de control amenazaba con desbordarme. Me agarré a la barandilla blanca que daba al río tratando de buscar el sosiego en algún maldito punto de mi anatomía, que se había vuelto loco de remate, palpitando sin cesar.

—Yo de ti no me agarraría tan fuerte, es de madera y puede partirse en cualquier momento.

La solté como si abrasara dando un paso atrás e impactando contra un duro torso que me hizo rebotar hacia delante.

—¡No me toques! —grité al vacío sin que lo hubiera hecho, para volver a agarrarme como si mi vida dependiera de ello.

—No pretendía hacerlo. —Su tono era mucho más calmado que el mío. Estaba asustada, no estaba preparada para sentir las cosas que Michael despertaba en mí. No sabía ni cómo clasificarlas. Me mantenía en estado de alerta continuo y esa sensación no era nada agradable.

—Joana, si hice o dije algo que te incomodó, te prometo que no fue mi intención. Solo trataba de ser amable, te vi apurada con el cangrejo y…

Mi bochorno se acrecentó. Me di la vuelta precipitadamente para darme de bruces con su rostro contrito. Lo que me faltaba, le estaba haciendo sentir mal por mis taras mentales. Estrujé mis manos, me sentía tan poca cosa frente a él. Mi vestido estaba demasiado desgastado, se veía a la legua que era viejo, se estrechaba donde no debía y hacía bolsas donde debería estar pegado. ¿Por qué me importaba mi aspecto ahora si nunca lo había hecho? Me mordí el labio y automáticamente sus ojos se desviaron hacia ese punto. Su mandíbula se tensó y apretó los puños. Algo ocurría y no estaba segura de qué era, pero cuando Matt apretaba así las manos era para golpearme. Fue un simple clic, alguien pulsó el botón de mi memoria para que me encogiera, me cubriera el rostro y le soltara:

—No me pegues, por favor. —Creo que escuché cómo contenía el aliento—. Lo lamento, yo no quería, yo… —Estaba temblando como una hoja.

—Joana, mírame, por favor. No voy a hacerte daño, antes me lo infligiría a mí mismo que tocarte un solo cabello. Por favor —suplicó de nuevo.

No se había movido, permanecía allí de pie, mirándome con lástima. Su actitud de hacía unos instantes había quedado opacada por otra. Me dolía despertar lástima en él, pero no podía inspirar nada más que lo que yo sentía por mí misma, no podía culparlo por ello.

—Perdona, yo… —Estaba desorientada, ¿cómo actuaba?, ¿qué decía? No quería que me malinterpretara.

—A mí también me golpearon de pequeño, y a Jen, aunque sospecho que a ti te ha sucedido de mayor, ¿no es así?

Lo miré con intensidad frente a la revelación. ¿Jen le habría contado algo? Seguramente, era su hermano y yo tampoco le había pedido que me guardara el secreto. Lo que me chocó fue que él me revelara que había sido maltratado.

—¿Tú?

Asintió sin un ápice de pudor.

—No conozco del todo tu historia, pero eso no importa, solo quiero que sepas que con nosotros estarás a salvo. No debes temer nada, te protegeremos de quien haga falta. —Sonaba tan bien que me daba miedo creerlo—. Quería disculparme por el modo en el que nos conocimos, fue todo una confusión. Jamás te habría tocado a sabiendas de quien eras, lo que representabas para mi hermana y lo que te había ocurrido. Puedes estar tranquila, nunca te tocaré, te lo garantizo. —Su afirmación despertó en mí emociones opuestas; por un lado, gratitud y, por otro, molestia. ¿Acaso no le gustaba lo suficiente como para querer tocarme? «Pero ¿en qué demonios piensas, Joana? ¿Cómo va a querer tocarte? Mírate y míralo, él tiene dónde elegir y por supuesto que no será a una pobre mexicana asexual como tú»—. ¿Joana? ¿Joana? —preguntó con suavidad devolviéndome a la realidad. Enfoqué mis ojos para ver su preocupación—. ¿Estás bien?

—Sí —me apresuré a responder—. Es solo que me agobié allí dentro, han sido muchas emociones de golpe y no las he sabido gestionar. Disculpa, Michael, tú no tienes la culpa de mis demonios.

—Ni tú de los míos, eso es algo que aprenderás con el tiempo. No voy a engañarte, no es un camino fácil, pero si necesitas ayuda o consuelo, quiero que sepas que siempre voy a estar aquí para ti. Tal vez sea muy pronto para decirte esto, pero me gustaría que me vieras como un amigo, que confiaras lo suficiente como para desahogarte si lo necesitas. Tengo una buena espalda para que te apoyes si ves que te faltan las fuerzas. Siempre te escucharé sin juzgarte, igual que hago con Jen. Ahora cuidas de mi familia y para mí eso te convierte en la mía.

Sus palabras me calentaron el corazón, estaba muy emocionada, tanto, que mis ojos escocían.

—Gracias —musité en un susurro.

—Es lo que pienso y siento. ¿Estás mejor?

—Sí.

—Pues entonces entremos y terminemos de cenar. Ya aplasté esa pinza que se te resistía y creo que debe estar esperándote en el plato, a no ser que Mateo haya terminado con ella. No veas cómo le gustan los cangrejos al condenado. —Una sonrisa cómplice se unió a la suya—. Eso me gusta más, estás muy guapa cuando sonríes.

¿Guapa? ¿Había dicho guapa? Miré hacia el restaurante rezando por no haberme sonrojado. Sabía que lo había dicho para animarme, pero no podía evitar que mi corazón se agitara ante el cumplido.

—Sí, será mejor que entremos. Gracias por todo, Michael, de corazón —le agradecí al pasar por su lado. Él no trató de detenerme, solo me siguió con la mirada infundiéndome valor.

—No hay de qué.

Di cuatro pasos y un golpe de aire levantó mi falda cual paraguas cerrado, envolviéndome por completo como si se tratara del capullo de una mariposa, o en mi caso de una oruga. Empujé hacia abajo abochornada, pensando en qué bragas me habría puesto. ¿Por qué todo me tenía que pasar a mí? Alguien tiró de la prenda en mi ayuda, emitiendo una incontenible risilla cercana a mi oído. Yo, mortificada, no podía pensar en qué decir.

Aunque no hizo falta, Michael lo hizo por mí.

—Si con eso pretendías decirme que mañana debíamos ir al centro comercial a por bragas nuevas, lo has logrado. Puede que en México las transparencias se lleven por uso, pero en Estados Unidos suelen ir ligadas al encaje. —Me quería morir—. Aunque debo reconocer que sea como sea, las vistas son magníficas.

—¡Ohhh, por Dios! —Me aparté arremolinándome en la dichosa falda del vestido.

—No te avergüences, todos tenemos un culo, aunque no tan magnífico como el tuyo. —Estaba bromeando, su timbre lo delataba, pero yo no podía enfrentarme a él en ese momento—. Cada vez que de noche piense en Sacramento, tu luna llena iluminará mi pensamiento.

Me di la vuelta para arrearle un empujón que le dejara las cosas claras. A veces un gesto vale más que mil palabras. Pero fue poner las palmas de las manos sobre su pecho y un calambrazo me tiró hacia atrás.

—¡Auch! —exclamamos los dos.

—Si pretendías fundirme las neuronas para que no recuerde lo que acabo de ver, no vas a lograrlo por muchas descargas que me lances.

—¡Pero si has sido tú!

—¡Yo no te he tocado! —Elevó las palmas, en eso tenía razón. Estábamos demasiado cerca, notaba su calor envolviendo mi cuerpo—. Tal vez tenga que ver con la climatología, ¿sabes que me llaman Thunder? —Negué perdida en su mirada hambrienta, que me hacía pensar en cosas que no debía. Dio un paso recorriendo el poco espacio que quedaba entre nosotros—. Pues eso me hace presuponer que lo que ocurre es que tú eres mi rayo, el que me hace rugir para dar paso a…

—La tormenta. —La puerta se abrió con la voz de Jen sentenciando entre nosotros—. ¿Vais a entrar de una maldita vez o inundamos Sacramento? —La magia del momento se rompió haciéndome sentir como un personaje de ciencia ficción. Jen parecía molesta—. He tenido que pelearme dos veces con el camarero que quería llevarse el cubo de cangrejos, hay gente esperando para cenar y nosotros tenemos una carrera que correr como para que os dé por profetizar sobre el clima.

—Ha sido culpa mía, lo siento, jefa. —Tuve la necesidad de que no culpara a Michael por mi falta de control emocional.

—Sí, seguro que mi hermano se mantuvo calladito mientras hacía una oda a la climatología, o eso o ahora se las da de meteorólogo —rezongó—. Llevo demasiados años aguantándolo como para conocer todas sus bromitas. Creo que en vez de hijo de mi padre lo cambiaron por el hijo del payaso del circo, eso tendría más sentido —argumentó sin que Michael se molestara—. Anda, pasad, que me muero por un postre de los de la carta y no pienso largarme sin catarlo. —Jen giró la cabeza hacia dentro controlando la mesa—. ¡Eh, tú! —gritó precipitándose hacia adentro mientras su hermano sujetaba la puerta—. Es la tercera vez que te digo que no te lleves los malditos cangrejos. A la cuarta, te los meto vivos en los calzoncillos, aunque tenga que lanzarme al río de cabeza para pescarlos. A ver si aprendes a base de pellizcos.

Al pobre camarero casi se le salen los ojos de la cara y yo no pude evitar soltar una carcajada frente a la afrenta. Atrás había quedado mi vergüenza por mostrarle mis bragas raídas a Michael. En algo debía darle la razón, tenía que ir de compras con urgencia.

☆☆☆☆☆

Tragué con fuerza, Joana me ponía al límite.

Cuando la vi allí fuera tan desvalida observando las reacciones que tan bien conocía, me morí por encerrarla en mis brazos y por prometerle que a partir de ahora las cosas iban a mejorar.

Conocía demasiado bien los signos de alguien que había sido maltratado, ese miedo irracional, esa falta de autoestima que se reflejaba en la oscuridad de su mirada.

No podía tocarla. La señal de alerta refulgía como un luminoso de Broadway, esa advertencia velada que trataba de ocultar, pero que, para alguien como yo, era imposible no percibir. La habían dañado tanto que la simple idea de que alguien le pusiera la mano encima me retorcía las entrañas.

Había estado muy cerca de romper mi contención en pos de mi deseo. Había querido borrar sus heridas a besos, demostrarle que no todos los hombres éramos iguales. Casi me dejo llevar por el paisaje, la luna sobre el río, su postura de indefensión frente a ese pequeño pellizco de sus dientes sobre su labio, que me había enloquecido.

Ir a la siguiente página

Report Page