Terror

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La última víctima

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La última víctima

Cuando regresé a la tienda, él me esperaba en las sombras. Vio que tenía la estatua de Kali, y tuvo miedo.

—¿Qué has hecho? —susurró.

—Ven —dije—. No podemos hablar aquí.

Me siguió al piso de arriba, y le llevé a la salita, a la oscuridad, pensando que debía de apresurarme porque no disponía de mucho tiempo. Nada podía desperdiciarse… ni el tiempo ni la misericordia ni la vida misma.

No deseaba escuchar sus aturrulladas palabras, ni perder el aliento contestándole. Pero él me conocía, me conocía bien, y mientras estábamos allí, procuró tenerme siempre de frente. No me permitiría colocarme a su espalda, por la ligereza con que yo sabía emplear el cordón.

De modo que decidí emplear la astucia femenina, el sistema que siempre me había dado resultado con Ghopal, y le dije que sí, que lo confesaría todo si él así lo deseaba. Pero si lo prefería, todavía podíamos marcharnos juntos, y conquistar el trono.

Y me mantuve muy cerca de él para que pudiese oler mi perfume y sentir mi calor, y desear en mí a la mujer; entonces me tomó en sus brazos y me apretó.

En ese momento noté la pistola que tenía en el bolsillo. No está permitido derramar sangre por la Madre Oscura y yo esto lo sabía bien. Pero ¿no estaba ella guiándome, protegiéndome? ¿Y no era ella la que me permitía darme cuenta de la pistola? Era su voluntad la que me guiaba, la que guiaba mi mano hacia su bolsillo y después a su frente al dispararle, elevando el arma y haciendo fuego con un solo movimiento, para verlo caer inmediatamente a mis pies.

Retrocedí pensando que debería huir, pero sonó el timbre y llegó Jay.

Al principio creí que yo tendría éxito, ya que él era sólo un niño fácil de engañar. Pero mi manga estaba rota, y eso me delató.

De modo que sólo era cuestión de palabras, y observar, y esperar. Incluso a pesar de que iba a llamar a la policía, no debía desesperar, ya que la Madre Kali estaba conmigo. Sabía que no me traicionaría ni me abandonaría en esta hora. Pues yo la había servido bien, y continuaría adorándola siempre. Puede que hubiera pecado al matar a una mujer, que hubiera pecado derramando sangre… pero Kali me había guiado. Y me guiaría ahora.

Entonces él empezó a telefonear a la policía, y yo le observaba con disimulo, hasta que llegó el momento en que se distrajo.

Sólo un momento, pero fue suficiente Kali me ofreció la oportunidad, y la aproveché. Y fue cosa agradable sentir el cordón del teléfono entre mis dedos, cosa agradable sentir mis pulgares presionar en busca del recóndito lugar donde se escondía la vida… donde el aliento, presionado, se convierte en muerte.

Jay semejaba un muñeco de trapo, y sólo me restaba completar mi obra cuando oí la sirena de la policía.

No había tiempo. Lo dejé caer al suelo y recogí a Kali de la mesa. Corrí escaleras abajo, y después, por el sendero, en dirección al coche. Todavía podría sacarles ventaja si me perseguían.

La puerta del coche estaba cerrada con llave. Forcejeé con el tirador mientras se oían las sirenas, y entonces recordé que él había cogido las llaves cuando se marchó a buscar a Kali.

Me volví, pero la sirena se oía mucho más cerca ahora, y tenía que actuar pronto. Levanté a Kali y con ella golpeé el cristal de la ventanilla, que saltó hecho pedazos. Entonces introduje la mano y abrí la puerta.

Y Kali se cayó.

Cayó de mis brazos al suelo. Y los suyos se rompieron y su cabeza se partió por la mitad. Entonces vi que estaba hueca.

La miré fijamente, miré su vacío interior. Es terrible encontrar vacuo algo que se idolatra.

Pero ya era demasiado tarde para hacer nada. No pude hacer otra cosa que seguir mirándola. Eso estaba haciendo cuando llegó la policía y me encontró.

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