Thunder

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Capítulo 14

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—¡Alejandro! —exclamó saliendo tras el mostrador para fundirse en un dulce beso con su marido y después abrazar como pudo a la pequeña. Su barriga era algo excesiva para solo llevar un bebé, pero a su marido parecía no importarle, la miraba con una adoración que me derretía por dentro. ¿Cómo sería ser amada de ese modo?

—Jo, deja que te presente a mi marido Alejandro y a Anie, nuestra hija.

Saludé al moreno con cortesía y algo más relajada a la pequeña. Ese hombre exudaba autoridad, no me extrañaba que fuera un amo.

—¿Qué fiesta? —insistió Alejandro tomándola de la cintura.

—Marco y Laura van este sábado al Masquerade con Gio e Ilke. Ya sabes las ganas que tengo de ir… Encima, es el aniversario.

Él la miró condescendiente.

—Cariño, no creo que sea oportuno en tu estado, ya lo sabes. Podemos hacer la fiesta en casa.

—¿Una fiesta en casa? —preguntó la pequeña Anie.

—Pues no es tan mala idea —rumió mi compañera—. ¿Por qué no vienes con tu marido y tu hijo a cenar el sábado? ¿Tenéis planes? Seguro que Mateo lo pasa genial jugando con Anie. Por favor, por favor —me suplicó cruzando las manos.

—Nosotros no… eh… —¿Cómo lo decía para no ofenderla y con las palabras adecuadas delante de la niña?—. No jugamos en tu liga.

Ella abrió los ojos y después se echó a reír.

—Tranquila, que me refería a una cena normal. El único cuero que va a haber será el de las sillas donde nos sentemos.

Suspiré aliviada de que no se lo tomara a mal.

—Pues entonces… No sé, debería hablarlo con él. No es que pretenda excusarme, no tenemos muchos amigos en la ciudad, así que sería genial poder ir.

—Bah, ya sabes que ellos terminan haciendo lo que nosotras queremos. Te prometo que será una cena tranquila, terminaremos pronto y te relamerás del gusto.

Terminé aceptando y rezando para que Michael no se lo tomara mal.

Cuando bajamos los cuatro, mi supuesto marido estaba en el hall, como cada tarde esperándome, así que no tuve más remedio que hacer las presentaciones de rigor.

Mateo había venido con él y no tardó nada en ganarse la amistad de Anie y la admiración de sus progenitores.

—¿Lo ves?, mira qué bien se llevan —murmuró Ana—. Si hasta podemos terminar de consuegras.

Mi hijo iba a tener una colección de mujeres como siguiera así. Aunque mejor con la hija de Ana que con la tal Candy. A esa no la quería en mi familia ni en pintura, seguro que me salía un sarpullido.

—Quién sabe… Ya se verá.

Michael y Alejandro parecieron conectar también, así que cuando Ana extendió la invitación, solo pudo responder:

—Lo que mi mujercita quiera.

El corazón se me disparó pensando en la suerte que tenía de contar con Michael en mi vida.

El sábado nos encontramos cenando en casa de los Andrade, un lujo de casa muy cercana a la de nuestros jefes. Se notaba que vivían bien.

Fue una velada increíblemente agradable, no pude ponerle un solo pero. La comida deliciosa, los niños desaparecieron después de cenar y cuando nos dimos cuenta, se habían quedado dormidos en la cama de Anie.

Nosotros continuamos, no dejamos de reír y charlar. La complicidad y el amor que se respiraba en esa casa eran contagiosos.

Michael no dejaba de acariciarme y yo me dejaba querer. Eran mimos sutiles, pero llenos de ternura, que me calentaban por dentro y por fuera.

No sé si fue el vino o qué, pero cuando Ana me mostró a solas su cuarto de juegos, iba encendida como una vela.

Al llegar a casa, acosté a Mateo con cuidado de que no se despertara y fui directa a por Michael, que no llegó ni a ponerse la camiseta del pijama. Me abalancé sobre él empujándolo sobre la cama sin que tuviera una maldita posibilidad.

Lo notaba duro contra mi cuerpo y tan hambriento como yo. Mis manos serpenteaban sobre cada palmo de su anatomía hasta que me agarró de las muñecas y me detuvo jadeante, con la frente apoyada en la mía y mis piernas encajadas en su cadera.

—¿Po-por qué me frenas? —inquirí sin entender.

—Porque no podemos hacerlo todavía, quedan unos días para cumplir el plazo del médico.

—¡Pero si ya no sangro! —protesté.

—Aunque no sangres, puede haber infecciones. No podemos seguir adelante a pesar de que me muera de ganas, pero eso no quiere decir que no pueda aliviarte.

—Aliviarme ¿cómo? ¡Estoy ardiendo de necesidad! ¿Puedes entenderme?

Capturó mi muñeca y la llevó a su dura entrepierna.

—¿De verdad me preguntas eso? Cada noche me voy a dormir empalmado por ti, por tu olor, por tu piel, por tu cercanía. No hay un instante en el jodido día que no te desee, Joana, y desde que estoy aquí, parece que haya hecho un voto de castidad. Solo me alivian los cinco dedos de esta mano, ni de adolescente me había pajeado tanto.

Me sentía algo perversa esa noche y con muchas ganas de jugar…

—¿Y si te alivio yo? —No había sacado la mano y la movía arriba y abajo.

—¿Tú? —me preguntó sin creer lo que oía.

—¿Me dejarías que te diera placer?

Su nuez subió y bajó de golpe.

—Te juro que sé que voy a arrepentirme de lo que voy a decir ahora mismo, pero… No.

—¿No? —Me aparté como si acabara de explotarme una granada en la mano.

—No, porque no pienso dejar que me complazcas si no puedo ofrecerte lo mismo a cambio. Eso me convertiría en un egoísta y créeme si te digo que en el sexo soy todo menos egoísta. —Esta vez la que tragué duro fui yo—. Cuando podamos estar juntos, será porque gozaremos de los mismos privilegios y en igualdad de condiciones. No pienso recibir lo que no puedo entregar, así que será mejor que te pongas el pijama mientras yo me alivio en la ducha.

Me dio un beso con los labios apretados y se marchó dejándome plagada de contradicciones.

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