Theo

Theo


Él no necesita a Harry Potter

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Theo tiene nueve años…

y reflexiona sobre vacaciones y crustáceos

A alguien se le ocurrió la genial idea de intercambiar algún día los papeles. Que no fuera yo quien escribiera sobre Theo, sino que lo hiciera él sobre mí. Serviría de revancha por todos los textos que ha dejado pasar, sin censura de por medio, desde el mismo día de su nacimiento.

Yo, oficialmente, me mostré entusiasmado con la idea. Porque pensé que se quedaría en eso: en una idea. Retratar por escrito a un adulto debía de ocupar el puesto 998 en la lista de los 1000

hobbies que desearía practicar un niño espabilado de nueve años (pensé yo); por detrás en la lista sólo debían de estar lavarse los dientes e irse a dormir.

Que además se tratara concretamente de

, a Theo seguramente le parecería tan interesante como ver cómo va creciendo un abeto y tener que describir el proceso con palabras bonitas. Al fin y al cabo, él ya tiene su interés centrado en asuntos globales como el acordeón, el Rapid y los crustáceos. Y, de hecho, en ese sentido fue la reacción de Theo ante mi propuesta otoñal: «Eh, ¿qué te parecería plantearme tú las preguntas y que sea yo quien conteste?». Su respuesta fue un «mm» compungido-melancólico y, de esta manera, podía darse el caso por cerrado.

Sin embargo, un mes después sucedió: Theo agitaba entre sus manos dos pliegos de papel llenos de notas, tamaño DIN A4, se movía nervioso; y dijo: «¡Empezamos ya mismo!». Se había preparado unas dos docenas de preguntas y estaba absolutamente decidido a dirigirme cada una de ellas. Yo le di las gracias y quise hacer desaparecer los papeles; pero él insistió en que realizáramos una entrevista, en vivo y en directo, y con testigos. En esto último, por lo menos, hice valer mis objeciones.

A continuación sólo un par de extractos de aquel denso catálogo de preguntas.

Pregunta número uno de Theo para mí: «¿Qué es lo que mejor sabes hacer?».

Yo: Eso me lo tendría que pensar.

Theo: No, a mí nunca me has dejado pensarme las respuestas.

Yo: Está bien, de acuerdo. ¿Qué es lo que mejor sé hacer? Plantear preguntas. ¿Y tú? ¿Qué es lo que mejor sabes hacer tú?

Theo: Las preguntas las hago yo. (Qué pena. Es demasiado inteligente para caer en la trampa).

Pregunta número siete: ¿A qué país apoyas en la Eurocopa?

Yo: ¿Quién juega?

Theo: Tú dime con quién vas y yo ya te diré si juega.

Pregunta diecinueve: «Ahora viene una pregunta difícil», avisa Theo. Hace una pausa y carraspea. «¿Qué te parece la nueva Ley de Asilo?». Se produce otra pausa. Yo primero necesito concentrarme. «Theo, ¿no lo dirás en serio? ¿Cómo se te ha ocurrido eso?», le pregunto. Sus padres juran que no han tenido nada que ver. Y Theo triunfante: «Lo he sacado del periódico. ¡Ya sabía yo que era difícil!».

Pregunta número veinte: «¿Quién es tu entrevistado favorito?». Al fin una pregunta fácil: «Pero Theo, por supuesto tú; después, a mucha, mucha distancia, nadie, y luego otra vez tú». Me ha quedado genial. Theo parece emocionado. Pero todavía me quedan unas cuantas horas para conseguir hacerme con él y que me cuente algo de sí mismo. Podemos hacer otro pequeño resumen sobre cómo va en la escuela. La fila de sobresalientes que aparece en las notas puede dar lugar a engaños: Theo no es un empollón y lo proclama reiteradamente; sólo es, con toda probabilidad, el único escolar del mundo al que los profesores le tienen que pedir que no haga tantos deberes. Pero él no sabe cómo ponerle remedio; se le van de las manos. Aunque hay una cosa que odia: manualidades (¡Bravo! ¡Ha salido a su tío!). Y sin la música también podría vivir. A no ser que sea él quien toca el acordeón. Entonces, para tapar las notas disonantes, se acompaña cantando y, para tapar los gallos, golpea las teclas. En la interacción y superposición de pistas pueden llegar a alcanzarse niveles de volumen desorbitados.

Como terapia breve contra la tortura que supone la deficiente exigencia escolar, su prima Tamara le ha regalado unos pequeños crustáceos prehistóricos, los llamados triops. Ya lleva noventa días de emoción; no les ha quitado los ojos de encima. Y ellos a él tampoco; aunque los animales, en su acuario, juegan con ventaja.

—Tienen tres ojos —explica Theo—, pero uno lo tienen en el interior.

Y esto le causa a Theo una envidia especial.

—Si los humanos también lo tuvieran, podrían verse sus propias enfermedades —dice él.

Theo ya sabe todo lo que hay que saber sobre los triops. Respiran por las piernas (con este dato podría explicarse la baja esperanza de vida), comen comida para peces, zanahorias (las de los conejillos de Indias) y larvas verdes muertas de mosca. O sea, que comen como pajaritos. Se pueden adquirir en un

pack que incluye una batería solar, un tubo de goma y oxígeno. Al principio sólo se ven unas bolitas pero en un momento dado los pequeños crustáceos rompen su caparazón. En nuestro caso concreto se ha producido el siguiente drama familiar: cuatro han salido del huevo y, de ellos, sólo dos han sobrevivido. Nunca se han hecho amigos. Todo lo contrario: «Uno se ha comido al otro», informa Theo. Y es muy posible que el glotón haya muerto de asfixia. De todas formas, a los tres meses iban a estar ya todos muertos.

—¿Estás triste, Theo? —le pregunto.

—No, pero me ha parecido un poquito horrible.

De las diabólicas profundidades del acuario a la bendita parroquia de Wolfersberg: en junio celebró Theo su primera comunión. Fue conmovedor. Prácticamente ningún otro niño mantuvo el cirio alzado tan bien como él, a pesar de que al pobre se le caían los ojos.

—Hoy

me despertao a las seis —nos reveló fuera de la ceremonia.

—¿Por lo nervioso que estabas? —le preguntamos.

—No, porque se ha puesto a sonar el despertador —respondió él.

Después llegó el verano y con él las auténticas vacaciones. Tras la clásica estancia en el camping de Bibione con los abuelos y unos días de aventura en Carintia, gracias al carné de vela de papá, se adentraron en el mar croata cerca de Biograd a bordo del yate

Sirius.

—¿Habéis visto muchas cosas? —les pregunto yo.

—No —replica Theo—. El patrón nos decía todo el tiempo «

Look at this!», pero no sabía explicarnos qué teníamos que mirar. (Lo cierto es que «

Look at this» eran las únicas palabras que sabía en inglés que, al menos, eran tres más que las que sabía en alemán).

Para poner la guinda final atendiendo a su pasión por el fútbol, diremos que Theo estuvo entrenando en dos campamentos de verano. El trabajo dio sus frutos: en otoño, el indiscutible número uno del Bierhäuslberg de Penzing y motor de medio campo del equipo de élite de la Sub-9, el SC Mauerbach, fue elegido «mejor jugador» de la temporada.

—¿Te gustaría ser futbolista? —le pregunto yo por enésima vez. Y es que no hay manera más rápida de arrancarle un «sí». Pero esta vez me sorprende.

—Sí, puede ser.

—¿Puede ser? ¿Y eso? —apunto.

—O futbolista o radiólogo o notario —responde Theo.

—¿Notario por qué, por el amor de Dios? —pregunto.

—Porque no hacen más que poner un sello y luego cobran lo que quieren —me explica Theo.

—¿Y cómo se te ha ocurrido la idea de ser radiólogo? —le pregunto.

Theo cavila brevemente.

—Porque sólo hacen radiografías y porque es muy divertido.

¿Radiólogo por una cuestión de humor? Eso sí que es nuevo. Theo parece esconder algo, no ha dicho toda la verdad. Yo sigo pinchándole y acabo sacándolo a la luz.

—Vale. Y porque cobran treinta euros por diagnóstico.

Pongo una mueca seria y le pregunto con apremio y voz suave:

—Theo, ¿de verdad te parece tan importante el dinero?

Theo contesta:

—Pues claro. Si no, no puedes comprar nada.

Consciente de mi antimaterialismo, le planteo a Theo una última pregunta.

—Theo, ¿te gustaría tener un hermanito?

—¡No!

Sin duda una nota estridente de auténtica protesta. Tal vez mis preguntas sean demasiado tradicionales.

—¿Y por qué no? Así le podrías pegar —digo con tintes de pedagogía negra.

—¡Eso no se hace! —me reprende Theo.

—¿O preferirías una hermanita? —le pregunto.

—¡No!

La respuesta fue más incisiva si cabe.

—Te entiendo. Tendrías que estar siempre cuidándola —le digo.

Y Theo responde:

—No, la pegaría.

Y se ríe con picardía. Políticamente correcto no es. Pero va casi todos los domingos a misa sin que nadie se lo ordene. Además, prefiere leer obras de Thomas Brezina[9] antes que Harry Potter. La verdad es que es un niño poco común. Uno puede estar bien orgulloso de ser su tío.

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