Terror

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La tercera víctima » Capítulo XVI

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Capítulo XVI

Miré a Ghopal en silencio durante largo tiempo. Entonces oí un ruido sordo y lo reconocí pues era el golpear de mi propio corazón.

—¿Qué ha sucedido? —dije para acallarlo.

—Por favor, ¿podemos pasar primero a la otra habitación? —Ella se cogió a mi brazo.

—Está bien. Supongo que sí.

Me forcé por echar otra mirada a mi alrededor. La pistola yacía en el suelo justo al lado del canapé. No había nada revuelto, y Kroke debería llegar en cualquier momento.

Miré una vez más a Ghopal. Ni siquiera ahora tenía aspecto de un criminal. Su rostro era ovalado; afeminado a pesar de la barba de un día. El disparo había sido hecho desde cerca y traté de no mirar el parche rojo que se extendía por su frente astillada. Todavía llevaba puesto su traje azul y las solapas de la chaqueta estaban manchadas de gotas de sangre.

Había visto todo lo que deseaba. Pasamos a la cocina y una vez más puse a Kali sobre la mesa. Parvati se dejó caer en la silla. Yo me acerqué al aparador.

—¿Quieres beber algo? —pregunté.

Ella sacudió la cabeza. Yo me aproximé y me senté a su lado.

—Ahora cuéntamelo todo. Sólo tenemos un minuto o dos antes de que llegue la policía. Quizá menos, si alguien ha oído el disparo.

—No lo creo. La pistola estaba muy cerca, y él…

Empezó a temblar otra vez, y yo le tomé una mano.

—Por favor, Parvatí. Tiene que sobreponerte. ¿Cómo ocurrió?

Abrió la boca y por un momento creí que iba a jadear, pero era sólo la necesidad perentoria de respirar hondo antes de hablar.

—Debió seguirte desde aquí. Supongo que estuvo esperándome por los alrededores de Pinkley House la mayor parte de la tarde, y después vino para acá, preguntándose si estaríamos juntos. Por supuesto iba en pos de la llave de la cámara. Te vio y se llevó el ídolo.

—Entonces regresó aquí. Sabía donde yo estaba, y también que tenía el coche. Oí el timbre y bajé. Cuando vi quién era y la estatua de Kali, tuve miedo. Pero sabía muy bien que si no abría la puerta podía disparar, o marcharse con el coche, por eso lo dejé entrar con la esperanza de retenerlo hasta que llegase la policía.

—Bien, ¿qué fue lo que salió mal?

—Jay, deseaba que me marchase con él. Dijo que todavía quedaba una oportunidad de huir, una oportunidad de llevar a cabo sus proyectos sobre Chandra si nos íbamos enseguida. Podíamos viajar en coche hasta Chicago y después tomar el avión. —Ella miró hacia la pared y después continuó—: Discutí y después rogué. Entonces me aseguró que de persistir en mi negativa me mataría, y sacó la pistola.

—¿No le dijiste que la policía estaba en camino?

—Sí, pero no le asustó. Sólo le puso furioso. Nos encontrábamos en la otra habitación, de pie delante del sofá. Traté de sujetarle la mano, de quitarle la pistola. Dio un tirón y se tambaleó contra el lado del sofá. Yo sujetaba su mano, estaba retorciéndosela cuando la pistola se disparó, y entonces…

Parvati comenzó a sollozar apoyada en mí. Le acaricié el pelo.

—Está bien —dije—. La policía creerá que fue en defensa propia.

—¿Creerá?

Puse mi mano en su brazo y la miré fijamente.

—Hay una cosa que olvidé decirte. Cuando estaba junto al frigorífico conseguí desgarrar una manga del asesino. Y ahora, al mirar a Ghopal, veo que su manga no está rota.

Los ojos de Parvati siguieron la dirección de los míos hacia su brazo, y se detuvieron en la manga rota de su vestido.

Trató de soltarse pero yo la sujeté.

—¡Jay! —dijo con los ojos muy abiertos—. No creerás que yo…

—Puedes ahorrarte inventar historias, cosa fácil para ti, según parece. Y por lo visto también lo es el asesinato.

Entonces se soltó y retrocedió con los ojos relampagueantes.

—Está bien, ¡no me avergüenzo! Lo que dije sobre la conspiración era verdad. Sólo que no fue Ghopal el que la planeó, no era más que un pobre tonto. Por eso me casé con él, para poder gobernar una vez que consiguiese el trono.

—Vinimos aquí y conocimos a Cheyney. Cheyney quería ayudar en el robo del ídolo e irse a Chandra con nosotros, sí, pero no se contentaba con buscar el poder solamente. Me quería a mí como mujer. Y yo se lo prometí. Le prometí todo por «Ella».

Miró a Kali, pero su mirada era tan ciega como la de la diosa negra.

—Ghopal tenía miedo de robar la estatua, incluso después que todos nuestros planes estaban a punto. Por eso maté al vigilante. Y fui yo quien asesiné a tu tía cuando descubrí que los dos cobardes pretendían devolver la estatua.

—Entonces comprendieron que no podrían detenerme. Ghopal quería evitar que siguiera matando, y trató de atacar al Nizam… pensando que una vez muerto, podríamos reinar. Como ya conoces, falló el golpe y huyó.

—Pero quedaba Cheyney; yo sabía que era un ser débil; si el Nizam lo detenía cantaría de plano si le presionaban, de manera que tenía que eliminarlo.

—Y entonces me tocó a mí.

—No dejabas de husmear —respondió—. Pude haberte matado… pero no lo hice, Jay.

—¿Por qué?

—Porque en una cosa no te he mentido. Yo te quiero.

Suspiré.

—No me afectan tus trucos de deva-dasi…

—Jay, yo no estuve con ellas en el templo. Fue lo que contó mi gente, lo que difundió, para justificar los años en que me estuvieron preparando.

—¿Tu gente?

—Los thugs. —Su voz sonaba débil—. Sí, soy una mujer, y no valgo para nada, pero también soy el último descendiente de mi estirpe. Serví a Kali, pero quizás no la he servido tan bien como debía. Me estaba prohibido matar a una mujer, a pesar de lo cual, lo hice. Me está prohibido derramar sangre, pero Ghopal murió por arma de fuego.

—Le mataste con su propia pistola cuando lo encontraste esperándote aquí, ¿verdad?

—Tuve que… Lo hubiera confesado todo acusándome. —Se echó entonces en mis brazos—. Jay, ¿no puedes comprenderlo? Lo hice para salvarme, pero sólo para salvarme para ti. Podemos irnos juntos ahora, tú y yo. Podernos marcharnos en el coche, nadie nos detendrá…

Sus labios estaban cerca, cerca de mí y temblando. La aparté.

—Olvidas que ya llamaste a la policía. ¿O es ésa otra de tus mentiras?

Parvati inclinó la cabeza.

—No crees en nada, ¿verdad? —murmuró.

—Según dijiste me amas demasiado para matarme. ¿Qué intentabas hacer cuando me tiraste el cuchillo a la cabeza? —Caminé hacia el teléfono.

Ella no se movió. Miré fijamente a Kali y sus labios apenas se movieron. Su rostro pareció repentinamente cansado.

—Tienes razón, Jay. He traicionado a todos, a todo lo que amaba… y ahora incluso Kali me abandona. —Suspiró—. Si no me quieres, no me queda nada que hacer. Adelante, y haz la llamada.

—Dámelo primero —le dije—. No quiero correr más riesgos.

Parvati dudó un momento. Después volvió a suspirar e hizo un movimiento con su muñeca. El cordón salió de su manga, retorcido como una serpiente. Era el cordón estrangulador.

Ella me lo alargó y lo tomé.

Entonces, sintiéndome a salvo, tomé el teléfono y marqué el número. Por el rabillo del ojo la podía ver sentada sin moverse. Me volví de espaldas para no presenciar su derrota.

Ocurrió en un segundo, pero fue suficiente. Parvati se movió como una centella.

Dejé caer el teléfono y levanté las manos para sujetar sus muñecas.

De lejos me llegó un zumbido, una voz metálica que decía: «Diga, diga».

Pero no podía responder. No podía contestar porque estaba tratando de sujetarle las manos, y sus manos agarraban el cordón del teléfono, y el cordón del teléfono estaba enrollado alrededor de mi cuello.

Era estúpido pensar que yo no podía dominar sus muñecas, estúpido comprender que la muerte me llegaría de forma tan grotesca. ¡Un cordón de teléfono!

Quise reír, quise gritar mis protestas… pero entonces empezó la presión. La presión sobre mi yugular. Nunca supuse que pudiera existir una fuerza tan repentina y enorme. Sus dedos la transmitían al cordón. Sus pulgares se hundían cada vez más en mi cuello, privando de aire a mi garganta, sacándome los ojos de sus cuencas, quitándome el sentido, la vida.

Traté de moverme, de golpearla, pero siguió sujetándome. Mi cabeza se inclinó hacia atrás, y por un momento pude distinguir el rostro de Parvati… pero ya no era el rostro de Parvati. La imagen se transformó desdibujándose, convirtiéndose en tinieblas, y entonces se convirtió en el pétreo semblante de la misma Kali; vi los ojos relampagueantes de la Madre del Crimen.

Fue un instante, sólo un momento lo que duró mi visión. Después me sentí caer hacia atrás, caer en los negros brazos de la diosa de la Muerte…

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