Thunder

Thunder


Capítulo 15

Página 29 de 63

Capítulo 15

—Te juro que de hoy no pasa.

Jen me miraba divertida y yo parecía un animal apunto de atacar.

—Si no lo veo, no lo creo.

Michael estaba con Mateo en la fiesta de cumple de la maldita niña de la Exorcista. Llevaba toda la tarde imaginando a la señorita alerón sobeteando y rozando a Michael a la menor oportunidad. Y yo no podía dejar a Ana tirada, así que aguanté el tipo toda la tarde hasta que Jen vino a por mí.

—Si te molesta que te diga que esta noche pretendo tirarme a tu hermano, pues lo siento, pero es que ya no puedo más.

—Lo que a ti te pasa es el denominado síndrome ADR.

—¿ADR? No me jodas, Jen, no estoy dispuesta ahora a pasar un maldito síndrome después de las semanas que llevo aguantando las ganas de saltarle encima.

—Ese es uno de los principales síntomas —añadió muy seria.

—¿De verdad? —Se me había quitado la tontería de golpe—. ¿Y qué es ese síndrome?

—Como dicen sus siglas, son las denominadas Ansias De Rabo —soltó carcajeándose al volante. La salvó que estaba conduciendo, porque iba a ahogarla de un momento a otro.

—¡Eres de lo peor! —No dejaba de carcajearse y yo no pude hacer más que terminar sumándome.

—No sabes cuánto me alegro de que por fin pienses adentrarte en el amoroso mundo del señor Brown. Ya sabes lo que yo opino desde el principio, no hay una mujer más perfecta para Michael que tú ni un hombre mejor que él para ti, así que por mí tenéis el visto bueno. Me llevo a Mateo el finde y podéis follar a vuestras anchas.

—No, eso sí que no, no dejas de llevarte al niño y…

—¿Acaso prefieres que os vea y perciba lo degenerada que se ha vuelto su madre cayendo en las garras del fornicio? Porque cuando hayas probado las mieles del sexo no vas a poder parar y ese minúsculo piso va a convertirse en un lupanar. Mejor que te hagas una maratón este fin de semana y que el crío esté a salvo conmigo. Sé de lo que hablo.

—Es que me sabe mal abusar —admití contrita. Claro que me apetecía un fin de semana sin niño y plagado de lujuria.

—No es abuso, es necesidad. Os va a dar algo con tanta continencia, no puede ser sano. ¿Sabes que la falta de sexo hace que tu sistema inmunológico se debilite y es más fácil que contraigas enfermedades? Además, puede provocar acné. Imagínate volviendo a la pubertad con la cara repleta de granos. Y no nos olvidemos de la flacidez, con el sexo el cuerpo se fortalece, principalmente, pecho y muslos.

—¿En serio? —Me había dejado loca.

—Te lo juro, lo leí en un artículo. Así que no puedes dejar pasar más tiempo o se te descolgarán las tetas, el culo y te llenarás de granos. Además, ya sabes que la última vez que me lo quedé mi intención era esa… La cosa se truncó, pero ahora ya puedes sacar toda la artillería pesada. Ve a casa, prepárate, ponte guapa y haz que cuando Michael pise el suelo del apartamento, sea incapaz de pensar en otra cosa que no sea arrancarte la poca ropa que te pongas. —Ya imaginaba la escena y me entraban unos calores…—. Yo iré a casa de la mala bicha esa que tiene retenido a mi hermano para liberarlo y que vaya corriendo al piso. Así que no pierdas el tiempo, en cuanto llegues, ponte manos a la obra.

—No sé cómo darte las gracias, Jen. —Nos miramos a través del retrovisor.

—Te diría que me dedicaras el primero, pero quedaría muy mal, así que me conformo con que te lo folles en cada rincón del piso. Déjalo seco, que no tenga ganas de acercarse a ninguna otra que no seas tú. Te quiero de cuñada y no voy a desfallecer hasta que sea así.

—Solo es sexo —protesté bajando la voz.

—Seguro —replicó incrédula—. Lo mío con Jon también era solo sexo y fíjate ahora en mi tripa y el anillo del dedo. —Mostró el anillo de compromiso que lucía con orgullo—. Eso es lo que decimos cuando estamos cagados y nos cuesta admitir nuestras emociones, pero tú y yo sabemos que no es eso lo que hay entre ambos. Conozco a mi hermano desde que nací y no te mira como a las demás, ni tú a él. Juraría que ambos estáis pillados hasta las trancas, pero tenéis tanto miedo que huis antes que enfrentaros a la realidad. No me gusta aconsejar, porque soy la primera a la que le cuesta seguir un consejo o hace lo contrario, pero solo te diré que yo sufrí lo indecible por no reconocer a tiempo mis sentimientos. Así que, cuanto antes se os caiga la venda de los ojos, mucho mejor. Mientras, chingad como conejos, que del follar al amar solo os separan unas cuantas letras.

—No sé cómo no escribes un manual de consejos.

Ella rio.

—No lo descartes, ¿no dicen que antes de morir uno tiene que escribir un libro?

Me recliné en el asiento del copiloto procesando las palabras de mi amiga.

Que yo sentía cosas por Michael no era ningún secreto, que quisiera enmascararlas, tampoco, pero que a él le ocurriera lo mismo, ya era otro cantar.

¿Y si la cabeza manipuladora de Jen quería que viera amor donde solo había un revolcón?

Lo tendría que averiguar porque, fuera como fuese, en una cosa estábamos de acuerdo: tenía que terminar con esa agonía que me había dejado con las neuronas fundidas y los bajos de un caracol.

Estaba completamente recuperada, ni un dolor ni un sangrado, nada de nada. Lo que sí tenía era el clítoris en plena mascletá, dándome sacudidas a diestro y a siniestro cada vez que Michael se acercaba, me cogía o me besaba.

¿Podían ser adictivos los besos? Me pasaba el día anhelando que llegara la noche para poder darme un festival con ellos.

Mis terrores nocturnos habían pasado a ser sueños eróticos y cada vez que me despertaba gritando ya no era porque Matt apareciera en ellos, sino porque Michael me hacía unas cosas de las que me costaba recuperarme.

Y cuando me despertaba tratando de consolarme y darme paz, lo único que lograba era desatar a mi bestia interior, esa que reclamaba algo más que cuatro mimos y carantoñas.

En cuanto llegué al piso, le hice caso a Jen. Llené la bañera, me di un baño relajante y, como ya no estaba para tonterías, me puse uno de esos camisones que, hasta el momento, no me había atrevido a usar.

Era blanco de un tejido tan vaporoso que sabía que Michael me vería como si se tratara de una radiografía.

Iba a por todas y quería que lo supiera.

☆☆☆☆☆

—Vamos, Mike, no te vayas tan pronto —me rogó Candice agitando sus densas pestañas repletas de rímel.

Jen había venido a por Mateo hacía más de una hora.

Al parecer, había acordado con Joana llevarse al crío a pasar el fin de semana con ella. El padre de Candy había venido a recogerla un par de minutos después, lo que hizo que me quedara a solas con su madre.

Candice me rogó que le echara una mano para descolgar la decoración, había trabajo para aburrir, así que me supo mal dejarla sola. Mientras empezaba, ella fue a la cocina y regresó descorchando una botella de vino para servirnos dos copas.

Echarle una mano fue una excusa para no regresar de inmediato a casa a sabiendas de que iba a estar a solas con Joana. Estaba aterrorizado y completamente arrepentido de haber aceptado su propuesta.

Si me acostaba con ella, me iba a ser muy difícil mantener la mente fría como me exigían mis superiores. Mi deseo era tal que cada día me sentía más alterado e irritable por la falta de sexo.

Candice estaba subida en la parte alta de una escalera, descolgando la última guirnalda, con un sugerente vestido morado y unos tacones infinitos. Me miraba y esperaba la respuesta a su ruego.

—Es que ya es tarde, se acerca la hora de cenar y mi mujer debe estar preocupada…

—¡Bah! Mateo no está en casa, así que podéis cenar un poco más tarde, ¿no? Dudo que tu mujer se preocupe, ella sabe que estás aquí conmigo —murmuró sugerente. Eso era lo que más me preocupaba. Conociendo el cariño que le tenía Joana, sabía que no le gustaría nada que estuviera allí con ella. Candice se puso de puntillas tratando de descolgar el adorno. El tobillo le falló y cayó precipitándose al vacío. Gracias a mis reflejos, la cogí al vuelo sintiendo sus manos aferrándose a mi nuca—. ¡Oh, Mike, acabas de salvarme la vida! ¡Casi muero! —Agitó las pestañas dramáticamente.

—No ha sido para tanto, aunque un buen golpe sí que te hubieras llevado.

Acurrucó la cabeza contra mi cuello.

—Eres tan fuerte y valiente, no como el enclenque de mi ex. Lo pasaría tan bien contigo si fueras mi marido… Me pasaría el día entero desnuda en la cama.

Me tomó por sorpresa cuando fue directa a por mis labios tratando de abrirse paso entre ellos. De hecho, lo logró, me pilló con la guardia baja. Yo estaba tan necesitado que por un instante caí, le seguí el juego, hasta que un ataque de cordura me sacó del trance.

—Para, Candice. Lo siento, lo nuestro no puede ser, estoy casado y amo a mi mujer.

Ella resopló pegando los labios a mi cuello de nuevo.

—Eso díselo a tu lengua y a tu erección, llevas empalmado toda la fiesta, ¿o crees que no me he percatado?

Era cierto, aunque no por el motivo que ella creía, sino porque cada dos por tres me venían recuerdos de Joana a la mente y no podía evitar ponerme así.

—Déjalo, de verdad. —La bajé al suelo y ella rápidamente se pegó a mi cuerpo—. Eres preciosa y estoy convencido de que algún hombre afortunado puede cumplir con todo lo que deseas. Pero ese hombre no soy yo.

—Venga, Mike, Joana no tiene por qué enterarse. Soy muy buena guardando secretos y también con la boca, me encanta tenerla llena. —Su mano voló hacia mi polla y la masajeó. La tenía medio erecta, así que no le costó nada hacerla reaccionar dada mi situación. Sonrió complacida—. ¿Lo ves?, a ella le gusto. Te juro que nadie se enterará.

Trató de besarme de nuevo, pero me aparté.

—Lo siento, ahora sí que será mejor que me vaya…

En un visto y no visto, se sacó el vestido por la cabeza mostrándose ante mí completamente desnuda. Tenía un cuerpo muy bonito y cuidado.

—No pensarás dejarme así. Me vestí pensando en ti, en lo que haríamos en algún momento si teníamos la ocasión. Nos atraemos, lo vi en tus ojos el primer día que me miraste en la puerta del colegio. Ocupas mis pensamientos más húmedos y sé que yo también ocupo parte de los tuyos, eso se nota. —Caminó contoneándose para frotar sus pechos contra mi torso—. Venga, Mike, necesito que me riegues el jardín —murmuró friccionando su sexo contra mi pierna.

—Pues contrata a un jardinero para que lo haga. Además, no estaría mal que te podaran el ciprés.

Ella soltó un gritito de consternación separándose de mí.

—Pero si lo tengo depilado —afirmó mirando su entrepierna rasurada.

—Me refería al de la entrada. —No desvié la mirada en ningún momento—. Buenas noches, Candice, ya conozco la salida, no hace falta que me acompañes.

Preferí no escuchar sus imprecaciones de camino al coche y, aunque sabía que me iba a odiar por ello, fui a tomar unas cervezas al bar de la esquina antes de subir a casa.

El fin de semana iba a ser largo y jodido.

☆☆☆☆☆

«¿Dónde narices se ha metido?», me pregunté fijando los ojos en el besugo al horno, que ya estaba frío.

Esa era justo la cara que se me había quedado a mí, de besuga reseca, al ver que los minutos se convertían en horas y Michael no aparecía.

Mi traidora cabeza no dejaba de mandarme puñales en forma de pensamientos porque, si Jen se había llevado a Mateo a las ocho de la tarde y me había llamado para decirme que su hermano no tardaría… ¿Por qué eran las once de la noche y no estaba en casa?

La imagen de la maldita jefa del Hampa me perforaba el cerebro llenándome de dudas e incertidumbre. No estaría con ella, ¿verdad? Y si no estaba con ella, ¿con quién estaba?

Me había puesto una bata de raso, pues había cogido frío de esperarlo con tan poca ropa encima.

Enfadada como una mona, me dirigía a la cama cuando la puerta de la entrada se abrió y un perjudicado Michael entró con un paso nada firme dejándome completamente estupefacta. Nunca antes lo había visto bebido de aquel modo. Me miró con una sonrisa burlona repasándome de la cabeza a los pies.

—Buenas noches, señora Brown. —Su voz era ligeramente pastosa—. ¿Qué hace todavía en pie? Pensaba que ya estaría durmiendo, ya sabe, las niñas buenas se acuestan a las diez.

—¿Y los impresentables borrachos a qué hora se acuestan? —protesté con los brazos cruzados bajo el pecho.

Michael cerró la puerta.

—Esos no tienen horario, señora Brown, pueden hacer lo que les plazca.

—Ya veo, y eso pasa por dejar a su mujer plantada, con la cena lista y desaparecer durante horas sin pensar que ella podría estar preocupada porque algo malo le hubiera sucedido. —Entiéndase algo malo como una zorra rubia con ganas de zumbarse al susodicho marido, aunque eso no iba a decírselo. Su ceño se apretó.

—Solo soy su marido de pega, señora Brown, creo que se está tomando el papel demasiado a pecho —anotó tratando de ponerme en mi lugar.

—No me tomo nada a pecho, Michael, solo es que encuentro muy injusto que no me avisaras.

—Recuerda que soy un agente especial, de un grupo de élite extremadamente preparado. No deberías estar preocupada por mí, solo deberías preocuparte por ti misma, sé apañármelas solo. —Miró la mesa algo contrito, por lo menos, se arrepentía de algo—. Lamento lo de la cena, no pensé que hubieras preparado nada. —Se acercó lo suficiente a mí para que me llegara el tufo a cerveza, parecía que se hubiera bañado en alcohol. Sus ojos brillantes repararon en mi atuendo y fue entonces cuando su mirada cambió, y su actitud, también—. ¿Puedo hacer algo para compensarte?

Se había acercado tanto que mi cuerpo había reaccionado con la peor de las traiciones. Mis pezones estaban erizados haciéndose notar, cautivando sus provocadoras pupilas.

Mi labio inferior empezó a temblar cuando su torso se pegó al mío para depositar un beso en cada mejilla, demasiado cerca de las comisuras de mis labios hambrientos.

Noté algo duro clavándose en mi vientre.

Estaría bebido, pero mantenía las condiciones físicas intactas. Tenía dos opciones: ponerme de culo con él y terminar sola en mi cama, o pasar por alto el incidente y finiquitar ese asunto pendiente que había entre ambos.

Pensé en Jen, en su sacrificio y en mi propósito. Tal vez la cena se hubiera enfriado, pero el postre lo tenía en el horno y muy caliente. ¡A la porra las cervezas de más que llevara!

—Podrías probar —lo tenté—. Tal vez sí me puedes compensar de algún modo. —Descrucé los brazos, acaricié su torso con el mío, paseé las yemas de mis dedos por sus cervicales y me puse de puntillas para tomar su boca.

Al primer impacto de nuestras lenguas, me sentí desfallecer. Por suerte, me tomó por la cintura clavándome en él. Sus labios vapuleaban a los míos, hambrientos, sedientos y completamente desbocados. Tal vez era mucho mejor que el alcohol corriera por sus venas, parecía mucho más desinhibido.

Me agarró del trasero para levantarme, encajarme en su cintura y aplastarme contra la pared. Cómo me gustaba que hiciera eso, esa conducta casi animal me fascinaba.

—Me vuelves loco, maldita sea —musitó contra mi boca. Teníamos demasiada necesidad. Mis movimientos se volvieron algo descoordinados, no podía dejar de frotar mi sexo contra aquella incipiente erección en busca de alivio, perdiéndome en la locura de sus besos.

Por primera vez, su mano se coló entre ambos para palpar la humedad que empapaba el delicado encaje.

Gruñó en mi boca, estimulando con los dedos mi sexo ardiente. Primero por fuera y cuando se aseguró de que no era reacia a sus caricias, apartó la fina tela para rozar directamente mi vagina con las yemas calientes.

Creo que nunca había gemido más fuerte o más alto. Por suerte, el grito había quedado engullido por la oscura gruta donde ambas lenguas se debatían.

Recorrió con suma lentitud los labios, empapándolos en mis flujos con una lentitud mortal. Arriba y abajo, arriba y abajo. Estaba inflamándome como una botella de gasolina a la que le acercan una cerilla. Estaba hinchada, palpitante, deseosa de todo lo que me hacía. No se parecía para nada al placer que me daba mi consolador, Michael le daba mil vueltas, dudaba que quisiera regresar a Flipper teniéndolo a él.

La delicadeza con la que me trataba, la seguridad con la que movía esos largos apéndices para hacerme desear mucho más, empujarme más lejos, llevarme a senderos que antes no había recorrido.

Uno de los dedos apuntó en mi entrada, tanteándola, trazando círculos sobre ella. Yo empujaba mis caderas tratando de ensartarme sin lograrlo. Michael era huidizo, como el juego de pescar el patito en la feria. Cuando creía que lo tenía, se escapaba nadando.

—Michael, por favor —le supliqué apartándome de sus labios.

—Shhhh, pequeña, tranquila, tenemos mucho tiempo.

¿Tranquila? Estaba de todo menos tranquila. Quería que sintiera la misma urgencia que yo tenía.

Besé su mandíbula, mordisqueándola, oyéndole suspirar, gruñir y mover los dedos con mayor premura. Descendí por el cuello con un lento lametazo, notando en mi descenso cómo el largo dedo se abría paso empujando mi carne. Sí, oh, sí, por fin.

Llegué al cuello de su camisa y allí me alcanzó la verdad más horrible que hubiera podido imaginar, la crudeza de aquella mancha de carmín rojo que se burlaba ante mis ojos. Aquella que convertía aquel acto de entrega en algo sucio, convirtiéndome en el segundo o el tercer plato de la noche. Por eso había llegado tarde, porque había estado con otra.

Su dedo tocó fondo y yo también, gritando como una loca para que me soltara.

—¡Noooooooooo! ¡Nooooooooooo!

Michael se quedó muy quieto, en un principio no hizo nada salvo sosegarse, a la par que mi ira crecía. Me removí inquieta y él sacó el dedo para abrazarme y tratar de serenarme, cuando lo que yo quería solo era alejarme.

—Soy yo, Joana, soy yo —murmuraba. Yo lo empujaba con fuerza tratando de quitármelo de encima—. Vamos, reacciona, no soy Matt. —¿Acaso estaba loco? ¿Qué pintaba Matt?

—¿Matt? ¿A qué narices viene eso ahora? ¡Ya sé que no eres él! ¿Crees que soy como tú? ¿Que me da igual entregarme a uno o a otro? ¿Que no soy capaz de discernir a qué hombre he estado a punto de concederle mi primera vez consentida? —Su cara de desconcierto no tenía precio—. ¡Bájame! ¡Suéltame maldito! ¿Acaso no has tenido suficiente con Candice que necesitas redondear la noche conmigo? Una rubia y una morena, una mujer en cada puerto, ¿es eso, Michael? ¿Pensabas que no me iba a dar cuenta? ¿Que no me iba a enterar?

Estaba hecha una furia y lo empujé más enfadada que nunca, obligándolo a soltarme. Se pasó las manos por el rostro y por el pelo.

—¿Puede saberse de qué me hablas? ¿A qué viene esto ahora? ¿Sabes lo que me ha costado decidirme a dar el paso para que te pongas así con tonterías de cría y sospechas infundadas?

Abrí los ojos desmesuradamente.

—¿Disculpa? ¿Sospechas infundadas? Por lo menos podrías tener la decencia de borrar las huellas del delito, oh, gran dios del sexo. Seguro que ni siquiera tenías intención de tocarme porque ya venías saciado, ¿o me equivoco? Qué necia he sido, cómo he podido pensar que, teniéndola a ella, quisieras regresar a casa para tirarte a una pobre perdedora como yo.

—¿Has mezclado la medicación de Alicia con vino? ¿Por eso estás así?

Solté una carcajada de rabia.

—¿Cómo puedes ser tan gilipollas y yo tan imbécil? ¿Crees que no sé que has estado a solas con ella, en su casa? Jen me llamó, Mateo era el último niño de la fiesta. Te voy a hacer una pregunta muy sencilla: ¿te quedaste o no con ella? —lo acusé viendo cómo pasaba la mano por su nuca.

—Me quedé, pero no sé qué tiene que ver. Estás celosa sin motivo, si lo hice, fue para ayudarla a descolgar los adornos y la piñata.

Solté una risotada.

—No obstante, seguro que le diste un buen palo a su piñata hasta reventarla, ¿no? Espero que te llevaras un buen premio por lo menos.

—Te estás volviendo loca, dices cosas sin sentido, yo no hice nada de eso…

—Ya, eso díselo a la mancha de carmín rojo que llevas en el cuello de la camisa. —Michael desvió los ojos y los cerró por un momento. Eso fue todo lo que necesitaba para saber que estaba en lo cierto, que era culpable de todos los cargos.

—No fue como crees.

—Ahora no fue como creo. Ahora sí que ocurrió algo. ¿A que sí? No me lo digas, espera, que me viene una visión —añadí algo de teatralidad—. Candice tuvo la culpa, ella se abalanzó sobre ti, te besó y te marcó en el cuello por pura casualidad. ¿Verdad?

Michael puso los ojos en blanco.

—Igual deberías comprar lotería.

Resoplé.

—Vamos, Michael, no me jodas, que no somos unos niños.

—Está bien —reconoció—. Puede que nos besáramos, pero yo respondí porque pensaba en ti.

Solté una risotada.

—Esto es increíble. Vamos, así que la besaste porque pensabas en mí. ¡¿En mí?! ¿Me tomas el pelo? ¿Crees que por no tener una carrera soy idiota? ¿De verdad piensas que me la puedes colar de esa manera? No, si encima querrás que te dé las gracias. —Caminaba arriba y abajo como un animal, me arranqué la maldita bata mostrándole cómo me había puesto para él—. Llevo preparándome toda la maldita tarde para nuestra primera vez, toda la puñetera tarde en remojo, depilándome para parecer un maldito huevo duro, ¿para qué? ¿Para que vengas alcoholizado diciéndome que te has tirado a otra pensando en mí? No se puede tener más morro que tú.

—¡No me he tirado a nadie! ¡Yo no he dicho eso! ¡Solo me confundí por un momento! ¡Llevo meses sin follar y tengo necesidades!

—¿Y yo no? Yo también tengo necesidades y no voy y me acuesto con mi jefe.

Su rostro cambió a uno mucho más severo.

—¿Tu jefe quiere acostarse contigo?

—¡No estamos hablando de mi jefe, sino de tu gatillo fácil y tu falta de orientación!

Michael resopló.

—Fue un lapsus, ¡joder! Apenas duró un minuto, la aparté y me fui.

—¡Ja! —La risotada me salió del alma—. Claro, por eso llegas cuatro horas después.

—Necesitaba calmarme. Recibí una llamada de mi jefe hace unos días recordándome la importancia de mantenerte a salvo, de protegerte y cuál debe ser mi posición frente a nosotros.

—¿Le hablaste a tu jefe de lo que hay entre nosotros?

—No, no me malinterpretes, hoy pareces muy dada a hacerlo. —Parecía muy agobiado—. Nuestra charla me hizo dudar de estar haciendo lo correcto y si dar rienda suelta a mis necesidades contigo era lo mejor para ambos. Lo que tenemos solo puede ser sexo y un paso en falso puede ponerte en peligro, tanto a ti como a Mateo.

—Por supuesto, cómo no, Michael, el superhéroe. Acabo de comprenderlo, tu charla con el jefe hizo que para no perjudicarme te tiraras a la rubia pensando en mí. Muy loable, agente, seguro que le dan una medalla por esto.

Fijó sus pupilas en las mías. Estaban entre desesperadas y hambrientas, como si acabara de perder el rumbo.

—Podría haberte mentido, pero no lo he hecho. Nunca miento, Joana, a no ser que sea estrictamente necesario por mi profesión. No deseo a Candice ni a ninguna otra, salvo a ti, por eso no ocurrió nada más allá de un beso. ¿Que me equivoqué al no apartarla desde el primer segundo? Lo acepto, pero no fue más que eso, un lapsus de ofuscación. Llevaba toda la tarde pensando en ti, en lo que quería y no podía hacerte. Llevo semanas empalmado, durmiendo apenas una hora porque tu cuerpo me impide tener la cordura que necesito. Sé que está mal sentir lo que siento, pero no puedo contenerlo. Así que creí que si me ahogaba en cerveza podría no sucumbir a la tentación de ponerte una maldita mano encima, pero fue abrir la puerta, verte y ser incapaz de detenerme. Joana, yo…

—Tú hoy duermes en el sofá —le corté con un empujón, entré en mi habitación y arreé un portazo para darle mayor rotundidad.

Me lancé sobre la cama y di rienda suelta a las lágrimas de frustración, porque en el fondo le creía. Podía estar enfadada porque las cosas no hubieran salido como deseaba, pero sabía que Michael era un hombre de honor y no mentía. Podía haberse tratado de un error, como él aseguraba, pero me había hecho sentir tan pequeña, tan insignificante, que no tenía narices suficientes para enfrentarme a eso.

Me quedé dormida con la sensación de que no había actuado de la mejor manera ni él tampoco, de estarme ofuscándome más de lo necesario y de no actuar como buena cristiana perdonando a quienes nos ofenden.

Me desperté por los gritos, pero esta vez no eran míos.

Salí trastabillando hacia el pasillo, era Michael quien chillaba.

—¡Nooooo, nooooo, no puedoooo!

Parecía una pesadilla terrible, como los terrores que yo sufría, así que, sin pensarlo, fui directa a despertarlo como él tantas veces había hecho por mí.

—Michael, Michael. —Lo sacudí.

Él abrió los ojos totalmente desorientado, me agarró y me puso debajo de su cuerpo para soltarme:

Ir a la siguiente página

Report Page