Thunder

Thunder


Capítulo 17

Página 32 de 63

Capítulo 17

Entrar en aquel ansiado lugar fue una emoción indescriptible. Ella me había pedido que la follara, pero yo era incapaz de hacerle eso, necesitaba que sintiera todo el cariño que tenía para darle, no quería que asociara lo que ocurriera entre nosotros con su pasado. Anhelaba que temblara de la necesidad y ansiara todo lo que podía ofrecerle, un mundo nuevo de placer infinito donde no existían límites ni fronteras.

Joana era una criatura entregada, sensual y dañada en su fuero más íntimo. Debía restaurar la confianza en sí misma, su poder femenino, para poder explorar su cuerpo y ofrecerlo sin recelo.

Con un control férreo, me mecí tratando de que se habituara a mi tamaño. Su sexo me envolvía como un cálido guante, abrigándome con ternura en una deliciosa humedad.

Seguía con los ojos anclados en los suyos instándola a verse como yo lo hacía, a contemplar la belleza de lo que estábamos compartiendo, la gloria de la entrega al otorgarme la capacidad de hacerla estallar bajo mi cuerpo.

Gimió con fuerza cuando el envite ganó intensidad, sus dedos se movían con mayor agilidad sobre aquel pequeño montículo de placer.

—¿Te gusta? —le pregunté. Sus pupilas brillaban como dos trozos de carbón encendidos. Sacó la lengua para lamerse los labios, enviándome una punzada de deseo que no fui capaz de controlar y que me hizo embestirla con fuerza. Resolló con el pelo humedecido por el sudor, con los pechos bailando al ritmo de mis acometidas. Era erotismo en estado puro—. Responde, Joana.

—¿De veras lo preguntas?

Sonreí con suficiencia.

—Bien, ahora voy a salir de tu interior, me voy a tumbar en la cama y vas a ser tú quien me va a montar, pero en esta ocasión quiero que te mires al espejo. Solo me mirarás a mí cuando te lo pida. No vas a tocarte y dejarás los pechos lo suficientemente cerca de mi boca para que pueda saciar mi apetito de ellos. —Su coño se contrajo en clara aceptación, la excitaba, y un torrente de humedad descendió entre sus muslos—. Me sacarás casi por completo para después dejarte caer y sentir toda mi extensión dentro de ti. El límite está en tus manos, tú eres la verdadera directora de toda esta escena.

El pulso le latía en una vena del cuello, totalmente acelerado. Le gustaba que la hiciera partícipe de mis intenciones mientras su sexo se humedecía bajo mis palabras.

Me estiré en la cama y la dejé hacer. Quería verla como la imaginaba, como una auténtica amazona, una mujer libre de su destino.

Tenía la piel sonrosada, algo erizada y muy sensible al tacto.

Contemplé cómo montaba encima de mí, cómo agarraba mi polla y se incrustaba en ella sin esperar a que le diera la orden. No la necesitaba, había tomado las riendas de su deseo.

—Aaaaaaaahhhhhhh —gritó cuando mis huevos chocaron contra su trasero.

—Más suave, pequeña, no quiero que te duela.

—Lo quiero así —me corrigió avergonzada—. ¿Es malo que me guste duro?

¿Malo? Por Dios bendito, esa mujer era una locura.

—En el sexo no hay cosas buenas o malas siempre y cuando sean consentidas. Cada persona goza de su sexualidad de un modo distinto y en eso no hay maldad, solo libertad. Úsame, Joana, averigua cómo te gusta a ti, cuáles son tus necesidades, qué te excita, qué te catapulta hasta el infinito. Y pídeme lo que necesites, háblame, exígeme, estoy aquí para complacerte. —Ella sonrió algo pudorosa todavía, tal vez fuera demasiado pronto para dejarse llevar con total abandono, la guiaría—. Ofréceme tus pechos. —Algo dubitativa, inclinó su piel morena contra mí. Juntó ambos pechos y los llevó hasta mi boca—. Bien, ahora balancéate sobre mi polla sin meterla y sacarla abruptamente, solo roza tu clítoris masturbándote contra mi pubis. No la saques de tu interior, deja que te llene por dentro, mientras tú te das placer por fuera.

Aprendía rápido. Con el primer vaivén, descubrió cómo la estimulaba aquella posición y las descargas que recibía en su clítoris inflamado hacían que tensara los músculos internos abrazando mi miembro con mayor fuerza.

—E-es muy placentero —musitó con voz entrecortada.

—Debe serlo, espera y verás.

Mi boca apresó un pezón para torturarlo algo más duro que al principio, ella reaccionó con un plañido embriagador, me agarró de los hombros clavando las uñas y siguió frotándose abandonada a su gozo. Eso era, así era como la quería, subyugada ante la necesidad de complacerse a sí misma.

Usé la otra mano para dar pellizcos al otro pezón, graduando la intensidad para ofrecerle una experiencia global y descubrir cómo le gustaba ser acariciada. Combinaba presiones cortas y duras con retorcidas y suaves que la llevaban al límite entre el placer y el dolor. No estaba seguro de si era una consecuencia de su pasado, pero le gustaba acercarse a ese límite, emociones potentes que la lubricaban y contraían ofreciéndole descargas de placer.

Mi boca era como una mordaza que la atrapaba mamando con fuerza para dar dulces dentelladas que le provocaban gemidos intensos. Música para mis oídos era aquella cadencia de suspiros infinitos.

Mi polla estaba anegada, su excitación era máxima reportándome una dureza extrema que ella albergaba entre las piernas. Estaba lista para el siguiente paso, iba a darle toda la intensidad que ambos necesitábamos.

—Bien, nena, ahora incorpórate. Estás muy cercana al orgasmo y yo también. Quiero que te sientes en cuclillas, apoyes las manos en tus rodillas y me folles mientras yo te masturbo. Será todo lo intenso que tú desees, tú llevas el control. Haz como antes, sal casi por completo y déjate caer. ¿De acuerdo? —Ella movió la cabeza afirmativamente y se colocó como le sugerí, ofreciéndome una amplia visión de su vagina hinchada de necesidad. Si no supiera que necesitaba eso, habría hecho que se sentara en mi boca para devorar esa deliciosa fruta, pero me resistí, ya tendría ocasión, teníamos dos días por delante y no iba a desperdiciar un minuto—. Cuando quieras, Joana.

No se hizo de rogar. Subía y bajaba con fuerza, con desesperación, la misma con la que la frotaban mis dedos subyugados por su deleite.

Los gemidos con los que me premiaba eran roncos e intensos, descarnados. Me gustaba oír su abandono, no follaba en silencio, y eso me encendía todavía más.

Pasé de friccionar a dar suaves golpecitos sobre el clítoris que la catapultaron a otro nivel.

Bajaba y subía incontrolable, exigiendo más rudeza en cada descenso.

—Más, Michael, por favor.

—¿Más rápido o más duro?

—Los dos. ¿Puede ser?

La duda me hizo ofrecerle una sonrisa de tranquilidad.

—Puede ser todo lo que quieras, nena, pero para que lo haga mírame y no me sueltes —le pedí orgulloso, sintiéndome partícipe de cubrir sus necesidades. Lo hizo y yo acaté su petición.

Los gritos no se hicieron esperar, ni el orgasmo tampoco. Azoté su sexo mientras ella arrancaba una cadencia de bajadas imposibles que culminaban con su propia corrida convulsa y eso provocó la mía.

Estallé en su interior dejándome ir, perdido en aquella mirada que me reclamaba como suyo. Así era como me sentía, suyo, para que hiciera lo que quisiera conmigo.

Cuando terminó de exprimirme, cayó rendida sobre mi cuerpo. Besé aquel tatuaje que tanto me llamaba la atención provocando que se removiera y se acomodara mejor.

Me entretuve deshaciendo la trenza que llevaba. Quería sentir su sedoso cabello sobre mi cuerpo.

Tratábamos de recomponer nuestra respiración en silencio, las palabras fluían sobre nuestros cuerpos fundidos, revoloteando en cada poro de nuestra piel ahora en calma.

Una vez deshecha, acaricie las finas hebras y las peiné con cuidado, tratando de no dar tirones innecesarios. Ella suspiró como un gatito y mi miembro se relajó saliendo de su cálida gruta, abandonando el placer de sentirse acogido, pero nosotros seguimos igual, perdidos el uno en el otro.

Un ruido similar al de una ventosidad nos asedió.

Papapapapaapapapa pa pa pa.

Nos quedamos muy quietos sin comprender qué acababa de suceder. Joana no respiraba cuando volvió a sonar de nuevo.

Pa papapa pa pa pa papapapa.

Ella dio un brinco tratando de huir del escenario del tiroteo, pero la agarré de un brazo y se lo impedí.

Estaba roja como un tomate, apenas me aguantaba la mirada. Traté de suavizar la situación, lo que me dio pie a pensar que su intestino se había soltado en el peor momento; por suerte, no olía.

—Tranquila, Joana, todos nos tiramos pedos. Supongo que tu cuerpo se ha relajado tanto que el esfínter…

—¡Ohhhh, por Dios! —Enterró la cara entre las manos, negando contra mi cuerpo. Estaba claramente abochornada.

—No te avergüences, hay confianza, y los tíos nos tiramos muchos. Si quieres puedo soltar uno para equilibrar… —No estaba seguro de poder hacerlo, pero si eso la aliviaba, no quería que le diera mayor importancia de la que tenía. Todos nos tiramos pedos.

—¡No ha sido por el culo! ¡Ha sido mi vagina!

Me puse a reír como un loco. Cómo no había pensado en ello, las posturas que había usado con Joana facilitaban que entrara aire en ella y por eso se producían esos sonidos similares a los otros.

—¡Bah! Son gases vaginales, no te preocupes, son de lo más habituales cuando sacas y metes el miembro en toda su extensión. La vagina suele acumular aire y lo suelta después. No ocurre nada, eso suele pasaros a las chicas. Además, afortunadamente no huelen. Dicen que a las mujeres los pedos os huelen peor porque emitís mayor cantidad de dióxido de carbono.

—¡Oh, por favor! Quieres parar. —Tenía la cabeza enterrada en el cojín. Parecía un avestruz sexi.

—Solo hay que liberar gas, soltar amarras, ya verás. —Introduje un dedo sin pedir permiso para que el aire que había ahí dentro abandonara su refugio—. ¿Mejor? —pregunté sacándolo y aprovechando para quitarme el condón.

—No pienso volver a mirarte a la cara nunca más. ¡Qué vergüenza!

Resoplé.

—¿En serio? ¿Por unos pedetes vaginales? —Ella gruñó de nuevo—. Pues entonces te perderás mis clases, porque la zoofilia no me va y tú pareces un avestruz. No follo sin que me miren a la cara, así que tú misma. —Me levanté de la cama y fui a abrir la ducha. Después me asomé al marco y vi que ella seguía igual—. Si decides pensártelo, te espero en el baño. Había planeado una mañana muy interesante para nosotros, en tu mano está avanzar o perdértela. En la vida hay que darles importancia a las cosas que verdaderamente la tienen, y esta no la tiene. Por lo menos, para mí.

Dejé la puerta abierta, aguardé a que el agua adquiriera la temperatura idónea y me metí en el interior. Esperaba que dándole tiempo suficiente se le pasara. No entendía por qué las mujeres eran tan pudorosas respecto a esos temas, al fin y al cabo, hay cosas que van más allá de nosotros mismos.

☆☆☆☆☆

Eso sí que era quedar como el culo, pedos vaginales. ¿A quién se le había ocurrido eso? Era muy mortificante, casi me ahogo en mi propio bochorno y él actuando como si nada, qué sofoco.

Pero si quería seguir con lo que fuera que tuviéramos, debía recomponerme. Si él no le daba importancia, ¿por qué debía dársela yo?

Decidí tragarme el orgullo y la vergüenza, y, sonrojada, entré en el baño con menos coraje del que sentía.

La luz del baño era poco favorecedora y de pie la carne no estaba tan tersa como tumbada en la cama. Todos mis defectos estaban en ese espejo. Pechos ligeramente caídos después de amamantar a Mateo, vientre con marcas y una ligera curva, muslos demasiado gruesos y un culo de vértigo… Si seguía mirándome, no iba a entrar, así que preferí no planteármelo y acceder sin más. Si a Michael le parecía bien mi cuerpo, no iba a ser yo quien fuera a contarle todos mis defectos.

Se estaba enjabonando cuando abrí la mampara y el frío se coló en el interior.

—Veo que has decidido arriesgar.

Me aclaré la voz.

—Sí, pero si tan claro tenías lo que ocurría, me lo podías haber dicho y no hacérmelo pasar tan mal —despotriqué.

—Es que no lo tenía claro, pero te lo compensaré. Anda, ¿por qué no me ayudas a enjabonarme? Hay zonas a las que no llego, después te lavo yo a ti. —Tragué con fuerza antes de pasar las manos por aquella espalda que ya había masajeado en una ocasión. Usé ambas manos para frotarla con mimo, recorriendo toda la montaña de músculos que tanto me gustaba hasta llegar a los glúteos. Los contemplé por un instante, y pensé en lo diferentes que éramos Él, tan grande y duro; yo, tan pequeña y blanda… Resoplé para mis adentros, debería empezar a practicar deporte. Pasé los dedos por su lumbar deteniéndome para contemplar aquellos globos gemelos tan diferentes a los míos. Redondos, tersos salpicados de suave vello dorado—. ¿Por qué paras? Sigue bajando, familiarízate conmigo.

—Solo si me prometes una cosa. ¿Me ayudarás a ponerme en forma y me enseñarás a defenderme?

La espalda de Michael se tensó por un instante para relajarse casi al momento.

—Me parece una gran idea, te enseñaré a defenderte. Pero ahora, señora Brown, sigue con tu clase de anatomía, debes acostumbrarte al cuerpo masculino y hallar las siete diferencias.

—¿Siete? Lo difícil entre tú y yo sería encontrar similitudes.

Él rio.

—Está bien, pues entonces busca similitudes.

No respondí, pero a cambio posé mis manos sobre aquellas prietas redondeces y las amasé con firmeza, inspeccionándolas por fuera hasta que osé acariciarlas por dentro.

Mi gigante dorado no me detuvo, se dejó hacer, no le importó que trasteara con deleite recorriendo aquella zona oculta. Apoyó las manos en las baldosas y separó las piernas como si se tratara de un cacheo.

Sus muslos eran anchos, poderosos, pasé las manos por toda su extensión hasta alcanzar los tobillos para mirar entre ellos y ver cómo su sexo volvía a estar listo.

Me relamí, me excité, quería enjabonarlo por completo, sentirlo endurecer contra mis manos. Sin pedir permiso, subí por la cara interna de las piernas, con las manos cubiertas de espuma ofreciéndole un aseo completo y a fondo.

—Joder, Joana, no voy a volver a querer ducharme solo.

Subía y bajaba la piel de aquel miembro rígido acariciando con la otra los testículos calientes.

—Me gusta tocarte.

Gruñó.

—Y a mí cómo me tocas. —Se dio la vuelta y contemplé sorprendida como sus ojos se habían oscurecido por el deseo—. Mi turno, date la vuelta y ponte como estaba yo.

—No, espera, me gustaría saborearte de nuevo, ¿puedo? —Michael asintió, así que me colé entre sus piernas y me arrodillé, sintiendo el agua deslizarse por mi espalda mientras el miembro de Michael copaba mi boca.

En esta ocasión fue el quien se movió en ella, empujando entre mis labios, follándomela literalmente a la par que yo masajeaba sus testículos, ambicionando su liberación. Pero me detuvo.

—Ahora no es el momento, levanta.

No era que me sintiera demasiado cómoda todavía ante mi desnudez, pero el brillo de los ojos de Michael me lo ponía algo más fácil. Sus enormes manos se llenaron de espuma y abarcaron en primer lugar mis sensibles pechos. Se entretuvo un buen rato con ellos y cuando creyó tener suficiente, me pidió que me diera la vuelta y me pusiera como había estado él. Me coloqué como me pedía, apoyando las manos contra las baldosas y separando las piernas. La excitación se enroscó en mi vientre al notar sus hábiles manos masajeando mi espalda para terminar entre los glúteos. A diferencia de mí, ahondó su exploración tratando de colar un dedo en mi esfínter, pero yo me cerré en banda.

—No. Por ahí, no.

—¿Por algún motivo en concreto? —inquirió.

—Recuerdo mucho dolor en esa zona.

—Eso fue porque no te lo hizo bien, aunque comprendo tu reticencia inicial. Relájate, ya retomaremos esa zona más adelante.

Volvía a necesitarlo, mi carne trémula vibraba antes de sentirlo siquiera.

Escuché como se enjabonaba las manos para crear más espuma y pasarla por mi sexo. Miré hacia abajo viendo una montaña burbujeante cubriéndolo. Solté una risita.

—¿Qué ocurre?

—Creo que tengo la barba de Papa Noel entre las piernas.

Él se echó a reír.

—¿En serio? Pues vamos a ponerle remedio y erradicarla. —Cogió la alcachofa de la ducha—. Escúchame bien, quiero que separes todavía más las piernas y que haga lo que haga no te corras, ¿entendido?

—S-sí —titubeé.

Él enfocó aquella cosa del demonio contra mi clítoris, que reverberó al instante obligándome a gritar.

—Eso es, nena, siéntelo, pero no culmines. —Alternaba el frío con el calor, la máxima presión focalizada con infinidad de chorritos efecto lluvia que dispersaban la concentración de placer.

Las piernas me temblaban, las rodillas me flaqueaban.

—Michael, no, no, no puedo más.

—Shhhhhhh, sí puedes y lo vas a hacer. —Los dedos de su mano izquierda entraron en mí, dilatándome sin piedad. Dos, tres, creí contar hasta cuatro. Estaba al borde de la locura.

—Por favor, necesito, necesito.

—Sé lo que necesitas.

La mano salió de mi interior, tragué las convulsiones que amenazaban con hacerme explotar de éxtasis y la ducha se retiró de entre mis piernas.

—Vamos fuera.

Estaba en un extraño trance, un mero soplido habría bastado para correrme, pero no fue así. Él me secó con toques firmes imposibilitando que alcanzara el orgasmo.

—¿Po-por qué me dejas así?

—Así ¿cómo? —Su ceja rubia se arqueó.

—A medias.

—Porque voy a excitarte tanto que vas a correrte con solo una mirada. Vamos a jugar, Joana, y te voy a enseñar que no hace falta follar para alcanzar el nirvana.

Sentados en una heladería con una copa enorme de helado, mis papilas gustativas saltaban de alegría.

—Ahora entiendo lo del orgasmo a distancia.

Michael se puso a reír.

—Reconozco que es difícil competir con una copa de helado de chocolate belga, pero eso no es a lo que me refería, aunque si lo vierto sobre tu cuerpo…

Mis pezones reaccionaron al momento empujando bajo el sujetador de encaje.

—¿Nos vamos y pido que nos empaqueten el helado? —pregunté todavía excitada por lo que había ocurrido en la ducha.

Él se echó a reír negando.

—Eso lo haremos en otra ocasión, me encantará devorarte cubierta de chocolate, pero ahora no. Hay muchas maneras de generar expectación y hoy vamos a experimentar una. —Escuché con atención—. Primero deberás aceptarte, he observado que no terminas de amar tu cuerpo y eso es inconcebible, así que vamos a ir de compras. Te vas a probar los modelos que yo elija y, para hacerlo, llevaras algún regalo mío en el cuerpo.

—¿En el cuerpo? —repetí curiosa.

—Espérame aquí y no te muevas, ahora vuelvo. He visto un sitio aquí al lado donde encontrar lo que necesito.

Michael me dio un beso y salió por la puerta del establecimiento. Estábamos en una zona céntrica rodeados de tiendas, así que podía ser cualquier cosa. Tardó unos quince minutos en regresar, tiempo suficiente para que me terminara la copa yo sola. Sabía que me iba a arrepentir, pero es que estaba tan rica…

Traía una pequeña bolsita negra con una manzana dorada donde se leía «Tempation». Una sonrisa lobuna y una mirada pícara me advirtieron de que lo que había allí dentro nos lo haría pasar en grande.

—Muy bien. ¿Estás dispuesta a que te haga volar? —Un tanto temerosa, pero con unas ganas tremendas de explorar, le dije que sí—. En el interior hay varias cosas, todas para ti. Te contaré qué haremos. Yo iré a pagar mientras tú vas al baño, cierras la puerta y me esperas en el interior completamente desnuda, no quiero ropa en tu cuerpo ni el pestillo puesto.

El corazón me latía desbocado.

—Pero puede entrar alguien.

—Cerrarás la puerta apoyándote en ella, la bolsita estará en el suelo al lado de la puerta. Yo golpearé con este ritmo para que sepas que soy yo. —Con los nudillos, aplicó dos toques lentos y tres seguidos en la mesa—. Esa será nuestra contraseña. Cuando la oigas te desplazarás hacia delante, te apoyarás en la cisterna del váter dejando caer tus pechos sobre la cerámica y expondrás tu sexo hacia mí. —Solo con lo que había relatado ya estaba empapada—. ¿Te excita lo que te digo? Recuerda, sinceridad —me advirtió.

—Me excita mucho —corroboré con el labio tembloroso.

—Aceptarás todo lo que haya dispuesto para ti sin quejarte ni rebatir lo que haya decidido. No hablaremos mientras dure el ejercicio, solo te dejarás hacer. —Darle esa libertad también me encendía, así que volví a asentir y él me miró satisfecho—. Bien, pues ahora ve y haz lo que te he pedido. —Más que pedido, yo diría ordenado, pero me daba tanto morbo que fuera como fuese me daba igual.

Como un flan, fui al baño. Estaba muy inquieta pensando en que alguien podría entrar y pillarme de esa guisa, pero esa situación controlada y a la vez descontrolada añadía un punto que me hacía vibrar.

Entré en el pequeño cubículo. Estaba sorprendentemente inmaculado y olía como si acabaran de limpiarlo. Todo un alivio. Sentí curiosidad por qué habría dentro de la bolsa, pero no quise romper las reglas del juego.

Me quité el vestido y la ropa interior, dejé la bolsita en el punto exacto y apoyé mi trasero contra la puerta.

Alguien golpeó, pero sin el ritmo adecuado.

—¡Ocupado! —grité temblando como una hoja—. Y tengo para rato, yo de usted me buscaría otro lugar, lo siento. —Para sacarme de encima a quien fuera que estuviera al otro lado de la puerta, apoyé la boca contra mi brazo e hice las pedorretas que tanto le gustaban a mi hijo. Necesitaba ahuyentar a quien fuera, menudo día de gases camuflados… Unos segundos después, alguien golpeó de nuevo, pero esta vez con la cadencia adecuada.

Me separé sintiendo que el corazón se me iba a salir por la boca.

La puerta se abrió y se cerró. Sabía que era él, aunque lo de no hablar le añadía un pellizco de incertidumbre que se enroscó en mi sexo.

Una mano fuerte acarició la piel de mi espalda serpenteando por la columna. Los pechos me dolían por la combinación de frío y excitación.

La mano vagó y, sin avisar, un dedo se coló en mi interior para esparcir la humedad que allí se encontraba entre la vagina y el ano. Traté de relajarme, en la ducha me había negado, pero ahora no podía hacerlo. Sabía que Michael no me dañaría, confiaba en él.

El dedo seguía el recorrido con fluidez, penetrándome al llegar a la entrada de mi vagina y ungiendo el camino con mis jugos hasta tantear mi acceso trasero. No podía dejar de morderme los labios y, cuando las dos manos me separaron por completo y el camino fue recorrido por una ávida lengua, creí desfallecer.

Mismo recorrido, misma secuencia.

Estaba limpia, pero sentir su lengua en la parte de detrás era algo inquietante para mí.

Cuando me tuvo lo suficientemente lubricada y con una agitación casi sobrehumana, la mano de Michael se introdujo en la bolsa para sacar algo con forma de U descompensada. Un lado era más grueso y largo, y el otro, más delgado y corto.

Siguió estimulándome con la boca al compás de nuestras respiraciones, para terminar trazando círculos en mi ano con aquel objeto que parecía de silicona. Lo rotaba abriéndose paso en la estrecha abertura, presionando cada vez un poco más hasta que lo tuvo ensartado sin que me hubiera dolido. Después metió el otro extremo en mi otra cavidad, que se sentía extrañamente colmada.

Una vez se dio por satisfecho, me agarró del abdomen y me pegó a su torso, mordiéndome el cuello y estimulando los pezones con sus hábiles dedos.

Quería decirle tantas cosas que tuve que morder el interior de mis carrillos para aguantarme las ganas.

Mis tetas parecían carámbanos con dos picos enhiestos y dolientes. Me dio la vuelta y metió la mano de nuevo en la bolsa, de donde sacó una especie de bridas finas con cuentas brillantes.

Sonrió vehemente y puso cada una en un pezón constriñéndolo al máximo para que no se soltara. Estuve muy cerca de correrme solo con esa sensación, pero me aguanté. Pasó su lengua sobre cada delicado botón y lo besó provocando miles de escalofríos en mi cuerpo.

El siguiente paso fue una crema, con ella me ungió los pezones y el clítoris. Al principio no noté nada, así que no estaba segura de para qué era.

Sentir aquella aura de poder, aquel dominio subyugante, me empujaba a un estado difícil de catalogar, pero que me gustaba y del que no quería salir. ¿Se parecería aquello a lo que encontraba mi compañera Ana en los brazos de su marido?

Michael me puso un sujetador que no cubría mi pecho, sino que lo ofrecía como si fuera una bandeja además de un tanga completamente abierto en la entrepierna pero que en la zona del clítoris llevaba una especie de bandas rugosas para estimularlo a cada paso.

Guardó mi ropa interior en la bolsa y me ayudó a ponerme de nuevo el vestido.

El simple roce de la tela delantera me hizo gemir, tenía los pechos excesivamente sensibles con aquellos artilugios que me había puesto.

Ir a la siguiente página

Report Page