Thunder

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Capítulo 5

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Creo que lo percibió y automáticamente adoptó la posición de defensa. Contemplar mi deseo encendió su sistema de protección viendo en mí el reflejo del hombre que la agredió. Según Jen, uno de los trabajadores de su padre la violó hasta embarazarla, pretendiendo casarse con ella. No quería ni imaginar lo que debió haber sufrido ni el concepto que ella podía albergar de los hombres, tanto de su padre, dispuesto a entregarla a su agresor, como el que pretendía ser su marido sometiéndola a golpizas.

Traté de que se tranquilizara infundiéndole ánimo y funcionó, hasta que el viento decidió hacer de las suyas y ofrecerme las mejores vistas de Sacramento.

Dios, tenía un culo glorioso, redondo, amplio, respingón y encima esas bragas de algodón, que no servían ni para trapos, me mostraron todo lo que necesitaba ver para saber que se trataba del culo de mis sueños.

Listo para amasarlo, agarrarlo, separarlo y empujar en su interior.

¡Mierda! Ya me había empalmado. Las bragas viejas iban a convertirse en mi nuevo fetiche sexual, eso sí, solo si cubrían el trasero de Joana.

Intenté hacerme el gracioso para evitarle el apuro, pero no me salió bien, estaba tan nervioso que creo que le dije algo como que se comprara bragas. ¿Se podía meter la pata más que yo? La pobre terminó más roja que el cubo de cangrejos y, sorprendido tras el chispazo que me dio al tocarme, no se me ocurrió otra cosa que poetizar sobre nosotros.

Suerte que llegó Jen y lo enfrió todo, si no, no sé cómo habría terminado, seguramente con un merecido rodillazo en la entrepierna.

Cuando regresara a Los Ángeles, trataría de poner remedio a mi falta de contención.

Dejamos a Joana y a los niños en el Dowtown, en el Kimpton Sawyer Hotel, un moderno hotel de cuatro estrellas con todas las comodidades y facilidades alrededor. Tenía una preciosa piscina que daba al Golden 1 Center y donde servían cócteles de noche.

Jen y yo nos cambiamos en el hotel con nuestros característicos monos blancos y fuimos al punto de encuentro para la carrera.

—¿Estás listo para la carrera, frățior?

—Nací listo —respondí petulante. Cuando iba con Jen raras veces conducía, a ella le apasionaba el volante y yo aprovechaba para observar todo aquello que estuviera fuera de lugar.

—Eres un engreído.

—Le dijo la sartén al cazo —le reproché. Los dos nos echamos a reír.

—Vamos a por ellos, hay mucho dinero en juego y quiero llevármelo a casa.

—Estoy convencido de ello, solo ten cuidado, ¿vale? Koe quiere que lleguemos de una pieza. —La vena de hermano protector me salía sola. Para mí, Jen siempre sería lo más importante de mi vida, y mi sobrina ocupaba el segundo lugar.

—Por supuesto, la central lechera tiene que volver de una pieza, si no a ver cómo la alimentas —bromeó.

—Dios nos libre de eso.

Bajamos nuestras viseras y caminamos con decisión hasta el grupo congregado. El tipo para el que corríamos hoy estaba intentando abrirse hueco en el mundo de las carreras ilegales y había puesto toda la carne en el asador con un SSC Ultimate Aero de color naranja brillante; las puertas se desplegaron hacia arriba y ocupamos el interior.

—Uhhhh, vamos a ser la naranja mecánica —susurré a Jen envuelto en el asiento de cuero negro.

—Es una maravilla. —Sus manos acariciaban el volante con delicadeza—. Vamos a exprimirlo al máximo y a sacarle todo el jugo a este pedazo de motor, ¿sabes que cuenta con tres turbocompresores? —Asentí—. Me encanta su estética de líneas redondeadas inspirada en un caza militar, es muy del estilo del Ferrari P4/5 con cierta inspiración en el Bertone Mantide, ¿no crees? —Mi hermana era una verdadera adicta a los coches de carreras.

—Totalmente, dicen que puede rebasar los cuatrocientos treinta y un kilómetros por hora.

—Pues eso habrá que verlo —afirmó abrochándose el cinturón—. Prepárate para volar, frățior, nunca la tormenta les alcanzó tan rápido.

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